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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.14 no.2 Bernal dic. 2010

 

DOSSIER

Segundones cómplices
Acerca de la lectura de David Viñas sobre los gentlemen escritores del Ochenta

Paula Bruno

CONICET / Universidad de Buenos Aires / Universidad de San Andrés

En estas páginas me ocupo de la caracterización de David Viñas sobre los intelectuales del Ochenta que se delinea en Literatura argentina y realidad política. Apogeo de la oligarquía. 1 Intento mostrar que, leída desde hoy, su argumentación invita a repensar las coordenadas del mundo cultural de esa época.
La lectura que ofreció Viñas sobre los "arquetipos intelectuales del 80" se superpuso con otras miradas contemporáneas a la suya.2 Si bien el rótulo "generación del 80" surgió hacia 1920 y se mantuvo con una función descriptiva hasta fines de 1950 -se utilizaba para caracterizar a hombres porteños del mundo de las letras, adeptos a las modas literarias y estéticas europeas-, en distintos aportes de la década de 1960 se asoció a este actor colectivo con la modernización del país3 y se consideró a los hombres públicos del Ochenta como mentores de proyectos y planes apoyados en las intenciones de orden, paz, administración y progreso.4
Por su parte, también en los sesenta, se trazaron prototipos de forjadores de una nueva era en la que el mundo de las ideas y la acción aparecían como dos perfiles de un mismo retrato. Solo a modo de ejemplo, basta mencionar la semblanza que Thomas McGann trazó sobre quien consideraba el prototípico hombre del Ochenta, Miguel Cané. Desde su perspectiva, Cané "encierra esa íntima relación entre la política y las letras que caracterizaba a los aristócratas liberales de esa época".5 De esta mirada y otras afines, se infirió en distintas contribuciones que los intelectuales del Ochenta eran asimilables a cómplices del Estado o del elenco político que rodeó a Julio Argentino Roca.6 Basadas en alguna de estas premisas, otras fórmulas para caracterizar a los actores que ocuparon el espacio intelectual durante las tres décadas que van desde 1880 hasta 1910 contaron con una amplia aprobación; es el caso de "intelectual-político", "hombre del régimen" o "literato oficial".
Generalmente, como las expresiones mencionadas sugieren, se aceptó la caracterización del Ochenta como un momento en el que la esfera de la cultura se confundió con el ámbito del poder o se subordinó al mismo. De este modo, intelectualidad y élite política aparecen asociadas de manera casi automática y, por tanto, los intelectuales fueron considerados como engranajes del aparato estatal o de la clase política. Así, ciertos intelectuales-políticos con un alto grado de lucidez y claridad ideológica pasaron a ser los prototipos de clase de una generación hacedora del Estado y la nación.
En las lecturas que sugieren estas semblanzas pueden verse claras marcas de las formas de pensar a los intelectuales durante los sesenta.7 Inscripto en este clima de época, y con los matices que caracterizan su prosa, Viñas acuñó eficaces rótulos para referirse a los hombres de pluma del Ochenta; entre los que sin duda sobresale gentleman escritor, pero también "causeur" y "viajero-estético". A su vez, caracterizando el perfil social de estos hombres, utilizó las expresiones "dandy", "clubman" y "diletante", entre otras. Con estos rótulos, se acercó a los intelectuales del Ochenta y, aunque compartiendo cierto tono con las miradas mencionadas -visible, en especial, en la intención de definir a la generación del 80 en términos de clase o grupo social-, sus semblanzas sobre los intelectuales de entonces no se traducen en un retrato lineal de los mismos como literatos oficiales al servicio del Estado o de la clase política. Así, Lucio V. Mansilla, Miguel Cané y Eduardo Wilde habrían tenido un lugar secundario en relación con los hombres de las primeras líneas políticas. Señala al respecto:

las relaciones de los arquetipos intelectuales del 80 con el grupo gobernante que pertenecen -por lo tanto- a ese grupo pero viven marginalmente, su proximidad a Roca o Pellegrini pero sin participar de su ejecutividad, el sentirse superiores pero condenados a segundones por esa misma causa, en la misma proporción explica su estilo, sus reticencias, su soledad, su elegíaca vuelta hacia el pasado y su ropa, se ligan con sus funciones, su ocio, su aburrimiento y la convicción de su fracaso (pp. 102 y 103).

El hecho de considerar a los intelectuales como "segundones" -tópico de su obra que fue escasamente atendido- abre la posibilidad de tomar distancia de las lecturas que plantean que en el Ochenta se dio una superposición absoluta de la esfera política con la intelectual y permite, a su vez, pensar en ciertos márgenes de autonomía de los intelectuales a la hora de gestar sus obras. Pero, pese a esta sugerencia que el propio autor plantea, en su libro no hay lugar para concebir a los intelectuales como hombres de ideas. Puede que este rasgo encuentre su explicación en un argumento central del texto. Viñas parece estar más interesado en mostrar a los intelectuales del Ochenta como miembros de una clase social "tan homogénea como lúcida y despiadada hasta la complicidad" (p. 102), que en analizar o interpretar el trabajo intelectual de figuras como Eduardo Wilde, Miguel Cané, Martín García Mérou y otros. Este hecho se debe a que en su interpretación el acto mismo de la escritura es un epifenómeno secundario de un lugar social:

[…] para ellos el quehacer literario es excursión, causerie, impresiones y ráfagas: "colocaban una frase" como quien toma un potich para depositarlo sobre un estante […]. Tomar las palabras con las puntas de los dedos, picar una comida, afilar un cigarro, palmear una yegua de raza. Todo venía s ser lo mismo (p. 100).

Viñas recupera aquí la mirada pionera de Ricardo Rojas sobre los "prosistas fragmentarios" -aquellos hombres acomodados que se dedicaban a las letras en su tiempo de ocio- y la carga de marcas de clase connotadas negativamente:

[…] el gentleman escritor habla para los de su clase, escribe para ellos, convive con ellos en recintos con determinadas características: desdeñoso de la plaza y la tribuna (o temeroso e inseguro, pero haciendo de la necesidad una virtud) el gentleman del 80 opta de manera creciente por el parlamento o el club; lógicamente, el primero entendido como otro club; ésa es su zona de dominio indiscutida, homogénea y de repliegue y allí se reencuentra con sus iguales y sus garantías (p. 35).

Esta mirada se refuerza en pasajes donde la escritura se entiende como "una ocupación lateral, imprescindible casi siempre, pero de manera alguna necesaria" (pp. 99 y 100) ya que "la literatura no era oficio sino privilegio de la renta" (p. 100). Los intelectuales quedan, a la luz de estas consideraciones, definidos por coordenadas ajenas a los quehaceres culturales. En consecuencia, pese a la existencia de primogénitos y segundones -para retomar la metáfora propuesta por el propio autor-, los arquetipos del Ochenta forman parte, en última instancia, de un elenco de rasgos sociales e ideológicos homogéneos.
Al afirmar que toda su producción está atravesada por intereses, gestualidades e imposturas de clase, no podría buscarse allí ningún tipo de especificidad u originalidad, pero tampoco ningún tipo de fisura, debate o divergencia en los discursos de una élite en la que intelectuales y políticos estarían asociados por la complicidad de clase y más preocupados por la construcción y la consolidación de una identidad para el elenco dominante que por cualquier otra cuestión; así lo constatan, desde la perspectiva de Viñas, las causeries de Mansilla.
Ahora bien, en este punto surgen algunos interrogantes: ¿estos gentlemen escritores eran hombres de pluma ocasionales en relación a qué otras figuras? Y, en un sentido complementario: ¿el hecho de que los literatos formaran parte de la clase alta -al menos desde la perspectiva de Viñas- es condición suficiente para no considerarlos como hombres de ideas?
A juzgar por los propios argumentos de Viñas, los gentlemen escritores son literatos ocasionales en comparación con las figuras de la profesionalización ocurrida hacia el Centenario. Según el autor, además, de manera paralela a esta transición se produjo "un desplazamiento del predominio de los escritores con apellidos tradicionales a la aparición masiva y la preeminencia de escritores provenientes de la clase media y, en algunos casos, de hijos de inmigrantes" (p. 101). Es decir, aquí tenemos un cambio de figura -del "gentleman escritor" al "escritor profesional"-, y también un cambio en la pertenencia de clase de los escritores -de apellidos de familias tradicionales a apellidos de clases medias con marcas inmigratorias-.
De este modo, queda dibujado un etapismo en la lectura de Viñas. En éste se reconoce un período pre-profesional signado por la superposición de la cultura y la política y en el que las figuras intelectuales son parte de un grupo distinguido y dominante que, justamente por su pertenencia de clase, no pueden ser definidas como hombres de ideas. Por su parte, hacia 1910 se perfila un nuevo escenario -con procesos como la profesionalización, la institucionalización, la constancia y el progresivo deslinde del ámbito de la política-, ocupado por intelectuales de clases medias, caracterizados como "hombres nuevos".
En síntesis, la idea de fragmentarismo, y la definición de la literatura y el trabajo de ideas en general como actividad secundaria, es una imagen que surge del contrapunto entre los gentlemen escritores y los intelectuales de comienzos del siglo XX, pero que, ciertamente, parte de una relativa ausencia de evaluación de las prácticas y las obras de los letrados de la década del Ochenta. Si se pensaran las trayectorias de Cané, Wilde o Mansilla en una perspectiva de largo plazo que no recorte sólo la "fotografía" del Ochenta, podrían evaluarse los roles intelectuales que los personajes mencionados desplegaron con vigor en las décadas anteriores a la presidencia de Julio A. Roca; momento en el que actuaron casi como pioneros de la cultura. Así, por ejemplo, en lugar del maduro Mansilla causeur, encontraríamos al Mansilla promotor de varios proyectos de sociabilidad intelectual orientados a dar forma a una élite cultural desde la década de 1860, como el Círculo Literario (1864-1866), que fundó junto a José Manuel Estrada. En el mismo sentido, se podría pensar en la trayectoria vital de Wilde. Hijo de padre exiliado en los tiempos del rosismo, desde su ingreso a Buenos Aires a comienzos de la década de 1860 participó en empresas intelectuales que fueron definiendo su perfil de hombre de letras. Antes del Ochenta, Wilde fue cronista en periódicos, profesor en el Colegio Nacional y en la Facultad de Medicina, médico e higienista, y demostró en cada una de sus actividades una vocación de intervención pública mediada por el trabajo intelectual. En estos años previos al Ochenta, no podría sostenerse que Wilde haya estado asociado de manera automática a la clase política y mucho menos que formara parte de un círculo social distinguido. Aun así, su acercamiento a la pluma y su vocación de intervención se manifestó con constancia. Los ejemplos podrían multiplicarse. Considerar estos rasgos de más largo plazo, permitiría entonces matizar la caracterización del gentleman escritor sólo como manifestación de un tipo social o miembro de un régimen político, e invitaría a la reflexión acerca de cuáles fueron los rasgos de los hombres de ideas en la sociedad argentina de la segunda mitad del siglo XIX.

Notas

1Utilizo la siguiente edición: David Viñas, Literatura argentina y realidad política. Apogeo de la oligarquía, Buenos Aires, Siglo Veinte, 1975.         [ Links ]

2A modo de ejemplo, se puede mencionar: Gladys S. Onega, La inmigración en la literatura argentina, 1880- 1910, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1965.         [ Links ]

3Para consideraciones sobre este aspecto me permito remitir a Paula Bruno, "Un balance acerca del uso de la expresión generación del 80 entre 1920 y 2000", en Secuencia. Revista de Historia y Ciencias Sociales, Instituto Mora, México DF, Nº 68, 2007, pp. 117-161.         [ Links ]

4Me refiero, entre otras, a Thomas McGann, Argentina, Estados Unidos y el sistema interamericano, 1880-1914, Buenos Aires, Eudeba, 1960;         [ Links ] Noe Jitrik, El mundo del ochenta, Buenos Aires, Editores de América Latina, 1998 -publicado por primera vez como estudio introductorio de la antologí         [ Links ]a El 80 y su mundo, presentación de una época, Buenos Aires, Editorial Jorge Álvarez, 1968-; Oscar Cornblit, Ezequiel Gallo y Alfredo O'Connell, "La Generación del 80 y su proyecto: antecedentes y consecuencias", en Desarrollo Económico, vol. 1, Nº 4, enero-marzo de 1962, pp. 5-46;         [ Links ] José Luis Romero, Las ideas en la Argentina del siglo XX, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1987 [1965].         [ Links ]

5Ibid., pp. 78 y 79.

6Véase, entre otros, Mauricio Lebedinsky, La década del 80. Una encrucijada histórica, Buenos Aires, Ediciones Siglo Veinte, 1967, especialmente el capítulo IV: "El hombre de la generación del 80", pp. 75-87.         [ Links ]

7Cf. Oscar Terán, Nuestros años sesentas. La formación de la nueva izquierda intelectual argentina, 1956-1966, Buenos Aires, El Cielo por Asalto, 1993.         [ Links ]

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