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Prismas

On-line version ISSN 1852-0499

Prismas vol.14 no.2 Bernal Dec. 2010

 

DOSSIER

Causeurs y oligarcas
La élite argentina del Ochenta al Centenario en Literatura argentina y realidad política

Leandro Losada

CONICET / Universidad Nacional del Centro

Uno de los aportes más interesantes de este libro de David Viñas es la apuesta por conocer los rasgos de la élite argentina desde fines del siglo XIX y de comienzos del XX de las huellas dejadas por la literatura.1 De sus trazos, propone Viñas, se pueden inferir sus formas de sociabilidad, sus relatos identitarios, sus sensibilidades.
Lucio Victorio Mansilla y sus causeries tienen, en esta operación interpretativa, un lugar protagónico. Las mismas se presentan como un emergente de un momento histórico específico de la élite como grupo social (el abierto en el ochenta, dado por la consistencia interna y la superación de las fisuras del pasado, según Viñas) y al mismo tiempo constituyen una modalidad literaria que ayuda a ratificar esa cohesión. Mansilla es el "vocero" de este grupo social (p. 137), y su estilo literario, que condensa uno característico de la literatura de la élite entre 1880 y 1910, es "apelación y resultante de su clase" (p. 135). En breve, el "entre nos" es la traducción literaria de la "gran familia" en la que se ha convertido la "oligarquía liberal" (p. 133). Este actor colectivo, agreguemos, tiene en Literatura argentina y realidad política la fisonomía de un elenco integrado fundamentalmente por políticos e intelectuales.
Con todo, la solidez de la "oligarquía" es un argumento que puede ponerse en cuestión a partir del propio relato tejido por su autor. La riqueza de sus matices (a menudo perdida de vista) es, quizá paradójicamente, la que habilita esta posibilidad de lectura.
Es difícil ver a la élite argentina de 1880 dotada de la consistencia que Viñas le atribuye. Para entonces, las filas que la integraron (familias porteñas de origen colonial; familias de extranjeros e inmigrantes radicados antes de 1880; familias del interior promovidas por la política -el PAN sobre todo-) recién comenzaban a densificar sus vínculos sociales y familiares. Como bien marca Viñas, dotarse de una identidad común, junto a los desafíos que abrió la Argentina de 1880 en adelante, hizo que los conflictos de otrora perdieran espesor. Más aun, habilitó la recuperación del pasado como capital simbólico, pues pasó a constituir un elemento de distinción en una sociedad inmigratoria. Sin embargo, no por ello la clausura de las fi suras pretéritas fue súbita. Los reparos entre provincianos y porteños, por ejemplo, perduraron, al menos durante la década de 1880. Algo parecido ocurrió con el pasado rosista (en el que Viñas se detiene en particular, a través de Mansilla). Si la apelación al rosismo fue un recurso para ser un dandy excéntrico, es discutible que por entonces Rosas empezara "a ser un valor positivo para todo el grupo" (p. 158). A su vez, que los acentos predominantes de Mansilla al referirse a esa filiación hayan sido los de rescatar una memoria familiar antes que los de ponderar una experiencia política, marcan que la paulatina recuperación de Rosas no se tradujo en una rápida o extendida reconciliación con su figura y su época. 2
Por otro lado, si el elenco de la élite argentina recién comenzaba a integrarse hacia 1880, también lo hacía la identidad que crearía una pertenencia entre sus miembros. Otra vez, lo que nos muestra Viñas nos habilita a ver una élite en construcción antes que una ya constituida: el "titeo" de sus escritores sobre hábitos y costumbres, las ironías y la satirización del rastacuerismo y más adelante de la ostentación y del consumo desenfrenado (aun considerándolas inofensivas, una broma entre iguales), dejaron en evidencia la afanosa educación mundana en la que se embarcó la élite para abandonar sus rusticidades criollas y erigirse como un grupo cosmopolita y distinguido. En algún punto, más que testigos y fiscales de su clase (parafraseando una expresión de Viñas aplicada a Eugenio Cambaceres, p. 170), los hombres de letras de la élite emergen como jueces de sus usos y costumbres y delatores de sus imposturas. Incluso, como artífices de muchos de sus retratos más descarnados y poco complacientes, cuyos tópicos reemergieron con el tiempo en diferentes expresiones culturales (desde la prensa paródica de comienzos de siglo XX -Caras y Caretas, PBT- al tango) hasta convertirse en lugares comunes sobre la época y la élite: pensemos en el arco que va del Don Polidoro de Lucio V. López al Raucho de Ricardo Güiraldes. En síntesis, el ambivalente -y polifacético- lugar de los escritores en la élite (de marginales y críticos a articuladores de sus relatos identitarios) muestra que el "nosotros" construido fue a la vez un círculo social en el que no hubo jerarquías internas inmutables y en el que el sentido de pertenencia entre sus miembros no resolvió disputas de estatus inter pares.
A su turno, Viñas muestra una "oligarquía" de apogeo efímero: dominante en el Ochenta, ya está en retirada en los primeros años del siglo XX; la época victoriana de fin de siglo es sucedida por un período eduardiano decadentista en el amanecer del 1900. Este argumento puede considerase una originalidad de Literatura… (quizá no del todo subrayada), que está en tensión, una vez más, con algunos acentos del propio Viñas y con una lectura predominante en la época en que se publicó el libro: la que postulaba la existencia de una "oligarquía" omnipotente. Esta lúcida aprehensión del curso de la élite se asienta, sin embargo, en un equívoco: el de sobreimprimir la trayectoria de un elenco político-intelectual (el de 1880-1916) a la de un círculo social que lo incluyó, pero que también lo trascendió. Además de ser controvertido o impreciso el uso de la voz "oligarquía" (remite tanto a una constelación política como a una clase social), el perfil que se le atribuye es, desde ya, incompleto. En las páginas de Literatura… los apellidos "estancieros", por ejemplo, no son protagonistas. A su vez, el perfil atribuido incide en el retrato que se hace de la trayectoria de la élite. En este sentido, el efímero apogeo está ritmado por la sensación de asedio, por el temor y la retirada ante una Argentina que generó estupor y rechazo a la vez (reacción que, además, habría motivado el tránsito del liberalismo al autoritarismo antiliberal, un recorrido en sí cuestionable a partir de lo dicho por la historia política y de las ideas en los últimos años).
Como recién dijimos, semejante retrato es resultado de la extrapolación de la experiencia de una élite política a la del conjunto del grupo social de la que aquélla formó parte. Pero también se deriva de otro punto: de la elección de los escritores como vías de entrada privilegiadas a la élite, o, cuanto menos, de su consideración como termómetros de las tendencias que la recorrieron. El hecho de que hayan sido los más autorreflexivos, quienes más se detuvieron (a través de la ficción o del ensayo) a pensar y a narrar la experiencia de su círculo social, hace tentadora y plausible esta opción. No por ello, con todo, es la mejor. Ésta es posiblemente una de las herencias más perdurables de Literatura…, y, también, una de las más discutibles.
Según el mismo Viñas, recordemos, el lugar de los escritores en la élite estuvo recubierto de ambigüedades: el éxito de sus mejores exponentes (otra vez vale el ejemplo de Mansilla) consistió en lograr hacer virtud de las carencias, fueran éstas de fortuna o de poder (o de ambas), adjudicándose el rol de árbitros de la elegancia o de voceros de su grupo. De por sí, entonces, la caracterización que Viñas hace de los literatos de la élite habilitaría una discusión sobre la idoneidad de elegirlos como puertas de acceso a ese universo social. Lo discutible de elegir a los escritores de la élite para retratar la experiencia de ésta entre 1880 y 1910, sin embargo, no reside en una cuestión de representatividad, sino interpretativa: ¿la sociabilidad que se infiere de las causeuries de Mansilla muestra a la élite o, simplemente, a los amigos y conocidos de Mansilla? Las críticas y las parodias contenidas en las obras de ficción de personajes semejantes, si podemos entenderlas como alusiones orientadas a encaminar a la élite por la senda del buen gusto, ¿no pueden pensarse, también, como gestos de despecho frente a ese estatus pretendido de "árbitros de la elegancia" que no siempre fue concedido -o que, al menos, no tuvo el alcance deseado-? En otro sentido, los temores de gentlemen escritores como Miguel Cané (ver "Miguel Cané: miedo y estilo", pp. 166-174), ¿son los de su círculo social, o los propios de determinados hombres de letras frente a una sociedad efervescente y ante los cambios del mundo intelectual y cultural?
Aun si concediéramos que este tipo de sensibilidades muestra una cara de la élite, nos veda el acceso a otra, igualmente notoria: la de la vida frívola y dispendiosa (los hábitos asimilables a ella aparecen en Literatura… como gestos de retirada más que de opulencia -el "viaje estético", por ejemplo-). No quiero decir con esto que la despreocupada faceta mundana haya sido más importante que las actitudes reactivas y consternadas. Con sus propios ritmos, también enmarcó un esplendor efímero (duró los veinte años que van de mediados de la década de 1890 a la Gran Guerra). Postular su mayor importancia, además, implicaría caer en problemas parecidos a los aquí señalados en Viñas: extrapolar la experiencia de una parte al todo. El punto es no perder de vista que ambos planos, la opulencia y los temores, convivieron. Pues esta convivencia de experiencias contradictorias, además de recordarnos que una identidad colectiva no obtura los prismas subjetivos de quienes la comparten, es la que en verdad revela lo rápido que fue el tránsito del apogeo a la declinación; la que expone los límites que la Argentina impuso a la preeminencia de su élite tradicional. Es esta yuxtaposición de planos la que no nos muestra Literatura...
En síntesis, Literatura argentina y realidad política inspira preguntas y ofrece matices para pensar la élite argentina de entre siglos, aun cuando ése no sea el objeto central del texto, y, aun más, cuando esos matices no hayan sido los más recuperados, quizá por los énfasis elegidos por el propio Viñas a lo largo del relato. En todo caso, el límite de Literatura… al respecto, fruto de sus elecciones metodológicas más que de sus argumentos, es que (con sus imperfecciones) nos muestra la "reacción oligárquica" pero no la "vida aristocrática", esta última una faceta de la élite argentina de entonces que, como sus desaciertos políticos, también incidió en su ocaso.

Notas

1Todas las referencias fueron extraídas del tomo I de la edición Literatura argentina y política, Buenos Aires, Sudamericana, 1995.         [ Links ]

2Según Daniel García Mansilla, la mirada crítica de su tío Lucio V. sobre el rosismo se debió, justamente, a que con ella esperaba cosechar simpatías en su círculo social: a "ciertos móviles de ambición personal un tanto ingenuos y que nada agregaban a su fama de probado patriota". Daniel García Mansilla, Visto, oído y recordado, Buenos Aires, Kraft, 1950, p. 420.         [ Links ]

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