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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.15 no.2 Bernal jul./dic. 2011

 

DOSSIER: El siglo XIX de Tulio Halperin Donghi

La otra revolución

 

José Rilla

Universidad de la República / CLAEH / SNI

 

La primera tentación de lector a la que puede empujar Revolución y guerra es analógica. Pensado y escrito en la década de 1960 y publicado en 1972, evoca la conexión que inauguró el siglo XX en Europa, con la guerra y la revolución en su pórtico. Ambos términos son también aquí, en la Argentina criolla y su periferia, claves idóneas para sostener una reconstrucción histórica en la que se quebró un orden, se fraguó y malogró uno nuevo y en el que la experiencia de la guerra marcó decisivamente sus posibilidades de alcanzar estabilidad. El infatigable texto de Tulio Halperin Donghi no abandona en momento alguno esta tensión constituyente de su interpretación; la revolución es la guerra y no puede no serlo, pero la guerra ambienta un mundo que compromete a la revolución; produce y prepara recursos que no es capaz de controlar pero que culminarán por imponerle límites infranqueables y rasgos de identificación.
Si se escapa aquí hasta una analogía casi abusiva y universalista es porque pretendo tomar un aspecto demasiado parcial de esta obra, que le aporta un argumento clave para su comprensión general, pero que a la vez remite al origen de una experiencia peculiar en el seno del ciclo revolucionario. Consagrada como otredad por el mismo autor, la del artiguismo es la otra revolución, portadora y animadora de una disidencia más amplia del Litoral frente a Buenos Aires. Finalmente, en su fracaso, serviría de fundamento a una trayectoria que podía ser interpretada como nacional no bien lograra poner a su servicio -décadas más tarde- los atributos del Estado para la consolidación recíproca.

Sobre lecturas

Revolución y guerra fue leído en el Uruguay en un momento de transición historiográfica. Se abandonaba lentamente la pauta clásica de la historia nacionalista; sin romper del todo con ella se ingresaba en los cánones del marxismo y el estructuralismo, se dialogaba con las construcciones conceptuales europeas y especialmente francesas, se mantenía distante relación, sólo entonada cuando mediaba sintonía con el revisionismo, con las novedades de la historiografía argentina. La empresa intelectual a la que nos invitaba Halperin -mirar las cosas desde ancha perspectiva y lejos de dilemas perezosos- quedó a mitad del camino. Se aprovechó de ella todo lo que servía para afirmar la veta más particular, capaz de consagrar una marginalidad específica y percibida como deseable hacia el pasado y hacia aquel presente. El saldo de haber quedado a medio camino ha supuesto un gravamen pesado a la hora de comprender el artiguismo, devenido casi siempre objeto "inocente" de castigos ajenos a su propio desempeño: la conspiración de los más grandes y poderosos, la traición de los oportunistas y ambiciosos, la incomprensión generalizada... caminos todos de una victimización en la que el Uruguay parece haberse instalado cómodamente.
Con todo, la cronología más estricta no permite subrayar en demasía las distancias que más tarde se incrementaron en la interpretación de la historia. Poco después de los fastos del centenario de la muerte de Artigas, desde una erudición documentada sólidamente Juan E. Pivel Devoto había indagado en la colonia para enraizar en ella la emancipación oriental.1 En 1961, en la que sería su obra más apoyada en fuentes primarias en su gigantesco fichero, Carlos Real de Azúa investigó en la formación de las elites (para decirlo en términos del libro de Halperin) dando cuenta de ello en una penetrante reconstrucción del patriciado y su peripecia.2 Tres años más tarde, en 1964, José Pedro Barrán y Benjamin Nahum proponían una historia de las Bases de la revolución en la que tomaban distancia de las versiones tradicionales a partir de una mirada social, económica y geográfica de la experiencia revolucionaria.3 Las referencias de aquel tan influyente texto eran variadas: sus autores no desdeñaban, aunque lo hacían con cautela, las ideas del revisionismo histórico argentino que ya tenía cultores en el Uruguay; conocían y aprovechaban la obra de Miron Burgin4 y algunos trabajos previos de Tulio Halperin -integrados más tarde a Revolución y guerra-5 que les permitían encontrar argumentos persuasivos a la hora de efectuar un balance de la política de tierras de Artigas, no carente de un afán políticamente estabilizador. Desde el marxismo y con pioneros respaldos documentales, Lucía Sala, Julio Rodríguez y Nelson de la Torre sintetizaron años de trabajo en los archivos demostrando que aquella política había tenido una entidad tan eficaz como polémica y frágil, dejando esbozada una historia que a la vez que concretamente documentada insinuaba otra posible de no haber caído sobre la Provincia Oriental la "garra de la invasión portuguesa" concretada con aquiescencia porteña.6 En 1966, Reyes, Bruschera y Melogno, tres profesores que conocían bien la historia colonial americana y rioplatense, trazaron la síntesis más refinada e influyente de cuantas se habían escrito hasta entonces cuando interpretaron ensayísticamente la historia colonial oriental como una articulación de tres factores que devinieron constantes categoriales de larga duración: pradera, frontera, puerto.7 En el corto plazo, el de las décadas de guerra y revolución, el balance tenía tintes algo simples y trágicos: "el señorío montevideano", puerto, había derrotado al programa de la pradera y gracias a la fisura de la frontera.
Entiéndase bien: esta secuencia sucintamente evocada no remite a un consenso historiográfico, como suele decirse hoy. Con Pivel a distancia magisterial, con el liderazgo desafiante de Petit Muñoz, los diálogos entre los demás autores eran frecuentes y fluidos, pero cada uno o cada grupo hacía su camino y estaba equidistante entre una política de la historia y un debate profesionalizante. Y aun así, algo más externo los iba acomunando: las fuentes disponibles habían incorporado a esa altura de la publicación Revolución y guerra, los ocho primeros volúmenes del Archivo Artigas,8 recopilación dirigida por Pivel que ya era entonces monumental y podía "competir" con la Gaceta de Buenos Aires, la colección de correspondencia de Artigas al Cabildo, los documentos del Museo Mitre (Archivo San Martín, Belgrano) o la más antigua y siempre citada colección de Memorias de Andrés Lamas.
Cuando se publica Revolución y guerra reinaba en el Uruguay una síntesis laxa: la oriental fue una revolución empujada a su autonomía; entre ésta y la independencia moderna que con el Estado nacional tardaría medio siglo en coagularse, la diferencia era cuantitativa, de tiempo y volumen de recursos discernibles y defendibles. La autonomía provenía de la ubicación geográfica de la Banda, única zona del Virreinato capaz de vincularse con un mundo en cambio de hegemonías sin depender de Buenos Aires; provenía también de una reacción empinada contra la pasión dominante porteña afanada en preservar la supremacía política, militar y aduanera. Finalmente, la autonomía se sostenía en una peculiaridad que ha sido explorada desde entonces y cada vez mejor por la historiografía: desde el punto de vista institucional, una interpretación de "la soberanía particular de los pueblos" como clave del gobierno consentido y contractual levantado desde la ciudad comunal que estructura territorio;9 desde el punto de vista sociocultural, su carácter rural, su programa de recuperación económica con base en la distribución política de la tierra, el igualitarismo social y la política pro indígena.

Revolución e ideas: Halperin historiador elitario

Hacia comienzos de los setenta la trayectoria académica de Tulio Halperin era peculiar y descollante en una carrera rioplatense; también polémica y tocada por el desencanto respecto a las posibilidades de la Argentina. Pocos, tal vez nadie en el Uruguay, podían mostrar un itinerario tan estimulante y pleno de oportunidades, tan emparentado con una forma abierta y exigente de construir la profesión del historiador. Imago Mundi parece allí funcionalmente análoga a los Annales franceses, territorio de intercambio de saberes y disciplinas, espacio para una historia que no encontraba su reconocimiento en los ámbitos más tradicionales. Perturbado por el peronismo y sus ambiciones orgánicas, escéptico respecto de la restauración liberal y sus depuraciones, Halperin hace un periplo que le permite mirar el país y la región como extranjero: a su formación en Italia, Francia y España que marcó sus textos inaugurales, se le suma luego un cauce anglosajón que tiene sus mojones crecientemente estables en Oxford, Harvard y Berkeley.
Cuando escribe Revolución y guerra, o se va aproximado a él, puede presentarse como articulador de un nuevo relato de la Argentina, revisionista respecto de Mitre y López pero con una implícita pretensión sustitutiva, de relevo. Es cierto, la colonia virreinal no es el gran espacio del Mediterráneo en tiempos de Felipe,10 pero es desde esa impronta que Tulio Halperin pudo trazar un cuadro tan persuasivo de la región, lleno de matices, de firmeza en el rumbo descriptivo, de una anchura interpretativa en la que pueden circular y ser reinterpretados los clásicos, aun habiendo hecho un esfuerzo erudito y demoledor de cualquier esencialismo nacional. Sarmiento aparece cada tanto como fantasma en la historia que se cuenta; ello se debe a su imperio intelectual que despierta admiración, y a que es un actor relevante de la Argentina rosista cuyas claves de comprensión quedan trazadas al final de Revolución y guerra, tal vez como su más concreta culminación.
El estudio de ideas no es el centro del libro, salvo en lo que ellas aportan a la formación de una elite capaz de dotar de sentido y organización a los procesos. Las definiciones en ese rubro le deben mucho a textos anteriores como el de Echeverría, o, más precisamente, el que abordaba la tradición política española en relación a la revolución de Mayo.11 Esta opción por cierto que distante de la historia de las ideas entendida como identificación de genealogías nos devuelve un cuadro harto complejo y provocativo en tanto que remite a un específico dinamismo de las ideas que Halperin se complacía en subrayar y que encontraría su sintonía uruguaya en Carlos Real de Azúa: las ideas revolucionarias y renovadoras cambian ellas mismas cuando se alcanza la revolución o la renovación a la que contribuyen. Y si bien es mucho lo que este enfoque "elitario" deja afuera en cuanto a la circulación y la reelaboración del pensamiento político entre sectores menos encumbrados o selectos, ofrece en contrapartida un cuadro bien distante del esquematismo y los dilemas fáciles, de las improbables relaciones entre "causa" y "efecto". Más que un estudio de ideas políticas, que lo es en grandes pasajes, se vuelca a una indagación de la política de las ideas donde todo es mucho más dinámico y sorprendente.
El recorrido exhaustivo y extenuante recuerda cada tanto que la guerra fue más removedora que la revolución, aunque ésta fuera la más fuerte matriz de aquélla. El doblez heterodoxo, fruto de una vasta cultura histórica que recupera con anticipación el sentido de las palabras y las nociones, culmina en un balance que poco habla de la independencia y de la nación y mucho más remite a las bases de una política "barbarizada", hija de la violencia de la que nadie parece privarse pero en la que se va haciendo su lugar la profesión política, distinguida tempranamente de la dominación y del poder más crudos.

Sobre la otredad

No es seguro que las razones que llevan a Tulio Halperin a distinguir a la oriental como la otra revolución sirvan para abonar el orgullo algo nacionalista que con ella se podía interpretar en el Uruguay. En rigor, y al menos en primera instancia, la otredad caracteriza al Litoral, territorio más amplio de disidencia pertinaz y variada que se enfrenta a la ardua hegemonía de Buenos Aires y le impide la organización de su frágil proyecto a lo largo de cuatro décadas. Por más dificultades que le tendiera el artiguismo, la derrota fugaz de Buenos Aires en 1820 no puede ser atribuida a los orientales más que en una medida marginal, sobre todo si se repara en el hecho de que la guerra fue también, entonces, mucho más decisiva que la revolución: los artigueños debieron hacerla contra los portugueses y a la vez, conducidos por la obcecación temible del Jefe, contra los caudillos del litoral que- sobre todo con Estanislao López- estaban hallando bases genuinas para un liderazgo caudillesco competitivo.
Aun con este encuadre que nos previene de cualquier magnificación, queda por explicar otro plano de la otredad, el que refiere a los orientales lisos y llanos como diría más tarde Rivera, uno de los primeros, con Oribe, en abandonar a un Protector en el que ya no creían y que casi nada más que sacrificio podía ofrecerles. La experiencia del artiguismo ofrece un cauce peculiar, original, "radicalmente nuevo", entiende Halperin. Es rebelión rural de quienes "no tienen nada que perder" y que construyen una personería política sobre una sociedad más igualitaria que las del norte o de la capital, en la que no opera de la misma forma la resistencia de notables y es entonces posible la emergencia de dirigentes modestos y advenedizos que son levantados por "un pueblo vacío de juicio y de sentido", como escribía la Gaceta de Buenos Aires. La clave territorial es más bien sociopolítica: en la campaña oriental, frontera disputada que altera las jerarquías naturales, se erigieron una autoridad, un poder, un prestigio, una legitimidad y un fervor que expresaban a otra sociedad, a la que tanto la guerra como la lucha contra un despotismo cristalizaron y politizaron muy tempranamente.
Las señas de originalidad fueron a la vez "inquietante síntoma de independencia"; o en todo caso base para un camino diverso, poco conciliable con Buenos Aires y no muy confiable con las provincias del Litoral: la emigración masiva en el éxodo de 1811 (es difícil hallar un episodio más autonomizador que ése en todo el proceso); la política favorable a las poblaciones indígenas que se alistaron masivamente (miradas las cosas en perspectiva, el propio Halperin nos muestra indicios y aplicaciones de este rumbo en la Salta de Güemes y en algunas definiciones del mismísimo Pueyrredón), el programa agrario de recuperación económica basado en criterios políticos de premio y castigo pero con una pauta que Halperin quiere demasiado heterodoxa cuando la ve combinar criterios igualitarios con otros más netamente productivistas para salir de la postración dejada por la guerra.
Si desde la base oriental el liderazgo artiguista fracasó al no ser capaz de articular un equilibrio social nuevo que le sirviera de defensa, o de beneficiar con eficacia a quienes hubieran podido entonces ratificar su lealtad, la invasión de Lecor en 1816 sellaría para siempre la suerte de esa alternativa. La del Litoral, otra revolución también para el artiguismo, podría haberse configurado como una salida a tamañas constricciones de no haber mediado la intransigencia y quizás la torpeza del Protector, al fin y al cabo algo "nominal" en el sentido en que lo acusaban sus enemigos más atrevidos. En todo caso, la reconstrucción de Halperin muestra un paisaje de adhesiones y lealtades bastante más discontinuo de lo que las versiones uruguayas han querido registrar en beneficio de la redondez de la experiencia federal presuntamente conducida por el Jefe. Todo es en cambio mucho más débil y frágil: Artigas es ajeno a Buenos Aires, pero no compensa la extrañeza con la forja de un haz de lealtades y confianzas que tal vez sólo un imposible Blitzkrieg podría haber facilitado. En su lugar, el calor que le brindaban las Misiones y la Mesopotamia no alcanzaba para bajar la guardia de vigilia sobre Corrientes, o sobre una Santa Fe que nunca fue resignada por Buenos Aires y que además, para desgracia de ésta, parecía encontrar al final un camino de estabilidad económica y de iniciativa propia. ¿Será ese carácter más proclamado que efectivamente coactivo del protectorado lo que lleva a nuestro autor a desdeñar el examen de la fibra republicana y federal del artiguismo?
He allí el efecto más desconcertante que Revolución y guerra provocó en el Uruguay desde que fuera publicado. ¿Cómo aceptar mansamente que casi nada del proyecto institucional confederativo del artiguismo, única forma de sacarlo del pago chico, no merezca un lugar relevante en una reconstrucción tan amplia, tan total, tan matizada como la emprendida por Tulio Halperin? Obviamente no es ésta una interrogante crítica (no quiere serlo), sino que pretende captar el origen de una larga perplejidad no necesariamente justificada. El Uruguay es un resultado del fracaso de Artigas -decían los revisionistas que irritaron tanto a Halperin-; fuera de ese atajo interpretativo poco convincente, cabe pensar que "la otra revolución" pudo haber sido la base y el germen de un arreglo general confederativo que devolviera a los orientales a una faena común, cancelada definitivamente en 1828. ¿Pudo haber sido?
Releer esta obra sugiere sin embargo otros derroteros, abre los campos de la historia posible y de los "mundos plausibles", para decirlo en términos de Geoffrey Hawthorn. Vayamos a los extremos de una más perturbadora contingencia: la otra pudo ser la revolución alternativa, o la de quienes ya eran otros en el momento de su estallido. Al final de este recuento viene bien rescatar un pasaje del extenuado comentarista de la edición en inglés de Revolución y guerra, Thomas McGann, investigador en Harvard y en Texas devenido con los años especialista en la Argentina:

Halperin Donghi no escribe para principiantes. La historia es cambio, desequilibrio, ambigüedad, contingencia: vida. Él sabe esto, aprovecha esas fuerzas y las trae a la vivida realidad [...] No es un 'clásico' (ese status lleva tiempo) pero está cerca de ser una obra maestra.12

A casi cuatro décadas de su publicación, ya no es posible discutir que Revolución y guerra es un clásico; tal es el efecto desplegado con el tiempo por una obra maestra.

Notas

1Juan E. Pivel Devoto, Raíces coloniales de la revolución oriental, Montevideo, Monteverde, 1952.         [ Links ]

2 Carlos Real de Azúa, El patriciado uruguayo, Montevideo, Asir, 1961.         [ Links ] La segunda edición de la obra (Banda Oriental, 1981) recogió como prólogo la reseña que Tulio Halperin escribió para Estudios de Historia Social, Año 1, Nº 1, Buenos Aires, 1965.

3 José Pedro Barrán y Benjamín Nahum, Bases económicas de la revolución artiguista, Montevideo, Banda Oriental, 1964.         [ Links ]

4 Miron Burgin, Aspectos económicos del federalismo argentino, Buenos Aires, Hachette, 1960.         [ Links ]

5 Tulio Halperin Donghi, "La expansión ganadera en la campaña de Buenos Aires", en Desarrollo Económico, Buenos Aires, 1963, vol. 3, Nº 1/2, pp. 56-110;         [ Links ] "Revolutionary militarization in Buenos Aires 1806-1815", en Past&Present, Nº 40, Oxford, 1968, pp. 84-107.         [ Links ]

6 Lucía Sala, Julio Rodríguez, Nelson de la Torre, Artigas, tierra y revolución, Montevideo, Arca, 1967;         [ Links ] Estructura económica-social de la colonia, Montevideo, EPU, 1967;         [ Links ] La revolución agraria artiguista, Montevideo, EPU 1969;         [ Links ] Después de Artigas, Montevideo EPU, 1972.         [ Links ]

7 Washington Reyes Abadie, Oscar Bruschera, Tabaré Melogno, La Banda Oriental, pradera-frontera-puerto, Montevideo, Banda Oriental, 1966.         [ Links ]

8 Comisión Nacional "Archivo Artigas", Montevideo, desde 1950.

9 Ana Frega, Pueblos y soberanía en la revolución artiguista, Montevideo, Banda Oriental, 2007.         [ Links ]

10 La reciente autobiografía de Halperin anima a estos paralelismos. Véase Son memorias, Buenos Aires, Siglo XXI, 2008, pp. 219-261.         [ Links ] Un estudio concreto y problematizador de las conexiones en Fernando Devoto y Nora Pagano, Historia de la historiografía argentina, Buenos Aires, Sudamericana, 2009, pp. 367-386.         [ Links ]

11 Tradición política española e ideología revolucionaria de Mayo, Buenos Aires, Eudeba, 1961.         [ Links ]

12 Thomas F. McGann, reseña (sin titulo), en The Hispanic American Historical Review, Vol. 57, Nº 2, mayo de 1977, pp. 340-342.         [ Links ] La edición en inglés del libro de Tulio Halperin: Politics, economics and society in Argentina in the revolutionary period [Traducido por Richard Southern], Londres, Cambridge University Press, 1975.         [ Links ]

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