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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.15 no.2 Bernal jul./dic. 2011

 

DOSSIER: El siglo XIX de Tulio Halperin Donghi

Revelaciones esquivas: Halperin Donghi escribe sobre José Hernández

 

Alejandra Laera

Universidad de Buenos Aires / CONICET

 

En José Hernández y sus mundos Tulio Halperin Donghi toma como punto de partida lo que ha sido considerado uno de los enigmas más importantes de la cultura argentina: cómo llegó Hernández a escribir el Martín Fierro. Y así lo enuncia él mismo en el prólogo: "qué hizo de este periodista del montón, de este participante de segunda fila en la enmarañada vida política de su tiempo, el autor de Martín Fierro". Tanto la exhumación de archivos periodísticos y la pasión por el detalle, como la exhaustividad de la investigación y la reconstrucción de la vida política de las décadas de 1860 y 1870 le otorgan al enigma una explicación que busca, aunque no se lo aclare expresamente, ser definitiva.
Se diría que Halperin triunfa como historiador allí donde la literatura viene a ser irreductible a cualquier explicación disciplinar, allí donde la historia deja de resultar suficiente para comprender la literatura. Pero si el misterio no puede disiparse del todo, después del libro de Halperin ya no es más el mismo. Para empezar, el punto de partida para leer a Hernández se transforma por completo ya que Halperin encuentra en el oportunismo una clave crítica para interpretar su trayectoria, yendo en contra de las atribuciones de espontaneidad, grandeza o genialidad del autor de Martín Fierro que sostenía la bibliografía previa y que a partir de acá pierden anclaje histórico y dejan de tener sentido. Si algo no se llega a comprender todavía tras la lectura de José Hernández y sus mundos, si algo se mantiene en el misterio, no son ya las condiciones de posibilidad de un texto o de un libro, sino aquello que tiene la literatura del orden de la "expresión", y uso adrede un término frecuentemente usado por Halperin. Esto no es menor tratándose del libro que, retrospectivamente, le dio el nombre a la "literatura gauchesca". No lo es, justamente, porque en el Martín Fierro esa "expresión" no involucra únicamente un tema y un conjunto de ideas ruralistas, sino porque compromete la lengua y ciertas ideas sobre el uso del lenguaje. La explicación, afilada y contundente, de cómo José Hernández se convirtió en autor de Martín Fierro no llega a responder cómo José Hernández escribió Martín Fierro. Frente a los misterios con respuesta que una investigación puede resolver felizmente, parecen estar aquellos misterios cuya respuesta sólo puede ser meramente especulativa. Y Halperin, que sagazmente esquiva todo psicologismo explicativo pero también cualquier argumentación de índole literaria, no parece interesado en achicar esa distancia. José Hernández y sus mundos es siempre un libro de historia.
Sin embargo, pese a esa suerte de núcleo irreductible que es la gauchesca hernandiana, el libro de Halperin Donghi no sólo se ha constituido, desde su aparición en 1985, en referencia ineludible para los estudios históricos sobre el período de la Confederación, para las investigaciones sobre la prensa de esos años y para los diversos abordajes de la vida pública en la segunda mitad del siglo XIX. También los estudios literarios han sentido, de modo diverso y no necesariamente explícito, su repercusión.
Hasta la década de 1880, la crítica literaria sobre Hernández y el Martín Fierro siguió, en su mayoría, tendencias bastante identificables.1 Propias de las primeras décadas del siglo XX son las lecturas de corte más filológico, como la de Ricardo Rojas en los dos volúmenes iniciales de su Historia de la literatura argentina (Los gauchescos, 1917) y la de Leopoldo Lugones en El payador (1916). Buena parte de la crítica posterior es subsidiaria de estos abordajes que, vale la pena recordarlo, inauguran la consagración cultural del libro de Hernández; entre la interpretación filológica y la estilística escribieron, por mencionar sólo a los más citados, Eleuterio Tiscornia, Carlos Alberto Leumann y Amaro Villanueva. En 1948 apareció el monumental Muerte y transfiguración de Martín Fierro, en el que Ezequiel Martínez Estrada propuso, a partir del poema, un "ensayo de interpretación de la vida argentina". Si la aventura de emprender una lectura total es tan desproporcionada como imposible, si el ensayo termina siendo más un logro en sí mismo -¡la aventura de leerlo!- que una obra de consulta imprescindible, es precisamente por eso que su mirada, entre existencialista, sociológica y psicologizante, le sirvió a la generación siguiente, definida por Contorno en la década de 1950 o simpatizante de su denuncialismo, para diferenciarse de la crítica literaria anterior, autocentrada en la especificidad del estilo. Cuando en los años de 1970 Noé Jitrik y Adolfo Prieto escriban sus ensayos sobre Hernández y la gauchesca, orientados por entonces, respectivamente, al textualismo y a la sociología de la cultura, la inflexión producida en la crítica sobre el Martín Fierro por Muerte y transfiguración se ha mostrado decisiva: la dimensión cultural, social y política es tan constitutiva del clásico como lo es su uso de la lengua gaucha.2 En contraste con Martínez Estrada, ya a partir de los años de 1930 Borges había privilegiado la peripecia hasta el punto de leer, a modo de boutade, el Martín Fierro como si fuera una novela; pero sobre todo, arrebatándoles el clásico de las letras a los nacionalistas, encontró en el Martín Fierro un argumento nacional para su poética universal que sostuvo no sólo en sus ensayos sobre literatura gauchesca ("El escritor argentino y la tradición" de 1932, "La poesía gauchesca", de 1957, El Martín Fierro, de 1953 en colaboración con Margarita Guerrero, entre otros), sino también en los dos cuentos en los que reescribió partes del libro de Hernández ("El fin", en Ficciones, de 1944, e "Historia de Tadeo Isidoro Cruz", en El Aleph, de 1949). Fuera de todo programa, imprevista y fugazmente, la lectura de Borges se encontraba, además, con la de Rojas en su intento por pensar a Martín Fierro en el marco de una literatura gauchesca que lo diferenciara de la poesía de los gauchos. Entre ambos extremos, las propuestas que ordenan diacrónicamente una serie que empieza en Bartolomé Hidalgo, sigue en Hilario Ascasubi y Estanislao del Campo y culmina en el poema de Hernández son variadísimas, y si bien el principio organizador no deja de ser literario, en casi todos los casos la preocupación mayor es identificar sus vínculos con la serie político-social: Adolfo Prieto en "La culminación de la poesía gauchesca" (1977), Jorge Rivera en La primitiva literatura gauchesca (1968), y más sistemáticamente Ángel Rama, en algunos artículos incorporados a Los gauchipolíticos rioplatenses (1976) han trabajado en esa dirección, contribuyendo con la sociología de la cultura y la historia de la literatura. A estos abordajes, es preciso sumar los aportes biográficos más importantes, ya sea planteados desde las letras, como es el caso de Hernández: poesía y política (1973), de Rodolfo Borello, ya sea desde la historia, como La vuelta de José Hernández (1959), de Fermín Chávez, o Tiempo y vida de José Hernández (1972), de Horacio Zorraquín Becú.
Es entonces en medio de esa abundante producción bibliográfica que Halperin Donghi escribe un libro revelador que se constituye como respuesta definitiva al misterio que liga a José Hernández con Martín Fierro. Descubre de una vez aquello que convierte a Hernández de periodista en poeta gauchesco, por un lado, y que lo lleva, por otro, de lidiar con una posición política segundona, a instalarse en el canon nacional. Doble movimiento que combina lo general con lo particular y que se explica tanto por el abandono gradual de una política facciosa hacia la década de 1870 como por la capacidad de Hernández de capitalizar el inesperado éxito literario a favor de su trayectoria pública. Halperin saca a la luz toda la producción periodística de Hernández previa a la escritura de El gaucho Martín Fierro en 1872; la relaciona con sus desplazamientos y actividades entre Buenos Aires, Paraná y Corrientes hasta el retorno a la capital; la lee en función de posiciones y prácticas políticas y del recorrido de ciertas ideas, y finalmente la pone en diálogo no sólo con las dos partes de su poema gauchesco, completado con La vuelta en 1879, sino también con todo el conjunto paratextual integrado por los sucesivos prólogos y por los comentarios de los contemporáneos. Pero ese ejercicio de revelación no es meramente discursivo sino que descubre a la vez la complejidad y los avatares de una dimensión ideológica que cuajaría efectiva y felizmente, como no había ocurrido con la actividad periodística de Hernández durante los años de 1860, en el Martín Fierro. Para medir el impacto de José Hernández y sus mundos importan menos las objeciones implícitas de Halperin al biografismo revisionista de Fermín Chávez que el modo en que usa parte de las fuentes recopiladas por Pagés Larraya bajo el nombre de Prosas del Martín Fierro. Y menos la condescendencia burlona hacia el libro de Martínez Estrada que la medida distancia que adopta con la biografía de Zorraquín Becú. Y si alguna deuda hay con la crítica literaria, como lo indica al agradecerles a Jitrik, Prieto y Borello en el prólogo, es ante todo generacional.
No habría que pensar en la importancia de José Hernández y sus mundos, de cualquier modo, sin atender al impacto de otro libro dedicado al Martín Fierro y publicado apenas tres años después del libro de Halperin. Me refiero a El género gauchesco. Un tratado sobre la patria, de Josefina Ludmer, que provocó un cambio sin retorno en todo abordaje a los estudios sobre Hernández, Fierro y la gauchesca.3 Así como en el campo de la historia la contribución de Halperin fue definitiva, así la lectura de Ludmer funcionó como un parteaguas para la crítica literaria. Dos libros apenas podrían ser más diferentes. En Un tratado sobre la patria la gauchesca de Hernández no se intenta comprender a través de la reconstrucción histórica sino de la teoría literaria (es allí donde Ludmer propuso su fórmula "uso letrado de la voz (del) gaucho" y definió el género para siempre). Y sin embargo, los dos llegan a la política, a la relación entre el Martín Fierro y la política, entre el poema, con sus ideas, su forma y su estilo, y la política de los tiempos de Hernández, la Confederación, Buenos Aires y el Estado argentino. Quiero decir: también el libro de Ludmer le da una dimensión política a la lectura teórico-crítica del género gauchesco y su texto mayor, el Martín Fierro. Es en ese punto donde se cruzan ambos libros, el punto donde se reenvían mutuamente al otro campo, el punto donde se deja ver, o donde nosotros debemos ver, la necesidad de comprender la historia y la literatura al mismo tiempo.
Es cierto que Ludmer cita únicamente José Hernández y sus mundos a propósito de la empresa periodística del Río de la Plata, el diario de Hernández en el que entre agosto de 1869 y principios de 1870 publicó sus artículos ruralistas. Pero cita también Proyecto y construcción de una nación (1980), en cuya introducción, "Una nación para el desierto argentino", anticipa al José Hernández en el planteo de la emergencia de una clase terrateniente y su vinculación con la población rural. Y sobre todo, cita Revolución y guerra (1972), que resulta fundamental para explicar, como lo indica el subtítulo, la "formación de una elite dirigente en la Argentina criolla", algo que a Ludmer le interesa especialmente porque le sirve para justificar los usos del gaucho por parte de la elite letrada y liberal junto con los procesos de militarización y desmilitarización que pueden rastrearse en la propia historia de la gauchesca. Para la justificación histórica de su lectura Ludmer, en definitiva, reenvía a Halperin, "cuyos trabajos son esenciales en este tratado". Por su parte, Halperin cita, si no el todavía inédito El género gauchesco, el artículo "La lengua como arma. Fundamentos del género gauchesco", en el que se anticipan algunas hipótesis. Halperin pone a Ludmer como una de las referencias para estudiar "la relación entre la literatura gauchesca y el ciclo político rioplatense" pero no "en su trayectoria histórica", como Rama, sino "en perspectiva teórica". En todo caso, la relación de Halperin con Ludmer, de quien fue profesor en Rosario (cuando todavía era la Universidad del Litoral), está mediada por la relación crítica con otros integrantes de su generación, como Jitrik, a quien Ludmer también dice seguir -aunque ambos hacen lecturas textualistas muy diferentes- y en cuya cátedra de la Universidad de Buenos Aires trabajó a comienzos de la década de 1970.
En este marco de abordajes del Martín Fierro, en el que el libro de Ludmer resulta ineludible, estimar la importancia del libro de Halperin me parece fundamental porque hay en él una idea de la conexión entre la literatura y la historia que interpela directamente a los estudios literarios. ¿No está poniendo en evidencia, acaso, antes de que los estudios literarios, por la vía de la crítica cultural, lo hicieran, la necesidad al menos momentánea de salir del orden de la "expresión", del orden textual, para entender la constitución de un texto, para evaluar sus condiciones de posibilidad?
Probablemente nadie haga hoy una lectura crítica del Martín Fierro sin tener en cuenta los mundos de Hernández que reveló Halperin. Sabemos ya que en esos mundos también se compone la materialidad de un texto, que las ideas ruralistas no se comprenden solamente, o a veces no se comprenden bien, atendiendo únicamente a la letra, la forma o el estilo. Halperin explica esas ideas ruralistas a la luz del oportunismo de Hernández, de su producción periodística, de su mediocridad política, y en confrontación con el ruralismo de la Sociedad Rural y con otros escritores de ideología ruralista. Y en ese sentido, la historia que cuenta no es solamente una historia que le sirve como contexto a la literatura ni tampoco que funciona como usina para justificar postulados a priori. Aun así, las lecturas del Martín Fierro, probablemente por el predominio del textualismo en la crítica literaria argentina, han continuado la tendencia interpretativa, como si insistieran en buscar respuesta al porqué de su escritura, a la lógica del canto, a la relación entre la Ida y la Vuelta.
En el año 2001, y tras varios años de preparación, se conoció la edición crítica del Martín Fierro, que viene a reemplazar, para las lecturas especializadas, las hasta entonces obligadas de Tiscornia o de Becco. La edición, a cargo de Élida Lois y de Ángel Núñez, redobla la apuesta del "misterio" y busca reconstruir, con las herramientas de la crítica genética, el proceso creativo que llevó a la redacción del Martín Fierro tal cual lo conocemos. Tal vez la lectura genética de Lois sea, entre la crítica hernandiana contemporánea, la que nos ha entregado un último e irrevocable hallazgo al comparar los manuscritos de Hernández con las sucesivas ediciones de El gaucho Martín Fierro y de La vuelta de Martín Fierro. El recorrido de la ideología ruralista de Hernández puede seguirse, ahora, en el rastreo ruralista del lenguaje. Llama la atención, en este nuevo acercamiento, que la propuesta de la crítica genética vuelva a ser tan autosuficiente como quisieron serlo la filología y la estilística: los mundos de Hernández que nos hizo conocer Halperin Donghi no aparecen en esta lectura. Y sin embargo, por más que el retorno a la letra, a la escritura y sus procesos, sea un desafío pendiente para iluminar el misterio, sin esos mundos el Martín Fierro pierde dimensión histórico-política, pierde la potencia que le dio sentido, que hizo posible la identificación ruralista y la empatía con el público. Sin esos mundos de José Hernández tampoco la "expresión" del Martín Fierro es la misma.

Notas

1 Estoy considerando la crítica hernandiana a partir de la consagración cultural definitiva del Martín Fierro en los años del Centenario. Por lo mismo, no tomo en cuenta acá los comentarios críticos con los que fueron recibidas las diversas ediciones de la Ida y la Vuelta en los años de 1870 y 1880, como tampoco los debates sobre la representación del gaucho y sobre la lengua a los que dio lugar. Además, quiero resaltar el carácter general de la descripción que hago de la extensísima bibliografía sobre Hernández y su libro; fundamentalmente, me detengo en, o menciono, las contribuciones más importantes o más representativas en el campo de los estudios literarios y culturales. Un panorama bastante amplio de lo más relevante de la crítica hasta fines de la década de 1970 se presenta en la antología Martín Fierro y su crítica, que realizaron María Teresa Gramuglio y Beatriz Sarlo (CEAL, 1980),         [ Links ] quienes también prepararon para Capítulo el número correspondiente a José Hernández (CEAL, 1979). Para una bibliografía completa de Martín Fierro, remito a la "Bibliografía hernandiana" de Horacio Jorge Becco,         [ Links ] que llega hasta 1972, y a la "Bibliografía, 1972-2000" de Susana Romanos y colaboradores, incluidas ambas en la edición crítica de Martín Fierro realizada por Élida Lois y Ángel Núñez para la Colección Archivos (Allca XX, 2001).         [ Links ]

2 Me refiero estrictamente a "El tema del canto en el Martín Fierro de José Hernández", de Noé Jitrik (El fuego de la especie; ensayo sobre seis escritores argentinos, Buenos Aires, Siglo XXI, 1971) y a "         [ Links ]La culminación de la poesía gauchesca" de Adolfo Prieto (en Trayectoria de la literatura gauchesca, en Horacio J. Becco (comp.), Buenos Aires, Plus Ultra, 1977, pp. 81-102).         [ Links ] También en 1971, en la colección de divulgación de CEAL "La historia popular. Vida y milagros de nuestro pueblo", Noé Jitrik había publicado una breve pero muy bien contextualizada biografía de José Hernández.

3 También en 1988 se publica otro libro fundamental: El discurso criollista en la formación de la Argentina moderna, en el que Adolfo Prieto rastrea y analiza la configuración de redes textuales en relación con circuitos de lectura, entre ellas la que se armó alrededor de Martín Fierro. La propuesta de Prieto fue pionera, en los estudios literarios realizados en la Argentina, de una perspectiva de lectura que se profundizaría y ampliaría a diversos objetos culturales recién hacia el umbral del siglo XXI y hasta la actualidad. Si no me detengo en su abordaje es porque Prieto está trabajando no con la prehistoria del Martín Fierro, con el camino que va de José Hernández a Martín Fierro, que es lo que estamos considerando a partir de la postulación de Halperin en su libro, sino con el modo en que sus sentidos se transforman a partir de las lecturas, muchas veces desplazadas, que se han hecho de él.

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