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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.15 no.2 Bernal jul./dic. 2011

 

DOSSIER

La renovadora lectura de un clásico

 

Alejandro Eujanian

Universidad Nacional de Rosario

 

La publicación de José Hernández y sus mundos en 1985 prometía en ese momento, más por la trayectoria de su autor que por el asunto que trataba, una renovación en los modos de abordar un tema clásico tal como había sucedido con sus libros anteriores. Halperin Donghi había anticipado en el prólogo de Revolución y guerra, aparecido en 1972, la clave de lectura con la que debía ser abordado un texto que pretendía no ser más que un libro de historia política y que se instalaba cómodamente en una tradición que se remontaba a Bartolomé Mitre y a Vicente Fidel López, los antecedentes más prestigiosos que una historia sobre la revolución podía legítimamente reconocer. Sin embargo, al comenzar a leer ese libro se hacía evidente que, si bien no defraudaba respecto de lo que su autor prometía, era también mucho más que eso. Por su parte, el libro sobre Hernández también estaba dedicado a un tema clásico de la historia cultural argentina, sobre el cual una vastísima bibliografía auguraba cierta dificultad para justificar un nuevo trabajo, cuyo objeto fuera su obra literaria y periodística. Pero precisamente éste es uno de los rasgos que presentan los trabajos de Halperin a través de una producción que abarca temas relativos a la historia política, social, económica, cultural y de las ideas en Hispanoamérica a lo largo de más de 200 años. En sus libros, la originalidad no deriva de la capacidad de abordar nuevos temas e iluminar regiones del pasado hasta el momento poco visitadas, sino de la todavía más difícil tarea de proponer un nuevo modo de interpretar un pasado sobre el que ya parecía haberse dicho todo. Por otra parte, tampoco se trata de abordar el asunto en cuestión con un renovado arsenal teórico ni con técnicas de investigación demasiado sofisticadas, sino que alcanza con formular las preguntas adecuadas. Pero para ello, es necesario despejar antes el terreno que ha sido alterado por las lecturas realizadas a lo largo de más de un siglo, para volver a encontrarse con las huellas que un hombre y su obra dejaron en su paso por los mundos en los que intervinieron.
A comienzos de la década de 1980, recién recuperada la democracia y cuando comenzaban a reorganizarse las instituciones sobre las cuales se construiría la historia profesional en la Argentina, esa combinación de una historia a la vez clásica y renovadora podía ser leída en un contexto diferente de aquel en el que había sido recibida la obra de Tulio Halperin Donghi entre las décadas de 1950 y 1970. En parte, porque el país comenzaba a transitar un rumbo casi inédito, que invitaba a asumir la complejidad del presente y la incertidumbre de un futuro para cuya comprensión, si la historia tenía algo que aportar, seguramente no lo haría desde una perspectiva excesivamente simplificadora. Por otra, porque la renovación de la cual Halperin era uno de los referentes más prestigiosos se había instalado para quedarse en los principales centros académicos del país; y los historiadores que ocuparon las posiciones dominantes en esas instituciones en general se sentían como sus legítimos herederos e, incluso, orgullosos discípulos. Pero no era sólo por eso sino, sobre todo, porque esa obra seguía planteando problemas que debían ser tenidos en cuenta por cualquier intento serio de abordar la historia argentina decimonónica. Aún hoy, transcurrido un cuarto de siglo de la edición original de José Hernández y sus mundos, su lectura no es sólo necesaria por las cuestiones que resuelve sino por las que propone como punto de partida para cualquier indagación sobre el mundo político y cultural, la formación de la esfera pública y la prensa de la segunda mitad del siglo XIX.
De todos modos, aun cuando conservaba estos rasgos reconocibles en la obra de su autor, José Hernández y sus mundos presentaba también una particularidad significativa. Se trataba de un estudio global, dedicado a un hombre y su obra, cuyo único antecedente en la producción de Halperin Donghi había sido el mucho menos voluminoso libro de juventud que tituló El pensamiento de Echeverría, de 1951.1 Antes y después, el interés por las ideas políticas fue una constante en su obra, pero tratadas en un contexto más coral, como en el prólogo a Proyecto y construcción de una nación, de 1980, en el que Hernández tenía un lugar relativamente periférico dentro de una formación político-cultural dedicada a ofrecer alternativas para la organización nacional. Lo que distingue el libro sobre Echeverría de este consagrado a Hernández es obviamente el más fino conocimiento de aquel universo político-cultural pero, en otros aspectos, aquel joven historiador que terminaría abandonando su carrera en el derecho y el más maduro y afirmado historiador del José Hernández y sus mundos comparten una manera similar de hilvanar las ideas de esos hombres siempre en contacto con el contexto social y político que servía de clave para su comprensión. De ese modo lo veía Roberto Giusti en el prólogo que escribió en 1951 para El pensamiento de Echeverría. En ese prólogo, Giusti destacaba precisamente el carácter innovador de ese estudio a pesar de la abundante bibliografía dedicada al autor del Dogma socialista, que había crecido notablemente ese año con motivo del centenario de su fallecimiento. Aun así, había algo nuevo que decir para este "joven publicista" cuyo libro, según Giusti, era la expresión tempranamente madura de un autor que evadía el lugar común y la hagiografía, para recorrer un camino diverso al transitado por otros intérpretes de Echeverría, que aquí era sometido "al ácido de una crítica, no propiamente corrosiva pero sí fijadora de su exacto perfil".
Pero sobre todo observaba ese peculiar método exegético y riguroso que, sin ser particularmente sofisticado, es sin duda singular y por eso intransferible. Su propiedad para describir el trabajo que realiza con Hernández es llamativa y muestra una continuidad tanto en el estilo y el método para explicar un pensamiento singular, como también la intención de mostrar al hombre y su obra con sus matices y contradicciones, y sin la menor pretensión de reducir sus ideas a una unidad de sentido bajo la forma de un sistema o doctrina:

[...] encadenando estrechamente las razones por nexos que sacrifican en ocasiones la elegancia de la elocución a la lógica, desmonta el pensamiento del autor del Dogma Socialista, lo encuadra en las filosofías europeas, a veces diferentes o contrarias en que aquél se inspiró, lo atarea al de su generación, lo contrasta con el de la unitaria, y señala sus debilidades, sus contradicciones íntimas o patentes, sus defectos de estimación y la dispersión de las tendencias en que se encarna. Si juzga innecesario rehacer por menudo la genealogía de las ideas del maestro argentino, pone en cambio el más firme empeño en trazar el itinerario de ese pensamiento, indicando en la carta su errar incierto, sus desviaciones y los escollos con que chocó en la realidad viva, al descender del cielo de las abstracciones.

Es casi inevitable la tentación de trasladar aquel juicio de Giusti al ejercicio que Tulio Halperin Donghi realiza sobre José Hernández para ofrecernos un personaje más complejo y ambiguo que el que la crítica había exaltado como autor de El gaucho Martín Fierro. Aquellas cuestiones que habían sido señaladas por la crítica como una discontinuidad en la obra y la vida de Hernández, se resuelven en Halperin como enigmas mucho menos justificados. La primera se refería a las conocidas diferencias entre la primera y la segunda parte del Martín Fierro, sobre las que Ezequiel Martínez Estrada había dejado planteada una interpretación canónica a la que resultaba necesario volver. La segunda era una pregunta que servía a Halperin de punto de partida que era preciso reformular para comenzar a abordar esos mundos que habitaba Hernández: ¿cómo ese escritor que hasta el momento parecía haber dado tan poco de sí al servicio de causas tan poco personales había logrado escribir esa obra genial? Desarmar esos enigmas, así planteados, era imprescindible para desandar el camino recorrido y volver a instalar a José Hernández en su tiempo. No más ni menos que éste es el gesto de Halperin Donghi como historiador, el que le permite observar que entre la ida y la vuelta había menos una claudicación que una continuidad, y que si El gaucho Martín Fierro era un gran libro esto se debía simplemente al hecho de que Hernández había sido un gran poeta.
Si esa indagación llega a buen término es por el modo de ejecutar una exploración exhaustiva que progresa a través de preguntas que van abriendo surcos, cuyo principio ordenador siempre es un problema central que se sostiene inalterable y da unidad al relato y continuidad a una actuación política y a una producción periodística, literaria y parlamentaria. Ese problema central, creo ver, se organiza en torno al siguiente interrogante: ¿cuáles fueron las condiciones que hicieron de Hernández quien fue y que, al mismo tiempo, no colaboraron para que fuera mucho más que eso?
Para resolver esa pregunta, José Hernández y sus mundos integraba dos dimensiones de la obra de Hernández que hasta el momento habían sido abundantemente estudiadas pero que parecían conservar cierto grado de autonomía, la de su labor en la prensa periódica y la de escritor gauchesco consagrado por la publicación de un poema ejemplar. En efecto, de acuerdo a esas interpretaciones, una parte de su obra remitía a un pasado de luchas facciosas, superado por el orden impuesto a partir de 1880 por el Estado nacional consolidado. La otra ofrecía al futuro la oportunidad no desperdiciada de encontrar en ella, primero, el paradigma de la literatura nacional, para luego hallar sin escollos al genuino representante del ser nacional. Por otra parte, los contextos a partir de los cuales había sido en general interpretada una obra que se ofrecía generosa a la práctica de diversos anacronismos solían ser reducidos a una excesiva simplificación, como sucedía con el mundo de la prensa y la política en los que Hernández actuó y también con la campaña en la que su personaje había vivido sus penurias de ida y vuelta. En este segundo sentido, Tulio Halperin Donghi destacaba cuestiones referidas a la diversidad de actores e intereses que habitaban ese mundo rural que Hernández, como periodista y poeta gauchesco, había estado lejos de poder o pretender reflejar de modo demasiado realista. Pero, sobre todo, tampoco como legislador se ofrecía como un representante particularmente fiel de aquellos intereses. Dos años después, en el marco de un debate sobre el problema de la mano de obra y el mercado de trabajo en la campaña bonaerense tardocolonial, esa imagen del gaucho estilizada por la literatura comenzaría a ser revisada por la historia social rioplatense.2
Ahora bien, si la figura de Hernández daba la talla para comprender a un mismo tiempo el mundo de la prensa, la política y la sociedad rural no era porque el lugar central que le cupo en cada uno de ellos fuera particularmente trascendente, sino por su relativa marginalidad, que lo convertía en una figura relevante para comprender las condiciones en las que actuó y, de acuerdo con ellas, evaluar sus expectativas y sus éxitos. Son precisamente esos contextos los que Halperin Donghi reconstruye para determinar cuál es su lugar de enunciación y, a partir de allí, comprender el sentido de sus actos. Por ello, no es casual que este libro haya logrado tan amplia circulación en los ámbitos vinculados con la historia y la crítica literaria, y los estudios sobre la prensa y la cultura política de la segunda mitad del siglo XIX. Entre otras cuestiones, se pueden observar las características de las relaciones entre esos ámbitos en los que participó y también que, aunque estos ámbitos estuvieran vinculados entre sí, el prestigio conquistado en uno de ellos no abría automáticamente las puertas al éxito en el otro. Así, su popularidad literaria tuvo efectos políticos poco menos limitados que los que había logrado como resultado del prolongado servicio que prestó a las causas sostenidas por la prensa facciosa. Del mismo modo que una mayor autonomía respecto de esas luchas facciosas o el firme conocimiento de las reglas del oficio periodístico y de la política no lo habilitaban necesariamente como un jugador eficaz para imponerse en la arena política. Por este camino, aquel interrogante que veíamos como el articulador de la obra permite seguir a Hernández en su propio laberinto, al tiempo que pone de manifiesto una paradoja de la que Halperin nos convence que es menos un recurso retórico que la forma que mejor se adapta al personaje y, probablemente, a toda la historia argentina.
Apenas dos años después, publicaba en El espejo de la historia un artículo desconcertante por la poco frecuente reflexión teórica con la que introducía el análisis de un conjunto de autobiografías de escritores americanos que culminaba con una definición en la cual, con suma sencillez, describía el modo en el que debían ser analizados esos textos: "como testimonios del modo en que esos autores concibieron su inserción específica en las sociedades en las que actuaron".3 Esa manera de abordar la historia de las ideas, sin duda transferible a José Hernández y sus mundos, le otorga un lugar indiscutible en cualquier historia del arte como antecedente de la nueva historia intelectual y de los intelectuales en la Argentina.

Notas

1 Tulio Halperin Donghi, El pensamiento de Echeverría, Buenos Aires, Sudamericana, 1951.         [ Links ] Anteriormente había publicado: "Sarmiento: Artículos críticos y literarios (1841-1842). Tomo I de las Obras Completas", Realidad. Revista de Ideas, vol. 5, Nº 13, Buenos Aires, enero-febrero de 1949;         [ Links ] "Tradición y progreso en Estaban Echeverría", Cuadernos Americanos, Año IX, vol. 49, Nº 1, enero-febrero de 1950;         [ Links ] "La religión y el pensamiento de Echeverría", Cuadernos Americanos, Año X, vol. 56, Nº 2, marzo-abril de 1951.         [ Links ]

2 Nos referimos a la polémica en la que participaron Carlos Mayo, Samuel Amaral, Jorge Gelman y Juan Carlos Garavaglia. Véase "Gauchos, campesinos y fuerza de trabajo en la campaña rioplatense colonial", Anuario del IEHS, Tandil, Universidad Nacional del Centro, 1987, pp. 23 y ss.         [ Links ]

3 Tulio Halperin Donghi, "Intelectuales, sociedad y vida pública en Hispanoamérica a través de la literatura autobiográfica", en El espejo de la historia, Buenos Aires, Sudamericana, 1987, p. 53.         [ Links ] Sobre la historia de los intelectuales en Halperin Donghi véase Carlos Altamirano, "Hipótesis de lectura (sobre el tema de los intelectuales en la obra de Tulio Halperin Donghi), en Roy Hora y Javier Trímboli (comps.), Discutir Halperin. Siete ensayos sobre la contribución de Tulio Halperin Donghi a la historia argentina, Buenos Aires, El Cielo por Asalto, 1997.         [ Links ]

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