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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.16 no.1 Bernal jun. 2012

 

ARTÍCULOS

La prueba de la experiencia
Reflexiones en torno al uso del concepto de experiencia en la historiografía reciente

 

Damián López

Universidad de Buenos Aires / CONICET

Fecha de recepción del original: 30/11/2010
Fecha de aceptación del original:
01/06/2011

 


Resumen

El presente texto indaga algunos usos del concepto de experiencia en los estudios históricos, concentrándose en discusiones en torno a sus alcances producidas durante el período comprendido entre el auge de la historia social y su paulatino recambio por la denominada "nueva historia cultural." Así, se examinan las diversas concepciones acerca de la experiencia en autores paradigmáticos como Raymond Williams, Edward Thompson, Gareth Stedman Jones y Joan Scott (todos ellos vinculados o influidos por la tradición marxista), intentando delimitar los principales rasgos de sus posiciones en torno a la utilidad del concepto para el análisis histórico y el lugar asignado al mismo en su propia producción, y contextualizando el momento historiográfico en que se vertieron tales propuestas.

Palabras clave: Experiencia; Historiografía; Estructura.

The proof of the experience. Reflections on the use of the concept of experience in recent historiography

Abstract

This text exams some uses of the experience concept within the historical studies focusing on arguments about their extents, during the period between the social history summit and their gradual change by the so called "new cultural history". Thus, different conceptions of experience are analysed; there are the cases of paradigmatic authors such as Raymond Williams, Edward Thompson, Gareth Stedman Jones and Joan Scott -all of them linked to or influenced by the Marxist tradition. It tries to outline their position main features related to the concept utility for the historical analysis, the place these authors give to the experience in their own work, and the historiographical context in which they made those propositions.

Keywords: Experience; Historiography; Structure.


 

Tan sólo quien recorre a pie una carretera advierte su dominio y descubre cómo en ese mismo terreno, que para el aviador no es más que una llanura desplegada, la carretera, en cada una de sus curvas, va ordenando el despliegue de lejanías, miradores, calveros y perspectivas como la voz de mando de un oficial hace salir a los soldados de sus filas. Del mismo modo, sólo el texto copiado puede dar órdenes al alma de quien lo está trabajando, mientras que el simple lector jamás conocerá los nuevos paisajes que, dentro de él, va convocando el texto, esa carretera que atraviesa su cada vez más densa selva interior: porque el lector obedece al movimiento de su Yo en el libre espacio aéreo del ensueño, mientras que el copista deja que el texto le dé órdenes.1

Inscripto en un interés de más largo aliento por los recorridos del concepto de experiencia en los estudios históricos, el presente trabajo tiene por objeto indagar algunos usos y discusiones en torno a sus alcances, producidos durante el período comprendido entre el auge de la historia social y su paulatino recambio por un nuevo paradigma comúnmente denominado "nueva historia cultural". Así, se examinarán las diversas concepciones acerca de la experiencia en autores paradigmáticos como Raymond Williams, Edward Thompson, Gareth Stedman Jones y Joan Scott (es preciso aclarar aquí, todos ellos pertenecientes al mundo anglosajón y vinculados a o influidos por la tradición marxista). Sin pretender ser exhaustivos, se intentará delimitar los principales rasgos de sus posiciones en torno a la utilidad del concepto para el análisis histórico y el lugar que se le asigna en su propia producción, contextualizando el momento historiográfico en que se vertieron tales propuestas.

I

Raymond Williams concluye la entrada al concepto de "experiencia" de su libro Palabras clave señalando la oposición entre dos sentidos fundamentales:

En un extremo, la experiencia (presente) se opone como fundamento (inmediato y auténtico) para todo razonamiento y análisis (subsiguientes). En el otro, la experiencia [...] se ve como el producto de condiciones sociales, sistemas de creencia o sistemas fundamentales de percepción y, por lo tanto, no como material de las verdades sino como evidencia de condiciones o sistemas que por definición ella no puede explicar por sí misma.2

Se revela de esta manera la paradoja de que, con una intrincada historia dentro de diversas tradiciones filosóficas, pero también en el uso corriente, en las ciencias sociales y en las humanidades, el mismo término refiere tanto a: 1) la relación a partir de la cual los datos externos a la conciencia son condición para los razonamientos sustantivos acerca del mundo; como a 2) aquella relación sólo posible por la existencia de estructuras mentales que condicionan la percepción y la interpretación de esos datos. Se trata, sin embargo, de una tensión o ambigüedad conceptual que de ningún modo implica una elección excluyente. De Kant en adelante, la actitud general ha sido precisamente la de una búsqueda de resolución ante una oposición que se concibe como factible de superación, aunque en términos sumamente disímiles, que enfatizan según el caso la importancia de uno de los dos polos del concepto. En todo caso, la enorme amplitud y distancia entre esas propuestas, así como la persistencia de aquella búsqueda, dejan entrever que el malestar producido por esa escisión se conjuga con una expectativa de articular un espacio que se percibe como desgarrado.

El mismo libro de Williams puede servirnos de entrada a estas diversas modalidades de concebir la experiencia. De hecho, su inclusión dentro de los vocablos analizados en la segunda edición de 1983 (la versión original fue publicada en 1975) se vincula con una particular disputa entablada dentro del marxismo británico durante la segunda mitad de la década de 1970, disputa relevante y ejemplar de un período de profundos cambios en la historiografía y las ciencias sociales. La controversia se inició con una serie de fuertes críticas vertidas por aquellos intelectuales que, influidos por el estructuralismo francés, rechazaban la orientación "culturalista" y "humanista" de autores como Williams y Edward Thompson. Así, por ejemplo, Terry Eagleton le dedicaba a Williams un durísimo capítulo de su libro Criticism and Ideology3 en el cual lo acusaba, entre otras cosas, de adscribir a una epistemología idealista de impronta hegeliana, a un populismo romántico en el cual primaba la nostalgia y el sentimentalismo, y a un tibio reformismo político. Por otra parte, sostenía que su énfasis en la "experiencia vivida" desconocía la importancia del análisis estructural y de las ideologías, llevándolo a confusiones conceptuales incluso en el uso de categorías marxistas fundamentales para la teoría literaria, como en el caso de la hegemonía, tomada de Gramsci.

Es así como bien podría leerse el conocido texto Marxismo y literatura4 de Williams como una respuesta a este tipo de impugnaciones, en la cual intentaba desplegar la doble tarea de clarificar algunos conceptos clave de su obra -como "estructura de sentimiento"- y definir su posicionamiento en torno a problemáticas centrales del marxismo, como la relación entre base y superestructura, la determinación o la misma hegemonía. En este libro, sin embargo, se omitía un análisis pormenorizado sobre el sensible tema de la experiencia, lo cual no pasó inadvertido a los ojos de Perry Anderson, Francis Mulhern y Anthony Barnett, quienes solicitaron a Williams, en una serie de entrevistas realizadas en 1977 y 1978 en la NewLeft Review,5 una aclaración al respecto. Pese a la predisposición por llegar a un acuerdo, los interlocutores proponían una concepción opuesta al tratamiento dado a la relación entre ideología y experiencia en libros como Cultura y sociedad y la Larga revolución,6 en los cuales entendían que se presuponía la posibilidad de una experiencia emergente donde, más allá de la ideología, era posible un contacto prístino entre los sujetos y la realidad en que se hallaban:

En la obra de Althusser, la experiencia es simplemente un sinónimo de ilusión. Es la ideología en su estado puro, lo opuesto a la ciencia o la verdad. Esa postura la ha tomado de Spinoza, con algunas leves modificaciones [...] En tu obra, por lo menos hasta el momento, se tiene la impresión de que la experiencia pertenece, por el contrario, al dominio de la verdad directa [...] Ese énfasis en la experiencia tiene sin lugar a dudas una larga historia: de hecho, se remonta a Locke. Filosóficamente, representa la posición clásica del empirismo europeo.7

Contra tal impugnación, Williams reconocía que, si bien en sus primeros libros podía existir cierta orientación en ese sentido empirista, su trabajo posterior en verdad había intentado examinar precisamente los cambios en las estructuras sociales de intelección a partir de su tensión con nuevas experiencias que no podían inscribirse completamente en aquéllas. En este punto, tal como afirma Beatriz Sarlo, Williams se interesaba por entonces en el momento práctico de las experiencias sociales y su desfasaje en relación con campos de fuerza en permanente reconfiguración. Así, "esta perspectiva coloca en su centro al conflicto cultural vivido como malestar, inadecuación, rechazo que todavía no ha adquirido sus formas semánticas, rescate de elementos arcaicos o imaginación de alternativas antes que éstas puedan presentarse como sistemas oposicionales completos".8 Era precisamente una dialéctica entre las estructuras culturales y un exterior que de ninguna manera le resultaba completamente asimilable lo que explicaba los cambios de las primeras, en una dinámica que tipificó bajo las formas de dominante, residual y emergente.9 Desde este punto de vista se entiende que en 1983, al final de la entrada al término "experiencia" que citáramos al comienzo, Williams abogara por una posición intermedia que trabaje sobre la compleja relación entre dos aspectos que no podían eludirse sin falsear la investigación histórica.

II

En un tono mucho menos cortés, tomó cuerpo en aquel contexto una polémica en torno a la obra del historiador E. P. Thompson. Esta polémica se inició a partir de la publicación, en la History Workshop Review, de un artículo de Richard Johnson en el cual se (des)calificaba a Thompson -junto con el historiador estadounidense Eugene Genovese- como un marxista humanista y culturalista que subestimaba el papel de las determinaciones económicas.10 A diferencia de Williams, el contraataque de Thompson, que no se hizo esperar, se corporizó en una virulenta recusación de la obra de Althusser y su influencia en Inglaterra, bajo la forma del controvertido libro Miseria de la teoría, publicado ese mismo año de 1978.11 En el texto, Thompson arremetía, con una prosa exaltada y cargada de alusiones autorreferenciales, contra quien entendía era el exponente de una "nueva teología" que se caracterizaba por un academicismo exacerbado (desechando las visiones de la gente corriente como mera ideología) y un cientificismo que redundaba, en el aspecto político, en una concepción sobre la superioridad de la vanguardia intelectual perfectamente coherente con el estalinismo. La teoría althusseriana, sostenía, convertía la crítica al empirismo en una exclusión de toda experiencia, y la crítica al historicismo, en un rechazo de toda historia. El resultado era un idealismo ajeno al materialismo histórico, ya que no existía manera de contrastar las proposiciones teóricas con lo real. Esta diatriba, que construía a conveniencia un adversario imaginario, y que aparecía cuando el mismo Althusser realizaba sus últimas despiadadas autocríticas antes de un inminente silencio final, erraba el blanco y llegaba a destiempo. El tiro por elevación era, sin embargo, para aquellos intelectuales ingleses que, como Johnson, habían recepcionado el pensamiento del filósofo francés, conformando una línea teórica de izquierda que se oponía al tradicional empirismo insular que Thompson defendía orgullosamente.12

Esta defensa parecía llena de lagunas y contradicciones que diversos autores no tardaron en poner al descubierto. Por otro lado, parecía desconocer todo efecto benéfico de parte de un marxismo estructuralista que, tomado con recaudos, podía aportar ciertas armas críticas relevantes. Es que entre otras cosas, como señalaba por aquel entonces el historiador Raphael Samuel, "Al centrar la atención en las formas de conocimiento y las maneras en que se median los significados, el estructuralismo nos hace por fuerza más conscientes de la naturaleza contingente de las representaciones históricas y nos obliga a considerarlas como construcciones ideológicas más que como el registro empírico de acontecimientos pasados".13 Nada de esto parecía conmover a Thompson, quien en un famoso encuentro junto a Stuart Hall y el mismo Richard Johnson celebrado en 1979, desacreditaba en bloque a todo el althusserianismo inglés, prosiguiendo los argumentos de su libro sin tener en cuenta algunas críticas pertinentes a su propia labor historiográfica. Sin embargo, el balance más extenso, profundo y equilibrado (desde una posición no althusseriana) del libro de Thompson sería publicado un año después por Perry Anderson, bajo el título Arguments within English Marxism,14 continuando una discusión que contaba con una larga historia precedente.15 En ese intercambio, Anderson analizaba con amplitud la obra histórica y las posiciones políticas de Thompson, dedicándole un capítulo entero a su tratamiento de la acción social y la experiencia, cuestiones que, como veremos, entendía que eran tan centrales en sus investigaciones como problemáticas en sus resultados.

A diferencia de Williams, Thompson había otorgado un papel explicativo central y explícito, ya en su principal obra de 1963 La formación de la clase obrera en Inglaterra, al concepto de experiencia. En el famoso prefacio de ese libro sostenía que la experiencia funcionaba precisamente como mediación entre el ser social y la conciencia, evitando un determinismo económico mecánico (o sea, aquel que derivaba la emergencia de la clase obrera inmediatamente desde las condiciones económicas transformadas por la revolución industrial). La clase, aducía allí, no podía comprenderse sólo por el lugar ocupado en la producción, sino que se concebía en términos de formación histórica que devenía a partir de un proceso de articulación cultural de las experiencias en forma de una identidad opuesta a otras clases:

[...] la clase cobra existencia cuando algunos hombres, de resultas de sus experiencias comunes (heredadas o compartidas), sienten y articulan la identidad de sus intereses a la vez comunes a ellos mismos y frente a otros hombres cuyos intereses son distintos (y habitualmente opuestos a los suyos). La experiencia de clase está ampliamente determinada por las relaciones de producción en las que los hombres nacen, o en las que entran de manera involuntaria. La conciencia de clase es la forma en que se expresan estas experiencias en términos culturales: encarnadas en tradiciones, sistemas de valores, ideas y formas institucionales. Si bien la experiencia aparece como algo determinado, la conciencia de clase no lo está.16

Uno de los objetivos de Thompson era derribar la clásica tópica marxista de base y superestructura, destacando en cambio el hecho de que la existencia de un sujeto social como la clase obrera sólo era concebible en la medida en que se produjese precisamente una subjetivación, una identidad de clase que llevara a la actuación de los sujetos que la componen en términos clasistas.17 Esto implicaba difuminar, al mismo tiempo, la usual distinción entre clase en sí y clase para sí, y entre situación objetiva y conciencia de clase, y con ello alejarse de la concepción sobre "verdadera" y "falsa" conciencia. Desde este punto de vista, si no se corroborase la existencia de cierta conciencia de sí, carecería de sentido hablar de clase. Tal visión suscitó diversas críticas en el campo marxista, aunque éstas se enfocaron fundamentalmente contra la negativa de Thompson a considerar posiciones estructurales de clase que no tuvieran su contraparte intersubjetiva (ya que, según entendía, esto supondría admitir automáticamente que "la clase es una cosa").18 Esta opción teórica, que enfatizaba lo descriptivo sobre lo normativo, implicaba además, por supuesto, un explícito rechazo al vanguardismo, que Thompson asimilaba a un elitismo y una subestimación de la cultura popular que redundaba en una política de sustitución, por los intelectuales o el partido, de lo que los miembros de la clase "deberían pensar".

Ahora bien, como muestra la cita anterior, Thompson no desconocía la importancia de las condiciones estructurales en tanto determinantes, sino que intentaba establecer la específica modalidad en que éstas actuaban para dar lugar a la emergencia de un nuevo sujeto colectivo clasista. Esto es, que estas condiciones no actúan sobre un vacío, sino en el marco de una cultura y de tradiciones específicas que a la vez mutan por los cambios dados en la estructura social, influyendo de manera decisiva sobre la forma que adquiere la identidad o conciencia de clase. Por esta razón, otorgó en La formación un lugar sustantivo al estudio de las tradiciones previas a la conformación de una específica cultura clasista, investigando extensamente las concepciones y las prácticas de artesanos, tejedores y toda una serie de trabajadores que no pertenecían al nuevo grupo de los obreros de fábrica. De aquí provenía la idea de una indeterminación de la conciencia, ya que la identidad se conforma a partir de la recreación activa de las experiencias sobre la base de los recursos culturales disponibles, sin seguirse directamente de esas experiencias. También la célebre aseveración acerca de que la clase obrera "se hizo a sí misma tanto como la hicieron otros", o sea, que tuvo tanta importancia esta acción de elaboración propia como las determinaciones objetivas que la constriñeron:

Las relaciones de producción cambiantes y las condiciones de trabajo de la revolución industrial fueron impuestas, no sobre una materia prima, sino sobre el inglés libre por nacimiento [...] Y el obrero fabril o el calcetero era también el heredero de Bunyan, de derechos locales no olvidados, de nociones de igualdad ante la ley, de tradiciones artesanas. Era el objeto de un adoctrinamiento religioso a gran escala y el creador de tradiciones políticas. La clase obrera se hizo a sí misma tanto como la hicieron otros.19

Así, el foco del análisis histórico se colocaba no sólo sobre los cambios económicos producidos por la revolución industrial, sino también sobre aspectos de la historia política y cultural fundamentales para comprender la específica conformación de la clase obrera inglesa entre 1790 y 1832.

Dado que Thompson no pretendía entonces desconocer la importancia de aquellos cambios económicos, sino enfatizar el carácter de determinación indirecto que otorgaban para la emergencia de una nueva clase, y que para él sólo tenía sentido hablar de clase en tanto se corroborara la existencia de una nueva identidad, el concepto de experiencia se proponía como mediación entre los dos términos, ya que la experiencia remitía a la forma en que eran vivenciados tales cambios. El problema que surgía de esta propuesta, y que sus críticos no tardaron en destacar, es que la experiencia aparecía a la vez como mediación y como parte de la conciencia social, sin quedar su operatividad rigurosamente clara, sobre todo en términos de explicación de las causalidades.20 Reconociendo que allí había una dificultad, el mismo Thompson intentó responder a estas críticas proponiendo una diferenciación entre dos acepciones de experiencia, una, la experiencia "vivida", y otra, la experiencia "percibida", la primera del lado del "ser social", la segunda del lado de la "conciencia":

Lo que vemos -y estudiamos- en nuestra labor son acontecimientos repetidos dentro del "ser social" -acontecimientos, de hecho, que a menudo son consecuencia de causas materiales que suceden a espaldas de la conciencia o de la intención- que inevitablemente dan y deben dar origen a la experiencia vivida, la experiencia I, que no penetran instantáneamente como "reflejos" en la experiencia II, pero cuya presión sobre la totalidad del campo de la conciencia no puede ser desviada, aplazada, falsificada o suprimida indefinidamente por la ideología.21

Si la intención parecía ser postular una doble articulación de la subjetividad, con un primer nivel configurado por la influencia del ser social y un segundo nivel relativamente autónomo respecto del primero, como bien indica Miguel Caínzos, se trataba de una ambigua formulación que tampoco permitía evidenciar los mecanismos a través de los cuales el ser social ejerce "presión" sobre la conciencia, manteniendo oscuras las relaciones de determinación entre uno y otra.22 Tampoco terminaba de dejar en claro, según apuntaba Anderson en sus Arguments, qué garantiza el pasaje desde una mera vivencia a una singular configuración clasista que - desde un punto de vista marxista- implica una lectura mucho más compleja del mundo social y, por lo tanto, un tipo de conocimiento sobre este último. Anderson destacaba aquí la distinción entre la experiencia en sentido de percepción inmediata, por un lado, y de aprendizaje, por el otro, sosteniendo que Thompson tiende a dar por sentado el segundo por el primero, lo cual queda desdicho por el más básico sentido común. Por el contrario, concluía, "la experiencia como tal es un concepto tous azimuts, que puede apuntar en cualquier dirección. Los mismos acontecimientos pueden ser vividos por distintos agentes que extraigan de ellos conclusiones diametralmente distintas".23

Esta recusación del uso del concepto de experiencia se enlazaba con la confusión que, según Anderson, promovía el enfoque de Thompson entre modalidades de acción cualitativamente distintas. Así, señalaba la distancia existente entre acciones con objetivos "privados", aquéllas con objetivos "públicos" y las que, mucho menos comunes, pretendían cambiar las estructuras sociales. En su opinión, Thompson se deslizaba desde el primero al tercer sentido de acción a través del segundo, dando lugar a una concepción que sobreestimaba el papel de la acción voluntaria para determinar el cambio: "El error conceptual aquí implícito es unir bajo el rótulo único de 'acción' (agency) aquellas acciones que son de hecho voliciones conscientes a nivel personal o local, pero cuya incidencia social es profundamente involuntaria (por ejemplo, la relación de la edad del matrimonio con el crecimiento de la población), con aquellas acciones que son voliciones conscientes a nivel de su propia incidencia social".24 Estas últimas acciones, a las cuales apuntaría todo proyecto político marxista, no sólo implicarían un grado de autodeterminación no verificable en la mayor parte de los casos (en la concepción de Anderson, sólo sería un horizonte de posibilidad en una verdadera democracia socialista), sino un tipo de intervención transformadora de la estructura social cuya precondición es algún nivel de conocimiento certero sobre esta última.

La atracción del trabajo historiográfico de Thompson reside precisamente en su presentación de los acontecimientos a través del punto de vista de los sujetos que los vivencian. Su intención es mostrar cómo las estructuras objetivas toman cuerpo en una determinada respuesta subjetiva que contiene tanto elementos cognitivos como valorativos y emocionales. Es por esto que, en su opinión, la "experiencia [...] es indispensable para el historiador, ya que incluye la respuesta mental y emocional, ya sea de un individuo o de un grupo social, a una pluralidad de acontecimientos relacionados entre sí o a muchas repeticiones del mismo tipo de acontecimiento".25 En un iluminador trabajo, William Sewell ha llamado la atención sobre el hecho de que, a partir de tal marco interpretativo, Thompson no sería de ningún modo un "culturalista" (crítica que, como hemos visto, se le hizo en diversas ocasiones, y que él mismo rechazaba), lo cual implicaría una suerte de prerrogativa de lo cultural sobre otro tipo de explicaciones, sino más bien un "experiencialista" cuya narrativa privilegia el punto de vista de los agentes históricos sobre el del analista armado teóricamente en un sitio externo y superior.26 Este destacable interés por recuperar las experiencias del pasado sin un prejuicio intelectualista lo habría llevado sin embargo a validar esos marcos de intelección sin tener en cuenta el grado de opacidad del sujeto sobre sí mismo y lo social. El resultado sería una imposibilidad de crítica por criterios externos a las vivencias subjetivas, un relativismo extremo y, finalmente, una concepción no problemática acerca del conocimiento que los actores pueden adquirir sobre su posición a partir de sus experiencias. En nuestra opinión, es sintomático en este punto el uso estratégico que tiene en La formación de la clase obrera en Inglaterra la metáfora sobre la mayor transparencia de la explotación económica a partir de las transformaciones suscitadas por la revolución industrial.27

A pesar de esta serie de inconvenientes que sin duda ponen en cuestión la capacidad explicativa de la concepción thompsoniana sobre la conformación de las clases sociales, convenimos con Sewell en que, de alguna manera, su obra histórica nos presenta una suerte de resolución práctica, aunque no generalizable en términos teóricos, de la dialéctica entre ser social y conciencia en el caso inglés. Aun conteniendo diversas proposiciones discutibles, Thompson trabaja con indudable maestría las múltiples determinaciones que colaboraron en la emergencia de la clase obrera en aquel país. De esta forma, y a pesar de postulaciones teóricas muy problemáticas que no necesariamente condicen con ese trabajo, puede sostenerse que su narrativa "asume de manera implícita no sólo que la base de las relaciones de producción es determinante en último caso, sino también que toda una serie de sistemas culturales, institucionales y políticos relativamente autónomos son sobredeterminantes [y que] en este sentido, su modelo tácito de la tectónica social se halla en realidad muy cercano al de Althusser".28 Sin embargo, la tajante distancia con este autor se mantiene no solamente por cuestiones relacionadas con la retórica confrontativa de Thompson, o por sus insuficiencias para construir una concepción teórica firme que no desconozca ciertos puntos de contacto con aquel autor, sino, sobre todo, por una antinómica posición en torno a la cuestión del sujeto. El "experiencialismo" thompsoniano consiste precisamente en la investigación sobre el complejo proceso por el cual se constituye un colectivo intersubjetivo a partir de una articulación de nuevas situaciones; un sujeto colectivo con un espacio de volición y legibilidad de su situación imposible desde la posición althusseriana, que lo entiende como mero "soporte de estructuras" y sujetado por la ideología, inmerso en una dinámica histórica concebida en los términos de un "proceso sin sujeto ni fines". En este punto, se comprende por qué, tal como lo sintetiza Anderson, el problema de la experiencia se interpreta desde dos perspectivas polares, ya que:

Para Althusser la experiencia inmediata es el universo del engaño, la vaga experientia de Spinoza, que sólo puede conducir al error. Únicamente la ciencia, basada en un trabajo de transformación conceptual, proporciona conocimiento. [...] Por el contrario, para Thompson la experiencia es el medio privilegiado en el que se despierta la conciencia de la realidad y en el que se mueve la respuesta creadora a ésta. Une ser y pensamiento, como exponente que es de la autenticidad y de la espontaneidad, y reprime los vuelos de la teoría hacia la artificialidad y la sinrazón. Esta definición, en cambio, es irreconciliable con la ceguera ante la realidad y la profundidad del desastre que experiencias tan destacadas como la fe religiosa o la lealtad nacional han provocado en quienes estaban bajo su influencia. Althusser identifica equivocadamente la experiencia sólo con este tipo de engaño; Thompson invierte el error e identifica esencialmente la experiencia con la intuición y el aprendizaje.29

III

La discusión en torno al problema de la experiencia en la historiografía marxista inglesa de fines de los setenta se desplegó en el interior de un particular espacio compartido que tendería a erosionarse con rapidez a comienzos de la siguiente década. Con las distancias del caso, todos los interlocutores del debate que hemos presentado respondían a una firme convicción sobre la necesidad de una explicación materialista de lo social, y una orientación política en la que la clase obrera cumpliría un rol fundamental en el proyecto emancipatorio. El impacto de una multiplicidad de transformaciones, que en verdad venían gestándose desde tiempo atrás, terminó por corroer estas coordenadas políticas e intelectuales prevalecientes hasta ese momento, y se inició un período plagado de incertidumbres. En su libro Una línea torcida,30 Geoff Eley analiza las complejas modalidades bajo las cuales se produjo, en contrapunto con estas transformaciones, un cambio en el paradigma historiográfico, desde la antigua historia social, en auge en los sesenta y setenta, a la nueva historia cultural que dominaría el campo en los ochenta y los noventa. Uno de los grandes méritos de este trabajo es, sin embargo, demostrar la enorme amplitud y heterogeneidad contenidas en estas dos orientaciones historiográficas sucesivamente hegemónicas, así como lo intrincado y desacompasado de tal movimiento, en un camino que, como el título escogido indica, se asemeja más a una línea sinuosa que a un trazado recto.31 Nuestra intención aquí es, por lo tanto, indagar algunas formas relevantes que adquirió el tratamiento del problema de la experiencia en la historiografía en este momento de "giro hacia la cultura", pero sin pretender de ninguna manera aplanar el hecho de que en rigor continuaron conviviendo una multitud de variantes de hacer historia que divergían en torno a esta problemática. Lo interesante, en todo caso, es que la experiencia, en un entramado reconfigurado, continuó siendo un concepto sumamente controvertido y disputado.

La paulatina corrosión de las seguridades materialistas, que implicó en muchos casos el desplazamiento del interés por las explicaciones en términos de causación social hacia el del ámbito de los significados, puede graficarse ejemplarmente con la publicación, en 1983, del libro Lenguajes de clase, de Gareth Stedman Jones.32 El autor, miembro fundador del History Workshop Journal, recopilaba en ese volumen una serie de artículos escritos entre 1973 y 1982 que mostraban una firme evolución en esa dirección. En la introducción al texto, Jones explicitaba su cada vez mayor descontento con una historia social de ambiciones totalizadoras, que en un inicio él proyectaba reformular a partir de un diálogo con la teoría -especialmente en su versión marxista estructuralista- y mediante un énfasis en lo político, lo ideológico, lo cultural, etc., hasta que comprendió la importancia del análisis lingüístico, y tomó el discurso como instancia insuprimible y articuladora. De esta manera, sostenía, su concepción sobre la categoría de clase había variado sustancialmente, lo cual podía corroborarse a lo largo de los ensayos:

Los primeros recurren a una tensión entre las definiciones marxistas de clase y el comportamiento históricamente observable de determinados grupos de obreros [mientras que en los últimos] la clase es tratada como una realidad más discursiva que ontológica, centrándose el esfuerzo en explicar los lenguajes de clase a partir de la naturaleza de la política, y no el carácter de la política a partir de la naturaleza de las clases.33

Jones interpretaba como un error el haber defendido una concepción ingenua de lo social, en cuanto trataba al lenguaje como un exterior determinado, más que como una instancia inmanente y estructurante. De allí se seguía también su crítica a los conceptos de conciencia y experiencia de clase, ya que éstos suponían una causación unilateral y expresiva en relación con el lenguaje:

Lo que ocultan tanto la "experiencia" como la "conciencia" [...] es el carácter problemático del propio lenguaje. Ambos conceptos implican que el lenguaje es un simple medio a través del cual la "experiencia" encuentra una expresión: una concepción romántica del lenguaje en la que aquello que en un principio es interior e individual lucha por encontrar una expresión exterior, y cuando lo ha hecho se ve reconocido en la experiencia de los otros, y en consecuencia se considera parte de una experiencia común. De este modo, la "experiencia" puede concebirse como una acumulación que desemboca en la conciencia de clase. Lo que este enfoque no puede admitir es la crítica que ha suscitado desde que la obra de Saussure fue comprendida en su más amplio significado: la materialidad del lenguaje mismo, la imposibilidad de remitirlo simplemente a una realidad primaria anterior, el "ser social", la imposibilidad de abstraer la experiencia del lenguaje que estructura su articulación.34

Obviamente esta crítica tocaba de manera directa la obra de Thompson, quien habría perdido de vista el problema de la ordenación lingüística de la experiencia. Así, a distancia de los reproches que este autor había recibido en los setenta por su "culturalismo" y la falta de anclaje en las determinaciones estructurales de clase, Jones invertía el argumento, señalando que su mayor debilidad consistía en haber mantenido una relación relativamente directa entre ser y conciencia social. Por esto, y aun reconociendo el aporte thompsoniano en función de una concepción menos unívoca de tal determinación, le recriminaba su continuidad con un paradigma objetivista de la historia social y una concepción referencial del leguaje.35

Unos años después, y ya afianzado como uno de los principales referentes del giro hacia el lenguaje en historia, Jones incluso ampliaba estas críticas hacia toda forma de causación por esferas extradiscursivas. En su opinión, el enorme influjo de la obra de Foucault entre los historiadores que ahora prestaban especial atención al lenguaje había implicado sin embargo el mantenimiento de una oposición entre formaciones discursivas y dominios no discursivos, recayendo en una nueva modalidad de determinismo, aun cuando éste se hubiese desplazado desde lo económico hacia las relaciones de poder. Jones recusaba cualquier tipo de separación dicotómica de esferas y precedencia ontológica de una a otra y, tal como se explicitaba desde el mismo título de un polémico artículo de mediados de la década de 1990, consideraba que una búsqueda en tal dirección constituía una verdadera fijación disciplinaria que obstruía el desarrollo del enfoque lingüístico en historia.36

Por otra parte, uno de los principales argumentos de ese texto consistía en la necesidad de recuperar el rol activo de la intencionalidad de los agentes, algo que se habría perdido por el vínculo de la mayor parte de los enfoques discursivos con un estructuralismo reduccionista y finalmente funcionalista, en el cual se denegaba cualquier papel significativo a los sujetos.37 La propuesta del autor era trabajar, entonces, sobre las disputas entabladas entre individuos y grupos sociales en torno a los significantes, tomando en cuenta que en toda discursividad existen sentidos superpuestos, y que el lenguaje se estructura al mismo tiempo como campo de articulación hegemónica y de luchas por el sentido. Esta perspectiva carecía, sin embargo, de una discusión sobre la en sí misma sumamente problemática categoría de sujeto, desconociendo las dificultades de presentarla como instancia preconstituida y autónoma -lo que haría recaer, en los propios términos de Jones, en una nueva dicotomía-, por lo cual se le reprocharía posteriormente el haber rehabilitado, aun desde explicaciones enriquecidas y sofisticadas, un relativismo subjetivista de nuevo cuño.38

IV

Una crítica de tales características puede encontrarse en la historiadora norteamericana Joan Scott, quien sin dudas es una de las mayores representantes de los cambios historiográficos que entre los setenta y los ochenta socavaron la hegemonía de la historia social. De hecho, Scott era una de las representantes más brillantes de una nueva generación de jóvenes historiadores sociales cuando, con el cambio de década, comenzó a cuestionar aquella orientación y a formular una propuesta sustentada en el postestructuralismo. De esta manera, tal como señala Eley, entre su trabajo publicado junto a Louise Tilly en 1978 y su enormemente influyente libro recopilatorio de 1988 -Género e historia- mediaba mucho más que una mera distancia temporal, marcando la fractura del consenso generacional sobre la que se basaba la popularidad de la historia social en el período anterior.39

Scott, cuyo tema de investigación histórica había sido el de las trabajadoras francesas durante la primera mitad del siglo xix, realizó entonces una crítica radical a su propia labor anterior, enfatizando que si bien el programa de rescate de los sujetos sociales subalternos, como es el caso de las mujeres -confluían aquí los intereses de la denominada "historia desde abajo" con la reivindicación feminista-, había permitido otorgarles un lugar desconocido por la historiografía tradicional, en general había tenido como contraparte una ausencia de problematización de las categorías de adscripción a las que pertenecían aquellos sectores relegados, tratándolas como entidades fijas, identidades que se daban por supuestas.40 Por el contrario, aducía, un enfoque postestructuralista permitiría relativizar e historizar esas identidades, en tanto las trataba como configuraciones constituidas discursivamente, en una relación diferencial con otras categorías de adscripción. Así, a partir de la recepción y elaboración de las obras de Derrida y Foucault, la autora proponía una concepción del discurso como sistema de significación a partir del cual se organizan las prácticas y las representaciones del mundo (incluyendo la autopercepción y el vínculo intersubjetivo), conformando un entramado que, a pesar de poder aparentar cierta rigidez, en rigor es inestable y se halla surcado por disputas.41 Tal como explica Miguel Ángel Cabrera, esta posición de Scott acerca del discurso se caracteriza por tanto en el énfasis en su carácter constitutivo o realizativo, en cuanto patrón de significados que toman parte activa en la constitución de los objetos de los que habla y de los sujetos que lo encarnan y lo traducen en acción.42 Es desde este punto de vista que Scott asumía la defensa del concepto de género, en un celebrísimo artículo originalmente publicado en 1986, no en tanto diferencia sociológica entre hombres y mujeres, sino como particulares sistemas de significados que construyeron históricamente esa diferencia.43

A partir de estas proposiciones puede comprenderse el tajante rechazo que se encuentra en aquel texto a la idea de una posibilidad de entender la experiencia por fuera del discurso que la articula, ya que "sin significado, no hay experiencia; sin procesos de significación no hay significado".44 En un trabajo posterior, publicado en 1991, Scott abordaría nuevamente y con mayor detenimiento el problema de la experiencia, ya que le interesaba recusar a aquellos escritores que, guiados por la supuesta "evidencia de la experiencia" de los excluidos, pretendían realizar una rehabilitación naturalizando aquellas categorías sociales que era preciso, por el contrario, explicar histórica y relacionalmente. De esta forma, sostenía, en esos relatos la evidencia de la experiencia,

ya sea concebida a través de una metáfora de la visibilidad o de cualquier otra manera que tome el significado como transparente, en vez de poner en cuestión reproduce sistemas ideológicos dados, aquellos que asumen que los hechos de la historia hablan por sí mismos y, en el caso de la historia del género, aquellos que se apoyan en nociones de una oposición natural o establecida entre las prácticas sexuales y las convenciones sociales y entre la homosexualidad y la heterosexualidad. Las historias que documentan el mundo "oculto" de la homosexualidad, por ejemplo, muestran el impacto del silencio y la represión sobre las vidas de quienes han sido afectados por éste, y sacan a la luz la historia de su supresión y explotación. Pero el proyecto de hacer la experiencia visible deja fuera el examen crítico del funcionamiento del sistema ideológico mismo, de sus categorías de representación (homosexual/heterosexual, hombre/ mujer, negro/blanco como identidades fijas e inmutables), de sus premisas acerca de lo que estas categorías significan y cómo operan, de sus nociones de sujetos, origen y causa.45

Scott sostenía que, por tanto, era preciso investigar los procesos históricos que, mediante el discurso, posicionan a los sujetos y producen sus experiencias. Y dada su adscripción postestructuralista, este tipo de análisis no podía partir, por supuesto, desde un sujeto constituyente y sin fisuras. Por el contrario, la misma subjetividad, siempre dislocada, se conformaba en esta concepción a través del propio discurso, con lo cual

no son los individuos los que tienen la experiencia, sino los sujetos los que son constituidos por medio de la experiencia. En esta definición la experiencia se convierte entonces no en el origen de nuestra explicación, no en la evidencia definitiva (porque ha sido vista o sentida) que fundamenta lo conocido, sino más bien en aquello que buscamos explicar, aquello acerca de lo cual se produce el conocimiento".46

A diferencia de un esquema como el thompsoniano, en el que la experiencia es postulada como mediación entre ser social y conciencia, Scott propone una versión teórica en la cual el discurso, en tanto sistema relacional de significación, se halla como instancia previa y no determinada causalmente, frente al mundo objetivo y los sujetos. De esta forma, se rechaza la idea de que las personas experimenten la realidad a partir de la interiorización de sus propiedades objetivas; al contrario, toda experiencia se encuentra mediada por la atribución de significado según las categorías discursivas disponibles. Contra la idea de una evidencia autorizada y la transparencia de la realidad, que se expresa a través del lenguaje, Scott destaca la naturaleza construida de la experiencia, ya que es necesario preguntarse por cómo se estructuran la visión y las identidades de sujeto, por medio de un sistema que no es él mismo subjetivo. De allí se sigue su advertencia, según señala críticamente, de que la descripción de Thompson en La formación termina por esencializar la categoría de clase, ya que la toma como "una identidad con raíces en relaciones estructurales que preexisten a la política. Lo que esto oscurece es el contradictorio y cuestionado proceso por el cual la clase misma fue conceptualizada, y por el cual diferentes tipos de posiciones del sujeto fueron asignadas, sentidas, cuestionadas o aceptadas".47 Por otra parte la historia de Thompson, destaca Scott, excluía aspectos enteros de la actividad humana al no contarlos como experiencia. La clase era allí la identidad que se colocaba por encima de las demás, como el género, la etnicidad, etc. De esta forma, se desconocía por ejemplo el carácter masculinizado de la identidad de la clase obrera inglesa, olvido en el que también recaía la visión revisionista de Gareth Stedman Jones.48

La recusación a la "evidencia de la experiencia" también recaía contra una concepción ingenua que desconoce el propio andamiaje discursivo a partir del cual el historiador interpreta el pasado. Es que la idea de que se pudiese acceder a la experiencia pretérita podía funcionar como principio "fundacionista", al establecer un ámbito de realidad fuera del discurso que brinda autoridad a quien tuviese acceso. Aquí se produce además una clásica operación de ocultamiento del posicionamiento de quien habla, configurando una aparente neutralidad del sujeto de conocimiento, sin preguntarse sobre los vínculos entre la historia que escribe con sus adscripciones de género, clase, etnia, etc. De lo que se trata, en cambio, es de analizar tanto los sistemas discursivos del pasado como los del presente, desde los cuales el historiador los examina, posicionado en un determinado lugar que también debe problematizarse.49

Si la propuesta de Scott, finalmente, criticaba la separación entre experiencia y discurso, enfatizando el carácter constitutivo de este último y rechazando la posibilidad de un acceso inmediato al mundo fenoménico, no implicaba, según remarcaba, introducir un determinismo lingüístico ni desconocer la actividad práctica de los agentes, ya que

Los sujetos son constituidos discursivamente, pero existen conflictos entre los sistemas discursivos, contradicciones dentro de cualquiera de ellos, múltiples significados posibles para los conceptos que colocan. Y los sujetos tienen agencia. No son individuos unificados y autónomos que ejercen su libre albedrío, sino más bien sujetos cuya agencia se crea a través de las situaciones y estatus que se les confieren. Ser un sujeto significa estar "sujeto a condiciones definidas de existencia, condiciones de dotación de agentes y condiciones de ejercicio". Estas condiciones hacen posible elecciones, aunque éstas no son ilimitadas. Los sujetos son constituidos discursivamente, la experiencia es un evento lingüístico (no ocurre fuera de significados establecidos), pero tampoco está confinada a un orden fijo de significado. Ya que el discurso es por definición compartido, la experiencia es tanto colectiva como individual. La experiencia es la historia de un sujeto. El lenguaje es el sitio donde se representa la historia. La explicación histórica no puede, por lo tanto, separarlos.50

V

La defensa de Scott de una historia en clave deconstructiva suscitó una amplia polémica que, dada su extensión, resulta imposible siquiera resumir aquí.51 Nos interesa remarcar, en todo caso, que en términos generales sus críticas a la historia social convergían con la de toda una serie de historiadores que colocaron el discurso, bajo una concepción no subjetivista ni referencial del lenguaje, como instancia privilegiada de análisis. Aun así, esta orientación adquirió una miríada de variantes que, en muchos casos, se alejan de manera considerable de los planteos más radicalmente postestructuralistas de Scott. Cabe destacar, sobre todo, aquellos que han puesto su foco de atención, bajo la influencia de autores como Giddens, Bourdieu o De Certeau,52 en la acción y las prácticas sociales, en las cuales el lenguaje ocupa un lugar determinante, aunque considerándolo sólo como uno de los sistemas que las organizan. Según ha sostenido recientemente Gabrielle Spiegel, se trata de un abordaje "neofenomenológico", centrado en el actor o agente histórico, que examina la dialéctica entre estructura y agencia desde un constructivismo semántico (en el que el significado se produce en el uso corriente de la lengua), y en el que la cultura se presenta no tanto como estructura sistemática sino como repertorio de competencias, estrategias, etc., bajo una racionalidad propia de la misma práctica.53 Por otra parte, importantes representantes de la historia cultural, como Geoff Eley o William Sewell -quienes de todas maneras nunca adscribieron a las versiones más radicales del postestructuralismo-, están abogando por una recuperación de ciertos aspectos de la historia social y proponiendo nuevas perspectivas teóricas que se alejan cada vez más firmemente de una visión en la cual el análisis discursivo anega todas las esferas.54

El panorama historiográfico actual dista por tanto de ser homogéneo -y cabe dudar de que alguna vez lo haya sido-, aunque parece orientarse en una dirección distinta a aquella en la cual se produjo la prédica deconstructivista de Scott en contra de la "evidencia" de la experiencia. Así, aun cuando ya no es sostenible una versión meramente referencial del lenguaje, ni una concepción de la experiencia en la cual podría tenerse un acceso inmediato a lo real sin una articulación discursiva,55 los historiadores tienden a prestar una renovada atención a su dialéctica con fenómenos extralingüísticos, y a recuperar la importancia de las determinaciones sociales en términos causales. Por otra parte, si el examen de la propia forma en que los sujetos vivencian o experimentan sus condiciones de existencia se ha convertido desde hace mucho en un objeto central del análisis histórico, vuelve a reconocerse la importancia de estructuras y procesos que no son objeto de experiencia directa (aunque tengan consecuencias experienciales) y ameritan enfoques y metodologías que no se concentran en la perspectiva del agente.56

Más allá de estos cambios de tendencia y divergencias en la investigación, puede afirmarse, como conclusión general del recorrido a través de las diversas concepciones sobre la experiencia tratadas en el presente trabajo, que éstas siempre se han vinculado a determinados marcos interpretativos sobre las modalidades de la acción social y las prácticas, así como a su dialéctica con los aspectos estructurales. En la medida en que estas cuestiones apuntan al rol de los agentes y a una multiplicidad de determinantes como factores causales de la recurrencia y el cambio, tocan el nervio mismo de las discusiones sobre la explicación histórica, y al mismo tiempo las trascienden, en tanto son en rigor problemas fundamentales para todas las ciencias sociales, más allá de sus diferenciaciones disciplinarias. De hecho, ha sido mucho más corriente que, por caso, sociólogos o antropólogos reflexionen con mucha mayor precisión y agudeza acerca de estos problemas, aunque también es cierto que historiadores como Thompson o Scott han tenido un papel relevante en la reformulación de las concepciones en torno a ellos. En fin, remarcamos simplemente que un examen ajustado sobre el tratamiento historiográfico de la cuestión de la experiencia debería prestar especial atención al impacto de las propuestas teóricas elaboradas por otras disciplinas sobre lo social. Además, en términos generales existió una afinidad entre la evolución de estas últimas y las orientaciones que consignamos para el caso de la historia.

Quisiéramos concluir, sin embargo, destacando un aspecto de la reflexión en torno a la experiencia para el cual la perspectiva histórica ocupa sin dudas un lugar sustancial. Se trata de la indagación no solamente de los esperables cambios en las estructuras de intelección que son condición de posibilidad de la experiencia (lo cual conlleva algo así como una historización de las categorías kantianas, y que vimos era uno de las problemáticas que intentó desandar Raymond Williams, para la literatura, bajo la categoría de "estructura de sentimiento"), sino también del proceso de modalización de esta última que trajo consigo el pasaje a la modernidad. La fragmentación y la conformación de esferas relativamente autónomas y especializadas en relación con las actividades científicas, artísticas, religiosas, etc., es precisamente un proceso histórico emergente de largo plazo que ha determinado la escisión de la propia experiencia, bajo la tan extendida lógica contradictoria entre un aumento en las potencias sociales y un empobrecimiento del vínculo de los sujetos (y entre los sujetos) con esas fuerzas desatadas. Es ésta una compleja y arduamente discutida cuestión que, creemos, es uno de los aspectos fundamentales de la obra de Marx y toda una tradición de pensamiento que incluye a autores como Simmel, Lukács, Benjamin y Adorno, entre otros. Esta línea de inquisición, que apenas atinamos a apuntar aquí, y que deja entrever un posible vínculo entre crítica filosófica y estudio histórico que, sostenemos, podría arrojar resultados sumamente relevantes, parte en efecto del trabajo del autor de El capital; es que fue él, precisamente, quien destacó la doble faz de nuevas potencialidades y concreta pobreza que conllevó el ascenso capitalista, así como la necesidad de superar un conocimiento unilateral y ahistórico por medio de su dialectización con la actividad práctica, bajo la modalidad de una renovada praxis. Y de esta manera quedó planteada, aún con toda una trágica historia por transitar, la tematización acerca de que la experiencia no es sólo una particular modalidad de vínculo entre sujetos y objetos que ha variado sus contenidos en diversos espacios y tiempos, sino ella misma un fenómeno variable históricamente, y por tanto también un área para la lucha por el cambio y la utopía.

En un trabajo reciente, el historiador intelectual Martin Jay ha intentado recomponer los polifónicos recorridos de la filosofía contemporánea por el concepto de experiencia. Sostiene allí que uno de los rasgos que vuelven más difícil la tarea de aclarar el sentido del término, pero que al mismo tiempo lo colocan en un entramado sumamente rico, es que aquél se encuentra permanentemente tensionado entre una diversidad de oposiciones. Así, la experiencia es punto de intersección entre el lenguaje público y la subjetividad privada, entre los rasgos comunes expresables y la interioridad individual. También se encuentra inscripta entre el mismo y el otro, la actividad y la pasividad, etc. Esto se vincula, enfatiza el autor, con que la experiencia debe implicar necesariamente una relación de diferencia o encuentro con la otredad; es preciso por tanto que suceda algo nuevo, que algo cambie, para que el término sea significativo. De hecho, en su raíz latina, "experientia" parece aludir no sólo a la idea de juicio, prueba o experimento, sino también a la "salida de un peligro": haber sobrevivido a los riesgos y aprendido algo a partir del encuentro con éste. Tal vez el mucho más acotado recorrido propuesto en este trabajo haya servido precisamente para aprehender la enorme complejidad, la ambigüedad y los múltiples sentidos que el concepto de experiencia adquirió en algunos trabajos significativos de la historiografía reciente. La prueba de la experiencia, en este aspecto, nos ha mostrado su recurrencia y desplazamiento, así como la permanente disputa en torno a su sentido; y que, en rigor, más que una respuesta acabada sobre lo que efectivamente es, sólo nos queda en claro su lugar estratégico en muy diversos espacios teóricos. También, que este lugar estratégico se debe a su capacidad para dar cuenta del vínculo dialéctico entre aspectos de lo social tan tensionados como no escindibles. En todo caso, y parafraseando el título de un libro de Joan Scott, tal vez resulte que su mayor interés resida, precisamente, en que sólo nos ofrece paradojas.57

Notas

1 Walter Benjamin, Calle de mano única, Madrid, Editora Nacional, 2002, p. 15.

2 Raymond Williams, Palabras clave. Un vocabulario de la cultura y la sociedad, Buenos Aires, Nueva Visión, 2003, p. 140.

3 Nos referimos a "Mutations of critical ideology", primer capítulo de Terry Eagleton, Criticism and Ideology. A study in Marxist Literary Theory, Londres, Verso, 2006.

4 Raymond Williams, Marxismo y literatura, Barcelona, Península, 2001. La versión original inglesa es de 1977.

5 Entrevistas posteriormente publicadas en Raymond Williams, Politics and letters. Interviews with New Left Review, Londres, Verso, 1981.

6 Raymond Williams, Cultura y sociedad, 1780-1950. De Coleridge a Orwell, Buenos Aires, Nueva Visión, 2001; La larga revolución, Buenos Aires, Nueva Visión, 2003. Las versiones originales inglesas son de 1958 y 1961, respectivamente.

7 Williams, Politics and letters, p. 168. La traducción proviene de Martin Jay, Cantos de experiencia. Variaciones modernas sobre un tema universal, Buenos Aires, Paidós, 2009, p. 235.

8 Beatriz Sarlo, "Prólogo a la edición en español", en R. Williams, El campo y la ciudad, Buenos Aires, Paidós, 2001, p. 14.                                  

9 Al respecto véase "Dominante, residual y emergente", en Williams, Marxismo y literatura, pp. 143-149.

10 Traducido al castellano como Richard Johnson, "Thompson, Genovese y la historia socialista humanista", en R. Aracil y M. García Bonafe, Hacia una historia socialista, Barcelona, Serbal, 1983.

11 El extenso artículo que le dio nombre al libro fue publicado en castellano: E. P. Thompson, Miseria de la teoría, Barcelona, Crítica, 1981.

12 Y en rigor siquiera en este punto era certero, ya que en la misma Inglaterra existía una recepción muy diferenciada del althusserianismo, que en el caso de los historiadores era en su mayor parte crítica con sus excesos teoricistas. Así, como sintetizaba Stuart Hall, "[...] Miseria de la teoría apareció cuando el althusserianismo, como tendencia teórica unificada, ya había empezado a disgregarse y el teoricismo ya estaba agotado. Althusser proporcionó su propia 'autocrítica'. Pero, antes de ello, muchos de los que acusaban su influencia habían montado una crítica sostenida, 'desde dentro', por decirlo así. Otros, que consideraban importante su labor, pero rehusaron siempre adoptar una inclinación religiosa ante ella, habían librado un combate crítico con muchas de sus posiciones. Lo que es más importante, el clima de estos tiempos ha resultado ser cada vez más inhóspito para el tenor abstracto, teórico, de sus escritos". "En defensa de la teoría", en Raphael Samuel (ed.), Historia popular y teoría socialista, Barcelona, Crítica, 1984, p. 278.

13 R. Samuel (ed.), Historia popular, p. 53.

14 Transcribimos el título en inglés por su diferencia con el de la traducción castellana: Perry Anderson, Teoría, política e historia. Un debate con E. P. Thompson, Madrid, Siglo xxi, 1985.

15 Una excelente síntesis de todo el intercambio en José Sazbón, "Dos caras del marxismo inglés. El intercambio Thompson-Anderson", Punto de Vista, Nº 29, Buenos Aires, 1987, pp. 11-26.

16 E. P. Thompson, La formación de la clase obrera en Inglaterra, Barcelona, Crítica, 1989, p. XV.

17 Un interesante análisis sobre la crítica de Thompson a la tópica de base y superestructura se encuentra en Ellen Meiksins Wood, "Entre las fisuras teóricas: E. P. Thompson y el debate sobre la base y la superestructura", Historia Social, N° 18, Valencia, 1994, pp. 103-124.

18 Sazbón, "Dos caras del marxismo inglés", p. 16.

19 Thompson, La formación, pp. 203 y 204.

20 Por ejemplo, Stuart Hall: "Absorber o elevar las 'condiciones' estructurales al nivel de 'experiencia' es disolver la dialéctica en el corazón de la teoría", Hall, "En defensa", p. 284.

21 E. P. Thompson, "La política de la teoría", en R. Samuel (ed.), Historia popular, p. 314.

22 Miguel Caínzos López, "Clase, acción y estructura: de E. P. Thompson al posmarxismo", Zona Abierta, Nº 50, Madrid, 1989, p. 33.

23 Anderson, Teoría, política e historia, p. 31.

24 Ibid., p. 23.

25 Thompson, Miseria, p. 19.

26 William Sewell, "Cómo se forman las clases: reflexiones críticas en torno a la teoría de E. P. Thompson sobre la formación de la clase obrera", Historia Social, N° 18, Valencia, 1994, p. 92.

27 Véase Thompson, La formación, p. 207.

28 Sewell, "Cómo se forman las clases", p. 90.

29 Anderson, Teoría, política e historia, p. 63.

30 Geoff Eley, Una línea torcida. De la historia cultural a la historia de la sociedad, Valencia, puv, 2008.

31 El libro de Eley también trata, aunque con menor profundidad, las características de los cambios historiográficos en Alemania, Italia y Francia. Para una apreciación de los parecidos y las diferencias con el contexto particular tratado en nuestro artículo también pueden consultarse en castellano, para el caso de Francia, Jacques Revel, Un momento historiográfico. Trece ensayos de historia social, Buenos Aires, Manantial, 2005; Roger Chartier, "De la historia social de la cultura a la historia cultural de la sociedad", Historia Social, N° 17, Valencia, 1993, pp. 96-103; para Italia (aunque también hay referencias importantes en el citado libro de Revel), Giovanni Levi, "Sobre microhistoria", en Peter Burke (comp.), Formas de hacer historia, Madrid, Alianza, 1993, pp. 119-143; para Alemania, Jürgen Kocka, Historia social y conciencia histórica, Madrid, Marcial Pons, 2002.

32 Gareth Stedman Jones, Lenguajes de clase. Estudios sobre la historia de la clase obrera inglesa, Madrid, Siglo xxi, 1989.

33 Ibid., p. 8.

34 Ibid., pp. 19-20.

35 El movimiento cartista fue el objeto de estudio privilegiado donde Stedman Jones desplegó esta nueva perspectiva, enfatizando la necesidad de desplazar la explicación social por una político-lingüística. La nueva consigna, para éste y otros casos, como el de las burguesías inglesa y francesa decimonónicas, sería que la clase social es "más una creación retórica que una entidad social real"; véase Gareth Stedman Jones, "El proceso de la configuración histórica de la clase obrera y su conciencia histórica", Historia Social, N° 17, 1993, p. 118. Una temprana e inteligente crítica a sus planteos teóricos se encuentra en Ellen Meiksins Wood, "The Non-Correspondence Principle: A Historical Case", en The Retreat from Class: A New "True" Socialism, Londres, Verso, 1986, pp. 102-115; y una crítica a su interpretación de la evidencia sobre el cartismo, en Neville Kirk, "En defensa de la clase. Crítica a algunas aportaciones revisionistas sobre la clase obrera inglesa en el siglo XIX ", Historia Social, N° 12, 1992 [1987], pp. 58-100.

36 Gareth Stedman Jones, "The determinist fix. Some obstacles to the further development of the linguistic approach to history in the 1990s", en Gabrielle Spiegel (ed.), Practicing History. New Directions in Historical Writing After the Linguistic Turn, Nueva York, Routledge, pp. 62-75. La versión original del artículo fue publicada por el History Workshop Journal en 1996.

37 Ibid., p. 69.

38 Por ejemplo, Miguel Ángel Cabrera, "Linguistic Approach or Return to Subjectivism? In Search of an Alternative to Social History", Social History, vol. 1, Nº 24, 1999, pp. 76-78.

39 Eley, Una línea torcida, p. 188. Los libros referidos son Louise Tilly y Joan Scott, Women, Work, and Family, Nueva York, Hoolt, Rinehart and Winstom, 1978; y Joan Scott, Género e historia, México, Fondo de Cultura Económica, 2009, este último afortunadamente traducido en tiempos recientes.

40 Joan Scott, "Historia de las mujeres", en Peter Burke, Formas de hacer historia, Madrid, Alianza, 2003, pp. 75-76.

41 Véase la lectura de la autora a las obras de Foucault y Derrida en Joan Scott, "Igualdad versus diferencia: los usos de la teoría postestructuralista", Debate Feminista, vol. 5, Nº 3, México, 1992, pp. 85-104.

42 Miguel Ángel Cabrera, Historia, lenguaje y teoría de la sociedad, Madrid, Cátedra, 2001, pp. 56-57.

43 Joan Scott, "El género: una categoría útil para el análisis histórico", en James Amelang y Mary Nash (eds.), Historia y género. Las mujeres en la Europa moderna y contemporánea, Valencia, Universidad de Valencia, 1990, pp. 23-58.

44 Ibid., p. 42.

45 Joan Scott, "Experiencia", La ventana, Nº 13, México, 2001, pp. 49-50.

46 Ibid.

47 Ibid., p. 58.

48 En Joan Scott, Género e historia, cap. 3, también se encuentra una fuerte crítica a la concepción de lenguaje de Jones, así como a su interpretación del cartismo. El cargo, en el primer caso, es el de haber prestado más atención a la utilización de las palabras en vez de inquirir sobre la forma en que esas palabras, en cuanto discurso, adquieren o construyen significado; o sea, el haber tratado al lenguaje "como un vehículo de comunicación de ideas en lugar de concebirlo como un sistema de sentido o un proceso de significación", al reducir el sentido a "los enunciados instrumentales -las palabras que la gente dice a los demás- en lugar de transmitir la idea de que el sentido es el conjunto de las pautas y relaciones que constituyen la comprensión o bien un sistema cultural" (ibid., p. 84). En el segundo punto, la crítica es el haber mantenido una noción convencional de la política como conjunto de ideas, y haber realizado un mero desplazamiento desde el determinismo económico al político.

49 Puede verse al respecto la respuesta de Scott ante la pregunta sobre la relación de extrañamiento entre pasado y presente en Cristina Borderías Mondejar, Joan Scott y las políticas de la historia, Barcelona, Icaria, 2006, pp. 286-288.

50 Scott, "Experiencia", pp. 65-66.

51 Puede verse al respecto, por ejemplo, el debate de Scott con Bryan Palmer, Christine Stensell y Andy Rabinbach, traducido al castellano en Historia Social, Nº 4, 1989; con Laura Lee Downs, en Comparative Studies in Society and History, Nº 35, 1993, y con Thomas Holt, en James Chandler, Arnold Davidson y Harry Harootunian (eds.), Questions of Evidence. Proof, Practice and Pesuasion across the Disciplines, Chicago, Chicago University Press, 1994.

52 Especialmente Anthony Giddens, La constitución de la sociedad. Bases para la teoría de la estructuración, Buenos Aires, Amorrortu, 1995; Pierre Bourdieu, El sentido práctico, Buenos Aires, Siglo xxi, 2007; Michel de Certeau, La invención de lo cotidiano, 2 vols., México, Universidad Iberoamericana, 2000.

53 Gabrielle Spiegel, "Comentario sobre Una línea torcida", Entrepasados, Nº 35, Buenos Aires, 2009, pp. 30-31.

54 Véanse Eley, Una línea torcida, y William Sewell, Logics of History. Social Theory and Social Transformation, Chicago, University of Chicago Press, 2005.

55 Existen, por supuesto, casos en contrario, como la propuesta de Frank Ankersmit de una suerte de experiencia histórica sublime, por la cual podría obtenerse un contacto directo o inmediato con el pasado (bajo una forma más cercana a la estética que al conocimiento). Véase Frank Ankersmit, Experiencia histórica sublime, Santiago de Chile, Palinodia, 2008.

56 En este punto, resulta provechoso recordar el énfasis de Reinhart Koselleck, el célebre historiador conceptual, acerca de la irreductibilidad de los acontecimientos históricos -y las experiencias- por el lenguaje: "Sin acciones lingüísticas no son posibles los acontecimientos históricos; las experiencias que se adquieren desde ellos no se podrían interpretar sin lenguaje. Pero ni los acontecimientos ni las experiencias se agotan en su articulación lingüística. Pues en cada acontecimiento entran a formar parte numerosos factores extralingüísticos y hay estratos de experiencia que se sustraen a la comprobación lingüística. La mayoría de las condiciones extralingüísticas de todos los sucesos, los datos, instituciones y modos de comportamiento naturales y materiales, quedan remitidos a la mediación lingüística. Pero no se funden con ella. Las estructuras prelingüísticas de la acción y la comunicación lingüística, en virtud de la cual se instauran los acontecimientos, se entrecruzan mutuamente sin llegar a coincidir totalmente". Reinhart Koselleck, Futuro Pasado, Barcelona, Paidós, 1993, p. 287.

57 Nos referimos a Joan Scott, Only Paradoxes to Offer: French Feminists and the Rights of Man, Cambridge, Harvard University Press, 1996.

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