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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.16 no.1 Bernal jun. 2012

 

RESEÑAS

Jan-Werner Müller, Contesting Democracy. Political Ideas in Twentieth-Century Europe, New Haven/Londres, Yale University Press, 2011, 281 páginas

 

Este nuevo libro del historiador alemán y profesor de Ciencias Políticas en la Princeton University, Jan-Werner Müller, es simultáneamente una historia política de Europa desde la Primera Guerra Mundial y una reflexión sobre por qué Europa no pudo consolidar democracias liberales antes de 1945 y por qué sí pudo hacerlo en la segunda mitad del siglo. Su tesis es tan original y directa como polémica: en la segunda posguerra, el desarrollo democrático de la Europa occidental creció en un complejo proceso marcado no por el restablecimiento de un supuesto viejo orden interrumpido entre 1914 y 1945, sino por la urgencia y la cohesión de la lógica de Guerra Fría. Desde su perspectiva, en lugar de producirse un "retorno del liberalismo" o un "regreso de la democracia", se creó algo nuevo: una democracia constreñida por una mayoría de instituciones no elegidas democráticamente, tan fuertemente hostiles a los ideales de soberanía popular como a las "democracias populares" soviéticas. En este sentido, el Estado de Bienestar y la Comunidad Europea no se erigieron bajo el fundamento del liberalismo -que había abierto la puerta a los fascismos y al estalinismo-, sino que lo hicieron con el objetivo de prevenir el regreso de las experiencias fascistas y dando a los ciudadanos "seguridad" y "serenidad", según las palabras del líder laborista británico Aneurin Bevan. En este proceso, y éste es uno de los ejes centrales del libro, el papel de la Democracia Cristiana fue central, al presentarse al mismo tiempo como el partido anticomunista por excelencia y como un movimiento con profundas conexiones con una religión "real" opuesta a la artificial del fascismo.

El libro, una compilación de artículos hábilmente reconvertida en libro, después de una introducción en la que se plantean de manera clara y ordenada los ejes del trabajo, comienza con un capítulo dedicado de la Gran Guerra, la revolución bolchevique y las respuestas que algunos intelectuales -Max Weber tiene un papel central- dieron a estos nuevos fenómenos. Su elocuente título, "The Molten Mass", deja claro que el conflicto armado y la experiencia liderada por Lenin abrieron la puerta a una nueva época en la que el colapso de los antiguos imperios dominados por bien establecidos órdenes conservadores y jerárquicos dio paso a unos débiles regímenes republicanos, limitados en muchos casos por importantes conflictos nacionales y étnicos. Estos gobiernos surgidos después de 1918 dieron lugar, a su vez, a unos "Interwar experiments" -tal es el título del segundo capítulo- entre los cuales la República de Weimar ocupó uno de los lugares centrales. Müller dedica un espacio significativo a esta experiencia iniciada en 1919, que adoptó una constitución tan extremadamente liberal que una parte mayoritaria de sus élites burocráticas, militares, eclesiásticas y académicas la consideraron inaceptable e ilegítima. En este marco, analiza en detalle las ideas de Max Weber -sobre todo a partir de su conocido discurso de 1919 "La política como vocación"- como una de las respuestas posibles a las amenazas que padeció esta experiencia tanto de izquierdas como de derechas.

Pero Alemania no fue un caso único. La gran mayoría de los países europeos debieron enfrentarse simultáneamente al desafío de las potenciales contradicciones de un proceso marcado por una más o menos amplia democratización, una tendencia a la centralización de la economía (nacional) y la defensa de los supuestos wilsonianos de autodeterminación nacional. En este sentido, Müller estudia las condiciones y las ideologías bajo las cuales los discursos comenzaron a trascender lo meramente intelectual y capturaron la imaginación de las masas, para quienes las estructuras formales de la democracia dejaron de cumplir sus necesidades y aspiraciones. Con este objetivo, el texto se concentra en varias "in-between figures" -filósofos, abogados, constitucionalistas- que ejercieron un papel destacado como intelectuales. Después de pasar por los "pluralistas" británicos (G. H. Cole, Harold Laski), el autor analiza el pensamiento y la actividad de una serie de pensadores que entendieron la política como una pedagogía, entre los cuales sobresalen Antonio Gramsci y Otto Bauer, dos marxistas heterodoxos que se ocuparon con gran interés de los problemas del nacionalismo y proyectaron modelos de amplias coaliciones socialistas que, según el texto, acabaron por expresarse en la socialdemocracia sueca. El autor también ofrece un análisis interesante sobre la figura de György Lukács, considerado uno de los más importantes filósofos del período de entreguerras, responsable tanto de una sofisticada lectura de Marx como de una cierta inmadurez política que sostendría a lo largo de casi toda su vida.

Su análisis sobre el fascismo y el nazismo subraya, en la línea de Zeev Sternhell, el impacto de la filosofía de Georges Sorel sobre Mussolini y la extrema derecha, y la vinculación entre las acciones políticas de masas y la creación de mitos sociales y nacionales. Estos últimos, los mitos nacionales, fueron fundamentales en el proceso a través del cual las instituciones formales de la democracia liberal se convirtieron en dispositivos ajenos a unas masas que fueron atraídas por los diferentes proyectos fascistas. En la línea de autores como Roger Griffin o Ismael Saz, Müller analiza la aparición del fascismo como un fenómeno modernizador y diferente del de las elites conservadoras tradicionales. Desde su perspectiva, lejos de ser meros agentes conservadores de los intereses burgueses, fascismo y nazismo fueron revolucionarios y eminentemente modernos. Y, precisamente en este sentido, aparecieron para grandes sectores de las sociedades europeas como más democráticos que las propias democracias existentes.

Cuando después de la Segunda Guerra se puso fin al fascismo, la Europa occidental inició una tarea de reconstrucción política y una parte significativa de los nuevos líderes comprendieron que debía encararse un nuevo proyecto que iba más allá de la mera reconstrucción de lo que había existido antes del conflicto. Iniciaron lo que Müller llama "constrained democracy", un sistema que asumió las formas institucionales del parlamentarismo, el sufragio universal y la diversidad de partidos políticos, pero que al mismo tiempo impuso una serie de limitaciones, como la centralidad del Estado en las negociaciones colectivas sindicales, o la existencia de tribunales constitucionales no elegidos democráticamente, que actuaron como frenos elitistas a potenciales "desviaciones populistas". En lo económico, estas limitaciones se desarrollaron en el marco de un Estado intervencionista de inspiración keynesiana que añadió un elemento de seguridad a la estructura política.

En el desarrollo de este proceso, Müller enfatiza especialmente el papel de la Democracia Cristiana a través de las contribuciones de algunas figuras, como el italiano Alcide De Gasperi, el alemán Konrad Adenauer o el francés Robert Schumann, quienes consiguieron que sus partidos pasaran de ser enemigos de la democracia a pilares de ella. Antes de 1939, muchos partidos demócratacristianos se habían aliado con fuerzas antidemocráticas, pero, según el autor, los horrores de la guerra y el Holocausto los convencieron de que sus complicidades con el fascismo y con el nazismo estaban en contradicción con sus principios religiosos. En este proceso, el "personalismo" del católico francés Jacques Maritain fue central para reorientarlos hacia la democracia liberal y para hacer compatibles los ideales de la Iglesia Católica con los de la Revolución Francesa, lo que les permitió hallar una solución ética a la "jaula de hierro" de Max Weber. En las décadas posteriores, después de esta posguerra "disciplinada", la Democracia Cristiana se vio obligada a hacer frente a los grandes retos de 1968, que pretendió volver a legitimar los reclamos de democracia directa, y del neoliberalismo, que puso de relevancia los límites que podían establecerse a las actividades de los gobiernos democráticos.

La Europa del Este, en cambio, estuvo dominada por las llamadas "democracias populares" de un solo partido, consideradas por la URSS como la única verdadera forma de democracia. Allí, las luchas de las minorías disidentes tuvieron más impacto que las de Occidente, e incluso las contribuciones de intelectuales húngaros y checos fueron mucho más relevantes que el ecologismo y el feminismo posteriores a 1968 en el camino hacia el fin de la simpatía por el comunismo en todo el mundo y, posteriormente, hacia la desaparición de la Unión Soviética.

La idea general del texto presenta, sin embargo, algunos posibles cuestionamientos. Parece claro que el modelo presentado es aplicable para una parte significativa pero limitada de los países de la Europa Occidental. Por ejemplo, en 1939, Bélgica, Gran Bretaña, Finlandia, Irlanda o Suecia, entre muchos otros, tenían democracias más o menos estables. Sus sistemas se basaban en instituciones con raíces en el siglo XIX y tenían prácticas e instituciones desarrolladas. Eran sociedades liberalizadas, a pesar de sus serias limitaciones en términos de inclusión democrática; muchas de ellas vieron crecer movimientos de extrema derecha en los años treinta, que en la mayoría de los casos a la altura de la Segunda Guerra ya habían sido neutralizados o eran poco significativos. Por tanto, el modelo de la Democracia Cristiana parece aplicable fundamentalmente a la RFA y a Italia (y, con algún matiz, para Francia). En este sentido, podría afirmarse que no todos los países requirieron de la apoteosis de la Democracia Cristiana y que los valores democráticos no fueron irradiados desde los países más grandes e importantes hacia los más pequeños, sino que ese proceso se produjo de manera mucho menos lineal.

No obstante, y más allá de este último comentario, este libro es una obra de primera importancia para volver sobre un tema fundamental para todos quienes nos dedicamos a la historia política y a la historia del pensamiento político e intelectual del siglo XX. La gran cantidad de ideas y sugerencias que aporta -y son muchas más de las que aquí se reseñan- lo convierten en una lectura obligada.

Maximiliano Fuentes Codera

Universitat de Girona

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