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Prismas

On-line version ISSN 1852-0499

Prismas vol.16 no.1 Bernal June 2012

 

RESEÑAS

Alexandra Pita González y Carlos Marichal Salinas (coords.), Pensar el antiimperialismo. Ensayos de historia intelectual latinoamericana, 1900-1930, México/Colima, Colmex/Universidad de Colima, 2012, 349 páginas

 

Una mezcla de odio, respeto y admiración aderezada con una fuerte dosis de envidia y sentimiento de inferioridad; una furia casi irracional por encontrar en la pobreza material la riqueza estoica del espíritu; una tendencia a criticar un materialismo furioso y a celebrar una moral impoluta y solidaria que, en lugar de separar, hermana. Estos sentimientos extremados, estas dicotomías, predominaron entre muchos escritores e intelectuales que, a partir de fines del siglo XIX, trataron de entender y explicar las diferencias que se agudizaban entre las partes sajona y latina del continente americano.

Como sabemos, 1898 fungió como parteaguas en la relación entre los Estados Unidos y los países hispanoamericanos. Con sus acciones intervencionistas y prepotentes sobre la región, los conductores de esta nueva potencia imperial arrebataron a España sus últimos dominios y lograron que se fortaleciera alrededor de ese país una imagen de decrepitud y fracaso. Al parecer, la vieja España ya no sería más que una mera referencia al pasado y el subcontinente quedaría finalmente a merced de un dominio no menos intenso que el anterior pero, al menos supuestamente, más voraz e insaciable.

¿Cómo vieron esta nueva situación los intelectuales hispanoamericanos? Al sentirse amenazados por la violencia del norte y al verse entre lo que consideraban la grandeza espiritual de España y Francia y el pragmatismo yankee, muchos buscaron utilizar la idea de una pertenencia y un origen común como cimiento para la construcción de una identidad distinta y, ¿por qué no?, superior a la del nuevo coloso imperial. Las posturas antiimperialistas a lo largo y a lo ancho del continente se nutrieron de esta perspectiva principalmente idealista, aunque otros elementos fueron importantes en su desarrollo.

Uno de los objetivos de Pensar el antiimperialismo. Ensayos de historia intelectual latinoamericana, 1900-1930 - el excelente volumen de ensayos coordinado por Alexandra Pita y Carlos Marichal- fue demostrar que las corrientes de pensamiento y expresión antiimperialistas latinoamericanas han carecido de homogeneidad ideológica, conceptual e instrumental (p. 9). En el primer tercio del siglo XX, ante la constante amenaza de los Estados Unidos al continente, se materializó una disyuntiva entre quienes defendían salidas nacionales (basadas en el concepto decimonónico del Estado-nación) y los que abogaban por acciones continentales (inspiradas en un principio unionista legitimado en el criterio de un origen común, generador de un hispano, ibero o latinoamericanismo).

En la introducción al volumen, los autores demuestran cómo la crítica al imperialismo influyó en el debate político de la región y cómo definió líneas importantes en la búsqueda de una identidad continental. Con una utilización rigurosa y selectiva del concepto de generación, Pita y Marichal analizan y desglosan corrientes y autores, observando sus divergencias e identidades y analizando cómo se fueron estableciendo como redes y grupos. La marcada diversidad ideológica del período se reflejó también en la variedad de géneros y estilos adoptados por los intelectuales, quienes transitaron de la ficción al ensayo y de éste a la conferencia política. Contaron con el apoyo de un instrumental teórico-conceptual amplio y variado, de matiz fuertemente crítico y que, a pesar de estar muy influeido por posiciones de anarquistas, comunistas y socialistas, también se nutrió de elementos conservadores. Al enfrentarse al imperialismo, muchos padecieron la desesperanza. Sentían que la conquista del progreso económico -y, por ende, de la verdadera emancipación política- era algo imposible para su región, cuyos males buscaban diagnosticar, bajo los más tradicionales efluvios del darwinismo social, sin encontrar ningún remedio para ellos. Varios defendieron banderas de lucha para la transformación política y social de la región, pero no lograron liberarse del peso inmovilizador del evolucionismo spenceriano en países marcados por una mayoría indígena.

Como afirman Pita y Marichal, este cuadro se fue transformando poco a poco. Con el impacto de la Primera Guerra y la conciencia de una inminente decadencia europea cambiaron muchas percepciones acerca de la supuesta inferioridad de América Latina, lo que llevó no solamente a la construcción de una visión más optimista del contexto local, sino a la idea de América Latina como un nuevo mundo, lleno de posibilidades. Libres del yugo del positivismo, varios autores dejaron de considerar a la región como un territorio condenado por su herencia colonial. Según Pita y Marichal, el antiimperialismo de los años 1920 "trató de conciliar la afirmación de un desarrollo capitalista nacional con el fortalecimiento del Estado y la autonomía cultural" (pp. 23-24).

Un recorrido por este efervescente período, hecho a través de la perspectiva de la historia intelectual, es lo que podemos encontrar en este volumen que reúne estudios sobre autores que analizaron críticamente las injerencias estadounidenses en la región y se le opusieron políticamente. Desde varias perspectivas y a través de distintos registros (memorias, relatos de viajes, ensayos históricos y sociológicos, textos ficcionales), los autores seleccionados por los investigadores involucrados en el proyecto de este libro reflexionaron sobre América Latina y sus necesidades políticas, económicas y culturales, frente a un vecino con un insaciable proyecto expansionista. El rescate de algunos autores injustamente olvidados y el análisis de algunos textos que se volvieron clave para entender el desarrollo del antiimperialismo en el continente se dieron a partir de una perspectiva integradora, propia de la historia intelectual, que permitió el estudio detallado de las relaciones entre el texto elegido, su autor y contexto, el texto de este autor y otros escritos por él y, finalmente, entre el texto del autor y los de otros autores.

El lector de este volumen se ve frente al desafío de armar un verdadero rompecabezas, con el cual se puede dar cuenta de cómo los autores analizados compartían perspectivas ideológicas, dialogaban e incluso se enfrentaban en discordia. Puede acompañar, desde la perspectiva de los autores seleccionados, el desarrollo de las distintas vertientes del pensamiento antiimperialista en el contexto latinoamericano del primer tercio del siglo XX y, finalmente, entender cómo veían su propio papel en el contexto político y cultural latinoamericano.

Los nueve ensayos del libro se destinan al estudio de diez autores: dos mexicanos, dos centroamericanos, tres sudamericanos, dos europeos y dos estadounidenses. El francés Paul Groussac (1848-1929), que llegó a la Argentina con 18 años y se volvió una figura de renombre, es quien abre el volumen. El trabajo de Paula Bruno gira alrededor de una conferencia que Groussac dictó en 1898 y de los apuntes de los viajes que realizó a los Estados Unidos. En la oposición entre hidalgos y mamuts, Groussac sintetizó su reclamo al imperialismo estadounidense y plasmó la imagen melancólica de una España cuyas grandezas pasadas dejaron lugar a una indiscutible decadencia. La desazón de Groussac al no encontrar entre los yankees ningún grupo portador de valores aristocráticos, lo llevó a retratar a estos mamuts "rozándose animalmente a la caza del dólar" (p. 58) como parte de un mundo generador de todos los vicios del materialismo (p. 53). Vencer al avance masificador del Calibán yankee sólo sería posible si Hispanoamérica se aliase con España, el último bastión de la latinidad.

El culto al hispanismo también fue importante para el mexicano Carlos Pereyra (1871-1942), autor olvidado que Andrés Kozel logra rescatar en su agudo ensayo. Hombre del Porfiriato, el futuro franquista Pereyra tuvo una trayectoria compleja que, como demuestra Kozel, fue cambiando desde la admiración al progreso económico y al espíritu emprendedor de los estadounidenses hacia una crítica incisiva y amarga a su intervencionismo, como se aprecia en su El mito de Monroe (1916).

Quien dedicó al intervencionismo estadounidense un amplio trabajo de investigación fue el mexicano Isidro Fabela (1882- 1964). Luis Ochoa Bilbao analiza cómo este reconocido político y diplomático, comprometido con la Revolución Mexicana y gran defensor de la Segunda República española, logró analizar de manera consistente y crítica los efectos nefastos de la doctrina Monroe. Podemos considerar, siguiendo a Ochoa, que su libro Estados Unidos contra la libertad (publicado circa 1918) es resultado de la fusión virtuosa entre rigor analítico y militancia política.

Los centroamericanos estudiados en este volumen reflejan en su obra los efectos directos de la continua intervención de los Estados Unidos en su región. Margarita Silva H. analiza la trayectoria política del nicaragüense Salvador Mendieta (1882- 1964), caracterizada por una profusión de exilios, persecuciones y arrestos debidos a su militancia por la causa unionista. Mendieta defendía la unión entre los países centroamericanos a fin de que pudieran superar su debilidad frente a los propósitos geopolíticos y estratégicos de los estadounidenses. Según Silva, para Mendieta "la unión sería un factor de progreso, un signo de modernización y la única manera de consolidar la zona como una nación" (p. 138). Sin embargo, al defender que sólo los sectores intelectuales serían capaces de dirigir el proyecto unionista y de encontrar la cura para regenerar al pueblo enfermo de la región en la educación, la higienización e incluso en la eugenesia, Mendieta dejó clara su adhesión al racismo científico que imperaba en la época y su evidente desprecio hacia los indígenas y los sectores desposeídos, elementos que materializó en su La enfermedad de Centroamérica (1934).

La pluma del guatemalteco Máximo Soto Hall (1871-1944) fue más radical que la de su vecino. Mario Oliva Medina estudió la presencia del binomio imperialismoantiimperialismo en la novela y en el ensayo del autor. Si en la obra ensayística se advierte claramente su enojo ante la presencia estadounidense en la región (en 1928, Soto Hall escribió un ensayo sobre la intervención estadounidense en Nicaragua), en las novelas que escribió, El problema (1899) y La sombra de la Casa Blanca (1927), tal enojo y un fuerte sentimiento antiimperialista se materializan estética y literariamente. Oliva detecta la influencia de Rodó en la obra de Soto Hall, pero también nota la presencia de elementos provenientes de la perspectiva antiimperialista defendida por Manuel Ugarte.

Una herramienta importante en la elaboración de diagnósticos y análisis sociológicos y culturales es el viaje. Además de Groussac, otro autor, también europeo, utilizó esta herramienta: el español Luís Araquistain (1886- 1953). Blanca Mar León Rosabal estudió los viajes del futuro republicano Araquistain y las obras que de ellos resultaron. Con El peligro yanqui (1920) y La agonía antillana (1928) Araquistain no sólo denunció la conquista del Caribe por los Estados Unidos, sino que defendió la construcción de un nuevo hispanoamericanismo basado en el incremento de las relaciones materiales y culturales entre los países de la región y España. León observa cómo el viajero español percibía que el peligro yanqui también estaba "en el envilecimiento moral de gobiernos, partidos e individuos hispanoamericanos" (p. 197). Quizás por eso, al igual que Mendieta, no confiaba en las masas, pero, al contrario que aquél, tampoco creía en las elites. A pesar de sus buenos propósitos, el escepticismo de Araquistain no permitió que reconociera la trascendencia de las protestas sociales y la lucha política que se daban en Cuba durante el período en que vivió en la isla.

Alberto Ghiraldo (1875- 1946) publicó su Yanquilandia bárbara en 1929. Según Alexandra Pita y María del Carmen Grillo, la obra es una mezcla de manifiesto de combate y tratado de psicología social, que lleva los tintes de la peculiar formación anarquista del autor, coloreada con imágenes del modernismo y del arielismo (p. 217). Las autoras observan cómo estas imágenes se combinan con datos duros de denuncia (una referencia constante es el texto La Diplomacia del dólar, de Nearing y Freeman), y cómo Ghiraldo utilizó de manera heterodoxa conceptos tradicionales del marxismo, como clase, capitalismo e incluso imperialismo, para comprender el dominio yankee.

Dos sudamericanos de estirpe forman parte de los autores seleccionados: el chileno Joaquín Edwards Bello (1887-1968) y el peruano Prismas, Nº 16, 2012 261 Manuel Seoane (1900-1963). Fabio Moraga analiza la obra del chileno, que renegó del futuro que su familia le había proyectado para dedicarse a la escritura. El interés de Edwards Bello por temas nacionales lo condujo a la cuestión continental. En 1935 publicó El nacionalismo continental, obra que pasó desapercibida en su momento y quedó olvidada. La formación de la "continentalidad" que proponía Edwards Bello descansaba, según Moraga, fundamentalmente en el arte y la cultura, y se nutría de la herencia española. Su conservadurismo lo llevó a adoptar una perspectiva hispanista aristocratizante (similar a la del último Vasconcelos), para construir un modelo de nacionalismo continental que, en el límite, se volvería una especie de imperialismo cultural hispanista y neoconservador (p. 276).

Manuel Seoane podría definirse como una especie de "segundo de a bordo" del aprismo. Desprovisto del egocentrismo característico de Haya de la Torre, tuvo una vida caracterizada por largos períodos de exilio y una copiosa actividad política. En su estudio sobre el autor, Martín Bergel ofrece un meticuloso análisis de Con el ojo izquierdo. Mirando a Bolivia, fruto de un viaje de Seoane a aquel país en 1925. Seoane supo utilizar el viaje como herramienta analítica, pero también supo vivirlo como experiencia interior (p. 290). Vinculado con el movimiento universitario, cercano a los miembros de la Unión Latinoamericana, de cuyo boletín fue director, Seoane articuló una red importante de intelectuales de izquierda y buscó fomentar el estudio del imperialismo con el apoyo de un arsenal sociológico, a fin de establecer un análisis concreto de la realidad latinoamericana. Según Bergel, Con el ojo izquierdo... marcó un hito en la trayectoria de Seoane, no sólo porque lo proyectó en el mundo intelectual latinoamericano, sino porque el confrontarse con las injusticias y la miseria boliviana lo llevó a confirmar su trayectoria rumbo a un horizonte revolucionario.

Finalmente, completa el volumen el estudio de Carlos Marichal sobre Diplomacy of dollar (1925), de Scott Nearing (1883-1983) y Joseph Freeman (1897-1965), y los aportes de esta obra al debate sobre el imperialismo en los años 1920. Los opositores al imperialismo yankee en América Latina encontraron en este libro, escrito por dos voces locales absolutamente disonantes del discurso oficial estadounidense, una herramienta fundamental para entender los engranajes de la expansión del dominio estadounidense. Marichal presenta una síntesis de cada apartado del libro y permite ver cómo sus autores lograron desnudar, con el apoyo de documentos y datos concretos, la famosa "diplomacia del dólar" que se consolidó como modus operandi de los estadistas norteamericanos.

Es de notar la ausencia de autores brasileños en el volumen, hecho que en cierta forma no resulta sorprendente. Siempre se observó entre la mayoría de los políticos e intelectuales del Brasil una marcada tendencia a apoyar a los estadounidenses y adoptar su panamericanismo. Las asociaciones antiimperialistas y unionistas que se esparcieron por el subcontinente, como la Unión Latinoamericana, la Liga Antiimperialista de las Américas e incluso el APRA, no lograron tener en ese país la visibilidad y la importancia que alcanzaron en los países vecinos. Las revistas latinoamericanistas, influyentes en los países hispanoparlantes, tampoco encontraron eco entre las brasileñas, con excepción de unas pocas iniciativas. Podríamos, quizás, asociar al Brasil con una especie de "destino manifiesto de segunda línea", e incluso con un cierto subimperialismo, elementos que explicarían su política oficial de alineamiento con los Estados Unidos.

En 1893, el monarquista Eduardo Prado publicó A ilusão americana (editado en español en 1918 como La ilusión yanqui, con prólogo de Carlos Pereyra). Desde su peculiar derechismo alzó solitariamente su voz en contra del imperialismo estadounidense y del acostumbrado apoyo que éste encontraba en el Brasil. A pesar de todo, Prado jamás vislumbró la posibilidad de una verdadera unidad, pensada en términos de un nacionalismo de defensa que suplantara diferencias locales en pro de una política continental. Por el contrario, condenó el perpetuo conflicto que veía entre lo que consideraba -como gran parte de las elites finiseculares brasileñas- las anárquicas repúblicas del continente, sin vislumbrar ninguna manera de hacer frente común al gigante sajón (y menos aun con la presencia del Brasil). Esta perspectiva discrepante nos ayuda a entender la heterogeneidad ideológica característica de nuestro continente y a buscar ampliar nuestra comprensión de su producción intelectual. Este importante volumen es una invitación a que lo hagamos y amerita, como lo dicen sus mismos organizadores, otros estudios que lo complementen.

Regina Crespo

CIALC-UNAM

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