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Prismas

On-line version ISSN 1852-0499

Prismas vol.16 no.1 Bernal June 2012

 

RESEÑAS

Susana Quintanilla, "Nosotros". La juventud del Ateneo de México. De Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes a José Vasconcelos y Martín Luis Guzmán, México, Tusquets, 2008, 358 páginas

 

Una de las virtudes de este libro es que, siendo una historia intelectual, también se deja leer en clave de novela literaria. Es un relato histórico profusamente documentado (a través de archivos, epistolarios, memorias, periódicos y revistas, entre otras fuentes primarias). "Nosotros" es una narración que la autora convierte en una saga en que las relaciones afectivas e intelectuales son ejes centrales del relato y del análisis, todo ello adornado en un estilo de escritura de alto vuelo.

Desde una perspectiva que definitivamente se inscribe en la historia cultural-intelectual y, en menor medida, política, este libro da cuenta del cambio histórico en uno de los momentos clave de la historia de México: la caída del largo régimen de Porfirio Díaz y los inicios de la Revolución. En términos cronológicos, tal y como señala la autora en la presentación del libro, la saga se desarrolla en sólo cinco años y ocho meses, del 31 de marzo de 1906, año del nacimiento y muerte de Savia Moderna, la revista que cohesionó a muchos de los protagonistas de esta historia, a noviembre de 1911, cuando José Vasconcelos fue electo tercero y último presidente del Ateneo de la Juventud. "Es decir, que este libro termina donde comienza la mayor parte de los estudios sobre esta generación" (p. 17), la del Ateneo de la Juventud. Desde el punto de vista de sus objetivos, también se podría decir que este libro analiza la emergencia de un grupo de jóvenes, "Nosotros", los que fundaron El Ateneo de la Juventud de México, muy interesados en renovar el campo cultural e intelectual mexicano de inicios del siglo XX.

La historia de la literatura es uno de los ingredientes más importantes en esta investigación. Su autora afirma que "este libro es la crónica de una amistad literaria". "Es ella, la literatura, la que transforma los actos individuales en experiencias genéricas." "Estudiar el Ateneo implica necesariamente introducirnos en su universo literario, en el que los libros son los astros y se producen miles de referencias cruzadas entre sí" (p. 14). El libro desmonta así la trama histórica de la vida cotidiana y literaria de los más importantes intelectuales del viejo régimen y, de los que siendo muy jóvenes, serían los "caudillos culturales de la Revolución". Analiza para ello cómo los hombres de El Ateneo de México entran en contacto con diversos materiales que harán a su laboriosa formación como humanistas. Varios de ellos envueltos en situaciones de precariedad económica, estos jóvenes, especialmente de la mano del dominicano Pedro Henríquez Ureña, se concentraron en el estudio de los clásicos y de los autores que, como Walter Pater, eran expertos en esta materia. También estudiaban y discutían a los filósofos modernos, así como a los ensayistas que habían escrito a propósito de éstos. Y dentro del cuadro de pensadores del continente, fue el uruguayo José Enrique Rodó quien dejó en ellos una importante impronta.

En una línea recientemente muy frecuentada por los investigadores en historia intelectual y de la literatura, el libro se detiene especialmente en los espacios de sociabilidad en que tiene lugar la formación de este círculo: el café, el propio Ateneo, el bar, la sala de redacción de una revista o un periódico, la biblioteca de la casa de los hermanos Henríquez Ureña, la muy aristocrática y porfiriana colonia Santa María de la Rivera, el Barrio Universitario en el centro de la Ciudad de México, las librerías, o los teatros, fueron parte de los escenarios donde este grupo de jóvenes desarrollaban sus vínculos y actividades intelectuales. Otro tipo de espacios tenía un carácter más político, como los sitios para conseguir empleo, los foros públicos y privados de la política, las redacciones de los periódicos, y la Escuela Nacional de Jurisprudencia. Por otra parte, "los bajos fondos de la capital", sus cantinas, bares, prostíbulos y "mujeres alegres", fueron testigos de ciertas prácticas de dandismo y bohemia desaforada por parte de algunos miembros de la generación de intelectuales que se estudia en este libro.

Una de las virtudes del texto es que puede tomarse como un "modelo de historia intelectual" en la medida en que incorpora a su metodología de análisis algunos de los ejes clave en el estudio de este campo de investigación. Veamos algunos ejemplos. La autora señala que los integrantes del grupo "deciden que las humanidades son su vocación y desarrollan el oficio de escribir" (p. 13). Esta explícita decisión de dedicarse a las humanidades y las letras pone de manifiesto un deseo de autonomía por parte de los miembros de "Nosotros"; efectivamente, estaban muy conscientemente luchando por la "autonomía del campo literario". Batallaban por zafar del patronazgo de los padres, del Estado, de las generaciones precedentes, con el fin de trabajar por la creación libre. Como añade Quintanilla, también lidiaban por crear espacios para "un mundo de producción intelectual" alternativo al establecido a lo largo de casi un siglo de vida independiente.

También el asunto de las generaciones está implicado en este libro. Como se sabe, se trata de una cuestión clave para la historia intelectual. Así, en torno a la revista Savia Moderna (1906), primer espacio de sociabilidad intelectual y a la vez primer proyecto cultural del grupo, la autora hace una caracterización muy interesante del grupo: por edades, gustos y diversiones (ópera, zarzuela y drama, serenatas, corridas de toros, circo, lucha libre y ascensión de globos aerostáticos de Cantoya, librerías y círculos de lectura); por oficios y procedencias de distintos estados mexicanos (A. Cravioto, abogado, de Hidalgo; R. Argüeñes Bringas, poeta, de Veracruz; A. Caso, filósofo, Ciudad de México; R. Gómez Robelo, escritor, del DF; L. Castillo Ledón, historiador/ literato, de Jalisco; Marcelino Dávalos, dramaturgo y poeta, también de Jalisco; Alfonso Reyes abogado/poeta, de Nuevo León); atendiendo a las excentricidades (en el atuendo, gustos y aspecto físico); y hasta en sus mecanismos de sostén económico, como el caso de Alfonso Cravioto -quien impulsó la revista Savia Moderna con parte de su herencia-. En este último renglón, cabe señalar que durante el período el Estado permaneció como el gran mecenas de los intelectuales. Así, la asunción de Justo Sierra como secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes a principios del siglo fue muy importante para los miembros de "Nosotros". Tal nombramiento significó para muchos escritores mexicanos importantes oportunidades: empleos públicos, becas estatales y recursos para subvencionar la publicación de libros, favores, viajes de músicos y pintores a Europa, etcétera.

Muy unido al tema de las generaciones está el asunto de las trayectorias intelectuales. El análisis de ellas es uno de los ejes del libro. Tal el caso de la de Pedro Henríquez Ureña en México, o la de Alfonso Reyes, muy unida a la del dominicano en tanto fue su discípulo (capítulo IV). O el cruzamiento que se da entre la trayectoria intelectual de Alfonso Reyes y el itinerario de Julio Torri, en que el primero ya funge como maestro del segundo (capítulo XIII). O las trayectorias intelectuales de José Vasconcelos y de Martín Luis Guzmán, muy atravesadas por asuntos políticos.

Dentro de ese análisis de las trayectorias intelectuales Quintanilla revisa minuciosamente qué leían los del grupo "Nosotros". Particularmente en el capítulo IV se hace referencia a las lecturas de Nietzsche emprendidas por los jóvenes miembros del grupo. Otros referentes del pensamiento universal de ese momento eran Boutroux, Bergson, Poincaré, James y Papini. Dentro de estas trayectorias también es muy interesante la reconstrucción que Quintanilla hace del perfil de Henríquez Ureña. Subraya, por ejemplo, el hecho de que el dominicano se traslada a México "para demostrarle a su padre y a él mismo, que las letras eran mucho más que una afición a compartir con el 'trabajo productivo' y que no solo era posible vivir de ellas sino que podían proporcionar prestigio social" (p. 90).

Desde el punto de vista del "hombre de letras" que empieza a ser "el guía espiritual de la sociedad", del intelectual propiamente dicho que poco a poco se convierte en gran protagonista de la esfera pública, este libro hace un gran aporte porque muestra y analiza cómo, durante la primera década del siglo pasado, en diferentes debates y escenarios esta joven intelectualidad incidió directamente sobre los nuevos rumbos de la cultura y la educación superior en México (por ejemplo, en la polémica pedagógica de enero de 1908 analizada en el capítulo v, en que los jóvenes lucharon en contra de las normas y las prácticas educativas decimonónicas). Para ello, con frecuencia tomaron la calle, rompieron cánones decimonónicos, se tornaron universales y cosmopolitas, transgredieron géneros, crearon instituciones culturales como El Ateneo de la Juventud, y empujaron tenazmente la fundación de la Universidad Nacional de México, estableciendo revistas y escribiendo en cuanto periódico quiso darles espacio y libertad.

Uno de los pasajes del libro que muestra la intención de "Nosotros" por renovar la cultura y la educación en México es el análisis que la autora hace del manifiesto que pasaría a la historia con el nombre de "Protesta Literaria". Fue distribuido mano a mano y publicado en El Diario de México el 7 de abril de 1907. El género "manifiesto de los intelectuales" se vincula a una perspectiva central dentro del campo de los estudios en historia intelectual. Como se sabe, tal vez el más conocido de ellos sea el J'Accuse de Émile Zola, sobradamente conocido por el nuevo rol que otorga a los intelectuales de cara al siglo XX. No es menester adentrarse aquí en el contenido de la "protesta literaria" de los jóvenes mexicanos de principios del siglo XX, pero sí retomar la interpretación que de ella hace Gabriel Zaid, citado por Quintanilla: "tomar la calle, salir a la vida pública y decir: aquí estamos, miren la fuerza que tenemos, el talento que tenemos, la razón que tenemos" (p. 54). El texto de la protesta, que se inicia con un "Nosotros", viene firmado por lo más granado de la joven intelectualidad mexicana: entre otros, Luis Castillo Ledón, Ricardo Gómez Robelo, Alfonso Cravioto, Alfonso Reyes, Emilio Valenzuela, Nemecio García Naranjo, Max Henríquez Ureña, Manuel Gamio...

El encuentro que estos jóvenes mexicanos de principios del siglo pasado tuvieron con la cultura clásica es otro de los filones metodológicos y de análisis que permiten hablar de este libro como un modelo de historia intelectual. "Días alcióneos", título de uno de los capítulos del libro, fueron los que Pedro Henríquez Ureña vivió junto a Alfonso Reyes y Antonio Caso, "dedicados al cultivo de la amistad, la lectura, las disquisiciones filosóficas y la experimentación literaria. En el curso de esas horas, irrepetibles por su intensidad y belleza, se inició el viaje de la nueva generación intelectual hacia el mundo de la cultura clásica" (p. 68) ¿Acaso este encuentro con la cultura clásica fue de singular importancia para la especialización académica de estos hombres y para dar los primeros pasos en la profesionalización de las humanidades en México? Parece que sí. El retiro espiritual (laico, por supuesto), las jornadas de reflexión, escritura y lectura que se prolongaban hasta el alba, dan cuenta de los orígenes de una cierta voluntad de especialización en un área del conocimiento. Para que ello sucediera debía haber una vocación, una consagración a las letras, un deseo de búsqueda de especialización en el campo de las humanidades. Evidentemente, como muestra la autora a lo largo de su análisis, ese proceso fue posible gracias al mecenazgo (aun cuando paralelamente muchos de estos jóvenes ya trabajaban).

Las instituciones educativas y culturales vinculadas a este grupo también son estudiadas en el volumen, como es el caso del Ateneo de la Juventud Mexicana, de 1909 (sobre el que se hace foco en el capítulo XII), y de la Universidad Nacional de México, de 1910 (en el capítulo XIV), que cuentan entre las más importantes, pero no las únicas que merecen la atención de la autora. Libreros, librerías, editores, bibliotecas y formas de circulación de libros son instancias también atendidas, junto -a falta de un público lector extendido- a "las veladas de la Santa María", la colonia donde varios de ellos vivían y se reunían para fraguar la renovación del campo intelectual y cultural.

"El relevo" es el título del capítulo final del libro, que se detiene en lo acaecido con el grupo una vez desatada la Revolución Mexicana. En el caso mexicano, como en muchos otros, las mudanzas no llegaron necesariamente con la Revolución. En lo que al campo cultural e intelectual se refiere, el cambio histórico había sido fraguado por los Jóvenes del Ateneo poco antes de 1910. Ellos pusieron las bases de lo que la autora llama "etapa formativa" de los nuevos rumbos de la cultura, la educación y la literatura mexicanas del siglo XX. La Revolución Mexicana desmembró al grupo del Ateneo, pero todos ellos siguieron trabajando por la cultura desde diferentes trincheras: Alfonso Reyes, desde su autoexilio europeo, pero luego también desde sus múltiples cargos diplomáticos y desde su labor intelectual como académico y promotor de la cultura; Pedro Henríquez Ureña desde Buenos Aires, donde hizo una brillante carrera como académico y escritor; José Vasconcelos, como pilar del proyecto cultural y educativo del primer momento de la Revolución; Martín Luis Guzmán, finalmente, entre otros asuntos de importancia, como uno de los pioneros de la novela revolucionaria. Felicitemos a Susana Quintanilla por su estupendo libro, verdaderamente una contribución a la historia intelectual de México y de América Latina.

Aimer Granados

UAM-Cuajimalpa

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