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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.16 no.1 Bernal jun. 2012

 

RESEÑAS

Paula Bruno, Pioneros culturales de la Argentina. Biografías de una época, 1860-1910, Buenos Aires, Siglo XXI, 2011, 240 páginas

 

Cualquier período histórico puede presentarse a nuestra imaginación como una galería de personajes reconocibles. El siglo XIX argentino no escapa a esta posibilidad. Esta percepción demuestra por sí el poderoso desarrollo, y el consiguiente impacto sobre las mentalidades, de la novela realista, estrechamente ligada al de la categoría literaria de personaje. En contraste con otros géneros (por ejemplo, la tragedia o la epopeya, donde las jerarquías sociales deciden el lugar que cada persona puede ocupar en una trama), el surgimiento de la novela implica la posibilidad de que cualquier persona pueda devenir personaje: no hay "castas" ni clases excluidas de la imaginación novelesca. En razón de esto, poco a poco los conflictos se complejizan y abarcan esferas de la praxis social más amplias y que se perciben como más "riesgosas". Esta democratización (que implica que cualquiera puede, en principio, ser el personaje protagónico de una ficción novelesca) llevó al crítico norteamericano Alex Woloch (The One vs. the Many: Minor Characters and the Space of the Protagonist in the Novel, 2004) a advertir que el problema principal de este género reside justamente en la necesidad de resolver esa tensión: la competencia entre unos y otros personajes por una porción del espacio textual. La hipótesis de Woloch es que ese problema se resuelve mediante la clara división entre los protagonistas, esos pocos y memorables "elegidos", y los personajes "menores", que se reducen a un mínimo de características y sostienen a los protagonistas.

Aunque su campo no sea el ficcional sino el histórico, y su escritura esté en los antípodas de las estrategias de construcción de subjetividades que propone la novela, el nuevo ensayo de Paula Bruno se instala en una tensión análoga, desde que sostiene la preocupación por los procesos de individuación que supone la "biografía" al mismo tiempo que se pregunta por la multiplicidad heterogénea y difusa que supone la noción de "época". Su libro se inscribe, justamente, en un regreso de la biografía al campo historiográfico que viene dándose en los últimos años, y que ha alejado al género tanto de las evocaciones intimistas o ligadas a lo anecdótico, como del uso "metonímico" de la vida narrada. La biografía es aquí, en cambio, un dispositivo relacional. La vida narrada condensa, así, los vectores de un tiempo: se presenta como una mirada parcial y fragmentaria por definición, pero que ofrece a los lectores el horizonte de decisiones, de imaginación, de argumentación y de razonamientos de un momento dado.

Pioneros culturales de la Argentina se organiza en cuatro capítulos, precedidos de una imprescindible introducción conceptual-metodológica y a los que da cierre un "Ensayo final". Cada uno de los capítulos centrales lleva por título un nombre propio, el de un personaje público cuya trayectoria se reconstruye: Eduardo Wilde, José Manuel Estrada, Paul Groussac y Eduardo L. Holmberg. El primer hallazgo del libro es sin duda la selección de las cuatro trayectorias biográficoculturales que presenta y analiza, porque supone la decisión de desplazar el principio de excepcionalidad - que rige toda una tradición de escritura del género biográfico, pero también toda una tradición de análisis historiográfico- y también el de la representatividad en términos individuales y colectivos -es decir, la tradición del análisis generacional, que aunque más discutida ha reaparecido bajo otros protocolos de lectura, como el de la "coalición" (tal el concepto que, desde los estudios culturales, propone para reemplazar el de "generación del 80" Josefina Ludmer en El cuerpo del delito. Un manual)-. No obstante su centralidad indudable en la vida pública argentina del siglo XIX, los nombres elegidos no son los que podrían resultar "previsibles" para un estudio de historia cultural: pese a su prosa sorprendentemente moderna, Wilde apenas comienza a dejar de ser sólo un escritor muy antologizado y célebre por su "ironía"; Estrada es vagamente recordado por su actuación pública "clerical" en un momento hegemónicamente laico; Groussac -más explorado gracias también a dos trabajos anteriores de Bruno (ambos de 2005)-, quizá, como intelectual "importador", principalmente a través de su trabajo en la Biblioteca Nacional; Holmberg comienza a ser conocido como algo más que un naturalista tardío, pionero en la fantasía científica y director del Jardín Zoológico. ¿En qué términos, entonces, explorar estas vidas da cuenta del campo cultural y de las preocupaciones intelectuales de su tiempo? Y en todo caso, ¿por qué reunir en un mismo libro estas cuatro vidas, y cómo interrogarlas en conjunto?

Pioneros culturales... deja ver a estas cuatro figuras como puntos cardinales que, si revelan una "época", lo hacen porque muestran la extensión, múltiple y desigual, de un espacio de decisiones, acciones, éxitos y fracasos posibles para los hombres públicos en la Argentina de la segunda mitad del siglo XIX. Esto implica adentrarse en las condiciones materiales y simbólicas de posibilidad de esas decisiones y esas acciones, pero sin dejar de comprender cuánto de idiosincrático puede haber en ellas. Aunque las biografías están organizadas cronológicamente, cada capítulo está estructurado en diferentes partes cuyo título coincide con obras del autor biografiado. Este detalle es una decisión de escritura que expresa hasta qué punto, para Bruno, la lógica de una vida es también la lógica del modo en que pudo ser imaginada por su protagonista, aquella en la que cada uno se imagina como su propio "autor". En contraste, el apartado "Visión en perspectiva" que cierra cada uno de los cuatro capítulos reordena el orden cronológico del relato y la perspectiva centrada en el personaje bajo la potestad de la mirada crítica de la historiadora.

La estrategia central para ponderar el sentido de cada una de las cuatro biografías que se narran está en la misma línea: preguntarse por el significado que dieron a esa vida, a las acciones, decisiones y omisiones que le dan forma a los "personajes" -protagónicos o menores- contemporáneos al biografiado, y por el significado que esas mismas acciones, decisiones y omisiones tuvieron para la historiografía y, ocasionalmente, para otras formas de construcción de la memoria como la praxis pedagógica o los distintos modos de difusión de la historia literaria o científica. En este punto, una vez más, las preguntas que subtienden a cada relato muestran que las preocupaciones de la historiadora se tocan con las que podría proponerse un virtual novelista: ¿era cada uno de estos cuatro personajes consciente de las repercusiones de sus actos públicos? ¿Cómo experimentaba las repercusiones de sus intervenciones a menudo provocativas? ¿Cómo lo veían sus amigos? ¿Cómo deseaba ser recordado cada uno de ellos? Para responder a estas preguntas Bruno recurre, con dosis equilibradas de rigor y plasticidad, a fuentes y materiales muy diversos: discursos públicos, correspondencia pública y personal, un generoso buceo en la prensa periódica contemporánea y posterior, y la revisión de la bibliografía literaria, científica e historiográfica cuando resulta pertinente. Las caricaturas que encabezan cada apartado y que comparten el título del libro pueden interpretarse, una vez más, como indicio de su línea de indagación: el ensayo traza imágenes que, sin ser miméticas, responden indudablemente a la posibilidad de interpretar el período desde su propia lógica, y al punto de poder considerar desplazamientos, retaceos, ironías, exageraciones.

En ese mismo indicio puede encontrarse además otra clave del libro, que se lee en una expresión repetida. De los cuatro personajes se dice, con alguna variante, que se trata de "un hombre de Estado que no llegó a ser político". Lejos de considerar esta atribución como una valoración en sí misma -lo que equivaldría a convertir el ensayo en un recorrido por la vida de "promesas truncas" o de personajes "de segunda fila"- esta intuición demuestra, una vez más y como vienen haciéndolo trabajos en la línea de los de Hilda Sabato, Eduardo Zimermann o Paula Alonso para el mismo período, hasta qué punto la vida pública de la segunda mitad del siglo XIX se despliega con intensidad en actividades muy heterogéneas. Es decir: la actividad política es central, pero no lo invade todo, y de ningún modo se reduce a un grupo mínimo y a los rituales estrechos del club, el Parlamento y el atrio. Ser funcionario (ministro como Wilde o diputado como Estrada) o estar al frente de instituciones que son proyectos de avance estatal clave en su tiempo (director de la Biblioteca Nacional, como Groussac, o del Zoológico, como Holmberg) no implica necesariamente una entrega absoluta, ya ideológica, ya profesional en su exclusividad, al mundo de la política práctica. Al mismo tiempo, participar de ese espacio permite, quizá por primera vez en la historia argentina, la oportunidad de poner en discusión ampliamente y de plasmar en la práctica y a gran escala los diseños ideológicos que, en diferentes áreas, cada uno de estos intelectuales ha construido y anhelado.

En ese espacio compartido Bruno encuentra el rastro de la constitución de tareas intelectuales en un sentido amplio que, en la diversidad y el espesor de sus itinerarios, comienzan a dibujar una figura cuyo contorno el lector puede evocar en otras. Así, de Joaquín V. González a Emilio Coni, de Holmberg a Cecilia Grierson o de Estrada a Rodolfo Rivarola, por mencionar sólo algunos nombres, podría repensarse ese camino y sus condicionamientos para años en que las coordenadas de cruce entre intelectuales y política parecen más rígidas y previsibles. Por eso en este libro "biográfico" regresan, no como temas o acontecimientos sino como motivos -en la acepción musical del término-, grandes problemas de la historia argentina del período: el debate por la "herencia" rosista, la disputa entre laicos y clericales, los procesos migratorios, las preguntas por la identidad nacional, las demandas de democratización y la Ley Sáenz Peña. Enlazados con ellos, cada vida relatada deja ver también un conjunto de tópicos y motivos menos transitados, pero específicos y centrales para comprender esos itinerarios intelectuales: el pasaje por ciertas instituciones formales e informales (el Colegio Nacional, los diferentes cenáculos y puntos de encuentro) y sus sociabilidades, el funcionamiento de revistas y círculos literarios, la voluntad y también las dificultades de articular proyecciones, a través de publicaciones pero también de discípulos, de la propia tarea.

Si en ese sentido los cuatro personajes elegidos son "pioneros", por el contrario, la fuerza con que el texto insiste en su capacidad de intervención hace dudar de esta característica, porque los representa menos aislados, menos solitarios de lo que ese adjetivo sugeriría. Para decirlo con la autora: no obstante el "giro melancólico" que mostraría que "devinieron figuras escindidas del contexto" (p. 212), la primera prueba de lo parcial de ese carácter pionero la aporta el "Ensayo final" que cierra el volumen y en el que, entre otras observaciones, se señalan tanto la diversidad de las trayectorias presentadas como una serie de "sincronías": "los cuatro fueron requeridos y convocados por los dirigentes políticos para cumplir tareas ligadas a la organización de la vida pública desde la década de 1860 hasta fines del siglo XIX "; "los cuatro fueron promotores y/o sostenedores de empresas culturales destacadas" (p. 197), "los cuatro fueron autores de obras pioneras" (p. 198), "actuaron como intermediarios culturales y fueron bisagras dinámicas entre otras geografías y la Argentina" (p. 199) e incluso su coincidencia en experimentar y ensayar, en obras que pertenecen a campos muy diferentes, "anhelos típicos de hombres nuevos" (p. 203). La puesta en foco de la tarea en simultáneo pero no necesariamente en conjunto o en colaboración directa se deja ver mejor aun en los momentos acaso más felices de la escritura del libro de Bruno, que aluden sin énfasis y como al pasar a la amistad entre Estrada y Wilde, y también a sus cruces en el periódico católico La Unión (pp. 88 y 40), la designación de Groussac al frente de la Biblioteca Pública por parte de Wilde (p. 117) o la inopinada sintonía entre las preocupaciones de Holmberg y las de Estrada por los vaivenes de la cuestión social, sintonía tan notable como el contraste entre sus respectivas consideraciones de las teorías de Darwin (pp. 157 y 160). En estos cruces a veces definitorios y a veces sutiles, y entre los que se dejan ver muchos otros main y minor caracteres, el libro de la historiadora Paula Bruno invita a sus lectores a seguir trazando vínculos y a descubrir en ellos las marcas de una época.

Claudia Roman

FFYL-UBA

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