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Prismas

On-line version ISSN 1852-0499

Prismas vol.16 no.1 Bernal June 2012

 

RESEÑAS

 

Juan Carlos Portantiero, Realismo y realidad en la narrativa argentina, Buenos Aires, EUDEBA, 2011, 124 páginas

 

Cuando se le preguntaba a Juan Carlos Portantiero por los años de militancia política durante su juventud, hablaba muy animosamente con su tono cálido de siempre. En cambio, cuando se le preguntaba por su primer libro, la cosa cambiaba. Nada quería saber con Realismo y realidad en la narrativa argentina, su primer libro de ensayos escrito bajo el ala del Partido Comunista a fines de los años cincuenta. Con su reedición en la colección doscientos años, eudeba pone al alcance del público un material que muestra de modo formidable el optimismo de posguerra.
Con un tono emocionante y por momentos arrollador, Portantiero acomete la empresa de desbrozar las claves del nudo literatura, intelectuales y sociedad, anclado en una esperanza de tono juvenil, aquella que le permite su adscripción al marxismo cuando corrían los primeros años sesenta. En ese sentido, acierta Gramuglio en el prólogo, que coloca a la obra en el mundo de las revistas culturales de la izquierda y los debates del momento, al afirmar que el libro es un importante documento de época. Porque fue escrito cuando muchos como Portantiero creían que el realismo y el marxismo eran la clave para acompañar y descifrar el devenir histórico y poder transformarlo. En ese
sentido, caracteriza a su tiempo como el de "los iniciales de una nueva civilización" (p. 36) y con ese diagnóstico optimista revisa la literatura en su relación con los avatares sociopolíticos del país. El trabajo coloca un eslabón más en la cadena que buscaba una renovación en las orientaciones culturales de la izquierda, inauguradas por Agosti a mediados de los años cincuenta cuando, con la introducción a la obra de Gramsci, buscó abrir nuevos caminos que se apartaran del que marcaba la Unión Soviética desde los años treinta y que el Partido Comunista argentino siguió con tanta fijeza. En esa dirección, Realismo y realidad... puede ser visto como la culminación de ese esfuerzo que tuvo uno de sus puntos más altos en la revista Nueva Expresión, a través de la cual Portantiero y otros jóvenes intelectuales buscaron renovar la critica literaria desde una perspectiva de izquierda. El libro es también el germen de la ruptura; en efecto, aunque recién dos años más tarde Portantiero sería expulsado del partido, la obra contiene ya las críticas que lo apartan de las coordenadas que la ortodoxia partidaria infundía como estructura teórica de su política cultural y que aparecerán con más vehemencia en 1963 cuando junto a otros jóvenes camaradas lance esa aventura intelectual llamada Pasado y Presente y se afirme como referente de una generación en busca de ocupar el centro de la escena política y cultural. Su derrotero comienza examinando la escena internacional. Decadentismo y vanguardia son entendidos como expresiones de la quiebra del mito de la burguesía del conocimiento y la felicidad total. Con ribetes originales, coloca el decadentismo como residuo del mundo burgués que está por acabarse y a la vanguardia como la negación de ese mundo y el insumo para la superación que encarna el realismo socialista. Luego se ocupa del neorrealismo italiano y del existencialismo francés, este último queda todavía atrapado por el influjo de una denuncia moral no superadora que devenga en praxis revolucionaria, sentencia el autor. El filón italiano, por el contrario, es la puerta de entrada a la búsqueda de la renovación en la crítica cultural. Analiza, asimismo, la situación del intelectual como estrato intermedio de la sociedad y por ello elemento contradictorio, como pieza clave de la construcción y la superación del mundo actual. Gramsci se hace explicito allí para colocar las coordenadas del análisis porque el problema que recorre todo el trabajo es el de la integración de los intelectuales y el pueblo-nación. Georg Lukács y los teóricos soviéticos también acompañan eseimpulso por el realismo, pero esa línea se ve tensionada por la incorporación del pensador italiano. Luego, la reivindicación de una novela que exalte lo vital por encima de una de tendencia intelectualista y especulativa sirve para destacar el papel de los escritores norteamericanos de la primera mitad del siglo XX. En definitiva, de lo que se trata es, según Portantiero, de que el arte aprehenda la realidad tal cual es, y ese escrutinio muestra bien el anclaje ideológico sobre el que se sostienen sus argumentos.
El naturalismo también se lleva su parte en este ajuste de cuentas. Porque todas las tendencias artísticas son puestas a prueba en juicios categóricos, donde la argumentación está sostenida sobre las columnas de un heterogéneo edificio marxista. La conclusión es que el programa de la literatura contemporánea debe "desmitificar, acabar con el idealismo, integrarse a la lucha humana por la libertad, introduciendo en el contacto de la conciencia con la realidad una concepción del mundo que redescubra su esencia objetiva" (p. 53). La realidad, esencia objetiva, es definida como una totalidad que tiene dos momentos: esencia y fenómeno, subjetivo y objetivo, aquello que aparece y aquello que permanece oculto, pero que define lo que es, esa concepción gnoseológica de lo real. Portantiero afirma que el camino trazado por Engels es el adecuado, ya que tanto el método dialectico como su fase materialista permiten desentrañar las leyes que
presiden el desarrollo de la naturaleza y la sociedad. Pero al mismo tiempo sostiene que el realismo aparece como una superación que se va nutriendo de todas las conquistas humanas, y que tiene como uno de sus elementos fundamentales la superación de la imagen de un realismo como modelo estático, que nuestro autor llama anquilosado. Por el contrario, lo que se propone es que el realismo recupere toda la historicidad de su tiempo. Ahí radica la esencia de su método, en la preocupación siempre latente de recuperar los impulsos del vivir. Portantiero afirma que es posible la existencia de un programa superador para la literatura y la crítica, un programa que se inscribe en el proyecto emancipatorio que es el del marxismo revolucionario. En esa senda, su método también tiende a la unidad de la realidad articulada por tres nociones -contenido, forma y técnica-. La separación de estos tres elementos cae en la ideología, y produce la ilusión de la autonomía. Por ello, para Portantiero, el artista busca la "unidad esencial de contenido-forma-expresión que se manifiesta como objeto, como totalidad omnicomprensiva de un determinado momento de la realidad" (p. 63). Fenómeno y esencia como solución dialéctica que busca captar lo profundo de lo real. Sólo así, sostiene, el arte es una forma del conocimiento humano. El realismo como tendencia está siempre clavado en la realidad contemporánea y por ello es el método propio del arte. La nota saliente aquí radica en la posición heterodoxa que tiene respecto del realismo y de la realidad apartándose de la teoría del reflejo acuñada por Lenin, que con tanto ahínco seguía el partido. Hacia el final del capitulo afirma que no se trata de postular una nueva poética o expresión artística sino de una nueva cultura, de una lucha por una nueva cultura para la emancipación humana. Allí se ven nuevamente los esfuerzos que hace para establecer un programa superador del camino que había tomado el realismo entre nosotros y también de la concepción zhdanovista del realismo que pregonaba la línea directriz del PC. Pero todo su esfuerzo todavía está anclado en la tradición comunista, hay un impulso a mitad de camino entre la renovación y la tradición. En efecto, como ha sido señalado,1 el despliegue de la crítica y la soltura de la rígida economía cultural marxista leninista aparecerá con fuerza sólo cuando esté fuera del partido.
A continuación, emprende el ajuste de cuentas con el campo cultural argentino examinando las diferentes tradiciones intelectuales que buscaron desde la literatura retratar los avatares del país. Mallea y Scalabrini Ortiz desde el ensayo intuicionista son resaltados como los nombres emblemáticos del esfuerzo por vincular a los intelectuales con el pueblo nación en los años treinta. Pasa luego al '45, punto que sitúa como el origen de una polarización falsa entre, por un
lado, el peronismo demagogo y, por otro, el liberalismo y las fracciones progresistas que no podían dar cuenta del país real y contradictorio. Aquí, como en apartados anteriores, Portantiero incursiona en la relación cultura y política de un modo original. El peronismo, problema medular que atraviesa todo el trabajo, es la vara con la cual medir el papel de las diferentes fracciones intelectuales: viejas y nuevas generaciones son escrutadas a la hora de medirse con él. Los existencialistas y su política del compromiso, con todos sus vicios y virtudes, ejemplifican el esfuerzo por deslindar la solución arcaica que el viejo liberalismo dio desde la literatura al peronismo por no comprender su significación. Viñas y su obra novelística en su última etapa encarna lo mejor del esfuerzo por vincularse con la realidad cuando el sentimiento de culpa movilizó a toda su clase y pudo acercarse al realismo. Su simpatía con Contorno aparece de modo ostensible aun cuando todavía la reivindicación, como lo será años mas tarde, no es total, pero claramente las soluciones de Viñas pueden ser rescatables. El caso opuesto lo representa Beatriz Guido, su denuncia moral no logra acercarse siquiera a los contornos de la realidad, su novelística da cuenta del país que envejece y se disgrega pero no alcanza a salirse de la mera denuncia. Estas expresiones de la nueva literatura surgen de la crisis del país revelada por el peronismo.
El examen del realismo y sus dificultades lo ocupan hacia el final del libro, cuando con más profundidad mira el liberalismo y a la izquierda literaria. El fracaso político por fundar la revolución democrática marcó el desarraigo de las capas intelectuales y su desencuentro con el pueblo. De ahí que todo pueda ser visto como un intento fallido. Nuevamente, como hiciera toda su generación, Portantiero va condenar el liberalismo como la expresión más acabada de una elite que funda una literatura de espaldas al país. Borges revela como nadie esa expresión, sus aires universalistas eran vistos como símbolos del manierismo y de una concepción abstracta del arte literario. El anarquismo fue la guía política de ese desarraigo de los intelectuales frente al pueblo. Luego, los escritores que después del novecientos se separaron de la elite y quedaron relegados del poder conformaron la primera manifestación de una literatura de izquierda. Una expresión cruda de lo social pero individualista, maniquea y abstracta por un lado, y, por otro, de la mano de Carriego, un humildismo de actitud piadosa frente a los pobres. Con todo, esa literatura ha dado nombres valiosos como Florencio Sánchez y Roberto J. Payró. Boedo es el segundo capítulo de la literatura de izquierda. Pero que prolonga los vicios teóricos del novecientos y en su disputa con Florida da cuenta de la emergencia del país moderno que se expresa en la literatura. Florida renueva la poesía de Lugones, Boedo expresa la revolución social en la literatura que las conmociones políticas tanto de adentro como de afuera del país, se expresaban en esa actualidad. Pero las dos tendencias, lejos de lo que sus protagonistas postulaban, no eran tan diferentes, ambas expresaban la soledad espiritual de las capas medias urbanas. El hombre que esta solo y espera, de Scalabrini Ortiz, afirma Portantiero, es la radiografía de su alma. Porque ese movimiento literario estaba huérfano ideológicamente, no tenía una fuerza social donde contenerse, por eso sus expresiones eran abstracciones ideológicas. Ya en el final afirma: "Solo a través del realismo la izquierda -desde Boedo hasta los comprometidos- superará el desgarramiento de su separación con el pueblo" (p. 122). Dijimos al comienzo que Realidad y realismo... es un documento de época, deberíamos agregar que también puede ser leído como un gran manifiesto generacional en el que Portantiero, en la búsqueda de colocar una cisura en la relación entre intelectuales y pueblo desde la gran tradición de izquierda en la Argentina, ajusta cuentas con las tradiciones anteriores de la crítica literaria, pero también con su propio Partido.

José Casco

UBA

Notas

1 Véase, Horacio Crespo, "Poética, política, ruptura", en Susana Cella (dir.), La irrupción de la critica, vol. 10 de la Historia Critica de la Literatura Argentina, Buenos Aires, Emecé, 1999.         [ Links ]

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