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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.16 no.2 Bernal dic. 2012

 

DOSSIER: Sociabilidades culturales en Buenos Aires, 1860-1930

 

Presentación

 

Paula Bruno

Universidad de Buenos Aires / CONICET

 

Círculos, ateneos, asociaciones profesionales y otras formas de reunión cobraron vida a lo largo del siglo XIX en Europa y dieron fisonomías particulares a la vida política y cultural de algunos países del continente. En general, estas asociaciones se vincularon con las prácticas políticas y culturales de las burguesías europeas y tuvieron un antecedente del cual diferenciarse: el salón aristocrático.1 En América Latina se extendieron también estas formas de sociabilidad. Sin embargo, dadas las características de las sociedades hispanoamericanas, es difícil pensar que surgieron para sustituir a los salones y las tertulias de los tiempos coloniales, más bien se relacionaron con las historias de las independencias y con el surgimiento de nuevas dinámicas de organización social y política en las primeras décadas del siglo XIX. Por su parte, no es posible reconocer etapas estrictas para la historia de las sociabilidades de estas geografías. Mientras que el esquema de interpretación aceptado para pensar en la sociedad francesa, por ejemplo, permite pensar en una sustitución del salón aristocrático por el círculo burgués, en los territorios que rompieron el lazo colonial con España fueron más frecuentes las superposiciones de formas de asociación y menos claras sus definiciones sociales -por ejemplo, sociedades de carácter más público convivieron con las logias y las asociaciones secretas y con tertulias de apariencia o pretensión "aristocrática"-.2 Por lo tanto, la sucesión de formas que es posible fechar para los casos europeos -de los que es prototípico el francés- no siempre tiene un correlato en las naciones hispanoamericanas.
Las historiografías de distintas latitudes de las últimas décadas han prestado atención a los fenómenos de sociabilidad asociativa con distintos objetivos.3 El nombre de Maurice Agulhon, de hecho, actualmente se liga de manera casi automática con el concepto de sociabilidad. Por su parte, los estudios que se han centrado en el análisis de la esfera pública y la opinión pública, influidos por Jürgen Habermas, han estudiado las sociabilidades y sus dinámicas y han convertido a la vida asociativa en uno de sus ejes de interés. Estos estudios han tenido sus ecos en la historiografía argentina de las últimas tres décadas. Se pueden reconocer por lo menos tres líneas tributarias de estas tendencias de la historiografía europea. En primer lugar, se encuentran los estudios de la sociabilidad en relación con la vida política del siglo XIX.4 En segundo lugar, se cuentan las investigaciones sobre las sociabilidades de distintos grupos sociales en el siglo XIX -en especial, de los sectores populares y de la elite social-.5 Por último, se produjeron contribuciones sobre las sociabilidades asociativas étnicas, sobre todo en el marco de los estudios sobre inmigración en el país.6
Es decir, las nociones de sociabilidad y vida asociativa han tenido una acogida destacada en los estudios provenientes de la historia política y de la historia social. En cambio, el estudio de las sociabilidades culturales no se ha convertido aún en foco de interés extendido. Puede sostenerse, de hecho, que mientras que en otros contextos historiográficos los estudios sobre sociabilidades culturales cuentan ya con unas tres décadas de despliegue, en la historiografía local es una perspectiva exiguamente explorada.7 De hecho, siguen utilizándose como obras de referencia sobre el tema libros publicados hace entre cuarenta y sesenta años.8
Ante este panorama, asumiendo el desafío de contribuir al estudio de las sociabilidades culturales, y con el objetivo de mostrar determinados aspectos de la vida letrada porteña en un período de mediano plazo que abarca las décadas comprendidas entre 1860 y 1930, los aportes de este dossier comparten una serie de preguntas sobre los ámbitos y los espacios de la vida letrada porteña.9
Algunas especificaciones sobre el dossier y sus contenidos. En primer lugar, cabe destacar que un conjunto de interrogantes ha servido
como guía para pensar en las sociabilidades culturales; entre esos interrogantes: ¿qué pretendían estas asociaciones?, ¿cómo percibían sus fundadores y miembros la vida cultural del país?, ¿cuáles fueron sus objetivos?, ¿qué referencias extranjeras funcionaron como modelos de la sociabilidad cultural porteña? Entonces, basándose en investigaciones realizadas en la última década -los autores y las autoras que participan han realizado sus investigaciones doctorales en distintas disciplinas en los últimos años-, los textos aquí presentados comparten algunas lecturas y cierta sensibilidad. Como se verá en los textos, sin embargo, no siempre los interrogantes comunes conducen a respuestas afines. Es en la diversidad de perspectivas, por lo tanto, donde radica la riqueza que las diferentes propuestas aportan para pensar la vida cultural porteña.
En segundo lugar, debe señalarse que las contribuciones se detienen en ámbitos de sociabilidad que, aunque con distinto grado de organicidad y formalidad, se mantuvieron siempre ajenos a las instituciones estatales y a los intereses disciplinares o profesionales. Es decir, se trata de espacios en los que las motivaciones para autoconvocarse y reunirse de los fundadores, los miembros y los concurrentes fijos o coyunturales no estaban asociadas a intereses ritmados por afinidades profesionales ni por intenciones de avance estatal sobre la sociedad civil.
Por último, el recorte cronológico es de interés porque permite visualizar tres momentos de la historia de la vida cultural porteña: uno abierto en 1860, otro que se dibuja en el giro del siglo XIX al XX, y el último que se extiende, aproximadamente, entre el Centenario de 1910 y fines de la década del veinte.
Sobre la primera marca temporal, cabe notar que en Buenos Aires, hacia la década de 1860, identificar a un solo grupo o describir un único espacio de sociabilidad intelectual preponderante no es una tarea posible. Este hecho marca un contraste en relación con lasdécadas comprendidas entre mayo de 1810 y la consolidación del rosismo. Para esos años pueden reconocerse y caracterizarse espacios de sociabilidad de manera relativamente precisa e incluso hacer un listado de las figuras que conformaban la elite letrada porteña. Constatan esta afirmación los siguientes ejemplos: la Sociedad Patriótica y los hombres de la Revolución, la Sociedad Literaria de Buenos Aires y el grupo rivadaviano, el Salón Literario y la Generación del 37.10 Sin embargo, cerrado el ciclo de la experiencia rosista, la vida asociativa tuvo una etapa de indiscutido auge. Habían quedado atrás los tiempos en los que una única asociación literaria se posicionaba nítidamente por sobre el resto de las agrupaciones culturales y, a tono con una tendencia más general de avance del asociacionismo desde la caída de Juan Manuel de Rosas, las sociabilidades de carácter cultural se multiplicaron desde la década de 1860.
Mientras que algunas de estas asociaciones contaban con un perfil ligado a una tendencia "disciplinar", "erudita" o "profesional" -como la Asociación Médica Bonaerense (inaugurada en 1860), la Sociedad Científica Argentina (creada en 1872) o el Instituto Geográfico Argentino (fundado en 1879)-, otras, como las aquí estudiadas, se postulaban, sin más, como agrupaciones culturales que podían reunir a figuras muy diversas en su interior. De este modo, si se confrontan los años post-1860 con los decenios anteriores, salta a
la vista que la novedad central de esta etapa es la apertura de una multiplicidad de zonas culturales en el ámbito porteño.
Evaluado en perspectiva, el panorama de asociaciones intelectuales dibujado entre 1860 y el fin-de-siglo presenta un despliegue considerable. Aunque los objetivos de algunas de las agrupaciones aquí presentadas variaron -hecho que puede verse en la transición entre el objetivo principal de generar una conciliación de intereses anclada en el mundo letrado en los años posrosistas, encarnado por el Círculo Literario, y la apelación a la formación de una asociación intelectual más madura y moderna, acorde con sus homólogas extranjeras, sostenida por los miembros del Ateneo-, una intención de fondo se mantuvo: existía consenso en la idea de que la república letrada sería una parte constitutiva de la cultura nacional y debía convocar a hombres con intereses diversos, tanto ideológicos como "disciplinares", para sostener proyectos colectivos y ser el vector del desarrollo del progreso intelectual del país. Aunque es sabido que en la época la denominación de "literario" -o términos afines- no implicaba, necesariamente, que se realizaran actividades exclusivamente ligadas al mundo de las letras, y pese a que no puede sostenerse de manera tajante que durante estas décadas las cuestiones ideológicas y políticas quedaban fuera de la mesa de discusión en estas asociaciones, vale resaltar que los debates de orden político quedaron relegados en pos de focalizar la atención en las dinámicas culturales del país. Esta tendencia se mantuvo hasta, por lo menos, el fin-de-siglo. En esta línea pueden inscribirse las siguientes asociaciones aquí presentadas: el Círculo Literario, el Círculo Científico y Literario, la Academia Argentina de Ciencias y Letras, las sociedades espiritualistas y, en algunos sentidos, el Ateneo, que podría pensarse como una experiencia tensionada entre el primer m omento que se acaba de caracterizar y el segundo, presentado a continuación.

Hacia fines de siglo, en cambio, como muestran los ensayos sobre las reuniones de controversia entre socialistas y anarquistas, algunos aspectos del Ateneo y las reuniones ligadas a la bohemia porteña, supeditar los intereses de orden político a los de orden cultural no parecía una tarea sencilla, pero tampoco deseable. Por un lado, el "momento 1890" había abierto un nuevo ciclo en la vida política y pública de Buenos Aires y del país en su totalidad. Por otra parte, también los espacios educativos universitarios se encontraban ya en un estado de mayor consolidación; es posible pensar, entonces, que, junto con las sociabilidades culturales que respondían a la idea de círculo o ateneo, las discusiones centrales se daban, a la par, en ámbitos institucionales formales, como la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales y la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. De hecho, el auge de las ciencias sociales y el despliegue de una cultura científica son dos fenómenos que se vinculan estrechamente con la vida universitaria.
El escenario configurado entre fines de siglo y el momento del Centenario muestra entonces una coexistencia de espacios de sociabilidad. Si en las décadas comprendidas entre 1810 y 1830 y la década posrosista era usual la convivencia de las sociedades públicas con las logias secretas, para el cambio de siglo la simultaneidad se daba entre los círculos culturales, las asociaciones de carácter político con intereses intelectuales y la vida universitaria. Pese a este proceso de ampliación de posibilidades, cabe destacar que las trayectorias individuales muestran que estos ámbitos no eran excluyentes entre sí, era usual que los mismos hombres públicos participaran en unas y otras instancias.
Entonces, si 1860 abre un momento y el cambio de siglo signa un segundo momento para las sociabilidades culturales, quedan por apuntar algunas características de un tercero y último momento para este tipo de iniciativa, que se extiende en los años comprendidos en
tre 1910 y 1930, aproximadamente. Existe en la actualidad cierto consenso al señalar que hacia 1910 se habría perfilado la profesionalización e institucionalización de ciertas disciplinas, a la vez que se dibujaron figuras intelectuales encasillables dentro de rótulos más específicos que los de antaño. Así, los perfiles del políglota, el hombre de cultura y el letrado se podían contrastar con el escritor, el periodista, el historiador o el crítico profesional. A la vez, tuvieron lugar otros fenómenos, como la emergencia de un mercado cultural especializado y el surgimiento de instituciones que sirvieron de marco a estos fenómenos: facultades, departamentos, institutos y cátedras, que dotaron a las disciplinas especializadas de un encuadre referencial con constancia y normas. Hay algunos casos relevantes en este sentido. Por ejemplo, si bien la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires se creó en 1896, sus cátedras e institutos de investigación vinculados a temas nacionales tardaron varios años, y hasta décadas, en definirse y consolidarse. La primera cátedra de Literatura Argentina, a cargo de Ricardo Rojas, fue inaugurada en 1913, y el Instituto de Literatura Argentina, en 1922. En el mismo sentido, la Sección de Investigaciones Históricas comenzó a desarrollar sus actividades en 1906 y se convirtió en Instituto de Investigaciones Históricas en 1921, y aunque la Junta de Numismática Americana fue creada en 1893 y en 1901 se organizó como Junta de Numismática e Historia Americana, sólo en la década de 1920 comenzó a publicar sus boletines. La Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales se creó en 1874 como parte de la Universidad de Buenos Aires, pero sus actividades comenzaron a ser visibles en 1915 en ocasión de la edición de sus Anales. En un movimiento contemporáneo al de la profesionalización e institucionalización apenas descripto, en las tres primeras décadas del siglo XX surgieron emprendimientos renovadores que giraron en torno a revistas culturales y grupos asociados a ellas -como Nosotros, Revista de Filosofía, Martín Fierro, Inicial, Proa, Prisma, entre otras-. Estas nuevas empresas se constituían en tanto ámbitos de articulación de nuevas constelaciones intelectuales signadas fuertemente por la pertenencia a determinados moldes disciplinares o por la filiación con grupos, vínculos y solidaridades que excedían ampliamente el espacio brindado por las páginas de sus órganos de difusión y que cristalizaban en ámbitos de sociabilidad cultural. Estos dos procesos, la profesionalización de las disciplinas y el surgimiento de grupos de intelectuales con proyectos renovadores en los veinte, permiten pensar en su contexto tanto la experiencia de El Colegio Novecentista como la de los Cursos de Cultura Católica. Si bien estas dos iniciativas contaban con muy diversos objetivos, en sus formas de organización y en los debates que se dieron en su interior puede percibirse la atención brindada a los fenómenos que excedían ampliamente los marcos porteños. Como es sabido, desde mediados de la década de 1910, sucesos de repercusión internacional, como la Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa, marcaron fuertes transformaciones en los espacios intelectuales latinoamericanos. La crisis del gran modelo cultural y civilizador encarnado en la tradicional Europa, la resistencia a tomar como parámetro civilizador a los Estados Unidos (ante el recrudecimiento de las ideas antiimperialistas) y el ascenso de nuevas experiencias políticas basadas en ideologías de izquierda, pero también otras claramente autoritarias, confluyeron para configurar una década de 1920 en la que las certidumbres de antaño desaparecieron para dejar en el escenario la búsqueda de nuevas legitimidades. La caracterización de Europa como el baluarte del progreso, la civilización, el orden y la ciencia cambió de signo en la crisis de posguerra y puso en cuestión la idea del Occidente civilizado, lo que dio a su vez surgimiento a nuevas corrientes de ideas. Por su parte, la Reforma Universitaria de 1918 desencadenó un amplio impacto de dimensiones latinoamericanas. Estas coordenadas redimensionaron, seguramente, las ideas acerca de las formas adecuadas de participar de sociabilidades culturales y de los puentes entre éstas y el mundo político. Los tiempos estaban cambiando de manera rauda y las posibilidades para pensar la cultura parecían readaptarse a ellos.
Aunque luego de 1930 se crearon círculos letrados que en su esencia retomaban algunas de las premisas de aquellos que habían surgido en las décadas anteriores, lo cierto es que se produjo desde entonces un avance de las
instituciones formales de otro tipo. De hecho, las creaciones de las academias disciplinares, que aún perviven, datan en su mayoría de las décadas de 1930 y 1940 (Academia Argentina de Letras: 1931; Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas: 1938; Academia Nacional de la Historia, ex Junta de Numismática e Historia Americana: 1938). Quedan planteadas las preguntas respecto de en qué medida estas formas de agrupación disciplinar jaquearon o potenciaron las intenciones de figuras del mundo cultural de generar espacios que trascendieran las fronteras disciplinares y se mantuvieran ajenos a las dinámicas estatales.

Notas

* Organizado por Paula Bruno, este Dossier presenta los temas que desarrollará un volumen sobre sociabilidades culturales en Buenos Aires de próxima aparición en la Colección Intersecciones de la Editorial de la Universidad Nacional de Quilmes.

1 Véanse Benedetta Craveri, La cultura de la conversación, Buenos Aires, Fondo de cultura Económica, 2002;         [ Links ] Roger Chartier, Espacio público, crítica y desacralización en el siglo XVIII: Los orígenes culturales de la Revolución Francesa, Barcelona, Gedisa, 2003,         [ Links ] y Maurice Agulhon, El Círculo burgués. La sociabilidad en Francia, 1810-1848, Buenos Aires, Siglo xxi, 2009.         [ Links ]

2 Véase Roberto Di Stefano, "Orígenes del movimiento asociativo: de las cofradías coloniales al auge asociativo", en Elba Luna y Élida Cecconi (dirs.), De las cofradías a las organizaciones de la sociedad civil. Historia de la iniciativa asociativa en la Argentina, Buenos Aires, Gadis, 2002.         [ Links ]

3 Véanse Maurice Agulhon, "La sociabilidad como categoría histórica", en VV.AA., Formas de sociabilidad en Chile 1840-1940, Santiago de Chile, Fundación Mario Góngora, 1992, pp. 1-10,         [ Links ] y Jordi Canal i Morell, "El concepto de sociabilidad en la historiografía contemporánea (Francia, Italia y España)", en Siglo XIX, nueva época, Nº 13, enero-junio de 1993, pp. 5-25.         [ Links ]

4 Para distintos períodos y con miradas diferentes, son obras destacadas en este sentido: Pilar González Bernaldo, Civilidad y política en los orígenes de la nación argentina, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2001,         [ Links ] e Hilda Sabato, La política en las calles. Entre el voto y la movilización. Buenos Aires, 1862-1880, Buenos Aires, Sudamericana, 1998.         [ Links ]

5 Son representativos en este sentido: Sandra Gayol, Sociabilidad en Buenos Aires. Hombres, honor y cafés, 1862-1910, Buenos Aires, Ediciones Del Signo, 2002,         [ Links ] y Leandro Losada, "Sociabilidad, distinción y alta sociedad en Buenos Aires: Los clubes sociales de la elite porteña (1880-1930)", Desarrollo Económico, Nº 180, enero-marzo de 2006, pp. 547-572.         [ Links ]

6 Entre otros trabajos, pueden verse: Fernando Devoto y Alejandro Fernández, "Mutualismo étnico, liderazgo y participación política. Algunas hipótesis de trabajo", en Diego Armus (comp.), Mundo urbano y cultura popular. Estudios de Historia Social Argentina, Buenos Aires, Sudamericana, 1990, pp. 129-152,         [ Links ] y Fernando Devoto, "Participación y conflictos en las sociedades italianas de socorros mutuos", en Fernando Devoto y Gianfausto Rosoli (comps.), La inmigración italiana en la Argentina, Buenos Aires, Biblos, 1995, pp. 141-164.         [ Links ]

7 En este sentido, son de referencia los trabajos de Jean-François Sirinelli y de otros autores que han seguido su camino al combinar tres pilares para concretar una historia de los intelectuales: los itinerarios particulares, la generación y las redes y lugares de sociabilidad. Claro que la propuesta de Sirinelli se ajusta a coordenadas culturales y sociales de Francia, pero no por eso deja de ser una fuente de sugerencias. Además de las obras surgidas de las investigaciones de Jean-François Sirinelli, puede verse su artículo "Le hasard ou la nécessité? Une histoire en chantier: l'histoire des intellectuels", Vingtième Siècle. Revue d'histoire, Nº 9, enero-marzo de 1986, pp. 97-108.         [ Links ] Algunos análisis que siguen el camino propuesto por Sirinelli pueden verse en Nicole Racine y Michel Trebitsch (dirs.), Sociabilites intellectuelles. Lieux, milieux, résaux, París, Les Cahiers de l'ihpt, Nº 20, marzo de 1992.         [ Links ]

8 Por ejemplo, Raúl Castagnino etal., Sociedades Literarias Argentinas (1864-1900), La Plata, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, 1967;         [ Links ] Haydee E. Frizzi de Longoni, Las sociedades literarias y el periodismo (1800-1852), Buenos Aires, Asociación Interamericana de Escritores, 1947;         [ Links ] Félix Weinberg, El Salón Literario de 1837, Buenos Aires, Hachette, 1958.         [ Links ]

9 Las contribuciones aquí reunidas ofician como "prelanzamiento" de un volumen sobre sociabilidades culturales en Buenos Aires de próxima aparición en la Colección Intersecciones, dirigida por Carlos Altamirano en la Editorial de la Universidad Nacional de Quilmes.

10 Véanse, sobre estas asociaciones, Eugenia Molina, El poder de la opinión pública. Trayectos y avatares de una nueva cultura política en el Río de la Plata, 1800-1852, Santa Fe, Ediciones unl, 2009;         [ Links ] Jorge Myers, "La cultura literaria del período rivadaviano: saber ilustrado y discurso republicano", en Fernando Aliata y María Lía Munilla (comps.), Carlo Zucchi y el neoclasicismo en el Río de la Plata, actas del coloquio, Buenos Aires, Eudeba, 1998;         [ Links ] Jorge Myers, "Revoluciones inacabadas: hacia una noción de Revolución en el imaginario histórico de la Nueva Generación argentina: Alberdi y Echeverría, 1837-1850", en VV.AA., Imagen y recepción de la Revolución Francesa en la Argentina, Buenos Aires, gel, 1990.         [ Links ]

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