SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.16 número2Sociedades espiritualistas en el pasaje de siglos: entre el cenáculo y las promesas de una ciencia futura (1880-1910)El Ateneo (1892-1902): Sincronías y afinidades índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

  • No hay articulos citadosCitado por SciELO

Links relacionados

  • No hay articulos similaresSimilares en SciELO

Compartir


Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.16 no.2 Bernal dic. 2012

 

DOSSIER: Sociabilidades culturales en Buenos Aires, 1860-1930

Los encuentros de controversia entre anarquistas y socialistas en Buenos Aires (1890-1902)

 

Martín Albornoz

Universidad de Buenos Aires / IDAES / CONICET

 

A partir del último tercio del siglo XIX, tan pronto como proliferaron en la Argentina las primeras agrupaciones anarquistas y socialistas, se hicieron evidentes las diferencias existentes entre ambas corrientes. Éstas, ema nadas inicialmente de la fractura de la Primera Internacional, con el tiempo devendrían de la propia dinámica de los grupos y publicaciones que fueron estructurando, sobre bases más sólidas y estables, el universo de las izquierdas en el país. El núcleo duro del disenso, para nada menor, descansaba en la disímil apreciación del Estado en la emancipación de los trabajadores. Este punto de no retorno se refractó sobre otras cuestiones igualmente problemáticas, entre ellas: las reformas parciales, el rol de la violencia, la organización partidaria y gremial, las representaciones sobre la revolución y la acción parlamentaria.
No obstante, y pese a la cesura teórica y táctica que, irremediable, prefiguraba caminos divergentes, anarquistas y socialistas contribuyeron a formar y desarrollar el campo político y cultural de izquierdas compartido y diferenciado de otras expresiones políticas del período. La valoración de la prensa como órgano de difusión privilegiado de las ideas, la edición de libros y folletos, las prácticas conmemorativas -ya sea el 1º de mayo o el aniversario de la Comuna de París-, la articulación de
una red de círculos y locales, la ponderación de las conferencias públicas, la preocupación por la educación racionalista, las manifestaciones reivindicativas y el internacionalismo vertebraron una sensibilidad y una cultura política compartidas para tematizar, visibilizar y proponer respuestas a la llamada Cuestión Social en la Argentina. Dentro de esas prácticas comunes, de manera saliente, las reuniones de controversia entre libertarios y socialistas establecieron una forma de sociabilidad específica, cuyo propósito evidente fue poner de manifiesto la superioridad de una corriente respecto de la otra con el propósito igualmente evidente de ganar adeptos. La controversia, ya fuera motivada de manera unilateral o consensuada, en forma de reunión "amorfa" o formalmente pautada, acompañó el desenvolvimiento de los anarquistas y los socialistas, desde su etapa germinal, en torno al noventa, hasta su consolidación como alternativas principales y vertebradas al "régimen conservador" y al capitalismo hasta bien entrado el siglo XX.
Periódicos como El Perseguido, La Anarquía y El Obrero, en un primer momento, y La Protesta Humanay La Vanguardia, después, informaron puntillosamente sobre las distintas modalidades de la controversia. A diferencia del escrito polémico, que abundaba lógicamente en sus más variadas gamas
-desde la sátira o la burla, la columna fija, la crítica teórica y la traducción de sesudos estudios críticos de autores extranjeros-, la prensa socialista y anarquista, al reseñar las controversias en sus páginas, ponía el énfasis mayormente, con independencia del tema que convocara la discusión, en aspectos formales y puntualizaciones sobre sus animadores, modalidades oratorias, repertorios gestuales, disposición del espacio, rasgos personales, representaciones del contrincante y comportamientos del público asistente. A su vez, las autobiografías y las obras de reflexión histórica de militantes de los dos bandos testimoniaron el efecto duradero que los encuentros de controversia tuvieron en el recuerdo, revelando, como en el caso del socialista Enrique Dickmann o el anarquista Julio Camba, su carácter memorable.
En términos ideales, los encuentros de controversia supusieron la adecuación del espacio, el correcto uso del lenguaje para dirigirse al rival, evitar la superposición de voces y temas, el respeto por el otro y la claridad expositiva como forma de inclinar a los presentes, ya sea a un auditorio heterogéneo o compuesto de militantes, en favor de unos o de otros. Incluso los socialistas, tomando como modelo los debates parlamentarios, publicaron en las páginas de La Vanguardianumerosos artículos, que, aparecidos con el título "Reglas de discusión", tendían a proponer ciertas prerrogativas formales para el mejor flujo de los intercambios. Sin embargo, las fuentes informan recurrentemente, a propósito de las controversias, sobre "gritos desentonados", "descocos de mujerzuela", "lenguaje de garitos y cafetines", "rencores", "perversidades", "bochinches", "frases de relumbrón", "actos antisociales", "disparos", "asientos volcados", "razonamientos a fuerza de pulmones" y "horripilantes fraseologías demagógicas".
Esta percepción conflictiva y caótica de los resultados de las controversias, y sobre
el modo en que se desviaban de su propósito explícito de convencer mediante "la sensatez y la cordura", no impidió que se sucedieran con más frecuencia año tras año, ganando en dimensión y espectacularidad. Una mirada diacrónica y algo esquemática nos muestra dos grandes momentos de las controversias.
En el primero de esos momentos, en torno al noventa, la discusión fue motorizada por la voluntad explícita de los pequeños grupos libertarios de neto corte individualista - enemigos de la acción colectiva organizada, partidarios declarados de la propaganda por el hecho y redactores de El Perseguido- de discutir con los incipientes grupos socialistas como Vorwärts o el periódico El Obrero, dirigido por el marxista alemán Germán Avé-Lallemant. Al descreer de cualquier organización estable que trascendería el marco más íntimo del grupo de afinidad, menos podían los ácratas privilegiar formas específicas de controversia. Si bien no las desconocieron, esa concepción antiorganizativa llevó a poner en práctica un modelo de discusión que des­pertó acritud entre los contendientes: intervenir en actos socialistas. Los ejemplos de esto son numerosos desde ambas perspectivas. Los anarquistas celebrando con éxito las intromisiones, que de manera habitual terminaban en escándalo, y los socialistas denunciando la desubicación y, por qué no, el tedio. En esta etapa inicial, aun en los casos concertados, según los testimonios y las fuentes, las controversias adolecían, en primer lugar, de temas específicos. Mayoritariamente, por ser el tema en extremo difuso, se discutía la Cuestión Social, que abarcaba y se descomponía en una miríada de subtemas. Esta característica, sumada a otras inadecuaciones, como el espacio físico en sí, compuesto en su mayoría por tabernas, bares y pequeños locales, contribuyó a que este tipo de encuentros fueran caracterizados como "reuniones amorfas". Estas reuniones, en su representación extrema, más allá del pintoresquismo y lo ima
ginativo de la descripción, como rememora Enrique Dickmann, podían durar tres días y tres noches, en la atmósfera corrosiva de un sótano de taberna en el que los temas a discutir eran "vastos y universales", desfilando "en inmensos caleidoscopios de palabras, frases y retórica insustancial".
El segundo momento de las controversias enfrentó a un movimiento anarquista manifiestamente proorganizador, tendiente a fomentar la acción gremial, y a un Partido Socialista que, pese a sus magros resultados en materia de votos, volcaba el sentido de su acción política hacia la participación electoral y la acción sindical. A su vez, si bien la prensa anarquista siguió siendo múltiple y coral, el contrapunto se sostuvo a través de los dos voceros más notables de ambas corrientes: La Protesta Humana(anarquista) y La Vanguardia (socialista). Esta nueva situación favoreció, siguiendo la intuición de José Aricó, el efecto de retroalimentación que animó el tipo de relación que anarquistas y socialistas mantuvieron entre sí.1 Como correlato de este proceso someramente descripto, las reuniones de controversia fueron ganando importancia y formalización. Como sostiene Juan Suriano, sobre el final del siglo XIX "las controversias se modificaron sustancialmente pues ahora las disputas oratorias tenían como objetivo convencer al público asistente. En realidad, anarquistas y socialistas transitaban el mismo campo y se disputaban el mismo público. En ese sentido, la controversia era una estrategia ideal para confrontar ideas".2 La modificación señalada por Suriano se expresó en varios niveles que, si bien no permiten hablar de una "sociabilidad formal", avanzaban en esa dirección. En primer lugar, anarquistas y socialistas empezaron a convocar a sus figuras más destacadas. Por el lado anárquico, la llegada del abogado, criminalista y eximio militante libertario italiano Pietro Gori al país prestigió al anarquismo, dotándolo de una visibilidad apta para todo público con impacto incluso en la prensa comercial y en espacios no anarquistas. Esta presencia, algo espectacular, motivó que los socialistas le salieran al cruce, tanto en la prensa como en las controversias. La figura más saliente de este movimiento fue José Ingenieros, que con la intensidad que caracterizó su sinuosa inscripción intelectual, no perdió oportunidad de controvertir con Gori, con el cual, dicho sea de paso, trabó una relación personal.
Un efecto similar tuvo en 1902 la llegada del diputado socialista Dino Rondani, presentado por La Vanguardiacomo un verdadero "dolor de cabeza" para los anarquistas. Bajo su influjo tuvieron lugar, según se desprende de las fuentes, "los duelos oratorios" más recordados. Anunciadas, semana a semana, cambiaron radicalmente las locaciones, llevándose las controversias a teatros que fueron "desventrados" por la afluencia de un público estimado, de manera entusiasta, en más de dos mil asistentes. Los temas se detallaban con antelación, así como la disposición de tiempo para la exposición y la réplica. A su vez, se intentaba fomentar la calma y regular las actitudes del público asistente, invocando el respeto y la camaradería.
Pese a todo lo señalado, aun en esta situación más pautada no se pudo conjurar el pulso violento que motorizaba las controversias. En septiembre de 1902, una controversia que tuvo lugar en un teatro Doria repleto, en la cual los anarquistas se encontraban en minoría, terminó en una desbandada que ninguno de los dos oradores, Dino Rondani y el destacado intelectual anarquista Félix Basterra, pudieron controlar. Este aspecto
violento, que derivaba en una constante lamentación de ambas corrientes por la confusión entre las nociones de adversario y enemigo, me lleva a preguntar si a otro nivel, por fuera del explícito y cordial deseo de habitar la diferencia pacíficamente, la controversia no expresaba otro tipo de sociabilidad menos diáfana. En mi opinión, las controversias expresaban un tipo de sociabilidad que ponía en su centro, no tanto formas civilizadas de interacción, diálogo y conducta, sino la lucha, entendida a la manera de Simmel, como dinamizadora de los agrupamientos sociales.3 Desde esta perspectiva puede pensarse por qué, contra toda evidencia, esas controversias no sólo no decrecieron, sino que aumentaron en complejidad y organización. Esta interacción conflictiva, paradójicamente, no redundó en ruptura e indiferencia, sino que, por el contrario, fue condición necesaria para forjar una cultura política de izquierda de la cual anarquistas y socialistas participaron destacadamente.
Interrumpidas en su dinamismo, entre otras cosas, por la sanción de la Ley de Residencia en noviembre de 1902, las controversias permiten indagar las posibles relaciones entre sociabilidad y cultura de izquierda en la Argentina. A través de ellas, se ampliaron las formas de propaganda, se pusieron en discusión y contraposición temas nodales de las identidades políticas anarquistas y socialistas, a la vez que se proyectaron figuras políticas de trascendencia, como las de Ingenieros y Gori, pero también las de militantes y difusores que, aun siendo menos rimbombantes, fueron fundamentales para poner en discusión y circulación las ideas de izquierda en el país. A su vez, aunque no de forma excluyente, las controversias funcionan como un interesante prisma a partir del cual estudiar lenguajes políticos, actitudes y gestualidades, e incluso cierta dimensión material de la discusión política en la Argentina del entre siglos pasado.

Notas

1 José Aricó, "Para un análisis del socialismo y del anarquismo latinoamericanos", en La hipótesis de Justo. Escritos sobre el socialismo en América Latina, Buenos Aires, Sudamericana, 1999, p. 39.         [ Links ]

2 Juan Suriano, Anarquistas. Cultura y política libertarias en Buenos Aires 1890-1910, Buenos Aires, Manantial, 2001, p. 126.         [ Links ]

3 Georg Simmel, "La lucha", en Sociología. Estudios sobre las formas de socialización, Madrid, Alianza, 1986.         [ Links ]

Creative Commons License Todo el contenido de esta revista, excepto dónde está identificado, está bajo una Licencia Creative Commons