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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.16 no.2 Bernal dic. 2012

 

DOSSIER: Sociabilidades culturales en Buenos Aires, 1860-1930

 

El Ateneo (1892-1902). Sincronías y afinidades

 

Federico Bibbó

Universidad Nacional de La Plata

 

"Mi pobre pueblo, lo temo, va a caer en manos de mercaderes, y habrán sido inútiles, sino perjudiciales, tres años de sacrificio por la moral, por la libertad, por el decoro." Escritas por Joaquín V. González en 1891, estas palabras conllevan un tono confidencial que se vuelve especialmente significativo si atendemos a la situación de su autor y al destinatario de la carta en que aparecen. Para entonces, González está a punto de dejar el cargo de gobernador de La Rioja que ocupa desde 1889, como resultado de las convulsiones que todavía están lejos de acallarse después de la crisis económica y de la revolución de julio del año anterior. El desasosiego con el que evalúa su precaria situación no está destinado a otro político; tampoco a un familiar, como parece indicarlo la efusión sentimental con la que procesa los hechos que lo empujarán a su renuncia, sino a un amigo a quien cree poder confesar la crisis de su vocación política sin despertar en él, al mismo tiempo, la sospecha de faltar a su convicción patriótica. El destinatario de la carta es Rafael Obligado, quien a su vez busca adaptarse a esta inflexión subjetiva de los males del presente por medio de una creencia común, una creencia que, para resumir, podemos identificar con la literatura, y que un año después de este intercambio epistolar daría por resultado la fundación del Ateneo de Buenos Aires.1
El último paso de este breve relato, por supuesto, simplifica, suprime mediaciones entre los acontecimientos, pero no impugna los vínculos entre estas dos trayectorias y la asociación de "intelectuales", escritores y artistas que empezaría a organizarse en 1892. En principio, introduce una sensibilidad compartida que será fundamental para comprender el surgimiento del Ateneo; una sensibilidad que después del noventa cristaliza como una necesaria revisión del proceso modernizador iniciado una década atrás y en la cual se combinan el antimaterialismo y una impugnación al menos parcial de los valores que habían orientado el progreso. Pero si estos componentes se articulan en esa carta, el panorama sobre el cual surgiría el Ateneo se completa cuando nos remitimos a los ámbitos de acción que González elige al regresar a la capital del país. Entonces, el autor de La tradición nacional encuentra como uno de sus refugios predilectos las tertulias literarias que Obligado había mantenido desde la década de 1870, mientras retoma su trabajo como periodista del diario La Prensa. En esta doble pertenencia, es decir, entre las tertulias "tradicionales" y el espacio de la prensa "moderna", se proyecta ya la historia de una asociación en la cual se ponen en juego las diversas confluencias que caracterizan al campo cultural argentino a fines del siglo XIX. Originado en el espacio doméstico y semi-formal -a medio camino entre el modelo asociativo y la sociabilidad espontánea- de las tertulias semanales a las cuales asistían Ernesto Quesada, Carlos Vega Belgrano, Calixto Oyuela, Leopoldo Díaz, Lucio V. Mansilla, Alberto del Solar y Federico Gamboa (además de González y Obligado) entre otros, el Ateneo se presentó en un principio como una formalización de este grupo y como una prolongación de los intereses sobre los cuales se había constituido. Sin embargo, la propuesta de creación de un "centro literario" pronto se convirtió en un proyecto más ambicioso. En julio de 1892, en una reunión en la casa de Obligado, se eligió la primera Comisión Directiva, presidida por Carlos Guido Spano. Enseguida se redactaron los estatutos, donde quedó consignado como objetivo de la nueva asociación "favorecer el desarrollo de la vida intelectual en la República Argentina",2 y se establecieron las secciones encargadas de encauzar los intereses de sus miembros hacia la organización de conferencias, concursos, exposiciones y conciertos (originalmente cuatro: Bellas Letras, Estudios Históricos, Estudios sociales y filosóficos y Bellas Artes; poco más tarde ampliadas a seis con la incorporación de las de Música y Ciencias Físico-Matemáticas). Además, se dispuso la composición de la Junta Directiva y se definieron las atribuciones de sus miembros, divididos en activos, correspondientes y honorarios. En 1893, la asociación ya contaba con su propio local y con una serie de proyectos en marcha: la apertura de la primera exposición anual de pinturas, dibujos y esculturas (organizada por la sección Bellas Artes, que presidía Eduardo Schiaffino), la formación de una "Biblioteca de Escritores Argentinos" (un proyecto redactado por Calixto Oyuela, el nuevo presidente del Ateneo desde fines de 1892) y la realización de un concurso de partituras musicales (a cargo de la sección presidida por Alberto Williams). Al producirse su inauguración oficial en ese mismo año, se conservaban intactas las aspiraciones de algunos de los hombres de letras que habían participado de la fundación de esta asociación. Desde la perspectiva de una preocupada percepción sobre el carácter cosmopolita y "materialista" de la sociedad argentina en formación, para ellos, éste debía ser un espacio institucional de resguardo de una cultura nacional. Por momentos muy lejos de estos objetivos iniciales, a lo largo de su historia -que se extendería hasta 1902- el Ateneo iba a encontrar una función que, por sí misma, lo convierte en un objeto importante. Esa función está ya implícita en la posición adoptada por Joaquín V. González, quien se coloca en un zona de intersección entre el circuito restringido de las tertulias literarias y el mercado de bienes simbólicos sobre la base del cual comenzaba a forjarse una nueva figura de escritor. De manera similar, el Ateneo funcionó como un espacio de sutura entre los hábitos que en el pasado habían caracterizado la reproducción de las elites intelectuales y el proceso de democratización cultural.3 La historia literaria ha llamado la atención sobre la coincidencia que se produjo en el marco de esta asociación entre figuras cercanas al modelo del "letrado" y algunos de los "nuevos" escritores que por entonces se iniciaban en el camino de la profesionalización. En este sentido, podemos preguntarnos por qué, aunque sería simplificador definir al Ateneo como el lugar en el que se reunieron en una misma mesa de conferencias Rafael Obligado y Rubén Darío, esta imagen no deja de ser significativa. Estamos en 1896 y Darío va a leer "Eugenio de Castro y la literatura portu­guesa", uno de los textos que formarían parte de Los raros. Obligado lo presenta, como presidente de la asociación, con un discurso que subraya las diferencias entre las posiciones estético-ideológicas resumidas en esta escena -"viejos" y "nuevos", "nacionales" y "cosmopolitas"-, pero al mismo tiempo reconoce una pertenencia común:

Toda nuestra América le ha visto pasar; y si no le ha batido marcha la guardia vieja del arte, palmas juveniles, vigorosamente levantadas, le han enviado el aplauso resonante de la victoria.
¡Acompaño ese aplauso, pero lo acompaño desde las filas de la guardia vieja, haciéndole crujir la seda de mi azul y blanca!4

El discurso es importante porque permite deslindar alianzas y afinidades, y de este modo definir el espacio de múltiples intersecciones (estéticas, disciplinarias, de trayectorias intelectuales) que se conformó en el Ateneo. Pero además, porque al poner en sincronía los elementos "tradicionales" y "modernos", coloca en primer plano la necesidad de formalizar el desprendimiento de los intereses "espirituales" sobre la que se había constituido esta asociación en el marco de las transformaciones culturales que estaban ocurriendo en la Argentina de fin de siglo.
Desde esta perspectiva, puede entenderse también el ingreso de Lugones, quien, de algún modo, terminaría sintetizando muchas de las líneas de fuerza que se encontraron en el Ateneo. A mediados de la década, el grupo de los "jóvenes" liderado por Darío (Ángel Estrada, Ricardo Jaimes Freyre, Roberto Payró, Julián Martel, Luis Berisso, Charles de Soussens), frecuentan sus salones sin dejar por eso de cultivar ese modo de existencia colectiva sin duda novedoso que se desarrolla entre las redacciones de los diarios y en las cervecerías. No es extraño entonces que al llegar a Buenos Aires Lugones acuda al Ateneo, donde un anónimo joven provinciano puede presentarse ante sus pares y ser aceptado únicamente gracias a sus versos. Así lo recuerda Ernesto de la Cárcova: "Una noche que estábamos allí reunidos, apareció un joven, a quien nadie conocía. Traía un rollo de papeles. Nos leyó varias poesías y despertó el entusiasmo de todos".5 Aunque la escena es conocida, esta versión tiene la ventaja de recuperar, en una escala microscópica, las transformaciones que esta asociación representó en el plano de la sociabilidad cultural. Entre otras cosas, porque permite imaginar el instante anterior a la llegada de Lugones, cuando algunos escritores y artistas plásticos estaban ahí, no haciendo nada en particular sino tan sólo compartiendo un tiempo de ocio. Es decir, porque muestra, dentro del Ateneo, ese margen de experiencia en el cual "artista" o "escritor" empezaban a significar una identidad, con indiferencia de cualquier otro atributo social.

Notas

1 El intercambio epistolar entre González y Obligado puede leerse en el trabajo de Julián Cáceres Freyre, "Reflejos de una amistad entre poetas. Correspondencia entre Obligado y González", Revista de la Universidad Nacional de La Plata, Nº 17, 1963, pp. 163-176. La cita inicial corresponde a la página 173.         [ Links ]

2 Estatutos del Ateneo, Buenos Aires, Imprenta San Martín, 1892, p. 3.         [ Links ]

3 En este sentido, el Ateneo puede pensarse como un territorio en el cual se procesaron aquellas transformaciones que Julio Ramos describe como "un cambio radical en la relación entre el intelectual, el poder y la política" en el último cuarto del siglo XIX. Julio Ramos, Desencuentros de la modernidad en América Latina. Literatura y política en el siglo XIX, México, Fondo de Cultura Económica, 1989, p. 70.         [ Links ] Ya en el marco de las tertulias literarias de Obligado puede percibirse la presencia de estos cambios orientando las búsquedas de quienes se sabían desprovistos del contexto que había posibilitado la intervención del hombre de letras en el espacio público, si bien allí permanecen aún las prerrogativas de clase, de "linaje" o de proximidad con los sectores dirigentes propias de la figura del letrado tradicional. Dos perspectivas clásicas e igualmente insoslayables sobre este problema, que incorpora y con las cuales discute el libro de Ramos, son las de Ángel Rama, La ciudad letrada, Montevideo, fiar, 1984,         [ Links ] y David Viñas, "De los 'gentlemen' escritores a la profesionalización de la literatura", en Literatura argentina y realidad política, Buenos Aires, Jorge Álvarez Editor, 1964, pp. 259-308.         [ Links ]

4 Rafael Obligado, "Discurso de presentación de Rubén Darío en el Ateneo (1896)", en Prosas, compilación y prólogo de Pedro Luis Barcia, Buenos Aires, Academia Argentina de Letras, 1976, p. 330.         [ Links ]

5 Ernesto Mario Barreda, "El viejo Ateneo", suplemento Letras y Artes de La Nación, 24 de abril de 1927.         [ Links ]

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