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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.17 no.1 Bernal jun. 2013

 

RESEÑAS

Sabina Loriga,
La piccola x. Dalla biografia alla storia, Palermo, Sellerioeditore, 2012, 213 páginas

 

En el prefacio de esta obra, la autora da cuenta de cómo, desde fines del siglo xviii, los historiadores buscaron descubrir las dinámicas de la historia universal dejando de lado las acciones de los individuos. Llama a este proceso la "desertificación" del pasado. Sin embargo, ante el avance de esta tendencia, una minoría de autores trataron de salvar la dimensión individual de la historia y de dar cuenta de ella en sus obras. Esta dimensión es la que Johann Gustav Droysen llamó "la pequeña x" –o la x minúscula–. A comienzos de la década de 1860, Droysen escribió: "si se llama A al genio individual, es decir a todo aquello que es singular en un hombre, lo que posee y hace, entonces esta A es a+x: a está compuesta por todas las circunstancias externas –país, pueblo, época, etcétera–, mientras que x representa su contribución personal, la obra de su libertad individual". Siguiendo esta sugerencia de Droysen como norte, la autora destaca que varios autores del siglo xix y xx trataron de explorar esa x minúscula. Con la intención de seguir estas indagaciones, Loriga propone trascender las disciplinas y elige una serie de autores: Thomas Carlyle, Wilhelm von Humboldt, Jakob Burckhardt, Wilhelm Dilthey, León Tolstoi. Destaca que es difícil agrupar a estas figuras en una sola escuela o tendencia interpretativa o dotar de coherencia a sus intereses y producciones. Sin embargo, propone pensar estas voces en conjunto porque tienen en común dos convicciones: 1. "creen que el mundo histórico es creativo, productivo, y que esta cualidad no tiene su fundamento en un principio absoluto, trascendente o inmanente a la acción humana sino en la acción recíproca de individuos singulares"; 2. "tienen un fuerte sentido de la vitalidad periférica de la historia: más que unificar los fenómenos, tratan de revelar la naturaleza multiforme del pasado" (p. 17). Además de los autores mencionados, la autora se sirve de referencias de William James, Max Weber, Walter Benjamin, Siegfried Kracauer, entre otros. Pero es el mencionado elenco el que llama centralmente su atención. El libro está organizado en una Prefazione y siete capítulos:
i. "La soglia biografica" –el umbral biográfico–,
ii. "La vertigine della storia",
iii. "El dramma della libertà",
iv. "La pluralità del passato",
v. "L'uomo patologico", vi. "La storia infinita", vii. "Sulle spalle dei giganti".
Antes de adentrarse en el seguimiento de los autores seleccionados, Loriga dedica parte del libro a estudiar las "fronteras inciertas e inestables" que separan la biografía de la literatura y de la historia. En el capítulo i, revisa los orígenes antiguos de la biografía en Grecia y en Roma y se refiere a biógrafos del medioevo y del Renacimiento. Sin embargo, se enfoca en los escritores de vidas que recibieron por primera vez el bautismo de "biógrafos"; fueron ingleses: Izaak Walton, John Aubrey, Samuel Johnson, James Boswell.
Desde sus inicios la biografía fue, según señala Loriga, un "género híbrido y promiscuo", constantemente tensionado entre la historia y la literatura, cambiante en sus elecciones y en sus estilos narrativos y, por lo tanto, difícil de ser sometido a reglas. Las reflexiones más sistemáticas sobre el género se concentraron en el curso del siglo xviii. Este hecho se debe a que se comenzó a escribir biografías que ya no eran las hagiografías de santos y reyes, sino que aparecieron en escena nuevos personajes, como poetas, soldados y criminales, y se comenzó a dar relevancia a los tonos íntimos de las vidas por escribir. Ya en el siglo xix, la biografía se convirtió en parte de un oficio, el de algunos críticos literarios. Las figuras ligadas a esta definición fueron John Forster, John Morley, James Parton y Charles- Augustin Sainte-Beuve. A partir de esta afirmación, Loriga revisa las propuestas de Sainte- Beuve en relación con la forma de tratar las relaciones entre los autores y sus obras; él no pretendía relevar las circunstancias singularísimas de los autores que estudiaba, más bien anhelaba encontrar en el caso singular un valor tipológico. Otro autor para el que la crítica literaria debía ser biográfica es Hippolyte Taine, aunque su idea era convertir la biografía en una forma científica de abordaje. Junto con estas personalidades destacadas del mundo intelectual, en la segunda mitad del siglo xix comenzaron a ver la luz empresas enciclopédicas de diccionarios biográficos. De alguna forma, la aparición de importantes diccionarios en Inglaterra y Francia, lejos de traducirse en una forma novedosa de presentar semblanzas biográficas, generó un boom de nuevas biografías muy cercanas a las hagiografías y comenzaron a trazarse galerías de personalidades demasiado solemnes. Por su parte, se alzaron "voces rabiosas" contra la biografía. Entre sus más célebres detractores se encontraban personalidades que abarcan un arco temporal y espacial que va, según sugiere la autora, desde Charles Dickens hasta Sigmund Freud.
Avanzando en el recorrido, la autora destaca que ya en el curso del siglo xix la impersonalidad tuvo un éxito indiscutido en las formas de practicar la crítica literaria. Partiendo de las consideraciones de Virginia Woolf y llegando a las ideas de Roland Barthes, Loriga muestra de qué manera se fue acentuando una tendencia a renunciar a la noción de individuo en la historia de la literatura y la crítica literaria. Este movimiento de
borramiento de las huellas individuales en las obras literarias habría sido acompañado por la difusión de la idea de los límites poco claros de la "verdad biográfica".
Pero no sólo en la frontera entre biografía y crítica literaria se encuentran vecinos incómodos o belicosos en el recorrido propuesto por Loriga, "también la frontera que separa la historia de la biografía fue siempre incierta y poco pacífica" (p. 32). El recorrido propuesto para evaluar esta otra línea de frontera presenta en el libro características similares al propuesto para la crítica literaria. Se parte desde la mirada de Tucídides –quien manifestó desprecio por la biografía– y se avanza recuperando las voces de personalidades que, ya hacia el siglo xix y atravesadas por las necesidades dictadas por el contexto de consolidación de los estados nacionales, comenzaron a dar cuenta de que el destino de una nación no podría ser equiparado –ni comprendido– con el destino de un hombre. De este modo, cuando la disciplina histórica devino profesional y ligó parte de sus destinos a la creación de historias nacionales, la categoría de totalidad asumió el centro de las explicaciones históricas. Los desafíos que la Historia recibió desde distintos campos, como la Filosofía y, posteriormente, la Sociología, distanciaron cada vez más a la biografía del mapa de los historiadores –aunque no faltaron voces de disenso, que la autora se encarga de poner en escena–. Como es sabido, desde la segunda mitad del siglo xix, ante la intención de la Historia de convertirse en una ciencia, los rasgos individuales y humanos del pasado fueron puestos en tela de juicio. Posteriormente, la encarnizada batalla de Annales contra "el ídolo individual" convirtió a la biografía en una forma estigmatizada y sospechada para estudiar el pasado. Loriga da cuenta de este recorrido.
El capítulo ii focaliza la atención en la obra de Thomas Carlyle. Se recorren en sus páginas desde los tempranos ensayos históricos del autor hasta sus conferencias pronunciadas en mayo de 1840, célebres por ser aquellas en las que cristalizaron sus consideraciones sobre los héroes y sus ideas respecto de la necesidad de que la historia universal se resumiera en las biografías de los grandes hombres (p. 53). La nota distintiva de este capítulo es que la autora pone en diálogo los textos que fueron fruto de estas conferencias en el largo plazo de la producción de Carlyle y muestra las ideas sobre la historia y la biografía que trascienden a esas conferencias. De este modo, Loriga sugiere, por ejemplo, que pese a "su intuición un poco obsesiva sobre la esencia biográfica de la historia" (p. 59), y pese a la idea de que "solamente una reflexión biográfica permite recoger la vida íntima y escondida del pasado" (63), en realidad, las argumentaciones sobre los héroes de Carlyle, que a simple vista parecen ser baluartes de la biografía como forma de conocimiento, son bastante más ambiguas: "en lugar de la exaltación de la personalidad, el culto de los héroes está fundado sobre la renuncia del ego, sobre el olvido de la persona; y mira
lo universal, el punto del espejo que refleja el infinito" (p. 71).
En el capítulo iii, Loriga propone lecturas de algunos textos del siglo xix que descansaron sobre la convicción de la necesidad de escribir las "biografías de las naciones". En este punto, recuerda que para los historiadores germanos, como Leopold von Ranke y Friedrich Meinecke, esta mirada no fue neutra, ya que traía consigo la idea de que las peculiaridades de los pueblos eran como las de las personas. Es en este punto donde la autora concentra la mirada en Wilhelm von Humboldt partiendo de su sentencia: "la nación es un individuo". Loriga atiende a las consideraciones de Humboldt sobre la riqueza individual de la historia. Completan el cuadro de este capítulo consideraciones sobre Droysen –que, como se mencionó ya, sugirieron el título del libro aquí reseñado–, Karl Lamprecht, Eduard Meyer, Otto Hintze. El hilo conductor del capítulo refiere a las necesidades, las obligaciones y las posibilidades de elección de argumentos y elementos para interpretar el pasado en lo que se conoce generalmente como "la escuela alemana".
Loriga revisa en el capítulo iv las discusiones que tuvieron lugar entre el siglo xix y la primera mitad del siglo xx sobre los supuestos límites de la Historia para conocer el pasado y los desafíos que lanzaron diferentes filósofos, entre los que se destaca la voz de Johann Gottfried Herder. En la vereda contraria, la autora posiciona el ideario de Wilhelm Dilthey, que trató de pensar filosóficamente y con sensibilidad hermenéutica la historiografía alemana del siglo xix. Loriga destaca que Dilthey sentó las bases de una mirada totalmente pluralista del mundo histórico, sugiriendo que la dinámica del pasado no podía captarse en principios absolutos ni trascendentes, sino tan sólo en la acción recíproca entre individuos singulares (p. 119). A diferencia de la "escuela alemana", Dilthey abandonó el interés por el Estado como actor y subrayó la necesidad de "descubrir los diversos modos en los cuales la humanidad realiza su libertad interior" (p. 123). Es en este punto donde la biografía pasa a tener un rol destacado, en tanto debe colaborar a condensar las experiencias históricas por medio de "tipos" –en tanto factores de inteligibilidad y no como tipos representativos– en sintonía con las propuestas de Max Weber.
En el capítulo v, la autora centra la mirada en Jacob Burckhardt y muestra sus elecciones historiográficas. Desde su perspectiva, el programa de Burckhardt puede resumirse en la siguiente operación de definición por la negativa: "a la historia del espíritu, promovida por la filosofía de la historia, que propone un diseño general de evolución en sentido optimista, Burckhardt contrapone la historia del hombre, una historia concreta, radicada en la existencia, cargada de contradicciones, de aporías, de paradojas" (p. 149). Otro punto que se destaca de Burckhardt es su interés por poner en juego la imaginación del historiador, con el objetivo casi hermenéutico de acercarse a la forma de creación del artista.
Tolstoi se encuentra en el centro de la escena en el capítulo vi. Loriga revela la intención de este escritor de pensar y mostrar el pasado a "nivel molecular" (p. 165). Por medio del seguimiento de las ideas de Tolstoi en relación con las obras de figuras como Adolphe Thiers o Henry Buckle, se deja en evidencia el interés de Tolstoi por vulnerar "la inaccesibilidad del pasado". En estas páginas se analizan estrategias narrativas de Guerra y Paz en las que el autor cuenta las biografías de los personajes en sus diferentes facetas e intenta contar desde múltiples puntos de vista y perspectivas la historia para alejarse de la idea de "estabilidad". La conclusión a la que Loriga llega es que Tolstoi propone, con su obra, un modo alternativo de hacer la historia; un modo que respeta y pondera el lugar de los "vacíos" que aparecen para narrar el pasado, rescata las pluralidades, subraya los puntos de vista divergentes, y, en suma, sugiere que el pasado es inagotable (p. 183).
Con el elocuente título de "Sobre las espaldas de los gigantes", el capítulo vii es el cierre del libro. Se destaca en estas páginas la forma en la que Loriga presenta sus propias experiencias como historiadora a la hora de escribir este libro. Señala que comenzó la investigación pensando ingenuamente que la biografía era un nuevo problema historiográfico. Narra también que cuando entró en contacto con los debates sobre el tema, su eje se deslizó desde los problemas ligados a la biografía hacia los temas de debate sobre las posibilidades del conocimiento histórico. De este modo, vale señalarlo, el subtítulo del libro, más que sugerir una sucesión de etapas "de la biografía a la historia", parece dar cuenta de este deslizamiento de eje –que, para ser más precisa, es una ampliación de lente de observación–. A partir de estas "confesiones", la autora propone en este cierre un ejercicio que sabe peligroso –así lo califica– y propone un diálogo ente el pasado y el presente historiográfico para reflexionar sobre la pequeña "x". En estas páginas, parte de un balance sobre las décadas de 1970 y 1980, cuando en el contexto francés (y con proyecciones internacionales) comenzaron a proponerse una serie de "giros" historiográficos ante la denominada crisis de los grandes paradigmas interpretativos válidos hasta entonces. Elige mostrar cómo, ante la insatisfacción de los relatos totalizantes y de las categorías englobadoras, como "clase social" o "mentalidad" –entre otras–, que convertían las acciones humanas en epifenómenos de estructuras, se comenzó a reflexionar sobre los destinos personales. A partir de entonces, según argumenta Loriga, se consolidaron dos tendencias contradictorias en la historiografía. La primera cargó las tintas sobre las posibilidades de la biografía como forma alternativa de conocimiento. En palabras de Daniel Bertaux: "la biografía apareció como un medio de conocimiento alternativo y antiautoritario del pasado, pero también como un instrumento de lucha para cambiar a la sociedad" (p. 186). La segunda tendencia partió de la extraña idea de que la biografía es una posibilidad minimalista –o resignada– fundada en la convicción de que es una empresa simple estudiar a un individuo. Por debajo de estas dos tendencias, según apunta la autora, estarían subyaciendo debates sobre tres cuestiones centrales: la entidad de la narración biográfica, la relación entre la biografía y la historia, y entre la historia y la literatura.1

Nota

1 En este punto prefiero no adelantar los argumentos sobre los que avanzan las últimas páginas del libro; creo que vale la pena leer esas reflexiones porque son de una productividad y densidad destacables. El libro tuvo una primera versión en francés: Le petit x: de labiographie à l'histoire, París, Seuil, 2010, y fue traducido al portugués: Opequeno X. Da biografia à história, San Pablo, Autêntica Editora, 2011, trad. de Fernando Scheibe. Esta edición en italiano fue realizada por la propia Sabina Loriga. De su autoría en español y sobre los temas del libro puede verse el ensayo "La escritura biográfica y la escritura histórica en los siglos xix y xx", en Paula Bruno (coord.), Dossier: "Biografía e Historia: reflexiones y perspectivas", en Anuario IEHS, nº 27, 2012.

Paula Bruno
CONICET / UBA

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