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Prismas

On-line version ISSN 1852-0499

Prismas vol.17 no.1 Bernal June 2013

 

RESEÑAS

Klaus Gallo,
Bernardino Rivadavia. El primer presidente argentino, Buenos Aires, Edhasa, 2012, 207 páginas

 

En los últimos años, y alentadas por el creciente interés por el pasado nacional y por su utilización en el debate público argentino, algunas editoriales comenzaron a publicar colecciones de historia dirigidas a lectores no especializados. Es el caso de BiografíasArgentinas que, bajo la dirección de Juan Suriano y Gustavo Paz, se propone llegar a un público amplio sin resignar rigor en la investigación y en la escritura. En este sentido, lo primero que debe destacarse de la biografía de Bernardino Rivadavia realizada por Klaus Gallo es que cumple acabadamente con esos objetivos no siempre fáciles de satisfacer. Una prosa clara y amena les permite a los lectores conocer la vida de Rivadavia desde su nacimiento en Buenos Aires en 1780 hasta su muerte en Cádiz en 1845, como también ponerse al tanto de las nuevas interpretaciones sobre su actuación pública y sobre los distintos escenarios en los cuales se desenvolvió.
Este logro se valora aun más cuando se considera que en el nombre de Rivadavia, al igual que en el de Juan Manuel de Rosas, que oficia como una suerte de reverso suyo, se cifran posiciones políticas e ideológicas antagónicas que suelen ser consideradas como dos corrientes que atraviesan la historia nacional. Este estado de cosas genera condiciones de lectura muy particulares, que añaden un desafío adicional a los que de por sí debe afrontar toda empresa biográfica. Gallo asume de frente este problema, y ya en el Prólogo plantea la necesidad de superar esas visiones estereotipadas y dicotómicas que tienden a dificultar la comprensión del personaje –sin duda otro mérito del autor, ya que sin desconocer esas tradiciones, construye una interpretación mucho más rica y compleja de la figura de Rivadavia–. Para ello se valió de estudios clásicos como los de Alberto Palcos y Ricardo Piccirilli, que releyó a la luz de aportes más recientes, entre los cuales se cuentan algunos realizados por él mismo. Cabe consignar que estos aportes no se reducen a datos relevantes o poco conocidos, sino más bien al enfoque utilizado para examinar el convulsionado período que tuvo a Rivadavia como uno de sus protagonistas más destacados. La biografía constituye en ese sentido un mirador privilegiado para avistar el proceso revolucionario y los primeros intentos de organización política tras la ruptura del antiguo orden.
Entre otras opciones posibles, Gallo decidió hacer foco en su trayectoria política. Para ello tramó un relato cronológico estructurado en seis capítulos, con la particularidad de que cada uno de estos tiene uno o dos ejes temáticos. El primero brinda una información sumaria sobre su familia y sus primeros pasos en la vida pública, prestando especial atención a su actuación como secretario del primer Triunvirato, entre 1811 y 1812, y como diplomático en Francia e Inglaterra, entre 1815 y 1820.
El segundo describe el escenario político e intelectual de ambos países, haciendo hincapié en el contacto de Rivadavia con algunas figuras, como Bentham o Destutt de Tracy, a la vez que analiza y discute el impacto que ellos provocaron en sus ideas. El tercero se ocupa de su desempeño como ministro de gobierno de la provincia de Buenos Aires entre 1821 y 1824, durante el cual dio impulso a un vasto programa de reformas políticas, institucionales y sociales. El cuarto es un complemento del anterior, pero centrado en la dimensión cultural y urbanística de las reformas. El quinto se aboca a su compleja relación con Inglaterra y, sobre todo, a su actuación como presidente entre 1826 y 1827, que si bien pudo haber sido el momento cumbre de su carrera, terminó en un desastre político y personal. El sexto y último capítulo trata los casi veinte años siguientes, durante los cuales vivió exiliado en Colonia, París y Río de Janeiro, para terminar muriendo en Cádiz con la única compañía de dos sobrinos. Asimismo, se refiere a su proceso de reivindicación como héroe civil y contrafigura de Rosas iniciado con la repatriación de sus restos en 1857.
Este breve repaso permite advertir que "El primer presidente argentino" es un subtítulo que no logra dar cuenta de la biografía, y ni siquiera de lo más importante de ella. Si bien se trata de un hecho relevante por el que suele ser recordado (el sillón presidencial en la Argentina lleva su nombre), el libro pone en evidencia que su carrera política no puede reducirse a su actuación al frente del ejecutivo nacional. No sólo por su carácter efímero, sino más bien porque se trata de un momento poco representativo de su trayectoria y en el que además se produjo un abrupto cambio en su personalidad, que le valió el distanciamiento de allegados y simpatizantes. Mucho más decisivo parece su accionar como ministro de gobierno de Buenos Aires, al que Gallo le dedica dos capítulos sustanciales. El minucioso análisis que realiza de las reformas que también suelen ser recordadas por su nombre (las "reformas rivadavianas"), permite apreciar que estas fueron llevadas a cabo por un grupo del cual su biografiado era la figura más visible y relevante, pero no la única. Este vínculo, sin embargo, queda un poco desdibujado en el texto, quizá por restricciones propias de una biografía, por lo cual se pierde la posibilidad de entender mejor el lugar que ocupó Rivadavia. Una mirada más amplia ayudaría también a precisar la razón por la que buena parte de las reformas fueron apoyadas por los grupos propietarios porteños, y rechazadas por las clases populares, para las cuales no se trató de una "feliz experiencia".
La incorporación de mayores referencias sobre la sociedad, o al menos sobre el círculo social de Rivadavia, habría enriquecido la biografía. Este señalamiento no cuestiona la elección de hacer foco en la política, pero aun en ese plano hay situaciones que sólo pueden comprenderse restituyendo la dimensión social e incluso la familiar, que en esa época era decisiva. El libro da cuenta y explica las razones políticas por las cuales Rivadavia fue nombrado ministro en 1821 y presidente en 1826, y también el final de su carrera, que se debió a la crisis provocada por la guerra con el Brasil y al fracaso del intento por crear un Estado unitario ante el rechazo de los grupos de poder provinciales. Pero no sucede lo mismo con el inicio de su carrera a fines del período colonial, cuando fue nombrado alférez real del Cabildo de Buenos Aires. Dada su falta de antecedentes, esta elección sólo pudo deberse a sus vínculos sociales y familiares: su padre, además de ser uno de los comerciantes más ricos de Buenos Aires, era un allegado al virrey Liniers. Tampoco es claro cómo consiguió tantos votos al elegirse el Triunvirato en 1811, hecho que le valió ser elegido su secretario, y la posibilidad de comenzar una carrera política a partir de la cual, ahora sí, esta parece haber cobrado mayor autonomía. Si bien Gallo hace referencia a su pertenencia social y familiar, que incluye el casamiento con la hija de un ex virrey, no la analiza en profundidad, dejando en manos de los lectores inferir el apoyo que pudo haber logrado.
Bien distinto es el análisis del vínculo que Rivadavia mantuvo con la cultura y, en particular, con el mundo de las ideas, que junto a su actividad política es el tema mejor tratado en el libro. A diferencia de otros hombres públicos que eran clérigos o abogados, no llegó a terminar sus estudios formales. Su veta intelectual, su afinidad con el mundo de las ideas, se expresó sobre todo en el trato que mantuvo con una serie de autores franceses e ingleses, como De Pradt, Destutt de Tracy, Bentham y J. Mill. En ese sentido, uno de los mayores aportes del libro es la reconstrucción del panorama político e intelectual francés e inglés en la década de 1810, pues además de ofrecer una síntesis precisa y rigurosa del tema, logra situar a Rivadavia en ese escenario junto a otros americanos que residían en Europa como exiliados o diplomáticos.
Tras su regreso a Buenos Aires, Rivadavia mantuvo su estrecho contacto con algunos de estos pensadores. Gallo examina este vínculo en el marco de un enfoque clásico de la historia de las ideas, como lo es el de las influencias. Retomando una sólida tradición de estudios, y dando cuenta del debate existente sobre las relaciones entre Bentham y sus discípulos, analiza la influencia de este y de otros autores republicanos e ilustrados. Pero, tal como se ha planteado en más de una oportunidad, el problema no se reduce a mostrar ese vínculo, sino que también debe entenderse cuál era su sentido y qué se buscaba en la obra de esos autores. Esta cuestión excede el plano de las ideas y, al menos en este caso, remite a la política o, al menos, a su dimensión pragmática, que no suele ser tenida en cuenta en el caso de Rivadavia, ya que persiste la visión de un dogmático poco sensible a considerar los datos de la realidad.
El libro ofrece varias pistas en ese sentido que valdría la pena explorar. Por ejemplo, cuando se señala que algunos políticos y publicistas eran estimados por el apoyo que daban a la causa de América, como el whig reformista Brougham o los mucho más conocidos Bentham y De Pradt. Esto se aprecia mejor cuando se considera que en más de una ocasión los textos y las ideas podían llegar a ser valorados no sólo por el trasfondo ideológico o el prestigio de sus autores, sino más bien por las soluciones ofrecidas. Y lo que muchos políticos y publicistas buscaban eran respuestas al problema que afectaba a las sociedades que estaban transitando o habían transitado procesos revolucionarios: la necesidad de crear un nuevo orden social y político. Es en ese marco que se produjo la recepción de corrientes como el republicanismo, la idéologie y el utilitarismo.
Gallo muestra cómo durante su estancia en Europa, Rivadavia trocó la búsqueda de un monarca para el Río de la Plata por una explícita adhesión al republicanismo, que nunca abandonaría. Atribuye esta conversión a la influencia de Bentham y Destutt de Tracy, pero el propio libro evidencia que primó el pragmatismo ante las transformaciones provocadas por la revolución y la guerra, tal como lo reconoció el propio Rivadavia en una carta escrita en 1834 en la que recordaba su discordancia con San Martín en cuanto a las posibilidades de establecer una monarquía. Además, y esto resulta decisivo, no se trató de una particularidad de Rivadavia y su círculo, pues si hubo un cambio notable en la cultura política rioplatense en la década revolucionaria fue el abandono del monarquismo y la rápida y masiva aceptación del republicanismo.
En cuanto a la influencia del utilitarismo, cabe recordar que varias de las ideas y propuestas de Bentham retomadas por Rivadavia y otros políticos y publicistas americanos formaban parte del repertorio ilustrado que estaba siendo reformulado por los efectos de las revoluciones europeas y americanas. Por ello parece difícil establecer si una medida fue consecuencia de una influencia ideológica tan precisa, y aun en ese caso restaría plantear cómo se produjo esa recepción, bajo qué condiciones. La reforma eclesiástica, por ejemplo, no puede atribuirse sin más a las ideas utilitarias, y, por otro lado, no fue una originalidad de Rivadavia ni de los rivadavianos. Reformas similares fueron ensayadas con diversa suerte en otras regiones de Iberoamérica en las que los estados procuraban avanzar en el control de las instituciones eclesiásticas. En este punto resulta de interés el plano personal, pues el muy poco piadoso discurso utilitario no parece haber hecho mella en Rivadavia, quien siguió siendo un católico practicante.
En cuanto al orden político creado en Buenos Aires, Gallo nos recuerda que el modelo propiciado por Bentham apuntaba a concentrar el poder en el legislativo unicameral, que debía constituirse a partir del sufragio basado en el distrito único y en el voto secreto. Pero estas características, que para el pensador inglés eran irrenunciables, no fueron respetadas por sus seguidores rioplatenses cuando se sancionó la ley electoral en 1821, lo que obedeció a consideraciones pragmáticas, como la división entre la ciudad y la campaña y el distinto tratamiento dado a cada uno de estos espacios. Del mismo modo, cuando un lustro más tarde se discutió una ley de sufragio de alcance nacional, la dispar valoración que se hizo del estado sociocultural de las provincias motivó la sanción de una ley mucho más restrictiva en lo que hacía al universo de votantes.
Estos u otros casos, como podrían ser algunas medidas económicas, entre ellas el recurso a los impuestos a la importación para financiar al Estado, que se mantuvo durante los gobiernos de Rosas, no apuntan a invalidar la influencia del utilitarismo en Rivadavia y su círculo, pero sí a plantear a la necesidad de situarla en un marco más preciso en el que se consideren los problemas que debieron enfrentar, las posibilidades que se les presentaban y su reforma o abandono cuando estimaban que ya no les eran necesarios o pertinentes.
Se trata de cuestiones sobre las cuales Gallo da algunos indicios sin avanzar demasiado, quizá porque excede el marco de una biografía o para no forzar un análisis con pocos elementos, dejando de ese modo en manos de los lectores la tarea de interpretarlos. Lo mismo sucede con algunas referencias a la vida privada que contribuyen a delinear un perfil de Rivadavia alejado de la imagen monolítica que erigieron sus admiradores y detractores. Entre otras, aquellas que complejizan su condición de emblema de la civilización, como el hecho de que no supiera hablar bien el inglés y su comportamiento inadecuado en situaciones sociales, como una cena en la casa de Bentham en la que su anfitrión le hizo entender que no era de buena educación escupir en el piso los huesos de pollo. Pero también sus críticas por la pérdida de las islas Malvinas, y su distanciamiento político, intelectual y afectivo de Inglaterra al asumir la presidencia, que en verdad fue parte de un llamativo cambio en su personalidad. Tan llamativo como el hecho de que dos de sus hijos eligieran la carrera de las armas y terminaran adhiriendo al rosismo, mientras Rivadavia pasaba sus últimos años de vida en un oscuro exilio.
En suma, la biografía ofrece un perfil complejo de Rivadavia, del que aquí sólo se hizo referencia a algunos aspectos de su vida política e intelectual. En ese sentido, podría concluirse que su singularidad radica tanto en su accionar como en el intenso vínculo personal e intelectual que estableció con algunos pensadores, pese a no ser él un publicista sino un político o un hombre de gobierno, razón por la cual mantuvo una relación mucho más pragmática con las ideas que la que suele atribuírsele.

Fabio Wasserman
CONICET / UBA

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