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Prismas

On-line version ISSN 1852-0499

Prismas vol.17 no.1 Bernal June 2013

 

RESEÑAS

Lila Caimari,
Mientras la ciudad duerme. Pistoleros, policías y periodistas en Buenos Aires, 1920-1945, Buenos Aires, Siglo xxi, 2012, 243 páginas

 

El nuevo libro de Lila Caimari da cuenta de la cuestión del orden en Buenos Aires durante los años de entreguerras. Para ello se propone analizar las prácticas y representaciones del orden y del desorden, privilegiando el espacio de la ciudad que organiza y delimita la investigación. Desde la perspectiva de la historia cultural, Mientras la ciudadduerme es un aporte fundamental para pensar los años veinte y treinta, que dialoga con las interpretaciones historiográficas sobre ese período, recuperando tensiones y ambigüedades que estaban ausentes en ellas. Al mismo tiempo, este trabajo forma parte de un giro interdisciplinario en torno a la historia de la policía, que es otra forma de hablar de la ciudad.
La historiografía de los años ochenta ha provisto un marco de observación sobre la sociedad porteña de entreguerras que se propuso iluminar aspectos de la vida cotidiana y se construyó a partir de una serie de preguntas sobre la ciudadanía política, las reservas democráticas y el poder transformador de la educación. Esas interpretaciones destacaron el extraordinario crecimiento que significó la ampliación de la ciudad hacia los barrios, el tendido de servicios y transportes públicos, el asociacionismo vecinal y la proliferación de bibliotecas populares. La caracterización de los años de entreguerras como un "período elusivo, de cambios proclamados a media voz que corre entre dos épocas vocingleras", de "cambios sostenidos pero tranquilos y callados", a menudo ha sido retomada como un dato y no como una hipótesis a contrastar.1 Mientras la ciudadduerme no se propone ser el reverso de esa perspectiva esencialmente optimista, sino revisitar la vida cotidiana de la sociedad porteña con otras preguntas y otras fuentes. En ese camino –un camino azaroso, lleno de desvíos, momentos de incertidumbre y "hallazgos sorprendentes"–, Lila Caimari propone inyectar tensión a la interpretación sobre la ciudad de entreguerras y prestar atención a aquellas manifestaciones latentes de violencia propias de la inestabilidad del ascenso y descenso social, del triunfo y la frustración propios del proceso de modernización.
Lejos de tratar el período como un interregno entre dos épocas convulsionadas, Caimari da entidad propia a esos años, y destaca la validez de la pregunta por la cuestión del orden en una etapa de profundas transformaciones. Precisamente porque Buenos Aires es una ciudad moderna es que conviven en ella desigualdades, clausuras y delimitaciones. "La imagen resultante es quizás menos fotogénica que la que hemos cultivado hasta aquí.
Seguramente es menos virtuosa y optimista. Junto a las muchas bibliotecas populares, hay algún que otro garito (popular también)" (p. 16).
Ubicar este libro en la producción de la autora permite reconstruir las huellas que fueron construyendo su objeto de indagación, ya que en ese recorrido se fueron configurando tanto sus preguntas como el tema y los materiales con los que trabaja. Caimari señala que este libro nació de los desvíos, las distracciones y las notas mentales que surgieron en el contacto con los archivos mientras se preguntaba otros asuntos. Ya en Apenas undelincuente. Crimen, castigo ycultura en la Argentina,1880-1955, una historia social del castigo administrado por el Estado, el uso de materiales de la cultura popular es evidente: son las voces de periodistas, escritores y dramaturgos las que brindan el material del relato. En La ley de losprofanos. Delito, justicia ycultura en Buenos Aires(1870-1940), una compilación de ensayos, aparecen algunas de las hipótesis que luego serán retomadas: la espectacularidad como una nueva clave para leer el delito, y una firme intención por revisar "los tranquilos años veinte frente a la brava década del treinta". La ciudad y elcrimen. Delito y vida cotidianaen Buenos Aires, 1880-1940, es una estación diferente. Pensado para un público más amplio y como parte de una colección que rescata la divulgación como un campo plausible de ser apropiado por los historiadores académicos, ese libro es una apuesta por la narración. En este recorrido no puede dejar de mencionarse la conformación del grupo "Crimen y sociedad" que funciona en la Universidad de San Andrés, coordinado por Caimari y Eduardo Zimmerman, que desde 2005 formalizó la investigación sobre el delito, la policía y la justicia, y que fue el marco en el que la autora pensó, discutió, revisó y reconfiguró algunas de las hipótesis más estimulantes de su investigación.
Mientras la ciudad duerme recupera aquella apuesta por la narrativa, los materiales de la cultura popular y las hipótesis visitadas en trabajos anteriores para pensar la ciudad y el orden en el período de entreguerras, incorporando como novedad el uso de fuentes policiales. El registro del libro está marcado por el archivo y sus derivas, y en ese sentido la introducción es una excelente lección de cómo son las preguntas del investigador las que ordenan los materiales empíricos. El lector puede así seguir de cerca los "hallazgos intrigantes", el azar y los desconciertos de la autora en el inhóspito archivo policial, en un camino que permite observar el taller de trabajo del historiador en su tarea de dotar de inteligibilida d y construir un relato a partir de una serie de registros y datos desordenados y aleatorios: memorias de comisarios con aspiraciones literarias, magazines con notas de la cultura popular, libretos de radioteatros policiales, fotomontajes al mejor estilo Hollywood para ilustrar revistas para la tropa, melodramas policiales en clave moderna, policías gauchos, policías que se quejan de la brecha tecnológica, revistas que celebran la técnica, etc. Y sobre la marcha, la investigadora, que había llegado al archivo policial en busca de datos sobre los pistoleros, se encuentra ante un vasto campo que la obliga a cambiar sus preguntas. Esos materiales hablan del orden en la ciudad, un orden callejero y un orden social. Son estos registros los que le permiten escribir una historia cultural de la ciudad en esos años.
El libro está organizado en seis capítulos en forma de ensayos que permiten reconstruir el itinerario de cuestiones y problemas que orientaron la investigación, y que van desde las preguntas en torno a las nuevas prácticas del delito y sus representaciones hasta las hipótesis más novedosas en torno a una historia de la policía que es a la vez una historia de la ciudad. El primer capítulo analiza el pistolerismo como un fenómeno emergente en los años veinte que las notas policiales de la prensa popular definen como "nuevo crimen". Este nuevo enfoque es cualitativo más que cuantitativo, y está asociado al potencial de las nuevas tecnologías. El automóvil –que cambia la experiencia del espacio público– y las armas dotan al delito de formas
nuevas; es diurno y se despliega como una performance que implica un público. Si lo nuevo de los años veinte serán las nociones vinculadas al delito grupal que define el espacio del hampa, en los años treinta, con la expansión de las carreteras, tendrá que ver con el bandidismo móvil, que hará un uso vanguardista de la expansión del radio de acción.
El capítulo dos recupera el potencial de entretenimiento de este nuevo delito. A través del género menor constituido por las notas policiales en los diarios masivos Lila Caimari analiza los nuevos lenguajes del espectáculo para narrar el delito en el que la acción es la protagonista. Recursos del cine, escenificaciones fotográficas, reconstrucciones del hecho, historietas al estilo pulp, evidencian que la gran pregunta ya no es por el porqué sino por el cómo actúan los delincuentes. Esa atención por la acción es una de las claves que brinda la autora para explicar la relativa convergencia representacional de figuras tan dispares en objetivos y genealogía como anarquistas expropiadores, mafiosos y delincuentes comunes. Aquí nuevamente se traza una diferencia que será sustancial; el "suceso de cinematográficos aspectos" que inaugura la década del veinte es potente en su capacidad estimulante de los sentidos pero débil en interpretaciones morales. En los años treinta, sin embargo, una nueva modalidad delictiva restituirá el peso emotivo de la "historia del crimen para multitudes". El secuestro como nueva práctica consolidará la asociación entre reformismo penal y decadencia política.
La discusión historiográfica que se presenta en la Introducción recién es retomada en el capítulo tercero, en el que Lila Caimari propone un registro de observación que atendiendo a lo cotidiano y al espacio público en Buenos Aires no se desentiende de la pregunta por la "diferencia" de los años treinta. El archivo policial es central en este capítulo porque permite reconstruir la dimensión urbana de esa institución. De esta manera, la especificidad de los años treinta no es sólo estructural, o no lo es exclusivamente; no conduce a los avatares del fraude ni a los discursos del nacionalismo sino a un registro que permite observar la difusa preocupación por el orden social y la vigilancia en el espacio público. La propuesta es revisar las explicaciones disponibles sobre las transformaciones de la policía porteña en esa década en la medida en que junto a la Sección Especial, los fusilamientos de anarquistas y la represión a las organizaciones obreras renace la dimensión urbana de la intervención policial. La baja policía, la de la esquina, la policía pastoral, será la protagonista de los capítulos siguientes.
El impacto de los cambios tecnológicos en la policía de la capital vinculados a la percepción del delito y la acumulación de datos sobre la "peripecia urbana" y las formas de pensar el poder de la policía da tema al capítulo cuatro. Aquí nuevamente los años treinta funcionan como bisagra, esta vez en torno a la estabilización de criterios de reclutamiento y entrenamiento así como de mecanismos formales de construcción identitaria. Los cambios tecnológicos favorecerán una nueva presencia policial que le permite a la institución aggiornar su imagen ante la opinión pública: patrulleros, camiones, pistolas Colt, gases lacrimógenos y ametralladoras forman parte del capítulo sobre la modernización técnica y la legitimación de la policía como garante del orden. De todas estas innovaciones, la radio será la que más alcances genere por su potencial para controlar el territorio y contribuir a estrechar lazos entre policía y pueblo.
Los capítulos cinco y seis reflejan las preguntas más recientes de la autora; son por ello los menos cerrados y evidencian el dinamismo de esta nueva corriente de estudios que busca dar cuenta de una historia de la cultura urbana de los policías. Se propone revisar el núcleo de sentidos asociados a la secuencia urbano-suburbano y la localización simbólica de los polos de legalidad e ilegalidad que se insinúa a fines de los veinte y se consolida a mediados de los años treinta y en los que la policía tiene mucho que ver. El último capítulo reconstruye la capacidad de la policía para generar sentidos sobre sus propias prácticas. A través de una serie de revistas de entretenimiento para la tropa –el gran hallazgo documental de la autora en los archivos policiales– se destaca su familiaridad con la cultura de masas de entreguerras. La pregunta por las "culturas policiales" apunta a buscar la especificidad de la imaginación social de la policía, con muchos elementos en común con la sociedad que vigila: aquellos que mantienen el orden, lo padecen y lo ven padecer.
Mientras la ciudad duerme es el gran libro de los años veinte y treinta; traza un relato de la ciudad en el que la violencia y la tensión latentes están presentes en la vida cotidiana y que complejiza lo que hasta ahora conocemos del período de entreguerras. Le otorga a la policía un lugar central en la construcción de un orden del que forman parte y busca restituirle especificidad a este proceso inestable. Las preguntas y los materiales que construyen esta investigación son propios de un nuevo momento historiográfico que, como todos, será más claro cuando lo observemos con cierta perspectiva. No viene a sustituir aquella mirada más optimista centrada en las expectativas de ascenso social, pero es un gran paso en "la composición de un cuadro hecho a muchas manos"· Así como se hace la historia y así como se cambia.

Notas

1 Francis Korn y Luis Alberto Romero (comps.), Buenos Aires/Entreguerras.La callada transformación, 1914-1954, Buenos Aires, Alianza, 2006, p.11.

Luciana Anapios
IDAES-UNSAM / CONICET

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