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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.17 no.2 Bernal dic. 2013

 

DOSSIER

Intelectuales de provincia: entre lo local y lo periférico

 

Ana Teresa Martínez

CONICET / Universidad Nacional de Santiago del Estero

P.B. Il y a un bon usage du malentendu.
R.D. C'est là tout le jeu et l'enjeu culturels.1

Poco tiempo después de la publicación del ya clásico La gran matanza de gatos, de Robert Darnton, Bourdieu invitó a este autor a un debate que sumaba también a Roger Chartier, para realizar una "libre confrontación científica" en torno al libro, a fin de publicarla después, concretando así una modalidad de "reseña" que evitara "los efectos de imposición un tanto terroristas" que acompañan a ese género académico.2 En ese debate, luego de pasar por asperezas y malentendidos vinculados a la diversidad de tradiciones culturales de los participantes, que se materializaban en críticas y defensas de diverso tipo de la "historia de las mentalidades" a la francesa, enfrentadas a la propuesta de una "historia antropológica", la discusión se fue volviendo cooperativa y confluyendo hacia los problemas de la unidad cultural y la diferenciación social. El problema era a la vez disciplinar, metodológico y epistemológico, y se planteaba evidentemente en la época, sobre el trasfondo del estructuralismo. Considerar la cultura "como un sistema simbólico", se decía, no es suficiente si no se plantea la relación de ese sistema con el mundo social que lo produce. Esto significaba, sin embargo, algo mucho más complejo que el movimiento de ida y retorno reiterado del texto al contexto y de este a aquel: el sistema simbólico es producto de un sistema de producción, en que el carácter diferenciado de los agentes, no sólo en sus posiciones recíprocas, sino en su grado de especialización y en su pertenencia o no a un espacio diferencial, relativamente autónomo, de producción, constituyen datos que no pueden evitarse. De ser así, "La gran matanza de gatos" no debía ser leída en el mismo registro epistemológico y metodológico que otros capítulos del libro, referidos a la Enciclopedia o a Rousseau. Más allá de su intención exitosa de rehabilitar la complejidad simbólica del mundo de los imprenteros y de sus gatos "buenos para pensar", Darnton acordaba con Bourdieu que las relaciones entre los productos culturales (siempre complejos) y los mundos sociales en que se producen se plantean diferencialmente, y que es precisamente esta diferencia lo que interesa aprehender en cada caso. Las prácticas y los productos culturales no se vincularían así con un sistema simbólico correspondiente al con junto de la sociedad, sino cada vez con mundos diferentes donde se refractan las significaciones y se deslizan los significados entre espacios de sentidos prácticos diversos. Si los obreros se divierten recordando la masacre de gatos delante de sus patrones, es porque precisamente -concluyen Bourdieu y Darnton al final del debate- hay usos sociales diferenciados de sistemas simbólicos parcialmente compartidos y parcialmente sujetos al malentendido, que desarrollan "toda clase de complejos juegos estratégicos" que se vuelven posibles aprovechando precisamente esa franja de ambigüedad. Al llegar a este punto, Bourdieu habla del "buen uso del malentendido" y Darnton se entusiasma: "he aquí todo el juego y lo que está en juego en la cultura".3
Los estudios de sociología de la cultura y de historia intelectual se han centrado particularmente en el análisis de campos culturales centrales y de productores culturales que han alcanzado consagración y reconocimiento al menos nacional. Este enfoque ha dejado fuera a intelectuales y espacios sociales considerados "locales" por su condición periférica, que han incidido en la construcción de esos campos desde una posición marginal y que han desempeñado roles significativos en la reproducción, la circulación y la apropiación cultural. En este trabajo proponemos una serie de reflexiones conceptuales que intentan avanzar en la producción de instrumentos teóricos para romper con las circunscripciones "nacionales" que organizan el análisis del espacio social de la cultura repitiendo en el análisis el mismo esquema de dominación que lo configura. Analizamos así el concepto de lo "local" y la condición pueblerina y de provincianía, en sus características generales de posición y de especificidad. Del debate entre Bourdieu, Darnton y Chartier retendremos la conclusión sobre "el buen uso del malentendido" al movernos entre mundos diferenciados, a fin de adentrarnos con ella en los problemas teóricos y a la vez epistemológicos y metodológicos que nos plantea tanto el estudio de esto que llamamos "figuras mediadoras", como el de los "intelectuales de pueblo" y "de provincia", que son también en buena medida lo primero. Desde esta perspectiva, parece haber algo en común a reflexionar en todos los casos.

Distinciones conceptuales

De Gramsci o Mannheim a Bourdieu, pasando por Raymond Williams y Foucault, la construcción de instrumentos teóricos para describir adecuadamente el espacio y los agentes de la producción cultural se ha detenido reiteradamente en la definición y la posición del "intelectual" dentro de la sociedad, en su relación con el Estado y las clases dominantes.
Recordaremos aquí rápidamente dos posiciones típicamente diferentes aunque no contradictorias. Raymond Williams, en su obra de síntesis teórica, publicada en 1981, opta explícitamente por hablar de "productores culturales" y no de "intelectuales" a fin de abarcar en una misma categoría la más amplia gama posible de agentes que intervienen en los procesos de elaboración, circulación y apropiación cultural. La opción se vincula con su preocupación por precisar conceptos que vienen siendo utilizados con sentidos dispares en un campo de estudios en pleno proceso de conformación, gracias a la convergencia de estudios literarios, lingüística, historia de la cultura, sociología empírica america na de la cultura contemporánea e historia de las mentalidades de cuño francés. En este contexto, busca definir un programa de sociología de la cultura que no se superponga a otras disciplinas convergentes y, abarcando el conjunto de los problemas, aporte una especificidad desde el enfoque sociológico.4 Cuidadoso de la dimensión histórica insoslayable de su programa, y sabiéndose a la vez en diálogo con el empirismo de buena parte de la sociología americana, el libro está atravesado de recaudos contra el teoricismo y la preocupación de no trasponer ingenuamente casos particulares en conclusiones generales. "Productores culturales", dice, es un término abstracto pero deliberadamente neutral. Y le permite dejar de lado la conceptualización que ya Mannheim y Gramsci habían utilizado -cada uno en el contexto de problemáticas diferentes- para denominar un cierto tipo de productores, sin lograr superar las ambigüedades surgidas de intentar precisar esa clase en un contexto más amplio de problemas que los de la sociología del conocimiento de Mannheim o las preguntas sobre el lugar político de estos productores en la lucha de clases. Buscando una definición teórica más eficaz que la clásica de la antropología cultural, la sistematización teórica de Williams converge hacia una definición de cultura como "sistema significante realizado", analizable en sus "prácticas manifiestas". Especificando así disciplinarmente su construcción teórica de objeto, el concepto de "productor cultural" resulta efectivamente adecuado para abarcar los amplios tipos de casos que le interesa analizar.
Diferente es la preocupación de Pierre Bourdieu, quien inscripto en la tradición durkheimiana, epistemológicamente despreocupado de las especificaciones disciplinares, trabaja en la propuesta de una economía de las prácticas sociales, que al mismo tiempo sea cuidadosa de la historicidad de los objetos sin renunciar a sostener hipótesis que puedan replicarse como esquemas de análisis comparativo, subordinados a sus condiciones de aplicación caso por caso. Su preocupación por la sociología de los intelectuales se incluye así en otro tipo de proyecto, donde el análisis de la división del trabajo social lo conduce a formular una teoría del mundo social como espacio de indefinidas posiciones diferenciales posibles, analizables caso por caso, pero dotado -por hipótesis- de ciertas homologías estructurales entre espacios diferenciados de posiciones comparables entre sí. Al mismo tiempo, esta noción de campo se articula en su propuesta con una teoría de la acción social donde la dimensión pre-reflexiva en términos de disposiciones refiere no sólo a experiencias de clase y de trayectoria, sino también de profesión, es decir, de modalidades de incorporación de las determinaciones sociales, los saberes, los vínculos, la percepción y la apreciación de lo que está en juego en el espacio social del que se forma parte. Es esta idea general del mundo social como espacio cualitativo y discontinuo de diferencias la que hace interesante su idea de intelectual -que no excluye la noción amplia de productor cultural, sino que la especifica-. Para Bourdieu un intelectual es un agente que desde una posición relativa en un espacio social relativamente autónomo de producción cultural, haciendo valer el peso de ese capital simbólico específico, interviene en otros campos, como el de la política o las luchas sociales. Como siempre ocurre en las ciencias sociales, hay un modelo implícito, que es el Zola del AffaireDreyfus, no por casualidad en la generación siguiente a la de la autonomización del campo literario en Francia, como Bourdieu muestra en Las reglas del arte.
Pero aquí reflexionamos sobre los "otros" intelectuales y sobre los "intelectuales de provincia" y los "intelectuales de pueblo". Y esto nos pone frente a la necesidad de prestar atención a toda una variedad de condiciones, posiciones y modos de operar que no responden, al menos mecánicamente, al perfil de intelectual que venimos de desplegar, aunque sí caben perfectamente en la figura amplia del productor cultural. Decimos que esta vez nos interesan los "otros", los que no se han desenvuelto en un campo relativamente autónomo donde apoyarse y acumular capital específico para transferir a las luchas políticas, sociales y culturales; o, si lo han hecho, se encuentran ubicados como productores en zonas demasiado marginales de esos campos como para poder contar con un capital de visibilidad que hacer valer en espacios centrales de poder. Sin embargo, los casos estudiados nos muestran que estos agentes han intervenido de distintos modos, apoyándose en saberes adquiridos y validados por otros caminos o en lugares sociales habilitantes de otras maneras para la producción cultural. Es el estudio de estos entramados de relaciones caso por caso lo que nos permite interiorizarnos en mundos culturales y sociales complejos, que no entran en categorías genéricas y que nos devuelven a la variedad y la especificidad de la inevitable historicidad del objeto en las ciencias sociales. Sin embargo, recorrida la diversidad y la riqueza de los casos, necesitamos organizarlos y conceptualizar para poder ir más allá de la deixis indefinidamente reiterada. Porque además, si algo hemos aprendido de Bourdieu y de Williams, es que hasta que no logramos conocer el conjunto de las relaciones que despliegan efectos en un espacio social (o en una "formación") no hemos aprendido nada sobre ninguno de sus elementos parciales. Y esto ya no es estructuralismo, sino el abc de la construcción de un objeto sociológico.

Categorías y divisiones

A los efectos del análisis, podríamos diferenciar, para comenzar, tres tipos de casos que se definen recíprocamente: los que podríamos llamar intelectuales de provincia, los intelectuales de pueblo y la categoría más amplia de quienes cumplen un rol central no tanto en la producción como en la instalación de sentidos en una determinada sociedad, como los curas Antes de entrar en cada categoría, es fundamental recordar las condiciones epistemológicas de la construcción de este tipo de series. No debemos olvidar que se trata de una escala de diferencias no homogénea, ni en los criterios definitorios ni en los rasgos pertinentes seleccionados. Y sin embargo, con esta "imperfección" que nos pone lejos de la interpretación realista de las categorías, configuran bajo ciertos criterios una escala, con solapamientos y pequeños hiatos, constituidos en parte precisamente por la diversidad de puntos de vista diferenciadores que ponemos en juego. Concretamente: un intelectual de provincia está en su espacio en una posición homóloga a la de un intelectual de la capital, aunque subordinada si lo miramos respecto de aquel y de la relación de un espacio con otro. La cuestión sigue siendo cómo definir esa posición y aclarar de qué se trata esa subordinación. Pero un intelectual de pueblo tiene una posición homóloga al de provincia, en una escala menor. Habrá que analizar respecto de qué es pertinente considerar la escala. A su vez, la categoría más amplia, que podemos llamar desde cierto punto de vista los "reproductores culturales", aparecen en el ámbito de la cultura en un lugar subordinado respecto de los que llamamos típicamente "intelectuales", y sin embargo no podemos decir que ningún agente concreto, histórico, empírico, sea solamente un productor o solamente un reproductor de bienes simbólicos. No hay producción a partir de nada, ni reproducción que no realice recortes, interpretación, producción. ¿Qué era el Menocchio de Ginzburg? ¿Un productor subordinado?, ¿un extemporáneo intelectual de pueblo?, ¿o un reproductor creativo de sus lecturas? Yo diría que las tres cosas a la vez, según el punto de vista desde el que lo miremos.
Al mismo tiempo, si nos centramos en el rol "mediador" de algunos agentes centrales de la reproducción y la circulación en el campo de la cultura, su lugar en ciertas condiciones puede resultar dominante sobre los productores y los intelectuales, como sucede con el caso de los editores o los curadores de muestras. En realidad, lo que vale la pena para hacer rendir el análisis es hacer el esfuerzo de moverse entre los diversos puntos de vista y criterios de clasificación de agentes, que nunca son "una sola cosa". Las categorías "producción", "reproducción", "circulación", "mediación", "recepción" sólo son útiles si las pensamos como no excluyentes, y la de intelectual, si en el caso tiene valor heurístico para comprender dinámicas de intercambio entre lugares diferenciales del espacio social. Moverse con libertad entre los términos, conscientes de lo que se hace y dice, parece ser la mejor regla metódica al respecto. Recordar que en todos los casos se trata de "productores" y a la vez de "mediadores", sin perder de vista las posiciones diferenciales y la diversidad de disposiciones, es importante para no olvidar lo que unos y otros tienen en común.
Y en general habrá que evaluar en cada caso qué aportan estas categorizaciones a la comprensión de los textos y otros productos culturales, a la interpretación de la producción cultural en general y al conocimiento de la construcción de discursos sociales hegemónicos, de la instalación de sentidos en los espacios sociales.
Esta toma de conciencia del carácter "idealtípico" de los instrumentos conceptuales no constituye una enunciación ritual para continuar luego operando como si se tratara de una tipología realista, sino, por el contrario, es una cuestión central que nos invita a organizar el conjunto explorando los bordes, los matices, lo que ocurre en los solapamientos, allí donde se condensa y se hace manifiesta la historicidad de nuestro objeto.

Intelectuales de provincia e intelectuales de pueblo

El intelectual de provincia y el de pueblo parecen entonces ocupar posiciones homólogas cada uno en su espacio, pero hay entre ellos una diferencia en las características del nudo de relaciones en que se insertan. El intelectual de provincia es un capitalino del interior, cuyo espacio aparece circunscripto a una delimitación política estatal específica, y que puede ser -en caso de que la haya- el centro de una red más amplia de la que formen parte pueblos y ciudades menores. El intelectual de pueblo tiene un espacio de referencia acotado a la población en que vive y a las redes de las que forma parte, en posición predominantemente periférica. Todo esto sin olvidar que las redes de circulación pueden cruzarse, constituir circuitos y regiones de intercambio según lógicas diversas -que no siempre se articulan en la forma centro-periferia- y que hay que descubrir caso por caso.
Desde otro punto de vista, la provincia y el pueblo parecen diferenciarse sobre todo en la escala: una capital de provincia constituye habitualmente un centro donde se concentran más recursos de todo tipo que los de un pueblo. Sin embargo, ambos comparten sobre todo una cierta densidad del espacio vivido que podríamos llamar "el locus", aquello que produce "lo local". Pero lo que constituye los "centros" también es un cierto "locus" que, por las condiciones de circulación de bienes simbólicos en el sistema capitalista e industrial, adquiere niveles de acumulación, una especificidad y cierta entidad de centro reconocido como tal. La imagen parece la de una telaraña múltiple, que haría inútil el análisis de lo que se repite con mayor o menor magnitud según el caso. Pero como decía Bourdieu del estudio de los barrios pobres de Francia, esto no puede abordarse sin romper con el pensamiento sustancialista, haciendo un análisis de "las relaciones entre las estructuras del espacio social y las estructuras del espacio físico".5
Como bien señalan Ana Clarisa Agüero y Diego García, aquí es capital delimitar cuál es el contexto pertinente para cada análisis, y para esto se necesita decidir criterios.6 Lo cuantitativo, en determinadas condiciones, puede tener consecuencias cualitativas importantes. Avanzar en este análisis, nos parece, requiere dos abordajes simultáneos: el de lo local en cuanto "locus" y el de la periferia en cuanto diferencia pero también desigualdad.

El "locus"

El recurso al término latino es sólo un modo entre otros posibles de aproximarnos a la idea de un espacio cualitativo. El "locus" (vinculado al lochus griego, que curiosamente remite a la emboscada) nos refiere a una amplitud de sentidos, muchos de los cuales están aún operantes en los usos del término "lugar" en castellano: el sitio en tanto localidad o región; el puesto como punto del espacio asignado, por ejemplo para un vigía o la posición de un soldado en la batalla; la ocasión en que una palabra es adecuada o está "fuera de lugar"; el punto en un orden de posiciones, como el lugar de un pasaje en un libro. También se encuentran usos vinculados a las categorizaciones del mundo social: la condición, la clase, el cargo, la dignidad son locus sociales; otros más específicos -y sugerentes- como la designación del útero, y en construcciones adverbiales el espacio se cruza con la metaforización del tiempo: ad id locorum: "hasta este momento".
El recorrido por el diccionario de latín permite visualizar las dos maneras clásicas de considerar el espacio, una referida al espacio representado, hecha de relaciones entre posiciones que adquieren sentido unas respecto de otras, y otra cualitativa, que nos envía al espacio habitado, balizado y experimentado en las prácticas de los sujetos. Espacio geométrico y espacio antropológico, diría Merleau-Ponty, el locus remitiría a ambos, pero los usos del término que presenta el artículo del diccionario precisamente subordinan el primero al segundo. El acento está puesto en lo que podemos llamar el "sentido práctico" del espacio. Es en esta segunda línea donde el espacio se constituye por las prácticas: es la marcha reiterada la que genera el camino; la aglomeración de personas la que produce la ciudad; un tipo de mirada aprendida la que convierte la montaña o el desierto en paisaje; la ocupación prolongada por generaciones la que hace de un lugar cualquiera un lugar propio, un "pago". Estas prácticas significantes dotan al espacio de memorias, le etiquetan la magia de los nombres propios que lo balizan, producen lugares diferenciales con retazos de otras prácticas y nombres, bricolando con lugares semánticos dispersos los relatos y los rumores que se le asocian y constituyen la particularidad del lugar y la pertenencia, atando a los sujetos a un tiempo y un espacio que les pertenece y al que pertenecen.7
Se puede vivir en la provincia o en el pueblo con el deseo y el pensamiento en la capital, pero los pies, el cuerpo, el entrañamiento que demarca el límite y la posibilidad difícilmente escapen a la provincia o al pueblo, y si escapan efectivamente en algún punto de la trayectoria, lo hacen llevando consigo los ejes estructuradores de la experiencia. Es por esto que analizar lo que constituye la experiencia de provincia y de pueblo puede proveernos no de conocimiento, pero sí de hipótesis heurísticas que nos guíen en la búsqueda de indicios. ¿Qué es un intelectual de pueblo o de provincia? ¿Un intelectual que allí nació? ¿Vivió? ¿Por cuánto tiempo? ¿Cuál es el umbral a cruzar para volverse "nacional"? ¿Es Ricardo Rojas un intelectual de provincia? ¿Dejó de serlo Canal Feijoo cuando se trasladó a Buenos Aires?
La provincia y el pueblo, en tanto locus, espacio cualitativo practicado y convertido en sentido práctico, suponen límite y posibilidad.

La condición pueblerina y de provincianía

Los límites cuantitativos (los de la escala) se imponen configurando cualitativamente los espacios culturales y académicos. No se trata sólo de registrar la situación de campo intelectual reducido -cuando existente- en el pueblo o la provincia, sino de reflexionar sobre qué significa.
Registramos habitualmente las dificultades de profesionalización en un medio en que es difícil vivir de una profesión como la literatura, la pintura, incluso la producción en ciencias humanas y sociales, con pocos puestos universitarios -en el caso de que los haya- y orientados así los productores a la docencia secundaria o el ejercicio de otras profesiones más lucrativas, con lo que tienen de absorbentes. También solemos registrar la asimetría de los mecanismos de consagración, que hacen que la misma sólo parezca valer plenamente cuando se produce en un centro (Buenos Aires, París, Nueva York), donde se confirma cualquier consagración anterior. Pero hay otras dimensiones a considerar que suelen escapársenos.
Lo que expondremos a continuación no parece ser igual para todas las áreas de la producción cultural: cuanto menos importante sea el trabajo colectivo y la confrontación, menos parece incidir. Es difícil decir que Juan L. Ortiz haya sido un poeta de pueblo, aunque haya vivido en un pueblo como empleado de correos hasta su muerte. En todo caso este detalle incide sólo en su posibilidad de consagración, pero no es tan probable que tenga las consecuencias que mencionaremos. En cambio, el santiagueño Hipólito Noriega, por ejemplo, sólo puede ser visto como un intelectual de provincia en el sentido que detallamos abajo; o los hermanos Wagner ser considerados arqueólogos de provincia, aunque hayan nacido en Europa y mantenido vínculos de amistad con Paul Rivet o correspondencia con el Smithsonian Institut.8
1) Frente a las reglas de la confrontación científica, del intercambio literario, del debate artístico, que permite que las obras se enriquezcan pasando a formar parte de un circuito de aprendizajes, de valoración y de crítica, la provincia y el pueblo carecen de la masa crítica cotidiana que obliga y habilita el intercambio. Dada la baja diferenciación de los espacios de socialidad, la producción en soledad o en el complejo diálogo con los no especialistas tien - de a agotarse - y esto es lo importante a retener- en meros intercambios de reconocimiento y en las reciprocidades del capital simbólico no específico.
2) Esta inexistencia o limitación de los campos de producción específica son el producto y a la vez generan la inespecificidad del capital simbólico que se acumula y canjea: la publicación de un libro que muy pocas personas localmente han leído o leerán genera sin embargo el halo de intelectualidad que marca más un lugar social que una competencia. Las colecciones de lujo de autores locales que publican instituciones ligadas al poder local, con el mero objeto de ser exhibidas, forman parte de este juego de complacencias. Si hay lugares donde los títulos universitarios y los libros publicados tienden a funcionar como títulos de nobleza o como medallas, es decir como marcadores de una esencia superior, estos son las capitales de provincias y los pueblos.
3) Lo que hay que tener en cuenta es que la marca del lugar social que aquí se genera es mucho más indeleble que la del prestigio científico o artístico (que debe renovarse en el tiempo) y tiende a generar espacios de poder permanentes -poder de consagración y poder de admisión al campo-, en los que las luchas por los espacios de producción no se vinculan tanto al capital científico o a la calidad y la originalidad de la obra, cuanto al poder político de generar relaciones y mover influencias una vez adquirido ese lugar social. Las iniciativas novedosas tienden así a obturarse antes de nacidas, entre las lógicas de los poderes personales y los prestigios que nadie sabe bien en qué se fundan.
4) La dureza de las reglas de la industria editorial capitalista, sumada a la dificultad para contactar empresas editoriales comerciales, confina aún hoy con frecuencia a los productores de provincia y de pueblo a publicar en ediciones universitarias de circulación ínfima o nula fuera de la localidad, e incluso a las publicaciones "de autor", financiadas con los propios recursos o la subvención obtenida, sin la mediación de una editorial reconocible. La publicación "de autor" se convierte también en una elección cuando se ha escogido la provincia como lugar único de circulación, ya que la contraparte que se obtiene es el rol reducido o inexistente de los sistemas de evaluación, que habilita la circulación en un mismo plano de obras heterogéneas en calidad y permite conservar a bajo costo el lugar social del "productor cultural" y ocasionalmente el de "intelectual".
5) Al mismo tiempo, esta misma dimensión reducida, convertida en inespecificidad del capital que circula en el campo, es la que empuja a los intelectuales de provincia y de pueblo a convertirse en reproductores, en animadores culturales inespecíficos, que invierten buena parte de sus energías en promover la cultura y el arte con la secreta esperanza de producir a los interlocutores y el espacio de intercambio del que carecen. Un intelectual de provincia y de pueblo será siempre también un hombre o una mujer "de la cultura", con capacidades polivalentes para la producción y la gestión, así como dispuesto a responder a demandas sobre temas y problemas no siempre de su especialidad.
La "provincianía" y lo "pueblerino", desde este punto de vista, parecen entonces tener que ver con la escala. Los "notables" de provincia en las primeras décadas del siglo xx, que aprovechaban las ambigüedades de un capital inespecífico ligado a un apellido ilustre, a las expectativas implícitas sobre una identidad social que se vinculaba naturalmente a las letras, a las leyes, al gobierno, como una actividad entre otras, o como profesión-destino, siguen teniendo correlatos en estos bordes de la producción científica en humanidades y ciencias sociales, hoy mucho más sistematizada en un campo nacional con reglas de producción y evaluación que se imponen a duras penas en estos espacios marginales.
En estas condiciones de lo local que podemos llamar "provincianía" y "condición pueblerina" se genera el encierro que lo caracteriza, se favorece el aislamiento y un temor reactivo, tanto a lo desconocido, como a todo aquello que pueda amenazar poderes simbólicos constituidos y consolidados, o también poderes económicos y políticos demasiado próximos y demasiado ingerentes en la producción cultural. Por otra parte, cierto discurso antiacademicista, reactivo a reglas que se considera "no se aplican" en el lugar, que florece en las provincias y en los pueblos se vincula al rechazo de aquello que nos rechaza.

Dicho esto, no todas las provincias ni todos los pueblos participan igualmente de estas condiciones. Para ponderarlas, vale tener en cuenta:
1) el tamaño de las concentraciones urbanas, con lo que suponen de diversidad y apertura a lo nuevo;
2) la cifra absoluta y el porcentaje de habitantes con estudios superiores terminados, con su carga de homogeneidad o desigualdad cultural;
3) la antigüedad y la consolidación de las instituciones educativas y culturales, así como su diversidad;
4) las tradiciones culturales que confluyen y caracterizan a cada región;
5) la historia de injerencia política o autonomía de las universidades y otros centros de producción cultural en el lugar en cuestión;
6) las redes institucionales que desde centros más formalizados en la región o en la capital pueden sostener reglas de validación y favorecer su apropiación;
7) las otras redes de intercambios disponibles, las que pasan por vínculos familiares, de sociabilidad o afinidades electivas que pueden generar intercambios transversales y densidades regionales con cierta autonomía relativa de los centros.

La refracción y el malentendido Esta dimensión limitante de la "provincianía", por otra parte, no es la única a considerar. En primer lugar, porque no constituye una condena para el intelectual de provincia, sino una condición de vida cotidiana con la cual habérselas, en un doble sentido: lo que se tiene como posibilidad y aquello contra lo cual se puede trabajar objetiva y subjetivamente.
Pero también porque provincianía es además un punto de mira y un punto de vista, un lugar que el centro no ve y desde donde el centro no ve. Analizar la producción de un autor extracéntrico es también descubrir por entre medio de su palabra lo invisible para elcentro, es decir aquello que se desprende de la particularidad del lugar. La interdiscursividad que se asoma en sus enunciados, hecha de debates locales, de preocupaciones que suelen quedar en el orden de lo implícito por ya sabidas, de relecturas selectivas de los grandes temas nacionales, es la que debe ser objeto de análisis. Se trata de reconstruir en cada caso las condiciones de producción; reponer al escritor, científico, poeta, músico, en su propio espacio de experiencia cotidiana; reconstruir con quién y contra qué habla, escribe o pinta, no sólo en el contexto de intercambios con otros centros y redes, sino en el contexto más inmediato, que tiene una inminencia inevitable. El carácter vanguardista de un grupo como La Brasa en los años 20 en Santiago del Estero no puede entenderse cabalmente, por más lazos que haya mantenido Bernardo Canal Feijoo con los intelectuales de Sur, si no es confrontado a las rupturas necesarias para su generación en la provincianía de su contexto cotidiano.9
Aquí el concepto de "refracción" de Bourdieu puede ser particularmente útil. Él lo emplea sobre todo para superar la rudimentaria teoría del reflejo entre la pertenencia social de clase y la producción cultural. Si en cada campo de producción existen cosas en juego específicas, luchas e intercambios particulares entre agentes con una configuración de posiciones diferenciales respecto de un tipo especial de capital, en cada campo hay también un conjunto de creencias comunes (una doxa), unas reglas de juego aceptadas (un nomos) y una creencia en el juego (illusio) que constituye el suelo común (collusio) sin el cual el campo de producción no funcionaría. Estas formas de especificación de la libido social que son cuerpo en el agente y configuran sus esquemas (schèmes) de percepción, de apreciación y de acción son la raíz de su orientación al juego y de su modo de jugarlo.
Se interponen así redireccionando, traduciendo, dando forma particular (no haciendo desaparecer) a los intereses, deseos o cualquier otra pulsión vinculada con la pertenencia de clase y la trayectoria, que ya no pueden ser vistas como causalidad directa o vía de un solo sentido con respecto al producto cultural o a las tomas de posición del agente.
Esta noción de refracción entre espacios sociales diferenciados también puede ayudarnos a conceptualizar el modo en que funcionan las relaciones entre los espacios sociales de producción cultural diferenciados ya no sólo (y a veces ni siquiera) por las disciplinas que se practican (campo de la pintura, de la literatura, científico, etc.), sino por otros criterios pertinentes de demarcación. Decíamos hace un rato con Agüero y García que los contextos pertinentes en cada caso deben ser discernidos, que no son un datum, y recordábamos antes con Bourdieu que hay que romper con las divisiones sustancialistas y lograr estudiar las relaciones entre los espacios sociales y la demarcación del espacio físico, que es siempre cualitativo espacio humano. Ahora podemos dar un paso más para aclararnos: no necesariamente hay en cada provincia o en cada pueblo un campo intelectual para estudiar, pero sí hay un espacio social cualitativamente diferenciado donde es posible discernir subespacios específicos (hasta "donde haya efectos de campo", decía Bourdieu) entre los que se puede delimitar circuitos de circulación, de intercambio y de cosas en juego, sin olvidar que todos tienen que ver con un campo general del poder (económico, político y simbólico) que incide de diversas maneras sobre el conjunto del espacio social y del espacio físico. En general, cuanto más reducida la escala, la incidencia tiende a ser mayor.
La diversidad de los espacios sociales, de cada uno de los contextos relevantes, puede ser percibida a través de la capacidad que evidencia para refractar, como si se tratara de un medio de densidad óptica diferente, las líneas temáticas, las preocupaciones, los estilos, las autoridades que se considera pertinentes. Refractar no es ver otra cosa, sino ver diferente. Ubicados en los puntos de "fricción" entre espacios dominantes y dominados, pero investidos con frecuencia de "buena voluntad cultural" hacia las líneas de trabajo, los autores consagrados, los estilos legítimos, los intelectuales de provincia y de pueblo pueden emitir -en general sin saberlo ni quererlo- enunciados bifrontes, que se dirigen a la vez a espacios diversos y se mueven entre la voluntad de decir algo que se entienda en el centro y la necesidad de hablar de y en el propio espacio. Descifrar estas capas de significado, bucear el texto y su contexto escriturario en busca de un intertexto no explícito, es tarea de rastreador, de seguir huellas y guiarse por indicios.10
En tanto posibilidad, lo local supone la densidad de un entramado de relaciones con lógica propia, que debe ser analizado caso por caso, con su historia particular y un modo de particularizar las historias más amplias que lo incluyen. Es en este punto donde la refracción nos conduce al "buen uso del malentendido".
Al estudiar el orden de la interacción y buscando cómo articularlo a cuestiones sociológicas más amplias, E. Goffman desarrolló una teoría para el análisis de lo que llamó los "marcos de la experiencia" en los que se producen los intercambios comunicacionales.11 Si hay algo que vuelve a aparecer en esta etapa de su trabajo es la vulnerabilidad y la fragilidad de los procesos de comunicación. Los cambios de enfoque, de perspectiva, el pasaje de los primeros a los segundos planos forman parte de la experiencia cotidiana, en el manejo práctico de la interacción. En Frame Analysis Goffman estudia los encuadres y las rupturas o deslizamientos de significado que se producen cuando nos equivocamos en el encuadre, cuando no percibimos el marco socialmente instituido por el grupo para la situación dada, o cuando no percibimos el encuadre que el interlocutor presupone: ¿habla en serio? ¿Se trata de una broma, un engaño, un accidente? Todos los modos del malentendido pueden ser así analizados como desplazamientos o inadecuaciones de los marcos de la experiencia presupuestos o no percibidos en la interacción. Pero el malentendido no es sólo un obstáculo en la comunicación, también hay un buen uso, como lo muestran los chistes, las bromas y muchas transgresiones deliberadas de los encuadres legítimos en las protestas sociales que ponen el acento en la transgresión simbólica (regar con agua del Riachuelo la Embajada de los Estados Unidos; llevar a la reina del carnaval de Gualeguaychú a una cumbre de presidentes, etcétera).
El malentendido en aquel sentido no deliberado puede asimilarse al anacronismo. Pero el que a nosotros nos interesa ahora es sobre todo un malentendido no en el tiempo, sino en el espacio vivido, en el encuadre cotidiano de la comunicación de un espacio diferente. No por casualidad, el "faulty" por excelencia para Goffman, es decir, el personaje que suele estar siempre fuera de encuadre y tiene dificultades para relacionarse socialmente, es el extranjero.
Desde esta perspectiva, podríamos decir que detrás de muchas lecturas de los intelectuales de provincia, de pueblo o de mediadores culturales que pertenecen simultáneamente a otro campo que no es el intelectual (curas, periodistas, obreros, etc.) hay una dosis de malentendido que procede de un error del encuadre de comunicación, por suponer uno diferente o simplemente desconocer el efectivo desde donde se habla.
Pero también podríamos postular que muchos buenos usos creativos y estratégicos del malentendido se nos escapan en esos actos de escritura ilegítima, extemporánea, desubicada del marco presupuesto por los debates y las preocupaciones legítimas del momento.
La interpretación esencialista de las palabras, que nos hace creer que detrás de los mismos términos hay siempre los mismos significados, nos hace perder de vista que el uso en la enunciación es un juego constante de deslizamientos semánticos vinculados a intertextualidades no dichas, pero sobre todo a experiencias
no enunciadas. Para nadie es hoy novedad que los contextos no son exteriores a los textos; sin embargo, de saberlo a tener los instrumentos para encontrar los indicios, las huellas de lo presente no dicho, sigue siendo un desafío cada vez. La intraducibilidad del humor está allí para recordarlo.
Curas, maestros, dirigentes gremiales que escriben y actúan en el espacio público no son sólo intelectuales, pero en un sentido distinto (o en todo caso redoblado), por causa de la provincianía o del carácter pueblerino, sino porque participan simultáneamente de otro campo, que los constituye en lo que son, y donde tienen intereses simbólicos simultáneos: el campo religioso, o católico, o gremial, con sus propias problemáticas y cosas en juego. No se trabaja de cura o de maestro, se es cura o maestro. Maestros argentinos formados en las Escuelas Normales de la primera mitad del siglo xx, o maestros por descarte profesional formados en los Institutos Terciarios de la Argentina de la década de 1990, los ejes articuladores de la experiencia y los encuadres comunicacionales que surgen de ella son inevitables en sus discursos.
Aquí no se trata de los esquemas de comprensión en espacios socialmente diferenciados, como era el mundo de los artesanos y el de los burgueses, sino de otra diferenciación que marca los territorios en tanto lo que venimos de llamar "locus", espacio cualitativo de un sentido práctico diferenciado, relacionado por una parte con las condiciones generales del trabajo intelectual y por otra parte con la historia particular de una experiencia. Recuperar cada vez los encuadres pertinentes del espacio diferencial desde el cual escriben y actúan los "otros" intelectuales tal vez sea uno de los desafíos a continuar enfrentando, si queremos entender la historia de la cultura de una manera menos pautada en el análisis por las diferencias que construye la estructura centro-periferia.

Notas

1 "Dialogue à propos de l'histoire culturelle", debate entre Robert Darnton, Roger Chartier y Pierre Bourdieu a raíz de la publicación del libro del primero, La gran matanzade gatos, publicado en Actes de la recherche ensciences sociales, vol. 59, septiembre de 1985, pp 86-93.

2 Ibid.

3 La traducción de todas las referencias literales al debate es mía.

4 Raymond Williams, Sociología de la cultura, Barcelona, Paidós, 1994 [1981].

5 Pierre Bourdieu, La misère du monde, París, Seuil, 1993, p 159.

6 Ana Clarisa Agüero y Diego García (comps.), "Introducción" a Culturas interiores. Córdoba en la geografía nacional e internacional de la cultura, La Plata, Al Margen, 2010.

7 Michel de Certeau, L'invention du quotidien. Arts de faire, París, Gallimard, col. Folio, 1990.

8 Véase Ana Teresa Martínez, Constanza Taboada y Alejandro Auat, Los hermanos Wagner: entre ciencia, mito y poesía. Arqueología, campo arqueológico nacional y construcción de identidad en Santiago del Estero. 1920-1940, 2ª ed., Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, 2011.

9 Véase Ana Teresa Martínez, "Entre el notable y el intelectual. Las virtualidades del modelo de campo para analizar una sociedad en transformación (Santiago del Estero 1920-1930)", en Revista Andina, n° 37, segundo semestre de 2003, Cusco, CBC.

10 Carlo Ginsburg, Tentativas, Rosario, Prohistoria, 2004.

11 Erwing Goffman, Les cadres de l'experience, París, Minuit 1991 Frame Analisys, 1974.

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