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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.18 no.1 Bernal jun. 2014

 

RESEÑAS

Pablo Ortemberg,
Rituels du pouvoir à Lima. De la monarchie à la république (1735-1828), París, Éditions de l'EHESS, 2012, 285 páginas

 

La Ciudad de los Reyes, Lima, se convierte en Rituels du pouvoir à Lima, de Pablo Ortemberg, en el actor central de una trama histórico-antropológica que tiene como engranaje medular los rituales de sacralización del poder desde fines del período colonial hasta los primeros años de vida independiente en el Perú. La elección de un marco cronológico tan amplio permite al autor comparar las continuidades y las transformaciones que experimentaron dichos rituales, así como estudiar otros elementos simbólicos asociados a los mismos en los procesos de construcción o mantenimiento de la autoridad. De tal manera, el análisis de ceremoniales -como juramentaciones, recibimientos de gobernantes, la organización de festividades y el establecimiento de días feriados- se conjuga con el estudio de variaciones más precisas de la autoridad representada, sobre todo en forma de arquitectura efímera, representaciones conmemorativas, lugares de memoria y la simbología patriótico-nacionalista. Ello lo hace con lujo de detalles gracias al impresionante corpus documental que maneja y a la riqueza de las fuentes que usa para estudiar el caso peruano en general, y limeño en particular. Otro elemento que vale la pena destacar son los afortunados paralelismos que con frecuencia establece con España, otras regiones europeas y de la América Española, lo que permite establecer claramente la especificidad limeña en el contexto atlántico del cual forma parte, y en particular en lo que se refiere al imaginario y a las representaciones de la majestad del poder. Estos paralelismos están acompañados por un afortunado diálogo historiográfico, sobre todo con la historiografía de la Revolución Francesa, lo cual enriquece enormemente el alcance de las afirmaciones que se hacen a lo largo del trabajo.
La obra sigue un claro esquema cronológico que va desde de tiempo de los virreyes, pasando por el período de la crisis monárquica en la metrópoli y el liberalismo gaditano, para seguir con la llegada de los libertadores, José de San Martín y Simón Bolívar, y terminar con el movimiento antibolivariano que estallara en 1827.
El capítulo 1, "La réception des vice-rois à Lima: un modèle à décomposer", trata sobre la recepción de los virreyes en Lima en el siglo XVIII, como representación de la renovación de la fidelidad al monarca. De aquí toda la solemnidad, la complejidad protocolar, el alto grado de ostentación, y el gran empeño que en general, tanto las autoridades locales como la población (sobre todo las elites criollas desde el Cabildo), depositaron en el conjunto de aspectos que conformaban este
complejo ritual de sucesión de mando. Se trataba de una verdadera puesta en escena de fuerte carga barroca que duraba varios días. La misma comenzaba fuera de la ciudad con la entrega del bastón de mando. Luego seguía con el desfile por las calles de Lima y el entonamiento de un Te Deum en la Catedral. Esto era seguido por la visita a las sedes de diversas corporaciones, incluyendo la universidad, donde era leído el tradicional "elogio" a las virtudes del nuevo virrey. Todo ello era acompañado por fuegos artificiales, concursos de poesía y diversas festividades entre las que destacaban las corridas de toros. En esta parte del trabajo también se estudian brevemente las primeras modificaciones a este ritual, que se dieron a partir de los años 1780, cuando, siguiendo los principios austeros de las reformas borbónicas, se simplificaron los ceremoniales principalmente para reducir costes.
En el capítulo 2, "Sens et usages des proclamations royales dans la Cité des rois", se abordan los rituales que acompañaban las proclamaciones asociadas a asuntos de elevado interés colectivo, como el coronamiento o la muerte del monarca. Para el estudio particular de estas proclamaciones, el autor escoge primeramente un caso si se quiere atípico: la
ceremonias de proclamación de Fernando VI en 1747, que tuvieron lugar poco después de haberse producido un violento terremoto que destruyó la mayor parte de la ciudad y diezmó a su población. El texto ceremonial ordenado por el virrey en esa ocasión muestra claramente cómo, en el marco de esa catástrofe, el ceremonial de continuidad cambiaba ligeramente para asociar la renovación de la fidelidad monárquica a la reconstrucción de la propia ciudad y además a la necesidad de mantener el orden social ante la amenaza de la plebe. El autor también analiza en profundidad ceremonias de proclamación posteriores que se realizaron siguiendo los cánones vigentes en la época, aunque mostrando ligeros cambios. Entre estos destaca la militarización de los actos ceremoniales y el aumento de la sensibilidad patriótico-religiosa de la población (expresada principalmente en la forma de donaciones y plegarias colectivas) hacia la suerte de las armas españolas en las guerras europeas de mediados de siglo. Cabe igualmente destacar en este capítulo el análisis del autor del desarrollo de una retórica incaica (evidencia de una suerte de nacionalismo precoz), así como la participación en los ceremoniales de sectores subalternos (no solo indios sino también negros libres organizados por nación).
A partir de 1808, la vacatio regis suscitada tras las abdicaciones de Bayona en 1808, y la promulgación de la constitución gaditana de 1812, introducirán cambios más profundos en los rituales de
continuidad del poder, estudiados en el capítulo 3 de la obra: "Des fêtes absolutistes à fêtes constitutionalistes: développement des rituels guerriers". El mismo comienza con el estudio de la proclama de Fernando VII, que se diferencia de las anteriores porque este se encuentra en estado de cautividad. Este vacío propicia una exacerbación del fervor patriótico-religioso en todos los sectores de la sociedad, y genera un ambiente de politización realista auspiciado por el propio virrey. Como parte de este ambiente, se produce una saturación iconográfica de la persona del monarca cautivo en el espacio ritual limeño. Los miembros del Cabildo debieron jurar colectivamente lealtad no solo al monarca proclamado, sino también a la Junta Central de gobierno instalada en Sevilla. También se estableció un nuevo calendario de feriados entre los cuales destacan la fecha de instalación de dicha junta y las fiestas de San Fernando o Fernandistas. Más tarde, en 1812, la proclamación y jura a la constitución de Cádiz fue recibida con gran entusiasmo por todos los sectores de la población que creían ver satisfechas en esa carta magna muchas de sus aspiraciones políticas. Entre estos, llama la atención la actitud de los pardos, quienes ordenaron una misa de acción de gracias creyendo, erróneamente, que habían sido incorporados al cuerpo de la nación española. La proclamación de la nueva constitución tuvo un impacto tremendo sobre las celebraciones, que se tornaron más populares, e incluso llegaron a participar en ellas los esclavos. Algunos cambios importantes introducidos en esta época tuvieron una fuerte vocación liberal, como la sustitución del juramento colectivo por el individual, la eliminación del caballo por considerarlo demasiado aristocrático y la supresión en el desfile del pendón real porque reflejaba los tiempos de la conquista. En este mismo capítulo se estudia el surgimiento de un imaginario bélico tras el inicio de las pugnas autonomistas y, luego, independentistas, que incidió sobre los rituales existentes exacerbando el culto al héroe y dando mayor importancia al honor asociado a algunos elementos de las tradiciones militares hispano-europeas, como era el caso de los estandartes de los batallones. Es particularmente interesante la forma en que ambos bandos sacralizaron sus respectivas causas, lo que se reflejó en el uso militar del culto mariano, como en el caso de las Vírgenes Generalas. La explicación de la transición de una simbología político-militar incaica a una más tradicional católica en el campo patriota es uno de los aspectos más atractivos de esta parte de la obra.
El capítulo 4, "Refondation symbolique du cérémonial indépendentiste", está dedicado a los rituales y los simbolismos del poder introducidos, o alterados, luego de la llegada de San Martín en 1821. Dichos rituales, si bien ya no reflejaban continuidad sino ruptura, conservaron mucho de los ceremoniales del antiguo régimen, incluyendo las variaciones liberales introducidas en la década anterior. De aquí que el ceremonial de recepción que se
diera al general rioplatense se asemejase al que se les daba anteriormente a los virreyes, mientras que el de declaración de independencia se pareciese al de proclamación de la constitución de Cádiz. Los circuitos del desfile, los tres días de fiestas, el Te Deum, los fuegos artificiales y otros aspectos del programa habitual mantuvieron su vigencia, pero en un decorado nuevo lleno de motivos y colores independentistas. Una vez establecido el Protectorado, se llevó a cabo una sustitución sistemática de la simbología y la pedagogía del poder; entre otras iniciativas, se rebautizaron espacios con nombres inspirados en el incaísmo revolucionario rioplatense, o, usando el léxico revolucionario de la época, se establecieron nuevos lugares de memoria y se procuró infundir el patriotismo en las escuelas. Se procuró igualmente eliminar, por razones ilustradas, aunque también porque se asociaba a la "barbarie" española, algunas diversiones como las corridas, los carnavales y las peleas de gallos. Es interesante el papel que jugó en el planeamiento de esta política de sustitución de imaginarios el revolucionario tucumano Bernardo de Monteagudo, así como el conflicto que la misma tuvo con las creencias religiosas, lo que contribuyó a la expulsión de Monteagudo del Perú. Finalmente, es en este capítulo, en el análisis de esta situación nueva o, como indica el autor, "inédita", de cambio de régimen donde quizá encontramos las mejores líneas de la obra.
El capítulo 5, titulado "Le ceremonial sous la République", estudia
principalmente los rituales luego de declarada la independencia. La instalación del congreso constituyente en 1822 y la promulgación de la constitución en 1823 reproducen una vez más los esquemas de rituales anteriores, y en particular los establecidos tras la proclamación de la constitución de Cádiz. De manera similar, cuando llega Bolívar a Lima en 1823, como se hiciera previamente con San Martín, se le da un recibimiento de virrey. Bolívar se muestra más indulgente que el rioplatense con las costumbres españolas, y más bien contribuye a reinstaurar los rituales de majestad, incluyendo la adulación del jefe supremo, práctica que, dicho sea de paso, había sido prohibida por Monteagudo poco tiempo antes. Esa actitud indulgente permite la instauración del Culto a Bolívar, expresado no solo en elementos ceremoniales, sino también en la instauración de un nuevo calendario de fiestas bolivariano y en una nueva saturación del espacio público, esta vez con representaciones del "Padre y Salvador del Perú". El autor sigue en detalle el recorrido andino seguido por Bolívar, desde Cuzco hasta Potosí, analizando en cada etapa las ceremonias, los rituales y las prácticas distributivas de poder a nivel local. El capítulo termina con el estudio de la reacción antibolivariana que estallara luego de aprobada la constitución vitalicia de 1826, la cual dio inicio a un proceso nacionalista de peruanización de los símbolos, la memoria y los rituales del poder. En lo sucesivo, los jefes de gobierno siguieron organizando los rituales respetando en gran medida las pautas del antiguo régimen. Este último capítulo toca además un tema central para el estudio de las ideas políticas de las independencias hispanoamericanas: el republicanismo católico. En tal sentido, hace importantes contribuciones para comprender la particularidad peruana mostrando la continuidad de elementos católicos en los ceremoniales. Así, las plegarias que en otra época eran dedicadas a reyes, ahora se dedicaban a los grandes jefes libertadores, mientras que el culto a las vírgenes y los santos se mantiene, e incluso se exalta, y como patrono del Perú queda oficialmente establecido San José. El autor concluye afirmando que cada inflexión política por la que pasara la ciudad de Lima conllevó una sustitución de emblemas, mas no una alteración de la puesta en escena de los rituales de poder. En efecto, si algo resalta a lo largo de cerca de un siglo de rituales de poder en la "Ciudad de los Reyes" es su continuidad protocolar, festiva y hasta discursiva. De tal manera, la construcción de la autoridad continuó realizándose en forma parecida, con variaciones pero manteniendo los códigos conocidos por todos, tanto en el contexto colonial como independentista, e incluso luego de una catástrofe natural. De aquí que el autor describa la historia de los rituales políticos como de "inmovilismos engañosos" (p. 260).
Por otro lado, esta obra hace aportes importantes a temáticas poco tratadas por la historiografía de las independencias, de las
revoluciones en el Mundo Atlántico y del surgimiento de los estado-naciones en Hispanoamérica. Entre estos aportes cabe destacar la participación política de las mujeres y los sectores subalternos, las consecuencias sociopolíticas del temor a estos últimos por parte de las elites, la impresionante adaptabilidad de las elites a los cambios políticos, la militarización de la política en el siglo XIX, el culto a los héroes (en particular a Bolívar), la inspiración clásica de la simbología republicana y el surgimiento de las identidades nacionales. Pero quizá su contribución más importante sea la de traer a tierra el estudio de la majestad del poder en la transición de la colonia a la independencia. Este es un tema que ha sido abordado con frecuencia por historiadores de las ideas (en particular de la escuela de François-Xavier Guerra), pero raramente con el enfoque antropológico que aplica Ortemberg en su trabajo.
Finalmente, desde un punto de vista estrictamente científico, solo extrañamos un diálogo más íntimo con esa historia de las ideas de las independencias, así como una mayor atención al simbolismo masón más allá de las breves referencias a la "máscara incaísta" y a la Logia Lautaro. La obra incluye además una iconografía en extremo atractiva, en muchos casos inédita, analizada en distintas partes de la obra. Incluye igualmente mapas, en los que están señalados los
recorridos y los elementos ceremoniales, lo que permite una mejor comprensión del espacio ritual. Cabe decir finalmente que no se trata de una obra destinada al público en general, sino más bien a lectores doctos o, al menos, conocedores de la temática. Pese a ello, el lector neófito amante de la historia encontrará en sus páginas ricas descripciones que lo harán viajar a un pasado fascinante en el que virreyes y libertadores desfilaban ostentosamente por las calles de la "Ciudad de los Reyes".

Alejandro E. Gómez
Université Lille 3-Charles de Gaulle

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