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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.18 no.1 Bernal jun. 2014

 

RESEÑAS

Clément Thibaud, Gabriel Entin, Alejandro Gómez & Federica Morelli (dirs.),
L'Atlantique révolutionnaire. Une perspective ibéro-américaine, Bécherel, Les Perséides Editions, 2013, 527 páginas

 

El período de los bicentenarios de los cambios iniciados en 1808 en el mundo ibérico dio lugar a una producción historiográfica nutrida, tanto en los países que lo integran como en la historiografía latinoamericanista de los Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia. El resultado fue una convergencia no muy habitual: numerosos investigadores se volcaron a explorar lo ocurrido entonces, abordando problemáticas antes ignoradas o revisando viejas interpretaciones sobre cuestiones centrales, no pocas veces a través de un diálogo fluido con investigadores de otros países.
Las conexiones fueron permitidas en buena medida por la consolidación de un paradigma historiográfico en el mundo ibérico y en Francia, basado en el consenso extendido acerca de que para entender lo ocurrido en esos años decisivos es necesario pensar la crisis del imperio o la monarquía española como una sola, y no focalizar aisladamente en los casos nacionales surgidos del proceso al que esa crisis dio comienzo. Aunque tenía precedentes, esa propuesta proviene en parte de la obra de Tulio Halperin Donghi Reforma y disolución de los imperios ibéricos (1985), y del muy influyente libro de François-Xavier Guerra Modernidad e independencias (1992). Desde los años noventa se publicaron diversas compilaciones con trabajos de y sobre distintos países, que progresivamente pasaron de ser aproximaciones a temas similares en espacios diferentes para ir construyendo perspectivas más interconectadas, donde lo ocurrido en los "vecinos" se convirtió también en un factor explicativo de peso para el propio caso y no solo en objeto de una posible comparación. La flamante compilación L'Atlantique révolutionnaire es un ejemplo de esa tendencia de apostar a la interrelación. Y no lo hace solo en los países donde el paradigma guerriano ha sido fuerte sino que muestra una intención de interactuar con la producción de
latinoamericanistas que trabajan en los sistemas académicos estadounidense y británico, algo que también viene ocurriendo en los últimos años. Pero el libro tiene una apuesta más ambiciosa: incluir el debate sobre Iberoamérica en el más amplio espectro de la "historia atlántica" y resaltar su importancia para comprender la "era de las revoluciones". La mirada eurocéntrica que concentraba las claves de esa época en las revoluciones industrial y francesa -como propuso Eric Hobsbawm en 1962- o la atlantista, que focalizaba en el ascenso de la democracia moderna -como hizo casi al mismo tiempo Robert Palmer rescatando las revoluciones europeas pero también la estadounidense- fue paulatinamente discutida, y otras revoluciones, como la haitiana, han sido recientemente recuperadas con una importancia similar a las que antes ocupaban el sitial de honor. Esta compilación puede considerarse parte de un esfuerzo para hacer lo mismo con las revoluciones del mundo ibérico.
Y al hacerlo consigue algo más: dinamizar los estudios sobre ellas, que es el principal aporte del libro. Cuando se vislumbraba el posible agotamiento de los estudios sobre las independencias y podría surgir la sensación de que solo hay lugar para agregar estudios de caso, trabajos colectivos como este muestran que todavía hay mucho por hacer. Por un lado, evidencia la aparición de un debate sobre los problemas del paradigma "guerriano", que han empezado a discutirse explícitamente sobre todo desde 2010 (y, de hecho, esta publicación reúne artículos expuestos en un coloquio organizado ese año en París por la École des Hautes Études en Sciences Sociales). A la vez, de los 20 artículos que integran el libro solo cuatro se focalizan en estudios centrados en un único espacio nacional. Los enfoques que articulan la problemática local con cuestiones más generales -a tono con el peso que la "World History" ha logrado sobre todo en los Estados Unidos en los últimos tiempos- parecen un camino promisorio para mantener activa una temática clave, que ha permitido interacciones historiográficas no tan fáciles de hallar en otras áreas de estudio del pasado.
Se trata de un libro voluminoso (es evidente que para evitar que lo fuera más, los cuatro directores decidieron no incluir sus propias presentaciones en el coloquio en la compilación final), escrito en tres idiomas diferentes -la introducción y cinco capítulos en francés, seis capítulos en inglés y nueve en español-, que aborda temáticas variadas a lo largo de un período muy extenso, de 1763 a 1898. Estos dos últimos rasgos parecen amenazar la coherencia interna del libro, ya que el espectro abordado es muy amplio. Sobre todo se hace complicado encasillar los textos en secciones, como se intenta para facilitar la organización de la lectura; por ejemplo, de los cuatro capítulos incluidos en la sección sobre "el rol de los sectores populares" solo dos se ocupan realmente de esa temática, que sin embargo sí está presente en trabajos que fueron agrupados debido a sus características en otras secciones. De todos modos, el inconveniente se salva porque con el correr de las páginas se nota el hilo común, los problemas compartidos, el esfuerzo por cumplir la que supongo fue una consigna de los directores: pensar los temas en clave general. Eso confiere a la obra un gran valor.
A la interrelación temática y espacial contribuye también que el grueso de los trabajos se ocupe de la coyuntura de las tres primeras décadas del siglo XIX. De todos modos, los cinco artículos que no lo hacen son muy interesantes.1 Irene Fattaccio analiza de qué modo las políticas comerciales de la Corona española en el período de reformismo borbónico contribuyeron decisivamente a la difusión y diferenciación social del consumo de chocolate en España. James Sanders, el único que investiga la segunda mitad del siglo XIX, postula a partir de una investigación sobre México y Colombia -con algunos otros casos de apoyo- la existencia de una "modernidad republicana americana" que valoraba la revolución como creadora de derechos, diferenciándose así de la mirada negativa sobre los hechos revolucionarios que existía en la Europa contemporánea. El discurso de esta "modernidad" incluía un lenguaje de clase y fue apropiado por los subalternos para sus propios reclamos.
Otro texto desligado de la coyuntura de 1808-1830 es el que cierra la compilación: una reflexión a cargo de Halperin Donghi, referente fundamental de los estudios sobre la época, que no se ocupa aquí de ella sino de los cambios experimentados desde el siglo XIX por el oficio del historiador, incluyendo una ojeada retrospectiva sobre los aportes de la institución organizadora del coloquio parisino que dio origen al libro; ella ha sido paralela y tiene relación con la del propio autor, por lo cual el texto tiene un tono emotivo.
También distanciado de la crisis decimonónica de los imperios ibéricos se encuentra el capítulo de Eric Schnakenbourg, que analiza el papel jugado por los comerciantes de las islas holandesas y danesas en el Caribe durante el tercer tercio del siglo XVIII, cuando su posición neutral les dio un lugar central en los intercambios entre las potencias europeas en guerra, siguiendo las prácticas de contrabando de los períodos de paz. Y la misma región es visitada por Manuel Covo, quien repasa pormenorizadamente el tratamiento historiográfico de la revolución haitiana en Francia y los Estados Unidos, lo que evidencia en esa operación algunas de las debilidades de la "historia atlántica".
El espacio caribeño es el objeto de otros capítulos, lo que constituye un aporte significativo del libro. Vanessa Mongey hace un rastreo de un tema fascinante: el uso de imprentas portátiles en las expediciones que se hicieron en el área durante el período independentista, con las cuales los combatientes esparcían sus ideas en los lugares que atacaban. Por su parte, María Dolores González-Ripoll investiga los vínculos entre dos primos nacido en La Habana, Francisco y Andrés Arango, y el peninsular Alejandro Oliván, para delinear las formas que adoptó la relación entre la elite cubana y España, que fue importante para marcar un destino diferente en la isla respecto del resto de América. A su vez, Johana von Grafenstein explora las "novelescas" trayectorias e interacciones de los revolucionarios, aventureros y realistas en la región durante la década de 1810.
El interés por trayectorias individuales que también superan los posteriores marcos nacionales es el eje de los trabajos de Erika Pani y de Matthew Brown. La primera se ocupa de la vida de Orazio Attelis, noble napolitano devenido revolucionario, con una participación significativa en México, mientras que el segundo se ocupa de José Antonio Páez y Tomás Mosquera, figuras clave de Venezuela y Colombia en la etapa posbolivariana, situando el eje de sus respectivas trayectorias políticas en la herencia de la década de 1820. Ambos textos se centran en dicha década, período que sin duda ganará creciente importancia historiográfica siguiendo la agenda de los nuevos bicentenarios.
Tres trabajos se centran en casos más localizados. Rossana Barragán realiza un recorrido por el modo en que la mita de Potosí fue criticada y deslegitimada por diversos letrados -por consideraciones "humanitarias" y económicas- desde fines del siglo XVIII, y articula esas posturas con la acción de las comunidades indígenas al respecto, hasta el momento de la desaparición de ese servicio forzoso después de la revolución. A su vez, Mónica Henry delinea los vaivenes de la política de los Estados Unidos hacia las revoluciones hispanoamericanas, de la neutralidad al reconocimiento, pasando por problemas centrales como la actividad de los corsarios. Por último, el sugerente artículo de Cecilia Méndez combina una preocupación histórica con una historiográfica al exponer los rasgos de las frecuentes guerras civiles en el Perú decimonónico y plantear las razones de su escaso impacto en la visión del pasado del país, a diferencia de lo que sucede con la traumática Guerra del Pacífico; la autora destaca el papel central de la Sierra, de las montoneras y las partidas campesinas durante los conflictos decimonónicos, situación que de algún modo regresó al Perú con el conflicto de Sendero Luminoso en la década de 1980 (y la conexión entre los dos momentos le permite avanzar en la interpretación de ambos).
También Sarah Chambers combina el análisis histórico con el historiográfico al estudiar las formas de tratar la participación de las mujeres en el proceso independentista chileno, tanto en la época -con el problema central para los revolucionarios de qué hacer con la responsabilidad de las acciones de las mujeres realistas, que implicaba discutir el estatus político femenino- como en los relatos posteriores sobre ese período fundamental. El artículo no se centra solamente en el caso sino que lo sitúa en relación con cuestiones trabajadas en otros espacios en la época. Se trata de una problemática importante ya que, a pesar del auge de los estudios de género, es poco lo que se sabe aún sobre el papel femenino en las revoluciones iberoamericanas de principios del siglo XIX.
Otros dos capítulos se ocupan de lugares poco explorados en los congresos y las publicaciones sobre la coyuntura de las independencias iberoamericanas: António de Almeida Mendes investiga en el largo plazo cómo la desaparición de la esclavitud en Portugal dejó una herencia racista, la idea de una mancha de sangre que pervivía en los "criados", mientras que Nigel Worden explora las formas de resistencia de los esclavos de Ciudad del Cabo desde una revuelta en 1760 hasta el fallido levantamiento de 1808, que tenía aspiraciones revolucionarias influidas por el abolicionismo.
De las revueltas esclavas en espacios más "conocidos" al respecto, Cuba y Brasil, se ocupan Tâmis Parron y Rafael Marquese a través de una provechosa comparación de los dos únicos países americanos que mantuvieron el tráfico de esclavos después de la década de 1820, operación que insertan en los debates más amplios del campo de estudios sobre esa institución. Encuentran que mientras en Cuba el peso de la revolución haitiana y de los movimientos esclavos en el Caribe contribuyó a afianzar el vínculo con la Corona española, en el Brasil el activismo esclavo preocupó menos a las elites, que así se arriesgaron a un proceso de independencia que a priori podía poner en entredicho el orden social. El Brasil es también objeto de otra comparación, a cargo de João Paulo Pimenta, quien revisa la influencia en su independencia de la crisis de la monarquía española y las revoluciones en su interior, atendiendo a las diferentes temporalidades de ambos procesos: mientras en el mundo hispano el momento juntista-revolucionario y el constitucional estuvieron separados por lapsos que en algunos casos fueron de varios años, en la experiencia luso-brasileña ambos se dieron simultáneamente.
Finalmente están los artículos que problematizan provechosamente el paradigma guerriano. Marixa Lasso niega la afirmación de Guerra en su libro clásico sobre la ausencia de una "movilización popular moderna y de fenómenos de tipo jacobino" en las independencias hispanas, para mostrar que sí existieron en distintos espacios. Para ello acude a sus propias investigaciones sobre Cartagena de Indias y a otros estudios sobre Caracas y sobre Guerrero (México), poniendo el foco en la activa participación política de los afro-descendientes -el eje de lo "jacobino" en su análisis está en la dimensión étnica, no en la social-, que fue fundamental para impulsar la igualdad racial, un rasgo moderno. A su turno, Elias Palti señala la limitación del paradigma -los "estudios revisionistas"- para explicar la magnitud de los cambios iniciados en el mundo hispánico en 1808, sobre todo por tener una "imagen plana" de la tradición política española. Propone en cambio un recorrido desde las ideas de monarquía en el pensamiento aristotélico hasta el del barroco y el neoescolástico, para detectar de qué manera se produjo la ruptura que él considera clave para entender lo ocurrido a principios del
siglo XIX: el surgimiento en la centuria previa de lo político, de la noción de la naturaleza simbólica del poder.
L'Atlantique révolutionnaire es entonces un libro muy atractivo. Reúne textos que hacen aportes relevantes al campo de la historia iberoamericana y caribeña, y más en general al de la historia "atlántica", al tiempo que ofrece pistas acerca de los posibles derroteros historiográficos para seguir develando qué ocurrió en ese período decisivo de la historia mundial que fue la "era de las revoluciones".

Gabriel Di Meglio
UBA/CONICET

Notas

1 No tomo en lo que sigue el orden del libro sino que agrupo los artículos de otra manera.

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