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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.18 no.1 Bernal jun. 2014

 

RESEÑAS

Esteban de Gori,
La República Patriota: Travesía de los imaginarios y de los lenguajes políticos en el pensamiento de Mariano Moreno, Buenos Aires, Eudeba, 2013, 309 páginas

 

El Bicentenario de las independencias dio lugar a una amplia gama de estudios que buscan apartarse de la tradición historiográfica de impronta nacionalista, que explica la ruptura del vínculo colonial en términos del afán de autodeterminación por parte de naciones preexistentes, las cuales tarde o temprano buscarían recobrar los derechos soberanos que les corresponderían como tales. Según muestran estos estudios recientes, dicha tradición se funda en una perspectiva teleológica de la historia, que lleva a creer ver en el punto de origen de este proceso aquello que solo se encuentra en su punto de llegada: las naciones modernas. Esto supone un quiebre fundamental, desde el momento en que abre las puertas a un universo nuevo de interrogación: si no fueron los afanes de autodeterminación nacional, qué fue entonces lo que puso en marcha el proceso revolucionario.
Frente a estas perspectivas teleológicas que creen ver en la independencia una suerte de destino ineluctable, los estudios revisionistas concentrarán su atención así en la serie de hechos contingentes que habrían de concluir con la ruptura revolucionaria, entre los que se destacan la vacancia monárquica producida en 1808. Algunos de estos autores "revisionistas" (Isidoro Venegas
es quien más ha enfatizado el punto) señalan, además, la profunda quiebra política y cultural que supuso la caída de la monarquía y la instauración de regímenes políticos fundados sobre bases republicanas. Según muestran, para los hombres de comienzos de siglo XIX el gobernarse según otro régimen político que no fuera el monárquico les resultaba poco menos que inconcebible. Para estos, la monarquía era una forma de gobierno tan natural como para nosotros la republicana. Las revoluciones de independencia representarían, pues, mucho más que un evento de orden meramente político. No obstante, este señalamiento vuelve insostenible aquel mismo marco explicativo. Aquello que parecía inconcebible, pronto se volvería realidad; y está claro que semejante quiebre cultural no se pudo haber producido en el curso de unos pocos meses, como estos autores afirman. De hecho, crisis dinásticas se habían producido en el pasado, como ocurrió durante la Guerra de Sucesión (1700-1711), sin que nada semejante ocurriera. En ese momento nadie aquí pensó en independizarse de España. Indudablemente, algo cambió, y algo muy importante, en los años precedentes, que hizo que aquello que un siglo antes no tuvo consecuencia alguna en las colonias ahora llevará a su independencia.
El libro de Esteban de Gori intenta, justamente, intervenir en este debate. En este sentido, su alcance excede grandemente aquello que su título sugiere. El mismo es mucho más que un estudio sobre el pensamiento de Mariano Moreno; es el trazado del complejo proceso de reconfiguración conceptual que abriría las puertas a esa radical reformulación de los lenguajes políticos que hizo eventualmente posible las revoluciones de independencia. En un largo recorrido que arranca con los neoscolásticos españoles del siglo XVII y llega a Mariano Moreno, pasando por las recepciones del pensamiento ilustrado en la Colonia así como de lo que llama la "conexión napolitana" (los escritos de los jesuitas exiliados por las reformas borbónicas), De Gori muestra cómo el imaginario político del Antiguo Régimen se iría minando a lo largo del siglo XVIII y perdiendo su sustento político-conceptual.
El punto de partida es la emergencia del concepto moderno de soberanía como una facultad indivisible, intransferible e irrepresentable, cuya primera formulación sistemática se remonta a los Seis Libros de la República (1576), de Jean Bodin. Sin este, es necesario señalarlo aunque parezca obvio, tampoco habría podido surgir el concepto de
"soberanía popular" en que los insurgentes apoyarían sus reclamos. El propio absolutismo terminaría así sentando las bases conceptuales que terminarían destruyéndolo. No obstante, este resultado tendrá un carácter paradójico. De hecho, dicho concepto hacía imposible la concepción de algo así como una idea de "soberanía popular"; esta aparecía más bien como una suerte de contradicción en los términos. La idea de soberanía conllevaba necesariamente la existencia de una asimetría fundante de la comunidad, sin la cual esta se destruiría como tal (si hay soberanos, debe haber súbditos: que los mismos que son soberanos sean también sus propios súbditos parecía simplemente absurdo). Ninguna comunidad, ninguna nación podría existir sin un centro de autoridad política a partir de la cual pudiera esta articularse.
En efecto, el monarca no era un factor del que pudiera prescindirse, pues era en su figura que venía a condensarse el cuerpo místico de la república. De Gori nos retrata el recorrido por el cual ese vínculo inescindible entre soberanía y nación comenzaría, sin embargo, a fisurarse y la nación habría finalmente de
desprenderse de la figura real. En su lucha contra los intentos de centralización política impulsados por los borbones, las oligarquías urbanas capitulares invocarán la representación de los intereses del pueblo o la nación. Y si bien ese pueblo era una entidad no menos etérea que el Dios al que los reyes invocaban como la fuente última de su legitimidad, la serie de revueltas que se desatan tanto en la península como en las colonias en la segunda mitad comenzarían a darle visos de realidad empírica. Así, en la lucha contra las políticas reformistas se irían configurando nuevos lugares de articulación de la voluntad general colocados al margen del aparato de Estado absolutista. Y esto resultaría destructivo del sistema político del Antiguo Régimen.
Llegado a ese punto, emergerían dos soberanías alternativas y antagónicas, la soberanía real y la soberanía nacional. Ambas no podrían coexistir en un mismo nivel de realidad. Y si bien este dualismo no necesariamente debía concluir con la quiebra del imperio, su enfrentamiento había entrado ya en el universo de lo concebible. Así, si bien el libro de De Gori concluye con
la independencia, deja planteado un interrogante que se proyecta más allá del período específico que él analiza. Contra los que plantean las perspectivas tradicionales del siglo XIX, que conciben el mismo como el período en el que los ideales ilustrados que supuestamente dieron origen a la nación buscarían materializarse en la práctica de manera progresiva, la herencia revolucionaria aparecía como mucho más compleja y ambigua. Lo que esta le lega no es ningún conjunto dado de principios o valores, sino, básicamente, un problema, el cual, en última instancia, ya no encontraría solución posible: cómo determinar cuáles son aquellos lugares de articulación de la voluntad general de la nación, quién puede reclamar ser su vocero y expresión entre todos aquellos que la invocan, cómo y quién podría determinarlo de un modo eventualmente incontrovertible. Los lenguajes políticos que emergerán en lo sucesivo no serán sino distintos modos de confrontar conceptualmente esta aporía.

Elías Palti
UNQ/UBA/CONICET

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