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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.18 no.1 Bernal jun. 2014

 

RESEÑAS

Hernán Pas,
Sarmiento, redactor y publicista. Con textos recobrados de El Progreso (1842-1845) y La Crónica (1849-1850), Santa Fe, Ediciones UNL, 2013, 290 páginas

 

Para los escritores americanos de los dos primeros tercios del siglo XIX, el pasaje de la escritura de periódicos a la escritura de libros no se ofrecía necesariamente como un cursus honorum ni como una función demasiado especializada. Excepción hecha de los escritores cuyo proyecto literario se cifraba en la poesía lírica -y basta pensar en Esteban Echeverría y su reticencia a escribir para la prensa para advertir que la salvedad no es menor-, pasar de los periódicos a los libros no implicaba un salto cualitativo en una carrera. Era, sencillamente, una posibilidad para ejercitarse en un oficio y hacerse un nombre con el que afrontar cualquier campaña pública. Sarmiento, escritor y publicista, editado y compilado por Hernán Pas, pone en escena parte de ese pasaje, pero explora y resuelve de modo feliz el mismo problema en un segundo nivel, desde que su objeto mismo supone el desafío que presenta al investigador pasar de los periódicos al libro.
El lector curioso de diarios antiguos -condición obvia y básica para el investigador que frecuenta hemerotecas- suele experimentar sobresaltos varios. La rutina es conocida: el periódico buscado no está, está fuera de consulta, tiene una numeración que corresponde a una catalogación anterior, existe pero no se presta, llega hasta el mostrador pero la página anhelada termina de desgarrarse en nuestras manos como último eslabón de una cadena de patas, mandíbulas, aguijones y, más probablemente, otras manos. Cuando nada de esto ocurre, se impone el obstáculo más interesante: la felicidad del hallazgo se convierte en la pregunta sobre cómo transmitir a los otros el infinito que encierran las páginas del periódico. Pasar de los periódicos al libro, en efecto, supone no solo una decisión de recorte (el diario, por definición, lo contiene todo: referencias a la vida pública en sus dimensiones política, comercial, económica, social, cultural; marcas de su circulación y recepción; indicios de los modos en que buscaba ser apropiado; rasgos formales y materiales a través de los cuales, casi como ningún otro objeto, condensa la cotidianeidad de su época), sino además una decisión narrativa: cómo organizar el relato que da sentido, fuera de su época, a la lectura de ese diario.
Sarmiento, redactor y publicista, se inscribe en el pequeño conjunto de trabajos (del que fue pionero Orden y virtud, de Jorge Myers) en el que esas decisiones son nítidas y, por eso, organizan un volumen que, como los diarios que traman su base, ilumina una región del pasado hasta entonces poco visible. El libro está organizado en dos secciones: un ensayo de Hernán Pas, quien realizó además la investigación hemerográfica y seleccionó el material incluido en la segunda parte, una antología que recoge artículos de tres diarios chilenos, El Progreso (1842-1845), La Crónica (1849-1850) y El Siglo (del que se transcriben algunos "textos complementarios", que dialogan con publicaciones de El Progreso entre 1844 y 1845). Estos textos recobrados no fueron incluidos en las Obras de Sarmiento, ni reimpresos tras su edición original en la prensa, motivo que los convierte de por sí en documentos valiosos que el libro de Pas vuelve a poner en circulación.
El estudio se divide, a su vez, en tres partes, "La irrupción de la prensa", "Las artes pragmáticas del publicista", y un "Colofón". La primera de ella describe con precisión las coordenadas de la prensa sudamericana hacia mediados del siglo XIX, preocupándose especialmente por el "nuevo sistema de publicidad" que se pone en funcionamiento en Hispanoamérica a partir de la caída del Antiguo Régimen y por caracterizar una figura emergente de este proceso, la del publicista. La segunda se centra en los periódicos seleccionados, y en el modo en que Domingo F. Sarmiento despliega estrategias de muy diversa índole -políticas, escriturarias, formales, técnicas, propagandísticas, empresariales- con un objetivo múltiple y complejo: convertirse en "escritor" y "publicista de su propia producción" (p. 102). El "Colofón", por su parte, se centra en el problema del tipo de autoridad discursiva (p. 42) y literaria que supone la escritura en el periódico. En este punto, Pas expone muy convincentemente cómo el pasaje de Sarmiento de El Progreso a La Crónica, escandido por la publicación de Facundo (1845), Viajes y Educación popular (1849), construye una modalidad de la autoría en la que la prensa no opera únicamente como soporte para la intervención y la visibilidad pública inmediata, ni aun como difusor ampliado de un sistema de ideas o consignas, sino que incide y modela la formación de Sarmiento como escritor. Para argumentar esta hipótesis, Pas analiza niveles muy diversos de la tarea periodística de Sarmiento, del refinamiento de sus vínculos con el público, por ejemplo, a la atención al sistema tipográfico (la creación y separación de secciones, las variaciones en el formato de las publicaciones, el uso de elementos atractivos y novedosos como la litografía, la introducción y modulación del espacio del folletín). Y más aun: sugiere que la eficacia de esa sintonía lograda por el autor de periódicos influyó decisivamente en el lugar que ganó el escritor nacional tanto para sus contemporáneos como para la historia literaria.
El trabajo de Pas, como queda expuesto, no es entonces un mero índice de los textos que se dan a leer en la "Antología", ni estos sirven únicamente para ilustrar hipótesis previas a su lectura (aunque las hipótesis que plantea el estudio se proyecten con solvencia mucho más allá de esos textos concretos). La articulación entre lectura crítica y corpus propone, en cambio, un objeto poco previsible, en el que la prensa ha dejado de ser una reliquia, y no importan ni los faltantes ni la fragmentación de las colecciones. Pas subraya ese cambio cuando afirma que su objeto no son la prensa ni el periodismo, sino el artefacto periódico. Bajo esta perspectiva, el artefacto periódico se organiza en una red en la cual "[L]ectura y economía, publicidad y civilidad componen las coordenadas de la prensa en un contexto donde el valor normativo de la lectura lejos estaba de ser un rasgo extendido" (p. 30). Bajo esos parámetros, Pas produce una definición tan precisa como sorprendente: para redactores y publicistas, pero también para los lectores, los periódicos americanos de la época son "plataformas de experimentación pública" (p. 122). ¿Qué se experimenta? Todo: las diversas modulaciones de la escritura en diferentes registros y con fines pragmáticos diversos, el uso de las secciones (por ejemplo, los cambios que experimenta el género folletín), los modos de abrir y de intervenir en las polémicas, la organización de diferentes recursos tendientes a construir una imagen propia, las posibilidades de inscripción de una firma autoral identificable, las formas de captar o impostar un público lector. Los periódicos, entonces, no son solo una plataforma experimental de la publicidad sino, en ese preciso tramo del siglo XIX, un espacio virtualmente ilimitado.
La perspectiva de la historiografía cultural y de la historia de las prácticas que se apoya explícitamente en los trabajos de Robert Darnton y Roger Chartier, entre otros, permite a Pas, adicionalmente, discutir una caracterización de la modernización cultural sudamericana extendida (y que en el área de las literaturas se explicita en trabajos tan sugerentes como, por ejemplo, El cuerpo del delito. Un manual, de Josefina Ludmer) como un salto brusco que tendría lugar hacia fines del XIX, para observarla, en cambio, a más largo plazo, deteniéndose en sus lógicas de desarrollo, y proponiendo hitos que adquieren sentido en el interior de su propia serie. La consideración de El Progreso y La Crónica en contraste y en diálogo con otras publicaciones contemporáneas significativas como El Araucano, El Crepúsculo y la Revista Católica, deja vislumbrar una periodización diferente de la historia de la prensa, con un primer núcleo modernizador hacia 1830-1840 -momento en que se produce "la emergencia de una subjetividad literaria diferente" (p. 38)-, otro hacia 1870-1880 -con lo que denomina la emergencia del diario "como empresa-editorial" (p. 96)- y, más allá, aquel que se intuye hacia entresiglos, vinculado tanto con las innovaciones técnicas que se difunden desde entonces -la posibilidad de imprimir a menor costo, las nuevas posibilidades para la reproducción de imágenes, la facilidad para el acceso informativo que brinda el desarrollo de los cables y las agencias noticiosas- y con la deriva de la figura del publicista en otras mucho más especializadas, como las del repórter, el cronista, el sueltista y el corresponsal y -en contraste- el escritor. Entendida en estos términos, además, la modernización periodística americana no solo se ratifica nuevamente en su singularidad, lejos de espejar o reproducir a escala procesos juzgados más completos o plenos, sino que empieza a hacer evidentes pormenores de su funcionamiento y circulación regional. En ese sentido, la elección de los periódicos chilenos de Sarmiento no solo completa un aspecto de la trama geopolítica de su trayectoria, sino que expresa condensadamente un proceso complejísimo de intercambios simbólicos, reapropiaciones culturales y procesos de transposición estética. (La lectura del folletín "Alí Bajá", incluido en la "Antología", ilustra de manera ejemplar estas circulaciones.)
La escritura de Pas encontró un ritmo solidario con esa hipótesis, y en un andante que descree de las síncopas espectaculares, procede minuciosamente. Esta prosodia se condensa en un giro verbal cuya dificultad exhibe la decisión de no dejarse seducir por causalidades unidireccionales o plenitudes teleológicas, y preferir en cambio abrir un abanico de problemas que conviven con la progresión argumentativa y temporal. Refiriéndose a las condiciones de lectura en Chile
hacia mediados del siglo XIX, Pas sostiene la necesidad de "reevaluar tal precariedad atendiendo a la calidad del proceso antes que -o junto a- su faceta meramente cuantificable" (p. 25). Antes que pero también junto a, entonces, resulta la fórmula retórica que expresa el método y protocolo de análisis de los discursos, los acontecimientos y sus contextos. Antes que explicar la publicación de Facundo como reacción a la embajada de Baldomero García, Pas prefiere mostrar también junto a este acontecimiento las razones que guiaban ya el funcionamiento polémico de El Progreso, la forma en que se preocupaba por apelar a lectores chilenos y "extranjeros" (argentinos) y el modo como venía poniendo en juego recursos diversos -la inclusión de imágenes litográficas, la alternancia con otros redactores- tanto para lograr ampliar el lectorado del diario como para hacer de él una plataforma de propaganda personal política y literaria. Antes que atribuir la precariedad y la arbitrariedad del sistema de sostén de la circulación de escritos a una economía premoderna y premercantil, Pas prefiere iluminar junto a esas condiciones una enorme cantidad de detalles (entre los que se destacan, por ejemplo, el uso de la propaganda editorial de los títulos publicados por la Imprenta Belín, responsable de La Crónica) que prueban que, más allá de esas condiciones fácticas, algunos empresarios y redactores imaginaban un mercado, y actuaban con ese horizonte como programa, comenzando a realizarlo.
Sarmiento se ofrece, por lo demás, como un actor con una sensibilidad y plasticidad privilegiada para encarar este proceso -y, desde ya, como portador de unas disposiciones personales que, como sabemos, él mismo fue el primero en proclamar- que lo habilitaron para comprender quizá mejor que cualquiera de sus contemporáneos las posibilidades que ofrecía la tecnología del aparato de presentación de una figura pública. Y si bien las primeras líneas de la "Presentación" del libro están enmarcadas por una advertencia respecto de las seducciones de la excepcionalidad de Sarmiento (una advertencia que importa un desafío para el autor pero también para el lector), sin duda el estudio de Pas invita a repensar a Sarmiento, no dando por sentada su primacía o su originalidad. Su efecto, en todo caso, es redescubrirla, ya que tras su lectura resulta innegable el modo en que Sarmiento ilumina, como precursor borgesiano, la figura del publicista. Por eso, si la red que construye Pas muestra la tarea en paralelo con la de Sarmiento, que, en diferentes aspectos, llevan adelante contemporáneamente intelectuales como Juan B. Alberdi, Vicente F. López, Juan N. Espejo o Alberto Blest Gana, muestra también que Sarmiento ocupa y maneja -para parafrasear, en otros términos, el clásico estudio de Julio Ramos- el artefacto periódico de modo cualitativamente único. Es esa singularidad, además, la que impulsa la transformación interna de su proyecto creador en un punto nodal de su carrera pública, tal como observa el estudio de Pas al evaluar el recorrido que va de El Progreso a La Crónica: "Sarmiento mira ahora -y escribe- desde otro lado; ya no como el redactor a sueldo que busca desesperadamente prestigio; ahora, con La Crónica, escribe -y mira- desde el lugar del autor ya consagrado" (p. 101).
Pero además de Sarmiento, en el libro de Hernán Pas hay otro yo que ha retrocedido. Es el del responsable de un trabajo tan minucioso como discreto, tan apasionado como concentrado. En ese retroceso que pone en primer plano a su objeto, el investigador reinventa un tipo de intervención intelectual que continúa siendo tan intensa, desafiante y productiva como la que estudia: la de seguir leyendo periódicos, la de seguir escribiendo libros, la de apropiarse nuevamente de las cambiantes formas de la autoría.

Claudia Román
UBA / CONICET

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