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Prismas

On-line version ISSN 1852-0499

Prismas vol.18 no.1 Bernal June 2014

 

RESEÑAS

Lucio V. Mansilla,
El excursionista del planeta. Escritos de viaje (selección y prólogo de Sandra Contreras), Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2012, 466 páginas

 

A mediados del siglo XX, la generación Beat concibió el viaje como una experiencia central para los jóvenes artistas. El desplazamiento constante, la vida en la ruta, las amistades provisorias, la capacidad de adaptarse y resolver problemas inesperados aparecían como "la" experiencia, es decir, como el punto más alto de la experiencia antiburguesa y, por lo tanto, como una vivencia indispensable para quien quisiera escribir. Para tener algo que narrar había que haber vivido, es decir, había que haber viajado. La llamada generación del '80 en la Argentina también tenía una confianza similar en las virtudes del viaje; aunque para ellos, que vivían en el fin del siglo XIX -antes del desarrollo de la industria turística, antes de la masificación de los medios de transporte de cosas y personas, o de las técnicas de transmisión inmediata de palabras y mensajes-, la experiencia iniciática del viaje también los alejaba del orden burgués pero de un modo casi opuesto. Más que esa falta o esa negatividad contracultural de los jóvenes subterráneos, el viaje finisecular exigía en cambio un plus, una acumulación -de capital simbólico, estético, lingüístico y de capital a secas- disponible solo para los jóvenes de las elites ilustradas.
Entre ellos, el más ocurrente, el más extravagante,
el más ingenioso, el más versátil, el polifacético Lucio V. Mansilla se declara "el genio de los buenos viajes" (p. 303). Lo hace a bordo del buque que lo lleva a Europa, en una crónica que se publicará unos días más tarde en La Tribuna Nacional, y en la que recorre, con la errancia típica del género, la incipiente masificación del turismo, las ofertas gastronómicas del barco, la poética de Émile Zola, las actividades con las que combate el tedio durante la travesía. En El excursionista del planeta, Sandra Contreras selecciona una serie de crónicas como esta -la mayoría de ellas nunca publicadas en un libro- y las ordena junto a otros materiales en un volumen que permite reconstruir una poética del viaje -generacional y personal- articulada, según explica la prologuista, con las ideas y las concepciones de Mansilla acerca "de la literatura, la vida y el mundo" (p. 47). El libro deja ver el lugar central que ocupa el viaje como motor del impulso escriturario y como generador de contenidos, porque el viaje tiene en Mansilla un efecto de multiplicación: lo pone a escribir, le da tema para escribir, lo hace reflexionar sobre el acto de escribir, lo impulsa a revisar el impacto de la lectura y la escritura sobre la percepción del viaje, etcétera.
El excursionista se abre con una serie de textos sobre
Oriente que incluyen "De Adén a Suez" -impresiones del viaje, escritas en octubre de 1854 y publicadas al año siguiente-, "Recuerdos de Egipto", de 1864, y "En las pirámides de Egipto", incluido en Entre-Nos. Causeries de los jueves, editadas en 1889. Esta primera parte se cierra con una carta de 1897 dirigida a Emilio Mitre, por ese entonces director de La Nación. A partir de un muestrario de géneros que van desde las impresiones, los recuerdos, la crónica y finalmente la carta, Mansilla vuelve una y otra vez a narrar ese viaje de juventud que empezó en la India y terminó en Londres y París cuando, según dicen, su padre lo sorprendió leyendo El contrato social en pleno rosismo y lo mandó a tomar aire fuera y, de paso, a ocuparse un poco de los negocios familiares. Los textos de la primera parte explican por qué Mansilla no escribe nunca un libro de viajes tal como lo hicieron sus contemporáneos, su hermana Eduarda y Miguel Cané o incluso los que compilaron sus crónicas periodísticas, como Lucio López o Eduardo Wilde. La respuesta a este interrogante -según propone Sandra Contreras y lo confirman estos textos- se debe a que Mansilla prefiere en cambio "fragmentar el relato de una vida entera atravesada por el viaje", estrategia que produce "el efecto de multiplicar la figura de Mansilla en viaje al infinito" (p. 12). Al enumerar -los paisajes contemplados, los desayunos que tomó, o los medios de transporte que usó-, al contar nuevamente y varios años después su visita a El Cairo, al narrar desde una madurez -muchas veces real, muchas veces impostada- que permite poner a andar el género memorialístico, Mansilla escribe la autobiografía del excursionista del planeta. El escritor administra los detalles de una experiencia de viaje que tal vez no es tan vasta como parece pero que es, evidentemente, muy rendidora. El escritor saca provecho pero su destreza consiste en que no se note, su prosa respira ese alegre despilfarro que lo distancia de los turistas pero también de sus pares. Mansilla es el que viajó antes, viajó siempre, viajó mejor. Es más: es incluso aquel al que no todo lo sorprende, es incluso aquel que se siente ciudadano del mundo y puede homologar con displicencia el exotismo de Oriente, la exuberancia paraguaya, la aventura en territorio ranquel. La retórica del viaje incesante lo define como el que ya está de vuelta cuando sus contemporáneos apenas están empezando a irse.
La segunda parte del libro incluye dos causeries bastante conocidas ("¡Esa cabeza toba!" y "Ñandurocay. Tempestad y sol") que funcionan como coda a las cartas de Amambay. Descartadas por el propio Mansilla -que no las consideró meritorias de ser incluidas en los libros que recogían algunos de sus escritos-, olvidadas incluso por los biógrafos, estas cartas presentan el gran atractivo de documentar la
maleabilidad de la escritura de Mansilla y de sus estrategias narrativas, así como el carácter flexible de los marcos genéricos que modelan la escritura decimonónica. Se trata de una serie de textos que adoptan el formato de una correspondencia con el director del El Nacional y que aparecen en el periódico entre el 26 de marzo y el 14 de mayo de 1878. Allí, Mansilla narra su "viaje pintoresco al país del oro" (p. 125) y explota los diversos campos semánticos del interés: el interés económico de un posible inversionista azuzado por la retórica del aventurero que tienta con menciones, murmullos y relatos de un tesoro que todavía no se encuentra pero que sin duda ya está por aparecer; el interés de un lector entrenado por la novela en entregas, en el arte del suspenso, el misterio y la espera hasta la próxima vez (aunque el corresponsal se planta y aclara "no soy un folletinista de a tanto la línea" (p. 208), para identificar la dimensión monetaria de la empresa con las grandes inversiones mineras y no con las migajas de la escritura de folletines). Y también el interés del público ávido de actualidad, listo para dejarse llevar por el comentario salteado de paisajes y temas, objetos y saberes que se engarzan alrededor de la volatilidad tanto de la experiencia del viaje en sí como de los marcos genéricos para narrarlo. El lector asiduo de Mansilla, o, mejor aun, el lector que le sigue el juego a Mansilla, encuentra en esta segunda parte el verdadero viaje exótico: es el que realiza el dandy argentino a tierras paraguayas posando de hombre de negocios para reconfirmarse como escritor y terminar definiendo la ficción, no como lo opuesto al pensamiento pragmático sino como aquello que surge de su juguetona transgresión. Porque es justamente aquí, en el cruce originado por el viaje de exploración y negocios y por el informe, la carta y la crónica, que Mansilla, que ya se ha probado todos los trajes -el de hombre de ciencia que diserta sobre frenología, cartografía y explotación minera, el de businessman que computa inversión y riesgo, gastos y ganancias, el de aventurero, explorador y pícaro que vende emprendimientos y promesas-, se reconoce finalmente como especialista en nada y se define "apenas como un artista en cartas" (p. 265). Por primera vez, lo que se ostenta no es el saldo favorable o incluso excesivo que resulta del viaje -en tanto acumulación de experiencias, de idiomas, de saberes, recorridos, comidas, olores y mujeres- sino justamente el vacío, una nada a llenar con anécdotas, observaciones y comentarios.
Si en la primera parte se sientan las bases de la retórica del viaje y en la segunda se explora el arte de producir interés -económico, político, cultural, literario, etc.-, en la tercera y última parte del libro se aborda el corazón mismo de los escritos de viaje en tanto retórica tironeada por lo actual. Algunos de estos textos que nunca han sido publicados en un libro son crónicas que Mansilla escribe para su columna de La Tribuna Nacional o El Diario. Algunas están firmadas con seudónimo -como es el caso de las
columnas "Ecos de Europa" y "Diario de un expatriado" -porque las escribe mientras desempeña un cargo oficial; otras, como las de "Páginas breves", son enviadas a principios del siglo XX, cuando ya está instalado en París. El periódico hace del viaje y del corresponsal un instrumento que sincroniza sociedades y continentes y así diseña una cartografía cultural en la que se advierte el ritmo desacompasado entre lo latinoamericano, lo argentino, Europa y Oriente. Se viaja y se escribe aquí para mantener al tanto al público argentino de los últimos adelantos tecnológicos y científicos, de los debates culturales y políticos -por ejemplo, cuando discurre sobre las transformaciones poblacionales y las preocupaciones de la novedosa criminología- o de las últimas tendencias artísticas y literarias.
Sin embargo, Mansilla nunca desempeña por completo esta función de informante/guía, del mismo modo que nunca cede a la tentación de postular un lector ignorante al que satisfacer con meras descripciones. En su horizonte siempre está el entre nos: se dirige siempre a un público que tiene, ha tenido o puede tener experiencias similares a las suyas. Su gran distinción está, entonces, en la escritura, en el arte de narrar esa experiencia. El toque mágico de este genio de los buenos viajes reside en esa habilidad para no separar creencias, sabores y pasiones, sino, muy por el contrario, para destilarlas con inaudita elegancia. Aunque se declara
"uno de los argentinos más glotones en materia de viajes", lo suyo está muy lejos de ser rápidamente procesado y engullido. Jugueteando con la retórica culinaria -con la "cosecha de oro", con la literatura como "condimento que puede indigestar", con la encantadora experiencia líquida del "me he vivido mil vidas"-, es decir, practicando ese saber hacer y saber vivir que convoca al ocio y a los placeres mundanos, el dandy del planeta paladea cada migaja de experiencia y transforma paisajes, mujeres, curiosidades en bocados del exquisito relato de su viaje infinito.

Paola Cortes-Rocca
UNTREF / CONICET

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