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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.18 no.1 Bernal jun. 2014

 

RESEÑAS

José Zanca,
Cristianos antifascistas. Conflictos en la cultura católica argentina, Buenos Aires, Siglo XXI, 2013, 272 páginas

 

José Zanca, autor ya de conocidos y apreciados trabajos sobre los católicos argentinos, brinda aquí una nueva e importante contribución que procede de su tesis doctoral. En ella explora, en un período relativamente más largo que lo que sugiere el subtítulo (1936-1959), y que bien podría enmarcarse de los años veinte a fines de los años cincuenta, una de las corrientes del catolicismo argentino, aquella que tradicionalmente ha sido denominada "liberal" y que el autor prefiere caracterizar como "humanista" (y que bien podría denominarse también "maritainiana", ya que el filósofo de Meudon y sus seguidores y contradictores argentinos están en el centro del libro), o que también, y algo más inclusivamente, podría definirse como "personalista".
Esa tradición, corriente, linaje (o como prefiera llamárselo) es delimitada por el autor mucho más por su contraposición con aquella otra más transitada historiográficamente -la del nacionalismo católico, autoritario y antidemocrático- que por una homogeneidad de la que carece o por una identidad que no es tal si es mirada en una perspectiva temporal y desde una aproximación contextual como la elegida. Se trata de un punto de vista que permite mostrar tanto la riqueza de motivos no siempre compatibles que posee
esa tradición, como todas las mutaciones que la surcan en las cambiantes condiciones de la Argentina y del catolicismo en general a lo largo de cuatro décadas decisivas del siglo XX. En esa aproximación elegida por Zanca, para la cual él mismo busca algo infructuosamente una denominación apelando a expresiones como "hermenéutica" o "fenomenológica" (términos que no son definidos en el texto y cuya utilidad, en especial el segundo, no parece ser mucha), pero que bien podría denominarse "historicista" si se entiende por ello el mirar los problemas históricos en su constante devenir y mudar en la temporalidad y no desde esencias inmutables y fuera del tiempo, se encuentra uno de los mayores méritos de un libro que tiene muchos.
Asimismo, como es ya habitual en la nueva generación de historiadores profesionales argentinos formados en la democracia, el trabajo es matizado, con pocas adjetivaciones (que cuando aparecen, muy ocasionalmente, muestran una ligera exasperación hacia pensadores del nacionalismo católico y una simpatía no menos visible hacia algunos autores "redescubiertos", como Rafael Pividal o Augusto Durelli), con una amplia consulta de fuentes primarias -entre las que resultan
decisivas por su riqueza de informaciones y perspectivas las que proceden del archivo de Maritain-, y con un muy buen dominio de la prensa católica y de la bibliografía existente sobre el argumento. Empero, el libro va mucho más allá de los indudables méritos de su generación, a veces atrapada entre el haber leído todo sin haber entendido nada -como decía algo exageradamente el viejo y entrañable Ruggiero Romano- y el haber dedicado sus esfuerzos a temas que en su liviandad podrían ser englobados en aquella historiografía sin problema historiográfico que caracterizó y caracteriza a franjas no desdeñables de la historia profesional de ayer y de hoy y que, desde luego, puede ser de interés para las "anime belle" pero menos para aquellos preocupados por la historia de la desventurada Argentina.
Por el contrario, el libro de Zanca afronta un tema de indudable interés para pensar la Argentina moderna, y lo hace desde una cabal comprensión de los problemas que el mismo involucra, ayudado por una apelación a la empatía de collingwoodiana memoria que, como se sabe, consiste en ponerse en los zapatos del otro, no mimetizarse con él. Lo hace ayudado también no solo por un conocimiento acabado de los hechos sino también por su admirable dominio de intricados problemas filosóficos y teológicos que tan lejanos
parecen para la mirada de un lego. Y aquí, nuevamente, asoman los indudables talentos de Zanca para la lectura de sus fuentes, talentos de la comprensión hermenéutica que, en sede historiográfica y como recordaba Arnaldo Momigliano escribiendo a propósito de Niebuhr y Lewis, no remiten a la interpretación intuitiva de una época sino a la comprensión intuitiva de los documentos. Esa habilidad, que en otro tiempo se hubiese llamado filológica, exhibe toda la madurez y el talento de un historiador del que es dable esperar nuevas relevantes contribuciones al conocimiento del pasado argentino.
El libro de Zanca se articula en una introducción y seis capítulos, aunque el lector podría bien comenzar por el capítulo 1, dado que la parte inicial no parece imprescindible para lo que sigue. La introducción, afortunadamente breve, parece una de esas concesiones que en los últimos tiempos suelen hacerse para un lector académico pero que pueden alejar a muchos que no lo son, ya que puede generar oscuros presagios, afortunadamente luego desmentidos por el libro mismo, acerca de esas categorías teóricas que amenazan con triturar las ideas y los acontecimientos para devolverlos reorganizados en una relectura de los mismos desde grillas conceptuales que suelen informar más acerca del autor del libro que de su objeto. Y, en este sentido, por ejemplo, no se entiende bien la utilidad que Zanca puede sacar de Clifford Geertz para una historia que es menos una antropología cultural que una
versión, de las mejores, de la vieja historia de las ideas atenta a los autores, a sus textos y a los contextos intelectuales y políticos desde los cuales reflexionan y sobre los cuales buscan intervenir, política y no solo ideológicamente. Autor, texto y contextos, he ahí una tríada clásica que como el libro muestra bien no ha agotado sus posibilidades.
El capítulo 1, también breve, contiene dos partes bien diferentes. En la segunda el autor elige una perspectiva temporal muy larga, remontándose hasta Lorenzo Valla, que parece algo forzada y amenazada por el inasible problema de "los orígenes" y que, en cualquier caso, ilumina poco el cuadro posterior En la primera, en cambio, Zanca muestra sus cartas y propone algunas de las hipótesis centrales del libro, en una elíptica polémica con versiones acreditadas en sede académica que en su ilusoria simplicidad parecen haber convencido a muchos historiadores por su eficacia para interpretar los males argentinos más allá de la perceptible debilidad de su construcción historiográfica. Se trata, claro está, del "mito de la nación católica", mito desde luego para consumo de los historiadores, en especial anticlericales, más que del público en general (y que requeriría ante todo una discusión sobre la misma noción de "mito"). En cualquier caso, Zanca toma claras distancias a lo largo del libro de esa interpretación, aunque prefiera menos una polémica abierta con ella que un diálogo complementario con esa y con otras lecturas del nacionalismo argentino. Nuevamente hay
aquí un signo de los tiempos en los estudios históricos. De todos modos, el autor nos indica ya dos vías a través de las cuales desarrollará su hipótesis. Una, que los planteos sucesivos sugerirán reiteradamente pero que no será explorada en profundidad en el libro, concierne al problema de la secularización creciente que imponen las distintas modernidades a las sociedades occidentales. En otros términos, el problema que enfrenta el catolicismo ante sociedades en veloces cambios no solo en el plano político -sea la democracia liberal, las llamadas democracias "orgánicas" o socialistas, o el avance de la estatalidad y la racionalidad weberiana-, sino y más aun en el plano de las costumbres (que Zanca llama "sensibilidades"), y que aleja las experiencias concretas y cotidianas de los católicos en general tanto de la moral como de la teología cristiana. Problema al que tratarán de dar respuestas los humanistas que estudia Zanca pero que no son ajenos tampoco al nacionalismo católico, él mismo a menudo en la encrucijada de las "modernidades" fascistas y de la restauración imposible de un mundo perdido (o entre el "muy siglo XX " orteguiano y un "retorno" a la Edad Media). Y sería auspicioso que Zanca afronte en un futuro el desafío de explorar ese proceso, en especial en ese catolicismo que más adelante denomina "discreto", "dominguero", tan enormemente mayoritario en la Argentina y en otras partes -lo que desde luego es un tema de la historia social que requiere un corpus de fuentes diferente al que aquí ha empleado el autor-. Ese catolicismo que incluía entre otras cosas aquel que Benedetto Croce recordaba, en su esbozo autobiográfico, al evocar sus tiempos de alumno en un "collegio cattolico, non gesuitico in verità, anzi di onesta educazione morale e religiosa, senza superstizioni e senza fanatismi, ma, insomma, collegio di preti". Ese catolicismo a la Guareschi que incluía entre nosotros, por ejemplo, desde San Lorenzo de Almagro a la canchita al lado de la parroquia, o a las muchas formas de asociacionismo salesiano y no solo, entre otras tantas formas de sociabilidad barrial, media y popular.
No es esa la vía que sigue Zanca en este libro para discutir con el aludido "mito", y no debe reprochársele, ya que todo autor es libre de enfocar (y recortar) su tema como lo desea en función de sus problemas y de sus hipótesis. La que ha decidido priorizar -y que será el argumento de los restantes capítulos- considera el problema en el seno de los intelectuales católicos argentinos, y aunque el término argentino es relativo, al menos el autor ha decidido ir más allá de Buenos Aires y prestar atención a otras realidades urbanas del interior, en especial Córdoba. Desde esa perspectiva, los intelectuales católicos, el argumento de Zanca es que de ningún modo puede identificarse al catolicismo argentino exclusivamente con el nacionalismo católico. Ciertamente, la existencia de otras figuras más allá de este era algo ya conocido por los historiadores; lo que no lo era -y he allí la importancia del libro- es la extensión y la variedad de recursos de la corriente humanista. Si,
efectivamente, el nacionalismo católico podía contar con el apoyo de la jerarquía eclesiástica argentina, y dentro de ella en especial con el de figuras como monseñor Caggiano, era menos evidente el apoyo de la Nunciatura o de la Secretaría de Estado vaticana. Por otra parte, los humanistas tenían también, como muestra Zanca, sus cartas externas e internas, y entre estas últimas una no menor era su acceso a órganos periodísticos de mayor prestigio y alcance. Una cosa era Sur y otra bien menos influyente Sol y Luna, una La Nación y otra Crisol. Además, aun admitiendo el carácter minoritario del humanismo cristiano en el seno de los intelectuales católicos, en especial en la segunda mitad de los años treinta, ello no dice que sus rivales, las personas de los Cursos de Cultura Católica y de los distintos grupos del nacionalismo, fueran mucho más significativos en el conjunto del mundo letrado argentino.
Ciertamente, el momento de la Guerra Civil Española fue aquel en el que los intelectuales nacional católicos argentinos fueron más fuertes, y la colocación de ese barómetro de las posiciones de ese mundo cultural que era monseñor Franceschi así parece revelarlo. Sin embargo, he ahí algunas cuñas, como la del nacionalismo vasco, cuidadosamente analizada en el libro. Otra será la visita de Maritain, que tanta agua llevaría al molino de los humanistas y que es explorada por Zanca con una riqueza de perspectivas que superan ampliamente todo lo escrito precedentemente sobre el argumento. Asimismo, sería bueno no olvidar que si el
mundo letrado católico se inclinaba bien mayoritariamente hacia el bando nacional, la opinión pública argentina parece haber sido prevalentemente favorable a los republicanos. Por lo demás, si esa guerra era inmensamente popular en la Argentina lo fue, entre otras cosas, porque muchos de los españoles que aquí residían, y sus descendientes, seguían los crueles avatares de la misma con una angustia lejana de convicciones doctrinarias y cercana a la experiencia de sus parientes. Todavía podría argumentarse que finalmente el régimen nacional católico de Franco y su "cruzada" brindaban a los autoritarios argentinos un modelo en el cual reconocerse mucho más apetecible que los fascismos paganizantes o que el más complejo, sofisticado y menos conocido salazarismo portugués. De todos modos, es bueno recordar que terminada la guerra en España comenzaría un largo forcejeo entre los falangistas y los nacional católicos -explorado entre otros por Ismael Saz-, de cuyo posible eco en los intelectuales nacionalistas poco se sabe.
Todo estaba en movimiento, como muestra muy bien Zanca, aun si esas dinámicas son mucho mejor exploradas en los humanistas y bastante menos en los nacionalistas autoritarios dentro de los cuales podría indagarse, a modo de hipótesis, la declinación de la matriz maurrasiana (que tal vez Zanca sobrevalora en su persistencia) y el ascenso de la orteguiana. En cualquier caso, y a riesgo de esquematizar, podría señalarse que si el viento de cola lo tienen los nacionalistas hasta la
primera parte de la década del cuarenta, luego favorecería a los humanistas, pese y más allá del fenómeno peronista. Por otra parte, si el largo camino de los intelectuales de los Cursos debía culminar en el experimento 1943-1944, las resistencias que este generó, y su mismo rápido fracaso, deberían hacer reflexionar acerca de todos los límites que tenía a la hora de lograr apoyos en la opinión pública (hecho que sería validado poco luego en el pobrísimo resultado obtenido por grupos como la Alianza Libertadora Nacionalista en las elecciones de febrero del '46).
El advenimiento del peronismo y sus relaciones con el catolicismo son nuevamente explorados con fineza por Zanca. Lo que su trabajo recuerda es que no pueden identificarse sin más jerarquía eclesiástica, catolicismo y católicos en la Argentina (y agregaríamos que en cualquier lado); que las cosas son mucho más complejas y, se podría agregar, lo son aun más en un país en el que las jerarquías, de cualquier tipo, nunca han gozado de un abundante consenso y reconocimiento. Lo que el libro sugiere es que los costos para la Iglesia por el "plato de lentejas" ofrecido por el peronismo podían haber sido bien más caros de lo que se supone, incluso para la misma autoridad de la jerarquía eclesiástica. Las serias resistencias que el matrimonio de razón con el peronismo generó no solo entre los letrados católicos sino entre aquellos sectores sociales en los que la institución reclutaba si no lo más abundante sí lo más seguro de su cosecha así lo sugerirían, y ello ya desde el comienzo y
mucho antes de la crisis final (¡y qué crisis!). Por otra parte, se podría ir más allá de los pertinentes ejemplos propuestos por Zanca (como la libreta sanitaria) y preguntarse, por caso, si en el plano de aquellas sensibilidades antes aludidas el mismo matrimonio presidencial y la figura de Eva Perón podían ser mínimamente aceptables para ese clericalismo bienpensante que nutría los cuadros de laicos católicos. Sea de ello lo que fuere, la mirada de Zanca parece mucho más convincente que otras menos atentas a la complejidad de todo proceso histórico, y su afirmación de que el peronismo partió en dos al catolicismo, al igual que lo hizo con otras tradiciones políticas o culturales argentinas, incluida la nacionalista, es bien persuasiva. Nuevamente, su exploración de las oscilaciones de Franceschi y Criterio durante los años peronistas da cuenta de las ambivalencias de la situación.
El mundo del posperonismo, la emergencia de una nueva generación de intelectuales y políticos católicos, y los avatares y vericuetos de la experiencia democristiana y del humanismo universitario, son finalmente explorados con la misma inteligencia (aunque bien más sumariamente) por Zanca. Las tensiones que los surcaban, al igual que las de la Argentina toda, evitan en el libro, nuevamente, las fáciles simplificaciones. Quizás algunas cosas quedan fuera del cuadro y podrán ser exploradas en trabajos futuros. Por ejemplo, en lo político, la del catolicismo y el mundo sindical peronista; en lo ideológico, la persistente declinación de la figura y las ideas de Maritain y
su eventual reemplazo por otros potenciales referentes como Emmanuel Mounier (poco indagado en el libro), cuyas ideas, más allá de su temprana muerte en 1950, habilitaban aperturas bastante más radicales en cuestiones sociales e incluso en las ideológicas, sin que en este último punto necesariamente haya que seguir sin reservas las provocadoras observaciones de Tony Judt para el caso francés. Las conclusiones finales están nuevamente surcadas por ideas y problemas, y dejan abiertas algunas cuestiones de mucho interés. Por ejemplo, en las breves y agudas reflexiones acerca de los límites y las intermitencias de la apertura de los intelectuales anticlericales hacia esos "otros" que procedían del universo católico, y con los cuales fenómenos de hibridación fueron posibles en otras latitudes y solo muy posteriormente en la Argentina.
Llegados al final de una recensión se descubre cuántas cosas han quedado afuera y cuánto ella no hace plena justicia a los muchos logros de este libro. Queda al lector encontrarlos, en la certeza de que el libro es buena moneda. Y aunque según la conocida ley de Gresham, la mala moneda suele desplazar a la buena porque esta es atesorada por su valor, debemos esperar y desear que este libro, en el cual los estudios sobre el catolicismo argentino en el siglo XX alcanzan un nuevo y más sofisticado nivel, tenga la circulación que se merece.

Fernando J. Devoto
UBA

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