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Prismas

On-line version ISSN 1852-0499

Prismas vol.18 no.1 Bernal June 2014

 

RESEÑAS

Ricardo Pasolini,
Los marxistas liberales. Antifascismo y cultura comunista en la Argentina del siglo XX, Buenos Aires, Sudamericana, 2013, 208 páginas

 

La colección Nudos de la historia, que dirige Jorge Gelman para la editorial Sudamericana, tiene el gran mérito de poner al alcance de un circuito de lectores más amplio que el académico los frutos más recientes de la investigación sobre el pasado argentino. Se trata de libros relativamente breves, compuestos con el propósito de divulgar avances en el conocimiento histórico, y sus autores son estudiosos destacados en el tema del que se ocupan. Es el caso de este volumen que firma Ricardo Pasolini. Desde hace varios años Pasolini, docente e investigador de la Universidad Nacional del Centro, lleva adelante una seria y minuciosa indagación de la cultura intelectual comunista en la Argentina. La primera expresión de esa búsqueda fue el libro La utopía de Prometeo, Juan Antonio Salceda: del antifascismo al comunismo (2006). A través de la trayectoria de un escritor de provincia, como lo fue Salceda, el trabajo de Pasolini sacó de la media luz en que se hallaba desde hacía largo tiempo todo un filón del progresismo laico en la Argentina. En efecto, avatares de orden político y de orden ideológico, cuya escala no fue únicamente nacional, habían hundido en una especie de sombra esa cantera que durante al menos un cuarto de siglo había sido muy activa.
En Los marxistas liberales. Antifascismo y cultura comunista en la Argentina del siglo XX, Pasolini toma como objeto ese mundo político-cultural, pero no ya observado desde el ángulo que ofrecía el itinerario de un intelectual situado en la periferia provinciana, sino en su centro mismo de producción. Lo que en la Argentina equivale a decir Buenos Aires. ¿Qué es lo que el libro de Pasolini nos hace ver? Por un lado, el contorno de una cultura, la "cultura comunista argentina", "emanada en y desde los alrededores del Partido Comunista Argentino"; por otro lado, la constelación de agrupaciones que fueron medios de expresión y transmisión de la política cultural antifascista alentadas por la izquierda comunista, en primer lugar la AIAPE (Asociación de Intelectuales, Artistas, Periodistas y Escritores), creada por Aníbal Ponce en 1935, a imagen y semejanza del Comité de Intelectuales Antifascistas creado un año antes en Francia con el propósito de defender la cultura ante la amenaza fascista; en fin, la red de revistas, escritores y artistas conectados por una concepción militante de la cultura. El nombre y la labor de Aníbal Ponce conforman los más constantes vectores de la reconstrucción que hace Pasolini de un ciclo ideológico que estuvo vigente desde mediados de los años treinta hasta fines de la década de 1950. Ese ciclo entrelazó al menos a dos generaciones intelectuales: la de quienes habían surgido a la vida intelectual entre la primera y la segunda década del siglo XX y que en los treinta contaban ya con alguna notoriedad -la generación de los "mayores", como el propio Ponce-, y la de quienes harán sus primeras armas en el marco de las asociaciones culturales antifascistas y en las filas del Partido Comunista, como Héctor P. Agosti y Raúl Larra.
En la opinión de que "los temas ideológicos y las maneras con las cuales la izquierda intelectual se acercó a los problemas de la cultura y la política nacionales se cristalizaron en los años 30, cuando la interrupción institucional del golpe militar y el avance del fascismo en Europa hicieron pensar que el devenir de los sucesos locales estaban íntimamente ligados a aquellos europeos" (p. 182), Pasolini converge con otros autores. Esa cristalización de nociones, esquemas y argumentos tuvo larga vigencia en la izquierda intelectual que tenía en el Partido Comunista su centro de autoridad política, aunque no perteneciera a sus filas, como Ponce, un destacado e influyente compañero de ruta. Como advierte el autor, la denominación de "marxistas liberales", empleada para
designar a los escritores e ideólogos de esa cultura de izquierda, es una locución que proviene del vocabulario de los adversarios, los representantes del nacionalismo marxista, que acusarían a socialistas y comunistas de haberse sometido a la hegemonía del liberalismo argentino, considerado como armadura ideológica de la dominación que ejercían sobre el país el imperialismo y la oligarquía. Pasolini recoge dicha denominación, pero no con fines denigratorios, sino para caracterizar la relación que los marxistas de obediencia comunista establecieron con el legado del liberalismo y su interpretación del pasado argentino. O, como la llama el autor: una apropiación de la tradición liberal.
Las manifestaciones y las ligas hostiles al fascismo no nacieron en la Argentina (tampoco en Europa, por supuesto) como reflejo de la línea de los frentes populares que la Internacional Comunista adoptó a partir de 1935, cuando el estado mayor del movimiento estableció que el conflicto central de la época se resumía en el antagonismo de fascismo y antifascismo. Pasolini observa que ya a mediados de la década de 1920 se registra, en el seno de la comunidad italiana, la aparición de círculos antifascistas. Poco después la agitación se extenderá a las filas de los partidos Socialista y Comunista. De todos modos, el movimiento intelectual antifacista hará su gran despegue en la década siguiente y resulta imposible disociar la intensidad y la extensión que alcanzó a partir de entonces del
análisis y las resoluciones del VII Congreso de la Internacional Comunista (IC), que se celebró en Moscú en 1935. Allí se llamó a todos los partidos adheridos a la IC a encabezar la lucha contra el fascismo, al que se señalaba como el gran enemigo de los trabajadores, de la democracia, la libertad y el progreso. El frente popular (con su variante para los países coloniales y dependientes: el frente antiimperialista) debía ser el instrumento político de esa línea táctica destinada a enfrentar a un antagonista cuyo crecimiento se advertía en toda Europa. Para entonces Hitler dominaba Alemania y Dollfuss había aplastado a la socialdemocracia en Austria, tras implantar un régimen autoritario y corporativo. La Guerra Civil Española, que se desencadenó en 1936, fue el hecho que expuso a los ojos de todos esa guerra civil europea que estaba en curso.
De acuerdo con las nuevas claves de la IC reajustó el Partido Comunista de la Argentina su interpretación y sus tomas de posición ante la realidad política nacional. El juicio de que la tradición liberal y sus instituciones encerraban un patrimonio que debía no solo ser rescatado, sino defendido ante la amenaza fascista, se forjó en ese marco y tradujo en el plano cultural el giro que se había operado. En el célebre informe que Georgi Dimítrov había expuesto en el mencionado congreso de la IC, el entonces secretario general de la Internacional denunció las deformaciones que los fascistas introducían en la representación del pasado nacional y exhortó a los comunistas a unir la lucha
del presente con la tradición y el pasado revolucionario de sus respectivos países. A propósito de este combate por la historia, Pasolini menciona las páginas que Aníbal Ponce dedicó a la historia argentina en El viento en el mundo. El sumario juicio histórico de Ponce, que inscribía la Revolución de Mayo en el enfrentamiento entre dos mentalidades o filosofías, la de la revolución y la del feudalismo, no hacía más que retomar la dicotomía que ya había trazado José Ingenieros en La evolución de las ideas argentinas. La historiografía elaborada por los comunistas, que se proclamarán herederos de lo que llamaban la "tradición de Mayo", se desplegará en torno de los ejes y las valoraciones desarrollados por Ingenieros y Ponce. Moreno, Echeverría y Sarmiento simbolizarían en el siglo XIX las etapas de la novela nacional progresista. Se moldeó así, en la segunda mitad de los treinta y en el marco de la movilización intelectual antifascista, una cultura de larga duración en las filas de la izquierda comunista.
"¿Por qué fue esta matriz liberal y no otra la que caracterizó al ideario 'nacional' de la mayor parte de los intelectuales que se ligaron al comunismo argentino?", se pregunta el autor. "¿Por qué un movimiento político-cultural que en sus bases teóricas se proponía la abolición del capitalismo y de su clase social dinámica desarrolló una representación del pasado y la política argentinos que compartía muchos elementos con la elaborada por el sector social que pretendía abolir y reemplazar en el proceso
histórico?" (p. 20). Aunque afirma que el propósito de su libro es contestar esas preguntas, no encontramos las respuestas en sus páginas. Los capítulos que articulan el texto narran según ángulos diferentes la génesis y la evolución de esa cultura hasta que comienza a mostrar signos de agotamiento, ya en la década de 1960. Los libros de Agosti, El mito liberal y Nación y cultura, publicados en 1959, muestran un esfuerzo por renovar sin romper con la tradición en que se había formado. ¿Hubo algo particular en el sesgo que los comunistas argentinos le dieron a la lucha antifascista en el terreno cultural? En todas partes esa lucha fue encarada como un combate por la paz contra la guerra, por la razón contra el irracionalismo vitalista del fascismo, por la cultura ilustrada contra la fuerza, por el valor de la ciencia contra el misticismo, por el progreso contra la reacción. ¿En qué otra cantera que no fuera la de la tradición liberal podían los comunistas buscar aliados para empeñarse en la defensa de tales valores? Pasolini plantea una interesante pregunta: por qué no se optó por una matriz que no fuera la liberal. Pero no nos sugiere cuál podría haber sido esa otra matriz. De todos modos, haber planteado esa interesante cuestión -y no es la única que el lector puede encontrar en el libro- se halla entre los muchos méritos de Los marxistas liberales. Antifascismo y cultura comunista en la Argentina del siglo XX.

Carlos Altamirano
UNQ / CONICET

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