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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.18 no.1 Bernal jun. 2014

 

RESEÑAS

Sebastián Carassai,
Los años setenta de la gente común. La naturalización de la violencia, Buenos Aires, Siglo XXI, 2013, 336 páginas

 

Lo primero que debo decir es que estamos ante un texto netamente académico. Es verdad que el autor lleva a cabo una aproximación bastante heterodoxa al tema que lo ocupa, combinando disciplinas humanas diversas e innovando, así, en relación a gran parte de los trabajos preexistentes sobre el tema. Pero esta heterodoxia tiene lugar sobre una base académica muy sólida y rigurosa. De cuyas pautas el texto no escapa; al contrario, está lo más lejos posible del ensayo. El autor, por ejemplo, no trata la masa enorme de materiales de investigación con los que trabaja (sus entrevistas, textos de diarios, de revistas, programas de TV, etc.) como una base que, una vez procesada, puede ser colocada en un segundo plano, parcialmente invisible, y a la que los lectores podrían acceder si lo desean pero que no necesitarían para la comprensión del texto. Muy por el contrario, es casi el material en bruto lo que es puesto en contacto con el lector, que desde ese momento acompañará al autor en la elaboración y en la reflexión a partir del mismo o, mejor dicho, a partir de las preguntas que el autor se formula. Esta impronta fuertemente académica (pero no academicista) de Los años setenta de la gente común tal vez se deba a que, en su primera versión, el presente libro fue una tesis doctoral; despojar a una tesis doctoral rigurosa de su naturaleza es prácticamente imposible. Como sea, cabe sospechar que el libro encontrará lectores principalísimamente en el propio campo académico (y que ha de ser muy útil a actuales y futuros doctorandos e investigadores). Esto no es ni bueno ni malo, y cabe sospechar que el autor, si no se lo propuso, tampoco encontró reparos. Recoger lectores apenas en el reducido círculo académico deja a las puertas del libro, podríamos decir, al contingente más amplio de intelectuales, ensayistas, periodistas, etc. que habitualmente consumen obras de investigación y a su modo las procesan y difunden. En las presentes circunstancias -un intenso, aunque minoritario todavía, debate sobre los setenta y sobre los modos en que aquella década ha sido memorizada- es muy deseable que el libro pueda transponer ese límite (aclaro al lector que desconozco cuánto y cómo le interesa el presente debate al autor del libro).
Las clases medias no apoyaron a la guerrilla (la impugnaron sobre todo moralmente), y menos aun al peronismo, pero sí se plegaron a la noción de que la Argentina precisaba soluciones radicales en los medios tanto como en los fines, y sí estuvieron fascinadas por la violencia, sí fueron elaboradoras y transmisoras de esa relación que en los setenta
se estableció entre política y violencia. Esta relación ambigua que comienza a prepararse en 1955, entre las clases medias y el peronismo, y más ambigua aun, con la violencia, es abordada con gran calidad por Carassai, que resalta cómo abarcó distintas posiciones del espectro ideológico, aun de centro y de derecha, y en qué consistió. La precisión con la que el autor logra establecer las distinciones necesarias se sostiene no solamente en su análisis, digamos, previo al trabajo con los materiales seleccionados, sino en este mismo trabajo, en el que las entrevistas en profundidad a miembros de la clase media que eran adultos en aquel entonces pero no militaron ni mucho menos participaron de la guerrilla, complementadas con materiales de diverso tipo (entre ellos, una excelente inspección de la telenovela Rolando Rivas, taxista), le permiten dar nitidez a las percepciones, valoraciones, ambigüedades y contradicciones presentes en la clase media en relación a sí misma, a la guerrilla, a la violencia contestataria, al triunfo del peronismo, a su debacle y al terror de Estado (entre paréntesis, entre quienes no militaron ni participaron de la guerrilla se cuentan dirigentes medios de los partidos políticos "tradicionales"; tal vez hubiera sido útil incorporarlos a la muestra). Todo el análisis, abundante en puntualizaciones originales, permite sostener a Carassai que "cuando dieron el golpe, los militares contaban ya con un hecho social fundamental, sin el cual falla cualquier comprensión acerca de la actitud de la sociedad civil... la violencia, como amenaza y como hecho, formaba ya parte estructural de la percepción de la realidad política argentina". El autor dedica largas e interesantes páginas a poner de manifiesto la medida en que esta penetración estructural de la violencia calaba hondamente en los grupos sociales medios, no se limitaba apenas a una aprobación digamos funcional, sino que alcanzaba un entrelazamiento profundo con el inconsciente de las personas, una "mixtura entre costumbre y deseo" y un esparcimiento en la vida cotidiana por doquier. Esto no es irrelevante en relación con el debate actual. La fascinación con la violencia, las pulsiones de muerte a flor de piel, son cuestiones olímpicamente desconocidas por quienes en este debate desnaturalizan colocando en el plano de lo funcional aquello que en aquel entonces estaba naturalizado y erotizado (no es casual que una de las figuras sobresalientes de la época haya sido Rodolfo Galimberti, el guerrillero fetichizador de las armas por excelencia, ni que la militarización de la política alcanzara niveles tan extremos). Las clases medias, que no respaldaban la violencia y sin embargo estaban fascinadas por ella, la consagraban como violencia naturalizada, una forma de actuar normal, es decir dentro de lo que era aceptable, un medio al que cada actor le daba un uso conveniente, y al mismo tiempo un fin en sí mismo, intensamente atractivo más allá de esta instrumentalidad.
Pero -se pone de manifiesto en el libro- se cruza en nuestra trágica historia de los setenta una dimensión generacional. Las clases medias de sensibilidad antiperonista (todas, prácticamente), sensibilidad de librepensadores, celosas de su autonomía, etc., no se plegaron a la ola de peronización que inundó el campo social, y sí se dejaron seducir por los significantes, como ya vimos, discursivos tanto como materiales, de la violencia (y tampoco se izquierdizaron). Participan del clima de radicalización (a bordo de diversos vocabularios-vehículos, desde "cambio estructural" a "revolución"), pero no respaldan la emergencia de la guerrilla, de la que se sentirán siempre ajenas. En estas puntualizaciones encontramos uno de los muchos esfuerzos bien logrados de Carassai por derribar lugares comunes. Las clases medias no respaldan la guerrilla; no obstante, sectores intensamente convocados por la radicalización, la violencia, el peronismo y la guerrilla, sí lo hacen. Son sectores muy minoritarios dentro de las clases medias, pero de importancia decisiva: una parte de sus juventudes. Nos dice Carassai: "La cuestión generacional es clave para comprender este período. El grueso de la actividad política juvenil tenía su epicentro en las universidades, y sólo una minoría de la juventud tenía acceso a ellas... La simpatía por la izquierda decaía en forma
notable conforme se ascendía en la edad de la población... [...] La juventud radicalizada era sin duda numerosa hacia 1973, y ello quedó de manifiesto en la multitud que marchó a Ezeiza a recibir a Perón... Sin embargo, como escribió un analista ese mismo año, los jóvenes peronistas 'se ven más que los jóvenes no-peronistas, pero ello no indica que sean realmente más'".
Eso valía también, siempre según Carassai, para los jóvenes militantemente radicalizados, una minoría política dentro de una minoría social, los jóvenes universitarios. Una minoría de preferencias intensas, podemos decir, y con una gama de recursos de acción sumamente efectiva. Capaz, a veces, de arrastrar a la política radical a sus padres, pero no a la generación de sus padres en conjunto.
Aunque no es consustancial a los propósitos principales de su investigación, el autor aborda, en un fino análisis, la relación histórica entre el peronismo y las clases medias (en sus diferentes etapas). En verdad, extrae de este análisis un concepto muy bien elaborado, el de una "sensibilidad antiperonista" de estas clases, cuyos miembros se conciben a sí mismos como librepensadores. Este concepto será pronto utilizado en el cuerpo principal del libro, donde lo conectará con sus propios materiales (las numerosas entrevistas a integrantes de la clase media que no militaron en los setenta, y numerosos materiales gráficos y televisivos) de la época. Pero no sin antes retomar el nivel de análisis histórico-discursivo
para dar cuenta de distintas fases del proceso histórico que le permitirán completar un telón de fondo apropiado a su tarea de investigación. Es el caso, por ejemplo, de la dictadura militar 1976-1983, que habría sido un Leviatán para las clases medias, seducidas por una nueva vuelta de tuerca de la violencia, en oposición al "estado de naturaleza" imperante en 1975: "un sector de la sociedad civil se aferró a la creencia de que el Estado había regresado" (dígase de paso, proponiendo una interpretación enteramente original de sintagmas trillados hasta el cansancio, como "algo habrá hecho" y "por algo será"). Si tomamos en cuenta dos elementos enfatizados por el autor, en efecto, por un lado la naturalización de la violencia y por otro el terror al estado de naturaleza, se puede entender el Leviatán de 1976, un orden que introyecta la violencia naturalizada, un orden esencialmente violento.
¿Se puede conjeturar que el autor ha hecho un empleo sesgado de los materiales a los que accedió o produjo? Digamos, la elección de trabajar con los "artefactos" en los que la violencia está presente o puede leerse, ya que puede haber otros mil en los que no lo está (entre los "artefactos" publicitarios, por ejemplo). Creo que no es el caso. Primero, el autor no preseleccionó a los entrevistados; segundo, aunque sea cierto que los "artefactos" tomados de los medios sean numéricamente minoritarios, lo importante es que hay un salto cuantitativo en relación con la década anterior y con la posterior, y cualitativo en
relación a la expresividad del material considerado (Tato Bores, por ejemplo, no era un humorista cualquiera). Y tercero y principal, en estos casos, la excepción es la regla. Son los casos que rompen con la serie los que nos están hablando de lo nuevo de entonces, los que son capaces de significar al conjunto. Ante estos casos, el "silencio" de los restantes es expresivo.
Así, con respecto a sus materiales el autor lleva a cabo varios análisis magistrales en los que consigue explotarlos al máximo, hacerles decir todo -al menos esa es la impresión- lo que es posible (el análisis de la publicidad y las armas en el apartado "La violencia como fantasía" es un buen ejemplo). No obstante, hay tal vez algunos vacíos. Tomemos el caso del conspicuo Landrú, un humorista sumamente apreciado entre las clases medias; de él hay muy poco entre los materiales considerados (registro dos menciones). ¿Su ausencia se debe a que su obra carece de los signos que Carassai atribuye a las clases medias en la década de los setenta? Si así fuera, se trataría de una ausencia relevante, debido, como es obvio, a la proyección del humorista. Y esa posible ausencia de los signos de los setenta en Landrú podría ser expresiva de la heterogeneidad de las clases medias: la presencia en ellas de vastos sectores que no habrían sucumbido a la seducción de la violencia.
En suma, se trata de una obra exhaustiva en la que, con el telón de fondo histórico indispensable, se aborda la relación entre la "gente común" (de clase media) y la violencia. No es un valor menor del libro
que el autor haya conseguido apartarse de toda propensión normativa (lo que las clases medias deberían ser). Quizá su mayor aporte, no obstante, sea presentar una elaborada articulación entre una clase social (central en la producción de bienes culturales y políticos), una década (en la que vertiginosamente el núcleo de acción se desplaza desde la movilización popular al despotismo militar) y la violencia. Echar luz sobre la ambigüedad y la continuidad de los vínculos entre aquella y esta última es, a mi juicio, importante a su vez para comprender las ulteriores etapas de nuestra historia (y quizá hasta episodios como la Guerra de las Malvinas, no mencionada por el autor).
¿Cómo puede penetrar este libro en los actuales debates? Creo que desde muchos ángulos. En relación a quienes tomaron las armas entonces para ser considerados por no pocos como héroes ahora, tal vez la comprensión de la índole casi sacrificial del abrazo a la violencia en jóvenes que declaraban hacer la revolución les permita rehumanizarlos. En relación a la larga relación de las clases medias con la violencia, es posible que su contribución generacional con la violencia guerrillera y luego su contribución a la legitimación del despotismo militar represivo (en tan pocos años), pueda permitir una mirada más crítica que al mismo tiempo no incurra en las consabidas execraciones ideológicas.

Vicente Palermo
IIGG-UBA / CONICET

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