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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.18 no.2 Bernal dic. 2014

 

DOSSIER: 50 AÑOS DE PASADO Y PRESENTE. HISTORIA, PERSPECTIVAS Y LEGADOS

Ser o no ser. Qué hacer con Perón y el peronismo

 

José M. Casco

UNLaM-UNSAM

Entre fines de los años sesenta y principios de los años setenta a los sectores de la llamada "nueva izquierda" se les presentó un dilema difícil de resolver, que, si bien venía desde antes, cobró fuerzas en una coyuntura política muy peculiar. Que podría ser traducido en la siguiente pregunta ¿Qué hacer con Perón y el peronismo? El predicamento del viejo caudillo sobre los sectores obreros y las masas populares los colocaba en una posición incómoda. De ahí que varios grupos de intelectuales, así como diferentes partidos se enfrentaron con ese dato que se volvió crucial. En efecto, estaban frente a un problema de difícil resolución porque si, por un lado, se lo combatía, se corría el riesgo de alejarse de las masas, que era el objetivo primordial para darle cauce a un programa socialista; por otro lado, hacer seguidismo de Perón y el peronismo suponía, en la lectura de muchos sectores, desnaturalizar el programa político y caer en las garras de un nacionalismo burgués que no cambiaría las bases de la sociedad. Así, las polémicas, no exentas de rupturas, vaivenes y ambigüedades, aparecieron como una marca de época de ese sector ideológico. Aquí recorremos algunas de las posturas que sobre ese problema se planteó la revista Pasado y Presente en la ardiente coyuntura política de 1973, cuando el peronismo volvió al poder y derrotó a las Fuerzas Armadas que habían hecho lo imposible para borrarlo del mapa político, y cuando las contradicciones dentro del movimientos se agudizaban de un modo dramático.
Pasado y Presente era una revista de una formación intelectual agrupada en el mundo ideológico de la "nueva izquierda" que tuvo una actuación saliente por esos años, sobre todo en el ambiente universitario. Sus integrantes habían ganado fama cuando a principios de los años '60 fueron expulsados del Partido Comunista por querer introducir innovaciones ideológicas en la orientación cultural del partido. La revista salió entre 1963 y 1965 editando 9 números, y en 1973, como parte de su segunda etapa, publicó 2 números más. En la primera época los temas teóricos tienen una importante resonancia en la publicación. En 1973, en cambio, la cuestión política va a ganar mucho espacio entre sus preocupaciones. Pero la forma en que Pasado y Presente va a enfocar la cuestión peronista ya estaba establecida en sus núcleos centrales en el final de su primera etapa. En efecto, como parte de un programa de renovación de la cultura de izquierda, que incluía una relectura del peronismo que contrariaba la que hacían sobre este los partidos tradicionales de ese espacio ideológico. En sus primeros números también se concentrará la atención en la organización política dentro de la fábrica desde una mirada socialista, y examinarán las condiciones de su potencial revolucionario. En esa dirección, la lectura de los nuevos "dellavolpianos", sobre todo los nucleados en la publicación Quaderni Rossi, va a torcer el rumbo de la mirada marxista tradicional acerca de las tareas que deben llevar a cabo la clase obrera y los intelectuales para una estrategia socialista. Así, se apartarán de la teoría leninista tradicional sobre la vanguardia obrera y, en cambio, harán foco en las premisas de los teóricos italianos sobre el control de fábrica bajo la modalidad de células. En ese sentido, el Gramsci que en los años '20 editaba el Ordine Nuovo retratando la experiencia de control obrero en las fábricas de Turín será una guía clave para la estrategia que, según Pasado y Presente, debían llevar adelante los grupos nucleados en la izquierda en la Argentina para afrontar una coyuntura que se leía como prerrevolucionaria, aun cuando esta lectura no dejaba de estar exenta de reparos. En efecto, desde 1969, según los pasadopresentistas, las luchas obreras se habían intensificado y las dictaduras militares habían llegado al fin de su ciclo político con el retorno del peronismo al poder. Así, estos intelectuales volvían a la carga y buscaban erigirse como un centro de irradiación ideológico político para una estrategia obrera y socialista.
En el número 1 de su segunda etapa, apoyados en ese diagnóstico, en un largo editorial afirmaban que el triunfo del camporismo el 11 de marzo abría la posibilidad para la instauración de un poder revolucionario socialista. 1 Pero no se podía dejar de estar alerta pues el peronismo contenía en su seno todas las contradicciones caras a un movimiento nacionalista ya que allí se alojaban tanto el ala derecha como el ala izquierda en la puja por el poder. Para los editorialistas, se trataba de crear las condiciones para la construcción de un poder obrero autónomo erigido sobre la base de un nuevo bloque histórico revolucionario donde convergieran todas las tendencias anticapitalistas. Pero las masas populares, y la clase obrera en particular, adherían al peronismo. Pasado y Presente partía de esa constatación reconociendo que allí la clase obrera había hecho su entrada al escenario político y había alcanzado sus reivindicaciones por tanto tiempo postergadas. Con ese diagnóstico, lo que postulaban era la construcción de una dialéctica política que diera como resultado una síntesis en una futura sociedad socialista que acompañara el curso mundial en esa dirección. Pasado y Presente venía a discutir en detalle las formas que debía cobrar esa dialéctica. Y esto en virtud de que el movimiento peronista era caracterizado desde una doble perspectiva. Por un lado, como el movimiento que durante su proscripción y desde su base de sustentación (los trabajadores) había sido el centro aglutinante de la resistencia al capital monopolista y al imperialismo que penetró con fuerza luego de 1955 en el país. Por otro lado, sosteniendo que la adhesión de la clase obrera al peronismo debía ser entendida como un momento de su desarrollo hacia la consolidación de su autoconciencia como alternativa política autónoma. Subordinada a los sectores hegemónicos del partido y a las negociaciones de la burocracia sindical durante "la resistencia", ahora el triunfo del 11 de marzo abría las puertas para que "[l]a lucha de clases arranque de nuevos niveles, para que los sectores populares puedan lanzar en mejores condiciones, aprovechando el contraste que sufrió el enemigo, una etapa de ofensiva hacia la revolución socialista".2 Ese abre puertas no debía ser tomado como un triunfo sin más porque las fuerzas derrotadas, se señalaba, a pesar de su retroceso se reagruparían, incluso con sectores que habían participado de la coalición triunfante en las elecciones del 11 de marzo.
Esa prudencia, sin embargo, no empaña en nada el juicio que este largo editorial político sobre el que nos basamos nos deja advertir: que los tiempos se habían vuelto rápidos, hecho que la lectura de la revista muestra de modo elocuente por el optimismo que denota, y, por otro lado, que ese optimismo hacía creer que esa larga marcha hacia el socialismo, a pesar de sus retrocesos y contramarchas, era inexorable. Por eso el dilema debía resolverse de modo racional y científico, y ahí estaba el marxismo para ser la guía constructora, la fuerza política y social que debía transformarlo.
Hacia el final Pasado y Presente dará un paso más en el análisis que describimos. Sostendrá, por un lado, que el FREJULI, la coalición triunfante el 11 de marzo, encontrará un límite a sus ambiciones políticas por mantenerse dentro de los márgenes que los sectores dominantes y sus aliados le trazaron a la política nacional; pero, por otro, dirá también que sus núcleos más activos y combativos, en la búsqueda de profundizar la impugnación a los sectores imperialistas y monopolistas, avanzan tras la consigna de que gobernar es movilizar, buscando acentuar los contenidos socialistas que se venían desplegando desde 1966. Y este diagnóstico avanzaba en esa dirección debido a que, en lo que respecta a la izquierda (incluido el sindicalismo clasista que hacía su experiencia más fuerte en Córdoba), al no acompañar las opciones políticas que se daba la clase obrera en su lucha contra el capital monopolista arribaba al fracaso político de todas sus opciones. En efecto, en un largo análisis de la experiencia de Sitrac Sitram, así como la de los grupos de izquierda revolucionarios que se hallaban por fuera del peronismo, son sentenciados por sus estrategias vanguardistas y externas respecto de los sectores obreros. De ahí que el peronismo debía ser la base por donde comenzar a construir la estrategia socialista, pues una política por fuera del movimiento liderado por Perón no tendía a otra cosa que no fuera al fracaso. Sostenían finalmente que no se podía ir contra las multitudes, que toda estrategia política que no acompañara las elecciones de ellas estaba destinada al suicidio político, como la táctica del voto en blanco que pusieron en marcha en las elecciones muchos grupos de izquierda y que no hizo otra cosa que aislarlos de las masas peronistas.
En el siguiente numero doble, que abarcaba la segunda mitad del año, se registran los acontecimientos que van desde la asunción de Cámpora y su caída, hasta la vuelta de Perón a la presidencia y los acontecimientos del mes de diciembre de 1973. La primera afirmación contundente que se desliza en otro largo editorial es que la lucha de clases se ha desplazado al interior del peronismo. Tanto la renuncia de Cámpora como la "matanza de Ezeiza" mostraban, de acuerdo con los editores, cómo las contradicciones estallaban dentro del movimiento nacionalista y cómo el peronismo alojaba, por un lado a una derecha que pugnaba por renegociar los términos de la dependencia, y, por otro, a una izquierda con contenidos revolucionarios y socialistas. En ese sentido el papel de Perón era decisivo. Ya no podía sostenerse la hipótesis de que este era "usado" por la burocracia o estaba cercado por su entorno más íntimo. Para ello el editorial reproducía los discursos en que Perón revelaba, a su juicio, la coherencia de un programa de reconstrucción nacional, tanto político como económico. De ahí que Perón buscaba una salida intermedia que le arrancara concesiones a las clases dominantes, y por eso desmovilizaba a los sectores radicales más activos del movimiento que pugnaban por una salida socialista. Así, todo lo progresista y todo lo que se había ganado con el fin de romper la dependencia iba cediendo poco a poco con el accionar del viejo caudillo. Pasado y Presente desenmascaraba (así) sin con cesiones el rostro del líder del movimiento. Y no solo por esto se estaba frente a una difícil situación coyuntural, el golpe de Estado perpetrado poco antes en Chile ponía a las claras un adverso contexto regional donde los grupos de la derecha dominaban la escena política. Con todo, quedaba del otro lado una salvaguarda a esta situación de debacle, y por ello Pasado y Presente le otorgaba un papel central a los sectores revolucionarios del peronismo. Ahora estos debían evitar dilapidar el capital que habían acumulado, porque "los grupos revolucionarios del peronismo corren en la dirección de las masas, expresan los nuevos contenidos de su presencia en la sociedad".3 Ese convencimiento iba a llevar al grupo a seguir apostando a ser la guía intelectual y moral del proceso revolucionario. Pero esos grupos revolucionarios no debían caer en el sectarismo ni en el "izquierdismo", sino profundizar la identidad socialista de las masas obreras e imprimirle una dirección consciente. En ese sentido, los intelectuales de Pasado y Presente proponen construir un frente de masas donde la clase obrera sea la que hegemonice la dirección política y los grupos del peronismo revolucionario jueguen un papel central. De ahí la celebración de la unificación de FAR y Montoneros, formaciones consideradas el núcleo central de agregación de fuerzas revolucionarias y el principal coordinador de las luchas obreras a lo largo y ancho del país. Solo en esa orientación puede construirse una alternativa al reformismo que plantea el gobierno de Perón, consolidado en el pacto entre la CGE y la CGT, y al izquierdismo alejado de las masas que promueven el ERP y los grupos revolucionarios por fuera del peronismo.
Anclados en las guías teóricas de Gramsci, que enfatizaban el carácter nacional popular de toda lucha revolucionaria, en diálogo con el Mao de la larga marcha al socialismo, los intelectuales nucleados en torno a la revista no renunciaban a apostar su estrategia socialista dentro del peronismo. De lo que se trataba era de crear un partido revolucionario, un bloque contra hegemónico -y aquí la guía es nuevamente Gramsci-, capaz de transformar los nudos anticapitalistas dispersos en todo el país en un movimiento socialista que requería de alianzas, pero donde la clase obrera debía ser el factor fundamental de dirección y de lucha. Así, Pasado y Presente planteaba qué debía hacerse con Perón y el peronismo. Sobre el primero lo único que cabía era desplazarlo. El viejo caudillo no expresaba otra cosa que un movimiento nacional reformista que acomodaba su proyecto político a los términos que proponía el capitalismo mundial. Sobre el peronismo, de lo que se trataba era de transformarlo, a través de sus núcleos revolucionarios, en el espacio que diera lugar a un movimiento político que pudiera conducir a subvertir el sistema. En la táctica del "entrismo" se jugaba la apuesta del futuro político y por eso esos años fueron los años peronistas de Pasado y Presente aun cuando estaban anclados en una mirada socialista irrenunciable que los conducía como grupo.
Mas allá de cuál haya sido el resultado de la apuesta, que en mucho excede a Pasado y Presente, el análisis de la revista muestra a un complejo grupo de izquierda con un verdadero programa alternativo. Quizás allí se encuentre parte del prestigio y el predicamento que estos obtuvieron en los grupos del pensamiento alternativo de los años setenta.

Notas

1 "La larga marcha al socialismo", Pasado y Presente, año IV, nº 1, abril-junio de 1973.         [ Links ]

2 Ibid., p. 22.

3 "Temas", Pasado y Presente, año IV, nº 2-3, julio-diciembre de 1973, p. 188.         [ Links ]

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