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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.18 no.2 Bernal dic. 2014

 

OBITUARIOS

Richard Hoggart (1918-2014)

 

El libro irrepetible

Posiblemente, la muerte de Richard Hoggart haya generado más comentarios del orden del "ah, ¿todavía vivía?" que los que, dos meses antes, provocara la de Stuart Hall. Fue una coincidencia extraña: Hoggart había fundado el CCCS (Center for Contemporary Cultural Studies) en la Universidad de Birmingham que Hall, su segundo en la empresa en 1964, llevaría a la fama, consagrando una denominación institucional en una disciplina. La fama de la etiqueta incluía la de su impulsor, transformado en una suerte de gurú político intelectual merecedor, incluso, de un film, The Stuart Hall Project, de 2013. Hoggart, por su parte, había accedido al cine a través de la ficción: aparecía, interpretado por un actor, en un telefilm de 2006 dedicado al juicio por la publicación de El amante de Lady Chatterley, en el que Hoggart había sido uno de los exitosos peritos convocados por el editor. Claramente, una filmografía menos rutilante.
La coincidencia no propone, sin embargo, una comparación: ambos fueron, junto a Raymond Williams y a E. P. Thompson, los padres fundadores de todo lo que entendimos como estudios culturales desde comienzos de los años ochenta, cuando la etiqueta se diseminó por nuestros pagos. Justamente la potencia institucional y política de Hall había permitido que, a pesar de su juventud relativa respecto de los otros tres, formara parte de ese podio de cuatro. La posición de Hoggart siempre fue otra: con presencia en la vida pública británica, a través de múltiples comités dedicados a las artes, la educación y la cultura de masas -de alguno de los cuales, incluso, fue echado por el thatcherismo-, e incluso en la UNESCO, pero con menor productividad teórica, ajeno a las discusiones sobre el marxismo occidental o a la influencia althusseriana en el pensamiento culturológico. Ni siquiera fue marxista: sólo un liberal consecuente. Podría decirse que su productividad era reducida en número: aunque siguió publicando hasta hace pocos años, siempre fue el autor de una única obra, que ya cumplió 57 años. El problema es que esa obra fue The uses of Literacy.
Entre tantas clasificaciones posibles para los libros (buenos, malos, inolvidables, emocionantes, indiferentes), The uses… es una clase de uno: es el libro irrepetible, el que satura el conjunto. Desde el propio título, que sometió a sus traductores a la peripecia de lo intraducible: es sabido que Passeron escogió La culture du pauvre, mientras que la primera edición mexicana optó por La cultura obrera en la sociedad de masas, versión que hace mucho más honor al contenido que el francés, pero que tampoco captura la sutileza del original. (Alguna cuestión de derechos debe haber obligado a la reciente edición argentina a mantener la opción mexicana.) Pero lo irrepetible consiste también en otros dos juegos: el primero, que la clase obrera que Hoggart describía y analizaba de un modo magnífico en la primera parte ya no existe ni puede volver a existir, y tampoco puede volver a ser leída de ese modo, aunque la documentación y el archivo británico permita cosas inauditas para la investigación social y cultural (afirmación que la obra de Thompson ratifica hasta el infinito). Y el segundo: que ese análisis y esa descripción se construía de un modo radicalmente original, en esa suerte de autoetnografía memoriosa que es única porque cualquier reiteración sonaría puramente epigonal (transformando la originalidad irreverente de Hoggart en una mera fórmula metodológica).
Permítanme expandir esta última cuestión: ¿por qué nunca se escribió un libro así entre nosotros? La historia de la lectura local de Hoggart es también conocida: la primera mención de la obra está en Jaime Rest a comienzos de los años sesenta, en lo que fue, grosso modo, el primer intento de nuestra universidad de prestar atención a los fenómenos de la cultura de masas. Rest recuperó esa primera lectura en un libro de 1967, Literatura y cultura de masas, encargado por Aníbal Ford para el Centro Editor de América Latina: quizá Ford esperaba que Rest fuera el Hoggart argentino, considerando que compartían la preocupación no-elitista por los fenómenos de masas. Pero allí terminaban las coincidencias: el pasado obrero de Hoggart no era el de Rest. Las afirmaciones de Hoggart, difundidas por Rest, tuvieron un enorme impacto en Ford, Jorge Rivera y Eduardo Romano, aunque la cita recién aparece en sus textos posdictadura. Exagerando el símil: Hoggart podía ser apropiado en clave populista, en tanto la pauta básica era la tozudez con que la clase obrera mantenía su "nosotros" frente a la marcha arrolladora de la cultura de masas de posguerra (aunque el pronóstico de Hoggart, que organizaba la segunda parte del libro, tenía tintes mucho más clásicamente apocalípticos). Y compartían la experiencia de la educación de adultos -aunque en clave más militante y, nuevamente, peronista-, y hasta la común formación literaria. En algún otro lugar profundicé sobre esta suerte de "fundación populista-criolla de los estudios culturales" antes de que los estudios culturales se volvieran Estudios Culturales: en el caso local agregaban, frente a Hoggart, la lectura de Gramsci -plusvalor que Williams y Hall saldarían con creces-. Pero no escribieron nada similar a The Uses…: aunque esa trama de una cultura obrera (popular, diríamos) resistente y autónoma fuera tan tentadora para ser observada localmente, los populistas argentinos no podían reproducir ni la actitud etnográfica ni la concentración del scholar en una obra extensa: su trabajo era más periodístico, fragmentario y de aliento breve (aunque intenso). Entre otras razones, pero ninguno podía sentarse a escribir Los usos de la escuela pública o Peronismo y literatura.
Esos avatares de lectura tienen otros pliegues: sabido es también que la revista Punto de Vista fue la gran difusora de la obra de Hoggart -junto con la de Williams-, desde la entrevista de Beatriz Sarlo en 1979 (curiosamente, reeditada en la reciente edición argentina del libro). Pero Williams tardó en ser traducido, y más aun lo fue Hoggart, cuya primera versión en castellano es la mexicana de 1990. La difusión de los birminghamianos en América Latina había tenido un nuevo impulso a través de Jesús Martín-Barbero en 1987, con lo que la lectura de Hoggart se colocó en la senda de la ratificación de lo anunciado: llegó para consagrar la nueva hegemonía recepcionista en el continente, que luego se volvería neoliberal. En los años noventa, ya nadie parecía preocuparse en leer el lamento por la destrucción de la cultura obrera, más interesados en sus presuntas tácticas de resistencia. La segunda parte del The Uses… fue mucho menos citada.
Esto puede indicarnos también un juego disciplinar. La sociología de la cultura local -y con mucho énfasis, la porteña- tendió a ignorar los aportes del culturalismo británico, entre ellos los de Hoggart. Una buena prueba es que en 1989, motivado por los reiterados comentarios de Aníbal Ford y a falta de traducción hasta entonces, fui a buscar el original inglés en la biblioteca de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, ya que figuraba en su catálogo: tardaron cinco días en conseguirlo, escondido en un depósito, aún rotulado como "Biblioteca de Sociología" y sin préstamos desde… 1966. Que la reciente reedición argentina haya inscripto el libro en una colección "Antropológicas" señala una recuperación etnográfica: consagra una lectura disciplinar y a la vez sesgada, porque desplaza simultáneamente su clave literaria -solo un crítico literario como Hoggart pudo oír la intervención decisiva del lenguaje en la formación de la cultura obrera- y sociológica: la autoetnografía memoriosa hablaba del pasado, mientras la sociología cultural miraba críticamente el presente y el futuro.

Pablo Alabarces

UBA-CONICET

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