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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.19 no.1 Bernal jun. 2015

 

ARTICULOS

La cuestión de los intelectuales en el comunismo argentino: Héctor P. Agosti en la encrucijada de 1956

 

Adriana Petra

CEDINCI-UNSAM / CONICET

 


Resumen

En septiembre de 1956 el Partido Comunista Argentino (PCA) celebró por primera vez una reunión de intelectuales. En el contexto de la crisis abierta en el campo intelectual argentino luego del derrocamiento del gobierno peronista y en el mundo comunista a partir de las revelaciones del XX Congreso del PCUS, este encuentro fue el punto de llegada de una larga serie de controversias en el interior del espacio partidario. Intentando problematizar la cuestión de los intelectuales en el seno de culturas políticas altamente institucionalizadas, el artículo se propone reponer las principales líneas de debate que los comunistas argentinos ensayaron sobre su propio rol y función en el marco de un conflictivo clima político y cultural. Desde el gremialismo letrado hasta el partidismo sofisticado impulsado por Héctor P. Agosti, los intelectuales comunistas argentinos tramitaron de formas complejas su inserción partidaria y sus formas de concebir la ortodoxia.

Palabras clave: Héctor P. Agosti; Partido Comunista Argentino; Intelectuales; Cultura

AbstractIn September 1956 the Communist Party of Argentina (PCA) held a meeting of intellectuals for the first time. This meeting was the culmination of a long series of arguments within the party, in the context of the crisis in the Argentinian intellectual field generated by the overthrow of the Peronist government and the revelations of the Twentieth Congress of the CPSU. This article aims to reconstruct the main lines of debate and discussion that Argentinian communists tested on their own role and function in party's strategy under a highly contentious political and cultural climate, and problematize, as well, the question of intellectuals within highly institutionalized political culture as communist. The Argentine Communist intellectuals experienced complex forms of party integration and ways of thinking about orthodoxy, like unionism counsel and sophisticated partisanship driven by Héctor P. Agosti.

Keywords: Héctor P. Agosti; Communist Party of Argentina; Intellectuals; Culture


 

Este artículo tiene como objetivo analizar las discusiones sobre el rol y la función de los intelectuales en el comunismo argentino a partir de las intervenciones realizadas en la Primera Reunión de Intelectuales Comunistas celebrada en 1956, pocos meses después del derrocamiento de Juan Domingo Perón y organizada casi en simultáneo con el XX Congreso del Partido Comunista de la URSS (PCUS), el más duro golpe a la breve historia del comunismo como ideología política del siglo XX. En el contexto de una doble crisis, la dirigencia del Partido Comunista Argentino (PCA) aceptó por primera vez en sus 38 años de existencia convocar a sus intelectuales a debatir sobre temas que les concernían. La participación de quien entonces era la figura más importante del espacio cultural partidario, Héctor P. Agosti (1911-1984), y las derivas que tuvo su intento de reforma política y cultural de una organización que no dejó de ofrecerle resistencia, constituyen un ejemplo de la difícil tramitación de la cuestión intelectual en una cultura política fuertemente institucionalizada. El artículo forma parte de una investigación mayor dedicada a estudiar las relaciones entre los intelectuales y el comunismo en la Argentina entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y los primeros años de la década de 1960, algunas de cuyas hipótesis y problemas se sintetizan a lo largo de este trabajo. La misma espera contribuir al conocimiento de una zona importante de la historia del PCA, aquella referida a sus intelectuales y políticas sobre la cultura, así como al de un capítulo poco explorado de la historia de los intelectuales argentinos, el referido a los intelectuales que se identificaron con el comunismo como militantes orgánicos, simpatizantes o compañeros de ruta. Por último, el artículo pretende reflexionar sobre la figura del "intelectual de partido" asumiendo la complejidad de un vínculo que no puede reducirse solo a su dimensión teleológica.1 En el entramado de diversas trayectorias vitales, contextos sociales y culturales y coyunturas políticas, los intelectuales comunistas argentinos tramitaron también diversamente la voluntaria cesión de autonomía característica de su condición y el espacio cultural del comunismo estuvo lejos de ser un plano homogéneo.
Desde su nacimiento en 1918 como Partido Socialista Internacional hasta el inicio de la etapa frentepopulista en 1935, la política cultural del PCA fue lábil y espasmódica.2 Aunque el partido se caracterizó desde su creación por una inveterada falta de tolerancia hacia las diferencias internas, durante estos años no logró imponer un control estricto sobre el mundo artístico y cultural bajo la forma de un dogma estético o filosófico. Si bien no se abstuvo de establecer los límites político-ideológicos dentro de los cuales la palabra intelectual era posible y tolerada o de estigmatizar a la figura por su origen de clase, su "verbalismo" y su siempre latente espíritu fraccionalista. Con el inicio del ciclo antifascista, el modelo vanguardista y antiburgués del trabajo intelectual que predominó, no sin matices, durante el llamado tercer período, cedió su lugar a otro que otorgaba al intelectual una función precisa en el combate contra el fascismo: la defensa de la tradición liberal en el ámbito local y de la urss como último baluarte de los valores de la humanidad y la civilización.3 El inicio de la Guerra Fría, que se oficializó en la conferencia inaugural de la Oficina de Información de los Partidos Comunistas y Obreros (Cominform), en septiembre de 1947, modificó el modo de concebir el trabajo intelectual y sus formas de organización. Con las resoluciones de 1946-1948 del Comité Central del PCUS sobre el arte y la ciencia, dirigidas por Andrei Zhdánov, se inició un sistemático intento de disciplinamiento del mundo de la cultura, que debió someterse a los rigores del "realismo socialista" o la "ciencia proletaria".4 En los partidos comunistas occidentales, este proceso se manifestó en un intento de "profesionalización" mediante el cual se buscó combatir las tendencias "obreristas" e instalar la concepción de que el deber principal de los intelectuales comunistas era la "creación intelectual" y que, en consecuencia, debían disponer su propia obra para la batalla político-ideológica, adaptándola a la "línea" del partido y a los cánones del marxismo-leninismo-estalinismo.5 En términos organizativos esto se tradujo en la creación de estructuras de participación específicas, bajo la forma de comisiones y frentes por especialidad. La reactualización de la doctrina del "realismo socialista", el reverdecimiento nacionalista, el endurecimiento de los controles partidarios y la voluntad de establecer una escición en el interior del campo intelectual apelando a criterios de clase y reduciendo la crítica a un esquema político simplificador, provocaron arduos debates, particularmente entre los escritores y los artistas.
Las dirigencias comunistas argentinas, sobre todo a través de Rodolfo Ghioldi (1897-1985), estuvieron dispuestas a imponer las nuevas directivas, por sí mismas o a través de figuras menores o marginales que rápidamente ocuparon puestos decisivos en las publicaciones y en las organizaciones creadas en la época, como fue el caso de los jóvenes Roberto Salama e Isidoro Flaumbaum, primeros directores de la revista Cuadernos de Cultura.6 Las polémicas se sucedieron y en algunas ocasiones terminaron en purgas y expulsiones, como fue el caso de Cayetano Córdova Iturburu y del grupo de artistas concretos encabezado por Tomás Maldonado.7 El intento de acercamiento al peronismo que el partido ensayó durante algunos meses de 1952 y que es conocido con el nombre de "crisis Real", en alusión al entonces secretario de organización, Juan José Real, precipitó la conformación de un frente cultural entre los comunistas argentinos. La decisión de romper lanzas con el espacio liberal y revisar las premisas que desde 1930 gobernaban la imaginación histórica del partido, invocando un programa plagado de tópicos populistas y nacionalistas, obligó a los intelectuales comunistas a abandonar, no sin desgarros personales, instituciones como la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) y el Colegio Libre de Estudios Superiores (CLES), provocando el primer gran quiebre del campo cultural antiperonista.8 Este movimiento consolidó la tendencia a la conformación de espacios e instituciones propias, al mismo tiempo que fortaleció la voluntad de autarquía cultural de las dirigencias partidarias.
En la Argentina, los golpes sucesivos del XX Congreso del PCUS y la posterior invasión soviética a Hungría no parecen haber sido decisivos en el interior del espacio intelectual partidario (al menos no públicamente), pero sí reavivaron los enconos y la desconfianza de la intelectualidad liberal hacia las pretensiones pacifistas y los llamados a la unidad nacional que nuevamente lanzaban los comunistas. Como muchos años después lo admitirá José María Aricó, los sucesos húngaros no produjeron ningún sacudimiento significativo respecto a las características del socialismo real y el hecho de que el partido insistiera en presentarlos como una contrarrevolución y una campaña de desprestigio de la prensa imperialista no produjo deserciones ni mayores cuestionamientos.9 De este modo, si la "nueva izquierda" europea nació como producto del resquebrajamiento del mundo comunista y las tragedias convergentes de Hungría y la invasión imperialista al canal de Suez,10 en la Argentina serán la relectura del peronismo que se inicia luego de 1955 y el cambio de horizonte revolucionario que deja vislumbrar la Revolución Cubana un tiempo después las dos líneas principales del movimiento molecular que tomará el mismo nombre. La disputa por la correcta interpretación del peronismo y por el destino de las masas que le habían dado su apoyo encontró nuevos actores y los viejos elencos fueron progresivamente marginados, incluyendo a los intelectuales de la izquierda socialista y comunista.11 En las condiciones locales, la demanda de un "marxismo abierto" se articuló con la inédita irrupción del problema nacional, y de la mano de la consolidación del espacio nacional-populista el antiliberalismo emergió como una categoría política capaz de establecer contactos con sectores juveniles que se acercaba al marxismo por vía del existencialismo y el nacionalismo.12
Con todo, luego de 1955 la actividad cultural comunista reverdeció, en parte gracias a la legalidad brevemente conquistada. Se crearon nuevas comisiones profesiones y gremiales y se alentó la creación de frentes culturales en las provincias. A las publicaciones oficiales y oficiosas se sumaron nuevas revistas, la mayoría comandadas por jóvenes, entre ellas Gaceta Literaria (1956-1960), Nueva Expresión (1958), Por (1958-1959), Hoy en la Cultura (1961-1966), Pasado y Presente (1963-1965; 1974) y La Rosa Blindada (1964-1966). El creciente reclutamiento entre sectores de las clases medias profesionales e intelectuales obligó al partido a emprender una tarea organizativa y de "fortalecimiento ideológico" frente a la cual admitía que carecía de experiencia. El resultado fue paradójico: si por una parte el pca se transformó en la única organización de izquierda que se dotó de una política específica para los intelectuales y los integró en estructuras propias y relativamente autónomas, por otra, buscó que esa estructuración fuera capaz de combatir las resistencias que estos oponían a la voluntad del partido de legislar sobre su obra.

Agosti y el "drama" de los intelectuales

En este clima tan crucial como desconcertante, Héctor P. Agosti comenzó el momento más rico de su producción intelectual y el más sólido en cuanto a su ascendencia partidaria. Para 1956 ya era una figura reconocida en el mundo intelectual argentino, particularmente desde la publicación de su Echeverría (1951). Considerado el discípulo más destacado de Aníbal Ponce, en tres décadas de militancia comunista supo combinar un prestigio conquistado en el mundo de la cultura -en un país donde las cercanías comunistas podían costar desde el puesto de trabajo hasta la cárcel- con una sinuosa pero efectiva fidelidad partidaria. Autor de más de una decena de libros, director de varias de las más importantes publicaciones culturales del partido y figura reconocida -aunque nunca rutilante- del comunismo latinoamericano, debió siempre ganarse la vida en el periodismo, la traducción y la docencia secundaria.13 La decisión de abondonar sus estudios universitarios en filosofía le vedó el desarrollo de una carrera en ese ámbito y reforzó su perfil de ensayista político con una legitimidad estructurada en primer lugar en el espacio partidario.
Luego de dirigir, junto a otros importantes intelectuales y escritores, las revistas Expresión (1946-1947) y Nueva Gaceta (1949), en 1951, desde su puesto de secretario de la sade bajo la presidencia del liberal Carlos Alberto Erro, impulsó la campaña de conmemoración del centenario de la muerte de Esteban Echeverría, poeta y mentor de la Generación del '37. Esta aglutinó a un amplio espectro de intelectuales de diversas tradiciones políticas y fue la oportunidad para reflotar los vínculos de la sociabilidad antifascista en un desafío abierto al gobierno de Perón. En ese contexto publica Echeverría, donde valiéndose de las reflexiones de Antonio Gramsci sobre el Risorgimento italiano caracteriza el proceso histórico argentino como una "revolución interrumpida" por la incapacidad de la burguesía de dar respuesta al problema de la tierra y así integrar a las masas rurales a un proyecto nacional.14 Inscribiéndose en una genealogía que a través de Aníbal Ponce lo unía con José Ingenieros y con el propio Echeverría, tomaba la teoría del "paralelismo histórico" como un programa político-intelectual específico: dado que el pensamiento originado en Europa debía necesariamente ejercitar una acción de "desquicio" en los países atrasados, la función de las elites ilustradas era establecer sobre cada terreno nacional las causas concretas que determinaban su "anomalía" respecto a las líneas "lógicas" del desarrollo histórico y, sobre esta base, articular los principios de una batalla política e ideológica por su transformación.15 Como ya lo había caracterizado en la biografía que le dedicó a José Ingenieros, esta era la condición dramática aunque ineludible de los intelectuales argentinos: apelar a las ideas de afuera para pensar los problemas de adentro.16 Es esto lo que denomina "realismo crítico", concepto mediante el cual define la función de las minorías intelectuales como vanguardias capaces de interpretar, conducir y forzar la "historia" en el sentido correcto que indica la "teoría" avanzada. Lo que suponía al mismo tiempo una revalorización de la teoría y su encorsetamiento en lo que constituye tan solo una inflexión del europeísmo marxista latinoamericano. El drama era, con todo, diferente a la tragedia. Tomando distancia del ensayo de interpretación nacional que desde la década del '30 comprendía el proceso argentino bajo el tono fatídico de las "invariantes psicológicas" y desembocaba en un nacionalismo de carácter esencialista, Agosti se ampara en el programa echeverriano para defender una interpretación "realista" del problema argentino. Esto mismo le permite plantear la cuestión nacional admitiendo el momento de la determinación económica (la revolución burguesa desmontando la arquitectura colonial y fundando nuevas relaciones sociales), pero dando prioridad a una solución que se piensa fundamentalmente ideológica (la lucha entre los principios de la revolución y la contrarrevolución). La importancia asignada a los intelectuales y a la cultura en este proceso es lo que distingue la de Agosti de otras interpretaciones comunistas del pasado argentino y constituye el punto de mayor operatividad del voluntarismo gramsciano.
En los años que median entre la publicación del Echeverría y la de sus dos obras fundamentales, Nación y cultura y El mito liberal (1959), Agosti se asentó definitivamente en el espacio partidario como referente y responsable máximo del frente cultural. En 1952 asume la codirección de Cuadernos de Cultura y participa en la fundación de la Casa de la Cultura Argentina, al mismo tiempo que se convierte en una figura destacada de las organizaciones intelectuales de escala continental que el comunismo impulso en los años cincuenta al calor de la Guerra Fría, como el Congreso Argentino de Cultura. En 1953, viaja por primera vez a la urss cumpliendo una estación insólitamente demorada para un dirigente de su calibre. En los años siguientes es dos veces candidato a diputado nacional y dos veces detenido. Es también una etapa de intensas lecturas, particularmente literarias, en la que va definiendo una serie de preocupaciones ligadas al lenguaje y a la literatura nacional, al mismo tiempo que sigue atentamente algunos debates del comunismo internacional, particularmente los que en Francia tienen como protagonista a Jean-Paul Sartre. En abril de 1956 escribe a propósito de "Le reformisme et les fetiches", artículo en el que el héroe del existencialismo afirmaba que a pesar de disponer de un instrumento inigualable como el marxismo, los comunistas eran incapaces de crear obras que enriquecieran el pensamiento francés, ofreciendo a cambio un dogmatismo defensivo e inquisitorial.17

Dejando aparte las exageraciones que puedan encontrarse en los juicios de Sartre, es evidentemente razonable su reclamación de obras en lugar de críticas. Eso nos cae a medida a los argentinos. Aquí debemos pasar de lo negativo a lo positivo. La historia económica de la Argentina la escribió el ingeniero Ortiz, que no pertenece al PC; la Historia de la ganadería argentina la escribió el ingeniero Giberti, que no pertenece al PC; el libro más eficaz sobre petróleo lo escribió el Dr. Silenzi di Stagni, que no pertenece al PC sino muy por el contrario. ¿Y nosotros? Nosotros entretanto criticamos los errores de esas obras, que sin duda los tienen, con una jactancia que no sé de dónde nos proviene, pues mientras ellos, bien o mal, hacen, nosotros nos limitamos a juzgar desde lo alto de nuestro Sinaí ideológico. ¿Qué hemos dado, entretanto, especialmente en los últimos tiempos, a la elaboración de los problemas argentinos?18

El amargo diagnóstico se hacía extensivo a su propia labor intelectual, a la que juzgaba insuficiente en comparación con la productividad de algunos amigos cercanos, como Ezequiel Martínez Estrada. La contradicción permanente entre su gusto por la militancia política y su pasión por los libros, sumado a un estado de salud endeble, un carácter apático y retraído y una inestable situación económica, lo conducen a largas meditaciones sobre la imposibilidad de concretar lo que tempranamente considera "su" libro, Nación y cultura, que le insumirá tres años de trabajo.

Política y cultura en el comunismo argentino: batallas por una definición

Punto de llegada de un clima de beligerancia, incomodidad y sospecha que se había iniciado con las purgas antivanguardistas de 1948, la Primera Reunión de Intelectuales Comunistas -convocada originalmente para marzo y suspendida por orden policial- se celebró en septiembre de 1956 y constituyó el reconocimiento, no sin suspicacias, de una situación novedosa por parte de las direcciones partidarias. Este encuentro, afirmaba la revista teórica Nueva Era, debía "establecer las formas orgánicas del trabajo militante de los intelectuales comunistas y tratar de esclarecer algunas discrepancias ideológicas que, a pretexto de diferencias sobre la apreciación de nuestra herencia cultural, encubren en realidad insuficiencias de apreciación teórica sobre la etapa revolucionaria argentina".19
El debate, cuyo carácter se remarcaba como fundamentalmente ideológico, debía "determinar también en el terreno de la ideología, cuál es el enemigo principal y cuáles, en consecuencia, los aliados transitorios o permanentes".20 En concreto, se trataba de determinar si, como afirmaba Agosti en su informe, el principal problema de la crítica cultural de los comunistas era el sectarismo y, sobre todo, si la tradición democrático-liberal debía seguir aceptándose en las nuevas condiciones del país y del mundo.

La Asamblea no es una reunión de historiadores, ni está destinada a examinar en detalle todos los problemas de la historia argentina, ni a pronunciar veredictos sobre ellos. De lo que se trata es de apreciar juiciosamente la etapa de la revolución democrática argentina desde el punto de vista de las relaciones concretas de clase y determinar si la herencia cultural argentina es inválida para nosotros por su origen burgués.21

A pesar de que el documento preparatorio se encargaba de aclarar que tal cuestión no era una novedad esencial, el solo hecho de plantear la posibilidad de romper con la lectura sobre las tradiciones culturales que desde la década del '30 gobernaban las interpretaciones comunistas sobre el pasado nacional da cuenta de los alcances y las claves de recepción de las codificaciones soviéticas propias de la Guerra Fría en el contexto de un campo político y cultural profundamente transformado por la experiencia peronista. Sin embargo, conviene dudar sobre la total unanimidad del apoyo que la herencia liberal tenía entre los intelectuales comunistas. El hecho de que en el frente cultural la "peronización" impulsada por Juan José Real hubiera llegado demasiado lejos, como lo diagnosticó Fernando Nadra, permite considerar la sensibilidad que un sector de la intelectualidad comunista expresaba frente a ciertas dimensiones de la crítica nacional-populista a la tradición liberal. En definitiva, el zhdanovismo postulaba un criterio de clase para evaluar los fenómenos culturales que identificaba la cultura burguesa como decadente y valorizaba los productos populares. En las condiciones particulares del campo intelectual argentino, el chauvinismo, que fue la característica principal de la política cultural soviética de posguerra, pudo confluir fácilmente con ciertos tópicos clásicos del nacionalismo cultural de corte populista: el rechazo a las "formas extranjerizantes", la tendencia a leer los hechos culturales como meros epifenómenos de las estructuras económicas y la reivindicación de estéticas naturalistas y de contenidos populistas y tradicionalistas. El antiimperialismo, además, conectaba a los comunistas con una zona de preocupaciones intelectuales que no concernían a las fracciones liberales. En definitiva, el zhdanovismo y los realineamientos geopolíticos del comunismo de Guerra Fría, leídos estrictamente, conducían a un apartamiento de la tradición liberal y en el límite obligaba a una revisión total de ciertos elementos centrales de la cultura política comunista.22
Este careo con la tradición liberal alcanzó a unos intelectuales comunistas que estaban lejos de sostener posiciones homogéneas o simplemente reductibles a una oposición entre una línea zhdanovista y otra aperturista y antidogmática representada ejemplarmente por Agosti.23 Entre el acatamiento sin matices a las directrices culturales soviéticas, la pervivencia de los tópicos antifascistas sobre el pasado nacional, la necesidad de dar alguna respuesta al problema nacional y las diversas formas de concebir la función de los intelectuales y el trabajo cultural partidario, el espacio comunista estaba más cercano a la confusión que al monolitismo. Situación que las dirigencias partidarias advertían con perspicacia.
Aunque el tema de los intelectuales formó parte de las reflexiones de Agosti desde las tempranas páginas de El hombre prisionero, publicado en 1938 luego de la primera de sus tantas experiencias carcelarias, en el informe que sirvió de documento principal para las discusiones de la Primera Reunión de Intelectuales Comunistas por primera vez se propone un abordaje razonado y sistemático.24 El texto tuvo una repercusión importante, tanto en la Argentina como en otros partidos comunistas latinoamericanos, donde fue discutido como una "lúcida reflexión" sobre el problema de los aliados ideológicos y un modelo para batallar contra "todas las formas de sectarismo".25 A través de las notas que conservó sobre su intervención en la reunión, sabemos que en esta batalla contra el sectarismo y el "sociologismo vulgar" no se privó de señalar nombres, como Roberto Salama, protegido de Rodolfo Ghioldi, al que consideraba la expresión típica de una visión simplificadora del mundo que le otorgaba a la clase obrera y al partido un papel mesiánico, en una actitud propia del Proletkult tan justamente condenado por Lenin.

¿Por qué digo que R. S. [Roberto Salama] es la expresión típica del "sectarismo" que en el terreno de la crítica se manifiesta con formas "dogmáticas"? Sencillamente porque R. S. ve en todas las cosas literarias simplemente "etiquetas", productos terminados, ciudadanos que son reaccionarios o progresistas, clases sociales que se mueven antagónicamente sin conflictos interiores: la oligarquía, la burguesía, el proletariado, a veces los campesinos. ¿Y el movimiento dialéctico de interpretación de las cosas? Eso no existe para Salama. Arlt es fascista, Güiraldes representa la oligarquía, Kafka es intrascendente, Fulano es realista crítico, Manauta es realista socialista. Y va pegando etiquetas sucesivas. Yo diría que R. S. confunde la crítica literaria con el Expreso Villalonga [.] Él toma el bosquejo de historia del partido, mira lo que en ese bosquejo se dice a propósito de determinado período y si el producto literario que examina no coincide con esa descripción le adosa en seguida alguna etiqueta fulminante [.] Desde luego que semejante dogmatismo (cada cosa en su casillero) nada tiene que ver con el marxismo, nada tiene que ver tampoco con la doctrina leninista de la herencia cultural, nada tiene que ver con la crítica literaria que no mira solamente contenidos.26

Con un tono menos virulento, en su informe Agosti se colocaba en el contexto de aquellos que habían emprendido una interpretación del peronismo superando los argumentos típicamente liberales que reducían todo el movimiento a las dotes demagógicas de un líder capaz de seducir a las masas incultas. Sin despegarse de la caracterización oficial que caracterizaba el gobierno de Perón como un ensayo "corporativo-fascista", afirmaba que el argumento de la demagogia podía aceptarse siempre y cuando se advirtiera que aquella había florecido merced a que sentimientos como la justicia social y el antiimperialismo preexistían en la conciencia de las masas: "abominar simplemente de la demagogia no basta, por lo menos en quienes presumen ejercer el oficio de pensar".27 Para Agosti, el peronismo era tan solo un eslabón, aunque "monstruoso", de la zaga reaccionaria que se había iniciado con el golpe de 1930 y que aún continuaba, puesto que respondía a una crisis estructural de la que solo se saldría a través de la revolución democrático-burguesa conducida por la clase obrera y su partido, tal como el PCA venía afirmando desde 1928.28 En el contexto de una crisis nacional de proporciones gigantescas, el partido debía entonces insistir en las políticas unitarias -lo que en la jerga comunista de entonces adoptaba el nombre de "Frente Democrático Nacional"- y este era el plafón desde el cual iluminar el papel que les tocaba desempeñar a los intelectuales.
En primer lugar había que preguntarse qué es un intelectual. La primera respuesta apelaba a una concesión evidente: los intelectuales constituyen una capa social intermedia, carente de ideología propia, compuesta por hombres entregados al trabajo intelectual, según la definición del Diccionario Filosófico Soviético. Bajo este criterio sustancialista era posible incluir desde los ingenieros y los técnicos, hasta los médicos, los abogados, los escritores, los artistas y los científicos.29 Sin embargo, advierte, el trabajo intelectual tiene la particularidad de su carácter individual, de su falta de integración en el sistema de producción capitalista, y es allí donde deben realizarse distinciones entre ciertas categorías donde esta contradicción es evidente, como los escritores y los artistas, y otras donde prácticamente no existe, como los abogados, los médicos y los ingenieros. Esta distinción tenía la mayor importancia, dado que el problema de la ideología se presentaba de modo acuciante en el terreno de la creación. En efecto, el capitalismo presentaba esa particular condición del trabajo intelectual bajo la forma sublimada de una elite espiritual, alimentando en los intelectuales un sentimiento de autonomía y superioridad que tanto ocultaba su condición de asalariados como fomentaba la falsa conciencia que los llevaba a creer que sus ideas no tenían ninguna relación con procesos sociales y económicos concretos. Como había observado Marx en sus Teorías sobre la plusvalía, el proceso de producción capitalista no es una simple producción de mercancías, sino que absorbe trabajo vivo (no pagado) convirtiendo los medios de producción en medios de absorción de trabajo no retribuido.30 Desde la perspectiva de su dependencia con respecto a la plusvalía como fuente de salarios, el trabajo intelectual, dice Agosti, posee una productividad para el "capitalista" (desde el dueño de un laboratorio hasta un marchand o un editor), con la particularidad de que este obtiene un beneficio tanto económico como ideológico. En este sentido el intelectual, no tanto como asalariado sino como "creador", se ve sometido a una coerción tanto económica como moral, debiendo ajustar su creación a las exigencias de la empresa capitalista o desperdiciar su talento en las demandas del "segundo oficio", como ocurría particularmente entre los escritores.
Evitar considerar a los intelectuales simplemente como un tipo particular de asalariados, partiendo de la evidencia del creciente proceso de proletarización de las clases medias a las que pertenecían por su ubicación en la estructura social -ejercicio que los marxistas venían ensayando desde los tiempos de la Segunda Internacional y el debate sobre el revisionismo-31 tenía consecuencias para la política efectiva de los comunistas en el terreno de la cultura, pues impelía a superar el economicismo analítico y su consecuente reducción corporativa. Para Agosti el gremialismo intelectual era importante pero insuficiente. En primer lugar porque la relación de las capas intelectuales con las clases fundamentales debía considerarse en los términos particulares de la sociedad argentina: al ser una economía dependiente, el antagonismo social no se desplegaba entre el proletariado y la burguesía, sino entre el pueblo y aquello que no lo era.32

Si, en efecto, los intelectuales constituyen una capa social intermedia, esto quiere decir que en los países dependientes, y por lo tanto en el nuestro, la mayoría de los intelectuales forman parte del pueblo, entendiendo por "pueblo" las fuerzas objetivamente opuestas a la negación nacional y representada por la presencia del imperialismo y la persistencia de remanentes feudales. Acaba de decir Prestes que en la palabra "pueblo" incluye "desde obreros y campesinos hasta vastos sectores de la burguesía brasileña", precisando así la inteligencia de una política que presupone necesariamente la reunión de todos los factores objetivamente concurrentes al proceso de liberación nacional.33

La apelación a un concepto tan semánticamente lábil como el de pueblo le permitía a Agosti considerar la cuestión de los intelectuales en términos de su pertenencia "objetiva" a las fuerzas destinadas a transformar la sociedad en una dirección nacional y antiimperialista, esto es, democrático-burguesa, pero no alcanzaba para analizar el modo específico en que los intelectuales debían integrarse a las luchas nacionales, es decir para precisar su función social. La respuesta a este interrogante vendrá de la mano de Antonio Gramsci. No es analizando la productividad del trabajo intelectual, sino su "faz improductiva" donde, dirá Agosti, emerge la función que cumplen los intelectuales como "forjadores"-o por los menos transmisores- de la ideología. Esto es bien sabido por las clases dominantes, que ejercen una mayor presión sobre los intelectuales y utilizan la cultura como instrumento para ejercer la hegemonía sobre el pueblo.34 Este es el verdadero drama del intelectual, el que a menudo, dominado por sus prejuicios de clase media, es incapaz de observar las conexiones existentes entre sus problemas qua intelectual y los fenómenos estructurales que constituyen su causa. Pero ocurría que en situaciones de crisis total, tal era la de la Argentina posperonista, la conciencia económica se conectaba más fácilmente con una reflexión sobre los problemas generales de la sociedad. Si bien esta situación constituía un terreno fértil para la acción gremial, el partido debía asumirla como un problema fundamentalmente ideológico:

Somos el partido de la clase obrera, y en las actuales condiciones del país y del mundo el partido de la clase obrera representa el partido de la "síntesis nacional", el partido que define, con su teoría y con su práctica, la necesaria integración de todas las fuerzas nacionales capaces de realizar la revolución democrática. La condición "improductiva" del trabajo intelectual (aquella que el joven Marx subraya intencionalmente al escribir que: "La primera libertad para la prensa consiste en no ser una industria") se realza en la medida misma en que resulta necesario acentuar -en medio de los debates actuales sobre la calidad del país y su cultura- el papel de la voluntad consciente o sea el papel de la ideología. Sin voluntad consciente de transformar la naturaleza concreta de la sociedad argentina es imposible que dicha transformación se realice coherentemente. Esta premisa fue siempre válida, pero esta premisa resulta impostergable ahora precisamente porque ahora asistimos al crecimiento de las fuerzas materiales objetivas capaces de accionar aquella voluntad consciente.35

Desafiando las interpretaciones economicistas, Agosti les otorga un lugar a los intelectuales como elementos clave en la aceleración de la conciencia de las masas y con ello a la cultura como dimensión imprescindible para la batalla político-ideológica, sin por ello distanciarse del vanguardismo que desde Kautsky y Bernstein hasta Lenin concebía el papel de los intelectuales como sistematizadores de una conciencia que las masas debían recibir desde afuera. Pero, sobre todo, obviaba completamente el hecho de que en la Argentina esas masas populares habían construido su identidad política y social en torno al peronismo y que el comunismo estaba lejos de constituir una fuerza de peso en el mundo de los trabajadores. Sin embargo, puesto en perspectiva del debate interno que enfrentaba, su razonamiento constituía un giro copernicano respecto al reduccionismo habitual en los análisis comunistas sobre la cultura y sus relaciones con los fenómenos económicos.

Las leyes del desarrollo histórico son leyes objetivas que la voluntad de los hombres no podrá alterar; pero el conocimiento de esas leyes objetivas permite utilizarlas para acelerar el proceso social, que no es una sucesión -gris sobre gris- de transformaciones económicas y cambios ideológicos que las sigan como la sombra al cuerpo. Por eso representa una ingenuidad afirmar, por ejemplo, que "no habrá buenas novelas mientras no se haga la reforma agraria", porque ese vulgar sociologismo implica, evidentemente, abolir el papel de la ideología y suponer que el intelectual no es un elaborador de la cultura, y por lo tanto un posible elaborador de la cultura de avanzada, sino un mero papel carbónico que registra acontecimientos de la sociedad una vez que estos acontecimientos ya se han instalado en la naturaleza económica de la sociedad. No necesito decir que semejante simplismo contraría la calidad del marxismo-leninismo hasta rebajarlo a la impotencia de cualquier determinismo más o menos positivista.36

Para Agosti, los intelectuales estaban llamados a cumplir un papel relevante como vanguardia en la batalla ideológica por la "liberación nacional", concibiendo el problema de la nación en los términos estatalistas de la construcción de una nación moderna sobre la consumación del programa de la democracia burguesa. Esto quiere decir que la elaboración ideológica de lo nacional debía encontrar sus fundamentos en la comprensión en clave feudal de las formaciones económico-sociales latinoamericanas y en la asunción de que el desarrollo independiente del país solo se realizaría en los términos de una revolución democrático-burguesa. Traducido en términos culturales, esta comprensión histórica no debía, como sucedía en ciertos sectores de la crítica comunista, analizarse bajo un prisma "obrerista" que atacaba ciertas experiencias políticas del pasado por su carácter burgués, sin comprender que en ello residía su mérito y no su defecto.37
El problema de la función ideológica de los intelectuales remitía entonces a una correcta caracterización de la crisis cultural por la que atravesaba el país, lo que en primer lugar demandaba rechazar la postura "torpe y sectaria" que reducía todo el problema a la influencia del imperialismo. Siguiendo el razonamiento según el cual el problema de la cultura era abordado a partir de una doble retícula que oscilaba entre la postulación de una autonomía relativa de los procesos culturales y su análisis en términos de correspondencia con las estructuras económicas, Agosti vuelve sobre el argumento, ya esgrimido en la IV Conferencia Nacional del Partido de diciembre de 1945, según el cual el problema de los intelectuales consistía en una desproporción entre sus condiciones técnicas y la imposibilidad de aplicación práctica de su esfuerzo.38 La "traducción" ideológica de esta situación era el desencuentro entre la cultura y la nación cuyo inicio databa del período posterior a la Organización. Esto condenaba a los intelectuales a la marginalidad pública y la estrechez económica, y privaba a la sociedad de una cultura capaz de responder a sus necesidades. "En pocos países, anota, ha sido menos evidente el peso de la intelectualidad en la vida pública."39
Las razones de este desencuentro debían buscarse en la ruptura de la "continuidad histórica" que la oligarquía terrateniente, la "más poderosa de América Latina", había provocado como hecho singular del fenómeno cultural argentino. La "visión pastoril" de la oligarquía dominaba la vida cultural sobre la base de un mecanismo de deformación del sentimiento nacional y popular que el imperialismo profundizaba con los efluvios del cosmopolitismo. Como también lo harían intelectuales provenientes del nacionalismo popular y del nacionalismo marxista, Agosti opone el complejo cultural de la oligarquía a la imagen del pueblo como reserva de una "línea nacional independiente", pero a diferencia de aquellos incluye en esta dimensión a los intelectuales, pues explica los términos de su "divorcio" con el pueblo en términos estructurales y no subjetivos. Si para Abelardo Ramos, Rodolfo Puiggrós o Juan José Hernández Arregui, los intelectuales formaban parte del sistema de coloniaje cultural que mantenía al país bajo la sujeción de la oligarquía y el imperialismo, para Agosti, los intelectuales, conjunto dentro del cual solo distingue vagamente a las "cumbres" seducidas por el cosmopolitismo, se caracterizaban por su tono democrático. Lejos de condenar a las elites liberales, ejercicio que constituyó el tono dominante de las reflexiones intelectuales en torno al hecho peronista y al que poco tiempo después se sumará él mismo, las rescataba por y a pesar de su liberalismo:

La nutrición liberal de la intelectualidad argentina es su virtud y su defecto. Su virtud porque la ha resguardado de buena parte de las seducciones de la demagogia corporativo-fascista; su defecto, porque le acorta la visión de las cosas, la mantiene en la superficie de los fenómenos y la encandila (generosamente en tantos casos) con la demagogia de la libertad. Pero este complejo ideológico-político es lo característico de nuestro medio. En él, y no en ningún otro debemos situarnos, porque dentro de este complejo de relaciones económico-ideológicas es donde han trabajado los intelectuales argentinos.40

Comprender esta particularidad, explica, es fundamental para la política del partido, pues, tal como lo había advertido Gramsci, los intelectuales, por su naturaleza y su función histórica, nunca pueden como masa romper con las tradiciones dentro de las cuales se han formado.41 En las condiciones argentinas, el liberalismo de los sectores intelectuales debía ser el punto de partida para una política cultural de carácter democrático, fundamentalmente nacional antes que socialista, que tuviera la "herencia de Mayo" como columna vertebral. Los comunistas, por su parte, debían imprimirle a esa herencia un acento antiimperialista, además de atender a los elementos novedosos que surgían del mundo popular, gérmenes de una "nueva cultura".42 Desde una matriz fuertemente letrada e iluminista, Agosti ve comprobado el dinamismo de la cultura popular en la existencia de numerosas bibliotecas, clubes de barrio y asociaciones juveniles, cuyo apego a las tradiciones democráticas intenta demostrar por el hecho de que muchas insistían en llamarse "José Ingenieros". Puesto que debían cumplir un rol de vanguardia, los intelectuales comunistas debían, además y fundamentalmente, convertir el marxismo en "sustancia de su propia creación", lo que significaba no solo asumir una función ideológica más precisa que el mero apego emocional, el compromiso personal o la repetición de fórmulas dogmáticas, sino fundamentalmente comprender que el marxismo "solo podrá sernos útil si adquiere una forma nacional, es decir, si se aplica al examen concreto y original de los fenómenos argentinos".43 Este marxismo con "forma nacional" estaba obligado a otorgar un lugar relevante a la teoría, actitud de la que adolecían algunos de sus camaradas que, apuntaba, presumían de "realistas prácticos".
Para Agosti, la asunción del marxismo como un "método creador" debía conducir a la conclusión de que los mayores yerros del partido procedían de una apreciación dogmática y sectaria sobre el panorama cultural del país. Como consecuencia, dominaba la idea de que en la batalla ideológica era imposible establecer alianzas, o bien que estas debían ser meramente tácticas, concepción a la que cabía oponer una "guerra sin cuartel". Considerar el campo cultural como un bloque reaccionario opuesto a la ideología proletaria era erróneo puesto que, como había enseñado Lenin, en determinadas circunstancias históricas unir fuerzas con las ciencias modernas no marxistas era una forma de enfrentar tanto a los sectores dominantes más reaccionarios como al oscurantismo al que permanecían atadas las clases populares. Hacer tabula rasa con el pasado era solo una forma de espontaneísmo teórico, y tratar de un modo "grosero y simplista" los vínculos entre las posiciones filosóficas y las posiciones políticas de los intelectuales equivalía a no comprender el proceso histórico y era contraproducente para los fines políticos que el propio partido se proponía.

Nos ha dicho Togliatti que en Italia (¿y por qué no pensamos también en la Argentina?) la corriente idealista representa una actitud moderna comparada con las tentativas de volvernos al tomismo y que en sus primeras manifestaciones sirvió para librar la cultura italiana de las groserías positivistas. Y nadie, sin duda, supondrá que Togliatti proponga amenguar el materialismo dialéctico, o sustituirlo con un eclecticismo bastardo, o levantar bandera de parlamento en la batalla ideológica que él mismo conduce con tanta agudeza crítica; simplemente trata de mostrar, en los hechos, las repercusiones ideológicas de aquella "complicadísima maraña de la lucha de clases bajo el imperialismo".44

Demostrando una sensibilidad frente a las lógicas del debate intelectual que buena parte de sus camaradas ignoraba o prefería evitar, Agosti remarcaba que el "canibalismo crítico" ignoraba que la obra de los creadores honrados merecía respeto, más allá de las meras razones tácticas:

Y me permitirán, por lo mismo, que me cobije en el ejemplo de Gramsci, cuyos "cuadernos" conviene releer constantemente porque me parecen uno de los modelos más eminentes de la crítica marxista: en Gramsci, como lo destaca Togliatti, jamás encontraremos una simple negación o una oposición abstracta entre una realidad y un modelo, sino el análisis atento de todas las manifestaciones de la cultura, en conexión con el mundo real en que se desenvuelven, y no con el mundo de imaginadas cosas que a veces queremos otorgarles en nuestras críticas dogmáticas.45

Desde esta perspectiva, el problema de la correcta ponderación de las tradiciones culturales requería ser evaluado en dos planos. El primero, universal, remitía a una concepción típicamente ponceana: el humanismo socialista soviético que había heredado los valores abandonados por la burguesía integrándolos a una cultura de nuevo tipo. El segundo, nacional, encarnaba en la definición de la "tradición progresista", momento en el que nuevamente los procesos culturales son entendidos como "reflejos" de la vida económica:

Tradición progresista es todo cuanto está enderezado a prolongar la línea de la tradición de Mayo, es decir, la línea de la revolución burguesa, es decir, la línea que a su debido tiempo procuró la aceleración del desarrollo capitalista en la Argentina [.] La "tradición progresista" se interrumpe cada vez que resulta estorbado el proceso independiente de aceleración del desarrollo capitalista; esto es válido en la economía y, por consiguiente, también en sus "reflejos" culturales.46

Para Agosti, abominar de las fuerzas burguesas o tildarlas livianamente de "extranjerizantes" equivalía a aceptar la teoría nacionalista de la cultura y, por su intermedio, caer en la extraña paradoja de que la condena al vínculo con las ideas avanzadas terminara cayendo sobre los propios comunistas. El pasado, por el contrario, debía comprenderse en sus propios términos, pero determinando sus líneas de continuidad con el presente a partir del análisis de las modificaciones introducidas en el país por el desarrollo capitalista, en primer lugar la presencia del proletariado. Tal como lo había desarrollado en su conferencia sobre "La expresión de los argentinos" de 1948, Agosti sostiene que la nota característica del proletariado argentino es su origen urbano e inmigratorio y que este debe ser un dato que los comunistas no pueden desdeñar más que al precio de rendirse a la prédica antimoderna del nacionalismo.47 El inmigrante integra lo nacional en el terreno económico y cultural y tanto el "retorno al gaucho" como la sugerencia de que el proletariado nacional fue constituido principalmente por campesinos constituyen consideraciones erróneas:

Mirar hacia la herencia cultural, que es nacional y universal al mismo tiempo, importa reconocer nacionalmente la línea de continuidad histórica de su pueblo. La revolución no significa una ruptura radical con el pasado, como si a partir de ese momento nos moviéramos en un universo sin memoria; la revolución democrática es justamente esa afirmación de la independencia nacional en todos los órdenes de los fenómenos materiales y espirituales que, en las nuevas condiciones históricas, se cumple bajo la hegemonía del proletariado, alzado por ello mismo a la condición de la más nacional de todas las clases actuantes en el país. Y nosotros, los intelectuales comunistas, en la medida en que lo somos efectivamente, somos los representantes teóricos y prácticos de la actitud histórica de la clase obrera, cualquiera sea nuestro origen social o nuestra posición en la escala del trabajo "productivo".48

La relación entre los intelectuales y el partido debía evaluarse en función de estas premisas, considerando en primer lugar las dificultades organizativas y la falta de coordinación que aún afectaban al espacio cultural del partido. Esta coordinación no equivalía a una intromisión del partido en los asuntos que concernían a los intelectuales, pues, afirmaba sofísticamente, tal cosa equivalía a considerar que los intelectuales no participaban de las decisiones políticas de la organización. En tanto que los intelectuales, razonaba, contribuían a elaborar la línea política de la que luego eran ejecutores, la función dirigente del partido consistía únicamente en definir una "unidad de tendencia", lo que no equivalía a una "unidad de expresión", tal como señalaban sus críticos. Esto exigía que los intelectuales integraran el marxismo (que siendo la filosofía del partido lo es de la clase obrera, aclara) a la realización de su propio obra. La función militante de los intelectuales comunistas en tanto intelectuales de vanguardia es, concluye, proveer los elementos ideológicos para la agitación de la línea programática.49

El "camino argentino" al socialismo: conclusiones de una victoria ambigua

Si el informe de Agosti precisó los contornos ideológicos de una política partidaria para los intelectuales, el texto del historiador Leonardo Paso (seudónimo de Leonardo Voronovitsky) hizo lo propio con los aspectos organizacionales, aunque desde un punto de vista instrumental que en buena medida contrariaba las palabras de Agosti.50 Odontólogo de profesión, la carrera de Paso como historiador comunista comenzó por la voluntad de Victorio Codovilla, quien disconforme con las críticas a Bernardino Rivadavia y la valorización de los caudillos que Rodolfo Puiggrós había realizado en su libro Los caudillos y la Revolución de Mayo (1942), le encomendó que elaborara una respuesta.51 Una vez expulsado el grupo de Puiggrós y, más tarde, Juan José Real, autor del Manual de Historia Argentina (1951), Paso se convirtió en la figura central del espacio historiográfico comunista, si bien su escaso apego a los métodos y rigores del oficio lo mantuvo en los márgenes del campo profesional y la vida universitaria. En el interior del partido, sin embargo, era una figura respetada y gozaba de la confianza de las dirigencias, lo que explica la centralidad de su intervención en la reunión de intelectuales, así como en la siguiente, realizada en 1958, donde polemizó con el joven historiador José Carlos Chiaramonte.52
Para el autor de Rivadavia y la línea de Mayo (1960) el trabajo de los intelectuales en el partido era totalmente insuficiente. En primer lugar porque hasta ese momento la cultura era preocupación de unos pocos y no un trabajo colectivo de todo el partido, lo que acentuaba la debilidad ideológica con la que se afrontaban los debates político-culturales y la falta de organicidad de las agrupaciones propiamente intelectuales, que actuaban sin dirección ni coherencia.53 Presas del individualismo propio de su condición, los intelectuales comunistas seguían sintiéndose más cómodos en la posición de francotiradores y, salvo excepciones, despreciaban el trabajo gremial, participaban a desgano de la vida celular y no tenían ningún interés en asimilar el marxismo y la línea del partido. Los escritores eran, por antonomasia, el mejor ejemplo de esta inconsecuencia. Pero además, tendían a rechazar la injerencia del partido en el frente intelectual, haciendo gala de una imperdonable autonomía. Dominado por los "resabios pequeño-burgueses", el intelectual comunista insistía en desvincular su obra o su creación de su militancia política, cometiendo gruesos errores, como juzgar el contenido de una obra separada de la conducta política de su autor o asistir a un congreso científico y discutir sobre la calidad académica de los trabajos presentados y no sobre la revolución democrático-burguesa.

La realidad era que los camaradas consideraban que el frente científico no era un frente ideológico y político. Esta tendencia a separar lo ideológico de su propia actividad específica, es una debilidad que debemos ir venciendo, y creo que debe ser una de las conclusiones de esta conferencia.54

La persistencia de este modo de concebir el trabajo intelectual y, particularmente, de trabajar con la teoría marxista, puede considerarse un síntoma del acotado margen en el que debió moverse la apuesta de Agosti bajo el influjo gramsciano, e incluso de las limitaciones que su propia propuesta encarnaba. Sin embargo, su movimiento fue formalmente exitoso y la orientación de su informe resultó aprobada. El Proyecto de Resolución, escrito por el propio Agosti y que se mantuvo inédito, rebosaba de optimismo.55 La tarea fundamental de los intelectuales comunistas, afirmaba, era establecer un diálogo con sus pares progresistas, y este era el marco que debía contener los límites de la crítica ideológica. Este trabajo unitario debía acompañarse por otro no menos fundamental referido a una correcta caracterización de la disgregación cultural argentina producto de una "hipertrofia metropolitana" que conducía a ignorar las diversidades regionales. Haciéndose eco por primera vez de los debates que atravesaban el comunismo internacional, el texto afirmaba que "la búsqueda de un 'camino argentino' hacia el socialismo era inseparable del examen concreto de las particularidades de cada región".56 El desarrollo de esta suerte de "policentrismo" argentino, en el cual los intelectuales estaban llamados a cumplir una función dirigente, requería de estos un perfeccionamiento político-ideológico basado en el estudio de la "línea del partido" y del "marxismo-leninismo", términos que no casualmente tendían a fundirse en una misma cosa. Se trataba, entonces, de integrar el marxismo a su propia actividad creadora sobre la base de un análisis "concreto" de la realidad nacional:

Para los intelectuales comunistas el marxismo-leninismo debe representar una actitud creadora en el dominio de su propia especialidad, no simplemente el conocimiento dogmático de las líneas generales de la teoría. Ya Engels recordaba en su tiempo que conocer los principios del materialismo histórico no eximía de la investigación histórica concreta.57

Esta función requería de formas organizativas flexibles y con una escala federal, además de la creación de comisiones dedicadas exclusivamente al trabajo ideológico en áreas sensibles como la filosofía, la historia argentina y la teoría artístico-literaria. Esta organización debía permitir superar las discrepancias ideológicas, pues imponía a los intelectuales el deber de discutir colectivamente los problemas hasta alcanzar una postura unitaria.58 Era también la forma de combatir la "crisis ideológica" por la que atravesaban las nuevas generaciones, inusitadamente atraídas por el marxismo pero proclives a los "brebajes existencialistas" y a las fórmulas de un marxismo abierto que encubría mal su antileninismo.59 Conviene citar el texto de la resolución, dado que expresa con elocuencia los límites y las contradicciones que una concepción positivista de la relación entre teoría y política imponía aún a las voluntades más aperturistas:

El partido no impone una forma de expresión determinada a sus intelectuales, no les impone siquiera una filosofía; les reclama, eso sí, la adhesión a su programa político, tal como surge de prescripciones estatutarias que todos sus afiliados han aceptado y están obligados a cumplir y hacer cumplir, en la medida misma en que ellos también contribuyen a elaborar, responsable y soberanamente, el programa político. Pero el partido -que no es una entidad extratemporal sino un cuerpo vivo que todos nosotros constituimos y animamos- no practica la neutralidad ideológica puesto que su propio programa político está decidido según los métodos de análisis del marxismo-leninismo. En este sentido, al reiterar su empeño a favor de la educación de sus miembros en los principios de la filosofía materialista dialéctica, la Primera Conferencia Nacional de Intelectuales Comunistas los exhorta a cumplir, como miembros responsables del partido de la clase obrera, la función dirigente que les corresponde en la gran batalla por los ideales del socialismo.60

El notable esfuerzo de Agosti por dotar al trabajo intelectual de una importancia de la que carecía en la estrategia partidaria y desarrollar una crítica a las concepciones mecanicistas y positivistas del marxismo que prescindían de toda valorización del rol de las ideas en los procesos de cambio social, fue una respuesta heterodoxa a un problema de la más absoluta ortodoxia: lograr que los intelectuales comunistas superaran una forma de adhesión al partido que se mantenía en el terreno del compromiso político personal y avanzaran hacia una mayor integración del marxismo-leninismo en su trabajo profesional y creador. En este sentido, amparándose en la figura del "intelectual orgánico" gramsciano, Agosti ofreció una respuesta meditada al combate contra el obrerismo.
Embarcado en una batalla contra el sectarismo y el nacionalismo cultural que había comenzado a pregnar el discurso comunista, y que incluía una importante dosis de antiintelectualismo, Agosti plantea el tema de los intelectuales operando en dos direcciones. Por un lado, afirma que por su pertenencia a las clases medias deben ser objetivamente considerados parte del pueblo, sujeto de la revolución democrática-burguesa. Esto obligaba al partido a darse una política de cooptación, que, dadas las condiciones de proletarización creciente del trabajo intelectual, puede adoptar la forma del gremialismo y las reivindicaciones corporativas. Por otro, distingue a los intelectuales del conglomerado de las clases medias por la función específicamente ideológica que desempeñan. Colocado desde esta perspectiva, el problema de los intelectuales ya no se reduce a un economicismo estrecho y adquiere su completa significación: como transmisores -e incluso creadores- de la ideología de las clases o grupos sociales que se enfrentan en la sociedad, los intelectuales cumplen un papel principal en los procesos de transformación de la conciencia de las masas. Por esta razón, el partido debe interpelar a los intelectuales en función de su rol ideológico y no simplemente como un tipo particular de trabajadores productivos. Este objetivo no podría ser alcanzado si se mantenía una concepción reduccionista y sectaria sobre los fenómenos culturales, pues tal postura impedía realizar una correcta caracterización del mundo intelectual y establecer una política de alianzas con los sectores liberales y democráticos, indispensables en el combate contra el oscurantismo, el hispanismo, el cosmopolitismo y la cultura de masas, manifestaciones del enemigo principal en el terreno de la cultura.
Colocado el análisis desde el punto de vista de su oposición a los sectores partidarios más proclives a una crítica cultural que operaba mediante una correlación mimética con los hechos políticos y económicos dando forma a una posición obrerista y con claras conexiones con el nacionalismo cultural, puede decirse que Agosti representaba una posición heterodoxa respecto al zhdanovismo, comprendido como ortodoxia. En efecto, su postura leninista acerca de la necesidad de que el movimiento obrero no rechazara el valor de las tradiciones culturales burguesas sino que las recuperara como una herencia que debía ser superada, sumado a la incorporación de categorías gramscianas que permitían considerar la función de los intelectuales y la cultura superando las definiciones puramente economicistas, constituyen elementos que le permitieron avanzar en un programa destinado a dotar a los comunistas de una visión más sutil y compleja de los fenómenos políticos y culturales. Ahora bien, estos gestos de heterodoxia frente a las codificaciones más reduccionistas sobre la política y la cultura convivieron con una permanente apuesta por el juste millieu que obturó el desarrollo de estas intuiciones, al punto de que en muchos aspectos Agosti actuó como un dique de contención frente a los que él mismo definía como los "desaforados". Desde las purgas antivanguardistas de 1948 hasta la expulsión de sus discípulos en 1963, Agosti demostró que no estaba dispuesto a llevar sus cuestionamientos hasta el punto de comprometer aspectos nodulares de la cultura política y la tradición marxista en la que se había formado.61 Aun así, su apuesta fue efectiva en muchos sentidos, pues no solo abrió una brecha para el inicio de una breve, acotada y finalmente fallida apertura hacia nuevos horizontes intelectuales bajo el amparo gramsciano, sino que lo posicionó como el único intelectual comunista que fue capaz de articular alguna respuesta a las demandas del nuevo clima político e intelectual abierto en la convergencia del fin de la experiencia peronista y la crisis del comunismo.
Figura típica del clerc comunista, como lo definió Carlos Altamirano, la figura de Agosti concita la atención porque concentra de modo ejemplar todas las paradojas de ese personaje de dos mundos que es el intelectual de partido, obligado a moverse en un espacio siempre tensionado entre valores e intereses contradictorios como los que provienen de las lógicas del campo intelectual y las demandas político-partidarias.62 Abordar los pliegues de su trayectoria sin renunciar a la complejidad de su posición e incluso a los puntos ciegos de sus razonamientos es útil para pensar no solo el comunismo, sino el compromiso político de los intelectuales con todo proyecto o experiencia partidaria que exige una lealtad sin fisuras.

Notas

1 El intelectual de partido, afirma Gisèle Sapiro, "tiene como tarea principal ilustrar o defender la doctrina y/o la línea ideológica del espacio al que ha decidido unirse", en "Modelos de intervención política de los intelectuales. El caso francés", Prismas, nº 15, 2011, p, 143. Sobre la dimensión teleológica del compromiso intelectual con el comunismo es clásico el ensayo de François Furet, El pasado de una ilusión. Ensayo sobre la idea comunista en el siglo XX , Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1995. Para una discusión véanse los ensayos, reunidos en la primera parte, de Michel Dreyfus, Bruno Groppo, Claudio Ingerflom et. al. (dirs.), Le siécle des communismes, París, De l'Atelier/ Éditions Ouvrières, 2004.

2 Un estudio del PCA en este período centrado en sus vínculos con el mundo de los trabajadores es el de Hernán Camarero, A la conquista de la clase obrera. Los comunistas y el mundo del trabajo en la Argentina, 1920-1935, Buenos Aires, Siglo XXI/Editora Iberoamericana, 2007.

3 Cf. Ricardo Pasolini, Los marxistas liberales. Antifascismo y cultura comunista en la Argentina del siglo XX , Buenos Aires, Sudamericana, 2013.

4 Cf. Adolfo Sánchez Vázquez, Estética y Marxismo, vol 1, México, Era, pp. 60-64, y Antoine Baudin y Leonid Heller, "Le réalisme socialiste comme organisation du champ culturel", Cahiers du monde russe et soviétique, vol. 34, n° 3, 1993, pp. 307-343.

5 Cf. Gisèle Sapiro, "Formes et structures de l'engagement des écrivains communistes en France. De la 'drôle de guerre' à la Guerre Froide", Sociétés et Représentations, vol. 1, nº 15, 2003, pp. 155-176.

6 Ambos jóvenes habían sido expulsados de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA) por su militancia política. Lograron hacerse conocidos en la prensa comunista gracias a sus diatribas contra intelectuales y escritores no comunistas, entre ellos Ricardo Güiraldes, Roberto Arlt, Francisco Romero y Eduardo Mallea. Dirigieron Cuadernos de Cultura durante los primeros cinco números.

7 Cf. Horacio Tarcus y Ana Longoni, "Purga antivanguardista", Ramona.Revista de artes visuales,nº 14, julio de 2001, pp. 55-57, y Ana Longoni y Daniela Lucena, "De cómo el 'júbilo creador' se trastocó en 'desfachatez'. El pasaje de Maldonado y los concretos por el Partido Comunista. 1945-1948", Políticas de la Memoria, nº 4, verano de 2003/2004, pp. 117-128.

8 Con el nombre de "Crisis Real" se conoce el breve intento de acercamiento al peronismo que fue comandado por el secretario de organización mientras Victorio Codovilla se encontraba en Moscú participando del XIX Congreso del PCUS. Aunque el episodio sigue envuelto en un aire de confusión, Isidoro Gilbert sugiere que se trató de un cambio de rumbo propiciado por los soviéticos, interesados en encontrar un camino de colaboración diplomática con el gobierno argentino y mejorar su posición geopolítica en el continente, meta contradictoria con el antiperonismo que dominaba entre las dirigencias comunistas. Otros testimonios sugieren que el propio Codovilla avaló el movimiento (cf. El oro de Moscú. Historia secreta de la diplomacia, el comercio y la Inteligencia soviética en la Argentina, Buenos Aires, Planeta 1994, pp. 179-184). Cuando Codovilla regresó al país terminó con el intento peronizante y Real fue expulsado del partido acusado de encabezar una fracción "nacionalista-burguesa". En este interregno, los intelectuales comunistas, Agosti entre ellos, emitieron un llamamiento a los escritores que entre otras cuestiones proponían fundir a la SADE con las organizaciones intelectuales peronistas, la Asociación de Escritores Argentinos (ADEA) y el Sindicato Argentino de Escritores (SAE), lo que derivó en una enorme polémica y terminó con la ruptura del espacio de confluencia intelectual logrado mediante la Campaña de Recordación Echeverriana de 1951. Así nacieron la Asociación Cultura Argentina para la Defensa y Superación de Mayo (ASCUA), que aglutinó el espacio de la fracción liberal independiente, mientras los comunistas fundaron la Casa de la Cultura Argentina, que sobrevivió accidentadamente hasta su clausura definitiva por el gobierno de Arturo Frondizi en 1958.

9 Cf. Horacio Crespo, José Aricó.Entrevistas (1974-1991), Córdoba, Centro de Estudios Avanzados/Universidad Nacional de Córdoba, 1999, p. 69.

10 Geoff Eley, Un mundo que ganar:historia de la izquierda en Europa,1850-2000.Barcelona, Crítica, p. 333.

11 Cf. Carlos Altamirano, Peronismo y Cultura de Izquierda, Buenos Aires, Siglo XXI, 2011, pp. 73 y ss.

12 Oscar Terán, Nuestros años sesentas.La formación de la nueva izquierda intelectual argentina 1956-1966, Buenos Aires, El Cielo por Asalto, 1993, pp. 57-72.

13 Existen varios trabajos biográficos sobre Agosti, entre ellos el del comunista Samuel Schneider, Héctor P. Agosti: creación y milicia, Buenos Aires, Grupo de Amigos de Héctor P. Agosti, 1994. Para datos precisos consultar la voz correspondiente en el Diccionario Biográfico de la Izquierda Argentina, de Horacio Tarcus, Buenos Aires, Emecé, 2007, pp. 6-8. Véase también la tesis de maestría inédita de Laura Prado Acosta, "Héctor Agosti, el difícil equilibrio. Partido Comunista e intelectuales (1936-1963)", Buenos Aires, Universidad de San Andrés, 2010, y el libro de Alexia Massholder, dedicado a revalorizar la figura de Agosti como intelectual de partido, El Partido Comunista argentino y sus intelectuales. Pensamiento y acción de Héctor P. Agosti, Buenos Aires, Luxemburg, 2014.

14 Héctor Agosti, Echeverría,Buenos Aires, Futuro, 1951, p. 12. Para un análisis crítico de las hipótesis gramscianas de Agosti en este libro véase José María Aricó, La cola del diablo. Itinerarios de Gramsci en América Latina, Buenos Aires, Siglo XXI, 2005.

15 Sobre el pensamiento de Echeverría consúltese Carlos Altamirano y Beatriz Sarlo, Ensayos argentinos.De Sarmiento a la vanguardia, Buenos Aires, Ariel, 1997, pp. 60-69.

16 Cf. Héctor P. Agosti, José Ingenieros.Ciudadano de la juventud, Buenos Aires, Futuro, 1945.

17 Artículo publicado en LesTemps Modernes, nº 122, febrero de 1956.

18 Héctor P. Agosti, Diario personal inédito, pp. 70-71, Archivo HPA/CeDInCI.

19 Nueva Era, Año 8, n° 3, p. 14.

20 "Boletín preparatorio de la Primera Asamblea Nacional de Intelectuales Comunistas", c. 1956, mimeo, p. 1, Archivo PCA.

21 Ibid., p. 1

22 Sobre las polémicas en torno a la gauchesca y la literatura nacional véase Adriana Petra, "Cosmopolitismo y nación. Los intelectuales comunistas argentinos en tiempos de la Guerra Fría (1947-1956)", Contemporánea. Historia y Problemas del siglo XX , vol. I, n° 1, octubre de 2010, pp. 51-74. También Alejandro Cattaruzza, "Visiones del pasado y tradiciones nacionales en el Partido Comunista Argentino (ca. 1925-1950)", A Contracorriente , vol. 5, nº 2, invierno de 2008, pp. 169-195.

23 Para esta perspectiva consúltese Julio Bulacio, "Intelectuales, prácticas culturales e intervención política: la experiencia gramsciana en el Partido Comunista Argentino", en H. Biagini y A. A. Roig (eds.), El pensamiento alternativo en la Argentina del siglo XX. Obrerismo, vanguardia y justicia social (1930-1960), Buenos Aires, Biblos. pp. 51-75.

24  Héctor P. Agosti, "Los problemas de la cultura argentina y la posición ideológica de los intelectuales comunistas", en Para una política de la cultura, Buenos Aires, Procyón, 1956.

25  Carta de Vicente Parrini a Héctor P. Agosti, Santiago de Chile, 25 de enero de 1957 (Archivo HPA/ CeDInCI, Carpeta 2). En el Brasil, La Revista Brasiliense, dirigida por Caio Prado Jr., publicó un extenso y elogioso comentario y el texto formó parte de las discusiones abiertas en el PCB luego del XX Congreso.

26 "Apuntes para una reunión", Archivo HPA/ CeDInCI, Caja 6.

27 Agosti, "Los problemas de la cultura argentina.", op.cit., p. 10.

28 Cf. Daniel Lvovich y Marcelo Fonticelli, "Clase contra clase. Política e historia en el Partido Comunista Argentino (1928-1935)", Desmemorias. Revista de Historia, vol. VI, nº 23/24, 1999, pp. 199-221.

29 Agosti, "Los problemas de la cultura argentina.", op.cit., p. 14.

30 En 1920, el austromarxista Max Adler había apelado a los mismos textos de Marx para pensar la cuestión de los intelectuales en el contexto del debate sobre el revisionismo. Rechazando una aproximación puramente sociológica al problema, Adler afirmaba que dado que en la sociedad capitalista solo se consideraba productivo el trabajo del que se obtenía ganancia, esto afectaba de manera dramática la actividad cultural y científica. La negación de la creatividad del trabajo humano que efectuaba el capitalismo mancomunaba a los intelectuales con otros estratos sociales y constituía un elemento fundamental de su integración política y del lugar que la teoría debía ocupar en la estrategia de los partidos socialdemócratas. Cf. El socialismo y los intelectuales, México, Siglo XXI, pp. 108 y ss.

31 Cf. Leonardo Paggi, "Intelectuales, teoría y partido en el marxismo de la Segunda Internacional. Aspectos y problemas", en ibid., pp. 7-114.

32 Para un desarrollo del concepto de "pueblo" en Agosti véase Georgina Georgieff, Nación y Revolución.Itinerarios de una controversia en Argentina (1960-1970), Buenos Aires, Prometeo, 2008, pp. 255-259.

33 Agosti, "Los problemas de la cultura argentina.", op.cit., p. 17. La referencia a Prestes no es inocente. A comienzos de los años cincuenta el Partido Comunista Brasileño (PCB) había adquirido una posición de liderazgo comunista regional y su programa era considerado un modelo adecuado a la nueva situación continental, pues consideraba la dominación imperialista norteamericana como la contradicción principal. Cf. Gerardo Liebner, Camaradas y compañeros. Una historia política y social de los comunistas del Uruguay, Montevideo, Trilce, 2011, p. 209.

34 Agosti, "Los problemas de la cultura argentina.", op.cit., p. 19

35 Ibid., p. 21.

36 Agosti, "Los problemas de la cultura argentina.", op.cit., pp. 21-22.

37 Ibid., pp. 43-45.

38 Cf. Héctor P. Agosti, "Sobre algunos problemas de la cultura argentina (discurso pronunciado en la conferencia nacional del Partido Comunista)", Orientación, febrero de 1946.

39 Agosti, "Los problemas de los intelectuales comunistas.", op.cit., p. 24.

40 Ibid., p. 27

41 Cf. Antonio Gramsci, Los intelectuales y la organización de la cultura, Buenos Aires, Lautaro, 1960, pp. 11-28.

42 Agosti, "Los problemas de la cultura argentina.", op.cit., p. 28.

43 Agosti, "Los problemas de la cultura argentina.", op.cit., p. 31.

44 Ibid., p. 36.

45 Ibid., p. 40.

46 Ibid., p. 42

47 Cf. "La expresión de los argentinos", en Cuadernos de Bitácora, Buenos Aires, Lautaro, 1949.

48 Agosti, Los problemas de la cultura argentina., op.cit., p. 48.

49 Agosti, "Los problemas de la cultura argentina.", op.cit., p. 54.

50 Leonardo Paso, "Informe sobre algunos problemas de organización de los intelectuales comunistas, con motivo de la conferencia nacional de intelectuales por el compañero Leonardo Paso", s/f (c. 1956), Archivo PCA.

51 Cf. Omar Acha, Historia crítica de la historiografía argentina (vol. I: Las izquierdas en el siglo XX), Buenos Aires, Prometeo, 2009, p. 160.

52 La Segunda Reunión de Intelectuales Comunistas se realizó los días 13 y 14 de diciembre de 1958 y contó con la presencia de representantes de Capital Federal, Buenos Aires, Córdoba, Santiago del Estero, Santa Fe y Mendoza. Aunque presidida por Agosti, el informe principal estuvo a cargo de Paso y fue de un marcado tono antiperonista. La revista Cuadernos de Cultura reprodujo parte de este informe, acompañado de las intervenciones de los representantes de Córdoba y Santa Fe, Héctor Schmucler y José Carlos Chiaramonte. Este último centró su intervención en la necesidad de una crítica más sistemática al liberalismo y discutió con Paso acerca de la caracterización del "enemigo principal" en el terreno de la cultura. Centrar el problema solo en el clericalismo, afirmaba, constituía una traslación mecanicista y unilateral de una tesis política y resultaba ineficiente para evaluar dialécticamente las contradicciones principales y secundarias, perdiendo de vista otras variantes igualmente funcionales al imperialismo y la oligarquía como el liberalismo económico, el irracionalismo filosófico o el "marxismo nacional". Cf. "Los intelectuales comunistas y sus tareas", en Cuadernos de Cultura, nº 40, marzo de 1959, pp. 127-129.

53 Paso, "Informe sobre algunos problemas.", op.cit., p. 2

54 Ibid., p. 12.

55 Proyecto de resolución, s/f (c. 1956). Archivo PCA.

56 Ibid., p. 11.

57 Proyecto de resolución, op.cit., p. 13.

58 Ibid., p. 12.

59 Ibid., p. 51.

60 Ibid., p. 14

61 Sobre la expulsión de Juan Carlos Portantiero y el grupo de la revista cordobesa Pasado y Presente, véase Raúl Burgos, Los gramscianos argentinos. Política y cultura en la experiencia de Pasado y Presente, Buenos Aires, Siglo XXI, 2004, y Adriana Petra, "En la zona de contacto: Pasado y Presente y la formación de un grupo cultural", en Diego García y Ana Clarisa Agüero, Culturas Interiores. Córdoba en la Geografía nacional e internacional de la cultura, La Plata, Al Margen, 2010, pp. 213-239.

62 Cf. Altamirano, Peronismo y cultura de izquierda, op. cit., p. 178.

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Publicaciones

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Archivos

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