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Prismas

versão On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.19 no.1 Bernal jun. 2015

 

RESEÑAS

Annick Lempérière (ed.),
Penser l'histoire de l'Amérique latine. Hommage à François-Xavier Guerra, París, Publications de la Sorbonne, 2012, 324 páginas

 

Es casi inútil recordar el fuerte impacto que tuvieron los trabajos de François-Xavier Guerra en las historiografías latinoamericanas. Sin embargo, en Francia -país donde este se desempeñó como profesor e investigador en la Universidad de la Sorbonne-Paris 1- su obra sigue siendo poco conocida más allá de los ámbitos latinoamericanistas. Por ello, la publicación de Penser l'histoire de l'Amérique latine, homenaje compilado por Annick Lempérière, cumple una doble función. Por un lado, da cuenta de la importancia de la renovación historiográfica impulsada por este gran historiador que murió prematuramente en 2002. Por otro lado, evidencia sus aportes en las investigaciones actuales de quienes fueron sus alumnos o colegas -europeos y latinoamericanos- y son autores de los artículos del libro. En este sentido, los trabajos reunidos permiten apreciar el rol clave que desempeñó Guerra en el desarrollo de los estudios latinoamericanistas en Francia y en la formación de historiadores franceses y latinoamericanos.
Para Guerra, Pensar la historia de América Latina significó ante todo explorar las relaciones del continente con la modernidad política. Los instrumentos metodológicos y conceptuales que desarrolló para este fin, así como el tipo de interpretaciones que formuló sobre los procesos históricos de invención de un nuevo orden político en el mundo hispánico decimonónico, se ven reflejados en los textos del libro. Algunos autores dialogan directamente con las propuestas metodológicas de Guerra, otros presentan investigaciones que se inscriben en la nueva historia de lo político guerriana. Son particularmente interesantes los trabajos que retoman problemas formulados por Guerra sobre el siglo XIX para pensar el siglo XX.
Siguiendo el esclarecedor prólogo de Annick Lempérière, se pueden identificar al menos tres puntos que determinaron el cambio de perspectiva historiográfica iniciado con Le Méxique1 y profundizado a partir de Modernidad e independencias.2 En primer lugar, en el contexto intelectual francés de los años 1980, marcado por el cuestionamiento de las sociologías objetivistas y de la historia social, Guerra reemplazó el uso de categorías sociales preestablecidas por la observación empírica de los actores y la reconstrucción de la dimensión relacional y cultural que organiza las actividades colectivas de los individuos. En segundo lugar, revalorizó el carácter contingente inherente a todo proceso histórico y el rol transformador del acontecimiento, es decir "su capacidad para crear en los espíritus de los actores un 'antes' y un 'después'" (p. 202). Finalmente, al distanciarse de los análisis socioeconómicos de la historia, a los que consideraba deterministas, rehabilitó el campo de lo político como dimensión clave para entender fenómenos de ruptura como son las revoluciones hispánicas y, en el siglo XX, la Revolución mexicana.
Si bien este cambio de perspectiva se inscribió en un contexto más general -marcado por la empresa revisionista de François Furet durante el Bicentenario de la Revolución Francesa-, la originalidad de la obra de Guerra residió en su interpretación novedosa del siglo XIX latinoamericano. Al sostener que el origen de las independencias no debe buscarse en 1810 sino en 1808 -con la invasión del ejército napoleónico a la España peninsular y las consiguientes abdicaciones reales en Bayona que provocaron la crisis de legitimidad de la monarquía hispánica-, el historiador francés reinterpreta el proceso independentista hispanoamericano bajo el prisma de la desintegración del
imperio, inscribiendo la historia latinoamericana en un espacio euro-americano. Antonio Annino explicita en su texto este "proceso único y global" que desembocó en la fragmentación de un conjunto político en múltiples cuerpos soberanos. El autor resalta con claridad el valor heurístico de la categoría "revoluciones hispánicas" al explicar que se trata de un modelo para pensar de manera general la construcción de la nación en otros casos de crisis imperial que se diferencian del esquema clásico.
El concepto de "euro-américa latina" propuesto por Guerra es recuperado, profundizado o repensado por otros autores de la compilación. Frédéric Martínez plantea una nueva forma de abordar las construcciones nacionales latinoamericanas a partir de los actores y las representaciones que circulaban en el espacio atlántico. Más empírico, el trabajo de Sol Serrano sobre la reorganización de la Iglesia chilena en el período de la república liberal decimonónica es particularmente interesante. Al analizar la introducción de las congregaciones femeninas francesas y de las cofradías de Saint-Vincent en el contexto sociocultural chileno, la historiadora da cuenta de un caso concreto de adaptación y reinvención en el marco del cual el catolicismo local pudo renovarse y anclarse en una sociedad civil en proceso de modernización. Jean-Frédéric Schaub, por su parte, propone complejizar la dicotomía entre civilización y barbarie desde una perspectiva más teórica que procura superar la división entre historia de Europa e historia de los mundos coloniales.
Finalmente, Olivier Compagnon ofrece una reflexión crítica sobre las nociones de "influencias" y "modelos" y sugiere estudiar las relaciones entre los dos espacios en términos de "transferencias culturales". De esta manera, afirma, es posible desarrollar una historia de los intercambios culturales más allá de la dicotomía clásica entre culturas dominantes y dominadas, restituyendo la complejidad de esas circulaciones en el espacio euroamericano.
Otro punto clave de la mirada guerriana es el énfasis en el carácter imprevisible e irreversible de lo acontecido durante el bienio crucial (1808-1809) que provocó la irrupción de la modernidad en una monarquía de Antiguo Régimen. Dicha perspectiva supone centrarse en el proceso -siempre indeterminado- de invención de una nueva legitimidad y de un nuevo orden políticos, en la aparición de nuevos actores, así como en la reformulación de las identidades, de las prácticas, de los valores, de los espacios de sociabilidad y de los mecanismos de gestión de la cosa pública. Desde esta perspectiva, Marie-Danielle Demélas y Carole Leal Curiel colocan el foco en los lenguajes políticos modernos -pueblo y república- fundantes de las revoluciones hispánicas, para analizar tanto sus usos como los sentidos e imaginarios a los que remiten. Por su parte, Richard Hocquellet analiza el proceso revolucionario desde la metrópoli de la monarquía española, interrogándose sobre el proceso de transformación política que, entre 1808 y 1810, produjo la irrupción de la modernidad en la península ibérica. Según explica el autor, en un primer momento la inmediata reacción patriótica de fidelidad al rey Fernando VII encontró en el lenguaje pactista la coherencia que otorgó legitimidad a las juntas de gobierno. Sin embargo, fue la paulatina adopción de un discurso liberal y de prácticas políticas modernas la que permitió articular la referencia a la nación en forma autonomizada con respeto a la figura del rey.
Otros autores se centran en la definición de nuevos espacios públicos a partir de la obra de Guerra: es el caso de Marco Morel sobre el rol de la prensa periódica en la formulación de una teoría de la independencia en el Brasil, o el de Elisa Cárdenas sobre la organización del espacio público porfiriano y sus mutaciones en los albores de la revolución de 1910. Es de gran interés el artículo de Sophie Baby ya que reflexiona sobre la constitución de un nuevo orden político en el contexto contemporáneo de la transición democrática española (1975-1982). En un período marcado por los atentados de ETA y la creciente amenaza de golpe militar, Baby señala las contradicciones de un sistema que, en nombre de la defensa del consenso democrático, se encaminó hacia una concepción restrictiva del espacio público, privilegiando el orden y los métodos ilegales de represión por sobre derechos y libertades de los ciudadanos.
Una de las conclusiones más controvertidas de Guerra sobre las particularidades y las paradojas de la modernidad política en las revoluciones hispánicas se refiere a la idea
de un siglo XIX marcado por la adopción de imaginarios, instituciones y prácticas del liberalismo moderno en sociedades tradicionales que seguían siendo mayoritariamente holistas. En su análisis de Le Méxique, Clément Thibaud muestra cómo, a partir de un uso crítico de la prosopografía, Guerra pudo superar los fundamentos individualistas de esta herramienta metodológica para reconstruir el complejo juego que se tejió entre la ficción política y las prácticas sociales durante la Revolución mexicana. Su aproximación al Porfiriato en términos relacionales y culturales es lo que lo llevó a reflexionar sobre la dualidad de la construcción de un orden republicano en el marco de una sociedad tradicional. Si la legitimidad política descansaba en los principios liberales y en la soberanía popular, el vínculo entre el orden político y la sociedad concreta se materializaba en una pirámide de relaciones personales basadas en la reciprocidad desigual y mediadas en última instancia por Porfirio Díaz. La Revolución mexicana puede entenderse entonces como un desmoronamiento relacional: el vacío de poder creado por la crisis de sucesión del presidente derivó en una competencia entre redes clientelares, en la parálisis del sistema, y creó las condiciones de posibilidad de una "sustancialización del pueblo" (p. 199) a través de la movilización de la sociedad.
Esta articulación guerriana entre el orden de lo político y el orden de lo social es retomada en varios artículos que componen el libro. A partir de un estudio prosopográfico más clásico sobre la dirigencia chilena entre 1888 y 1925, Marco Feeley insiste en el carácter cerrado de un campo político dominado por una elite muy restringida y socialmente homogénea. A pesar de las constantes referencias discursivas al mundo igualitario de la modernidad, la política seguía dominada por una "saniors pars" cuyos vínculos de parentesco en el campo social eran el instrumento de acumulación de poder político. Por su parte, el trabajo de microhistoria de Nikita Harwich analiza cómo, en la pequeña localidad de Ocumare de la Costa en Venezuela, los vínculos de solidaridad tradicionales son los que prevalecieron por sobre las exigencias del poder abstracto del Estado, representado por la fuerza militar durante la guerra federal (1858-1863). Finalmente, Eugenia Palieraki propone aplicar la articulación entre actores sociales y políticos para comprender la complejidad del proceso de arraigo del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) entre los pobladores y los campesinos chilenos de la década de 1960. Si bien el contexto intelectual y político tiene su peso, la autora remarca la importancia del pragmatismo de esos sectores populares marginalizados en su decisión de unirse al MIR para dar visibilidad y legitimidad a sus reclamos sociales.
En el caso de algunos artículos, el lector tal vez puede lamentar la ausencia de una crítica a la dicotomía guerriana modernidad / tradición. Si bien esta fue novedosa en la década de 1990 para pensar las revoluciones hispánicas, concentra cierto carácter contradictorio y normativo que hubiese sido interesante problematizar. Esto no quita que el libro ofrece una valiosa ilustración de la profundidad y de la amplitud de la renovación historiográfica impulsada por Guerra a través de trabajos actuales que retoman sus aportes interpretativos para pensar nuevos aspectos de la historia de América Latina no solo del siglo XIX sino también del XX.

Marianne González Alemán
Instituto Ravignani-UBA / UNTREF /
CONICET

NOTA

1 François-Xavier Guerra, Le Méxique de l'Ancien Régime à la Révolution, París, L'Harmattan-Publications de la Sorbonne, 2 vols., 1985.         [ Links ]

2 François-Xavier Guerra, Modernidad e independencias. Ensayos sobre las revoluciones hispánicas, Madrid, MAPFRE, 1992.         [ Links ]

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