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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.19 no.1 Bernal jun. 2015

 

RESEÑAS

Valeria Manzano,
The Age of Youth in Argentina. Culture, Politics,& Sexuality from Perón to Videla, Chapel Hill, The University of North Carolina Press, 2014, 329 páginas

 

La lectura del libro de Valeria Manzano, The Age of Youth in Argentina, produce una extraña sensación de familiaridad y de sorpresa. Por sus temas (la modernización de las costumbres, la revolución cultural, la radicalización política), por el período ("de Perón a Videla"), y por la tapa con jóvenes de mini-short y pelo largo, se trata de un trabajo ostensiblemente ligado a ese campo de historia "reciente" que tanto se ha desarrollado en los últimos años. A la vez, es un proyecto singular en espectro y ejecución. En el marco de un recorte temporal generoso, donde los muy "largos sesenta" incluyen al peronismo "clásico" y la dictadura militar, se van desplegando los hilos de una trama densa y compleja, una trama capaz de sostener un repertorio de elementos inusualmente amplio. Apoyado en un vastísimo archivo y en diálogo crítico con hipótesis diseminadas en un ambicioso espectro bibliográfico, Manzano ofrece una narrativa de gran solidez, una narrativa resistente, a todas luces destinada a larga vida. Ofrece, también, un ejercicio en interconexiones, donde se demuestra muchas veces la productividad del entrelazamiento entre historia política e historia cultural.
Los protagonistas de esa historia son los jóvenes, y es la pregunta por su multidimensional experiencia -cultural, sexual, política- la que vertebra el recorrido de todo el libro. Por supuesto, este sujeto social ya tenía un lugar asegurado en la historia de los años sesenta, pero la premisa de ese protagonismo es aquí retomada como un dato a demostrar, un dato observado con extrañamiento, interrogado, desmontado y vuelto a montar:¿por qué los jóvenes? La primera respuesta evoca elementos muy locales, como la expansión inédita del acceso a la escuela secundaria a partir del peronismo, y la célebre experiencia de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) en el ocaso de ese ciclo (cap. 1). Allí donde había dominado una lectura exclusivamente política del significado de esta organización, el trabajo aporta una perspectiva que la vincula a la constitución de identidades etarias.
Este énfasis se encadena sin esfuerzo con la siguiente cuestión. En los tempranos años posperonistas, la preocupación por las marcas que en los jóvenes habría dejado aquella experiencia de tintes emancipatorios estuvo en la raíz de dos corrientes opuestas, ambas destinadas a larga vida: el psicoanálisis y una reacción católica muy vigorizada. No es acaso el primer factor -ampliamente conocido- sino su contrapunto con el segundo lo que produce uno de los muchos efectos de tensión que puntúan el recorrido del libro, pues el proceso argentino de liberación de los jóvenes estuvo acompañado muy de cerca, hasta sus rincones más íntimos, de freno represivo y autoritarismo liso y llano. Si el acceso al secundario era un hito generador de independencia, también era el ingreso a un mundo de monotonía intelectual y de discrecionalidad en el ejercicio del poder, que contrastaba con los cambios en las demás dimensiones de la vida de los jóvenes (cap. 2). Si los sesenta fueron años de experimentación y audacia, también fueron los de las más álgidas versiones del conservadurismo cultural. El lugar que ocupan los archivos de la policía de costumbres a lo largo de esta investigación -un recurso novedoso y bien aprovechado- parece muy justificado en su capacidad para ir marcando una senda insidiosa de violencia larvada y conflictos no resueltos.
Una de las claves de la potencia narrativa del libro reside en la decisión de acceder a los problemas generales a partir del análisis denso de entradas particulares, donde algunos episodios -grandes y no tan grandes, conocidos y no tanto- anudan progresivamente los hilos de la trama. Así ocurre con la cuestión del conflicto intergeneracional, por ejemplo, abordado a partir de un caso policial de enorme resonancia pero raramente evocado en las
reconstrucciones de la época. La desaparición de la joven Norma Penjerek en mayo de 1962 absorbió la atención pública durante meses, desencadenando una "ola de pánico" en torno a la cuestión de la moral sexual de los jóvenes y los límites de la nueva libertad de movimiento (cap. 5). Diversas dimensiones del caso van sirviendo de apoyatura para mostrar no solamente un pico de terror moral, sino también las agudas tensiones intergeneracionales surgidas del desencuentro cada vez mayor entre las expectativas de los jóvenes -sobre todo, de las jóvenes- y la vigencia persistente de la autoridad patriarcal. He aquí otro nudo de tensión que a lo largo del libro conecta dilemas de la escuela secundaria, de la universidad y, luego, de la militancia política.
Siguiendo esta estrategia expositiva, la reconstrucción de la experiencia juvenil se organiza en torno de algunos síntomas que permiten revisitar las hipótesis más conocidas en relación a los consumos generacionales con una mirada atenta a las demarcaciones internas de clase, de género y de ideología. (Los capítulos 3 y 4, entre los más atractivos del libro, retoman perspectivas desarrolladas en proyectos previos, como el volumen Los sesenta de otra manera, coeditado por Manzano, Isabella Cosse y Karina Felitti.) Y aquí, la historia sociocultural de los objetos gana un lugar preeminente. La cuestión de la vestimenta, por ejemplo, es abordada a partir de un análisis minucioso de la dupla jeans/ vaqueros, explorada en sus materialidades concretas y sus reverberaciones semánticas recónditas. De manera similar, la música de los jóvenes es ubicada firmemente en el marco del mercado discográfico, para luego ponderar sus muy disímiles efectos identitarios. En ambos casos, el seguimiento de las condiciones materiales de circulación -seguimiento desapegado, muy informativo en relación a las estrategias de producción, publicidad y marketing subyacentes- se combina con la observación aguda de los significados diferenciados en el consumo de estos bienes. Así establecido, este escenario permitirá luego concebir los puentes posibles, y los imposibles, con la dimensión política de esa identidad juvenil.
También se echa mano de apoyaturas concretas para abordar la difícil pregunta por la intersección entre prácticas culturales y radicalización política. A partir de la evocación de la experiencia del nuevo turismo joven, Manzano traza las coordenadas de una geografía de la rebelión (cap. 6). La vía que apunta a las comunidades hippies en los Andes del sur, que es eminentemente contracultural en sus postulados, se va distinguiendo de la que mira al norte, signada por el descubrimiento de una Argentina pobre y discriminada. Es en esta última, en esos campamentos sociales donde convergen programas políticos e intervenciones del catolicismo más contestatario, donde opera decisivamente la fuerza emotiva de la indignación. El descubrimiento de un Tercer Mundo argentino, por completo olvidado de la modernización, talla una forma de pasión política que se radicaliza aceleradamente, mientras se conecta con un horizonte latinoamericano. Acompañado de consumos musicales que también son nuevos -Mercedes Sosa, Quilapayún, Viglietti, Soledad Bravo- el viaje al norte sella el compromiso de muchos en un proyecto revolucionario de escala continental.
Conocido en sus líneas políticas, ese compromiso reaparece aquí siguiendo la lógica general de entrelazamientos transversales. Una de las vías de acceso explora las demandas sobre el cuerpo (cap. 7). Los tardíos sesenta y tempranos setenta, observa Manzano, plantearon dos colocaciones contrapuestas, la del cuerpo erotizado del short y la minifalda, y la del cuerpo resistente y comprometido de la militancia política. Como es sabido, la liberación sexual y vestimentaria fue frenada por padres autoritarios, ligas católicas y policía de costumbres. Pero también chocaría con una prescriptiva revolucionaria que censuraba severamente las indulgencias de los instintos, a la vez que priorizaba particiones de género muy parecidas al más tradicional machismo: el entronizamiento de la "moral proletaria" era, también, el del liderazgo de los hombres. El conservadurismo de género -un aspecto conocido de las organizaciones políticas de los años setenta- aparece entonces como una instancia más en el juego tenso entre liberación y represión del cuerpo joven. Pero la complejidad también se desprende del otro polo: lejos de ser un grito espontáneo, la moda de la delgadez y la minifalda no fue
ajena a presiones y mandatos, allí donde las nuevas estéticas de lo erótico y lo unisex tenían mucho de marketing y boom publicitario. El cuerpo de los (y de las) jóvenes pasó al centro de la escena, sin duda. Y con él, las dificultades para navegar los signos que lo distinguían, y los costos personales que se pagaron en la empresa de distinción.
El clima de radicalización política en el que transcurre la experiencia juvenil se recrea en un goteo de intensidad creciente. Hay un hito temprano, en la presentación del conflicto universitario (cap. 2); y otro, en una pormenorizada cronología del Cordobazo (cap. 6). Pieza maestra del "mayo argentino", el Cordobazo es analizado para mostrar la "diferencia" del caso en relación a otros "mayos" traumáticos de los sesenta. Puesto que el choque entre los insurrectos y las fuerzas represivas no resultó en una escalada represiva mayor (como sí ocurrió en México y en el Brasil), el levantamiento masivo y multiclasista constituyó más bien el punto de partida de un ciclo de gran dinamismo, donde la multiplicación de grupos armados se combinó con coaliciones sociales difusas y de gran amplitud. Mientras en otros horizontes algo se cerraba, en la Argentina algo comenzaba.
En este punto, como en otros, el trabajo encuentra su ángulo en el aprovechamiento de la perspectiva comparada, un ejercicio inevitable quizá para una investigación concebida en el mundo académico norteamericano, donde tanto se ha dicho sobre los jóvenes de los sesenta. El proceso local es puesto en diálogo con la abundante historiografía sobre el período, en un ejercicio de control que ahorra tentaciones esencialistas y pasos en falso. La sensación de amplitud que transmite el libro proviene de ese contrapunteo, que ajusta y oxigena, pero también de una operación historiográfica más actual, como es la atención a la cualidad transnacional de los procesos, como es evidente en el análisis de los consumos. Ejercicios controlados y sensatos permiten combinar escalas conectando lo local con procesos más amplios, sin dejar de atender a lo particularísimo de la experiencia argentina. Una porción decisiva de esa singularidad provino de las formas que adquirió la política, y no sorprende que en sus tramos finales el libro se conecte más francamente con debates locales sobre los giros extraordinarios del peronismo, el auge de la violencia, y la tragedia que envolvió a los jóvenes de los setenta.
Fiel a su proyecto general, sin embargo, el libro no se cierra en un relato de la catástrofe sino que busca nuevos anclajes para la pregunta por la experiencia joven en el "proyecto de reconstitución del orden" (cap. 8). En la revista Gente, que tantas publicidades del erotismo y la sensualidad de la violencia había difundido, aparecen imágenes de muchachos prolijos, emprendiendo un "camino nuevo" de orden (sexual, político, cultural) y reconciliación intergeneracional. Mientras tanto, por encima y por debajo de ellos, aparecen otros jóvenes. En un cierre parcial y exploratorio, el libro se detiene en el mundo del rock, el consumo que sobrevivió como referencia generacional y dio refugio en los años más terribles. Como en las demás escalas, el mapa de los juegos de oposición se registra con rigor y desprejuicio. Se necesitarán más hilos para tejer esa trama, claro, pero la pregunta por la política de los consumos jóvenes de los tardíos setenta queda admitida y activada. Ojalá sean muchos los que decidan abordarla. Y ojalá que esos abordajes tengan la calidad de concepción y ejecución del libro de Valeria Manzano.

Lila Caimari
CONICET / UdeSA

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