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Prismas

On-line version ISSN 1852-0499

Prismas vol.19 no.1 Bernal June 2015

 

RESEÑAS

Samuel Moyn y Andrew Sartori (eds.),
Global Intellectual History, NuevaYork, Columbia University Press, 2013, 342 páginas

 

En cualquier noción de campo o espacio intelectual que se admita, tanto las modas académicas como las concomitantes sospechas que suscitan surgen como un efecto virtualmente estructural. Puede conjeturarse que hay medios y culturas intelectuales que predisponen más a unas que a otras. Así, mientras que en los Estados Unidos tiende a premiarse la novedad, acaso en la Argentina las suspicacias tienen un peso mayor. Pero en cualquier caso, esas variaciones de grado no alteran la dinámica de la vida académica contemporánea, que en todas partes se ve ritmada por ambos tipos de fenómenos. Global Intellectual History, el volumen editado por Samuel Moyn y Andrew Sartori (profesores de Harvard y de New York University respectivamente) que recoge los textos presentados por una docena de reconocidos investigadores en una conferencia organizada en 2010 bajo ese título, puede ser fácilmente objeto de los resquemores que acompañan las propuestas que se presentan bajo el signo de lo nuevo (y de hecho lo ha sido en algunas reseñas). Y ello por varias razones. En primer lugar, se trata de un proyecto que de modo más o menos explícito tiene el ambicioso propósito de fundar un subcampo u orientación dentro de la historia intelectual. En segundo lugar, porque puede aducirse que el arborescente "global turn" al que se asiste en la historiografía de los últimos años (sobre todo en los Estados Unidos y en algunos países de Europa, como Alemania) está menos justificado en un terreno como el de los intelectuales, en la medida en que las ideas y en general el mundo de la cultura se desenvuelven en espacios más aceptadamente transnacionales. Dicho de otro modo, no es tan sencillo replicar para el caso de las elites letradas el éxito de recientes historias globales de mercancías como el algodón o el café, cuya reconstrucción ha revelado un fascinante mundo de tramas y conexiones planetarias a menudo insospechadas (insospechadas incluso hoy en día en nuestros consumos y relaciones cotidianas con distintos objetos). Esa tarea de desocultamiento y reposición es menos evidente en el campo de la historia intelectual. Finalmente porque, en rigor, en el pasado más o menos reciente diversas aproximaciones ya han ejercitado en distintas variantes un tipo de historia que persigue las travesías transcontinentales de las ideas y los sujetos que se encuentran asociados con ellas. La empresa impulsada por Moyn y Sartori no sería así tan novedosa, un dato que se verifica incluso en el hecho de que varias de las contribuciones agrupadas en Global Intellectual History son reelaboraciones o extensiones de importantes trabajos anteriores de sus autores (es lo que ocurre por ejemplo en el caso de Cemil Aydin, que ofrece un capítulo que prolonga el camino de su logrado libro The Politics of Anti-Westernism in Asia: Visions of World Order in Pan-Islamic and Pan-Asiatic Thought, publicado en 2007; o en el del propio Moyn, cuyo texto individual consiste en una reflexión teórico-metodológica que se apoya en su también destacado texto The Last Utopia: Human Rights in History, de 2010).
Y sin embargo, a pesar de esas y otras prevenciones que puedan esgrimirse, Global Intellectual History cumple una doble tarea significativa. Por un lado, tanto afirma (da nombre propio a un conjunto de desarrollos preexistentes) como esclarece y delimita un terreno para la historia intelectual global. Por otro lado, en los textos que reúne ofrece un menú de lo que Moyn y Sartori llaman "opciones alternativas" dentro de ese espacio emergente, una serie relevante de ensayos de diverso tenor que exhibe las distintas posibilidades internas al proyecto general.
Aunque todos los textos del libro participan en mayor o menor medida de la discusión acerca de los contornos que definirían una historia intelectual global, es en la
introducción, a cargo de los editores del volumen, donde se ofrece una propuesta al respecto. Para Moyn y Sartori, el campo que presentan se abre a tres tipos diferentes de indagación, vinculados a tres usos distintos de la noción de "global" (o transregional). En primer lugar, un uso metahistórico o analítico, a través del cual el historiador reconstruye y coloca en diálogo, en clave generalmente comparativa, un conjunto de casos ocurridos en tiempos y espacios distantes entre sí. A diferencia de esta perspectiva, en segundo lugar lo global sí comporta una dimensión interna a los procesos históricos, en tanto escala de análisis que permite visualizar zonas o momentos de contacto entre distintos espacios culturales. En esta clave, la mirada del historiador se detiene sobre todo en los actores (intermediarios, traductores, redes) que han favorecido procesos de interconexión. Finalmente, una tercera vía de inspección considera lo global como una categoría subjetiva de los grupos o intelectuales que son objeto de análisis. Las formas de conciencia universal, las figuraciones del mundo, o las apelaciones o discursos supranacionales, serían parte de este horizonte de investigación, que en cierto sentido se confunde con una historia del cosmopolitismo (o de diferentes formas históricas de cosmopolitismo).
Tras esa útil y persuasiva clarificación, el libro está construido bajo la idea de que los siguientes diez textos ofrecen "opciones alternativas" de historia intelectual global que en mayor o menor medida se inscriben en alguna de las tres vías de investigación presentadas. En virtud de sus temáticas heterogéneas -cuya completa reposición extendería demasiado esta reseña-, aquí solo se hará mención a algunos de esos capítulos. En un ejercicio representativo de la primera de las tres variantes ofrecidas por Moyn y Sartori, Siep Stuurman estudia el modo en que una tríada de pensadores de momentos y espacios muy diversos (el griego Heródoto, el chino Sima Qian, y el norafricano de origen árabe Ibn Jaldún) conceptualizaron las relaciones entre las culturas sedentarias a las que pertenecían, y algunos pueblos nómades que las circundaban. Contra la perspectiva que ha interrogado las formas históricas de construcción de la otredad como operación nodal en la elaboración de identidades civilizatorias, el autor detecta una modalidad común en los tres casos en los que se detiene a través de la cual discursos proto-etnográficos que se sitúan en posiciones de frontera entre dos culturas heterogéneas producen desde su interior una noción de humanidad común que incluye también a sociedades usualmente consideradas inferiores, como las nómades. Sheldon Pollock, por su parte, se interna en formaciones premodernas que favorecieron "procesos de transculturación cosmopolita" (p. 60). Más específicamente, presenta el caso de la "cosmópolis del sánscrito", un extenso espacio asiático que vehiculizado por esa lengua común, irreductible a dialectos locales, a lo largo de varios siglos favoreció práctica político-culturales que remitían a un mismo tronco. Más cerca en el tiempo, Christopher L. Hill ensaya una aproximación al proceso de universalización de los conceptos que tiene lugar en el siglo XIX, que busca trascender la reificación de la espacialidad nacional implícita en los modelos de circulación internacional de las ideas. Para ello propone la noción de "campo intelectual transnacional", un espacio solo posible de ser delimitado en las situaciones contingentes en que circulan los conceptos (es decir, no a partir de geografías definidas apriorísticamente). En ese modelo, en el que inciden condiciones técnicas, económicas y políticas, tienen más peso y deben merecer mayor atención en la investigación histórica las formas de reproducción de las ideas (que viajan a través de redes de mediadores, divulgadores y traductores) que sus supuestos orígenes, que de hecho tienden a borronearse en el proceso de universalización. En su artículo "Globalizing the Intellectual History of the Idea of the 'Muslim World'", Cemil Aydin se concentra en intelectuales del mundo no-occidental, para mostrar cómo al mismo tiempo que en las décadas finales del siglo XIX y las de comienzos del XX se propusieron desafiar la hegemonía imperial europea, se apropiaron y extendieron valores universales (no fueron así antimodernos, sino contramodernos o alter-modernos). Pero si esa perspectiva ha sido ya explorada en la historia intelectual global de cuño reciente, en su ensayo Aydin busca mostrar cómo ese
proceso de universalización no solo disputó ideas del canon occidental, sino que introdujo en la arena global nociones ajenas a las tradiciones de pensamiento europeo (como la de "mundo musulmán", pergeñada como instrumento que habría de rivalizar en la dirección del proceso civilizatorio). Finalmente, Mamadou Diouf y Jinny Prais consideran una serie de figuras -W. E. B. Du Bois, William Henry Ferris, J. E. Casely Hayford, entre otros- cuya praxis intelectual no solo procuró establecer conexiones entre comunidades de población negra y de origen africano dispersas en el mundo, sino que desafió las narrativas universalistas que no incluían las contribuciones originadas en el África y en la diáspora de grupos con raíces étnicas y culturales en ese continente. La última parte del libro, titulada "Concluding reflections", presenta dos revisiones críticas del proyecto y del conjunto de textos que lo componen a cargo de Frederick Cooper y Sudipta Kavijar. Entre otros señalamientos, ambos autores hacen notar que, con la excepción de los capítulos antes referidos de Stuurman y de Pollock, todas las contribuciones están referidas a la modernidad y, sobre todo, al período que se abre en las décadas finales del siglo XIX. La perspectiva global del volumen permitiría una dilatación espacial, pero no un movimiento correspondiente en el carril temporal capaz de abarcar las interconexiones transculturales anteriores a la consolidación del capitalismo y la modernidad. Cooper es quien con mayor énfasis desliza objeciones de esa índole (al punto de mostrarse escéptico con el horizonte general propuesto en el libro), arguyendo que una mirada que sepa contemplar más decididamente los contactos premodernos colocaría en la agenda mapas y circulaciones que descentrarían el proyecto de una historia intelectual global limitada a los avatares mundiales de las ideas europeo-occidentales.
Y es que, en efecto, por su propia naturaleza Global Intellectual History habilita un terreno de debates, controversias y reparos (un terreno que Moyn y Sartori, conscientes del carácter exploratorio de la empresa que proponen, hasta cierto punto parecen auspiciar). Para concluir, añadamos pues dos observaciones críticas. En primer término, tratándose de un libro dedicado a los contactos y los intercambios culturales entre diferentes regiones, en los ensayos reunidos llama la atención el reducido tratamiento de las prácticas intelectuales propiciadoras de los vínculos y las tramas que son objeto de interés. Tal es el caso, por ejemplo, de la correspondencia, a un tiempo soporte material y género de escritura intensamente utilizado por las elites letradas en la modernidad, y que por su propia índole supo ser un vehículo destinado a atravesar fronteras espaciales. En segundo lugar, causa aun un mayor asombro la casi completa ausencia en el libro de referencias a América Latina. Según parece, en la conferencia de 2010 se presentaron trabajos que involucraban aspectos o figuras de la historia intelectual latinoamericana, que por razones que no se explicitan no integraron finalmente el volumen. Sea como fuere, ese vacío no tiene justificación (en el doble sentido de que no se brinda ninguna explicación al respecto, y que de haberla no serviría para salvar la carencia) en un proyecto como Global Intellectual History.
Y sin embargo, hay que decir que ante esa situación mal haría la historia intelectual latinoamericana en rechazar in toto la propuesta de Moyn y Sartori (u otras semejantes). Antes que como anécdota o como constatación de menosprecio, la ausencia de América Latina en Global Intellectual History debiera ser leída como síntoma. Y es que allí donde sabemos que la del continente es una historia rica en movimientos y contactos que a lo largo de los siglos la han conectado invariablemente con circuitos transregionales, es probable que el sesgo de la orientación dominante en la investigación histórica de la actualidad permanezca rigidizado en la consideración de espacios nacionales o a lo sumo meramente continentales. Si a diferencia de otras zonas del mundo América Latina no se halla presente en las discusiones en historia intelectual global, quizás es porque aún no la hemos pensado suficientemente en esa escala.

Martín Bergel
CHI-UNQ / CONICET

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