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Prismas

On-line version ISSN 1852-0499

Prismas vol.19 no.2 Bernal Dec. 2015

 

DOSSIER: 20 años de historia intelectual. Oscar Terán, en busca de la ideología argentina y latinoamericana

En primera persona: sobre el abordaje de Oscar Terán a los románticos del 37 y su literatura

 

Alejandra Laera

Universidad de Buenos Aires / CONICET

 

Alberdi con Terán

No ha sido igual el abordaje a la figura de Juan Bautista Alberdi después del estudio de Oscar Terán que acompañó su antología fundamental de los Escritos póstumos.1 En esa lectura, en la que Terán daba cuenta de la innumerable cantidad de textos que Alberdi no había llegado a publicar en vida, se proponía una biografía intelectual nueva. Alberdi, según este redimensionamiento, no era solo aquel que formaba parte de la generación del 37 y cuyo pensamiento había sido la base de la Constitución argentina; también es aquel que exploró la contradictoria relación entre poder y saber, quien anudó de modo particular el vínculo entre liberalismo e individualismo, quien supo dar cauce teórico a un nacionalismo constitucionalista, y, sobre todo, es ese hombre ambivalente en muchas de sus reflexiones y cuya producción resulta tan amplia como imposible de homogeneizar. A la luz del efecto que sobre Alberdi tuvo la lectura de Oscar Terán, me interesa pensar, complementariamente, de qué modo esa lectura repercutió sobre el propio Terán.
¿Cómo llegó a los escritos póstumos? ¿Fue a buscar allí algo que le interesaba previamente (una idea, una visión, una interpretación), o se acercó a ellos por la figura misma de Alberdi? Y esta pregunta no es menor si se tiene en cuenta, frente a la importancia de su relectura, que desde aquel estudio publicado en 1988 no hay, hasta las publicaciones de sus últimos años, un retorno sistemático o de peso ni a la generación del 37 ni al romanticismo, aun cuando sí haya vuelto a escribir sobre Alberdi. Tras el estudio preliminar a los Escritos póstumos, Terán vuelve dos veces a su figura: en 1996 prologa la compilación Escritos de Juan Bautista Alberdi. El redactor de la ley, que integra una colección dirigida por él mismo; casi diez años después, en el 2004, publica Las palabras ausentes: para leer los Escritos póstumos de Juan Bautista Alberdi, libro de pequeño formato que pertenece a una serie denominada "Colección Popular".2 Es recién al final de su vida cuando llega al momento romántico desde otro lugar. Publica entonces Para leer el Facundo. Civilización y barbarie: cultura de fricción, que forma parte de la colección "Claves para todos", en 2007, y al año siguiente la Historia de las ideas en la Argentina. Diez lecciones iniciales, 1810-1980, cuya tercera lección hace foco en el Facundo de Sarmiento y en las Bases de Alberdi, y que pertenece a una serie llamada "Biblioteca Básica de Historia".3
Si además de considerar el lugar que esta producción ocupa en la carrera de Terán atendemos a las condiciones de cada publicación, puede pensarse que el estudio de la generación del 37 y de los románticos, cuyo punto fuerte fue Alberdi, se llevó a cabo entre dos objetivos: rastrear en el pasado elementos que permitieran entender el presente, a lo cual contribuyen tanto la historia de las ideas como la biografía intelectual, y ejercer la alta divulgación. Y aunque al comienzo se observa más la consecución del primero, y hacia el final, del último, ambos objetivos se aproximan de entrada y se fusionan cada vez más. De hecho, y como si se tratara, precisamente, de ir en busca de la ideología argentina o de las ideas centrales en el diseño de la nación, el interés de Terán en el Alberdi de los Escritos póstumos sintoniza con la insistencia con la que a mediados de los años 80 se acerca a José Ingenieros en Pensar la nación (1986), En busca de la ideología argentina (1986) y Positivismo y nación en la Argentina (1987).4 Pero, a la vez, y a diferencia de lo ocurrido con otros de sus estudios, los dedicados a Alberdi y eventualmente a la generación del 37 fueron objeto privilegiado de difusión, ya sea por conformar antologías, o, más tardíamente, por integrar colecciones de divulgación.
Es notable, en relación con todo esto, que un intelectual como Terán, que fue modificando en su trayectoria perspectivas históricas y teóricas, no haya cambiado en lo fundamental su mirada sobre los hombres del 37: "Pasemos entonces a Juan Bautista Alberdi, con motivo del cual ampliaremos y complejizaremos nuestro panorama sobre las formaciones del pensamiento liberal argentino en el siglo XIX ", señala en su Historia de las ideas en la Argentina; y aclara enseguida:

Aquí el tono de esta lección cambiará de registro, teniendo en cuenta lo ya avanzado en las lecciones anteriores y especialmente en la parte referida al Facundo. Asimismo, se nota en lo que sigue la marca de un par de trabajos míos, anteriores, sobre el propio Alberdi, de la que siempre resulta difícil desprenderse (p. 91).

No se trata solamente de volver a un tema, por lo tanto, sino de hacerlo de un modo que no difiere sustancialmente ni en su lectura ni en su formulación. Y si bien eso mismo lo convierte en un objeto en especial apto para la alta divulgación, también lo evidencia como un objeto cuya lectura es en buena medida subsidiaria de objetivos que no apuntan estrictamente a su conocimiento (el de la generación del 37 y el romanticismo), sino a buscar en él claves o rasgos que permitan explicar el devenir de las ideas en la Argentina y, en consecuencia, su constitución, su situación.5

Inflexiones del pasado y el presente

Uno de los intereses diferenciales del romanticismo de los hombres del 37 es que han sido a la vez, y en muchos casos complementariamente, tema de estudio de los historiadores y de la crítica literaria. Su carácter fundacional, en el sentido de que allí se encuentra una primera preocupación por lo nacional (político, cultural, literario) para pensar el Río de la Plata, y la eficacia a corto y largo plazo de sus propuestas lo han convertido en un eslabón indispensable tanto para la historia de las ideas como para la historia de la literatura. En sede literaria, los dos volúmenes bajo el título Los proscriptos que le dedica Ricardo Rojas en su Historia de la literatura argentina (1917-1922) muestran de entrada la ligazón constitutiva entre política y literatura.6 Ese double bind del abordaje al romanticismo está en algunas de sus lecturas más relevantes, como si dijéramos, para dar dos ejemplos bien diversos: en los trabajos de Tulio Halperin Donghi (débilmente en su temprano Esteban Echeverría, en el que entabla un diálogo implícito con sus circunstancias enunciativas, pero con fuerza en Una nación para el desierto argentino y en su lectura del historicismo romántico en Sarmiento) y en el de David Viñas (en las sucesivas ediciones de Literatura argentina y realidad política, al leer el comienzo de la literatura argentina en términos de voluntad generacional, al leer las antinomias románticas de Echeverría, Sarmiento y Mármol en términos de clase, al leer en esa misma clave los viajes a Europa de Sarmiento y de Alberdi).
En el conjunto, los aportes de Terán al estudio de los hombres del 37 van desde la historia de las ideas a la historia y la biografía intelectual. Pero, ya en el principio, al ocuparse de los textos de Alberdi, de su producción textual, insiste en recuperar el decidido carácter político determinado por el objetivo de la escritura (aun cuando destaque lo económico en Alberdi o la argumentación literaria en Sarmiento). Es con esa perspectiva que observa la relación de Alberdi con lo europeo (Francia e Inglaterra) y el modo en que ingresan en su pensamiento ciertas ideas (civilización, democracia, libertad, igualdad, nacionalismo), es con esa perspectiva que sigue el recorrido de la noción de "liberalismo" en su obra, y que abordará más adelante la obra de otros miembros de la generación y en particular el Facundo de Sarmiento. Además, acá retorna, precisamente, el objetivo de rastrear las primeras manifestaciones de un rasgo peculiar de lo argentino: Terán encuentra en el romanticismo, en Sarmiento, en Alberdi y en otros de sus hombres el origen del mito de la "excepcionalidad argentina" (Historia de las ideas..., p. 105). Alrededor de lo idiosincrático se opera un desplazamiento, ya que en lugar de los rasgos de "color local" que obsesionan a los propios románticos -expresión, por otra parte, que es clave en el romanticismo y que Terán apenas usa un par de veces-, esa suerte de color local radicaría, precisamente, en la excepcionalidad, en el carácter excepcional, original, de la nación argentina. El "optimismo" acerca de su destino se explica en esa convicción, que más tarde, ya a comienzos del siguiente siglo, se reconocería como el "mito de la grandeza argentina". En una entrevista del 2004, a una pregunta sobre si ese mito ha caído, Terán responde que aún sigue vigente: "sigue siendo muy fuerte la creencia en sectores amplios de la sociedad en el carácter de la excepcionalidad argentina; excepcionalidad vinculada a soluciones mágicas que se identifican con el batacazo". Como puede observarse, todo esto conduce a la comprensión del presente a partir del pasado (la insistencia de la política en la vida argentina, la relación con Europa, la excepcionalidad). Solo que una característica de la historia de las ideas, que se infiere de su análisis pero que también se explicita, en Terán tiene una proyección que excede la comprensión historiográfica. ¿O no resuena en el propio presente de la enunciación, el de los años de 1980, la cita sobre la historiografía que hace de Alberdi en su lectura de los Póstumos a la vez que enfatiza su especial interés en ella: "ciencia que estudia el porqué de los hechos desgraciados y el cómo se podrían prevenir y reemplazar por otros felices" (Alberdi póstumo, p. 30). Muchos años después, en uno de sus últimos libros, cuando dedica la lección tercera de su Historia de las ideas a la generación del 37, el salto que da del pasado al presente ya es total:

Notablemente, este tópico de la excepcionalidad y la grandeza argentinas recorrerá con alzas y bajas todo el imaginario argentino hasta el presente. Tendremos ocasión de ver de qué modo esta confianza se fractura en las décadas siguientes. (Sabemos además que en el bienio 2001-2002 resultó francamente pulverizada, pero esa es otra historia) (p. 107).

Fuera de toda pertinencia de género y apelando a una primera persona del plural que excede lo mayestático casi como buscando la complicidad con el lector, esa suerte de zoom al pasado inmediato produce un cambio de registro que parece salir del terreno de la historia para pasar al de una experiencia compartida que, en este contexto, queda acotada al paréntesis.
En ese punto de su lectura de Alberdi y del romanticismo es donde me gustaría leer un punto de inflexión en la propia obra de Terán y en su trayectoria intelectual. Quiero señalar, al menos, dos desplazamientos. El primero es, en cierto modo, de orden generacional y va desde el interés por las teorizaciones de Antonio Gramsci y Frantz Fanon, entre otros, a la focalización en los pensadores argentinos para buscar una suerte de genealogía del pensamiento en la Argentina (una ojeada rápida por la bibliografía de Terán es suficiente para verificarlo). Ese desplazamiento, esa inflexión hacia el pensamiento argentino, no me parece frecuente, y no responde, de hecho, a una trayectoria como historiador, sino que articula en el pensamiento de Terán la historia con la filosofía. Desde ya, y esto lo destaca él mismo, en este pasaje hacia el pensamiento argentino es fundamental el encuentro con Michel Foucault, que, en los ochenta, le permite revisar su adhesión al marxismo y de cuya obra hace una antología que, junto con el extenso prólogo, funcionó como introducción a su teoría.7 El final de su primer Alberdi, donde destaca las tensiones de su pensamiento, está escrito en la estela de Foucault: "Alberdi parece creer entonces que donde está el poder no está el saber" (Alberdi póstumo, p. 82). Más allá de desplazamientos, de inflexiones, de trayectorias, ¿no es sorprendente esta conexión? ¿No es sorprendente, acaso, que Alberdi le permita a Terán aplicar el giro foucaultiano de su propio pensamiento para abordar el de él? Y sin embargo, no solo lo hace sino que, a través de su lectura, consigue acabar con toda inflación teoricista, con todo desbalance entre el modo de leer y el objeto leído, gracias, precisamente, a esa misma aplicación que podría haber parecido desnivelada.
El otro desplazamiento está en relación directa con el anterior: es la recuperación de ciertos pensadores argentinos que habían sido objeto de atención hasta casi mediados del siglo xx pero que después quedaron no solo relegados a un tratamiento muy secundario sino asociados al pasado; Terán los pone de nuevo en foco y los convierte, otra vez, en un objeto de estudio interesante para las humanidades aun hasta hoy. Como señalé al comienzo, la lectura de Alberdi está en sintonía, en ese sentido, con la de Ingenieros (por la vía de Aníbal Ponce) y con los ensayos de En busca de la ideología argentina (también sobre Ingenieros y Ponce, a quienes se suman Juan B. Justo y Alejandro Korn). Pero la lectura de Alberdi, a la vez, pega un volantazo: porque la búsqueda de la "ideología argentina" en la ruta del socialismo se desplaza definitivamente hacia una búsqueda en la ruta del liberalismo.
No es ocioso subrayar, en este punto, que el trabajo de archivo que hace Terán con Alberdi nunca es del orden del archivismo; no es con ese sentido que aborda los dieciséis volúmenes que reúnen los escritos póstumos de Alberdi, sino con el interés en rastrear ideas, una ideología de más largo aliento, a partir de lo cual componer una antología representativa. Solo que si bien, como tiende a sostener la historia de las ideas, Terán busca la configuración de nociones fundamentales en un autor central (como él mismo dice: finalmente en las Bases de Alberdi se basó la Constitución), hace un movimiento fenomenal al sumergirse, de entrada, en los póstumos, con todos los riesgos que eso podría tener a la luz de las obras que Alberdi sí publicó en vida. De ese modo, Terán pone en jaque el postulado de coherencia de la historia de las ideas, que ya Skinner había develado como mitología.8 Es cierto, como se le ha señalado desde la crítica genética, que esa relectura habría requerido la reposición de la cronología, la recuperación de una temporalidad para esos materiales póstumos, ya que la primera edición se hizo siguiendo un criterio temático que no contemplaba el orden cronológico.9 Sin embargo, esta necesidad no solo no va en desmedro del abordaje desde la historia de las ideas o desde la historia intelectual, sino que sería importante conciliar ambas perspectivas para avanzar en el estudio de la producción de Alberdi. Ya el propio Terán anticipaba los riesgos de ponerse a estudiar los Escritos póstumos sin un trabajo de investigación previo:

Única edición en realidad hasta el presente (la cual -como se sabe- adolece de errores, carece de un criterio ordenador uniforme y no incluye un numeroso material que aún permanece en estado de manuscritos) [afirma Terán de la edición original publicada entre 1895 y 1901], pero que resulta imprescindible para recomponer un itinerario político-intelectual que no necesariamente es mera anticipación, eco o réplica de los ocho volúmenes que componen sus obras llamadas completas (Alberdi póstumo, p. 12).

Al enfatizar la figura del propio Alberdi con la mención del "itinerario político-intelectual", Terán pone de relieve una cuestión fundamental: la imposibilidad de separar la configuración de una idea del individuo que la con figura, y por lo tanto, junto con eso, la importancia otorgada a la primera persona en el romanticismo. No hago este señalamiento porque sea el único rasgo que Terán destaque entre otros -como puede ser la irracionalidad, que le sirve para entender la dicotomía civilización/barbarie en su lectura del Facundo-, sino porque la importancia dada a la primera persona va acompañada por una falta de énfasis en la instancia social del romanticismo, que es también otra de sus manifestaciones posibles. Si, como podemos inferir, Terán conocía todos los alcances de ese rasgo constitutivo del romanticismo -en particular del romanticismo francés a través del cual los letrados rioplatenses acceden al movimiento y a sus entonaciones iniciales en Alemania e incluso en Inglaterra-, la atenuación de la dimensión social es aun más llamativa. Sobre todo porque él mismo explica que esa dimensión social es una de las marcas fundamentales de la adaptación que los hombres del 37 han debido hacer del romanticismo europeo, una adecuación imprescindible provocada por los conflictos locales. Que el modo en el que esa "misión social" entra en tensión con el yo romántico no requiera suficiente atención se explica, propongo, por la total focalización en la idea de individualismo que sostiene a la lectura de Terán.10 Porque la noción de individualismo, tan ligada con la expresión de la primera persona, es la que le permite comprender y explicar mejor el tipo de liberalismo postulado por Alberdi: en Alberdi, afirma, el individualismo se inclina cada vez más hacia el liberalismo.
Este recorrido, a la vez, es el que sigue Terán de manera cada vez más decidida en sus diversos textos sobre la generación del 37, que si bien son muy parecidos -como él mismo aclaraba en su Historia de las ideas- subrayan diferentes nociones, y especialmente la de individualismo, lo que lo lleva a relegar la dimensión social del yo, con su propensión sacrificial. Por supuesto, a la luz de estas consideraciones, toda esta observación debería plantearse al revés: es el interés de Terán en rastrear la historia del individualismo lo que lo lleva a desatender la dimensión social. A partir de la idea de individualismo es que Terán aborda la cuestión del interés en Alberdi (y su relación con la concepción montesquieuana del doux commerce), la conexión entre lo privado y lo público, el autogobierno como límite de la libertad, entre otras. El individualismo, en Alberdi, nota Terán, no solo puede dotarse de rasgos que no van en contra del interés común, sino que incluso puede servir como péndulo para resolver la tensión entre libertad e igualdad; y finalmente, también, es la noción que le permite recuperar un nacionalismo que no es culturalista sino constitucionalista.
Ahora bien, para retomar una observación que hice al principio, el abordaje de la generación del 37 se juega entre la comprensión y la alta divulgación. Y es inesperadamente en ese punto donde se articula el yo del propio Terán.

Primera persona

En el pasaje de la difusión a la alta divulgación, que tanto le interesó a Oscar Terán en los últimos años de su trayectoria, se produce una inflexión discursiva hacia el yo. Esta es, para mí, una marca totalmente personal: el modo en que, en ese pasaje, el discurso de la alta divulgación se sustenta en un yo que podríamos calificar de autorreflexivo y en una escritura autorreferencial.
Ya en Nuestros años sesentas emerge la posición en primera persona. Hay un yo plural, un "nosotros" que se interroga desde el comienzo de la advertencia ("¿De quién son 'nuestros' estos años sesenta; cuál es el 'nosotros' que se dibuja sobre un escenario sin duda también habitado por otros actores que legítimamente se resistían a reconocerse en la imagen que el espejo de este texto les propone?").11 Y hay también un yo que aparece en el "Final" con la "distancia pudorosa" respecto de los acontecimientos y discursos que lo involucraron y a los que vuelve ya no como protagonista sino como investigador (p. 245). Es decir que el yo -ese yo que interpela y se involucra y no una mera primera persona que asume una hipótesis o un punto de vista- está en los marcos, es paratextual, lo que de algún modo lo separa de la lectura que está realizando aun cuando desde el título esos años 60 a los que estudia sean "nuestros". Más extremo, en cambio, es el efecto de incorporar al cuerpo del texto marcas fuertes de primera persona, sobre todo cuando, como es sabido, la información, la exposición y la explicación requieren, sobre todo en los textos de divulgación, el uso de la tercera persona y solo muy eventualmente de la segunda.
Un ejemplo muy ilustrativo de la apelación a la segunda persona de un modo que excede por completo la convención del género de la alta divulgación está en la Historia de las ideas, a propósito de la transitada cita de Alberdi sobre la diferencia arquitectónica entre las casas inglesas y francesas y las formas de vida que configuran; después del fragmento citado, Terán dirige una pregunta al lector: "La cita es iluminadora, ¿verdad?" (p. 101). Si algo encierra esa pregunta retórica que parece fuera de contexto es una invitación total a la complicidad entre narrador y lector. En cuanto a la primera persona, parte de un uso bastante naturalizado del plural, como ser "Ahora podemos agregar una última pregunta..." (p. 85), "Pasemos entonces..." (p. 91), "Aquí ya sabemos..." (p. 103), solo que lo hace con una frecuencia mayor a la previsible. Esa suerte de yo narrativo que asume la tarea de historizar las ideas mientras las presenta y las explica conduce al lector en el camino de su aprendizaje y lo acompaña bien de cerca, a la vez que va describiendo su propia tarea explicativa. Esa primera persona del plural propone un nosotros pero, en su mismo gesto, nunca confunde a narrador y lector, nunca confunde los roles.12 Es ahí donde la primera persona del yo talla su diferencia: porque en su uso el narrador Terán se pone autorreferencial; se trata de una primera persona que reflexiona sobre las explicaciones que da, sobre el modo de contar, sobre las palabras que usa para hacerlo. Así, refiriéndose a las reflexiones alberdianas sobre la inmigración, utiliza el adjetivo "vertiginosa" para calificar la "teoría del trasplante inmigratorio": "Y digo 'vertiginosa' porque ella nos pone en presencia de un romántico que ya no solo busca costumbres en otras regiones, sino que ahora sale a buscar habitantes en el extranjero [...]" (pp. 94-95). Y enseguida, insiste: "Pero además digo 'vertiginosa' porque es un gesto extraordinariamente revolucionario en alguien siempre inclinado más bien a una mirada gradualista" (p. 95). Nada queda librado al azar si es con el fin de clarificar los hechos presentados al lector. Y es también como si quisiera poner todas las cartas a la vista, como si no quisiera diluir en la tercera persona la acción del yo sobre los contenidos seleccionados, sobre su relato, sobre su explicación y, además, sobre la interpretación de los hechos históricos.
¿Para qué le sirve, en definitiva, esta primera persona, con toda su autorreferencia? Para matizar, modelizar el discurso convencionalmente asertivo de la exposición y la explicación, así como para hacerse cargo de la interpretación. Por un lado, es cierto que de este modo Terán parece recuperar la escena didáctica clásica. Pero por otro lado, esa misma marca es, en buena medida, una huella del ensayismo, tan caro a la tradición latinoamericana del ensayo de ideas. En ese encuentro, el género se va mostrando a sí mismo a través de las diversas inflexiones de la primera persona.
A la luz de la trayectoria de Terán y de su producción, me parece central para pensar el lugar que asume esa primera persona el modo en el que se enlaza con una manifestación del yo ligada directamente a su condición de intelectual. Me refiero al volumen De utopías, catástrofes y esperanzas, publicado en 2006 (Buenos Aires, Siglo XXI) y cuyo subtítulo es "Un camino intelectual", en el que recoge un conjunto de notas, artículos y entrevistas publicados en las dos décadas previas, es decir precisamente desde el momento en que inicia su trabajo sobre Alberdi, que es también, o ante todo, el momento de su giro foucaultiano y de su retorno del exilio. Y si en un aspecto este volumen funciona a manera de balance de esos últimos veinte años complementando así el grueso de sus publicaciones, en otro aspecto, que es el que más me interesa acá, se articula, pero ya claramente en primera persona, con aquel yo que emergía en los paratextos de Nuestros años sesentas. Porque allí se observa muy bien el modo en que el historiador se involucra con aquello que escribe, porque allí también se privilegia esa inflexión autorreflexiva del yo que señalé más arriba.
Leyendo esa compilación que el mismo Terán hace de su vida desde mediados de los años 80, conocemos el relato que hace de su trayectoria, por cuáles vicisitudes ideológicas y teóricas ha pasado, conocemos la historia de sus ideas. En ese conjunto de textos, nos dice en su presentación, "la reflexión surge del entrecruzamiento de posturas personales y coyunturas públicas. Ellas siguen una deriva que circula entre esperanzas y catástrofes colectivas; fijan asimismo estaciones armadas con lecturas, deudas y experiencias mínimas de una vida intelectual" (p. 9). Después de ese "camino intelectual" por el que nos orienta, podemos afirmar que ya sabemos bien en qué condiciones, en qué estado llega el yo que aparece en Para leer el Facundo y en Historia de las ideas.
En ese sentido, el yo de Oscar Terán es diferente al de otros intelectuales. No escribió autobiografías, ni memorias, ni diarios de viaje, ni tampoco crónicas. No es un yo autobiográfico ni memorialista ni cronista de su tiempo. Es, podría decirse, un yo alejado del llamado "giro autobiográfico" contemporáneo.13 Y por eso mismo es, si lo pensamos en la estela de sus estudios sobre el romanticismo rioplatense, una suerte de yo antirromántico. En cambio, su primera persona tiende a ser autoexplicativa, como si le sirviera de argumento racional, como si le diera una cuota de responsabilidad en el decir. En ese estado, propongo, llega la primera persona (el yo y el yo incluido en el nosotros) de sus últimos dos libros: se trata de un yo responsable en el que se configura una ética de la explicación, de la pedagogía, de la alta divulgación.
Ese yo responsable es el de aquel que se ha ido, ha recorrido un largo camino y ha regresado. Es un yo que vuelve. ¿O no representa eso, acaso, la figura recurrente de Ulises en los escritos de Terán? Una figura que, nota
blemente, aparece al final de la "Presentación" de su De utopías, catástrofes y esperanzas, a modo de epígrafe, a través de un fragmento del poema de Konstantin Kavafis:
En cuanto a las metas que a través de aquellos caminos se perseguían, vale el deslumbrante poema de Kavafis sobre Ulises al mirar con la insatisfacción del deseo cumplido el retorno a su anhelada Ítaca: "Aunque pobre la encuentres / no hubo engaño. / Rico en saber y en vida / como has vuelto / comprenderás ahora / lo que significan / las Ítacas" (p. 9).
En ese camino, me parece importante recalcar que Kavafis pone en plural el destino deseado (las Ítacas). Porque el anhelo no tiene un solo sentido o significado, sino varios posibles. Es más, siguiendo la senda del individualismo cuyos inicios, en la Argentina, Terán encontró en Alberdi, ¿no se trata precisamente de eso, de la posibilidad de que haya varias Ítacas? En Ulises parece estar cifrado literariamente ese yo que, en su dimensión intelectual, se fue construyendo a lo largo de los libros de ensayo. En la entrevista de 1994 que Terán, alterando la cronología, elige para abrir ese mismo volumen, se refiere, precisamente, a la relación entre la literatura y la historia. Se refiere a La revolución es un sueño eterno, la novela de Andrés Rivera escrita a partir de la vida y los textos de Juan José Castelli, y concluye con lo siguiente: "Uno se encuentra en estos casos afortunados con que la ficción puede ser mucho más estimulante para pensar una cultura que los trabajos específicamente historiográficos" (p. 30). Si la tarea del historiador y el ensayista le dio espesor intelectual al yo y si el objetivo de la alta divulgación viene a renovar su responsabilidad, la dimensión simbólica, poética, de ese yo autorreflexivo responsable que construye Terán a lo largo de su obra se la da la literatura. A partir de esa inflexión, la primera persona se amplifica, se proyecta hacia el lector, comparte sus conocimientos, se interroga. Ahí es cuando escribe la Historia de las ideas en la Argentina, con un capítulo dedicado a la generación del 37, a Alberdi y a Sarmiento, y ahí es cuando escribe su lectura del Facundo.

Notas

1 Oscar Terán, Alberdi póstumo, Buenos Aires, Puntosur, 1988.

2 Oscar Terán, Escritos de Juan Bautista Alberdi. El redactor de la ley, Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, 1996, y Las palabras ausentes: para leer los Escritos póstumos de Juan Bautista Alberdi, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2004.

3 Oscar Terán, Para leer el Facundo.Civilización y barbarie: cultura de fricción, colección "Claves para todos", Buenos Aires, Capital Intelectual, 2007, e Historia de las ideas en la Argentina. Diez lecciones iniciales, 1810-1980, "Biblioteca Básica de Historia", Buenos Aires, Siglo XXI, 2008. Todas las referencias corresponden a estas ediciones.

4 Este gesto está enmarcado, antes, por ese punto de inflexión que es su aproximación a Michel Foucault, al que acompaña la publicación de la compilación El discurso del poder, en 1983, y después por la primera edición, en 1991, de Nuestros años sesentas.

5 Estos son, a grandes rasgos, algunos de esos temas: la relación entre el letrado y el pueblo, entre las leyes y las costumbres; la cuestión de la importación cultural; la división del trabajo intelectual: la filosofía especulativa y la aplicada; la diferencia entre nacionalismo constitucionalista y nacionalismo cultural; la relación entre autonomía política y autonomía civil; el encuentro entre liberalismo y democracia; el individualismo y la gobernabilidad; el desplazamiento del sujeto histórico desde una idea más ligada al pueblo hacia la noción de individuo de la tradición anglosajona; el industrialismo; el antiintelectualismo.

6 Otras lecturas provenientes de los estudios literarios. Alberto Palcos (lectura documentalista), Félix Weinberg (la sociabilidad del Salón literario), Adolfo Prieto (la mediación de los viajeros ingleses en la configuración del territorio nacional en Echeverría, Sarmiento, Mármol y Alberdi), Ricardo Piglia (lee en la retórica un modo de pensamiento: la traducción y la analogía), Noé Jitrik (la adaptación rioplatense del romanticismo), María Teresa Gramuglio (el romanticismo en términos de literatura mundial), Graciela Batticuore (la mujer romántica), Hernán Pas (la producción periodística en el exilio chileno), Patricio Fontana (la biografía).

7 Michel Foucault, El discurso del poder, compilación e introducción de Oscar Terán, México, Folios Ediciones, 1983.

8 En Lenguaje, política e historia (Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, 2007), Quentin Skinner explica las cuatro mitologías de la historia de las ideas, entre ellas la mitología de la coherencia, según la cual hay que tener en cuenta las referencias porque no se puede decir que un autor dijo algo que no estaba en condiciones de decir o que para él, para su marco de referencia, no habría tenido sentido (p. 147); y también, complementariamente, señala Skinner, hay que tener en cuenta lo que un autor dijo y lo que quiso decir.

9 Ha sido Élida Lois quien, desde la crítica genética, ha trabajado con el Fondo documental Alberdi, que consiste en 119 libretas (apuntes, borradores y originales autógrafos); 7190 cartas (del período 1832-1884); 225 piezas epistolares intercambiadas entre terceros; dossiers genéticos de textos (ensayos y obras satíricas); legajos con documentación jurídica, diplomática, política y privada; etcétera.

10 Acerca de la relación entre la exaltación del yo y la misión social con propensión al sacrificio en el romanticismo, véase, entre otros, Isaiah Berlin, Las raíces del romanticismo [1999], Buenos Aires, Taurus, 2000.

11 Oscar Terán, Nuestros años sesentas. La formación de la nueva izquierda intelectual argentina [1991 y 1993], Buenos Aires, Siglo XXI, 2013, p. 44. Todas las citas siguen esta edición.

12 Y cuando hay una especie de identificación, su función es simplemente explicativa, tal como en este ejemplo en el que Terán acude al impersonal "uno": "Luego de la invocación de aliento shakespeariano, uno esperaría que comenzara por fin el relato de la vida de Quiroga. Pero esto no ocurre. ¿Por qué?" (p. 76).

13 Tomo la expresión de las teorizaciones de Alberto Giordano para la narrativa argentina contemporánea, porque me permite distinguir los usos y funciones diferentes del recurso a la primera persona (véase Alberto Giordano, El giro autobiográfico de la literatura argentina actual, Buenos. Aires, Mansalva, 2008).

Obras de Oscar Terán citadas

1. Alberdi póstumo, Buenos Aires, Puntosur, 1988.         [ Links ]

2. Escritos de Juan Bautista Alberdi. El redactor de la ley, Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, 1996.         [ Links ]

3. Las palabras ausentes: para leer los Escritos póstumos de Juan Bautista Alberdi, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2004.         [ Links ]

4. Para leer el Facundo. Civilización y barbarie: cultura de fricción, Buenos Aires, Capital Intelectual, colección "Claves para todos", 2007.         [ Links ]

5. Historia de las ideas en la Argentina. Diez lecciones iniciales, 1810-1980, Buenos Aires, Siglo XXI, Biblioteca Básica de Historia, 2008.         [ Links ]

6. Nuestros años sesentas. La formación de la nueva izquierda intelectual argentina (1991 y 1993), Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 2013.         [ Links ]

7. De utopías, catástrofes y esperanzas, Buenos Aires, Siglo XXI, 2006.         [ Links ]

8. Compilación e introducción de Foucault, Michel, El discurso del poder, México, Folios Ediciones, 1983.         [ Links ]

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