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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.19 no.2 Bernal dic. 2015

 

DOSSIER: 20 años de historia intelectual. Oscar Terán, en busca de la ideología argentina y latinoamericana

Positivismo y cultura científica. Escenarios, hombres e ideas

 

Paula Bruno

CONICET / Universidad de Buenos Aires

 

Presentación

La obra de Oscar Terán sobre el cambio del siglo XIX al XX puede ser descripta, en líneas generales, como un estudio del mundo intelectual signado por el ideario positivista y sus manifestaciones. Se trata de toda una línea historiográfica que lleva su sello personal.1 Aunque en sus trabajos más tardíos puso en juego el rótulo de "cultura científica", no descartó la noción de positivismo. Este hecho permite sostener que, en lugar de tratarse de un simple reemplazo de categorías, fueron cambios interpretativos los que habilitaron la convivencia de términos para describir la escena cultural de la época.
Presento y analizo aquí una lectura que muestra esos deslizamientos. Propongo una periodización que se detiene en tres estaciones signadas por un momento y una obra central de Terán:2 1) el pasaje de la década de 1970 a la de 1980 y América Latina: positivismo y nación;3 2) fines de los ochenta y Positivismo y nación en la Argentina;4 3) inicios del 2000 y Vida intelectual en el Buenos Aires fin-de-siglo (1880-1910). Derivas de la "cultura científica".5
En cada estación centro la mirada en los siguientes puntos -no siempre ordenados de idéntica forma-: cómo se define el positivismo; con qué corrientes compite o convive en la escena cultural; qué rol tienen las ideas en los proyectos estatales y nacionales; cuál es el perfil de los intelectuales que propulsan un ideario positivista.

Primera estación

En este primer momento, la obra ordenadora es América Latina: Positivismo y nación (1983). Desde el título, el escenario elegido por Terán para analizar el positivismo tiene dimensión regional; sin embargo, el recorte de tipo geográfico se encuentra un tanto matizado por la clave interpretativa de lo nacional. Esta grieta potencial, como se verá, se profundiza en los argumentos y la propuesta del libro.
La contribución de Terán al volumen oficia de "Presentación" a una selección de textos de autores de distintos países (Gabino Barreda, Eugenio María de Hostos, Luis Pereira Barreto, Valentín Letelier, José Gil Fortoul, Javier Prado, José Ingenieros, Enrique José Varona y Alcides Arguedas). Estas figuras son consideradas representantes del positivismo, descripto como una corriente ideológica dominante en América Latina. De hecho, se adjetivan varios términos signados por la misma, entre ellos: pensamiento positivista, filosofía positivista, dispositivo conceptual positivista, cuadrícula clasificadora positivista. A su vez, se propone caracterizar toda una época teñida por una ideología: la "edad positivista".
La definición de positivismo -y las expresiones afines- puede sintetizarse en los siguientes términos: se trata de un sistema de ideas -o una ideología- que, por medio de la producción de saberes -médicos, criminológicos, jurídicos, pedagógicos-, se encuentra al servicio de los aparatos estatales latinoamericanos en pleno proceso de centralización. Con este objetivo, desde las instituciones estatales esos saberes se tradujeron en mecanismos clasificadores del mundo social con el fin de ordenarlo, controlarlo y disciplinarlo. De este modo, el positivismo habría funcionado para los estados como ideología hegemónica de centralización y coerción. Por su parte, las instituciones estatales, ahora sacralizadas, operaron como corporalizaciones del poder para garantizar la gobernabilidad y mantener el lazo social. Para ver cómo el "sistema de ideas" positivista se asoció de manera estrecha con toda una gama de saberes sociales bastaría con observar el peso central de la medicina, la psiquiatría, la criminología y el derecho penal a la hora de diagnosticar y medicalizar los males sociales, de disciplinar y matrizar conductas.6
Terán señala que el positivismo, especialmente de inspiración comteana, estuvo capacitado en América Latina para articular temas y legitimaciones de estados centralizadores y teñir ideológicamente a toda una época. No parece haber encontrado, entonces, sistemas de ideas con los que entrar en colisión; tanto el liberalismo -caracterizado como fuerte en la etapa anterior- como la religión parecían más bien ideologías con escaso eco que presentaban desafíos limitados.
Hasta aquí las ideas generales del estudio preliminar de América Latina. que caracterizan al "positivismo latinoamericano". Ahora bien, en el mismo desarrollo del texto, la idea de América Latina y la concepción de un positivismo adoptado en la región de manera hegemónica y casi exclusiva se tensiona. Por un lado, Terán considera simplista considerar la "eficacia de las ideologías" y asumir la existencia de una perfecta alianza entre positivismo y necesidades de los estados latinoamericanos; propone, en cambio, problematizar e historizar los acompasamientos entre la formación del Estado y la nación con las derivas del ideario positivista en circunstancias nacionales
Con estos llamamientos, la idea de América Latina se resquebraja -o, al menos, se suspende como categoría de análisis-. De hecho, Terán no duda en subrayar que la unidad latinoamericanista existe solamente "en el registro de lo imaginario".7 Puntualizada esta idea, entran también en jaque las nociones de "filosofía latinoamericana" e "historia de las ideas latinoamericana". El autor expresa, de hecho, la urgencia en abandonar algunos principios:

Latinoamérica como un objeto unitario, el positivismo como una filosofía homogénea, y la filosofía misma como un espacio privilegiado entre las ideologías latinoamericanas. Será necesario desprenderse, en este sentido, de la imagen monárquica de los saberes que sigue reconociendo en ciertas disciplinas el papel central que tuvieron en otras latitudes, pero que no fue el mismo que desempeñaron en este continente.8

Al hacer este llamamiento, Terán señala que los estudiosos latinoamericanos, de alguna manera, se han manejado con principios falaces. Así, aunque la lista bibliográfica que ofrece es copiosa,9 sugiere que el positivismo había sido estudiado hasta el momento de manera abstracta, doctrinaria y alejado de condiciones históricas concretas. De este modo, hay dos tradiciones con las que marca una distancia. Por un lado, se aparta de la idea de "unidad latinoamericana" como un bloque homogéneo pasible de ser estudiado y comprendido desde una "filosofía latinoamericana" o "historia de las ideas latinoame ricana".10 Declara que, aunque desde las coordenadas políticas y económicas podría ser posible estudiar procesos latinoamericanos (centralización estatal, incorporación al mercado mundial, organización de los países como exportadores de materias primas y alimentos, entre otros), desde las líneas sociales y culturales es preciso atender a las modulaciones nacionales. Solo la historización de los casos podría dar cuenta, efectivamente, de las distintas miradas y las respuestas que el positivismo pudo dar ante distintas realidades de la región.
El segundo frente con el que Terán rompe cuenta en sus filas con aquellos estudios sobre el positivismo que lo trataban solo en sus expresiones teóricas y que, por lo tanto, se dedicaban a "medir" con la vara doctrinaria -o de una filosofía de la historia- las derivaciones, adaptaciones, errores de "traducción", desvíos y caricaturizaciones de una vertiente de ideas-.11 Estas contribuciones, además, no anclaban al positivismo en un momento histórico concreto. Se presumía como un sistema de ideas ahistórico -o, por lo menos, extendido a lo largo de todo el siglo XIX y comienzos del XX -. Así, en algunas contribuciones podían enumerarse figuras del positivismo de todo tipo: positivistas avant la lettre, precursores del positivismo, semipositivistas, positivistas completos, tímidos positivistas, positivistas extremos, inconscientes positivistas.12
Terán propone, en cambio, un recorte cronológico, el pasaje del siglo XIX al XX, y un anclaje en casos nacionales. Así, pese a compartir un contexto, el de la creación de "dispositivos productores de saberes" propulsados por las clases dominantes para diseñar un modelo nacional en el que las instituciones estatales trazaran los límites entre lo integrable y lo excluible, no todos los proyectos ligados a alguna forma del positivismo eran idénticos. Por ejemplo, las naciones cuyos legados coloniales eran omnipresentes presentaban desafíos diferentes a las que no contaban con esas huellas. Tampoco eran idénticos los retos generados por estructuras sociales que habían recibido inmigración europea que los de aquellas que contaban con un mosaico de poblaciones originarias. Distintas sociedades emplazaban a los intelectuales con miradas positivistas a "decir", interpretar y diseñar respuestas diferenciadas frente a exigencias varias de homogeneización.
Como conclusiones de estas propuestas teranianas, entonces, el positivismo servía para estudiar un período concreto, y debía estudiarse como una ideología hegemónica, pero atendiendo a las especificidades nacionales. Al desplegarse en naciones de reciente formación, por su parte, era un sistema de ideas lo suficientemente plástico como para ser definido en varios sentidos: un positivismo en acción -o performativo- que generaba saberes y proyectos, un positivismo de derecha, y hasta un positivismo histórico, cuya única intención era pensar de manera pesimista los legados del pasado.
Estos postulados recortaban, a su vez, la categoría de "intelectual positivista". No todos aquellos pensadores o políticos que habían usado grillas interpretativas o términos propuestos por esta corriente de ideas podían encasillarse en el mismo rótulo. El ideario positivista era, entonces, una "caja de herramientas". La agenda de investigación futura quedaba definida.

Segunda estación

Esa agenda se desplegó en Positivismo y nación en la Argentina (1987). En esta obra, Terán "argentiniza" decididamente su análisis sobre el positivismo y estudia las particularidades nacionales -aunque sin perder la perspectiva latinoamericana a la hora de las comparaciones-. Se lleva a la práctica la propuesta de pensar articulada e históricamente la formación de un Estado-nación concreto y la suerte del ideario positivista en ese devenir. Paralelamente, se renuncia a tratamientos abstractos de una corriente filosófica y se rechaza también la idea de un "original" y sus "copias".
Puestas en funcionamiento estas líneas, se trata ahora de estudiar al "positivismo argentino", y los intelectuales lejos están de ser vistos como meros receptores que caricaturizan o distorsionan ideologías foráneas o exóticas. Con estos desplazamientos se dibuja una interpretación menos rígida que en la estación anterior respecto de la relación eficiente y bien aceitada entre instituciones estatales y los intelectuales a su servicio. Quizás estos matices se deben a que el positivismo, aunque dominante, pasa a ser considerado parte de un campo cultural en el que conviven varias corrientes de ideas, entre ellas: vitalismo, espiritualismo, decadentismo, modernismo, liberalismo. No hay una única ideología pasible de teñir las expresiones intelectuales, sino varias. En este escenario variopinto, sin embargo, el positivismo se plantea como la intervención discursiva más exitosa para explicar los efectos no deseados de la modernización.13 Este éxito y el uso de la "caja de herramientas" del positivismo se traduce en la definición de un género: el ensayo positivista, aquel que romantiza su concepción de la ciencia como dadora de explicaciones para los males sociales.14
Terán considera, entonces, que los intelectuales que intervinieron desde el ensayo positivista supieron aplicar una retícula ideológica que les permitió tematizar la "invención de la nación".15 Lo hicieron desde el diseño de instituciones y saberes; se sirvieron de la teoría y de la retórica del positivismo para pensar en una problemática nacional concreta y evaluar los desfasajes y los desafíos de la relación entre el Estado y las masas. Estos intelectuales -José María Ramos Mejía es el arquetipo de este perfil- depositaron su confianza en el progreso en el marco de un clima optimista y diseñaron una variable performativa del positivismo. En esta línea, denominada integracionista, podía rastrearse una continuidad con tradiciones y sistemas de ideas en auge en la etapa anterior. Por ejemplo, respecto de la educación y su doble función (disciplinadora e integradora) se podía trazar una continuidad con los padres fundadores: una combinación de la mirada de Sarmiento con la de Alberdi sintetizada en la confianza en la "nacionalización pedagógica y compulsivamente institucionalizada". Datos de este tipo llevan a Terán a concluir que algunos pensadores positivistas también eran liberales, pero realistas. Con apreciaciones como esta, el positivismo, al menos en su versión integracionista, no es considerado meramente como una ideología al servicio de la coerción estatal, el disciplinamiento y el control social.
Esta línea optimista del positivismo convivió en la Argentina con una variable pesimista -denominada coercitiva-, encarnada por Agustín Álvarez y Carlos Octavio Bunge. Tendencia pesimista que, sin embargo, tuvo menos ecos a la hora de diseñar políticas de homogeneización o integración/exclusión. De este modo, predominantemente, los positivistas argentinos no solo no aplicaban teorías sin brújula y por capricho; pensaban un país en particular cuyo proceso de modernización era diferente a los demás; generaban lo que Terán denomina el "mito originario del argentino-centrismo".
El triunfo de la vertiente optimista/integracionista es especialmente subrayado cuando se aborda en particular el caso de José Ingenieros -el intelectual-guía que Terán estudió en el largo plazo para pensar el período-. Se lee en Positivismo y nación.:

[U]na interpretación canónica de la historia de las ideas argentinas se autocomplace en presentar a Ingenieros como a un positivista sin fisuras, y al positivismo como un bloque ideológico incapaz de pensar el problema de la nación, como efecto seguro de su carácter exógeno y de su europeísmo no menos recalcitrante. La actual presentación y la selección de textos que prologa habrán de cumplir su objetivo si estas certezas tenaces ceden su lugar a una lectura más compleja de ambos fenómenos.16

El positivismo argentino, pensado en circunstancias locales específicas, se convierte en esta obra en un repertorio del que podían surgir: propuestas para promover la modernización e intervenir en la invención de la nación -línea predominante-; explicaciones pesimistas de los males argentinos; proyectos para normalizar los vínculos entre el aparato estatal y la sociedad; interpretaciones del pasado nacional. El positivismo permitía así, en sus múltiples posibilidades y lejos de la homogeneidad, ver la articulación entre principios filosóficos gestados en otros circuitos de producción de ideas y circunstancias, escenarios y figuras nacionales.
Dos desplazamientos más se sugieren para pensar el positivismo en clave nacional. El primero es que en la Argentina las lecturas de Comte fueron remplazadas rápidamente por las de Spencer -ligadas al marxismo economicista en el caso de Ingenieros- y que esto habilitó nuevas coordenadas para interpretar el agitado mundo social de la modernización. El segundo cambio se observa en la segmentación de la cronología para el pasaje del siglo XIX al XX. Al posar ahora la mirada en las dinámicas nacionales la periodización se complejiza: 1880 es descripto como el año en el que se desencadenaron procesos ligados a la modernización; 1890 es definido como un momento bisagra en el que se expresaron las voces que criticaron sistemáticamente los efectos de esos procesos y en el que la elite gobernante sufrió una crisis de legitimidad que abrió las puertas a los diagnósticos filiados con el espiritualismo; en el 900 empieza a desplegarse con fuerza el espiritualismo; el Centenario marca el final de una época en la que el ensayo positivista deja de estar en auge a la hora de explicar fenómenos acuciantes.
En suma, en este texto puede verse un giro interpretativo en el que se deja de presentar al positivismo como una ideología coercitiva al servicio del Estado y se pasa a considerarlo, al menos en su vertiente exitosa en la Argentina, en términos de una grilla al servicio de intelectuales argentinos para pensar la nación por medio de mecanismos numerosas veces integradores. El positivismo continúa siendo caracterizado como matriz mental dominante, pero está menos subrayado su rol hegemónico y el rótulo mismo se flexibiliza en nociones como oferta positivista, archivo positivista o caja de herramientas positivista.
En un sentido complementario, los intelectuales son considerados como receptores activos de una corriente ideológica y, aunque sus ideas son convergentes con proyectos estatales de nacionalización, no aparecen sometidos a las demandas de las elites gobernantes. El abanico de posibles intelectuales positivistas, a su vez, se diversifica cuando se presta atención particular a las curvas vitales de las figuras seleccionadas. Si en la primera estación era frecuente subrayar la idea de que los positivistas hablaban desde las instituciones y con voces articuladas con las clases dirigentes, la profundización en los rasgos de la biografía de Ingenieros permite pensar que ciertas intervenciones no encuentran en su lugar político ni en su linaje una fuente de legitimidad -como sí sucede en el caso de Ramos Mejía-.

Tercera estación

En este tercer momento la obra ordenadora es Vida intelectual en Buenos Aires fin-de-siglo. Derivas de la "cultura científica" (2000). Si para la primera estación era América Latina y para la segunda la Argentina, en esta ocasión el escenario es Buenos Aires. Además, este libro de Terán se diferencia de los anteriores porque el tratamiento de los temas es más extenso, ya que no se trata de una presentación o estudio preliminar. Esto permite, por ejemplo, que la descripción de las trayectorias biográficas de los intelectuales estudiados tenga más información y peso en las definiciones de sus perfiles. El libro se define como una obra de historia intelectual que estudia los discursos de figuras conspicuas de la cultura intelectual. Dentro de este campo cultural, se privilegia la denominada cultura científica,17 encarnada en una serie de intervenciones que se amparan en el prestigio de la ciencia para dotar de legitimidad a sus argumentos. Terán señala que esta denominación le resultó preferible al término "positivismo" por ser más abarcativa, lo que se debería no solamente a las distancias existentes entre Comte, Spencer y sus lectores argentinos, sino también a que se considera al "movimiento positivista" como un espacio en el que convivieron distintas tendencias.
A su vez, se considera que los intelectuales pertenecientes a la cultura científica -quienes respondían a un perfil, el de "intelectual-científico"- conformaron una fracción intelectual de la elite y que tuvieron una función dominante. Estos intelectuales podían contar, según retrata Terán, con rasgos biográficos diferentes (la oposición se señala, sobre todo, en las figuras de Ramos Mejía -considerado de linaje patricio y miembro de una familia con lugares predominantes en la vida política y en la cultura- y la de Ingenieros -con un perfil más cercano al de la carrera abierta al talento-), pero que compartían rasgos en sus formas de intervención pública.
Junto con la reducción de la escala de observación a Buenos Aires se produce una ampliación en la definición del campo cultural que se estudia. El escenario en el que se despliega la cultura científica es para Terán un espacio en el que convivían diferentes expresiones, entre las que asumía un marcado protagonismo el "espiritualismo estetizante". Estas tendencias se habrían disputado un terreno, el de la construcción de imaginarios sociales y nacionales alternativos, en detrimento de una "cultura religiosa" en evidente retroceso. Para dar cuenta de estas cuestiones, se presenta una obra compuesta por cinco capítulos. En cada uno de ellos se rastrea y analiza el itinerario intelectual de un personaje. A excepción del primer referente, Miguel Cané -propuesto como arquetipo de una tendencia anterior y en retirada, la "cultura estética-, el resto de los intelectuales elegidos se inscribirían en las filas de la "cultura científica" y, como el subtítulo de la obra destaca, pondrían de manifiesto los caminos múltiples de esta propuesta cultural que difícilmente responde a un proceso unívoco u homogéneo.
Así, la cultura científica (mencionada a lo largo de la obra varias veces como positivismo y/o cientificismo) es descripta como un movimiento plural, polifacético, una corriente de ideas modernizadora frente a la "cultura estética clásica". El auge de la cultura científica habría llegado a su fin, desde la perspectiva de Terán, cuando las disputas por la definición de la nación fueron encauzadas por una propuesta "culturalista y criollista", encarnada por Leopoldo Lugones.
El marco de comparación o puesta en perspectiva de la cultura científica local no es ya América Latina. Se encuentran referencias en general ligadas al contexto europeo. De hecho, se marca claramente que frente a una pérdida de prestigio en Europa del ideario positivista, en la Argentina funcionaba como una ideología vigorosa.
También es Europa el escenario que se piensa para ponderar el ocaso de la cultura científica. Terán destaca que la Primera Guerra Mundial corroería definitivamente los cimientos y los valores sobre los que esta se había forjado. Las concepciones derivadas del Iluminismo, desde el Liberalismo a la Democracia pasando por las ideas ligadas a la Razón y la Ciencia como fuerzas emancipadoras, habían sido condenadas como valores y desechadas luego de la guerra. La cultura científica perdía así su legitimidad para articular la realidad y los ideales en el marco de un completo quiebre civilizatorio.
Pese a este ocaso, sin embargo, Terán señalaba una perspectiva más optimista para pensar las proyecciones de la "cultura científica": "fuere porque las ideologías son cárceles de larga duración, fuere porque el culto a la ciencia había penetrado con firmeza en ámbitos más amplios que los estrictamente intelectuales, aquel estrato de la cultura científica persistirá a la defensiva en los entresijos de las nuevas formaciones simbólicas en ascenso". Esta resistencia se haría presente, según puntualiza el autor, en las expresiones de fracciones del "progresismo argentino" que harían de la razón y la ciencia sus estandartes para proclamar que "los sueños de la razón y la ciencia aplicados a la organización de las sociedades no necesariamente producen monstruos".18
Terán cierra con estas palabras un completo periplo intelectual dedicado a estudiar el mundo de las ideas del cambio de siglo. A lo largo de más de veinte años pensó las formas posibles en las que una ideología, corriente de ideas o movimiento intelectual se desplegó en un escenario que varió en sus dimensiones: América Latina, la Argentina y Buenos Aires. Esas referencias espaciales, como propuse en estas páginas, no traducen simples cambios en la escala de análisis, sino que son marcas que permiten rastrear corrimientos interpretativos. Al observar en particular las circunstancias locales y cerrar el ciclo con Buenos Aires, las ideas iniciales sobre el positivismo como una ideología coercitiva al servicio del Estado cedieron frente a consideraciones que ligan de manera estrecha el positivismo con el progresismo intelectual. Puede aventurarse que estos deslizamientos respondieron a un cambio de referencias teóricas, que habilitó una matización en las apreciaciones del pasado; o quizá se debieron al camino recorrido desde la filosofía a la historia, que Terán subrayó en varias miradas retrospectivas; es posible también que el itinerario descripto oficie como muestra de la maduración de pensamientos. Elijo pensar que responden a la conjugación de estos aspectos; a la que, quizá, se suman las cavilaciones derivadas de asumir que ciertas ideas pueden alimentar utopías, catástrofes o esperanzas.

Notas

1 Por razones de espacio no contextualizo historiográficamente aquí los momentos que describo. Sobre este particular escribí un artículo al que me permito remitir: Paula Bruno, "Notas sobre la historia intelectual argentina entre 1983 y la actualidad", en Cercles. Revista d'Història Cultural, Universitat de Barcelona, nº 13, 2010, pp. 113-133.

2 Estas obras funcionan como ordenadoras de las observaciones presentadas, pero consideré también contribuciones afines temática o temporalmente para proponer esta cronología.

3 Oscar Terán, América Latina:positivismo y nación, México, Editorial Katún, colección "Antología de América Latina",1983.

4 Oscar Terán, Positivismo y nación en la Argentina, Buenos Aires, Puntosur, 1987.

5 Oscar Terán, Vida intelectual en el Buenos Aires fin-de­ siglo (1880-1910). Derivas de la "cultura científica", Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2000.

6 Los referentes teóricos que se mencionan en este libro son Claude Lefort (y sus ideas sobre la descorporización del poder en la sociedad secularizada y la necesidad de sacralizar las instituciones y generar una religión estatal), Michel Foucault (en varios testimonios Terán destacó un uso temprano de foucaultismo excesivo en sus escritos de fines de la década de 1970 y comienzos de la de 1980 sobre todo visible en el uso de las ideas ligadas al tratamiento de los dispositivos de control social) y Antonio Gramsci (mencionado a la hora de dar cuenta de cómo los aparatos de coerción estatal garantizaban la disciplina de quienes no podían ser incluidos por el camino del consenso).

7 Oscar Terán, América Latina., op.cit., p. 8.

8 Ibid., p. 20.

9 En la bibliografía se cuentan las siguientes contribuciones: 2 sobre Argentina, 1 sobre Guatemala, 2 sobre Uruguay, 4 sobre Brasil; 5 sobre Venezuela; 1 sobre Chile, 3 sobre México, 2 más generales: 1 sobre Iberoamérica y 1 sobre pensamiento positivista latinoamericano.

10  Véase sobre estos temas y para una crítica de estas tendencias del pensamiento o la filosofía latinoamericanista: Elías Palti, El tiempo de la política. Lenguaje e historia en el siglo XIX , Buenos Aires, Siglo XXI, 2007.

11  En la Argentina se puede rastrear una tradición consolidada en este sentido que incluye a Alejandro Korn, Coriolano Alberini, Luis Farre, Juan Carlos Torchia Estrada, Francisco Romero, Diego Pró y otros. Para un desarrollo al respecto me permito remitir a Paula Bruno, "Lecturas sobre la vida intelectual en la Argentina de entre-siglos", Documento de Trabajo nº 49, Buenos Aires, Universidad de San Andrés/Departamento de Humanidades.

12  Basta como muestra de esta tendencia la siguiente obra: Leopoldo Zea (compilación, prólogo y cronología a cargo de), Pensamiento positivista latinoamericano, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1980.

13 Las ideas ligadas a los procesos de modernización y sus efectos no deseados desplegadas en estos años por Terán pueden haber tenido su origen en la lectura de la obra de Marshall Berman, que no se encuentra citado en sus libros. Agradezco esta observación a Carlos Altamirano.

14 Es posible que esta elección de adjetivar un género como positivista se base en la comprobación de que en la Argentina, a diferencia de países como México y Brasil, es difícil hablar de "instituciones positivistas".

15 Aunque sin mencionarlas, es posible que las renovaciones historiográficas ligadas a la "invención de la nación" muy difundidas en la década de 1980 hayan tenido un peso en estas apreciaciones de Terán. Véase Elías Palti, La nación como problema. Los historiadores y "la cuestión nacional", Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2003.

16 Oscar Terán, Positivismo y nación., op. cit., p. 7.

17 Es posible que esta idea de "cultura científica" derive de las lecturas de Charles Percy Snow y Wolf Lepenies. En 1999, en una clase teórica de la materia "Pensamiento Argentino y Latinoamericano" -un año antes de la publicación de Vida intelectual...- Terán mencionó la obra de Lepenies e introdujo el concepto equiparándolo al de positivismo y/o cientificismo.

18 Oscar Terán, Vida intelectual., op. cit., p. 306.

Obras de Oscar Terán citadas

1. (Introducción, compilación y notas a cargo de) Antimperialismo y nación, México, Siglo XXI, 1979.         [ Links ]

2. América Latina: positivismo y nación, México, Editorial Katún, 1983.         [ Links ]

3. En busca de la ideología argentina, Buenos Aires, Catálogos, 1986.         [ Links ]

4. José Ingenieros: pensar la nación, Buenos Aires, Alianza, 1986.         [ Links ]

5. Positivismo y nación, Buenos Aires, Puntosur, 1987.         [ Links ]

6. "Ernesto Quesada o cómo mezclar sin mezclarse", en Prismas. Revista de Historia Intelectual, nº 3, noviembre de 1999.         [ Links ]

7. Vida intelectual en el Buenos Aires fin-de-siglo (1880-1910). Derivas de la "cultura científica", Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2000.         [ Links ]

8. "El pensamiento finisecular (1880-1916)", en Lobato, Mirta (dir.), Nueva Historia Argentina. El progreso, la modernización y sus límites (1880-1916), vol. V, Buenos Aires, Sudamericana, 2000.         [ Links ]

9. "Ideas e intelectuales en la Argentina, 1880-1980", en Oscar Terán (coord.), Ideas en el siglo. Intelectuales y cultura en el siglo XX latinoamericano, Buenos Aires, Siglo XXI, 2004.         [ Links ]

10. De utopías, catástrofes y esperanzas. Un camino intelectual, Buenos Aires, Siglo XXI, 2006.         [ Links ]

11. Historia de las ideas en Argentina, Buenos Aires, Siglo XXI, 2007.         [ Links ]

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