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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.20 no.1 Bernal jun. 2016

 

ARTÍCULOS

 

El impacto del giro lingüístico en la historia cultural y sus implicancias en el estudio de la literatura de viaje como fuente

 

Carolina Martínez

UBA - CONICET / Paris 7 Denis Diderot

 


Resumen

Producto de confluencias teóricas desarrolladas en distintos campos de las ciencias sociales, entre las décadas de 1960 y 1970 el llamado giro lingüístico o linguistic turn emergió con fuerza dentro de determinados círculos del ámbito académico norteamericano. En el campo de la historiografía, el mismo muy pronto llevó a una fuerte revisión de los fundamentos epistemológicos sobre los que hasta entonces había descansado la disciplina y, en consecuencia, al cuestionamiento en torno a la validez de sus prácticas, entendidas estas como los medios a partir de los cuales el relato histórico estaba facultado para articular un discurso con pretensión de verdad. En el caso particular de la historia cultural, el problema de la contextualización o descontextualización de las fuentes así como el de la interpretación unidimensional de las mismas se presenta actualmente como una de las consecuencias más llamativas del impacto de esta tendencia en el quehacer historiográfico. Con el objetivo de reflexionar en torno a estas cuestiones, el presente trabajo propone analizar entonces la injerencia del giro lingüístico en la historia cultural y más particularmente el impacto del mismo en el estudio de la literatura de viaje producida en la modernidad temprana europea.

Palabras clave: Giro lingüístico; Historia cultural; Literatura de viaje; Contexto

Abstract

On the impact of the linguistic turn in cultural history and its implications in the study of travel literature as a source

A product of theoretical confluences developed in different fields of the social sciences, the so-called linguistic turn emerged strongly in certain American academic circles in the 60s and 70s of the twentieth-century. Within the discipline of history, its impact soon led to a strong revision of the epistemological foundations on which it had hitherto rested and therefore to the questioning of the validity of its practices, the latter being understood as the means by which historical writing was authorized to articulate a discourse with a claim to truth. In the particular field of cultural history, the problem of the contextualization and decontextualization of sources as well as that of their one-dimensional interpretation are currently presented as the most striking consequences of the impact this tendency has had in the practice of historiography. The present study will thus focus on these and other related questions, making particular emphasis on the interference of the linguistic turn in cultural history and more particularly on its impact in the study of early modern European travel literature.

Keywords: Linguistic turn; Cultural history; Travel literature; Context


 

Introducción

Entre fines de la década de 1960 y comienzos de la de 1970 emergió con fuerza y como resultado de confluencias teóricas desarrolladas en distintos campos de las ciencias sociales el llamado giro lingüístico o lo que la historiadora norteamericana Gabrielle Spiegel ha calificado como "la noción de que el lenguaje es el agente constitutivo de la conciencia humana y de la producción social de significado".1 Con él terminaba de derrumbarse la idea ya cuestionada por Ferdinand de Saussure en su Curso de lingüística general, de 1916, de un mundo objetivo cuya existencia era independiente del discurso que le daba forma.2 En el caso particular de la Historia como disciplina, la impugnación de este tipo de postulados condujo rápidamente a una fuerte revisión de los fundamentos epistemológicos sobre los que hasta entonces la misma había descansado y, como consecuencia, al cuestionamiento en torno a la validez de sus prácticas, entendidas como los medios a partir de los cuales el relato histórico estaba facultado para articular un discurso con pretensión de verdad.
En el transcurso de las décadas siguientes, las radicales propuestas de Hayden White así como las enardecidas reacciones de Carlo Ginzburg o Roger Chartier llevaron, por su parte, a una compleja reflexión en torno tanto a las premisas sobre las que se sustentaba la disciplina como a la propia práctica profesional. En este sentido, si por un lado algunos investigadores se mantuvieron firmes en la postura de que eran precisamente los "elementos no controlados", que cada texto incluye, los verdaderos insumos a partir de los cuales el historiador desarrolla su oficio,3 desde el "neoescepticismo" fue resaltado el carácter literario del discurso historio-gráfico y negada en consecuencia la metodología utilizada en el análisis de las fuentes.4
Dentro del campo específico de la historia cultural tal división habría de volverse aun más profunda al poner en entredicho las nociones de método y de verdad, defendidas a su vez por los detractores del giro lingüístico. Esto se debió en gran medida a la proximidad de la historia cultural con la historia intelectual que, tal como señala Geoff Eley, se hallaba interesada en el lenguaje y en la textualidad en el sentido más fuerte y formalista de la palabra.5 El interés del presente trabajo en hacer foco en la historia cultural radica a su vez en el protagonismo que, a partir de los años '70, la misma tuvo por sobre la historia social. En efecto, además de haber sido criticada por las insuficiencias de su enfoque "marxista estructuralista", en este período los métodos cuantitativistas utilizados por la historia social fueron duramente cuestionados como forma válida de conocimiento.6 Por último, la elección de esta rama de la historia encuentra su justificación en el hecho de que para los defensores del giro lingüístico el trabajo con fuentes literarias propio de la historia cultural pareció hacer aun más evidente aquella "insostenibilidad de la distinción entre relato histórico y relato de ficción" argumentada por White en obras como Metahistoria a principios de los años setenta.7
En lo que refiere particularmente al relato de viaje producto de la modernidad temprana europea, el impacto del giro lingüístico en la práctica historiográfica incita a indagar en torno al tipo de enfoque que, a partir de esta tendencia, ha primado en el momento de analizar la literatura de viaje como fuente o testimonio del proceso de descubrimiento y reordenamiento del mundo ocurrido entre los siglos XVI y XVIII. La elección de este corpus bibliográfico frente a un conjunto mayor de obras idóneas para la investigación en historia cultural no es ciertamente anodina. Tal como señalara Roger Chartier respecto del trabajo realizado por Michel de Certeau con este tipo de fuente, los relatos de viaje sobre América producidos en el siglo XVI permiten ver entre otros aspectos la construcción de un discurso sobre el otro.8 Ahora bien, en los años ‘90 las mismas fuentes dieron curso a interpretaciones de nuevo tipo. En efecto, bajo la influencia del giro lingüístico, los estudios poscoloniales y subalternos así como el nuevo historicismo se presentaron ante las fuentes con nuevos interrogantes.9 En función de estas coordenadas, el presente trabajo propone reflexionar entonces en torno a los orígenes del giro lingüístico y su impacto en la historia cultural, para luego sopesar sus efectos en el abordaje de la modernidad temprana a partir de la literatura de viaje como fuente.

El giro lingüístico en sus orígenes

A partir del agotamiento del modelo colonial, el resquebrajamiento de un mundo bipolar y la crisis general de los paradigmas totalizantes, entre fines de los años ‘60 e inicios de los ‘70 el mundo intelectual anglosajón diagnosticó el inicio de una era posmoderna.10 En este contexto y dentro de las ciencias sociales, junto al avance de los estudios poscoloniales, de género y subalternos, en 1967 fue popularizada por el filósofo norteamericano Richard Rorty la noción de linguistic turn, que rápidamente comenzó a ser utilizada para referirse, más que a una escuela de pensamiento en particular, al auge de un fenómeno disperso en el que se reconocía la primacía del discurso y del lenguaje.11 Antes que Rorty, sin embargo, fueron las obras de filósofos como Hans-Georg Gadamer, Roland Barthes y Martin Heidegger, las que entre 1950 y 1960 adelantaron algunas de las ideas sobre las que luego se fundaría el fenómeno. Entre todas ellas, reviste especial importancia la noción de que el lenguaje media nuestra relación con la realidad, por lo que la lengua no representaría ya una realidad exterior sino que constituiría un sistema de signos pasibles de ser comprendidos como única expresión de "lo real".
En el campo de la Historia, una serie de trabajos publicados a principios de los años '70 en torno a los presupuestos teóricos y epistemológicos de la disciplina desde la perspectiva del giro lingüístico, llevaría en la década siguiente a una crisis general de la misma y de la historia social en particular. El impacto de tal crisis fue percibido con mayor fuerza en el mundo anglosajón. Efectivamente, algunas de las propuestas esbozadas por los teóricos del linguistic turn suscitaron fuertes reacciones dentro de la Nueva Izquierda y del marxismo británico, que colisionarían entre 1992 y 1996 en las publicaciones de la prestigiosa History Workshop Review. De todas ellas, el debate entre E. P. Thompson y Gareth Stedman Jones en torno a la relación entre historia y práctica discursiva constituyó sin duda una de las expresiones más elocuentes de un enfrentamiento que, en poco tiempo, devino visceral en algunos ámbitos académicos.12
El problema yacía en que, dentro del conjunto de las ciencias sociales, al llevar al extremo una serie de postulados de por sí radicales, la controversia despertada por el giro lingüístico parecía deslegitimar particularmente a la historiografía en tanto investigadora de la realidad social. Si la verdad no debía ser comprendida más que como una estrategia discursiva, si no había necesariamente una adecuación entre lo que se escribía sobre el pasado y lo que el pasado había sido, y si por ello los hechos históricos no tenían otra realidad que el lenguaje y el pasado no podía ser más que una proyección del presente, la tarea del historiador tal como había sido ejercida hasta entonces parecía perder toda legitimidad y sentido. Sobre este último punto, la mirada retrospectiva de Gabrielle Spiegel en torno al impacto del giro lingüístico en sus inicios parece por demás acertada. En términos de la historiadora norteamericana,

[L]a fuerza inicial del giro lingüístico en la obra de un segmento significativo, aunque no universal, de historiadores sensibles a los desarrollos en la teoría fue la desestabilización de los postulados convencionales de la teoría positivista a través del debilitamiento de las nociones centrales de evidencia, "verdad" y objetividad.13

Ahora bien, a partir de aquella desestabilización inicial aludida por Spiegel, la tendencia que se había iniciado dentro de los círculos académicos de algunas universidades norteamericanas pareció tener impacto, no solo en el quehacer historiográfico del mundo anglosajón, sino en la escuela de los Annales en Francia e incluso en la práctica más reciente de la microhistoria. Tal como fue señalado en los párrafos precedentes, las consecuencias generadas por los postulados del giro lingüístico en el campo específico de la historia cultural fueron, a su vez, tan profundas como duraderas.

En el campo de la Historia: ¿crisis y cambio de paradigma? Algunos antecedentes de la Nueva Historia Cultural

En un artículo que muy pronto se convertiría en fundador de un nuevo paradigma historiográfico, hacia 1979 Carlo Ginzburg hacía especial hincapié en el hecho de que a diferencia de otras disciplinas por fuera y por dentro de las ciencias sociales, eran la intuición, la presuposición y la conjetura las que primaban en toda investigación historiográfica. Proponía entonces lo que con mucha aceptación en ciertos círculos académicos sería prontamente adoptado para la historia cultural: el paradigma indiciario y con él, la importancia de la intuición para rastrear las huellas o marcas indirectas que de diversas maneras completan nuestro conocimiento acerca del pasado.
Refiriéndose al conjunto de ciencias que no respondían al paradigma galileano (llamadas evidenciarias o conjeturales) pero particularmente a la Historia, Ginzburg la diferenciaba del resto de las ciencias sociales al señalar que "la historia ha permanecido una ciencia social sui generis, por siempre atada a lo concreto. [...] La estrategia cognitiva, así como los códigos a través de los cuales se expresa, continúan siendo intrínsecamente individualizantes". Para Ginzburg entonces, "así como el del médico, el conocimiento histórico es indirecto, presunto, conjetural".14 Ciertamente, más allá de lo planteado por el historiador italiano en torno a la existencia de un método procedimental para la Historia totalmente específico y por ello ajeno al resto de las ciencias sociales, esto no implicaba que la misma hubiese permanecido ajena a los últimos enfoques y perspectivas de análisis desarrollados por disciplinas afines.15
En el campo específico de la historia cultural, y más particularmente en las últimas décadas, la influencia de distintas corrientes de pensamiento y enfoques metodológicos ha producido resultados por demás diversos, generando con frecuencia reacciones de mayor o menor aceptación según el ámbito académico en el que se hayan difundido o el grado de profundidad con el que se haya cuestionado la práctica historiográfica. En relación con este último punto, merecen particular atención tanto la impugnación de los fundamentos epistemológicos de la Historia en tanto ciencia social, cuanto el cuestionamiento a la metodología entendida como praxis o paso ineludible previo en la escritura del discurso histórico. A raíz del giro lingüístico, a comienzos de los años ‘70 ambas cuestiones contribuyeron a poner seriamente en duda los fundamentos modernos sobre los que yacía la disciplina.
En efecto, más allá de que en 1989 Roger Chartier diagnosticara que ni en el campo de la Historia ni en las otras ciencias sociales se había manifestado una crisis general tal como la que en ese entonces se proclamaba,16 las obras de Paul Veyne y de Hayden White, aunque desde perspectivas teóricas diferentes, habían ya desestimado la distinción entre discursos realistas y ficcionales.17 En el caso específico del discurso histórico, esto implicaba comprenderlo como una forma narrativa particular dentro de muchas otras. Por articularse a partir de una naturaleza poética determinada (metahistoria) y operar activamente en el desarrollo mismo de la investigación histórica, la escritura de la historia se volvía desde esta perspectiva mera construcción literaria.18 Tal como señalara el propio White hace no muchos años, "la historia es [...] una construcción, más específicamente un producto del discurso y la discursivización".19
El enfoque no era en sí mismo novedoso. En efecto, en aquella misma época tanto Michel de Certeau como Paul Ricoeur habían incluido a la Historia dentro del género de la narrativa, al ser plenamente conscientes de aquella diferencia que en los escritos históricos existe entre el pasado y la representación que hacemos de él.20 En el caso de Michel de Certeau, en 1975 el historiador había puesto especial énfasis en este último punto al señalar que "los ‘hechos his
tóricos' ya están constituidos por la introducción de un sentido en su ‘objetividad'".21 La aseveración parecía reforzar la crítica que, en un célebre artículo publicado en el sexto número de Annales de 1972, el ex jesuita había hecho de la obra de Paul Veyne.22 Por su parte, en Tiempo y narración, publicada en 1985, Ricoeur había desprovisto a la historiografía de su condición de ciencia al sostener que detrás de todo discurso historiográfico podía ser hallada la marca del historiador.23 A su vez, para el filósofo francés tanto el relato histórico como el relato de ficción compartirían la "generalidad formal del acto de contar".24
Ahora bien, la presencia del "giro lingüístico" en la obra de White implicaba sin embargo mucho más que el mero reconocimiento entre pasado y representación, al concebir el lenguaje como un sistema cerrado de signos cuyas relaciones producirían significado autónomamente. Desde esta perspectiva, el concepto de realidad no podía ya pensarse como una referencia objetiva, y en este sentido exterior al discurso. De tal manera, en la opinión de White, toda distinción entre texto y contexto resultaba obsoleta en el momento mismo en que la llamada realidad era identificada como una construcción por y dentro de un lenguaje. Lejos de concernir meramente la práctica historiográfica, las implicaciones de tales postulados devinieron rápidamente políticas.25
A su vez, la renovación teórico-metodológica que para esta misma época supuso la antropología cultural, y dentro de ella la obra de Clifford Geertz, pareció tornar aun más complejo el panorama abierto para la Historia. Aunque debe señalarse que, a diferencia de los postulados de White, la obra del antropólogo americano fue bastante mejor recibida. En efecto, los presupuestos teóricos presentes en La interpretación de las culturas26 y su objetivo de descifrar el significado inscripto en las distintas prácticas culturales fueron adoptados con inusitada rapidez por la historia cultural, y fue la obra de Robert Darnton uno de los casos más destacados.27
Más allá de la incorporación de dichas perspectivas al trabajo de determinados autores, lo cierto es que el conjunto de influencias mencionadas llevaron a que en 1989 Lynn Hunt se refiriera a las de obras surgidas a raíz de tales enfoques como parte de una Nueva Historia Cultural.28 En efecto, al margen de las diferencias o preferencias que pudieran existir entre los aportes del modelo antropológico y del literario, en la opinión de Hunt la concepción del lenguaje como metáfora debía considerarse la tendencia común a todos los trabajos resultantes de esta nueva forma de hacer historia.
El talante optimista con el que Hunt finalizaba su introducción al volumen sobre la New Cultural History29 no impidió sin embargo que, poco tiempo después, quienes en algún momento habían adherido a las novedosas propuestas en torno a la disciplina se desvincularan de ella claramente. De todos ellos, el caso de Roger Chartier resultó sin duda el más llamativo. Si en 1989 el historiador francés había participado con un artículo en la edición de Hunt sobre la Nueva Historia Cultural, menos de diez años después no quedaban ya trazos de aquel vínculo.

El auge de la Nueva Historia Cultural y sus detractores

Tal como fue adelantado en el apartado precedente, es probable que una de las expresiones más fuertes y críticas contra el impacto de la Nueva Historia Cultural en la disciplina histórica haya sido la de Roger Chartier a través de la publicación de On the Edge of the Cliff, obra editada por primera vez en idioma inglés en 1997.30 Era esta la recopilación de una serie de escritos que, publicados en diferentes medios entre 1983 y 1994, daban cuenta del impacto del giro lingüístico en el quehacer historiográfico de los años precedentes. Con un objetivo claramente delimitado, a pesar de haber acompañado el movimiento en un primer momento, Chartier se vincularía de forma inequívoca al grupo de detractores de la Nueva Historia Cultural. En este sentido, no resultaba extraño que en la misma introducción, Chartier bregara por limitar el estudio de lo escrito al contexto de producción del que era producto y del que no podía ni debía apartarse.31
A diferencia de artículos anteriores, es en esta publicación que un Chartier cauteloso insta al lector a repensar el rumbo que ha tomado la historia cultural. En efecto, si en 1989 tal estado de crisis había sido cuestionado por el historiador francés, en On the Edge of the Cliff, los términos crisis e incertidumbre serán utilizados de manera casi indistinta. Al referirse a la inestimable ayuda que las obras de Michel Foucault, Michel de Certeau y del mismo Norbert Elias podían ofrecer frente al rumbo tomado por la Nueva Historia Cultural, es el mismo Chartier quien explica: "caminar en compañía suya nos ayuda a formular más claramente la crisis (o al menos la incertidumbre) que hoy en día se anuncia para la historia. El optimista y conquistador entusiasmo de la ‘nueva historia' fue seguido por un tiempo de duda e interrogantes".32
En opinión de este autor, la mencionada crisis se habría manifestado entonces en expresiones sintomáticas como la pérdida de confianza en la infalibilidad de la cuantificación, el abandono de las nociones tradicionales de clasificación de los objetos históricos y el cuestionamiento de nociones, categorías y modelos de interpretación nunca antes puestos en cuestión. Esto, al parecer, habría repercutido a su vez en una pérdida de unidad de todas las grandes tradiciones historiográficas y con ella, en la aparición de innumerables "historias".33 Contra ello y las formulaciones más radicales del giro lingüístico, considerado por Chartier una "peligrosa reducción del mundo social a una construcción netamente discursiva y a puros juegos del lenguaje", él mismo verá como un verdadero desafío la creación de una historia social que articule equilibradamente la descripción de las percepciones, las representaciones y las racionalidades de los actores, pero a su vez las interdependencias que los limitan y condicionan.34
Respondiendo a motivaciones distintas que las del historiador francés, Ginzburg también se posicionaría contra las implicaciones para la historiografía derivadas de las teorías de Hayden White. En efecto, ya en el posfacio a Il retorno de Martin Guerre, de Natalie Zemon Davis (publicado originalmente en inglés en 1982), Ginzburg rescataba la importancia de comprender el contexto como un lugar de posibilidades históricamente determinadas.35 En su opinión, contrariamente a los postulados de White, la diferencia entre "narraciones en general y narraciones historiográficas" estaba marcada entonces por una cuestión de método, y, en consecuencia, por el trabajo preparatorio de investigación detrás de la historia como narrativa.36
Al poner de relieve lo que llamaba "algunas verdades fundamentales" en torno a las narraciones historiográficas, en clara oposición a White y (en menor medida) a François Hartog, Ginzburg se posicionaba entonces tras Arnaldo Momigliano. De aquellas "verdades fundamentales" mencionadas destacaba el trabajo con fuentes, que en su opinión había sido relegado por quienes con actitudes relativistas habían resaltado el carácter narrativo de la historiografía y anulado en consecuencia toda distinción entre historia y ficción.37
En este sentido, si para Chartier es el criterio y principio de verdad el que opera en la base del discurso historiográfico,38 para Ginzburg lo que hace al relato histórico más que mera narración es el trabajo con las fuentes que la sustentan.39 De tal forma, contra la disolución propuesta por White de la Historia como instancia de conocimiento específica del pasado, Chartier insiste enérgicamente en que la historia "está dirigida por una intención y un principio de verdad, que la historia del pasado ha tomado como objeto una realidad externa al discurso y que el conocimiento que tenemos de ella puede ser verificado".40 Tal aseveración no impedirá, sin embargo, que hacia el final del capítulo introductorio de On the Edge... deje de lado estas últimas convicciones y vuelva a preguntarse respecto de la especificidad del relato histórico. Sostendrá en esa última instancia que establecer la validez del mismo así como definir los criterios que permitirían hacerlo no es más que el intento de caminar al borde del abismo.

Método y contexto. El caso de la literatura de viaje

Al margen de las perspectivas derrotistas o de los heroicos intentos por defender a la disciplina de los aparentes embates de la teoría literaria y la antropología social, fueron en principio dos los aspectos que por el propio contenido teórico del giro lingüístico y culturalista más difusamente se explicitaron y, por ello, se convirtieron en estandarte de lucha de sus detractores. Nos referimos particularmente a la cuestión del método y a la reconstrucción del contexto como recurso historiográfico.41
En relación con el problema del método, hemos visto en el apartado precedente cómo Ginzburg defendía la especificidad del discurso historiográfico como producto de un método particular, propio de la Historia en tanto disciplina y ajeno a otros géneros narrativos. Retomaba para ello la propuesta de Marc Bloch, para quien el análisis heurístico de las fuentes escogidas debía realizarse con el propósito de recrear un período temporal en particular. La utilización de dicho método se remontaba en realidad a principios del siglo XVII, cuando a partir de Papebroek, Mabillon y Richard Simón, entre otros, la crítica como método fue aplicada por primera vez a la historiografía.42
Ahora bien, el hecho de que en ninguna de las obras teóricas de White, como lo son Metahistoria y The Content of the Form, este autor haya hecho alusión al mismo, no debe sin embargo resultar sorprendente.43 En efecto, si en ellas el académico norteamericano hace fuerte hincapié en el valor del discurso narrativo como factor determinante de la representación histórica, relega como contrapartida el vínculo entre narración histórica y heurística documental.
Respecto del contexto, resulta de interés señalar que nuevamente para White la noción misma debe ser cuestionada al no poder hablarse ni de "evidencia" ni de la existencia de una realidad metatextual. Tal como el autor indica al definir la noción de "hecho" en contraposición a la de "acontecimiento": "los hechos son construidos conceptualmente en el pensamiento y/o figurativamente en la imaginación y tienen una existencia solo en el pensamiento, el lenguaje o el discurso".44 En lo que atañe específicamente al contexto, en The Content of the Form White nuevamente señala:

La relación texto-contexto, alguna vez una presuposición no examinada de la investigación histórica, se ha convertido en un problema, no en el sentido de que sea difícil establecer por las "reglas de la evidencia", sino por el hecho de convertirse en "indecidible", elusiva, sin crédito, de la misma forma en que las así llamadas reglas de la evidencia.45

Frente a ello, merecen ser destacados los esfuerzos realizados por Peter Burke por revalorizar la noción de "contexto" como categoría analítica o al menos como dispositivo instrumental en el quehacer historiográfico. A través de la recontextualización de la noción en sí misma, el historiador inglés reconoce que hoy día el término (junto a tantos otros) también ha atravesado lo que llama el "contextual turn".46 Más allá de esto último, el estudio de una obra en su contexto (o en sus múltiples contextos) continúa siendo para este autor la mejor forma de acercarse a la misma.47 En este sentido, resulta de interés señalar que, descontando los "peligros" a los que podría conllevar la utilización extrema del recurso, en opinión de Burke el análisis contextual (entendido como uno entre muchos métodos o enfoques) o de los múltiples contextos en los que se inserta una obra debe prevalecer en el análisis historiográfico.48
Siendo estas las posturas en juego y las controversias en torno a las nuevas perspectivas abiertas por ellas, en lo que se refiere al caso específico de la literatura de viaje, y más específicamente al relato de viaje en tanto fuente del encuentro con una alteridad más o menos radical en la llamada modernidad temprana, debe señalarse que el impacto de los giros culturalista y lingüístico (y, por qué no, también contextual) ha producido resultados por demás diversos. En principio, es indudable que, en mayor o menor medida, todos los trabajos que han abordado esta temática en las últimas décadas se han visto influidos, tanto a nivel teórico como metodológico, por postulados producto de estas mismas perspectivas.
Tanto es así que dentro del conjunto de obras que han abordado el estudio de la literatura de viaje, los aportes de la antropología cultural y de la crítica textual, entre otros, se han traducido en teorías y metodologías de trabajo aplicadas con mayores o menores resultados según el caso. Claros exponentes de lo antedicho han sido las obras de Stephen Greenblatt, Marie-Louise Pratt y Walter Mignolo en lo que se refiere al encuentro con nuevas formas de alteridad y al reposicionamiento de Europa en función de aquellos nuevos "otros".49
Ahora bien, en el momento de analizar cuáles han sido los alcances así como los posibles límites de acercarse a la literatura de viaje desde esta óptica, resulta fundamental evaluar el grado de importancia otorgado por cada uno de ellos a la reconstrucción de los respectivos contextos de producción de las fuentes seleccionadas así como el método utilizado por los autores para hacerlo. Debido a sus investigaciones muy diversas en materia metodológica y temática, el objetivo aquí es, más que caracterizar las obras de los autores mencionados, señalar algunos de los rasgos compartidos por ellas en términos teóricos y metodológicos. De esta manera, en opinión de Burke, pese a que se la considera representativa del Nuevo Historicismo, la obra de Stephen Greenblatt no puede sencillamente insertarse dentro de una u otra corriente. Caracterizada por momentos de "contextualista" y en otros de estar solamente orientada al análisis textual, la utilización de conceptos como el de circulación y negociación han alejado a Greenblatt de la tradicional asociación texto-contexto.50 En efecto, como claro exponente del Nuevo Historicismo, Greenblatt admite los posibles beneficios de utilizar las herramientas de la crítica literaria para "iluminar textos escritos sin una ambición literaria o acciones sin una intención teatral".51 Su interés principal, no obstante, son las que denomina "representaciones comprometidas" (engaged representations) o, en otras palabras, las representaciones relaciona-les y contingentes generadas en el encuentro de mundos. El sentido histórico de las mismas es resaltado por el propio Greenblatt al delimitar su objeto de investigación:

Las respuestas que me interesan -de hecho, las únicas respuestas que he podido identificar- no son estimaciones científicas aisladas sino lo que llamaría representaciones comprometidas, representaciones que son relacionales, locales e históricamente contingentes.52

Por su parte, las obras de Marie-Louise Pratt y Walter Mignolo parecieran estar más abocadas a dilucidar las vinculaciones entre lengua y poder, en un intento por develar la conformación de una "conciencia eurocentrada global".53 En el caso particular de Mignolo, el análisis de las fuentes históricas en función de sus lógicas internas y formales también ha sido acompañado de una vocación por recuperar las llamadas voces silenciadas de los sectores subalternos; y son los términos hegemonía, agencia y subalternidad, entre otros, constitutivos del basamento teórico sobre el que descansa este tipo de trabajos.54
En relación con este último punto, merece ser destacada la importancia que revistió la ubicación geocultural (aquellas politics of location a las que refiere Miguel Mellino)55 de quienes se reivindicaron como intelectuales poscoloniales. Fue en departamentos específicos del ámbito universitario de los Estados Unidos y a partir de la influencia de la crítica literaria donde se volvieron más efervescentes los estudios poscoloniales. En efecto, la creación hacia 1998 del "grupo modernidad/colonialidad", en el que participaron los intelectuales latinoamericanos Aníbal Quijano, Walter Mignolo y Enrique Dussel, entre otros, se desarrolló en un contexto de inserción académica y bajo el auspicio de los grupos de "subaltern studies" en las universidades norteamericanas, que aceptaron de buen grado la mirada "des-centrada" y con énfasis en el protagonismo del otro-americano propuesto por aquellos pensadores.
Todo pareciera indicar entonces que el análisis de la literatura de viaje desde las perspectivas trazadas por la crítica literaria y la antropología cultural no hizo más que manifestarse en el desarrollo de trabajos novedosos y ricos en matices interpretativos. Desde otro ángulo, sin embargo, el partir desde los presupuestos teóricos mencionados podría también conducir, y en efecto ha conducido, a lo que parecieran ser dos graves problemas de interpretación: aquel de la descontextualización en primer lugar y en segundo lugar el de la interpretación unidimensional de las fuentes.
En principio, el que bien podría ser llamado "problema de la descontextualización" refiere principalmente a los desafíos que analizar una fuente dada de forma autónoma podría acarrear.56 Si para las corrientes provenientes del giro lingüístico, el texto, lejos de revelar su naturaleza heterónoma, es considerado un sistema cerrado en sí mismo y por ello prescindente de toda referencialidad histórica, la falta de contextualización de cada texto en particular podría llevar al anacronismo de pensar en la permanencia o constancia de ciertas prácticas de dominación en un período de larga duración. En este sentido, pensar que las relaciones de dominación establecidas por Europa frente al mundo propias del siglo XIX operaron de igual forma en los siglos precedentes podría llevar a una lectura distorsionada de aquellos primeros encuentros entre Europa y ultramar ocurridos en los siglos precedentes.57 En relación con este último punto merece particular atención la obra de Marie-Louise Pratt, quien pareciera dotar a las relaciones entre europeos y no europeos del siglo XVI de las mismas características que atribuye a este vínculo en el siglo XIX.
En efecto, en Ojos imperiales. Literatura de viajes y transculturación la autora parte del supuesto de que

los libros de viajes escritos por europeos acerca de partes no europeas del mundo creaban (y crean) el "tema doméstico" del euroimperialismo; y que esos libros captaron a públicos lectores metropolitanos con (o para) empresas expansionistas cuyos beneficios materiales correspondieron sobre todo a poca gente.58

Tal como lo expresa Pratt en la cita precedente, la hipótesis planteada pareciera incluir todos los libros de viaje escritos por europeos en el período de expansión transoceánica de los siglos XVI a XVIII. Sin embargo, al observar los casos específicos que Pratt investiga resulta claro que el período estudiado por la autora es el del último cuarto del siglo XIX (y no los siglos precedentes). Efectivamente, a lo largo del libro Pratt analiza la temprana exploración británica de África Occidental (1780-1840), la independencia de la América española (1800-1840), el África Central victoriana (1800-1840) y a los viajeros poscoloniales de 1960 y 1980.59
La obliteración de los respectivos contextos de producción de las fuentes pareciera repetirse cuando, nuevamente en el capítulo introductorio, la autora hace referencia a la obra de Felipe Guamán Poma de Ayala (Nueva crónica y buen gobierno, 1613) para luego indagar en torno a la experiencia de David Livingston en el África subsahariana del siglo XIX y señalar la pertinencia del término "zonas de contacto" para referirse a los "espacios sociales en los que culturas dispares se encuentran, chocan y se enfrentan, a menudo en relaciones de dominación y subordinación fuertemente asimétricas...".60 Ciertamente, las similitudes que Pratt encuentra en ambos casos solo pueden sustentarse en la medida en que las fuentes han sido desprovistas de sus respectivos contextos de producción y circulación. La restitución de estos últimos revelaría por el contrario que difícilmente puedan compararse las relaciones de dominio establecidas por Europa en el siglo XVI con su postura frente al mundo en los siglos XVIII o XIX. De igual forma, la conformación de una "conciencia eurocentrada global" que Pratt atribuye a la totalidad de la modernidad temprana (siglos XVI-XVIII) parecería no extenderse más que, en el mejor de los casos, al período de los relatos de viaje estudiados.
Dentro del grupo de autores de habla hispana que han adherido a los postulados teóricos del poscolonialismo también pareciera haber primado una interpretación en clave de imaginarios y discursos coloniales en detrimento de una lectura contextual de las fuentes.61 En efecto, autores como Walter Mignolo o Enrique Dussel parecieran haber hecho especial hincapié en el silenciamiento del otro como estrategia del discurso colonial para legitimar su propio sistema de poder, depositando su atención en el aspecto meramente textual del colonialismo. Las reflexiones de Dussel en torno al proceso y a las nociones de "descubrimiento" y "conquista" de América, convincentes a la luz la "filosofía de la liberación" que propone y centradas en el caso de Nueva España,62 ensombrecen en este sentido la miríada de matices que presentan los relatos de viaje a zonas muchas veces marginales de América, donde el dominio efectivo sobre las tierras y las poblaciones indígenas no fue más que de carácter prospectivo. Mignolo, por su parte, pareciera asignar un poder absoluto al discurso colonial presente en este tipo de textos al establecer, sin necesariamente tomar en cuenta la correlación que dicho discurso podía tener con la sujeción real que proponía, que las "historias contadas desde un solo lado" suprimieron otras memorias e historias.63
Todo parece indicar entonces que, en lo que concierne a la literatura de viaje, el conflicto reside en asumir el poder legitimador del discurso como correlato perfecto de lo ocurrido, desconociendo sus intereses de enunciación y su capacidad creadora de realidades para justificar empresas de dominio o demostrar el supuesto éxito de las mismas.64 Es en este sentido que parece arriesgado y hasta ingenuo asumir que lo que se narra en los relatos de viaje respecto de la capacidad de dominio de los europeos sobre los americanos da cuenta de las relaciones de poder efectivamente mantenidas. En el caso de los autores mencionados, debe además señalarse que el simple hecho de no reconocer que el carácter discursivo de las fuentes no necesariamente da cuenta de las condiciones reales de sujeción o dependencia en el encuentro con el "otro" no ha hecho más que perpetuar la imagen que los propios agentes del dominio colonial pretendían transmitir y que se tomara como verídica.65 A ello debe sumarse la desestimación que desde estas tendencias también se ha hecho de los aspectos históricos y materiales que hicieron muchas veces inviable el supuesto control que los textos enuncian.66
El segundo problema mencionado en el presente apartado deriva a su vez del primero, puesto que asumir que el discurso del dominio es el ejercicio del dominio en sí mismo conduce con facilidad a una interpretación unidimensional de la fuente. En este sentido, una lectura en la que prevalece el carácter autónomo del texto puede traducirse también en una relegada lectura crítica de las fuentes. En efecto, analizar el contenido de las fuentes seleccionadas sin contrastarlo con otro tipo de documentos soslaya el hecho de que las mismas respondían a necesidades individuales, pero también a las de las respectivas naciones por retratar, tanto en Europa (particularmente ante sus rivales) como en sus territorios ultramarinos, cierto estado de situación que podía o no ser efectivamente tal. La interpretación literal impediría ver entonces todas aquellas otras instancias que, veladas en lo escrito, solo pueden descubrirse mediante el contraste con otras fuentes, y, aun más claramente, en la contextualización de las mismas. Vale para ello recordar nuevamente aquella crítica interna y externa de los documentos históricos retomada por Bloch, tan útil tanto contra el escepticismo como contra la credulidad a principios del siglo XVII.
El hecho de que la mayor parte de los trabajos producidos en el último tiempo en torno a la literatura de viaje haya sido escrita por autores provenientes de las ciencias sociales y de la crítica literaria, pero no necesariamente desde el campo de la historia, sin duda deberá tenerse en cuenta en el momento de continuar indagando en torno a los riesgos de la descontextualización y de la interpretación autónoma de la fuente. La carencia de producciones historiográficas así como la influencia de la sociología, la antropología y la crítica literaria dentro del conjunto de estudios culturales ha sido advertida por Geoff Eley para el caso particular de los estudios culturales contemporáneos.67 Ciertamente, los beneficios de esta apertura al trabajo interdisciplinario, producto de la crisis de la Historia como productora de grandes relatos,68 no deben ser desaprovechados.69 Esto no implica, sin embargo, que los riesgos de la influencia del giro lingüístico en la producción historiográfica deban ser desestimados.

Algunas reflexiones finales

Más de cuatro décadas después de que la expresión fuese popularizada para las ciencias sociales, indagar en torno a los efectos del giro lingüístico en la práctica historiográfica resulta indispensable en el momento de aproximarse al estado actual de la disciplina. Al respecto, la pregunta que un escéptico De Certeau había formulado en 1972 en torno al trabajo de Veyne y a las aplicaciones prácticas de sus postulados pareciera no haber perdido vigencia:

¿Cuál será la conexión entre ese tratamiento del discurso y, por otro lado, las prácticas determinadas por las instituciones técnicas de una disciplina? ¿De qué forma una epistemología así definida modificará los procedimientos de escritura y, en suma, la producción historiográfica?70

Ciertamente, resta aún realizar un diagnóstico preciso y la todavía más difícil tarea de medir el impacto del giro lingüístico en la práctica profesional. La insatisfacción expresada por Spiegel en torno a los alcances de este fenómeno, no obstante, resulta esclarecedora de algunas de las mayores críticas planteadas a los postulados del giro lingüístico para la práctica historiográfica. En efecto, para esta historiadora el gran problema del giro lingüístico ha sido la sistematización de las operaciones del lenguaje al punto de perder de vista que son la acción y las prácticas humanas las que en realidad modelan el discurso. En sus propios términos,

antes que estar gobernados por códigos semióticos impersonales, los actores históricos son ahora vistos como activos participantes en la modulación de los constituyentes semióticos (signos) que modelan su comprensión de la realidad al armar una experiencia del mundo en términos de una sociología de significado situacional, o lo que podría ser llamado una semántica social.71

En este sentido, para Spiegel todo parecería indicar que las nuevas herramientas de análisis deberán hallarse en la teoría de la práctica (practice theory) y ya no en la teoría del discurso. Para Ginzburg, en cambio, es entre el positivismo y el relativismo72 que debería abrirse paso el historiador, indagando en el pasado con plena conciencia de la compleja relación entre fuente, testimonio y realidad sin relegar por ello su pretensión de verdad.73
En lo que refiere específicamente a la historia cultural y en especial al análisis del relato de viaje en la modernidad temprana europea, resulta interesante señalar que más allá de que exista la posibilidad de que ciertas obras sobrepasen sus contextos de producción específicos y adquieran dimensiones propias en el mundo social y en períodos de larga duración,74 su valor como testimonio del pasado se vería enormemente acotado si no se las comprendiera como elementos constitutivos del propio mundo del que fueron producto, formaron parte y circularon. En relación con este último punto, es fundamental destacar que la construcción (y no la re-construcción) de los distintos contextos de producción de una fuente debe ser comprendida como un acto volitivo y expreso en los orígenes de toda investigación, y no como la reposición de la serie de elementos o relaciones que "no se evidencian" a simple vista en las fuentes.75
Si como bien ha señalado Peter Burke, "los contextos no se encuentran sino que se seleccionan y hasta construyen, a veces de manera consciente, a partir de un proceso en el cual se abstraen situaciones o aíslan ciertos fenómenos con el objetivo de comprenderlos mejor", es posible afirmar entonces que a cada fuente o conjunto de fuentes estudiadas también corresponden infinitos contextos posibles. "Lo que cuenta como contexto depende de lo que uno desea explicar", indica nuevamente Burke.76 En consonancia con ello, no sería extraño imaginar que es allí donde debería radicar la tarea del historiador. Sea con el objetivo y asumiendo la responsabilidad de trabajar en función de un principio de verdad, o, como ha sostenido Ginzburg, rastreando a partir del hilo las huellas y en ese proceso sometiendo a las fuentes a riguroso análisis, el oficio del historiador requiere de una gran cuota de imaginación, que debería ser entendida como la creatividad necesaria para hacer del pasado algo inteligible.77

Notas

1 Gabrielle Spiegel (ed.), Practicing History. New directions in historical writing after the Linguistic Turn, Nueva York y Londres, Routledge, 2005, p. 2: "Historians' traditional understanding of the nature, epistemological grounding, truth-value, and goals of research and writing faced a significant challenge beginning in the late 1960s and 1970s with the emergence of what came to be known as the ‘linguistic turn', the notion that language is the constitutive agent of human consciousness and the social production of meaning, and that our apprehension of the world, both past and present, arrives only through the lens of language's precoded perceptions".

2 Ibid., p. 2: "Since for Saussure such rules are inherently arbitrary, in the sense of being social conventions implicitly understood in different ways by differing linguistic communities, the idea of an objective universe existing independently of speech and universally comprehensible despite one's membership in any particular language system is an illusion". [Debido a que para Saussure tales reglas son inherentemente arbitrarias, en el sentido de que se trata de convenciones sociales implícitamente comprendidas de maneras diversas por distintas comunidades lingüísticas, la idea de un universo objetivo cuya existencia es independiente del habla y universalmente comprensible más allá de la pertenencia a cualquier sistema de lenguaje en particular es una ilusión.]

3 Carlo Ginzburg, El hilo y las huellas, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2010, p. 14.

4 O lo que para el primer grupo mencionado constituiría la instancia previa básica a la presentación literaria del objeto investigado. Autores como Geoff Eley han hablado del enfrentamiento entre "deconstructores" y "materialistas tenaces" para referirse a los grupos en pugna respecto de las tendencias impuestas por el giro lingüístico en el campo de la historia social. Véase para ello Geoff Eley, "De l'histoire sociale au ‘tournant linguistique' dans l'historiographie anglo-américaine des années 1980", Genèses, nº 7, marzo de 1992, p. 164.

5 Ibid., p. 169.

6 Ibid., p. 165.

7 Hayden White, El texto histórico como artefacto literario y otros escritos, Introducción de Verónica Tozzi, Barcelona, Paidós, 2003, p. 9. Metahistoria. La imaginación histórica en la Europa del siglo XIX se edita por primera vez en 1973.

8 Roger Chartier, On the Edge of the Cliff: History, Language and Practices, Baltimore, Johns Hopkins University Press, 1997, p. 41.

9 Según ha señalado Estela Fernández Nadal, el objetivo de las teorías poscoloniales fue la "deconstrucción del paradigma moderno-eurocéntrico de conocimiento" con miras a restituir la memoria de los grupos subalternos y la "condición de sujetos de sus propias historias". Para Sandro Mezzadra, esto implicó a su vez una renovación en la forma de comprender la modernidad en su conjunto, aspecto sobre el que han puesto especial énfasis autores tales como Walter Mignolo al proponerse repensar la modernidad en su vínculo con la expansión colonial y, en ese sentido, visibilizar a los sujetos subalternos. Véase para ello Estela Fernández Nadal, "Los estudios poscoloniales y la agenda de la filosofía latinoamericana actual", Herramienta, nº 24, 2003-2004, p. 1; Sandro Mezzadra, Estudios poscoloniales. Ensayos fundamentales, Madrid, Traficantes de sueños, 2008, p. 17, y Walter Mignolo, The Darker Side of the Renaissance. Literacy, Territoriality, and Colonization, Michigan, University of Michigan Press, 1995.

10 Aunque la creación del término "posmoderno" deba atribuírsele al filósofo francés François Leotard, quien introdujo el neologismo en 1974 con la publicación de La condition postmoderne.

11 Richard Rorty, The Linguistic Turn: Essays in Philosophical Method, Chicago, The University of Chicago Press, 1967.

12 Simona Cerutti, "Le linguistic turn en Angleterre", Enquête, Débats et controverses [en línea], 5, 1997. Disponible en: <http://enquete.revues.org/document1183.html>, acceso el 12 de diciembre de 2011.

13 Spiegel, Practicing History, op. cit., p. 2.

14 Carlo Ginzburg, Clues, Myths, and the Historical Method, Baltimore, Johns Hopkins University Press, 1989, p.106: "History has stayed a social science sui generis, forever tied to the concrete. [...] The cognitive strategy, as well as the codes by which he expresses himself, remain intrinsically individualizing. [...] As with the physician's, historical knowledge is indirect, presumptive, conjectural".

15 Tal como ha señalado De Certeau, estas han sido muchas veces clasificadas por la Historia como disciplinas auxiliares. Michel De Certeau, L'Écriture de l'Histoire, París, Gallimard, 1975, p. 96: "Dans la mesure où l'Université reste étrangère à la pratique et à la technicité, on y classe comme ‘science auxiliaire' tout ce qui met l'histoire en relation avec des techniques: hier, l'épigraphie, la papyrologie, la paléographie, la diplomatique, la codicologie, etc." [En la medida en que la Universidad permanece ajena a la práctica y a la tecnicidad, se clasifica como "ciencia auxiliar" a todo aquello que pone a la Historia en relación a las técnicas: ayer, la epigrafía, la papirología, la paleografía, la diplomática, la codicología, etcétera].

16 Roger Chartier, El mundo como representación: estudios sobre historia cultural, Barcelona, Gedisa, 2005, p. 48. Antes bien, explicaba las "mutaciones" en el trabajo histórico de los últimos años a partir de la "distancia tomada en las prácticas de investigación misma".

17 Paul Veyne, Comment on écrit l'histoire. Essai d'épistemologie, París, Seuil, 1971. Hayden White, Metahistory: the Historical imagination in Nineteenth-Century Europe, Baltimore y Londres, Johns Hopkins University Press, 1973.

18 Algo que ya había anunciado De Certeau, aunque desde una perspectiva totalmente distinta a la ahora planteada. Véase Chartier, On the Edge of the Cliff, op. cit., p. 7.

19 White, El texto histórico como artefacto literario, op. cit., p. 43.

20 Chartier, On the Edge of the Cliff, op. cit., p. 7: "Historians today are well aware that they produce texts... This is a good way of saying that historians, like other people, do not always do what they think they are doing and that proudly proclaimed ruptures often mask misunderstood continuities". [Los historiadores de hoy día bien saben que producen textos... Esta es una buena forma de decir que los historiadores, como otras personas, no siempre hacen lo que creen que están haciendo y que rupturas proclamadas con orgullo generalmente enmascaran continuidades malentendidas.]

21 Michel de Certeau, L'Écriture de l'Histoire, p. 80: "Les ‘faits historiques' sont déjà constitués par l'introduction d'un sens dans l' ‘objectivité'. Ils énoncent, dans le langage de l'analyse, des ‘choix' qui lui sont antérieurs, qui ne résultent donc pas de l'observation -et qui ne sont pas même ‘vérifiables' mais seulement ‘falsifiables' grâce à un examen critique..." [enuncian, en el lenguaje del análisis, "elecciones" que les son anteriores, que no resultan entonces de la observación y que tampoco son "verificables" sino solamente "falsificables" gracias a un examen crítico...]

22 Michel de Certeau, "Une épistémologie de transition: Paul Veyne", Annales. Économies, Sociétés, Civilisations, año 27, nº 6, 1972, pp. 1317-1327.

23 N. R. Richard, "Chartier, Au bord de la falaise. L'histoire entre certitudes et inquiétudes", Politix, vol. 12, n° 45, primer trimestre, 1999, p. 155.

24 Paul Ricoeur, Historia y narratividad, Introducción de Ángel Gabilondo y Gabriel Aranzueque, Barcelona, Paidós, 1999, p. 158.

25 Richard, "Chartier, Au bord de la falaise", op. cit., p. 155: "Ces thèses, qui postulent sous diverses formes l'identité de l'histoire et de la fiction, ouvrent la voie à un relativisme auquel il semble urgent de répondre. L'enjeu est scientifique, puisqu'il s'agit de sauver la spécificité d'un champ de savoir face à la littérature; mais il est aussi politique, carle relativisme laisse l'historien démuni face au révisionnisme". [Estas tesis, que postulan bajo diversas formas la identidad de la historia y de la ficción, abren el camino a un relativismo al cual es urgente responder. El desafío es científico, dado que se trata de salvar la especificidad de un campo del saber frente a la literatura; pero también es político, dado que el relativismo deja al historiador desprovisto frente al revisionismo.]

26 La obra fue publicada por primera vez en 1973 bajo el título completo de The interpretation of cultures: selected essays.

27 Lynn Hunt, The New Cultural History, Berkeley, University of California Press, 1989, p. 10: "The deciphering of meaning, then, rather than the inference of causal laws of explanation, is taken to be the central task of cultural history, just as it was posed by Geertz to be the central task of cultural anthropology". [El desciframiento de significado, entonces, antes que la inferencia de leyes causales de explicación, es considerado el objetivo central de la historia cultural, tal como fue postulado por Geertz que sería el objetivo central de la antropología cultural.] Un claro ejemplo dentro de la obra de Robert Darnton es The Great Cat Massacre and Other Episodes in French Cultural History, publicada por primera vez en 1985.

28 Ibid., p. 9.

29 Ibid., p. 22: "Historians working in the cultural mode should not be discouraged by theoretical diversity, for we are just entering a remarkable new phase when the other human sciences (including especially literary studies but also anthropology and sociology) are discovering us a new". [Los historiadores que trabajan en el modo cultural no deberían desalentarse por la diversidad teorética, ya que estamos entrando en una sorprendente nueva fase en la que otras ciencias humanas (incluyendo especialmente los estudios literarios pero también a la antropología y la sociología) nos están descubriendo nuevamente.]

30 La obra fue traducida al francés un año más tarde con el título de Au bord de la Falaise. L'histoire entre certitudes et incertitudes (Albin Michel, 1998).

31 Chartier, On the Edge of the Cliff, op. cit., p. 1: "this book, which pleads the cause of a history capable of inscribing the diverse modalities of the discursive construction of the social World within the objective constrains that both limit the production of discourse and make it possible". [Este libro, que aboga por una historia capaz de inscribir las diversas modalidades de la construcción discursiva del mundo social dentro de las restricciones objetivas que tanto limitan la producción de discurso así como lo hacen posible.]

32 Chartier, On the Edge of the Cliff, op. cit., p. 25.

33 Ibid., p. 3. Véase también François Dosse, L'histoire en miettes. "Des Annales" à la "nouvelle histoire", París, Éditions de la Découverte, 1987.

34 Ibid., p. 4: "in the radical formulations of the American ‘linguistic turn', the dangerous reduction of the social world to a purely discursive construction and to pure language games". [Las formulaciones radicales del "giro lingüístico" americano, la peligrosa reducción del mundo social a una construcción puramente discursiva y a puros juegos del lenguaje.]

35 Ginzburg, El hilo y las huellas, op. cit., pp. 433-465.

36 Ibid., p. 444.

37 Ibid., 457. Los postulados de Hayden White se presentan como un claro ejemplo del relativismo señalado por Ginzburg. Al respecto, la siguiente frase del historiador norteamericano resulta por demás elocuente: "los hechos históricos son inventados, sobre la base del estudio de los documentos, sin duda, pero no obstante inventados: no vienen ‘dados' ni vienen tampoco como ‘datos' ya almacenados como ‘hechos' en el registro documental", en White, El texto histórico como artefacto literario y otros escritos, op. cit., p. 53.

38 Aunque, al igual que Ginzburg, también defienda el trabajo de archivo como elemento constitutivo de la disciplina y soporte detrás de lo que llama "intencionalidad histórica", "Even when they write in a ‘literary' form, historians are not making literature. This is because the historian is dependent on two things: first, the archive and the past of which the archive is a trace", en Chartier, On the Edge of the Cliff, op. cit., pp. 25-26. [Aun cuando escriben de forma "literaria", los historiadores no hacen literatura. Esto es porque el historiador depende de dos cosas: primero, del archivo, y del pasado del cual el archivo es el rastro.]

39 Algo ya anunciado por Marc Bloch en Apología de la historia o el oficio del historiador (obra escrita originalmente en 1943).

40 Chartier, On the Edge of the Cliff, op. cit., p. 8.

41 Peter Burke, "Context in context", Common Knowledge, vol. 8, nº 1, 2002, p. 173.

42 Marc Bloch, Apología de la historia o el oficio del historiador, México, Fondo de Cultura Económica, 2001, p. 101. En tiempos cartesianos, los principios de la exégesis bíblica comenzaron a ser utilizados para desarrollar lo que más adelante Bloch llamaría la crítica interna y externa de los documentos.

43 Nos referimos a Hayden White, Metahistoria. La imaginación histórica en la Europa del siglo XIX [1973], Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1992, y a The Content and the Form. Narrativ, discourse and historical representation, Baltimore y Londres, Johns Hopkins University Press, 1987.

44 White, El texto histórico como artefacto literario y otros escritos, op. cit., p. 53.

45 White, The content and the form, op. cit., p. 186.

46 Burke, "Context in context", op. cit., p. 164.

47 Ibid., p. 177: "The moral of the story is perhaps that we should not be looping for a new term or set of terms to replace context, terms that would probably generate new problems in their turn. It is more realistic to employ the word in the plural, to place it mentally in inverted commas, and to do our best to contextualize it, in all the many senses of that term". [La moraleja de la historia es tal vez que no deberíamos buscar un nuevo término o conjunto de términos para reemplazar el de contexto, términos que probablemente generarían nuevos problemas a su vez. Es más realista emplear la palabra en plural, ubicarla mentalmente entre comillas, y hacer lo mejor para contextualizarla, en todos los sentidos posibles.]

48 Ibid., pp. 172-173.

49 Stephen Greenblatt, Marvelous Possessions. The Wonder of the New World, Chicago, The University of Chicago Press, 1991. Marie-Louise Pratt, Imperial Eyes: Travel Writing and Transculturation, Londres, Routledge, 1992 [trad. esp.: Ojos imperiales. Literatura de viajes y transculturación, Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, 1997]. Walter Mignolo, The Darker Side of the Renaissance. Literacy, Territoriality, and Colonization, Michigan, University of Michigan Press, 1995.

50 Ibid., p. 168.

51 Greenblatt, Marvelous Possessions. The Wonder of the New World, op. cit., p. 23.

52 Ibid., p. 12: "The responses with which I am concerned -indeed the only responses I have been able to identify- are not detached scientific assessments but what I would call engaged representations, representations that are relational, local, and historically contingent".

53 Pratt, Ojos imperiales. Literatura de viajes y transculturación, op. cit., p. 23.

54 En Historias locales/diseños globales, por ejemplo, el filólogo argentino dejará en claro que la obra "intenta situarse en la crítica al eurocentrismo desde la ‘exterioridad' y unirse a la vez que continuar la obra iniciada por quienes acabo de nombrar (Dussel, Quijano) así como a la ‘obra' (escrita y vivida) de Frantz Fanon, equivalente, para la perspectiva de la exterioridad, a la de Las Casas o Kant, desde la perspectiva de la ‘interioridad' eurocéntrica", en Walter Mignolo, Historias locales/diseños globales. Colonialidad, conocimientos subalternos y pensamiento fronterizo, Madrid, Akal, 2003, p. 40.

55 Miguel Mellino, La crítica poscolonial. Descolonización, capitalismo y cosmopolitismo en los estudios poscoloniales, Buenos Aires, Paidós, 2008, p. 16.

56 Esta observación así como algunas de las argumentaciones presentadas a continuación son el resultado del trabajo conjunto y las discusiones llevadas a cabo en el marco del grupo de investigación "Imperios fragmentados: la modernidad en los márgenes de la expansión ultramarina europea (siglos XVI al XVIII)", perteneciente a la programación científica (UBACYT) 2010-2012 de la Universidad de Buenos Aires, bajo la dirección del doctor Rogelio C. Paredes.

57 Cf. Rogelio C. Paredes, "Introducción", en María Juliana Gandini, Malena López Palmero, Carolina Martínez, Rogelio C. Paredes, Fragmentos imperiales. Textos e imágenes de los imperios coloniales en América (Siglos XVI-XVIII), Buenos Aires, Biblos, 2013, pp. 11-12.

58 Pratt, Ojos imperiales..., op. cit., p. 22.

59 Ibid., pp. 22-23.

60 Ibid., pp. 20-21.

61 La utilización de estas categorías y su aplicación a los tres siglos que constituyen la modernidad temprana europea por parte de algunos de los intelectuales que se enmarcan en esta corriente se presenta como un claro ejemplo. En un texto relativamente reciente Walter Mignolo establecía que el momento fundante en la construcción del imaginario colonial había sido la expansión ultramarina europea a comienzos del siglo XVI, soslayando los matices de un proceso cuya naturaleza dinámica puede observarse hasta el siglo XVIII. Véase para ello Walter Mignolo, "La colonialidad a lo largo y a lo ancho: el hemisferio occidental en el horizonte colonial de la modernidad", en E. Lander (comp.), La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas, Buenos Aires, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, 2000.

62 Enrique Dussel, 1492: el encubrimiento del otro: hacia el origen del mito de la modernidad, La Paz, UMSA/Plural Editores, Colección Académica, 1994, p. 40.

63 Mignolo, "La colonialidad a lo largo...", op. cit., p. 63.

64 Paredes, "Introducción" a Fragmentos imperiales..., op. cit., p. 15: "la disparidad entre lo que se narra acerca del control de territorios y sociedades americanas y la concreción efectiva del mismo no parece haber sido abordada por los estudios recientes, más interesados en percibir y enfatizar la existencia y articulación de un discurso del dominio que sus límites e inadecuaciones".

65 Mignolo, Historias locales/diseños globales, op. cit., p. 20. Adoptando una postura crítica frente a estas tendencias, autores como Miguel Mellino o Estela Fernández Nadal han sugerido considerar los estudios poscoloniales como "otra forma perversa de imperialismo cultural". Mellino, La crítica poscolonial, op. cit., p. 18; Fernández Nadal, "Los estudios poscoloniales", op. cit., p. 9.

66 Paredes, "Introducción", Fragmentos imperiales..., op. cit., p. 15.

67 Geoff Eley, "De l'histoire sociale au ‘tournant linguistique' dans l'historiographie...", op. cit., pp. 174-175.

68 Sobre la crisis de la historia como productora de grandes relatos merecen ser tomadas nuevamente en cuenta las reflexiones de Rogelio C. Paredes, para quien "en los años 70, coincidiendo con el final del sistema colonial, se hace visible una decisiva inflexión, en la cual la historia, vista desde las interpretaciones posmodernas, ha sido abordada y aun reducida a una disciplina esencialmente ilustrada, postulada como una forma de conocimiento universal, enciclopedista y aun fuente de legitimación del dominio colonial (Mignolo, 1995; Bhabha, 1994), al sustentar a través del conocimiento de los otros un pretendido dominio y superioridad cultural europea", en Paredes, "Introducción", Fragmentos imperiales..., op. cit., p. 14.

69 En el ámbito local merecen ser destacados los aportes al estudio de la literatura de viajes desde las artes realizados por Marta Penhos en Ver, conocer, dominar. Imágenes de Sudamérica a fines del siglo XVIII , Buenos Aires, Siglo XXI, 2005. Asimismo, desde la historia propiamente dicha, se destacan los aportes de Irina Podgorny, Marcelo F. Figueroa y Ricardo Cicerchia para los siglos XVIII y XIX y aquellos de †Rogelio C. Paredes para los siglos XVI a XVIII, entre otros.

70 Michel de Certeau, "Une épistémologie de transition: Paul Veyne", op. cit., p. 1327 : "Quelle sera la connexion entre ce traitement du discours et, d'autre part, les pratiques déterminées par les institutions techniques d'une discipline? En quoi une épistémologie ainsi définie modifiera-t-elle les procédures et l'écriture, en somme la production historiographique?"

71 Spiegel, Practicing History, op. cit., p. 3.

72 Dentro del cual el giro lingüístico debería entenderse como una de sus expresiones.

73 Carlo Ginzburg, "Just one witness", en S. Friedlander (ed.), Probing the limits of representation. Nazism and the "final solution", Cambridge (MA), Harvard University Press, 1992, p. 95 [trad. esp.: Carlo Ginzburg, "Sólo un testigo", en Saul Friedlander (comp.), En torno a los límites de la representación. El nazismo y la solución final, Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, 2007].

74 Chartier, On the Edge of the Cliff, op. cit., p. 21.

75 Sobre el debate en torno a la validez de un análisis contextual de la fuente véase la reciente contribución de Martin Jay, "La explicación histórica: reflexiones sobre los límites de la contextualización", Prismas, vol.16, nº 2, 2012, pp. 145-157.

76 Burke, "Context in context", op. cit., p. 174.

77 Nótese que la noción de imaginación aquí propuesta difiere de aquella propuesta por Hayden White en "Hecho y figuración del discurso histórico", en White, El texto histórico como artefacto literario, op. cit., p. 52.

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