SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.20 número1Juegos de escalas: Experiencias de microanálisisFrontiers of Possession: Spain and Portugal in Europe and the Americas índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

  • No hay articulos citadosCitado por SciELO

Links relacionados

  • No hay articulos similaresSimilares en SciELO

Compartir


Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.20 no.1 Bernal jun. 2016

 

RESEÑAS

Richard Whatmore y Brian Young (eds.), A companion to intellectual history, Massachusets/Oxford, Wiley/Blackwell, 2015, 456 páginas

 

Las reuniones científicas, las asociaciones profesionales y el lugar en la estructura de la enseñanza superior han sido usualmente señalados como indicadores de la estabilización de una disciplina. Dicha consagración también es observable en el plano editorial: publicaciones periódicas especializadas o colecciones de libros permiten visibilizar los avances de un determinado modo de práctica académica. En esta ocasión, Richard Whatmore y Brian Young ofrecen balances y perspectivas futuras de la historia intelectual a partir de un companion, formato ampliamente extendido en el mundo editorial anglosajón, que se inscribe en una línea de reflexiones anteriores que abordaron la frecuentemente visitada pero siempre actual cuestión sobre “¿qué es la historia intelectual?”. A diez años de otro libro organizado por ambos compiladores donde se actualizaba el estado de la historia intelectual, la vertiginosa producción en el área en el universo angloparlante pareció merecer una apuesta más ambiciosa respecto del mapa que este nuevo volumen contribuye a trazar. En la huella de indagaciones sobre el carácter de la historia intelectual como empresa académica, A companion to intellectual history presenta un ordenado y claro panorama de la disciplina en los Estados Unidos y en el Reino Unido, de las principales líneas de investigación en esos espacios y de las tendencias esperables en los próximos años para la historia intelectual que antes que “el estudio de la experiencia humana es la historia de la reflexión humana sobre su propia experiencia” (p. 3).

El libro se organiza a partir de una introducción y veintinueve ensayos distribuidos en tres partes. El texto introductorio, a cargo de Brian Young, aborda en términos programáticos la actualidad de la historia intelectual, acaso la subdisciplina de la historia de mayor crecimiento en el mundo universitario norteamericano. Tal éxito, a la vez académico y editorial, se consolidó desde los años ’80, basándose en un carácter eminentemente “plural” que distinguiría a la historia intelectual respecto de otras formas de conocimiento histórico: múltiples perspectivas de análisis sobre objetos variados que escaparían de doctrinas esquemáticas a partir de situarse siempre en la frontera entre disciplinas. Esa diversidad de métodos y preguntas, constitutiva de la historia intelectual en la versión actual, recolocaría a sus cultores por fuera de las críticas de “elitismo cultural” que tradicionalmente se les imputaron. En este sentido, la relación con la historia social británica en los años ’70 dispuso variadas aceptaciones en la historia intelectual, entre quienes conformaron un diálogo productivo y quienes continuaron afirmando una práctica ya consolidada.

La primera parte del libro integra una variada serie de reflexiones que problematizan tanto la genealogía de la historia intelectual, sus principales promotores y sus conjugaciones específicas en diferentes tradiciones académicas y nacionales. El ensayo de Stefan Collini resulta, tal vez, el más interesante, tanto por el esfuerzo por recomponer una “historia de la historia intelectual” y sus modulaciones, como por ofrecer un state of art a la vez preciso y crítico. Como afirma Collini, la historia intelectual “no tiene identidad”: ella navega “bajo otras banderas”. Si algo caracteriza a esa empresa historiadora es carecer de dispositivos analíticos o herramientas metodológicas exclusivas. Su institucionalización universitaria, siempre incompleta, se desenvolvió asociada a otros saberes o disciplinas tradicionalmente consagrados. Así, la clasificación de “historia intelectual” para denominar esta producción ha servido usualmente, sostiene Collini, como “arma de batalla” ante la crítica de la historia política o de la historia social, en tanto forma de reforzar la autonomía de un área de estudios cuyos “padres fundadores” en Inglaterra no eran precisamente historiadores tout court: Isaiah Berlin, Aby Warburg y Arnaldo Momigliano. Pero esa situación marginal permitió, a lo largo del siglo XX, una sofisticación conceptual y metodológica singular: desde la imprecisa categoría de “trasfondo” vigente a mediados de siglo hasta la inflexión “global” en boga en los últimos años, pasando por la disputada noción de “contexto”, empleada por Thomas Kuhn o Quentin Skinner. Para Collini, la historia intelectual muestra su gran vitalidad en la diversidad de aproximaciones y tradiciones nacionales.

En buena medida las distintas formas de historia intelectual se evidencian en los modos de definirla en tanto ámbito de conocimiento. La amplitud de acepciones que encierra la intelectual history en el ámbito anglófono es explorada por Brian Young y Cesare Cuttica a partir de respectivas indagaciones sobre los problemáticos desarrollos de la historia de la historiografía y de la historia intelectual en Inglaterra. Young analiza comparativamente la recepción de las reflexiones sobre el historicismo de Friedrich Meinecke en los Estados Unidos y en el Reino Unido durante la segunda posguerra, mientras que Cuttica rastrea la conflictiva “importación” británica de la historia intelectual consagrada al otro lado del Atlántico.

Asimismo, una serie de desafíos lanzados a la historia intelectual parecen explicarse por el contacto de algunos de sus practicantes con los desarrollos teóricos de otras latitudes. Edward Baring, Keith Tribe y Jacob Soll presentan sus artículos mostrando el impacto del “post-estructuralismo”, del proyecto de la Begriffsgeschichte alemana, o de la history of book and publishing en el vasto universo de la historia intelectual. Ese heterogéneo conjunto de discursos conocido como “post-estructuralismo” y representados en la academia norteamericana por Jacques Derrida y Gilles Deleuze, propiciaron debates centrales en la disciplina en torno al llamado “giro lingüístico”, especialmente aquellos que animaron figuras como Dominick LaCapra, David Harlan, John Toews o Hayden White. A su vez, la magna empresa de historia de los conceptos de Reinhart Koselleck promovió, de acuerdo a Tribe, una importante reconsideración del universo conceptual expresada en las pesquisas de Melvin Richter. Finalmente, Soll brinda un pormenorizado estudio sobre las discusiones entre Peter Gay y Robert Darnton respecto de los orígenes de la Ilustración en Francia. Siguiendo a Anthony Grafton y a Roger Chartier, Darnton insistió en la necesidad de incorporar la historia de los libros, libelos y demás bienes impresos para comprender la producción y la circulación de las ideas. De acuerdo a Soll, este giro material en el estudio de la vida intelectual ha sido decisivo en los últimos años.

A partir de otro conjunto de ensayos del libro, los derroteros de la historia intelectual deben comprenderse también a través de los trayectos biográficos de ciertas figuras clave. De esta manera, Michael Drolet, Richard Whatmore y Kenneth Sheppard analizan el recorrido vital de Michael Foucault, Quentin Skinner y J. G. A. Pocock en tanto depositarios de nuevas miradas sobre la historia de los saberes, los discursos y el pensamiento político modernos. Aquí, la escala biográfica de análisis contribuye a explicar condiciones de posibilidad de innovaciones conceptuales medulares para la renovación de la historia intelectual en la actualidad.

La segunda parte del libro se concentra en la relación entre historia intelectual y otras disciplinas. Un primer grupo de ensayos permite reconstruir la genealogía de la intelectual history respecto de tres disciplinas académicamente consolidadas. Leo Catana muestra cómo la tradicional historia de la filosofía dio lugar a la historia de las ideas en términos de Arthur Lovejoy. Contra esa noción de “ideas-unidad” de Lovejoy reaccionarán un conjunto de historiadores munidos de los avances de la filosofía del lenguaje. Un hito en esa relación entre historia de la filosofía e historia intelectual lo constituyó la compilación Philosophy in History de 1984, que organizaron Richard Rorty, J. B. Schneewind y Quentin Skinner. De acuerdo a Catana, las secuelas de los debates que resultaron a propósito de aquel libro entre historiadores y filósofos analíticos reconfiguraron las perspectivas sobre la construcción de una historia disciplinar. Del mismo modo, DUNCan Kelly y John F. M. Clark analizan respectivamente la conflictiva relación entre la historia del pensamiento político y la historia de la ciencia respecto de la historia intelectual. Mientras que Kelly enfatiza en tono presentista la preocupación de la historia intelectual por explorar la intersección entre realidad política actual y las reflexiones pasadas sobre lo político, Clark indica cómo la trascendencia de la noción de “paradigma” impactó no solo en los estudios sobre las ciencias sino sobre la historia intelectual en general.

En otro conjunto de trabajos, las sendas experimentadas por la historia intelectual se visitan menos en términos de bifurcaciones respecto de un origen y más a partir de los intercambios establecidos. Así, mientras Donald Winch traza el recorrido de la historia del pensamiento económico y los aportes de la historia intelectual para su renovación, Katharina Lorenz indica los mutuos “préstamos” entre la intelectual history y la historia del arte expresados en las figuras de Alois Riegl, Erwin Panofsky, Michael Baxandall y Ernst Gombrich. Por otro lado, John Cairns destaca la profunda renovación de la historia del pensamiento jurídico a la luz de la historia intelectual y el desafío de franquear el tradicional naciocentrismo de los estudios de historia del derecho. En buena parte ese impulso por revisar fuertemente las escalas de análisis temporales y espaciales ha llevado a la historia intelectual a reposicionar nuevas periodicidades y nuevas cartografías. En este sentido, Andrew Sartori ofrece un detallado análisis de la “historia intelectual global” como expansión mundial de los fenómenos usualmente atendidos por la historiografía, a la vez que Peter E. Gordon contribuye a la reflexión sobre las temporalidades de los procesos de cambio intelectual a través del estudio de la idea de secularización en las figuras de Karl Löwith, Hans Blumenberg o Martin Jay.

La tercera y última parte del libro reúne trabajos que sirven de ejemplos de práctica de la historia intelectual. A lo largo de estos doce ensayos se recorren tópicos clásicos de la historia intelectual como civilización y barbarie (Michael Sonencsher), democracia y representación (Manuela Albertone), arte y estética (Francesco Ventrella), o razón y escepticismo (Mark Somos). Si esta sección no parece resultar completamente original es porque la opción para mostrar la historia intelectual en acción se inclinó por la opción de los “key terms” (palabras clave) antes que en estudios que evidencien la dimensión compleja de toda producción histórico intelectual. Tras un recorrido por antecedentes clásicos, se nos presenta el estado actual de la investigación sobre esos conceptos de manera sucinta, carente de problematización ni hipótesis que sustenten los textos. En los casos de Natural Law: law, rights and duties, de Knud Haakonssen y Michael J. Seidler, o Religion and Enlightenment, de Sarah Mortimer, el repaso enciclopédico de las respectivas temáticas no parece guardar coherencia con las renovaciones celebradas en las demás secciones del libro.

El indudable mérito del libro de Whatmore y Young reside en el notable esfuerzo por actualizar de modo informado y claro los avances de la disciplina en los últimos años. El balance presentado a lo largo de los distintos capítulos devuelve una imagen compleja de la gran diversidad de apuestas académicas que se integran bajo la categoría intelectual history. Pese a orientarse como guía, como introducción, como “compañero/a” en el universo de la historia intelectual, el volumen resulta desparejo, con ensayos originales en su argumentación y estimulantes en su propuesta, como es el caso del texto de Stefan Collini. Otros capítulos parecen completar un mosaico ambicioso que pretende dar cuenta de toda la realidad contemporánea de la disciplina, aunque ese objetivo se cumpla mejor con la intelectual history y menos en las demás variantes de historia intelectual. Con todo, resulta un libro logrado y de accesible lectura que ofrece un ajustado mapa de la historia intelectual en el mundo angloparlante.

Ezequiel Grisendi
PHAC-IDACOR-UNC / CONICET

Creative Commons License Todo el contenido de esta revista, excepto dónde está identificado, está bajo una Licencia Creative Commons