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Prismas

versão On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.20 no.1 Bernal jun. 2016

 

RESEÑAS

Nicolas Mariot, Tous unis dans la tranchée? 1914-1918, les intellectuels rencontrent le peuple París, Éditions du Seuil, 2013, 487 páginas

 

El libro Tous unis dans la tranchée? Les intellectuels rencontrent le peuple, del sociólogo Nicolas Mariot, versa sobre una experiencia social ante todo excepcional: el descubrimiento de las clases populares por parte de los intelectuales franceses movilizados en ocasión de la Primera Guerra Mundial. Publicado en 2013 en Francia, todavía no traducido al castellano, el trabajo comporta una serie de rasgos que lo convierten en un estudio acerca de la Gran Guerra no solo original, sino profundamente reflexivo y riguroso.

Basada principalmente en la lectura de intercambios epistolares y cuadernos de notas de la guerra, la investigación plantea una mirada sociológica sobre un fenómeno cuya interpretación ha sido tradicionalmente patrimonio de la historia social y la historia cultural, bien acostumbradas a la idea nacionalista de la "generación de fuego" según la cual la experiencia de la guerra habría procesado las diferencias sociales propias del mundo civil poniendo a todos los combatientes en pie de igualdad. Criticando esta ilusión igualadora y examinando en cambio las reacciones y las estrategias de distinción de artistas, escritores, hombres de letras y científicos, todos miembros de las clases privilegiadas de la sociedad francesa de principios del siglo XX, al entrar en contacto con sujetos provenientes de mundos sociales bien lejanos en la trinchera y en el frente, el autor consigue iluminar una dimensión no siempre atendida por la historia intelectual: la relación que existe entre tomas de posición y pertenencia de clase.

Por empezar, el libro debe lidiar con un problema ya clásico: el de la definición del intelectual. Para ello el autor recurre a factores estructurales vinculados a la trayectoria, la pertenencia socioeconómica y educativa, pero también a elementos propios de la interacción social: en el contexto de la guerra, sostiene, los intelectuales son aquellos que se diferencian, tanto positiva como negativamente, de todos sus compañeros. Es así que la investigación trabaja con una definición eminentemente relacional de la identidad del intelectual, a partir de una experiencia que acontece en un espacio cerrado donde "cada uno está bajo la mirada de todos". El intelectual es aquel que, en dicho contexto, se muestra serio, solemne, aislado, solitario, propenso a priorizar las actividades del espíritu; y también el que se demuestra incompetente, al menos más incapacitado que el resto, para la ejecución práctica de una serie de necesidades propias del contexto de guerra que exigen habilidad física o técnica manual. Por último, el intelectual es también quien comprende las causas del conflicto y pretende hacerlas saber a los demás, asumiendo para sí un rol de servicio y un compromiso político patriótico.

De esta forma, Mariot propone analizar la figura del intelectual de una manera distinta a la tradicional: no de acuerdo a su rol en el espacio público, sino según su forma de ser cotidiana, socialmente construida, reconocida por sí mismo y por los demás. Al indagar en las prácticas de construcción y reconocimiento de estas identidades, el autor consigue precisamente mostrar que la experiencia de la guerra no solo no puede caracterizarse por la supuesta igualación generada por la violencia, sino que, por el contrario, debe pensarse como un lugar donde se cristalizaron diferencias sociales preexistentes.

A lo largo de la investigación, el autor seguirá en detalle la experiencia de 42 soldados intelectuales, entre ellos algunas figuras notables de la historia cultural tales como Guillaume Apollinaire, Fernand Léger o Marc Bloch. No se trata sin embargo de un grupo real, sino de un grupo en el papel, construido a partir de rasgos sociológicos comunes y en virtud de determinadas decisiones metodológicas. Por un lado, todos ellos comparten intereses por el arte, las letras o las ciencias sociales, todos o casi todos dominan un instrumento musical y comparten los mismos consumos literarios, así como los mismos hábitos de lectura de la prensa. Por otro lado, la gran mayoría de ellos pertenece a las clases superiores, es decir a la burguesía francesa de principios del siglo XX, y comparten una determinada trayectoria escolar: todos tienen estudios superiores en una época en que como máximo un 2 por ciento de los hombres tenían un bachillerato terminado; un factor fundamental para examinar la experiencia de la guerra, en la medida en que indica la baja probabilidad que existía para sujetos como estos de un encuentro social como el que sería su contacto con los soldados de clases populares en el frente. Por último, Mariot justifica la construcción del grupo en virtud de la predominancia de bajos rangos, algo que le permite garantizar el contacto con las clases inferiores de la sociedad francesa, y en función del hecho de que hubieran escrito cartas y notas diarias y no a posteriori, lo que permite al autor dar cuenta del aspecto procesual del fenómeno. La primera sección del libro, titulada "La matérialité d'une rencontre", se propone examinar las condiciones concretas de la interacción entre los intelectuales y el resto de los soldados durante la experiencia de la guerra. "La percepción social del mundo no resulta para nada abolida por el uniforme", sostiene el autor, describiendo a través de comentarios, recuerdos y reflexiones de los intelectuales la persistencia de una sociedad jerarquizada en las trincheras. Y no en menor medida porque la jerarquía de los combatientes en el mundo civil se traduce frecuentemente en una jerarquía de rango entre soldados rasos y oficiales, lo que conlleva diferentes recursos y estilos de vida, así como una legitimidad y autoridad que pueden ampliar la distancia social hacia dentro de la experiencia de la guerra. En esta misma sección, sin embargo, el autor examina también las experiencias de intelectuales de baja jerarquía, mostrando cómo opera el descubrimiento de la distancia social cuando no hay recursos para mitigar los efectos negativos de este encuentro a veces traumático: la soledad, el aislamiento y el sufrimiento aparecen frecuentemente entre sujetos que se sienten abandonados en un terreno hostil, donde su condición social, sus gustos, capacidades y afinidades son un problema difícil de gestionar en la vida cotidiana. Así las cosas, el lector ve cómo el intelectual se vuelve a veces objeto de burlas y abusos entre el grupo, sufriendo diferentes formas de hostigamiento -a veces incluso el robo o la exclusión por parte de los demás a través del uso de dialectos-, una marginación a la que los protagonistas del relato responden con sufrimiento y una sensación de "ser un incomprendido", lo que también es decir una cierta sensación de superioridad.

La segunda sección del trabajo, "Le savant et le populaire, in vivo", intenta reconstruir distintas formas del impacto social y reacciones de los intelectuales durante la movilización. Es decir que si la mirada sociológica del autor estructura toda la investigación, es en secciones como esta donde su inscripción en la sociología francesa se vuelve del todo manifiesta. El autor comienza por examinar el problema del empleo del cuerpo en el marco de la experiencia militar, un desafío que pone a prueba a los intelectuales, generalmente menos hábiles en actividades de esfuerzo físico. Cuestión que de un cierto modo invierte la dirección de la superioridad social, pues a la dominación simbólica de estos sobre los sectores populares se le opone la sensación de inferioridad física. En esta sección del estudio, Mariot mantiene su atención principalmente sobre los soldados rasos, puesto que los intelectuales que ocupaban posiciones superiores podrían precisamente escapar a los esfuerzos físicos y a esta puesta en equivalencia de los cuerpos. El autor también se ocupa de destacar aquí que entre los intelectuales movilizados el encuentro de las diferencias físicas produce no solo una reacción negativa, sino a veces también un aprendizaje. Tal es el caso de Robert Hertz, sociólogo y discípulo de Émile Durkheim, quien reconoce a partir de entonces la existencia de formas de inteligencia que le eran desconocidas, manifestadas a través de habilidades físicas y manuales que se muestran útiles e incluso sofisticadas en el contexto de la guerra. También el de intelectuales como André Bridoux, a quien estas experiencias conducen a una reconsideración de la importancia de la intelectualidad y a una valoración de la virtud popular.

Si los momentos de acción marcan diferencias, es sin embargo en los momentos de descanso donde aparecen algunas de las distancias más notables entre los intelectuales y sus compañeros: mientras que los primeros buscan recuperar el espacio íntimo de sus hábitos, intentando mantener las costumbres de pensar, leer y escribir, estas tendencias terminan por aislarlos de los demás y reforzar más aun las distancias sociales. En esta realidad cotidiana se construye la identidad del intelectual, que busca intimidad y tranquilidad para tratar de cultivar el espíritu en vez de disfrutar la convivencia grupal y la jovialidad. Aquí la cuestión física vuelve a jugar un rol clave, en la medida en que las frecuentes quejas por los olores y los ruidos, la aversión al alcohol, a las cartas y a los juegos generan reacciones incontrolables por parte de los intelectuales que redundan en su reclusión. En el contexto de la guerra, los intelectuales leen, dedican tiempo especial a la escritura e incluso retoman algunas tareas de sus profesiones civiles: es por ejemplo el caso de Pierre-Maurice Masson, quien termina en el frente su tesis doctoral sobre la filosofía de Rousseau, y quien, luego de haber organizado por correo una defensa de tesis en Sorbonne, cae en la Batalla de Verdún. El caso opuesto, una vez más, es el de Robert Hertz, cuyas inclinaciones políticas socialistas y su hábito profesional lo conducen a dedicar su tiempo a la observación etnográfica de sus compañeros, costumbre que lo llevará a descubrir un universo cultural popular nuevo y fascinante.

Luego de haber examinado las interacciones cotidianas de los intelectuales en su encuentro con los sectores populares, la tercera y última sección del libro, titulada "Corps et âmes", se dedica precisamente a examinar las interpretaciones y las lecciones políticas que los intelectuales extrajeron de dicha experiencia, particularmente en relación con el fenómeno del patriotismo. Es que el encuentro tiene efectos determinantes sobre la forma en que los intelectuales piensan su compromiso político y la cohesión de la sociedad francesa, al enfrentar por primera vez el fatalismo y la falta de sentimiento nacional de los sectores populares, tan distinto y lejano a su propio patriotismo de tipo literario e ideológico. Como reacción ante lo que identifican como una falta de conciencia política, los intelectuales responden de una forma que el autor considera típica de su condición: refuerzan su propia convicción e interpretan la experiencia de la guerra como una prueba de fuego para el espíritu. Mientras los otros combaten por obligación, ellos lo hacen por convicción y resolución personal, lo que los anima a emprender una tarea pedagógica frente a los otros soldados, expresando sus opiniones políticas permanentemente y organizando lecturas colectivas para hacer madurar la conciencia de sus compañeros. El trabajo de Mariot es una respuesta rigurosa y necesaria a las interpretaciones tradicionales sobre la Gran Guerra, mayormente leída por la historia cultural como una experiencia nacional colectiva e igualadora. Interesado inicialmente por la composición de clase del ejército francés, una dimensión siempre poco trabajada en la historiografía sobre la guerra, el autor termina por superar la descripción sociológica pura, para analizar la influencia cotidiana de las distancias sociales en el contexto de la experiencia en las trincheras y en los cuarteles. Señalando que dicha experiencia no borró las diferencias sociales, sino que los distintos ethos de clase se manifestaron allí con claridad cristalina, consiguió realizar un aporte fascinante a la historia de la Primera Guerra Mundial, pero también a una historia intelectual que muchas veces deja de lado la dimensión sociológica de la producción de los pensadores, como si esta fuera del todo irrelevante. Si una de las conclusiones del estudio es la confirmación de la lealtad de los intelectuales franceses a la idea de la nación francesa, su tendencia a volverse portavoces del Estado y de sus lógicas en el frente de batalla, este descubrimiento es el resultado de la mirada original y rigurosa del autor sobre el modo en que los intelectuales construyen la realidad también condicionados por una serie de experiencias biográficas e históricas de interacción social. Por último, vale señalar que el abordaje teórico-metodológico del autor, que combina rasgos de disciplinas diversas, le permite evitar que estas diferencias interpretativas sobre la experiencia de la guerra se reduzcan a puras divergencias disciplinares, alentando así un diálogo mayor entre dos disciplinas distintas pero fuertemente conectadas como son la sociología y la historia.

 

Agustín Cosovschi
UNSAM / EHESS / CONICET

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