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Prismas

versão On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.20 no.1 Bernal jun. 2016

 

RESEÑAS

Aurelia Valero Pie, José Gaos en México. Una biografía intelectual, 1938-1969, México, El Colegio de México, 2015, 490 páginas

 

José Gaos merecía una biografía intelectual. No es que no se hubiese escrito más o menos abundantemente sobre él. Hasta hace poco, el interesado podía aproximarse a su itinerario y a su obra consultando los prólogos que anteceden a los tomos de sus Obras Completas, un libro entrañable que le dedicó Vera Yamuni y un amplio conjunto de estudios y testimonios que abordan distintos aspectos de su obra y de su vida. No era poco. El interesado podía proseguir su incursión visitando las Confesiones profesionales que el propio Gaos diera a conocer en los años cincuenta, así como su Aforística, ambas recogidas en el tomo XVIi de sus Obras Completas y de la mayor relevancia para asomarse a sus afanes. Era bastante.

Sin embargo, todo eso suponía búsquedas pacientes, sobre todo para aquellos interesados no residentes en México; suponía, además, un trabajo de recomposición y de articulación difícil de emprender para el interesado no especializado; en empresas así, los riesgos de desorientarse, de tomar alguna parte por el todo e, incluso, de desistir, suelen ser grandes. Alguien podía saber de la importancia de Gaos, estando, por ejemplo, interesado en impartir un seminario sobre su obra y, realmente, no saber por dónde comenzar a abordar una producción de semejante magnitud.

Considerando la importancia del autor para la cultura hispanoamericana, se trataba de una situación injusta y, hasta cierto punto, difícil de explicar. La presencia de Gaos en México a partir de 1938 contribuyó a la renovación de la filosofía mexicana, dio forma a una propuesta orgánica de estudio del pensamiento de los países "de lengua española" como quizá no existía otra entonces, realizó una labor notable como traductor -destacando su traducción de Sein und Zeit, de Martin Heidegger-, formó a numerosos discípulos y dejó una obra de alta calidad filosófica, sobre cuya significación todavía podemos debatir en nuestros días. El libro de Aurelia Valero viene a reparar dicha situación, llenando una necesidad genuina. Hay varios puntos del estudio que interesa destacar. Por razones de espacio, voy a mencionar apenas cinco, para luego delinear una apreciación de índole más general.

En primer lugar, el volumen está atravesado por una reflexión constante en torno a la naturaleza de la empresa denominada biografía intelectual, sus alcances, sus desafíos, sus límites. De ninguna manera el lector está ante una obra ingenua en términos epistemológicos; los lectores afines a la sensibilidad asociada a los nombres de Michel Foucault, Michel de Certeau, Paul Ricoeur y François Dosse sabrán apreciarlo.

En segundo lugar, entre las consecuencias de lo anterior figura la serie de decisiones que llevaron a que el libro posea la organización espiralada que tiene. El abordaje por ejes o problemas obedece a una elección meditada, que busca eludir los riesgos implicados en las narrativas lineales. Las idas y vueltas en la cronología y la posibilidad de tratar "un mismo" aspecto desde distintos ángulos incrementan el interés de la experiencia de lectura.

En tercer lugar, uno de los aportes mayores del estudio es haber escudriñado con denuedo el diario personal de José Gaos. Además de aportar información relevante sobre innumerables cuestiones, ese diario es importante por ser él mismo, en cierto sentido, una obra de filosofía. Ello da lugar a una serie de efectos muy especiales, que también sirven para enriquecer la reflexión sobre la naturaleza de la empresa biográfica, que se mueve en una particular relación especular con el diario gaosiano. Para Valero, dicho diario fue confesionario, expediente médico, laboratorio y guía de navegación; de alguna manera sucedió que la experiencia narrada fue sustituyendo a la vivida.

En cuarto lugar, y estrechamente ligado al estudio minucioso del diario personal gaosiano, el argumento de Valero le asigna gran importancia a las ideas que formaron parte de un proyecto de libro bosquejado por Gaos a fines de 1935, es decir, cuando todavía se encontraba en España. De acuerdo con la autora, aun cuando Gaos jamás escribió exactamente ese libro, las marcas del proyecto y de las ideas que contenía lo acompañaron hasta su muerte, acaecida en 1969. No parece excesivo decir que, para Valero, en esas ideas está lo que cabría designar como el "núcleo" de Gaos. Tales ideas son difíciles de exponer en el marco de una reseña; basta con decir que se asocian a una profunda decepción ante la disciplina filosófica y sus promesas, y a una voluntad de develar, con técnicas filosóficas, el truco y el engaño. En virtud de lo antedicho, en Valero la imagen de "un Gaos" o, mejor dicho, de la unidad de propósitos de Gaos, de alguna manera se impone a la imagen de unos posibles varios Gaos, separados entre sí por alguna bisagra. Valero encuentra marcas del proyecto de 1935 en varios momentos clave de la trayectoria gaosiana, incluso en sus libros postreros. Mi impresión es que hay razones para cultivar ambas imágenes: la de la unidad de propósitos y la del viraje, eventualmente acaecido en torno a mediados de los años cincuenta. Como sea, lo cierto es que el aporte de Valero dispone elementos para enriquecer un debate fascinante. El lector interesado en este aspecto debiera estudiar de manera especial los capítulos quinto y décimo del libro de Valero, titulados "El libro de las ilusiones" y "El silencio de los libros", respectivamente.

En quinto lugar, el libro ilumina varios aspectos, episodios y procesos importantes para enmarcar adecuadamente la producción gaosiana. Valero trabaja con cuidado las relaciones de Gaos con los referentes intelectuales del México que lo recibe y con los otros exiliados españoles; sus complejos y muy relevantes vínculos con la figura de Ortega y Gasset; las polémicas en las que se vio enzarzado; las relaciones que estableció con el grupo Hiperión; sus ideas sobre la mujer; sus ideas sobre la traducción y la edición de textos filosóficos, sus ideas sobre la universidad, etcétera.

Mi apreciación general del libro no puede eludir una interrogación acerca de las valoraciones y preferencias de Valero, las cuales no aparecen, por lo general, explicitadas, sino que se expresan, más bien, en forma de adjetivaciones, énfasis, remisiones y alusiones. Dichas valoraciones y preferencias afectan la imagen de Gaos que deja el libro.Tras la lectura, queda una sensación agridulce. Se trata, en principio, de un rasgo saludable, indicativo de la necesaria toma de distancia de quien investiga en relación con su objeto de estudio y, en este caso, además, de una suerte de antídoto contra la posibilidad de que la biografía acabe por deslizarse hacia la apología, la vindicación, la hagiografía, modalidades poco productivas en términos analíticos. Pero da la impresión de que aquí lo agridulce va más allá de la distancia o de la búsqueda de equilibrio, y es revelador de una falta de empatía más profunda. No parece excesivo afirmar que el Gaos que propone Valero es un Gaos pequeño, caduco y más bien gris. No compensan esta sensación los reconocimientos -el comentario a la intervención titulada "La decadencia", el señalamiento de la importancia de la propuesta gaosiana para estudiar el pensamiento en lengua española, el título del Epílogo (que destaca la "honradez intelectual" del biografiado), el pasaje en el mismo Epílogo que sostiene que Gaos es el autor de algunas de las mejores líneas escritas en la filosofía del siglo XX-. No lo hacen porque son incidentales, no vertebran la argumentación, no son decisivos en la composición de la imagen "final" que el libro ofrece, si cabe la expresión.

La argumentación de Valero no está organizada en torno a la idea de, por ejemplo, Gaos crítico de la modernidad, que perfectamente podría haber desempeñado ese papel, sino que se presenta articulada alrededor de motivos como la decepción, la falta, las inconsecuencias, la incompletud, la irresolución, las mezquindades, lo estratégico, el reconocimiento que no llega y que no basta, la melancolía. De ahí que la imagen que parece quedar es la de alguien que no está a la altura de las expectativas, en primer lugar, de las suyas propias.También, la imagen de alguien cuyos puntos de vista van siendo irremisiblemente superados por "nuevos vientos" sociales, culturales, disciplinares. Es probable que Gaos, al menos en ciertos momentos, pensara eso de sí mismo; varios pasajes del diario trabajados por Valero así lo testimonian. La imagen "final" es la de un Gaos que decepciona. No estoy seguro de que deba ser esa nuestra imagen de Gaos. A ese Gaos quisiera contraponerle otro. No épico, aunque sí, quizá, trágico, tensionado por unos desgarramientos que, hallando expresión en puntos de fuga incandescentes, son expresivos no tanto de inconsecuencias, pequeñeces o irrealizaciones como de genuina relevancia crítica, pasada y actual.

Me inclino a pensar que Gaos no es solamente un escritor honrado, o un precursor lejano de la historia intelectual. Considero que es un pensador -un filósofo- incómodo e incomodante, y absolutamente vigente en tanto tal. Un pensador -un filósofo- habitando los límites de la disciplina, de la cultura, de la época. Numerosos pasajes suyos podrían ser puestos a dialogar en forma fructífera con planteamientos de filósofos críticos más próximos a nuestros días -Bolívar Echeverría, por ejemplo-. Por lo demás, y esto lo muestra abundantemente la biografía de Valero, lejos estaba Gaos de la complacencia consigo mismo o con los vientos sociales, culturales, disciplinares. Pienso que hoy tampoco hay demasiados motivos para transitar ese pathos. En parte, el drama de Gaos es también nuestro drama. Por supuesto, nada de esto le quita un ápice de su valor a la biografía de Valero; en estas últimas líneas he hablado más de sensaciones y preferencias que de otra cosa. La biografía de Valero, eventualmente, su Gaos, son aportes decisivos al enriquecimiento de nuestros debates sobre ese coloso de nuestra cultura.

Andrés Kozel
UNSAM / CONICET

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