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Prismas

versão On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.20 no.1 Bernal jun. 2016

 

RESEÑAS

Martín Bergel, El Oriente desplazado. Los intelectuales y los orígenes del tercermundismo en la Argentina, Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, 2015, 354 páginas

 

El Oriente desplazado, de Martín Bergel, viene a ocupar una zona de escaso desarrollo en los estudios de historia intelectual desplegados en la Argentina, dentro de los cuales él se inscribe: la historia global con la que el libro dialoga y los vínculos entre el universo argentino y latinoamericano y el mundo no europeo. Resultado de la elaboración de su tesis doctoral en historia, defendida en la Universidad de Buenos Aires en 2010, dirigida hasta 2008 por Oscar Terán y luego por Carlos Altamirano, el libro de Martín Bergel posee, además de un recorrido poco transitado, hallazgos notables, solidez argumental y el intento de reconstruir una trayectoria, la del orientalismo argentino y global con sus ramificaciones locales y regionales, sobre la que no abundan demasiados antecedentes.

Como señala el autor en el recorrido de las fuentes historiográficas en que se apoya su libro -con un claro predominio de estudios y obras literarias-, existe un corpus emergente de monografías, artículos y libros que exploran la relación entre el orientalismo y América Latina. A pesar de que un breve recorrido por los autores que se ocuparon de Oriente en nuestro país permite ver que algunos personajes centrales de la cultura argentina escribieron en clave orientalista, no existe una bibliografía significativa publicada en torno al orientalismo argentino, con excepción del estudio de Axel Gasquet. Los nombres de Sarmiento, Lucio V. Mansilla, Ernesto Quesada, Rubén Darío, Leopoldo Lugones, Victoria Ocampo y Jorge Luis Borges parecen una muestra suficiente del peso relativo de Oriente en el oscilante cosmopolitismo argentino. No obstante, hasta ahora esta conexión había despertado escaso interés entre los investigadores locales en sede académica.

Anverso y reverso de un concepto

Uno de los aportes más ambiciosos del trabajo reside en la búsqueda por definir la silueta conceptual de lo que Bergel llama "orientalismo invertido", una formación ideológica que se nutre en las primeras décadas del siglo XX de dos insumos que cobran vigor con la Primera Guerra Mundial y que darán forma a la matriz ideológica analizada en el libro: el antiimperialismo y el espiritualismo. Antiimperialismo y espiritualismo ocuparán el espacio disponible dejado por la crisis del positivismo como paradigma intelectual dominante y tendrán un papel clave en la reconfiguración del orientalismo invertido: servirán para reconstruir y dar un nuevo significado al "mensaje de Oriente" tal como fue recibido e interpuesto en los giros y recorridos que atravesó en nuestro país.

Asimismo, el antiimperialismo y el espiritualismo, si bien interponen filtros ideológicos densos, permiten abrir el campo para un acercamiento más fluido al mundo oriental y, eventualmente, a la búsqueda de alianzas y paralelismos en las luchas anticoloniales en un proto sur global de temprana manifestación. Más que una reconstrucción, el orientalismo invertido constituye una reescritura y una alteración del orientalismo "clásico", que es un marco ideológico extenso, contradictorio, por momentos difuso pero que en su misma indefinición alberga una fuerte dosis de ambivalencia. Aquí aparece un primer punto en el que podemos detenernos.

La ambivalencia orientalista ha sido analizada, por ejemplo, en torno al estereotipo oriental y, como sabemos, el estereotipo es un signo complejo, difícilmente reducible a un objeto binario (o dual) de dos caras, pasible de "invertirse" y ser dado vuelta para revelar un anverso antagónico con su cara frontal. Los esquemas binarios quedan atrapados, como la dialéctica del amo y el esclavo, en un marco estrecho y siempre reversible que impide reconocer otros rasgos y matices fuera del esquema "frente y reverso". Algo semejante puede decirse del orientalismo como concepto. Su trayectoria -tanto en la obra de Edward Said, que en Cultura e imperialismo (1993) matiza algunos puntos enunciados quince años antes en Orientalismo (1977)- como en las lecturas y desarrollos de quienes han excavado el concepto y procurado desplegar sus múltiples significados.

¿Cómo entender entonces el funcionamiento del orientalismo en el marco latinoamericano? Se trata de una formación discursiva difícil de capturar, movediza y polisémica. Los lectores críticos de Said impugnaron al trabajo del intelectual palestino, en especial desde el rigor historicista, rasgos acaso demasiado amplios e inespecíficos asignados al orientalismo, donde se encontraban quizá -verbigracia- algunas de las mayores riquezas del concepto. La condición a la vez distorsiva e ideológica del orientalismo, pero también su capacidad de producir un corpus de conocimientos, saberes, obras de arte y literatura, y donde convivían tendencias no necesariamente homogéneas, resulta un rasgo que enriquece su complejidad y ambivalencia. ¿Se puede invertir un concepto ambivalente? ¿Cuál sería "el revés de trama", para usar una expresión de David Viñas, del orientalismo si este tuviera no solo una faz única, sino varias, como el libro parece sugerirlo? La genealogía del orientalismo será el punto de apoyo para la hipótesis más avezada del libro: identificar en el recorrido ideológico del orientalismo invertido antecedentes para un tercermundismo que solo cobraría fuerza en la segunda posguerra.

La apuesta por esbozar una línea (un linaje) entre el tercermundismo y los acontecimientos y configuraciones que tuvieron lugar en la década de 1920, unas tres décadas antes de que el Tercer Mundo adquiriera espesor como referente sociopolítico y cultural, presenta el gesto más arriesgado del estudio. Y el autor lo reconoce: "Evidentemente -declara en la página 16- resulta anacrónico hablar de Tercer Mundo en los años veinte sin ulteriores aclaraciones". Gran parte del argumento de las páginas que siguen estará dedicado a sostener el vínculo entre estas temporalidades heterogéneas, no solo dentro de la Argentina y América Latina, sino también en el estudio de paralelos, comparaciones, miradas y contrastes entre los mundos asiáticos y africanos y el contexto latinoamericano.

Se trata sin duda de un desafío historiográfico que algunos lectores pueden recibir con escepticismo. Sin embargo, el trabajo consigue demostrar que es posible recuperar momentos muy tempranos de una sensibilidad prototercermundista en obras como la de José Ingenieros y también mediante el cuidadoso trabajo de archivo -facilitado sin duda por el repositorio del Cedinci de Horacio Tarcus- que recupera publicaciones poco conocidas, como la Revista de Oriente, o rastros de la afinidad y el interés por el mundo oriental en la trayectoria del Partido Comunista Argentino o de la Reforma Universitaria. De hecho, la Revolución Rusa y el activismo del Partido Comunista, al que la Revista de Oriente se encuentra vinculada, permiten reconocer una alianza política donde junto al apoyo de la Unión Soviética emergen referencias a las luchas antiimperialistas en China, India, Marruecos y el mundo árabe. Estas alianzas prefiguran una agenda que solo cobraría presencia varias décadas más tarde y que parecen anticipar las intervenciones del tercermundismo de los años '50.

Historia global, evidencias locales

¿Por qué la historia global ahora, y cuáles son las consecuencias de la emergencia de este nicho disciplinario? Como sabemos, las disciplinas navegan aguas en movimiento, se reinventan y prueban nuevos recorridos que pueden o no perdurar y producir frutos. La crítica literaria de la cual el libro busca diferenciarse, por ejemplo, hace tiempo que abandonó lecturas de autor o recortes inmanentes y hoy se abre a nuevos escenarios comparados. El caso de la historia global -al que podríamos añadir el de la literatura mundial, que también ha cobrado impulso en los últimos años- puede reconocerse como un giro disciplinario en sintonía con la extenuación de otros modelos historiográficos o la caída del poder explicativo de las historias exclusivamente locales y nacionales. Aunque la globalización como concepto recibió una fuerte y saludable desconfianza heurística en nuestro medio, su éxito como plataforma presenta algunas oportunidades para quienes estudiamos contextos no centrales, tanto por la emergencia de un repentino intersticio donde insertar, por ejemplo, problemas latinoamericanos en discusiones mundiales donde estaban relegados, como por la disponibilidad de preguntas y archivos con los que renovar nuestro propio repertorio de problemas históricos y culturales. Es lo que El Oriente desplazado permite reconocer: que el marco global habilita, a través de la emergencia de nuevas preguntas, interrogar las posibilidades, beneficios, aportes y rescates derivados de esa ampliación del marco y los alcances de los recortes transnacionales.

El volumen está organizado en seis capítulos que se detienen en distintos momentos de la trayectoria del orientalismo latinoamericano. Aunque el libro tiene como foco la década de 1920, cuando se consuma la "inversión" del orientalismo más bien clásico, negativo y plano de Sarmiento y emerge en su forma opuesta, los primeros capítulos reconstruyen la presencia de referencias orientales en la historiografía, la prensa y la literatura no solo de la Argentina sino a través de los intercambios de intelectuales locales con interlocutores latinoamericanos, europeos y, en menor medida, asiáticos y africanos.

Ya en el cambio de siglo, y debido en parte a la aceleración de la globalización con la aparición del telégrafo y el incremento del peso de las noticias de Oriente en periódicos y revistas, comienzan a aparecer desvíos del orientalismo "europeo" clásico que cultivaba Sarmiento. Figuras como Ernesto Quesada y Eduardo Wilde hacen posible reconocer figuraciones de un protoorientalismo que emerge y permite reconocer los desplazamientos que el libro toma como eje. Luego de los dos primeros capítulos que reúnen antecedentes del giro del Oriente a nuevas lecturas, derivadas principalmente de la expansión de la prensa periódica, la aparición de los corresponsales y artículos de viaje como los que escriben Wilde y Quesada (y de los que participan también varios autores modernistas como José Martí, Rubén Darío y Enrique Gómez Carrillo, que continuarán escribiendo e interviniendo a través de crónicas periodísticas en la "cuestión oriental"), el volumen se zambulle en los capítulos centrales donde estudiará el antiimperialismo (capítulo 3) y el espiritualismo (capítulo 4) y su impacto en el orientalismo invertido. En estos dos capítulos se analiza la erosión del modelo europeo que permitió la aparición de Oriente como un modelo alternativo.

El marco de la Primera Guerra Mundial, cuyo centenario impulsó en los últimos años -e impulsa todavía- un número de publicaciones y congresos, ha permitido una nueva aproximación a la genealogía de la globalización y el análisis detallado de sus rasgos y manifestaciones en diversos contextos. El Oriente desplazado aprovecha esta corriente y suma relecturas de autores más transitados como Spengler a otros como Romain Rolland, para descubrir nexos con los debates latinoamericanos. La posición de Romain Rolland como intermediario y vocero ocupa un lugar interesante a partir de su función de enlace y árbitro intelectual. Pero más interesante aun, y de un impacto más perdurable en la Argentina, será la visita de Rabindranath Tagore en 1924. Tagore, como Rolland, recibió el Premio Nobel de literatura -el primero concedido a un autor no europeo- y llega a la Argentina en un momento de fuerte crecimiento de su prestigio internacional. Varios elementos contribuyen así a la mundialización, que permite, entonces, la configuración del orientalismo invertido y la alianza prototercermundista de los años 20: la Primera Guerra Mundial y el Premio Nobel, que globaliza e internacionaliza el prestigio literario, así como el flujo de noticias e intercambios epistolares, la emergencia de agendas políticas transnacionales como el antiimperialismo y el espiritualismo son algunas de las condiciones de posibilidad para la formación de una perspectiva global, aunque con rasgos peculiares.

El rastro de Tagore es perdurable, además de en su anfitriona Victoria Ocampo (con las derivas kitsch del orientalismo sudamericano, a las cuales la editorial Sur no fue ajena), en Joaquín V. González, que manifestó un temprano interés en la obra del poeta indio, a quien tradujo y prologó. González se suma así a Sarmiento, Lugones y Ricardo Rojas, todos escritores provincianos con afinidad por el mundo oriental y árabe en particular, lo cual habla de una configuración provinciana cosmopolita donde la ampliación del mundo (y el achicamiento de las distancias) revela vínculos entre el Oriente y las provincias del noroeste argentino. También la Reforma Universitaria, analizada en el capítulo 4, participa en este lazo entre Oriente y el interior del país. Lo global, al expandir el horizonte más allá de Europa o los Estados Unidos, provincializa y permite nuevas intersecciones, no solo entre las metrópolis, sino también entre provincias ahora más próximas entre sí.

La condición cosmopolita de la cultura argentina ha tenido una trayectoria sinuosa y pendular. En la década de 1920, en que se concentra el libro de Martín Bergel, el cosmopolitismo tuvo un particular auge con la visita de artistas (de la cual es un antecedente la estadía de Marcel Duchamp en Buenos Aires en 1918, como lo estudiaron Gonzalo Aguilar y Raúl Antelo), escritores e intelectuales, algunos de los cuales incluso se instalaron en el país, como es el caso de Pedro Henríquez Ureña (según lo estudiaron Arcadio Díaz Quiñones y Jorge Myers). Tanto europeos como latinoamericanos visitaron y entablaron comunicación epistolar con intelectuales argentinos, contribuyendo a una atmósfera global y por ende al interés en Oriente. Pero el florecimiento orientalista, como el cosmopolitismo argentino, no será duradero. El capítulo 5 rastrea la sinuosa trayectoria de escritores políticos como Víctor Raúl Haya de la Torre, fundador del apra, José Vasconcelos y José Carlos Mariátegui, todos en algún momento interesados por el mundo oriental no europeo como referente político, y visitantes o corresponsales de la Argentina. Sin embargo, el interés por Oriente se diluye o, en el caso de Mariátegui, simplemente abjura de su simpatía y vindica nuevamente a Occidente hacia el fin de la década. Se trata de un fenómeno no exclusivo de América Latina y que tampoco se extinguirá por completo, como lo vemos en la obra de Borges, cuyo corpus asiático se publicó en la década siguiente. El último capítulo recorre a los intelectuales nacionalistas católicos, algunos de los cuales, como Manuel Gálvez, tuvieron un "período oriental", pero que hacia fines de los años treinta, con el fin de la primavera cosmopolita, encarnan la defensa cerril de Occidente y la interrupción del orientalismo invertido.

Desde un ángulo metodológico, el autor declara que su recorrido "se detiene escasamente en estudios en profundidad de figuras individuales" (p. 20), ya que no aspira a profundizar en casos sino que más bien "se propone enfocar al Oriente como tema cultural -y allí radica su principal diferencia con la crítica literaria" (p. 21). El tema cultural emerge (como por otra parte lo hacen a menudo los estudios literarios) al articular un entramado de autores y relaciones que solo excepcionalmente, como en el caso de Mariátegui, ahonda un poco más en un autor puntual. A pesar de que el libro recorre básicamente redes intelectuales y culturales a través de artículos, revistas, epistolarios y textos, el término "redes culturales" solo aparece en la página 326, en el epílogo del volumen.

Se trata, en síntesis, de un trabajo excepcional, que desmonta y revela un entramado capaz de mostrar que América Latina es bastante más que latina y europea, y que hay mucho por decir sobre los lazos de la región con contextos no europeos. Es de esperar que nuevos abordajes prosigan el camino abierto por este libro precursor y contribuyan a una comprensión menos eurocéntrica de las trayectorias latinoamericanas en diálogo con Asia y África.

Álvaro Fernández Bravo
CONICET

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