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Prismas

On-line version ISSN 1852-0499

Prismas vol.21 no.1 Bernal June 2017

 

RESEÑAS

Lila Caimari,
La vida en el archivo. Goces, tedios y desvíos en el oficio de la historia, Buenos Aires, Siglo XXI, 2017, 144 páginas

 

Autora de tres libros sobre la cuestión criminal,1 entre otros trabajos en relación con aspectos diversos de la historia social y cultural argentina, Lila Caimari es historiadora, investigadora del CONICET, docente y coordinadora durante quince años de esos espacios germinativos para la investigación como son los talleres de tesis. En 2007, en un dossier de esta misma revista destinado a reflexionar sobre el estado actual de la historia intelectual, Caimari advertía sobre "la nueva relación del historiador social con un archivo de documentos ‘culturales’, que ha activado una cornucopia de discursos e imágenes para abordar problemas nacidos en fuentes de naturaleza diferente": una dimensión cultural que acompaña, redefine, amplía y enriquece el archivo, cuando se produce una integración de los diversos niveles de análisis.2 Esas y otras actividades, experiencias y reflexiones están, de algún modo, contenidas en La vida en el archivo: "Nada de todo esto es nuevo, se dirá con razón. En la charla pequeña e informal de la historia, la queja del archivo es cosa de todos los días, como lo son sus avatares (el hallazgo, la frustración, la estrategia de acceso). Pero esa cualidad artesanal –esa cualidad vital– suele ser borrada en el pasaje a la fase escrita" (p. 18). El libro está hecho, así, de aquello que subyace bajo las certezas del texto de investigación histórica: las eventualidades y los descubrimientos, las operaciones de selección, organización e interpretación, la aleación de los materiales, el acopio y la renuncia que quedan ocultos en la construcción final del relato histórico.

El de Caimari es un texto sobre aquello que ocurre antes de un texto; una invitación a leer las propias prácticas. La experiencia del archivo es la de la composición por capas sedimentarias, ocultas y subterráneas; toda esa aspereza que yace debajo de la superficie tersa del texto. Como diría Foucault, en el comienzo histórico de las cosas está el disparate. Si el texto es la letra, el archivo son los días del autor. Y el historiador, una suerte de sastre o, mejor, de costurera que sabe hacer con lo que hay. No es de los problemas técnicos del archivo que se ocupa Caimari, tampoco estrictamente de los políticos que supone la preservación; aunque también sea de eso. Sino de los azares, los goces y los padecimientos, de las impurezas y las transformaciones que se experimentan en el trabajo diario con los materiales. Y hay que decir que la mención a Foucault no es aleatoria. Foucault, también Michel de Certeau y Carlo Ginzburg, por citar algunos, atraviesan en distintas escalas este libro; por ejemplo, en relación con su propia lectura de las propuestas foucaultianas y la reflexión crítica sobre ciertos usos en estudios de caso concretos. A propósito del archivo, por otra parte, en el Congreso Internacional "Los archivos personales: prácticas archivísticas, problemas metodológicos y usos historiográficos" –organizado por el CEDINCI en abril de este año, y donde también participó Caimari–, el filósofo Edgardo Castro recorría las diferentes declinaciones de esa noción en el pensamiento contemporáneo: entre la idea de comienzo u origen y la de orden o mando (ambas en el núcleo conceptual de la arché), discurren sobre el archivo Foucault (los discursos efectivamente pronunciados, y la posibilidad de que aparezcan otros) y Derrida (no hay modo de conservar sin olvidar, recordaba Castro que dice Derrida invocando a Freud: el archivo pertenece a la lógica de la repetición, se constituye para sostener la memoria pero es indisociable de la selección y, por ello, del olvido y de la destrucción). Y esas formulaciones pueden verse en diversas escenas de este texto que se resiste a cualquier encasillamiento.

Porque el de Caimari es también un libro en diferentes registros: una decena de capítulos –en sus versiones preliminares, artículos aparecidos en distintas publicaciones– escritos a lo largo de varios años, en el incierto momento de transición a las nuevas tecnologías digitales, en contextos y ciudades diferentes. Entre la crónica, el ensayo, la autobiografía intelectual, el diario de trabajo semificcionalizado, el programa de investigación, la narrativa analítica, la exploración y el humor, lo que hilvana esa dispersión es su propia experiencia de vida en el mundo de los archivos, la práctica historiográfica y la pesquisa sobre la cuestión criminal.

Sin dejar de anotar los reparos, Caimari sortea las posturas conservadoras y nostálgicas en una reflexión sobre las nuevas posibilidades y los dilemas del giro digital, que conduce de una economía de escasez a una de superabundancia documental, implica un replanteo del lugar de archivos y bibliotecas, y modifica las prácticas cotidianas del oficio del historiador. Las nuevas tecnologías contribuyen también a una geopolítica virtual hecha de claroscuros entre regiones con más o menos recursos y, por tanto, visibilidad. Caimari advierte, además, cómo la apertura de vías de acceso a fondos documentales y repositorios institucionales se relaciona en buena parte con la consolidación de la investigación científica, y especialmente con las disciplinas humanísticas: entre nosotros, la accesibilidad a los archivos materiales está siendo allanada menos por una renovación de marcos normativos o hábitos del Estado y la sociedad –dice–, que gracias a iniciativas diversas de digitalización particulares, con todo lo que eso implica. En ocasiones incluso, todo un mercado paralelo y libre permite sortear la rémora en temas de preservación y acceso a las fuentes.

Para dar cuenta de estos y otros vericuetos que se esconden en los archivos, los capítulos se dirigen por distintos caminos. Llevan a la sala de consulta, a los subsuelos de la historia con sus guardianes, controles y disciplinamientos, sus rutinas y puntos de fuga, sus fastidios, fortunas, épicas y pequeñas conspiraciones para el rescate documental. Abren preguntas y reflexiones que, en relación con lo rudimentario de nuestro acceso a la realidad, hacen a ese espacio de conflictos, préstamos y desafíos entre narrativa e historia, entre el campo literario y el de la investigación. Reconstruyen escenas de las tradiciones intelectuales, las burocracias estatales y las bibliotecas y archivos nacionales en la Argentina, Francia y los Estados Unidos. Recrean el clima en los archivos del crimen. Siguen pistas y desvíos de potenciales investigaciones, donde circulan anarquistas, Hefaístos, policías escritores, oficiales historiadores y comisarios guionistas, noticias a través de cables submarinos que conectan continentes a fines del siglo XIX, o la cárcel pre-moderna argentina irreductible a la grilla foucaultiana de la modernización punitiva.

Dado el momento en que se publica, este libro constituye, por otra parte, una intervención. Por un lado, en relación con la necesidad de una toma de conciencia sobre la deuda institucional, presupuestaria y cultural respecto del resguardo del patrimonio documental argentino (basta con recordar la resolución del Ministerio de Modernización y el Archivo General del Poder Judicial –y también el alerta que generó–, en marzo de 2017, de autorizar la destrucción en papel de documentos digitalizados de organismos del Ejecutivo y la Justicia). Por otro lado, quizá sin proponérselo manifiestamente el libro interviene en un contexto de tentativas por desprestigiar la investigación en ciencia básica, especialmente en ciencias humanas y sociales, para favorecer el recorte en el área: estas páginas dan cuenta de las dificultades que acompañan la constitución de la memoria social, y de cómo un hallazgo –en muchos años de trabajo– puede producir un aporte sobre temas cruciales. Finalmente, repara también sobre un aspecto significativo de la investigación actual como es el del peso, los efectos y los condicionamientos que la "demanda externa" opera sobre las decisiones de investigación.

Tomando distancia de las convenciones formales del mundo académico y de los protocolos de validación y escritura de la práctica historiográfica, Caimari va al corazón de su condición de posibilidad: el archivo como ocasión de nuevos enunciados. Ese archivo que es continuamente transformado por las circunstancias más diversas y las más contingentes operaciones (un nuevo archivista, un nuevo soporte, el recorte del propio archivo de investigación). No habría entonces nada más vivo que el archivo. Y sus incansables usuarios que, con las reminiscencias lúdicas de la sorpresa y como en la búsqueda del tesoro, a veces ganan. Y sin los cuales, al fin, ¿qué sentido tendrían las bibliotecas y los archivos?

 

Mariana Canavese
CEDINCI-UNSAM / CONICET

 

1 Lila Caimari, Apenas un delincuente. Crimen, castigo y cultura en la Argentina, 1880-1955, Buenos Aires, Siglo XXI, 2004; La ciudad y el crimen. Delito y vida cotidiana en Buenos Aires, 1880-1940, Buenos Aires, Sudamericana, 2009; Mientras la ciudad duerme. Pistoleros, policías y periodistas en Buenos Aires, 1920-1945, Buenos Aires, Siglo XXI, 2012.

2 Lila Caimari, "Infinito particular: lo cultural como archivo", Prismas, Nº 11, 2007, pp. 213-218.

 

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