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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.21 no.1 Bernal jun. 2017

 

RESEÑAS

Richard Whatmore,
What is Intellectual History?, Cambridge, UK, Polity, 2015, 180 páginas*

 

* Reseña publicada originalmente en el Journal of Interdisciplinary History of Ideas, vol. 5, Nº 10, 2016. Traducción de Gabriel Entin.

 

En What is Intellectual History? Richard Whatmore, profesor de historia moderna de la Universidad de Saint Andrews, presenta una visión particularmente relevante sobre qué debería ser la historia intelectual. Citando a John Burrow, Whatmore introduce el campo como aquel donde "lo que en el pasado la gente entendía por las cosas que decía, y lo que estas cosas ‘significaban’ para ellos" (p. 13). Antes que todo, la historia intelectual intenta comprender a pensadores del pasado en sus contextos históricos. A pesar de que en la actualidad la investigación repara en la importancia del pensamiento de los actores históricos, son las intenciones detrás de sus escritos, las influencias históricas que los iluminan y la recepción contemporánea de sus pensamientos los que ayudan al historiador intelectual a alcanzar una interpretación llena de sentido. El historiador intelectual intenta evitar interpretaciones teleológicas y está también abierto a la observación de consecuencias inintencionadas de las acciones y las ideas de agentes del pasado. Todo esto incluye intentar además comprender las potencialmente perturbadoras filosofías del pasado en sus propios criterios y dando cuenta de las inconsistencias en el pensamiento de agentes históricos. Quentin Skinner hablaba de la ya célebre consigna "mirar las cosas a su modo", cuando otro gigante de la teoría histórica, Reinhart Koselleck, se refería al "derecho a veto de las fuentes". Las metáforas preferidas de Whatmore son más flexibles. El autor cita a John Burrow una vez más y se refiere al historiador intelectual como un espía de conversaciones pasadas y un traductor entre sociedades históricas y nuestro tiempo.

El libro ofrece una sólida introducción sobre lo que es y no es la historia intelectual, la historia del campo, los métodos de la historia intelectual, cómo algunos estudios particularmente influyentes se articulan haciendo historia intelectual, cuáles son las justificaciones para hacer historia intelectual y qué tipos de debates son centrales en el presente. Mientras que la mayor parte del libro se concentra en la tradición británica, específicamente en la llamada Escuela de Cambridge, se destaca el capítulo sobre la historia de la historia intelectual ya que desarrolla una definición mucho más amplia de ella. En este capítulo, Whatmore se concentra brevemente en las semánticas históricas de la "historia intelectual" y de la "historia de las ideas" como también en la historia institucional del campo. Para cualquiera que lea estas páginas, se vuelve evidente que historiadores como Johan Nordström, Arthur Lovejoy, Reinhart Koselleck, Michel Foucault, Leo Strauss, Franco Venturi, y las dos figuras clave de la Escuela de Cambridge, John Pocock y Quentin Skinner, no forman de ningún modo consistente una escuela coherente de pensamiento, pero todos ellos pueden ser asociados a la historia intelectual. Una comparación de sus trabajos es muy útil para cualquier estudiante de historia intelectual (la inclusión de Strauss es la única sorpresa en este sentido, ya que el enfoque straussiano está muy alejado de los argumentos de Whatmore en el resto del libro).

También difieren las relaciones de estos autores con la historia intelectual. Nordström fue el primer profesor de historia y enseñanza de las ideas en Suecia, y fundó una sociedad científica en el campo al igual que Lychnos, aparentemente la primera revista académica dedicada a la historia de las ideas. Igualmente, Lovejoy, un filósofo de formación, fundó el Journal of the History of Ideas, que se ha publicado desde 1940. Para los dos, era clave presentarse a sí mismos como historiadores de las ideas. No fue el caso de Koselleck, cuya historia conceptual (Begriffsgeschichte) era un intento consciente para criticar la Historia de las Ideas (Ideengeschichte), asociada con el historiador alemán Friedrich Meinecke (mencionado en otra parte del libro, pero curiosamente no en este capítulo). Foucault, quien era profesor de la historia de los sistemas de pensamiento, también confiaba en una forma más bien diferente de etiquetar su trabajo. Venturi, una vez más, fue un historiador que influyó a una escuela de jóvenes académicos italianos que eligieron reunirse bajo la etiqueta de historia intelectual.

Las etiquetas son y al mismo tiempo no son significativas. Para el estudiante que busca inspiración, las etiquetas no deben permanecer en el camino, pero para el historiador que intenta comprender los predicamentos de los historiadores intelectuales, y los diferentes contextos regionales y nacionales de sus ambientes académicos, las etiquetas son cruciales. Por ejemplo, la institucionalización temprana en Suecia de la historia y enseñanza de las ideas creó una disciplina claramente separada de la historia, aun en la actualidad. Con certeza esto aún afecta a cómo los académicos se perciben a sí mismos. También puede ser una razón para explicar la recepción de algún modo reacia de la Escuela de Cambridge en Suecia, en comparación con sus vecinos Dinamarca y Finlandia. Whatmore no presta demasiada atención a las diferencias en las tradiciones académicas nacionales ya que está más preocupado por el caso británico.

En los capítulos sobre metodología, práctica, justificación y debates del presente en la historia intelectual, los ejemplos de Whatmore son escasos y refieren casi exclusivamente a historiadores activos en Gran Bretaña. La mayoría de los ejemplos tratan sobre la historia del pensamiento político en la modernidad temprana o en el siglo XVIII. Focalizándose en los trabajos que el autor conoce mejor, se dejan obvias lagunas para el estudiante que busca una introducción general a la historia intelectual –si quieren informarse sobre Foucault, Venturi, Meinecke o Koselleck necesitan hacerlo en otro lado–, pero el beneficio de escribir sobre los académicos influyentes de la historia intelectual con los que Whatmore está más familiarizado es evidente. La familiaridad en este caso no está limitada a conocer los trabajos de historiadores como John Dunn, John Pocock, Quentin Skinner e István Hont. Sin embargo, el libro se acerca a estos autores en otro sentido. Cuando Whatmore escribe sobre método y recapitula partes de los escritos metodológicos de Skinner, no lo cita extensamente e implementa una exégesis de su pensamiento. El lector siente que Whatmore escribe más bien desde una tradición en la que un número de académicos (la mayoría con una conexión a Cambridge) han estado discutiendo el trabajo de Skinner y de otros en tantas ocasiones diferentes convirtiendo la metodología y la teoría de la llamada Escuela de Cambridge en una práctica viviente donde los textos fundacionales como "Significado y comprensión en la Historia de las Ideas" (1969), de Skinner, si bien son centrales no dan cuenta de toda la historia de esta Escuela. El libro logra que un lector no especializado en estos debates pueda acceder como un testigo a los seminarios en Cambridge, Sussex o Saint Andrews. Es esta postura personal sobre la historia intelectual la que vuelve valioso el libro no solo para estudiantes de grado, sino también para los académicos en el campo de la historia intelectual.

Un resultado de su enfoque personal es que Whatmore no estudia a las figuras clave mencionadas como académicos que toman parte en los debates, es decir, como objetos de una historia intelectual, sino que extrae de ellos modelos y ejemplos para que sean seguidos y desarrollados por futuros historiadores intelectuales. Esta decisión puede también obedecer a una cuestión generacional: Whatmore analiza a académicos como Herbert Butterfield o Arthur Lovejoy y los inscribe profundamente en sus contextos particulares, mientras que la generación activa a partir de 1960 en adelante no tiene este trato. Es interesante observar que Skinner y Pocock no reciben la mayor consideración –por momentos son criticados por el autor–, a diferencia de István Hont, cuyo trabajo es presentado en la sección donde se discute la motivación en hacer historia intelectual. El intento de Hont de captar a través de Hume y de Adam Smith un modo sofisticado de comprender la interdependencia de la política y la economía, relevante en el pensamiento político actual, es lo que claramente motiva la presentación que Whatmore hace de la historia intelectual. En el caso de Hont, Whatmore discute también ideas desde una perspectiva interdisciplinaria. Aquí, los pensamientos político y económico necesariamente son vistos entrelazados, mientras que también se destacan las relaciones con los desarrollos del pensamiento religioso y científico.

Una sección particularmente interesante del libro se refiere a cómo Pocock y Skinner adoptan enfoques bastantes similares para el estudio histórico, una de las razones para referirse a "una Escuela de Cambridge", pero al mismo tiempo sus interpretaciones sobre el pensamiento republicano difieren ampliamente (p. 61). Naturalmente, este hecho ha sido materia de debate y crítica. Mientras que los desacuerdos que señala no son sorprendentes, los diferentes argumentos normativos que Pocock y Skinner hicieron a través de los años son para Whatmore un poco más difíciles de explicar. El autor parece más satisfecho con Pocock, el "intelectual liberal euroescéptico" (p. 81), y más dudoso de la intervención neo-romana de Skinner en política. En general, el tema de los resultados normativos de la historia intelectual contextual podría haber sido discutido con mayor profundidad. La relevancia de la historia intelectual en parte está relacionada con su importancia en la actualidad y, al mismo tiempo, la búsqueda de relevancia con frecuencia genera una pobre historia intelectual. Fuertes contenidos normativos no implican necesariamente afirmaciones ahistóricas sobre categorías analíticas del pasado, pero esto sí sucede en los casos en que Whatmore discute críticamente la normatividad, y aquí reside muchas veces el problema.

En los últimos años la práctica de la historia intelectual estuvo confrontada por dos tendencias contemporáneas: la necesidad de moverse hacia una perspectiva internacional o global, y las posibilidades de nuevos métodos para analizar la masa constantemente creciente de textos digitales. Whatmore da cuenta brevemente de la primera tendencia, pero no dice nada de la segunda. Si bien elige no especular, está claro que los temas que Whatmore plantea para el desarrollo de la historia intelectual continuarán estando bajo una continua negociación en el futuro cercano. Una de las discusiones centrales en la historia intelectual se relaciona con la definición de los debates o contextos en que operaban los pensadores del pasado. Skinner y Pocock tienen diferentes perspectivas sobre esto, y Jo Guldi y David Armitage forzaron en su History Manifesto (2014) a repensar este problema, defendiendo un contextualismo mucho más amplio. La promesa de un corpus digital de gran escala implica mejores herramientas para analizar con precisión los diferentes debates en los que participaron autores del pasado. En este momento, pareciera que no es Skinner, sino más bien Pocock, Hont y quizá también Koselleck, quienes cada vez son más relevantes en relación a las nuevas prácticas de digitalización en la historia intelectual.

 

Jani Marjanen
Universidad de Helsinki

 

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