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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.21 no.1 Bernal jun. 2017

 

RESEÑAS

Christophe Charle y Laurent Jeanpierre (dirs.), La vie intellectuelle en France. I: Des landemains de la Révolution à 1914 y II: De 1914 à nos jours, París, Éditions du Seuil, 2016, 658 y 920 páginas, respectivamente

 

Entre las confrontaciones académicas y polémicas públicas a que dieron lugar las sucesivas interpretaciones sobre el lugar de los intelectuales en la sociedad francesa, Christophe Charle y Laurent Jeanpierre modelaron una empresa tan ambiciosa como arriesgada. Entre las imposiciones del mercado editorial sobre los modos de construcción de productos historiográficos "publicables" y el avance de las normas de evaluación universitaria y de organismos de promoción científica que impulsan la acreditación de excelencia a través de los artículos en "journals" internacionales, el proyecto de Charle y Jeanpierre se presenta a la vez como un producto de alta calidad académica orientado a un público no solo de especialistas, y un manifiesto historiográfico basado en la reactivación de la tradición intelectual francesa que asoció la historia y las ciencias sociales, y cuyo resultado más conocido fue la revista Annales. Ambos coordinadores, confesos discípulos de Pierre Bourdieu, convocaron a 130 especialistas para abordar diversas aristas de la "historia de la vida intelectual y de los marcos sociales del pensamiento" de Francia, un objeto que ofrece múltiples planos a los que asomarse.

La empresa surgió a partir de la comprobación de una laguna historiográfica: la inexistencia de una historia intelectual contemporánea de Francia, desde la Revolución hasta la actualidad. Para Charle y Jeanpierre, las historias de las ideas, del pensamiento o las historias disciplinares, han ofrecido reconstrucciones parcialmente concentradas en la historia medieval o moderna, comúnmente centrados en los "grandes autores" y en las principales corrientes de ideas o escuelas. Estas narrativas, sostienen los compiladores, han respondido a lógicas de clasificación u oposiciones binarias propias de una secuencia evolutiva que tiene por resultado "etiquetas" para manuales que empobrecen el análisis. Las lógicas de las historias políticas e institucionales, y de las historias "heroicas" que brindan una mirada homogeneizada del campo intelectual, usualmente diluyen las divergencias y las tensiones propias de todo espacio social, simplificando los factores explicativos de determinadas configuraciones culturales. En muchos casos, los señalamientos sobre antagonismos entre agentes individuales o colectivos del campo intelectual suelen reducirse a potencias propias del "espíritu del tiempo" o a ponderaciones moralizantes y maniqueas entre tendencias transhistóricas.

Para los directores de esta imponente obra, tal vez dos de los rasgos más singulares de la tradición iniciada con Marc Bloch y Lucien Febvre que han perdido representatividad en el panorama historiográfico francés fueron el horizonte temporal de la longue durée y la búsqueda de aproximaciones sintéticas. Charle y Jeanpierre sostienen que pese al legado de Annales, de los diálogos de la historia con otras ciencias sociales, de los avances de la sociología histórica, la historia cultural y de las representaciones, y de los avances del enfoque geográfico y de las intermediaciones y circulaciones intelectuales, aún falta una mirada integral de la historia intelectual francesa. El aumento de investigaciones monográficas y en colaboración con investigadores de otros países no ha seguido el mismo ritmo de una divulgación de esos resultados por fuera de los círculos de hiper-especialización, tanto dentro como fuera de la academia. El desconocimiento mutuo entre disciplinas y sus aportes a una historia de la vida intelectual francesa y su relativo "encierro" respecto de la divulgación a más amplia escala se inscribe, además, en la recurrente crítica contra la práctica de una historiografía elitista o alejada de la agenda de discusión pública. La renovación de la historia de los intelectuales, de la historia intelectual o de la historia de las ideas se desarrolló en Francia especialmente a partir de mediados de los años 80 a través de los aportes de Jean-Francois Sirinelli, Jacques Julliard, Christophe Charle o Pascal Ory. Pero, paradójicamente, este renovado interés por la vida intelectual se desarrolló en la medida en que los intelectuales franceses se mostraban flanqueados por numerosas críticas. La desaparición de algunos nombres mayores como Sartre o Foucault evidenció, para muchos, el cierre de un ciclo de existencia de la figura del intelectual público.

Al mismo tiempo, el proyecto de Charle y Jeanpierre pretende una problematización informada y poderosa contra el sobre-intelectualismo de cierta versión de la historia de las ideas a partir de un anudamiento con la historia social de los intelectuales y su variada escala (regional, global), la historia de las ciencias pero también aquellos saberes atentos a los modos de transmisión de la cultura, la historia de los medios de comunicación y la historia de la edición y del libro.

La ambiciosa propuesta intelectual de Charle y Jeanpierre intenta la producción de una síntesis, "a la vez una cartografía histórica y un balance retrospectivo" que desborde el enciclopedismo clásico, combinando una organización a la vez cronológica y temática. Esta búsqueda en favor de una "historia de problemas antes que de eventos" se concreta en una diagramación ágil y original a lo largo de los dos tomos. Los libros se dividen en una introducción y cuatro partes extensas, delimitadas por la periodización ofrecida a partir de "momentos" que demostrarían cierta unidad en la dinámica de la vida intelectual francesa: antes de 1815 ("Héritages"), de 1815 a 1860 ("Les temps des prophéties"), 1860-1914 ("Les temps des groupements"), 1914-1962 ("Les temps des combats"), y desde 1962 hasta el día de hoy ("Les temps des crises"). Cada parte es prologada por un breve texto de presentación donde se trazan las problemáticas generales y se ofrece un balance de las interpretaciones vigentes, a fin de brindar herramientas para un "estado del arte". A continuación de esa apertura, se despliega la información en torno a cuatro dimensiones particulares del quehacer intelectual ("Espacios públicos", "Saberes e ideas políticas", "Estética" e "Intercambios"). Cada sección, además de contar con un capítulo central, incorpora una profusa cantidad de textos de breve extensión, entradas que abordan temáticas puntuales del período tratado o que ofrecen un comentario sobre una figura intelectual, una empresa cultural o una obra singular. Esta disposición textual, que por momentos parece en extremo fragmentaria, parece beneficiar variados modos de lectura, a veces extensivos sobre un período, a veces intensivos sobre una serie de problemas acotados.

La primera sección presenta el "legado" construido durante el período 1780-1830, decisivo en las transformaciones tanto de las condiciones de trabajo intelectual, de las formas de sociabilidad cultural y de la figura del savant. Jean-Luc Chappey ofrece una lectura de un ciclo de la vida intelectual francesa que, abierto por la renovación impuesta por la Revolución y luego consolidada durante el Imperio, consagró un lazo especial entre los intelectuales y la regeneración política ansiada. Escritores, filósofos y científicos tuvieron una relación compleja respecto de quienes orientaban el destino de los proyectos políticos franceses, especialmente interesados en regimentar el universo de los intelectuales. El surgimiento de las ciencias humanas y la ampliación del sistema de enseñanza superior brindaron condiciones para nuevas configuraciones de prácticas intelectuales tensionadas entre la innovación académica, el retorno del catolicismo al espacio público posrevolucionario, y el requerimiento político de un escenario europeo inestable. Ese marco, de aceleradas transformaciones, a juicio de Chappey propulsó cierta "obsesión por el pasado", que ubicó al saber histórico como eje central en la construcción de la nacionalidad francesa.

La derrota política y militar de Napoleón abre el "El tiempo de las profecías" para los intelectuales franceses. Christophe Charle encuentra en ese equilibrio imposible de la sociedad francesa posnapoleónica una sucesión de "discordancias" en el seno de la vida intelectual que habilitará los más desafiantes emprendimientos políticos, sociales y culturales. Entre ellos, se observan los variables ángulos de los combates por la libertad de expresión disparados por la Revolución y atravesados durante la Restauración por los reconocimientos y las denuncias contra las desigualdades de la "cuestión social", para desembocar en los enfrentamientos contra la "censura de artistas" durante el Segundo Imperio, teniendo en cuenta tanto la práctica literaria y la edición de la prensa como el accionar de los músicos y los actores (Gisèle Sapiro). Paralelamente, Stephane Van Damme muestra la reorganización de los conocimientos a la luz de la consolidación de las disciplinas científicas y universitarias, lo que provoca una "nueva geografía de saberes" caracterizada por el renovado énfasis en la erudición humanística a la vez que se construyen las "ciencias sociales", cercanas a los requerimientos del poder. En paralelo a este mundo de saberes, Alain Vaillant sugiere una interesante lectura de las innovaciones estéticas del romanticismo y del "nacimiento de la modernidad cultural" en Francia; mientras que Jean-Yves Mollier reconstruye el alcance continental de este proceso, atendiendo a la conformación de redes de contacto entre intelectuales franceses y del resto de Europa.

En la segunda parte de la obra, se presenta un nuevo escenario para la práctica intelectual en Francia, "Los tiempos de los grupos", donde las disputas por las ideas se reproducen en los distintos rincones de la vida cultural francesa en la medida en que el número de productores de bienes simbólicos aumenta y se diferencia rápidamente, instaurando nuevas sociabilidades intelectuales no reducidas a la universidad o a las academias. Las aristas del mundo intelectual francés permiten la proliferación de formaciones más autónomas respecto de las instituciones rectoras de la vida intelectual a partir de la emergencia y consolidación de circuitos de consagración alternativos asociados a los nuevos mercados de consumo y de difusión cultural. Esta transformación de la dinámica intelectual se caracteriza por las nuevas coordenadas geográficas de un mundo de relaciones de intercambio que convirtieron a París en la capital cultural mundial del siglo XIX (Blaise Wilfert-Portal). La práctica artística e intelectual ganó en autonomía al calor tanto de la expansión global del capitalismo, que atrajo recursos económicos a las grandes capitales europeas, como de la extensión de los públicos alfabetizados. El "espíritu científico" se consagra en Francia como la fuente de legitimación por excelencia de las "intervenciones sabias" (Jacqueline Lalouette), al mismo tiempo que la restructuración de los espacios para la expresión artística permitió la ampliación de la visibilidad internacional (Segolène Le Men). Francia registró durante este período el incremento de consumidores de bienes culturales, lo que se evidencia, entre otras dimensiones, en la expansión de la industria editorial, y en la consolidación de una "civilización del periódico". La "Gran Guerra", como evento sin precedentes, dio inicio a un período donde los clivajes que confrontaron a las diversas fracciones del mundo cultural francés propulsaron querellas que instauraron un modo de relaciones intelectuales frecuentemente regulado por la necesidad de una toma de posición sobre los asuntos públicos nacionales. A su vez, la vida intelectual francesa asistía al ascenso político y económico de los Estados Unidos, frente al cual proyectó su prestigio cultural (Marie Scot). Lejos de constreñir la autonomía del mundo de escritores, pensadores o artistas, las guerras europeas, las revoluciones sociales y políticas y las resistencias tercermundistas dispararon un nuevo repertorio de prácticas de intervención y compromisos para los intelectuales franceses que regularmente se inscribieron entre polarizaciones ideológicas (Enzo Traverso) e innovaciones estéticas atravesadas por la tensión entre modernismo y vanguardia (Daniel Sherman). Las diversas "tormentas de conflictos" a escala nacional e internacional habrían propiciado múltiples reordenamientos donde el rol del Estado francés pasó a ocupar un lugar central en la profesionalización de ciertas ocupaciones intelectuales –consagrando la figura del "experto" (Françoise Balibar)–, mientras que el campo literario se consolidó como el espacio de mayor dinamismo del universo intelectual. Los "escritores" y los "filósofos" devinieron en íconos característicos del "pensador francés" (Bruno Goyet y Philippe Olivera). Entre las expresiones científicas y las literarias, surgió en este período un espacio dedicado a las ciencias sociales –respaldado por las nuevas políticas de recursos para la investigación y la enseñanza–, una ampliación de los medios de divulgación con la proliferación de revistas especializadas y un mercado editorial sensible a las novedades de la sociología, la antropología o las ciencias del lenguaje (Laurent Jeanpierre). Finalmente, la última parte de la obra, dedicada a los últimos cincuenta años, coloca bajo el signo de las sucesivas crisis que afectaron al Estado de Bienestar europeo, las crisis ambientales y humanitarias desatadas en diversos puntos del planeta y las crisis ideológicas tras el derrumbe de la experiencia soviética, los modos en que esos sucesos interpelaron a los diversos agentes de la vida intelectual francesa (Thomas Brisson) en relación al supuesto triunfo inexorable de la mundialización capitalista y de los conglomerados intelectuales posmodernos, y las posiciones políticas ambiguas respecto del "compromiso público" de los intelectuales (Ludivine Batigny). El rol de los medios masivos de comunicación alteró profundamente la relación entre los productores culturales y sus consumidores (Laurent Martin), otorgando un lugar preponderante a los nuevos "clercs", los periodistas, y a los "think tanks". Las nuevas condiciones para el desarrollo de carreras científicas e intelectuales en contextos de retracción de recursos presupuestarios consagraron la figura del "investigador" fuertemente internacionalizado (Christophe Bonneuil), a la vez que afectaron fuertemente las "intersticiales" ciencias sociales y humanas, menos requeridas por las necesidades del mercado (Mathieu Hachecorne).

A propósito de la disquisición que propulsa una mirada normativa sobre el pasado de la vida intelectual, sesgada tanto por los intereses corporativos como por anteojeras ideológicas, Charle y Jeanpierre sugieren en el preámbulo que "l’historien de la vie intellectuelle doit se prémunir contre ce manichéisme simpliste et ne doit pas réduire le tableau de la pensée d’une époque à la question normative de l’hégémonie" (p. 11). La obra acierta en la producción de una síntesis histórica que consigna las complejas dinámicas del mundo intelectual más allá de los esquematismos, las retrospectivas nostálgicas o las proyecciones osadas sobre "el poder de las ideas". Además de los reconocidos intelectuales con visibilidad pública, el enfoque privilegia a otros agentes productores de bienes simbólicos menos referenciados por las tradiciones dominantes. Los múltiples actores de la vida intelectual, los grupos y ámbitos a los que dieron vida, el variable ritmo de las instituciones culturales y sus respectivos contextos políticos y sociales de los últimos dos siglos enmarcan este proyecto editorial. En suma, el libro intenta un abordaje complejo de las formas históricas del espacio intelectual como campo de fuerzas a partir de una aproximación renovada e interesante.

 

Ezequiel Grisendi
PHAC-IDACOR-UNC / CONICET

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