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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.21 no.1 Bernal jun. 2017

 

RESEÑAS

Adrián Gorelik y Fernanda Areas Peixoto (comps.), Ciudades sudamericanas como arenas culturales, Buenos Aires, Siglo XXI, 2016, 466 páginas

 

Con la publicación de Ciudades sudamericanas como arenas culturales, el volumen organizado por Adrián Gorelik y Fernanda Areas Peixoto, se acaba de producir un llamado de atención al campo de la historia urbana y cultural. Si acordásemos que tal campo existe hoy de manera consolidada en América Latina, este libro lo interpela en sus presupuestos teórico-metodológicos. El libro es un gesto –o así debería ser interpretado– dirigido a preguntarse qué hacemos cuando hacemos historia cultural urbana. No es menor esta pregunta cuando se puede observar que con frecuencia se realiza un análisis "disociado" o parcial al abordar cultura y ciudad: pues, o bien se toma la ciudad a través de sus representaciones sin indagar las materialidades o, por el contrario, se narra una historia sociocultural que "porque sucede en la ciudad" se dice urbana, y la ciudad es tratada meramente como un trasfondo de la historia que se quiere contar.

La mirada cultural sobre la ciudad o el análisis de la cultura urbana ha proliferado, como indican los compiladores del libro, con los estudios culturales; sin embargo, ha faltado una mirada comparativa –entre ciudades de una región, por ejemplo–, así como una pregunta de cómo ciudad y cultura se afectan mutuamente. Con este propósito el libro se compone de veintitrés ensayos breves que exploran lo urbano y lo cultural a través de diversos objetos, momentos, grupos sociales o productos culturales, en ciudades como Buenos Aires, Córdoba, La Plata, Caracas, Bogotá, Quito, Lima, Santiago de Chile, Salvador de Bahía, Brasilia, Río de Janeiro, San Pablo y Montevideo. Escrito por autores con una variedad de perspectivas disciplinares y modos de abordaje que van de la historia de la arquitectura a la crítica literaria pasando por la sociología y la historia cultural, el libro se organiza en cinco partes ordenadas cronológicamente sin que esto implique una estricta periodización: Laboratorios culturales (Entresiglos), Lenguas para lo nuevo y la memoria (años 1910-1930), Escenas de modernización (años 1940-1970), Escenas partidas (1940-1970) y Espectáculos urbanos (años 1990-2010). Cada texto podrá atraer más o menos al lector según sus inquietudes, intereses o perspectivas, ya que hay temas de corte más arquitectónico, y otros de impronta literaria y/o política. Se puede encontrar un repertorio diverso que toma como objeto de estudio una calle, un sitio, un edificio, consumos populares tanto como grupos intelectuales, eventos en un año determinado, pero en todos ellos existe el ejercicio de "ida y vuelta" en las materialidades y los sentidos. El libro comienza con un señalamiento importante acerca del título "arenas culturales", acuñado por Richard Morse, pues contiene la fórmula de lo que se busca investigar así como el gesto de retomar una tradición (¿trunca?) de historizar las ciudades junto a sus significados, prestando atención al proceso en que esa mutua afectación se produce. Como lo ha señalado el propio Adrián Gorelik en una entrevista en la revista Márgenes (en su número 2, de 2015): la ciudad es "un objeto que, para poder entenderlo, hace falta saber algo de cloacas y algo de representaciones culturales"; pero no como espacios discretos que corren en paralelo sin afectarse, sino todo lo contrario.

En esta tarea, entonces, los compiladores de Ciudades sudamericanas construyen una tradición a partir de Morse interpelando el estado del arte en los estudios de ciudad y cultura desde una mirada más abarcadora que los trabajos "monográficos" que se han focalizado en explicar una ciudad específica. Como señalan Gorelik y Areas Peixoto, aquella especificidad había abandonado la perspectiva comparativa ("latinoamericanista") para dar cuenta de la singularidad de las ciudades en un contexto regional e incluso global.

Decir que existe una mutua afectación puede volverse una fórmula opaca y vaga (como Bruno Latour le critica a la mirada dialéctica) si ese principio orientador no se expone en su funcionamiento. Es en este sentido que el libro tiene un propósito teórico-metodológico con un fuerte carácter experimental y no es una mera compilación de monografías sobre historia urbana cultural. Primero, porque se ha congregado a investigadores de diferentes disciplinas para, justamente, hacerse cargo de la complejidad de la cultura urbana y, por lo tanto, de su inherente polifonía: no solo aquella propia de toda ciudad sino de los registros de lectura y escritura que se hace sobre ella (quizás, el primer desafío para los compiladores y los lectores de este libro). Segundo, porque los textos que se compilan cumplen una consigna: la de buscar determinados eventos, objetos, fenómenos que condensen esa relación entre ciudad y cultura, y permitan observar el proceso en detalle, como una microscopía –para retomar la metáfora de Martínez Estrada–. De modo que la obra se constituye de pequeños ensayos (porque se trata de textos breves) en el contexto de un ensayo mayor que es el libro.

Por tanto, es el carácter experimental del proyecto el que debería tenerse en cuenta a la hora de abordar este libro. De allí que pueda sugerirse que no debiera ser tomado apenas como una compilación de monografías destinadas a leerse por separado, de forma individual. Ello podría conllevar un profundo malentendido sobre el carácter del experimento, que radica, justamente, en el conjunto de los trabajos, en las diversas formas de volver siempre sobre la pregunta acerca de la ciudad como arena cultural.

Ciudad y cultura, cabe aclarar, no son conceptos acabados. Por ello los trabajos de este libro parecen abrirse a casos muy diversos, enfocados desde diferentes registros de escritura, revelando la polifonía de la arena cultural urbana. Si sobre la diversidad de miradas es donde opera este experimento, también lo es la amplitud de ciudades consideradas, que logra situar al lector no solamente en las grandes metrópolis o las capitales del subcontinente –otro gesto relevante de este libro–. No obstante, diez de los veintitrés textos abordan ciudades brasileñas (Río de Janeiro y San Pablo principalmente, además de Brasilia, Recife y Bahía) formando casi un bloque en sí mismo en que las ciudades, salvo San Pablo y Recife, comparten el hecho de haber sido o ser ciudad capital. Esta sobrerrepresentación, si se quiere, permite leer diferentes ciclos de la historia urbana brasileña, lo que otorga un interesante aporte a los lectores no familiarizados con la misma, especialmente en el mundo de habla hispana.

Ciudades sudamericanas, también podría decirse, es un "modelo para armar". Este mapa de arenas culturales sudamericanas es inacabado, no solo por las ciudades o historias que faltan –el libro no se propone la exhaustividad– sino por un "resto" que debe ser completado por una lectura activa. Si se sugiere leer el libro en su totalidad para comprender el experimento, al mismo tiempo hay que decir que se trata de una totalidad incompleta. Lo inacabado del libro es una invitación al lector. La ruta está perfectamente trazada y fundamentada en la "Introducción", en la que se establece el punto de partida, se explican claramente las decisiones tomadas y se advierte acerca de la flexibilidad necesaria para leer el libro de diferentes modos (el lector puede moverse en diferentes sentidos, sin seguir necesariamente el orden cronológico de las cinco partes del texto). Quizás hubiera sido conveniente un epílogo en el que se sintetizaran los resultados del experimento; que cerrara, de algún modo, el juego que se abre en la Introducción. Sin embargo, dicho reclamo atentaría contra el experimento mismo, que no busca dar una respuesta imperativa o acabada sobre cómo hacer historia cultural urbana. Más bien, como se dijo al principio, es un llamado de atención al campo de la historia urbana y a la historia cultural en el que se señala un camino que, aunque con antecedentes y tradiciones, necesita más bien ser construido que simplemente transitado. En otras palabras, Ciudades sudamericanas (de)muestra lo que es posible hacer si se considera la polifonía de lo urbano. Pero, al mismo tiempo, el libro deja mucho por hacer. De allí que el gesto resulte estimulante antes que prescriptivo.

Otro aspecto a tener en cuenta es que si bien, geográficamente, se quiere dar cuenta de procesos en múltiples ciudades de Sudamérica y tener una mirada comparativa, historiográficamente las partes del libro no constituyen bloques históricos compactos. No hay una intención de periodizar y caracterizar los períodos para un relato histórico como podemos encontrar en uno de los trabajos fundamentales de la historia cultural urbana latinoamericana, Latinoamérica. La ciudad y las ideas, de José Luis Romero –libro que no deja de aparecer como un eco constante, aunque no se lo cite–. Lo que primero que salta a la vista en ese diálogo con el libro de Romero son los diferentes tempos de las ciudades. Es cierto que existen fenómenos que caracterizan a las ciudades de la región, que comparten procesos similares, pero el ritmo singular y el modo en que se tramita la historia en cada ciudad parecen ser diferentes. Este es un gran llamado de atención para el anquilosamiento que ha producido la lectura del gran libro de Romero, a quien suele citarse para caracterizar períodos de la ciudad que se va a estudiar (la ciudad patricia, la burguesa, la de masas) como si fueran períodos estancos. Dicha periodización, incluso, no era el fuerte del libro de Romero. Había períodos en que se forzaba la caracterización de Buenos Aires o que no le correspondían (era una ciudad burguesa y masiva antes de 1930, por ejemplo). Lo interesante del trabajo de Romero es el entramado de las relaciones sociales que se tejían dando forma a las ciudades o el modo en que una ciudad se caracterizaba por ese entramado.

En el modo cronológico en que se organiza el libro podemos detectar signos sobresalientes de ciertos períodos que parecen ineludibles, como la modernización desarrollista de mediados del siglo XX en consonancia con la aparición de las villas (o su representación, como indica el texto de Gorelik sobre Buenos Aires), o la ciudad del espectáculo de las últimas tres décadas, etc. Sin embargo, el experimento de tomar eventos que condensen las relaciones entre ciudad y cultura como centro del análisis provoca nuevas temporalidades cuyas reverberaciones pueden tomar muchos años o ser fugaces. El tiempo mismo puede, incluso, volverse tema de análisis. Es el interesante riesgo que asume Ana Clarisa Agüero, por ejemplo, al tomar un año (1918) en la vida política y social de Córdoba para pensar la ciudad de la Reforma. Esos tiempos condensados de la política y la ciudad durante acontecimientos históricos significativos también pueden leerse en la Santiago de Chile como capital de la izquierda (1970-1973) que aborda Gonzalo Cáceres, o al leer el año 1950 como condensación de la modernización para Caracas en el texto de Gustavo Guerrero. Entonces, allí, el lector puede (re)agrupar los textos que corresponden a diferentes partes del libro para leerlos por afinidad temática. Podrían leerse los textos que exploran la cultura popular (Quito a través del trajín callejero, la Copacabana de la clase media, el lunfardo de Buenos Aires) o leer en conjunto aquellos que abordan consumos culturales como el cine (Buenos Aires a través del Bafici, el teatro en San Pablo y la telenovela en Río de Janeiro). Y en esos reagrupamientos, que implican no seguir el orden de presentación del libro, el experimento seguiría funcionando: la ciudad es significada tanto como la cultura se espacializa y materializa. También, según sugieren los compiladores, algunas ciudades pueden verse como espejos a partir de las agrupaciones.

Probablemente no hay un programa que indique cuáles son los temas privilegiados para una historia cultural urbana pero, por momentos, el lector de este libro puede encontrar un énfasis en el análisis de élites o vanguardias culturales (que tendría sentido por cuestiones muchas veces metodológicas, como la existencia de documentos o registros de una producción cultural, pero también por cómo se define cultura). No obstante, el volumen también contempla fenómenos de consumo popular masivo (especialmente en ciudades brasileñas) o de cultura popular –como el uso del espacio (el "trajín callejero") en Quito, que realiza Eduardo Kingman Garcés, o el caso del lunfardo en Buenos Aires, que estudia Lila Caimari–. Asimismo, puede verse a través de algunos ensayos la circulación de voces, imágenes, o sentidos entre distintos grupos sociales. Pero en tanto proceso de mutua afectación –ese proceso de conexiones, tan inteligentemente señalado por Romero, que torna permeables a los sectores sociales–, posiblemente necesite mayor despliegue e indagación.

 

Dhan Zunino
CHI-UNQ / CONICET

 

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