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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.21 no.1 Bernal jun. 2017

 

RESEÑAS

Rafael Rojas, Traductores de la utopía. La Revolución cubana y la nueva izquierda de Nueva York, México, Fondo de Cultura Económica, 2016, 279 páginas

 

Quince títulos, varios de ellos premiados, integran hasta el presente la obra del historiador y ensayista cubano Rafael Rojas. Sobresalen dos temas en esa obra. La historia intelectual y política de las élites criollas hispanoamericanas en el siglo XIX es uno de ellos y, dentro de esa línea temática, el libro Las repúblicas de aire, consagrado a las ideas, las disyuntivas y los avatares de la primera generación republicana de la revolución de independencia, es seguramente el más sugestivo y ambicioso de sus libros. También el que muestra plenamente cómo concibe y practica Rojas la historia intelectual, que incluye dentro de su foco no solo la dinámica de las ideas, sino también las trayectorias de la gente de ideas –los letrados, que a veces fueron también gente de armas, como Bolívar–; las redes que suelen conectar a los doctos unos con otros; las experiencias y las frustraciones que los ensayos prácticos de sus propios proyectos institucionales producen en ellos, incluida la estela de melancolía por lo que no fue.

Su otro tema es Cuba. En el centro de la preocupación por el destino de su país se halla la Revolución cubana, el acontecimiento que dividió en dos la historia contemporánea de la isla caribeña. Radicado desde hace muchos años en México, donde se doctoró en Historia, Rojas es crítico de la revolución, mejor dicho, es crítico del camino que esta tomó a partir de 1961. A su juicio, la revolución nacional democrática que había triunfado sobre la dictadura de Fulgencio Batista en enero de 1959 asumió dos años después, a impulso del núcleo dirigente que encabezaba Fidel Castro, el curso que llevaría al régimen del partido único, a la adopción del marxismo-leninismo como ideología de Estado y a la inserción de Cuba en el conflicto estratégico mundial como aliada de la Unión Soviética. A partir de 1971 la institucionalización del modelo soviético de socialismo en Cuba se hizo palmaria. Como lo muestra el autor en su reciente Historia mínima de la Revolución cubana (2015), esa dinámica de radicalización no fue un proceso simple ni continuo y no podría historiarse, menos aun interpretarse, sin referencia al marco mundial de la "guerra fría", a la puja entre las potencias y a la política imperial de los Estados Unidos en un área y un país que consideraba partes de su zona de influencia.

Rojas ha escrito varios ensayos sobre las relaciones entre vida intelectual y política en Cuba: Isla sin fin. Contribución a la crítica del nacionalismo cubano (1998), Tumbas sin sosiego (2006), El estante vacío. Literatura y política en Cuba (2009). Su último libro, que es el objeto de esta reseña, tiene también a Cuba y el proceso revolucionario en el horizonte, pero estos aparecen a través de los ecos y las tomas de posición que los acontecimientos de la isla provocarían en un medio ideológico, el de la izquierda neoyorkina, en los diez años que siguieron al triunfo de la revolución en enero de 1959. Fueron años de apogeo de la "nueva izquierda" en las capitales occidentales. Con este nombre se englobaba a una serie de grupos y tendencias de orientación radical que durante la década de 1960 alteraron y diversificaron el paisaje de la izquierda. También en el ambiente intelectual de Nueva York (una ciudad, observa Rojas, de "fuertes tradiciones liberales y socialistas"). Si bien el autor presta atención sobre todo a las expresiones de esa izquierda radical, su análisis nos dejará ver otras franjas del progresismo de esos años, más liberales que socialistas, que en un comienzo simpatizaron con la gesta que había puesto fin al régimen de Batista.

En abril de 1959, es decir a pocos meses de haber ingresado en La Habana a la cabeza del ejército rebelde, Fidel Castro viajó a los Estados Unidos en su condición de primer ministro del gobierno revolucionario. En ocasión de esa visita Castro fue invitado por la Universidad de Princeton a dictar una conferencia magistral en la prestigiosa casa de estudios norteamericana. Quien era ya para todos el líder del orden revolucionario sostuvo ante sus oyentes que el nuevo gobierno tenía como objetivo establecer la democracia, con elecciones y partidos, pero antes de alcanzar esa meta había que producir en CUBA un gran cambio social que pusiera fin a males como el desempleo y el analfabetismo, y erigiera hospitales y escuelas. Con una política amistosa, planteará, el gobierno de los Estados Unidos podría ayudar al cumplimiento de esos propósitos, que eran el mejor antídoto contra el comunismo. Castro y su mensaje –la revolución que anunciaba sería profunda pero no comunista– cautivaron al público de jóvenes universitarios que asistió a la plática, despertando en ellos simpatía y solidaridad con el proyecto que tendría realización en la isla.

Esa escena, que podría simbolizar el encuentro entre la Revolución cubana y quienes le darán apoyo en la república norteamericana, resume el comienzo de la historia –o, mejor, la serie de historias– que nos hace conocer este excelente libro de Rojas. ¿Por qué Nueva York? Porque aquella ciudad y la década del sesenta, destaca el autor, formaron un "microcosmos" de gran resonancia para la cultura intelectual del mundo: "El momento y el lugar de las vanguardias artísticas, la emancipación femenina, la liberación sexual, el movimiento afroamericano y la oposición a la guerra de Vietnam fueron, también, escenarios privilegiados de debate sobre la identidad ideológica del socialismo cubano, sus aciertos y errores, sus coincidencias y divergencias con el modelo soviético, sus lecciones para la izquierda occidental y la crítica de la política del gobierno de los Estados Unidos hacia Cuba" (p. 13). Ese es el mundo que el historiador cubano explora en Traductores de utopía. La Revolución cubana y la nueva izquierda de Nueva York. Al igual que casi en todas partes en aquel tiempo, también en la ciudad norteamericana el término "nueva izquierda" designó, antes que a un actor político, un fenómeno socio-cultural de fronteras flexibles y que abarcaba una gran variedad de posiciones políticas. El nuevo radicalismo (diferenciado de la izquierda liberal y de la comunista) tenía sus anclajes principales en las clases medias ilustradas, sobre todo en sus segmentos jóvenes, en las aulas universitarias, en los movimientos pacifistas y en los que militaban por los derechos civiles –por ejemplo, el que canalizaba la lucha por los derechos de la comunidad afroamericana–. Pero las filas de la bohemia beat y de las vanguardias artísticas fueron también ambientes en que la nueva izquierda halló estímulo y expresión. Ninguna ideología unificaba y dotaba de coherencia a esta vasta y mezclada constelación de inconformismo, de disgusto contra la política imperialista del país, de espíritu crítico y rebeldía.

El compromiso con la Revolución cubana fue patrimonio común de la nueva izquierda neoyorkina. Sin embargo, las expectativas favorables respecto de la experiencia que tenía lugar en la isla no se mantuvieron fijas y variaron a lo largo de la década evocada por el libro de Rojas. Cada uno de los ocho capítulos que componen el volumen se halla centrado en alguna de las expresiones de la izquierda norteamericana de los años sesenta y el recorrido que traza es distinto en cada caso. Hay una curva, sin embargo, que los asemeja, la que va del encuentro entusiasta al distanciamiento, aunque las razones y las oportunidades del desapego no sean las mismas. Al decirlo así simplificamos al extremo, ciertamente, el rico y matizado análisis que lleva a cabo el autor de determinados medios ideológico-culturales del radicalismo neoyorkino (el de la bohemia artística y literaria, por ejemplo, o el del movimiento que tendrá su expresión en las Black Panthers, con sus escritores e ideólogos, como Le Roy Jones), de algunas trayectorias intelectuales (las de Wright Mills, Paul Sweezy, Carleton Beals...), de revistas (Kulchur, Pa’lante y la probablemente más conocida por los lectores hispanoamericanos, Monthly Review, que en la primera mitad de los sesenta tuvo una edición en español, publicada en Buenos Aires).

Los acontecimientos que marcaban la marcha de la revolución dentro de la isla resonarían en los debates y las tomas de posición dentro del heterogéneo espacio del radicalismo norteamericano. La definición marxista-leninista de la revolución, el desembarco anticastrista con apoyo de los Estados Unidos, la crisis de los misiles en 1962, la persecución de los homosexuales: estos y otros hechos provocaron respuestas, análisis, adhesiones, reservas, críticas, rechazos en ese microcosmos plural. Observa Rojas que la existencia de un espacio público dotado de la doble condición de ámbito abierto tanto a la defensa y a la solidaridad con la Revolución cubana como a la discusión y la crítica de la orientación que la élite dirigente le imprimía a su curso, puede encontrarse en "otras capitales culturales de Occidente, como Londres y París, la Ciudad de México y Buenos Aires, pero en ninguna con la misma intensidad de Nueva York" (p. 259). Lo que también nos dice en su libro es que la posibilidad de un debate plural fue, en cambio, muy tempranamente cegada en la isla.

 

Carlos Altamirano
CHI-UNQ / CONICET

 

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