SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.21 issue2Emilio Frugoni y la Revolución Rusa en el UruguayLa revolución como presente: Filosofía y política en la Revista de Filosofía author indexsubject indexarticles search
Home Pagealphabetic serial listing  

Services on Demand

Journal

Article

Indicators

  • Have no cited articlesCited by SciELO

Related links

  • Have no similar articlesSimilars in SciELO

Share


Prismas

On-line version ISSN 1852-0499

Prismas vol.21 no.2 Bernal Dec. 2017

 

Dossier: La Revolución Rusa en la historia intelectual latinoamericana

Revolución en la Gran Guerra: el Partido Socialista de la Argentina ante la anomalía rusa de 1917. Tres breves consideraciones sobre una mirada temprana

 

Patricio Geli
UNTREF/FFYL-UBA

 

Las miradas circulantes en el Partido Socialista de la Argentina sobre los acontecimientos revolucionarios que se suceden en Rusia desde marzo de 1917 hasta el armisticio del 11 de noviembre de 1918 se encuentran fuertemente cinceladas, tanto por ciertos rasgos sustanciales del proceso de construcción de culturas socialistas nacionales que tiene lugar entre fines del siglo XIX y principios del siglo XX, como por la dinámica interpretativa del curso de la Gran Guerra que experimenta el discurso de la mayoría de los dirigentes del PS. En estas páginas se procura delinear muy someramente esas condiciones intelectivas y su proyección en las percepciones tempranas del derrotero de la Revolución Rusa.

1

Desde las últimas décadas del siglo XIX el socialismo ha dejado de ser un fenómeno exclusivamente europeo para convertirse en una realidad en los cinco continentes y devenir una de las cosmovisiones constitutivas de la modernidad. Todos los partidos de este signo político, incluyendo el argentino, transitan –con peculiaridades propias, magnitudes diferenciadas y ritmos diversos– por un proceso que comprende dos compases íntimamente relacionados. El primero refiere al proceso de institucionalización que conlleva un doble aspecto. Por un lado, el socialismo va adoptando la forma moderna de partido nacional que, con variantes organizativas nítidamente apreciables, reduce la autonomía de los grupos preexistentes relativamente coordinados; por otro, se incorpora a la órbita del poder estatal, particularmente a los variados niveles legislativos hasta 1914, y durante la Gran Guerra accede en algunos países a coaliciones gubernamentales. Al entrar en los parlamentos debe descartar prontamente su originaria pretensión defensiva de circunscribirse al tratamiento de aquellas cuestiones atinentes estrictamente a sus programas para abocarse a la discusión de una agenda gubernamental y a cuestiones consideradas de Estado por la opinión pública. Esta nueva fisonomía organizativa que perdura a lo largo del siglo XX implica la creación de una estructura eficiente para la captación de adhesiones que ahora deben ser convertidas en sufragios, lo cual supone atender a un amplio arco de demandas de la ciudadanía, al tiempo que procuran competir por el voto de los trabajadores que están siendo nacionalizados por los estados donde transcurren sus vidas. Por consiguiente, se encuentran atravesados por una tensión identitaria, pues la autoadjudicación "natural" de la representación de los intereses del proletariado que los conduce a forzar el discurso de polarización social convive con una tendencia a la integración acentuada por la necesidad de contar con apoyos de sectores no pertenecientes al mundo obrero. El segundo compás alude al proceso de nacionalización de los partidos socialistas. En función de las historias y las realidades en las cuales se encuentran insertos, los socialistas van conformando específicas culturas socialistas nacionales, a través de la resignificación de los universos simbólicos de las sociedades donde se desenvuelven, acción que se entrecruza con un sustrato socialista (en el cual, a su vez, tiene lugar una selección de tradiciones socialistas previas y donde la densidad de la impronta del marxismo varía según los países). Por lo tanto, es posible sostener que el tipo predominante de fenómeno que emerge es el de partidos socialistas nacionales que se proponen representar a trabajadores nacionalizados por sus respectivos estados.1 Esta última afirmación, aparentemente obvia, es el núcleo a partir del cual se puede comenzar a desarmar el equívoco que estipula a priori la subyacente hegemonía de una conciencia internacionalista en detrimento de la identidad socialista nacional. Con el agravante de que al naturalizar la primera, la segunda se postula –principalmente en la tradición comunista que hace de esa caracterización un mito de orígenes– a modo de una conciencia deformada que conduce inexorablemente a la traición. Es este doble proceso de institucionalización y nacionalización que experimenta el Partido Socialista de la Argentina el que explica en gran parte su progresivo adentramiento en el Maelstrom de la Gran Guerra y los cambios de posicionamiento frente a ella. El caso del PS resulta interesante pues muestra cómo la más grande organización socialista latinoamericana, perteneciente a un país neutral periférico, se ve transformada por el conflicto bélico, entrando en sucesivas encrucijadas interpretativas y en comportamientos que contribuirán a consolidar su presentación en la escena política como la "auténtica voz de los intereses nacionales".

2

El Partido Socialista de la Argentina se ve afectado por la conflagración europea en al menos cuatro aspectos.2 En primer lugar, porque se define a sí mismo como la única fuerza política verdaderamente opositora, moderna y transformadora que se desenvuelve en la escena política argentina, pretendiendo asumir desde su creciente bloque parlamentario responsabilidades de Estado ante la dilatada situación de emergencia generada por la guerra. En segundo término, se encuentra vitalmente comprometido respecto de sus bases, pues una parte significativa de los sujetos que procura representar, los trabajadores, ven perjudicados sus ingresos y fuentes de empleo con motivo de las caídas en los intercambios con el exterior. En tercer lugar, porque las conductas frente a la guerra de los "partidos hermanos" pertenecientes a la Internacional también contribuyen a la constitución de la identidad socialista argentina, en la medida en que la contienda acelera el propio proceso de selección, combinación y adaptación de tradiciones provenientes de las culturas socialistas europeas para enfrentar los desafíos que impone la realidad local. Por último, porque se trata de un partido que cuenta entre sus filas, o como simpatizantes, a numerosos inmigrantes provenientes de diversos países europeos inmersos en la nueva guerra, por consiguiente, debe aventar a toda costa el peligro de fractura según el origen de procedencia. Es decir, se ve compelido a pujar por hacer prevalecer una nueva identidad socialista argentina por sobre las eventuales lealtades nacionales preexistentes. Muy sucintamente y a grandes rasgos, podrían señalarse cinco momentos en la deriva que emprende el PS durante el conflicto bélico mundial.3

La primera de estas estaciones muestra la reacción del PS ante el estallido del conflicto bélico en sintonía con las resoluciones anteriores de la Internacional: lucha contra la guerra, el militarismo y el armamentismo, sumando como sesgo propio la resolución de los conflictos entre los estados por medio del arbitraje según la experiencia sudamericana y la defensa del librecambio. La inicial intervención de Justo en La Vanguardia diagnostica con pesar el fracaso del movimiento socialista del Viejo Mundo para revertir el conflicto y estipula que la primera victoria incontrastable de la contienda es la del nacionalismo sobre el internacionalismo –una forma elíptica de anunciar, en consecuencia, que el socialismo argentino ha alcanzado la mayoría de edad–, insinuando también una crítica al sentido común eurocentrista, pues la adhesión de amplios sectores de la población europea a la guerra es prueba de que "los millones de votos y los centenares de diputados" –una forma de denotar a la socialdemocracia alemana– no son garantía de conducción social ni de superioridad en el marco del movimiento socialista internacional. La segunda estación registra una duración de unos pocos meses tras el inicio del conflicto bélico y se caracteriza por un progresivo deslizamiento discursivo hacia la adhesión por el bando aliado. La continuamente proclamada prédica equidistante pacifista –la cual hacía residir las causas de la guerra en el intento de perpetuación de las arcaicas monarquías autoritarias, los intereses específicos de los capitalistas vinculados a la industria armamentista y el proteccionismo comercial al servicio de las burguesías nacionales, así como en una crisis profunda de la cultura europea– se va crecientemente impregnando de un sesgo antigermánico. En esta etapa la enunciación tiende a corporizar, prioritariamente, aquellos males desencadenantes de la catástrofe en las clases dominantes de los imperios centrales pero también en la pasividad de sus tradicionales oponentes socialistas, que por claudicación o impotencia no asumen los deberes previamente enarbolados. Un rasgo importante de esta fase es el lugar atribuido en la prensa partidaria a los cables de las agencias noticiosas aliadas que irrumpen como voz de lo que todavía no puede ser dicho oficialmente. Asimismo, las escasas opiniones moderadamente contrarias a lo que se teme como un futuro alineamiento partidario a nivel internacional, provenientes, en general, de militantes de origen alemán, van a ir siendo relegadas de La Vanguardia hasta su casi extinción. El tercer momento se define por una toma de posición abierta a favor de los aliados advertible desde fines de 1914 e inicios de 1915, y que se prolonga a lo largo de toda la guerra. La difusión por parte de la propaganda británica y francesa de las llamadas "atrocidades alemanas", así como la ocupación de Bélgica sin respetar su neutralidad y la posterior decisión alemana de llevar a cabo la lucha submarina ilimitada, impactaron muy negativamente en la opinión pública rioplatense y en el PS, donde casi toda la dirección y figuras partidarias reconocidas pasarán a militar por la causa de la Entente. La "guerra europea" ayudará a redefinir, entonces, la herencia socialista recibida acentuando las afinidades que se venían perfilando en los años anteriores a la conflagración. En este sentido, en el curso de la contienda el socialismo argentino ponderará la tradición socialista francesa, la belga y la laborista británica, en detrimento de la alemana y de la ortodoxia marxista (recuperada en gran medida por la línea pacifista internacionalista disidente en 1917). Particularmente, la Sección Francesa de la Internacional Obrera (SFIO) se convertirá en el principal partido de referencia para los socialistas argentinos, a tal punto que el discurso de estos últimos asume las marcas de la cultura francesa de guerra por la influencia de aquella. La representación de la guerra como una confrontación irreductible entre el tríptico libertad/democracia/vigencia del derecho internacional y su opuesto, autoritarismo/expansionismo prusiano/negación del derecho de gentes, deviene en el principal producto cultural galo de importación incorporado por el PS. Se resalta la llegada de los socialistas de la Entente a cargos de gobierno, su desempeño eficaz en ellos y su capacidad para garantizar que el esfuerzo de guerra por parte de los trabajadores no sea malversado. En contraposición serán fustigados los socialistas de los imperios centrales, equiparándoselos con la conducta criminal de sus gobiernos (salvo que hayan mantenido una consecuente actitud pacifista o de crítica de su dirección partidaria). La cuarta estación del periplo –seguramente la más transitada en la producción historiográfica– tiene que ver con el comportamiento de la dirección partidaria en 1917 con motivo del hundimiento de unos pocos barcos de bandera argentina por parte de submarinos alemanes tras la reiteración de la política germánica de atacar naves neutrales que comercien con los países aliados. El grupo parlamentario socialista, compuesto por diez diputados y un senador, que coincide casi exactamente con la dirección partidaria, impulsa, primeramente, la ruptura de relaciones con Alemania para, meses más tarde, exigir que los barcos mercantes que salen de la Argentina cargados con productos de exportación del país sean escoltados por buques de guerra nacionales para defenderlos de los submarinos alemanes, una medida que equivale a una declaración de guerra de hecho contra los imperios centrales. Más allá de la ineficacia técnica de esa medida propuesta, la misma no deja de ser trascendente desde el punto de vista político y simbólico, en cuanto transgresora del pacifismo a ultranza del socialismo de los países neutrales.

El PS de la Argentina, por el contrario, considera que, ante la defección de la clase dominante (radicales y conservadores) que no ve más allá de sus propios apetitos y de un gobierno cómplice de los violadores de la neutralidad del país, ha llegado el momento de asumirse como voz de los auténticos intereses nacionales que serían los de la mayoría de la población, una demostración cabal de que el doble proceso de nacionalización e institucio-nalización ya iniciado ha alcanzado un nuevo grado. En efecto, la obstaculización del comercio exterior de productos primarios no solo afecta a las arcas del tesoro público, imprescindibles para imaginar cualquier política social desde el Estado, sino que también empeora aun más las condiciones de vida de los asalariados a través del desabastecimiento, la inflación y el desempleo. Esta postura intransigente de la dirección del PS no cambia incluso ante el riesgo de fractura del partido. De hecho su apuesta no deja de tener réditos puertas adentro de la organización, dado que del enfrentamiento interno resultará un partido más homogéneo y disciplinado. La quinta estación podría ser definida como el momento wilsonista. Ante una guerra que persiste en prolongarse por la imposibilidad de acuerdos entre los contendientes, la entrada de los Estados Unidos en el conflicto bajo el programa del presidente Wilson (fundamentalmente de sus condiciones de democratización de los imperios centrales y el reconocimiento del principio de autodeterminación de los pueblos) es interpretada, no solo como una oportunidad nueva y moralmente superadora para alcanzar la paz, sino también como una iniciativa proveniente del continente americano, por tanto, ajena a la crisis civilizatoria de la vieja Europa. El mandatario es erigido en el imaginado interlocutor válido cuando los actores socialistas de referencia en Europa se comienzan a desdibujar al calor del descontento creciente. En ese sentido, el wilsonismo, ideario con el que el socialismo argentino reconoce múltiples coincidencias, irrumpiría en el momento indicado para ocupar una vacancia, trayendo bajo su brazo una salida del infierno, aparentemente factible y razonable.

3

La dirección del PS recibe la buena nueva de la Revolución de Febrero a través de su autopercepción de representante genuino de los trabajadores, salvaguarda de la legalidad institucional, garante de la profundización democrática en pos del socialismo y portavoz de los intereses auténticos de la Nación ante lo que la mayoría de sus dirigentes consideran una situación bélica con el Imperio Alemán, aunque la misma no haya sido abiertamente declarada4. Identificados con la rama socialista de la Entente, se consideran también ellos partícipes del nuevo sosiego que brinda el haberse desembarazado del baldón de la alianza con un régimen autocrático cuya incómoda necesidad no dejaba de vulnerar la legitimidad de quienes se habían venido postulando exitosamente, mediante pruebas feroces de sangre, como adalides de la libertad, la democracia y el derecho. La algarabía no puede ser mayor pues la nueva Rusia no solo adopta la república parlamentaria occidental custodiada por los Soviets, reaseguros del curso hacia una sociedad más igualitaria, sino que también reafirma su voluntad de continuar la guerra. Es justamente el esfuerzo por el cumplimiento de esta última misión, engarzada con la defensa de la democracia, la vara que utilizan los dirigentes socialistas argentinos –siguiendo a sus pares franceses y belgas– para evaluar comportamientos colectivos e individuales, tanto en el distante escenario revolucionario como en las coyunturas políticas argentinas. De este modo, Kerenski es instalado en la prensa partidaria como un conductor a la altura de las enormes tareas que la crucial hora requiere, los mencheviques y los socialrevolucionarios (eseristas) como artífices cotidianos de la construcción del nuevo orden y los liberales en tanto socios ineludibles ante el peligro contrarrevolucionario y la tarea de acometer la modernización del país. Todos ellos hilvanados por una valoración positiva que radica en la lealtad al compromiso interaliado de continuar la guerra hasta la desaparición de los imperios centrales, única garantía de una paz duradera a la vez que condición para el despliegue de la democracia rusa. La información sobre los acontecimientos revolucionarios difundida por La Vanguardia es seleccionada a partir de la que proveen las agencias noticiosas, mediante el lenguaje verosímil de los cables, y los partidos socialistas del bando aliado. Con ella se conforma la pretendida aséptica sección "Situación en Rusia", cuyo papel es el de persuadir a los lectores de que los sucesos y los actores se atienen a las etapas previstas del curso progresivo de la Historia, mientras que la opinión del periódico asomaría nítidamente en la sección "Noticias del Exterior". Sin embargo, rápidamente este cuadro auspicioso se habrá de desmoronar aceptando la prensa partidaria, finalmente, que el Gobierno Provisional no atina a consolidar el consenso social para mantener el esfuerzo de guerra, preservar el frágil equilibrio de poder entre las nuevas instituciones y sobreponerse a las quimeras de quienes, contraviniendo el magisterio de la experiencia histórica europea, propugnan por tornar inminente el futuro comunismo en el aletargado atraso oriental. La culpabilidad de esta incrustación anacrónica se atribuye a los "bolchevikis" o maximalistas, primero definidos llanamente, a la manera de la prensa aliada, como presuntos agentes alemanes destinados a desestabilizar el nuevo régimen republicano y, luego, como una fuerza casi ciega que deserta de la causa civilizatoria al proponer la paz unilateralmente y prolongar el sacrificio de los pueblos del oeste europeo. El uso de la denotación "Lénine", así como los atributos "traidores" o "ingenuos", son indicios de la preceptiva francesa adoptada para interpretar a aquella fuerza política. El pensamiento socialista en tiempos de la II Internacional entiende la revolución en el siglo XX como un fenómeno propio de regiones periféricas eminentemente rurales (Rusia en 1905, México a partir de 1910 y China en 1911) que tenderían a transitar procesos históricos análogos a los acontecidos en la Europa Occidental del siglo XIX donde los estallidos revolucionarios habrían derribado los obstáculos que evitaban la confluencia del desarrollo capitalista y la construcción de sistemas democráticos representativos, requisitos necesarios para el surgimiento del proletariado moderno y una fuerza socialista de masas. Esa promisoria convergencia se presenta endeblemente configurada en Rusia; por consiguiente, la prensa del PS concibe la Revolución de Octubre no solo como un retroceso sino como una anomalía: una dictadura facciosa erigida en nombre del socialismo donde las condiciones materiales para el desarrollo del mismo, apenas insinuadas, tienden progresivamente a alejarse, dejando a su paso fenómenos sociales y políticos distor-sivos. En ese sentido, el partido bolchevique, habitualmente exhibido como un actor tosco, demagógico y violento con rasgos que evocan el anarquismo, es computado también como una expresión de la indigente cultura política de las masas producto del atraso estructural endémico. Con su llegada al gobierno decrece la información sobre Rusia, vacío que habrá de ocupar una revolución, más imaginada a través de arquetipos ideológicos condenatorios y laudatorios (en los nacientes grupos que comienzan a identificarse con ella por motivos diversos) que conocida mediante pormenorizados datos fidedignos.

La prensa europea instaura la idea de que la supremacía bolchevique es transitoria (esperanzado diagnóstico trasuntado en La Vanguardia), una apreciación que en pocos meses se verá reforzada por el desencadenamiento de la guerra civil y el apoyo de las potencias aliadas al Ejército Blanco. La firma del tratado de Brest-Litovsk en marzo de 1918 –criticado por favorecer a los imperios centrales, aceptar la mutilación territorial que expone a las ciudades rusas a futuros ataques y demostrar que la utópica consigna bolchevique de una paz sin anexiones se revela a todas luces incompatible con los planes expansionistas alemanes– coloca a la Rusia Soviética fuera del foco de la guerra, desplazando, paulatinamente, el centro de interés de la prensa partidaria hacia la situación interna de Alemania.

La Revolución Rusa provee un nuevo vocabulario que a su vez se entremezcla con los términos arribados en el curso de la guerra, dando lugar a un variado juego de significaciones en la cultura rioplatense que impregnan fuertemente los discursos esgrimidos en la contienda política. La prensa del PS aporta sus propias connotaciones tanto para denostar las posturas y a las figuras de partidos rivales como para restar legitimidad a los socialistas descontentos con el considerado giro partidario belicista. A la denuncia de los radicales y, en particular, del presidente Yrigoyen como germanófilos que se esconden bajo el subterfugio de la neutralidad, se suma bajo ese epíteto a quienes coinciden con la política exterior gubernamental congregados en torno a Manuel Ugarte, estigmatizados como "amarillos" proalemanes, y a los defensores de la iniciativa bolchevique de firmar la paz por separado, descalificados como "maximalistas kaiseristas". En ese sentido, el pacifismo radical de los grupos socialistas disidentes que rechazan la propuesta dirigencial de ruptura de relaciones con Alemania no es consecuencia de una supuesta condición de revolucionarios in nuce, sino que responde también a los cambios que experimenta el socialismo europeo en 1917 en sociedades que acusan un agudo malestar ante la larga guerra (disturbios urbanos, huelgas y motines en el frente), provocando que algunos partidos como el francés y el laborismo británico abandonen los gobiernos de coalición. Esta tendencia pacifista militante del PS es permeable a las posiciones del grupo mayoritario de la Conferencia de Zimmerwald de 1915 y se identifica con fracciones y figuras del socialismo europeo opuestas a la guerra (el USPD con Haase, Kautsky y Bernstein en Alemania, Jean Longuet en Francia, Serrati en Italia y sectores del austromarxismo). En 1917 y gran parte de 1918 los integrantes de esta fracción mayori-tariamente juvenil que terminará fundando el Partido Socialista Internacional se presentan a sí mismos, más como consecuentes custodios del acervo nocional pacifista de la Internacional que como una fuerza revolucionaria que se propone la superación inmediata de la democracia liberal. Son reformistas que interpretan la acción bolchevique a través de la primacía de la paz. A partir de esa actitud pacifista radical que apela a una primigenia identidad internacional del socialismo que juzgan peligrosamente relegada y munidos de una información indirecta como fragmentada de los acontecimientos en la Rusia Soviética, la disidencia comenzará a fijar su atención, con creciente simpatía, en las novedosas experiencias políticas y sociales que tienen lugar en esa república agredida por resistirse a retomar las hostilidades.

Durante buena parte del bienio 1917-1918 la mirada del Partido Socialista en torno a la Revolución Rusa se encuentra subsumida en el marco interpretativo de la Gran Guerra, en el cual abreva tanto la dirección proaliada como la disidencia pacifista radical, que limita la inteligibilidad de comportamientos y actores en este escenario oriental a la preeminencia de una contienda de cuyo resultado hace depender la viabilidad del destino promisorio de la Civilización. A su vez la guerra y, en menor medida, la revolución aceleran el doble proceso de institucionalización y nacionalización del socialismo argentino, que renovará aspectos de su propia cultura política a través de una nueva selección de las tradiciones socialistas europeas a las que se sumará la novedad bolchevique. Firmado el armisticio, aventada la prioridad de la guerra como matriz analítica y supérstite la Rusia revolucionaria contra los pronósticos que habían augurado su derrumbe, se abren las condiciones para reflexionar sobre el experimento soviético en sí mismo, una presencia incómoda que se convertirá en un objeto complejo de controversia imposible de ignorar.

Notas

1 Bergounioux, A., Grunberg, G., L’utopie à l’epreuve. Le socialismo européen au XXe siècle,París, Editions de Fallois, 1996; Schwarzmantel, J., Socialism and the idea of Nation, London, Harveter Wheatsheaf, 1991; Dreyfus, M., L’Éurope des socialistas, Bruselas, Éditions Complexe, 1991; Geli, Patricio, "El Partido Socialista y la II Internacional: la cuestión de las migraciones", en Camarero, Hernán y Herrera, Carlos, El Partido Socialista en Argentina. Sociedad, política e ideas a través de un siglo, Buenos Aires, Prometeo, 2005.

2 Un panorama del impacto de la Primera Guerra Mundial en la opinión pública argentina: Emiliano Gastón Sánchez, "La prensa de Buenos Aires ante ‘el suicidio de Europa’. El estallido de la Gran Guerra como una crisis civilizatoria y el resurgimiento del interrogante por la identidad nacional", Memoria y Sociedad. Revista de Historia, vol. 18, N° 37, julio-diciembre de 2014, Bogotá, Colombia, Pontificia Universidad Javeriana, pp. 132-146; idem., "Pendientes de un hilo. Guerra comunicacional y manipulación informativa en la prensa porteña durante los inicios de la Gran Guerra", Política y Cultura. Revista Académica del Departamento de Política y Cultura, N° 42, noviembre de 2014, México, UAM-Xochimilco, pp. 55-87. Para una investigación reciente del impacto en América Latina véase Rinke, Ste-fan, Latin America and the First World War, Cambridge, Cambridge University Press, 2017.

3 Una perspectiva un poco más amplia de este periplo puede verse en Geli, Patricio, "Representations of the Great War in the South American Left. The Socialist Party of Argentina", en Bley, Helmu y Kremers, Anorthe, The world during the First World War, Essen, Klartext Verlag, 2014.

4 Un vasto estudio de la variada trama de percepciones e interpretaciones de los vaivenes del proceso revolucionario ruso en las izquierdas argentinas puede verse en Pittaluga, Roberto, Soviets en Buenos Aires. La izquierda de la Argentina ante la revolución en Rusia, Buenos Aires, Prometeo, 2015.

Bibliografía

Bergounioux, A. y Grunberg, G., L’utopie à l’épreuve. Le socialisme européen au XXe siècle, París, Editions de Fallois, 1996

Dreyfus, M., L’Europe des socialistas, Bruselas, Éditions Complexe, 1991.

Geli, Patricio, "El Partido Socialista y la I IInternacional: la cuestión de las migraciones", en Camarero, Hernán y Herrera, Carlos, El Partido Socialista en Argentina. Sociedad, política e ideas a través de un siglo, Buenos Aires, Prometeo, 2005.

Geli, Patricio, "Representations of the Great War in the South American Left. The Socialist Party of Argentina", en Bley, Helmut y Kremers, Anorthe", The world during the First World War, Essen, Klartext Verlag, 2014.

Pittaluga, Roberto, Soviets en Buenos Aires. La izquierda de la Argentina ante la revolución en Rusia, Buenos Aires, Prometeo, 2015.

Rinke, Stefan, Latin America and the First World War, Cambridge, Cambridge University Press, 2017.

Sánchez, Emiliano, "La prensa de Buenos Aires ante ‘el suicidio de Europa’. El estallido de la Gran Guerra como una crisis civilizatoria y el resurgimiento del interrogante por la identidad nacional", Memoria y Sociedad. Revista de Historia, vol. 18, N° 37, julio-diciembre de 2014, Bogotá, Colombia, Pontificia Universidad Javeriana.

Sánchez, Emiliano, "Pendientes de un hilo. Guerra comunicacional y manipulación informativa en la prensa porteña durante los inicios de la Gran Guerra", Política y Cultura. Revista Académica del Departamento de Política y Cultura, N° 42, noviembre de 2014, México, UAM-Xochimilco.

Schwarzmantel, J., Socialism and the idea of Nation, Londres, Harveter Wheatsheaf, 1991.

Creative Commons License All the contents of this journal, except where otherwise noted, is licensed under a Creative Commons Attribution License