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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.21 no.2 Bernal dic. 2017

 

LECTURAS: Tres lecturas sobre La historia es una literatura contemporánea, de Ivan Jablonka

Impresiones de lectura*

 

Renato Ortiz
UNICAMP, Brasil

* Traducción de Ada Solari.

 

Años atrás (así comienzan las historias que nos remiten a un tiempo indeterminado), fuimos a almorzar con mi amigo Carlos Altamirano. Él había ido a San Pablo para asistir a un encuentro académico y me llamó por teléfono. Pasamos primero por la librería Cultura para ver libros y allí le conté mis planes de viaje a Florencia. Cuando nos sentamos en el restaurante, y antes de elegir el menú, me dijo: "Contame en tres minutos qué vas a hacer en Italia". Le expliqué que había terminado de escribir un libro, estaba sin inspiración y había pensado que visitando un país que no conocía demasiado se me podrían ocurrir, tal vez, algunas nuevas ideas. Al minuto y medio fui interrumpido: "Ya sé, como decía Starobinski utilizando un término del psicoanálisis, querés estimular la atención flotante". Se refería al estado de embriaguez intelectual que nos acerca y nos aleja de la realidad. No conocía el concepto, si es que así podemos llamarlo, pero me resultó encantador. Cuando viajo y alguien me pregunta qué es lo que pienso hacer, contesto: alimentar mi "atención flotante". El libro de Jablonka tiene la virtud de despertarla; nos hace reflexionar sobre la práctica inconsciente del propio trabajo intelectual. Es una obra escrita por un historiador, los ejemplos son de historiadores, las referencias, de historiadores, las citas, de historiadores. Sin embargo, el subtítulo del libro, "Manifiesto por las ciencias sociales", vagamente ambicioso, nos invita a hacer una lectura que trascienda las fronteras entre disciplinas y retome un tema "clásico": la relación entre literatura y ciencias sociales. Es interesante observar que las tradiciones intelectuales son distintas y adquieren coloraciones diferentes en función de los lugares en los que operan. En los países anglosajones se tiende a enfatizar el contraste entre ciencias "duras" y humanidades, o, como decía C. P. Snow, las "dos culturas" rivalizan y se ignoran. La historia intelectual francesa se basa en otros parámetros; Jablonka se inserta en la tradición de las "tres culturas" (como diría Lepennies): ciencia de la naturaleza, literatura y ciencias sociales (entre las que se incluye la historia).

Cada una de las fronteras delimita un territorio específico, cultiva su autonomía. Jablonka no se interesa tanto por la "solidez" de las ciencias de la naturaleza, ni es la historia o la sociología como discurso "científico" lo que despierta su atención. No se trata de descuidar este aspecto, que es ciertamente importante, pero su punto de partida es el foso que existe entre las ciencias sociales y la literatura, lo que en un largo capítulo llama "la gran separación". Su posición es comprensible, y en mi opinión consistente, ya que no estamos a fines del siglo XIX, cuando las disciplinas de las humanidades necesitaban definirse en todo momento en contraposición con su alter ego: "La Ciencia" (en singular y en mayúscula). El grado de objetividad de este tipo de comprensión hoy ya está establecido en las disciplinas, las revistas académicas, los congresos, en fin, en un corpus de saber que se transmite institucionalmente de generación en generación. Eso no implica una relajación de la "vigilancia epistemológica", o la afirmación del relativismo de los relatos, en el estilo de la perspectiva posmoderna (hoy en franca declinación). Simplemente, se constata la consolidación de un saber que se constituye entre las ciencias de la naturaleza y la literatura.

Ahora bien, ¿qué es lo que puede decir la reflexión sobre la literatura que resulte interesante para el historiador o para los cientistas sociales? De las muchas páginas del libro tomo dos temas: la cuestión del realismo y la de la escritura. Por cierto, para el historiador la cuestión de la fidelidad respecto de lo real depende de un trabajo específico: el archivo. El analista parte de un material empírico específico que determina la orientación de la investigación. Su condición es semejante a la del etnólogo, que basa la explicación en una observación etnográfica preliminar, en el conocimiento detallado del modo de vida de una comunidad delimitada. Jablonka sabe que tal circunstancia inscribe a esas disciplinas dentro de una perspectiva que a menudo considera la dimensión empírica como el propio fundamento de la explicación. En este sentido, sería una especie de fotografía de lo real, lo que es por cierto un equívoco. El libro de Geertz El antropólogo como autor reflexiona justamente acerca de la supuesta coincidencia entre la descripción y lo real. Historia y antropología se ven obligadas, en realidad, a recortar el material empírico para "hablar" de un modo convincente sobre la vida en sociedad. Creo que en el caso de la sociología también existe la tentación empírica, pero, a diferencia de las disciplinas anteriores, no hay una única referencia a lo real tan explícita ni tan predominante. Tal vez, y digo "tal vez", para los sociólogos la idea de construcción del objeto se imponga con mayor facilidad, puesto que su tradición intelectual no ha sido construida a partir de dos determinaciones: el archivo o la observación participante. De cualquier modo, para todas esas disciplinas no se trata de traducir la realidad a través de una descripción realista. Todo trabajo intelectual es un recorte, una construcción, y es a través de él que los elementos de la realidad pueden ser comprendidos. Sin el recorte preliminar, lo que llamamos "real" sería ininteligible. Esto también vale para la literatura, en que los personajes y tipos son artificios para referirse a situaciones concretas. Cito un ejemplo (rápidamente mencionado en el libro) que siempre me ha interesado y que demuestra la conjunción relativa (y enfatizo "relativa") entre ciencias sociales y literatura. En su libro Cinco familias, Oscar Lewis parte de una investigación exhaustiva de la vida de esas familias. Tiene una pregunta que lo orienta: quiere entender lo que llama la "cultura de la pobreza" (un concepto bastante criticado en su época). Acumula una masa de datos, pero necesita hilvanarlos por medio de la aguja de que dispone: la pregunta. ¿Cómo hacerlo? ¿Qué artificio utilizar para narrar de manera convincente aquello que quiere demostrar? Como cualquier literato, él tiene que narrar, pero hay varias maneras de contar una "historia". Lewis construye un día ficticio para cada familia. Es esa ficción lo que le permite ordenar los datos y convencer al lector de la situación de extrema pobreza en la que se encuentran sus personajes. El día imaginario es el recorte que "habla" de la situación concreta. ¿Es entonces literatura? Sí y no. Sí, en la medida en que emplea una artimaña habitual en los escritores de novelas: la construcción de los personajes; no, en la medida en que su trabajo se basa en una investigación anterior, detallada y extensa. Jablonka diría que los cientistas sociales y los historiadores utilizan "ficciones de método" para desarrollar su razonamiento, y eso los distingue de la "ficción novelesca" de los escritores.

Por último, la escritura. Jablonka pretende tratarla en el marco de la tradición de las ciencias sociales, y de allí su interés por el relato o, si se quiere, por el texto. Sin embargo, su abordaje enfrenta un dilema. Tradicionalmente, la idea de la construcción narrativa fue totalmente apartada de los intereses de los cientistas sociales. A partir de la autonomización de las disciplinas a fines del siglo XIX, la antropología, la sociología y la historia determinan su independencia tomando como referencia el mundo de la ciencia. En este sentido, la literatura es, en la mejor de las hipótesis, un resto indeseable. Siempre se puede recordar que ciertos novelistas, y Balzac es el ícono de esa tendencia, contienen algo de realista, al punto de que sus personajes han sido considerados tipos ideales de análisis social. Pero la forma de presentarlos, esto es, la dimensión novelesca, debilitaría la credibilidad inicial. Texto y relato son dejados de lado a medida que el método y la investigación garantizarían, por sí solos, la fidelidad del análisis. Ahora bien, esto representa un cuadro del pasado. En el presente, la idea de relato (diría, y menos la de texto) reaparece con fuerza en los escritos de los posmodernos. Todo es relato. El problema es que desde esa perspectiva ella se vuelve "excesivamente" literaria, al punto de desfigurar la propia autonomía de las ciencias de la sociedad. Dicho de otro modo, cuando finalmente se admite que las ciencias sociales y la literatura tienen fronteras porosas, y no simplemente antagónicas, la distorsión narrativa invalida el propio movimiento de aproximación. Jablonka intenta así trabajar con equilibrio las particularidades de las ficciones de método y las ficciones novelescas. Se trata de integrar la dimensión narrativa sin ceder en las obligaciones que tiene un investigador. En verdad, los cientistas sociales olvidan que el trabajo intelectual se realiza en el texto. Creen, de manera equivocada, que la escritura es un dato de la naturaleza, como si escribir consistiera, simplemente, en poner en el papel o en la pantalla de la computadora los datos de una investigación metodológicamente bien elaborada. En este sentido, el texto estaría fundado en la idea de neutralidad, sería un mero medio técnico para explicitar las ideas. Y es por ello que estos textos suelen estar escritos en tercera persona o en la primera del plural, como si fuese imprescindible ocultar la presencia del yo que los modela. Un ejemplo más actual (que el autor no estudia) es el de los "papers", cuyo formato de planteo de los argumentos lleva a que estos sean cada vez más pobres y estereotipados.

La ilusión es que el formato estandarizado, que comparten los miembros de un mismo campo intelectual, garantizaría la veracidad de las cosas. Sartre, en su bello libro ¿Qué es la literatura? (la parte sobre la literatura comprometida nos resulta hoy algo disonante), solía decir que la escritura es un acto de voluntad. Es necesario tomar conciencia de la página en blanco y desarrollar el pensamiento de una manera determinada o de otra. Quien escribe, elige, y opta por determinada forma de exposición. Es cierto que para la literatura la escritura es su "ser" (decía Barthes), lo que no ocurre en las disciplinas de las humanidades (es necesario investigar, trabajar los conceptos, establecer un método de análisis). Pero hay varias cuestiones que acercan al cientista social a los escritores. Recuerdo a Italo Calvino y su bello libro Seis propuestas para el próximo milenio. En el capítulo acerca de la levedad dice que las palabras tienen peso, que es tarea del escritor hacerlas más leves. Los cientistas sociales enfrentan un problema similar; se ven obligados a utilizar los términos banales de una lengua pero sin sujetarlos al sentido común. Escribir es el arte de la precisión y de la levedad.

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