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Prismas

On-line version ISSN 1852-0499

Prismas vol.21 no.2 Bernal Dec. 2017

 

OBITUARIO

Ricardo Benzaquen de Araújo (1952-2017)*

 

* Traducción de Ada Solari.

 

El calor inclemente del verano carioca poco parecía importarle a la multitud de amigos y colegas de Ricardo Benzaquen, congregados algunas horas después del mediodía del jueves 2 de febrero de 2017 para despedirlo en el Cementerio Israelita del barrio de Cajú. Fallecido el día anterior, a los 65 años, en la ciudad donde transcurrió la mayor parte de su vida, Benzaquen dejaba una huella profunda en las ciencias sociales y las humanidades del Brasil. A esa ceremonia le siguieron otras dos liturgias religiosas. La primera, en una sinagoga de Botafogo, en medio de lecturas del Torá y emotivos discursos, y luego una misa en la parroquia de la Universidad Católica de Río de Janeiro (PUC), casa de estudios en la que se graduó en historia en 1974 y en la que se mantuvo, por más de cuarenta años, como profesor del Departamento de Historia.

Erudito, curioso, irónico, caballeresco e iconoclasta, quizás hubiera aceptado con gusto el ecumenismo de esta doble ceremonia, judía y católica, sin ser practicante de ninguno de los dos cultos. Tenía, sin embargo, un interés genuino por el pensamiento religioso. El último curso que ofreció en el posgrado incluía en el programa dos clases sobre religión en Max Weber, que no llegó a discutir con sus alumnos por la noticia de una enfermedad que no le permitiría regresar al aula. Su singular trayectoria académica lo llevó a transitar por las principales universidades y centros de investigación de Río de Janeiro, durante los convulsionados y productivos años de la dictadura militar (1964-1985) y la transición a la democracia. Militante del diálogo a través de las barreras disciplinares, participó de experimentos institucionales en una época de expansión de los posgrados en historia, sociología y antropología, cuyo perfil él mismo ayudó a construir.

Ricardo Benzaquen de Araújo nació el 20 de enero de 1952 en la capital del estado de Amazonas, Manaos. Hijo único de padres amazonenses, su madre, Doña Sol, había crecido en una ciudad del interior (Parintins), dentro de una familia de ascendencia judía sefardita y ganaba la vida haciendo dulces. Su padre trabajaba en una empresa de seguros de Manaos y fue transferido a Río de Janeiro. De esa manera, siendo aún joven le tocó cambiar el calor, la humedad y la serenidad del Amazonas por el calor, la humedad y la agitación del barrio de Copacabana.

La llegada a la PUC como alumno de historia tuvo mucho que ver con su paso previo por el Colegio de Aplicación entre 1967 y 1970. Esta escuela secundaria, dependiente de la Universidad Federal do Rio de Janeiro (UFRJ), contaba con excelentes profesores como el historiador Ilmar Rohloff de Mattos, uno de los pioneros del Departamento de Historia de la PUC. "Fue una experiencia determinante –explicaba Ricardo en una entrevista para el libro Conversas com sociólogos brasileiros (2006)– [porque] era una escuela muy peculiar, con un aura medio mística. Se tomaba muy en serio el estudio de las humanidades y las clases de historia eran magníficas". El Colegio de Aplicación no solo fue un puente hacia las ciencias sociales sino también un espacio de formación política. En diciembre de 1968 el gobierno militar emitió el decreto conocido como AI-5, que suspendió los mandatos parlamentares, clausuró las actividades del Congreso Nacional y de las Asambleas Legislativas de los estados. En ese contexto Ricardo se involucró en grupos de izquierda vinculados a la guerrilla, aunque por muy poco tiempo. Según su propio relato, la experiencia escolar lo obligó a incorporar, apresuradamente, una formación en humanidades y un lenguaje político que poco antes le eran ajenos.

A comienzos de los años ‘70, ya como alumno de historia en la PUC, se aproximó a profesores identificados con el marxismo cultural como Francisco Falcon, titular de Historia Moderna y Contemporánea, y Luiz Costa Lima, crítico literario que daba clases sobre Lévi-Strauss en el Departamento de Ciencias Sociales. La PUC se había convertido en un refugio para muchos de esos profesores y sus pasillos eran un hervidero de discusiones políticas. Allí aterrizó Michel Foucault, en mayo de 1973, para dar la serie de conferencias sobre la verdad y las formas jurídicas, entre rumores de censura. Los servicios de informaciones de la policía política, se decía, no iban a dejar hablar al filósofo francés. Ricardo, con su curiosidad inagotable, estuvo en la platea.

La interface entre la historia y las ciencias sociales, por la vía de Annales y de la historia social anglosajona (fue un ávido lector de E. P. Thompson y de N. Z. Davis), produjo en esos años un cierto "deslumbramiento", según sus palabras. Fue ese camino que lo llevó, poco después de terminar la carrera de historia en 1974, al curso de maestría en Antropología Social del Museo Nacional de la ufrj. Gracias a su director, Gilberto Velho, entró en contacto con lecturas de la entonces llamada "antropología de las sociedades complejas", y terminó convirtiendo una de sus pasiones, el fútbol, en tema de tesis. Defendido en 1980, ese trabajo (Os gênios da pelota. Um estudo do futebol como profissão) no llegó a ser publicado, a excepción de algunos artículos sobre antropología del deporte. Hincha del club Vasco de Gama y, según sus amigos, experto en tácticas de juego a niveles obsesivos, Ricardo buscaba entender el proceso que llevaba a un joven brasileño a convertirse en jugador de fútbol profesional. A partir de entrevistas con juveniles y jugadores consagrados, comenzaba una indagación que lo acompañó a lo largo de toda su vida académica: el problema de la individualidad. Georg Simmel se convirtió en uno de sus autores fundamentales en la cocina de sus preguntas sobre la construcción de la personalidad del jugador de fútbol, en un país que ya se había consolidado como semillero de las grandes ligas internacionales.

A comienzos de los años ‘80, en un contexto de gran agitación política por el movimiento de lucha por las elecciones directas (Diretas Já!), el recién magíster Benzaquen transitaba sus días entre el Departamento de Historia de la PUC, donde participó de la creación del posgrado en Historia Social de la Cultura en 1985, y el cpdoc, Centro de Investigación y Documentación de Historia Contemporánea del Brasil, creado dentro de la Fundación Getulio Vargas en 1973. Ricardo entró al CPDOC en 1977 para trabajar en el Projeto Brasiliana, un ambiocioso balance bibliográfico enfocado en el pensamiento social brasileño de la primera mitad del siglo XX, con foco en los grandes ensayos de interpretación nacional de autores como Sérgio Buarque de Holanda, Paulo Prado, Oliveira Vianna y, obviamente, Gilberto Freyre. En ese contexto nació la investigación sobre el integralismo. Inicialmente, la intención era comparar la producción de tres líderes de la Acción Integralista Brasileña –Gustavo Barroso, Miguel Reale y Plínio Salgado–, pero terminó escribiendo textos más cortos sobre los dos primeros y un libro sobre el tercero: Totalitarismo e Revolução. O integralismo de Plínio Salgado (1988).

Guiado por las lecturas de antropología y de historia social, Ricardo buscó entender la obra de Plínio Salgado desde el propio punto de vista del escritor, intentando tomar distancia de las interpretaciones que, asumiendo la filiación con los fascismos europeos, se detenían en la mera descalificación del integra-lismo como movimiento retrógrado y mistificador. En el clima de crítica a la dictadura y de transición a la democracia, era un gesto osado intentar comprender el integralismo en sus propios términos, menos como una reacción romántica y conservadora y más como una "derecha revolucionaria", que operaba con enérgicos ideales de libertad e igualdad.

Ricardo retomó los estudios de posgrado en 1985, en el mismo programa de antropología social del Museo Nacional. Había llegado a ganar una beca para hacer el doctorado en Alemania, pero en el medio nacieron sus hijas gemelas y decidió quedarse en el Brasil. Los años que siguieron fueron de una intensidad que, en algunas ocasiones, pasaba la frontera de lo que un cuerpo aguanta. Su rutina implicaba desplazamientos entre la PUC, donde daba clases de Historia Antigua y Medieval (y, más tarde, de Teoría de la Historia), el cpdoc y el Museo Nacional. A partir de julio de 1987, mientras la Asamblea Nacional Constituyente avanzaba en Brasilia, al abanico de vínculos institucionales se le sumó una invitación para entrar al Instituto Universitario de Pesquisas do Rio de Janeiro (IUPERJ). Creado en 1969, ya se había convertido en una institución de excelencia para los estudios de sociología y ciencia política. El perfil de Ricardo, que fusionaba antropología con historia intelectual, difería de la mayor parte de los profesores del IUPERJ. El ingreso a esta institución, con apenas 35 años y un doctorado en curso, significaba un enorme reconocimiento.

La biblioteca del iuperj contaba, por entonces, con el más completo acervo de revistas y el segundo más importante en libros, después de la Universidad de San Pablo, en una época en que el acceso físico a los textos era fundamental. Pronto se convirtió en su lugar predilecto de trabajo, participando, además, de su ampliación y actualización. El derrumbe de la biblioteca, con el colapso financiero del IUPERJ en 2010, fue un duro

golpe que demoró en asimilar. Ricardo pasaba mucho tiempo en las bibliotecas y las consideraba espacios cardinales. Cuando la salida del IUPERJ se tornó inevitable, en tiempos en que las instituciones del financiamiento del gobierno federal presionaban para que las universidades aumentaran las dedicaciones exclusivas, la concentración de sus actividades académicas en la PUC lo llevó a luchar por la reforma de la biblioteca que, aunque considerada por muchos una de las mejores de Río de Janeiro, a sus ojos dejaba mucho que desear. En los últimos años, y en altas horas de la noche, cuando casi nadie transitaba por el edificio Frings, no era raro ver a Ricardo leyendo en la biblioteca de la PUC, con ese modo curvo de sentarse, como plegado sobre su propio ombligo, o con la cabeza reposada sobre un libro que hacía las veces de almohada en cada siesta involuntaria. Ricardo –todos sus amigos lo saben– trabajaba de madrugada, acompañado por chocolate y guaraná. Dormía muy poco y se levantaba para asumir sus mil faenas institucionales. De noche escribió la tesis doctoral sobre la obra de Gilberto Freyre en la década de 1930, dirigido por Otávio Velho, hermano de su director de maestría. En la elección de ese autor no solo había una continuidad temática en torno al pensamiento social brasileño de la primera mitad del siglo XX, sino también un mismo interés en revisitar escritores malditos y malentendidos. "En aquella época –recordaba Ricardo– ese autor era objeto de un enorme desprecio, acaso mayor que el dedicado al integralismo. Es que, al final, el integralismo había fracasado, pertenecía a una época en principio ya superada con la derrota del nazi-fascismo en la Segunda Guerra Mundial, mientras que Gilberto Freyre era un intelectual oficial […] bastante identificado con la dictadura". Los escritos sociológicos de Freyre –como Casa-Grande e Senzala (1933) y Sobrados e Mucambos (1936)– le resultaron confusos en las primeras lecturas. De a poco, Ricardo fue comprendiendo que esa confusión podía ser el punto de partida de una reinterpretación más sensible al estilo y al procedimiento narrativo de Freyre.

El esfuerzo hermenéutico para entender la producción de Freyre en el contexto del modernismo brasileño lo llevó a dar cuenta de una obra compleja, muchas veces ambigua y paradójica. En el Freyre de Benzaquen, el concepto de "antagonismos en equilibro" adquirió un lugar central para entender la noción de mestizaje. El vínculo entre la casa-grande (vivienda del señor esclavista) y la senzala (alojamiento de los esclavos) era una convivencia tensa entre opuestos, regida por un equilibro que nunca derivaba en una síntesis armónica. El mestizo no era, para Freyre, una fusión sintética de razas y culturas (indígenas, africanas y europeas), sino un cruzamiento de flujos culturales heterogéneos, que entraban en contacto y dialogaban entre sí, sin nunca perder sus rasgos específicos. Las diferencias permanecían latentes y jamás se fundían en una identidad brasileña definitiva, observaba Benzaquen. De alguna manera, Ricardo empleaba esa percepción freyreana para pensar la propia obra del pensador nordestino, luchando contra lo que decidió llamar la "precipitación clasificatoria". Esta tesis de doctorado, defendida en 1993, fue publicada al año siguiente con el título de Guerra e Paz: casa-grande e senzala e a obra de Gilberto Freyre nos anos 30. El libro ganó el premio Jabuti, uno de los mayores reconocimientos en el campo literario y de las ciencias humanas del Brasil (y fue publicado en castellano este mismo 2017 en la colección "La ideología argentina y latinoamericana" de la Editorial de la Universidad Nacional de Quilmes).

El propio título, que cita la obra de Tolstoi, daba cuenta del lugar fundamental de los antagonismos en su exégesis de Freyre. El mismo procedimiento se repetía en los nombres de algunos capítulos: "Agonía y éxtasis", "El agua y el aceite", "Arsénico y lavanda".

Siempre en la búsqueda de matices y tensiones conceptuales en el interior de una obra, los títulos elegidos por Ricardo, tanto en los libros como en los ensayos, eran fuertemente alusivos. Las referencias a la pintura, al cine y a la literatura eran una invitación irónica para que el lector acompañara su método siempre expansivo, sus complejas redes de interlocución con los contextos (entendidos –a la manera de Dominick LaCapra– como una construcción intelectual en sí misma), también su compromiso con el análisis interno de los textos y su sensibilidad para hilvanar matrices culturales de procedencias diversas.

El interés de Ricardo por el pensamiento social brasileño se extendía a otros autores que leyó en profundidad, como Sérgio Buarque de Holanda, Mário de Andrade, Paulo Prado y Alceu de Amoroso Lima. Y aunque dio algunas conferencias y publicó ensayos sobre estos pensadores, gran parte de esa energía interpretativa fue canalizada en el trabajo de dirección de tesis de maestría y doctorado. Acaso ese sea el legado más extraordinario de Ricardo: desde fines de los años 1980, entre el iuperj, la PUC y otras instituciones, dirigió 50 tesis de maestría y 29 tesis doctorales. En los títulos de esos trabajos, autores del pensamiento social brasileño se mezclan con Simmel, Lukács, Weber, Arendt, Habermas, Elias, el fútbol y la música popular. Ricardo dedicaba horas a conversar con sus alumnos, en encuentros que muchos recuerdan como verdaderas clases particulares. Frente a la puerta de su oficina del iuperj solían verse filas de alumnos como en una sala de espera, mientras el director se regía por el tiempo lógico que demandaba la construcción de un argumento, a menudo prolongado por el puro placer de conversar.

En el campus de la PUC, Ricardo se convirtió en una presencia ineludible, dando clases o charlando con algún colega en los famosos "pilotis", patio rodeado por grandes pilares que abrigan el principal espacio de sociabilidad de la universidad. En los últimos años, ir a almorzar con Ricardo al restaurante de la PUC implicaba asumir una prolongada caminata, por su paso lento, pero sobre todo por la cantidad de personas que detenían su andar para saludarlo, abrazarlo y recibir su habitual sonrisa. Era frecuente verlo en la platea de las conferencias, inclusive en aquellas que, fatalmente, aburrían al público. Sin embargo, cuando se abría el espacio para las preguntas, Ricardo, que había pasado por momentos de indisimulable somnolencia, levantaba la mano, pedía la palabra y lograba articular una intervención precisa –generalmente extensa– que muchas veces terminaba por tornar el tema de la charla más interesante de lo que había sido en la hora de exposición. Era, ante todo, generoso. Como recuerda su amigo Marcelo Jasmin, en esas intervenciones "a veces demoraba dos o tres minutos sin mostrar hacia dónde iba, como si estuviera calentando los motores, dejando a sus interlocutores un poco perdidos", pero en cuestión de segundos, "la aparente pereza se transformaba para dar lugar a un gigante del pensamiento y de la argumentación".

Ricardo Benzaquen hacía las cosas a su manera y a su ritmo. Convivían en su rutina dos cadencias de trabajo: era rápido y enérgico a la hora de cumplir con los incontables compromisos académicos (jurados, comisiones, evaluaciones), mientras procedía lentamente en sus proyectos intelectuales. La sim-meliana aceleración neurológica que fue invadiendo el ritmo de trabajo universitario, por las crecientes exigencias productivistas que valorizaban, cada vez más, la cantidad de publicaciones, contrastaba indefectiblemente con su método siempre cauteloso y detallista, todo lo lento que exigía la minuciosidad con que encaraba una lectura. Era rutinario, perseverante en sus hábitos y sumamente metódico. En general, todo nuevo proyecto comenzaba con una reorganización de los estantes de su biblioteca, hacía esquemas en papel y cada idea era anotada en cuadernos, siempre manuscritos. Solo los informes a las agencias de financiamiento, algunas evaluaciones, y los emails, eran elaborados directamente en la computadora. Todas las publicaciones de Ricardo fueron, primero, escritas a mano, inclusive su último texto, Terra de ninguém, sobre Joaquim Nabuco, que salió como artículo en la revista Topoi en 2016. El propio ciclo de Nabuco, que fue su proyecto de investigación en los años 2000, llevaba ya una década y media de trabajo.

Acaso esa insistencia en la calidad del tiempo dedicado a la lectura, al pensamiento, a la amistad y a la conversación, sea uno de sus legados más potentes. Y en tiempos refractarios a la ciencia lenta, ese legado se convierte en desafío. No dejó manuales ni recetas para ponerlo en práctica. Pocas veces concedía entrevistas y cuando aceptaba, iba rezongando, medio arrepentido, murmurando que no tenía nada importante para decir sobre el asunto. Su compañera Carmen Felgueiras observa con razón que, aunque hubiera vivido cien años, jamás habría escrito una autobiografía. Deja, sin embargo, ensayos y libros ejemplares, la mayor parte sucintos, pero que exigen un esfuerzo interpretativo equivalente al que Ricardo dedicó al pensamiento social brasileño.

Diego Galeano
PUC-Río

 

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