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Prismas

versão On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.22 no.1 Bernal jan./jun. 2018

 

Artículos

José Imbelloni y la formación de un lectorado americanista

José Imbelloni and the Building of a Reader Americanist Public

Alejandra Mailhe1 

1CONICET/UNLP

Resumen

Este artículo se centra en la “Biblioteca Humanior del americanista moderno”, el proyecto editorial que dirige José Imbelloni entre 1936 y 1959. El trabajo se pregunta a quiénes interpela Imbelloni como posibles lectores, qué concepto de americanismo forja y cómo define la antropología como disciplina (y a las alteridades sociales como objeto de estudio). Esta colección busca formar no solo a los futuros antropólogos, sino también a un público culto y/o universitario más amplio, para sensibilizarlo respecto del legado arqueológico americano, respecto del legado racial indígena del país y del continente y respecto del folclore vivo, entre otros temas. Interpelando a ese doble público lector, Humanior expande la americanística en el mercado masivo de esta etapa. Para ello, descansa en las condiciones creadas por otros textos dentro y fuera del campo antropológico argentino, como los escritos de Ricardo Rojas entre los años veinte y treinta. Pero, a la vez, Imbelloni reacciona, desde una posición cientificista, contra toda idealización de la naturaleza y el hombre americanos, incluyendo la visión romántica de la alteridad y las reivindicaciones indigenistas de carácter emancipatorio en el presente.

Palabras clave: José Imbelloni; Indigenismo; Historia del Libro; Argentina

Abstract

This paper focuses on the “Biblioteca Humanior del americanista moderno,” the editorial project directed by José Imbelloni between 1936 and 1959, primarily by asking whom Imbelloni interpellates as possible readers, which concept of Americanism takes shape, and why he defines anthropology as a discipline, with all of the social alterities that represent his object of study. Imbelloni’s collection aims to cultivate not only future anthropologists, but also a wider educated public sensitive to the American archeological legacy, to the aboriginal racial legacy of Argentina and the continent, and to living folklore, among other subjects. By interpellating that double reader, “Humanior” expands what is American in the massive market of the period by resting on conditions created by other texts inside and outside Argentine anthropology, including the writings of Ricardo Rojas in the 1920s and 1930s. At the same time, Imbelloni reacts, from a scientific position, against any idealization of American nature and human beings, including the romantic vision of alterity and aboriginal vindications that have an emancipatory character in the present.

Keywords: José Imbelloni; Indigenism; History of the Book; Argentina

Este artículo se centra en la “Biblioteca Humanior del americanista moderno”, el proyecto editorial dirigido por José Imbelloni, e inaugurado en 1936 con la publicación de Epítome de culturología. Teniendo en cuenta puntos de contacto y tensiones con otros discursos sociales contemporáneos, y centrándose especialmente en el Libro de las Atlántidas (editado por Imbelloni y Armando Vivante en 1939), este trabajo se pregunta a quiénes interpela Imbelloni como posibles lectores, qué concepto de americanismo forja, y cómo define la antropología como disciplina, y a las alteridades sociales como objeto de estudio.

Imbelloni se empeña en la tarea de profesionalizar la disciplina antropológica en el país en un período en que crece la especialización, como superación progresiva del viejo autodidactismo, en parte gracias a la llegada de investigadores extranjeros.1 Esta voluntad de profesionalización se despliega sobre el marco de un amplio proceso de democratización cultural, perceptible tanto en la exitosa alfabetización masiva llevada a cabo en entresiglos, como en las demandas de inclusión cultural implícitas en la Reforma Universitaria de 1918. La biblioteca Humanior, fundada por Imbelloni en 1936 y basada en el método histórico-cultural germánico,2 responde a estas nuevas condiciones, en la medida en que busca difundir la antropología profesional pero interpelando a un público culto, universitario, recientemente consolidado sobre la base de este proceso profundo de ampliación del lectorado (en coincidencia con la ampliación paralela del electorado). Desde allí, promete situar la antropología en una posición de privilegio, incluso como discurso rector para definir la identidad nacional y continental, afirmándose en un americanismo científico que le disputa legitimidad a otros discursos sociales.3

El americanismo científico como proyecto editorial

Imbelloni concibe la biblioteca Humanior con un carácter orgánico, como formadora global del “americanista moderno”, probablemente para mitigar la ausencia de carreras de antropología, generando condiciones para la creación de las mismas al fomentar una suerte de profesionalización informal de los amateurs.4 Ese esfuerzo de profesionalización es paralelo al proceso desplegado por entonces por la historiografía argentina, a través de la “Nueva escuela histórica” de Emilio Ravignani, Rómulo Carbia, Ricardo Levene y Diego Molinari, entre otras figuras.

En este contexto, Humanior se disputa el público con varias colecciones nacionales e internacionales, forjadas desde otras disciplinas. De hecho, en la introducción general a la biblioteca, Imbelloni advierte que su preparación “fue decidida en 1931 y su primer tomo publicado en 1936” para competir “con por lo menos cuatro iniciativas distintas de publicar colecciones de obras destinadas a América”.5 Aunque no especifica a qué proyectos se refiere (y, de este modo, parece cuidarse de no difundirlos), confía en que se trata de empresas culturales con materia y finalidad divergentes respecto de la suya. De cualquier modo, su afirmación pone en evidencia la conciencia del director sobre la competencia en el mercado, entre propuestas americanistas de diversa índole. Además, “la colección Humanior no quiere ser una biblioteca de síntesis histórica”; es probable que esa observación tenga en la mira, entre otras fuentes, la Historia de la nación argentina, editada por Levene desde 1936 (el mismo año en que se inicia Humanior),6 y en cuyo primer volumen (“Tiempos prehistóricos y protohistóricos”) colabora el propio Imbelloni, con un capítulo sobre lenguas americanas y otro sobre culturas aborígenes de la Patagonia.

El plan general de la biblioteca (que es ambiciosa y detalladamente planeado ab origine, desde la edición del primer volumen, sobre la base de treinta títulos) aspira a ofrecer una formación antropológica no solo a los intelectuales en proceso de profesionalización como antropólogos, sino también a un público culto y/o universitario más amplio, para sensibilizarlo respecto del legado arqueológico americano, respecto del legado racial indígena del país y del continente, y respecto del folclore vivo, entre otros temas.7

Aunando el conocimiento del pasado y el de la modernidad, para forjar un “nuevo Humanismo” (en el que resuenan elementos spenglerianos y vitalistas, en auge en la década del treinta), la colección despliega diversas estrategias para la interpelación de un doble lectorado (del estudioso y del público más amplio) que se solapa con el que ha recepcionado textos de Ricardo Rojas como Eurindia (1922) o el Silabario de la decoración americana (1930), ensayos que buscan modelar el criterio estético de las capas medias argentinas, apuntando a su apertura hacia el mestizaje y el indigenismo. Aunque aspira a una legitimación científica (enfrentada por ende al impresionismo hermenéutico y esotérico de Rojas), Imbelloni interpela a ese mismo lectorado culto que, bajo la coyuntura de la Reforma Universitaria, manifiesta en la Argentina cierta inclinación por los temas del americanismo, aunque aquí la vertiente vinculada al indigenismo sea más marginal que en otros contextos latinoamericanos, dado el predominio de un punto de vista eurocéntrico en la definición de la identidad nacional. Por ello, la colección Humanior puede entenderse como expansión de la americanística en el mercado masivo, y a la vez como disputa agresiva de los sentidos epistemológicos, disciplinares y políticos contenidos en el amplio marco de los americanismos.

Ya en la introducción general a la colección, que se edita en 1936 como folleto, Imbelloni presenta el proyecto general de toda la biblioteca, dividida en cinco secciones (Propedéutica, Razas y migraciones, Patrimonio cultural indiano, Protohistoria y descubrimiento, y Culturas de la Argentina), con los títulos de todos los volúmenes prefigurados, y creando un sistema de clasificación de letras y números para reforzar así el efecto de sistematicidad científica. Ese cuadro clasificatorio se repite en la contratapa de casi todos los tomos editados.8

La primera sección (Propedéutica) constaría de seis títulos dedicados a crear las bases teóricas de futuras investigaciones, centradas en nuevos objetos; sin embargo, de esta sección finalmente solo se editan dos títulos: Epítome (de Imbelloni, en 1936) y Deformaciones intencionales del cuerpo humano de carácter étnico (de Imbelloni y Alfredo Dembo, en 1938).9 La segunda sección (Razas y migraciones) estaría formada por cinco títulos, de los cuales solo se edita el Libro de las Atlántidas (de Imbelloni y Armando Vivante, en 1939). La tercera sección (Patrimonio cultural indiano) incluiría siete libros, de los que solo se publica Medicina aborigen americana (de Ramón Pardal, en 1937).10 La cuarta sección (Protohistoria y descubrimiento) contendría seis títulos, de los cuales solo se edita Pachacuti IX: el incario crítico (de Imbelloni, en 1946).11 La última sección (Culturas de la Argentina) contendría otros seis títulos, de los que finalmente solo sale a la luz el último, titulado Folklore argentino, dividido en dos partes: Concepto y praxis del folklore como ciencia, de Imbelloni, en 1943, y Folklore argentino, en 1959, incluyendo la reedición de Concepto y praxis del folklore como ciencia, además de la colaboración de varios autores en otras secciones del volumen.12

Diversos factores parecen haber incidido en la imposibilidad de completar la colección. Desde el punto de vista económico, a diferencia de los proyectos editoriales que Imbelloni coordina como director del Museo Etnográfico, financiados por la uba, Humanior parece depender exclusivamente de su venta en librerías, lo que la convierte en una empresa cultural demasiado osada, sobre todo teniendo en cuenta el círculo aún reducido de los universitarios humanistas a los que busca interpelar, y la relativa marginalidad de la antropología entre los discursos identitarios forjados en la Argentina.13 También puede haber jugado un papel importante la falta de autores disponibles para consagrarse a la escritura de libros tan voluminosos y tan ajustados a un tema y un marco teórico específicos. En este sentido, es posible pensar en una suerte de círculo vicioso, ya que la colección busca combatir la falta de investigaciones locales (que se adecuen a la Escuela histórico-cultural), pero parece tropezar con dificultades para reclutar a pares como colaboradores, dadas las tomas de posición teórica, política y disciplinar tan particulares de parte de su director. Así, su centralidad creciente, como figura hegemónica en el campo antropológico, termina siendo reforzada por su omnipresencia como autor de casi toda la colección que dirige,14 poniendo en evidencia el carácter excesivo de una empresa prácticamente centrada en un solo nombre.15 En definitiva, de los treinta libros planeados, Imbelloni solo edita siete, de los cuales seis lo tienen como autor o coautor. Esa centralidad del director es subrayada por la relación de maestro/discípulo que mantiene con sus colaboradores Dembo, Vivante y Pardal.

Además, a medida que se editan los tomos, Imbelloni agrega algunos dispositivos (como la cita y la recomendación de lectura de los textos que ya han salido, o de los que planea editar), reforzando el sentido didáctico y el criterio de unidad orgánica de la biblioteca, para convertirla en un verdadero plan de estudios, probablemente buscando subsanar la ausencia de cursos universitarios.16

A la vez, las portadas de los volúmenes mantienen cierta unidad, con un diseño sobrio que evidencia la modernidad y el carácter científico de la colección: cada tapa es encabezada por la frase “humanior. Biblioteca del americanista moderno. Dirigida por el Dr. Imbelloni”, y contiene el diseño de un objeto antropológico diferente en cada caso, siempre sustraído de su contexto de uso, para convertirse en símbolo del libro, lo que da identidad gráfica a la biblioteca.

Siete libros en busca de un lector

Ahora bien, creo que vale la pena recorrer brevemente el derrotero de este proyecto editorial, muy poco considerado por la crítica previa, bajo la guía de algunas preguntas inspiradas en tópicos clave de la actual historia del libro y la edición. En este sentido, quisiera preguntarme a quiénes está destinada esta colección de eruditos y gruesos volúmenes, ilustrados con diseños y fotografías e insertos en un plan tan abarcador y sistemático; quiénes son los “americanistas modernos” a los que se dirige, y si preexisten a la biblioteca o deben ser creados por esta. Tal como se advierte en la introducción general, Humanior busca interpelar a un público culto universitario, y especialmente formado en Humanidades, más sensible a reconocer la importancia cultural del americanismo, aunque no restringido al círculo acotado de los “especialistas”. En este sentido, es probable que se asiente implícitamente en el terreno preparado por algunos ensayos previos que, incluso fuera del campo antropológico en formación, valoran el folclore y el legado arqueológico indígena, dirigiéndose a un público masivo. Tal es el caso, por ejemplo, de los textos de Ricardo Rojas, de Ernesto Quesada (circunstancialmente indigenista durante su recepción de la obra de Oswald Spengler),17 o luego de Bernardo Canal Feijóo (quien apela tempranamente al psicoanálisis para analizar las significaciones inconscientes contenidas en el folclore).18 Aunque desplieguen itinerarios intelectuales diversos, en conjunto estos autores valoran el folclore y el legado arqueológico indígena, y se dirigen a un público masivo, tendiendo a cultivar en él esa sensibilidad americanista (disonante respecto de los discursos -hasta entonces hegemónicos- centrados en la modernización eurocéntrica del país como modelo identitario).

Al mismo tiempo, es necesario considerar el papel relevante que juega la antropología en las publicaciones periódicas, al menos desde los años veinte, al crear condiciones favorables para un pacto de lectura como el que pretende instaurar Humanior con respecto al lectorado ampliado. En efecto, desde estos años la antropología en general, y la arqueología en particular, gravitan en varios periódicos y revistas culturales del país. Así, por ejemplo, mientras Rojas edita Eurindia en La Nación a lo largo de 1922, La Prensa ayuda a crear una sensibilidad indigenista y arqueológica en ese nuevo público culto de las capas medias, pues en su suplemento dominical suelen colaborar figuras nacionales (tales como Robert Lehmann-Nitsche o Carlos Vega), con breves notas de difusión sobre temáticas de interés arqueológico, etnológico y folclorista, al tiempo que autores extranjeros, sobre todo vinculados al indigenismo peruano (como Luis Valcárcel, José Sabogal y José Uriel García), o representantes de la antropología europea radicados en la Argentina (como Alfred Métraux) difunden hallazgos arqueológicos o analizan el legado cultural amerindio en el presente.

Imbelloni tiene una presencia constante en la sección “Colaboraciones” que integra el suplemento dominical de La Prensa, entre 1922 y 1926:19 en este período, tras su reciente retorno a la Argentina, y acompañando sus primeros pasos en el mundo académico local, publica notas sobre arqueología etrusca y egipcia, sobre pintura rupestre en Córdoba, sobre el pueblo semita y el contenido etnográfico de la Biblia, sobre Tiahuanaco, e incluso sobre temas afines a La esfinge indiana, un año antes de la edición de este libro. A menudo aborda un mismo problema en una secuencia de varios artículos, captando así de forma sostenida la atención de ese lectorado masivo; explica didácticamente técnicas complejas de la investigación arqueológica (por ejemplo, para la reproducción de pinturas rupestres que no pueden ser fotografiadas);20 incorpora algunas primicias científicas aún no difundidas en los medios académicos,21 o arremete contra descubrimientos arqueológicos falsos que, a su criterio, deben ser rápidamente descartados.22 En este sentido, sus notas en La Prensa subrayan la “cruzada” en la que se embarca para “interesar al público en una investigación científica” en lugar de “excitar con artificioso sensacionalismo las curiosidades malsanas del medio popular”.23 Para ello, combate fantasiosas correspondencias entre culturas antiguas del Viejo y del Nuevo Mundo, o advierte acerca de hipótesis absurdas con respecto a la antigüedad de la cultura de Tiahuanaco, a su producción económica y a los motivos de su disolución, confrontando con los discursos científicos perimidos y con las reelaboraciones reduccionistas de los mismos, destinadas a las masas.24

Además, en estas notas de La Prensa, las ilustraciones (dibujos y fotografías) suelen adquirir centralidad en un doble sentido (por la cantidad de espacio que ocupan, y por su ubicación, generalmente en el centro de la página), insistiendo en captar la atención del público masivo. Las imágenes, en general dispuestas por el periódico en una composición Art Déco que las integra (incluyendo guardas indígenas o cerámicas para anudar visualmente los fragmentos entre sí), crean conjuntos arqueológicos que mezclan elementos culturales diversos. Mediante este tipo de recursos, las colaboraciones de Imbelloni en la prensa periódica fijan didácticamente la atención del lectorado masivo sobre los puntos de contacto que intenta consolidar el difusionismo, pero también (como lo hará poco después La esfinge indiana) ponen límites a la proliferación fantástica de correlaciones imposibles, dominantes en las publicaciones de difusión generalmente destinadas a las masas.

Imbelloni elogia algunas prácticas antropológicas destinadas al público masivo (aunque, como vimos, también combate los errores de la arqueología amateur, encarnada por ejemplo en La civilización chaco-santiagueña, la obra monumental que editan los hermanos Duncan y Emile Wagner, en 1934).25 En 1952, impulsando la difusión de temas indígenas en el mercado masivo, y ya plenamente consagrado como funcionario al servicio del Estado, el director de Humanior prologa la tercera edición de la Toponimia patagónica de etimología araucana, de Juan Domingo Perón. Allí, reforzando la importancia dada a la antropología, por parte de su propio líder político, advierte que

[…] la presente publicación, por su índole y finalidad, y por el mismo tono de su presentación tipográfica [...], no se dirige a los especialistas que dedican sus afanes cotidianos a desentrañar la construcción interior de las lenguas y su complicada historia espacial, sino -más en general- a todos los hombres cultos que hayan alimentado la innata curiosidad por conocer a los pueblos que habitaron un día las distintas regiones del país.26

Así, explicita el papel de los dispositivos formales en la selección del lectorado, y encuentra en esta reedición una oportunidad para confirmar el interés masivo por la antropología para afianzar su propia autoridad científica, e incluso para reforzar la importancia dada a la antropología por su líder político.27

Volviendo a Humanior, algunas cartas de lectores de esta colección, dirigidas a Imbelloni y conservadas en el archivo del Museo Etnográfico, permiten entrever el perfil de ese lectorado ampliado. Allí, profesores que se dedican a la docencia media, al estudio amateur de la antropología o a la creación literaria, le transmiten al “Maestro” su admiración; le piden ejemplares de Humanior que no pueden conseguir, o le ruegan asesoramiento sobre el problema indígena en la Argentina.28

Como veremos, esa preocupación de Imbelloni por formar un lectorado culto implica cooptar el interés general por el americanismo, para pasarlo por el tamiz del cientificismo, desarticulando así indirectamente los componentes ideológicos más progresistas contenidos en otras discursividades contemporáneas. A la vez, Imbelloni busca legitimar la disciplina propia, ubicándola por encima del resto de las Humanidades.

Además, el director de Humanior confía en que ese público puede volverse -a mediano plazo- un eslabón clave en la recolección de información antropológica. De hecho, en Concepto y praxis… propone un esquema jerárquico de colaboraciones, entre los amateurs del interior y los expertos de la élite profesional (la única autorizada para clasificar e interpretar los elementos recogidos por los primeros eslabones de esa cadena).29 Humanior busca así superar el impresionismo anticientífico de experiencias pasadas, modelando a sus lectores cultos para auxiliar correctamente a los expertos, a fin de corregir errores como los cometidos al realizar la Encuesta Nacional de Folklore, probablemente sesgada por la adulteración de varios registros.30 En contraste con esas experiencias amateurs, para Imbelloni historiadores, filósofos, literatos, docentes de la enseñanza media y folcloristas improvisados deben ser re-educados en este americanismo científico que, entre otras cosas, prescribe formas correctas de registro folclorista, destierra viejas hipótesis sobre el origen del hombre en América (clausurando definitivamente legados como el de Florentino Ameghino), descarta falsas correlaciones históricas para explicar los contactos reales, y sitúa “en su justo lugar” a las alteridades sociales.

Probablemente hubiera sido más difícil, en el contexto nacional, forjar esa red -clave para la profesionalización disciplinar- sin la difusión previa del folclorismo y del indigenismo americanistas por parte de figuras como Rojas, aunque, como veremos, la intervención de Imbelloni clausura cualquier forma neo-romántica de idealización del mundo indígena e indo-hispánico, en una operación ideológicamente “correctiva”, amparado en la cientificidad.

La desmitificación del discurso científico

De toda la colección, el tema de mayor impacto para el lectorado masivo se encuentra en el Libro de las Atlántidas, ya que por entonces el objeto imaginario de ese texto continúa siendo lo que Marc Angenot define como un “ideologema”: un punto nodal en el que convergen diversos discursos sociales contemporáneos, estableciendo una lucha por la imposición de un sentido hegemónico.31 Desde la introducción general a la biblioteca, es posible percibir en qué medida Imbelloni es consciente del rédito de este tema para acercar a los lectores al resto de la colección: allí el director advierte que “uno de los tomos [...] destinado a interesar más prontamente al público [...] trata de la Atlántida, viejo tema pero siempre cautivante, entre los de la mitología americanista”.32 Así, desde el comienzo del proyecto editorial, sabe que la fascinación por este espacio imaginario garantiza el anhelado acercamiento del lectorado más amplio a la biblioteca en su conjunto.

En efecto, el mito de la Atlántida gravita en los años veinte en la literatura de masas, en las doctrinas esotéricas, e incluso en el campo antropológico, donde difusionistas como Leo Frobenius (a quien se afilia Imbelloni) entreven los contactos culturales que consideran “efectivos” en la historia, latentes bajo las deformaciones del mito, e incluso ven la posibilidad de conducir hacia la disciplina científica la pasión sugestiva que despierta ese mito en el lectorado masivo.33 De hecho, Imbelloni subraya que la Atlántida está viva especialmente “en lo más recóndito de la mente de los Americanos,34 por “la fuerza sugestiva que dimana del sinnúmero de símbolos, correlaciones, asociaciones, intuiciones y otros procesos subjetivos [...] suscitados por los escritores que explotan la afectividad y la sensibilidad de las grandes masas populares”.35 No casualmente, cuando Imbelloni publicita su biblioteca en el volumen siguiente (en un apéndice agregado al final de Concepto y praxis…), introduce un pequeño mapa de Atlantis como nuevo emblema de todo el proyecto editorial. Se trata de un diseño del escritor griego Kampanakis a fines del siglo XIX, ya publicado previamente por Imbelloni en el Libro de las Atlántidas, junto a otras cartografías imaginarias. La elección de esa imagen, como emblema de la biblioteca, refuerza la convergencia entre la historia de la Atlántida y el americanismo moderno que busca fundar el proyecto editorial.36

Resulta interesante señalar la centralidad que le dan al mito de la Atlántida tanto el mexicano José Vasconcelos como Rojas, pocos años antes y desde posiciones ideológicamente enfrentadas al cientificismo de Imbelloni. Luego de su viaje oficial a la Argentina en 1922, Vasconcelos edita La raza cósmica. Allí, además de establecer varios puntos de convergencia conceptual con respecto a la tesis euríndica de Rojas (a quien cita explícitamente, para dar cuenta de una Argentina mestiza, más latinoamericana que europea), afirma el mito de la Atlántida, insistiendo en mantener vivo ese elemento residual, heredado del americanismo del siglo XIX. En su ensayo, el mexicano defiende el origen prestigioso de las culturas prehispánicas y la universalidad del Espíritu (como base del mestizaje racial/cultural), sugiriendo un origen común de la humanidad en las tierras míticas de la Atlántida: “a medida que las investigaciones progresan, se afirma la hipótesis de la Atlántida, como cuna de una civilización que hace millares de años floreció en el continente desaparecido y en parte de lo que hoy es América”.37 Es evidente que Vasconcelos apela a un punto de vista esotérico afín al de Rojas para reactualizar el mito de la Atlántida como idea-fuerza (en un sentido próximo al que forja Georges Sorel para definir el papel del mito como motor de la acción colectiva), a fin de consolidar la unión hispanoamericana, enfatizando los vasos comunicantes que religan a América con el resto del mundo en términos raciales, culturales y espirituales.

Poco después, en el cierre del Silabario…, Rojas acumula pruebas acerca de las correspondencias culturales entre el Viejo y el Nuevo Mundo, afirmando esa hipótesis del continente desaparecido como cuna de una antiquísima cultura madre, común a América y a Europa. En esta dirección, advierte que solo Platón en el Timeo y algunos ocultistas modernos como Scott Elliot en Historia de los Atlantes, o Mme. de Blavatsky en La doctrina secreta, pueden explicar las numerosas correspondencias culturales entre preaztecas y preincas, y entre estos y “Etruria, Micenas, Egipto, Asiria, Iberia e Irlanda”, lo que implica “un nuevo descubrimiento de América.38 Aunque “entre los americanistas de nuestros días, algunos rechazan la hipótesis de la Atlántida”,39 Rojas se anima a adherir abiertamente a esta interpretación porque, según él, coincide “con la de la ciencia”, ya que Florentino Ameghino, en su Antigüedad del hombre en el Plata, afirma “la existencia prediluviana de continentes sumergidos en el Atlántico”, la remota antigüedad del hombre en América y el contacto entre continentes por la vía de la Atlántida.40 Así, aun cuando la tesis de Ameghino ya ha sido científicamente refutada, Rojas insiste en apelar a la fuerza sugestiva de ese mito para legitimar ideológicamente el prestigio simbólico de las culturas indígenas en particular, y del continente en general. Estos retornos a la Atlántida dejan entrever una confrontación conjunta con respecto al americanismo cientificista de figuras como Imbelloni. Por ello, al menos en el contexto latinoamericano, es posible pensar en la gravitación de una sensibilidad común, con un régimen discursivo específico, que articula indigenismo, mestizaje indo-hispánico y esoterismo, en el marco de un espiritualismo ideologizante, neo-romántico y progresivamente residual, en disputa con respecto a concepciones antagónicas de la americanística que, como en el caso de Imbelloni, se fundan en un cientificismo agresivo, y en claro ascenso hacia una posición hegemónica.

El cientificismo de Imbelloni arremete contra este tipo de perspectivas espiritualistas “residuales”, presentando la Atlántida como el mito que condensa el americanismo anticientífico que debe ser combatido. Así por ejemplo, en “Dos americanismos” (editado, como Eurindia, en 1922), Imbelloni se queja de que “el público, en general, no está dispuesto a seguir un crecimiento tan lento [como el del americanismo cientificista]”,41 y frente al americanismo “heroico” hacia el que se inclinan las masas (que fomenta insólitas correlaciones entre culturas), sentencia que “todo pueblo, como todo hombre, cultiva y honra el americanismo que se merece”. Convencer a ese público masivo sobre la verdad del método histórico-cultural será, desde entonces, una meta clave de Imbelloni. Poco después, La esfinge indiana insiste en interpelar a un público amplio, para convencerlo acerca de la verdad científica de los contactos culturales efectivos, contra la proliferación de hipótesis inverosímiles que circulan en tratados científicos, artículos periodísticos y literatura de masas en general.42 Precisamente esa operación continúa siendo el eje del Libro de las Atlántidas, a fines de los años treinta. Allí advierte que “la indagación del lugar originario de esta Weltanschauung no [...] es tema que se preste a ser abordado por hombres de cultura meramente filosófica y filológica”.43 Ese juicio se enmarca en el seno de una descalificación explícita de José Ortega y Gasset (quien en 1924 publica Las Atlántidas, inspirado en la obra Atlantis de Frobenius),44 pero ese gesto también apunta a una deslegitimación más amplia de las recreaciones humanísticas del mito en su conjunto, y a una desarticulación de los efectos ideológicos de tales recreaciones, a nivel nacional y continental, pues si bien en principio esa confrontación es epistemológica, no deja de implicar una oposición ideológica a las autoafirmaciones identitarias y a los indigenismos articulados por ese tipo de discursos antagonistas. Así, Imbelloni responde a la incursión filosófica en la antropología con una incursión antropológica en la filosofía, erigiendo su arqueología científica contra la sugestión de los Atlantólogos que, desde la arqueología pre-científica, las doctrinas esotéricas o la literatura de masas, han construido un edificio absurdo de especulaciones atractivas (sin embargo, al reconstruir tan minuciosamente los argumentos de esas arqueologías fantásticas también corre el riesgo de estimular el apasionamiento por el mismo objeto que pretende destruir).

Entonces, si Imbelloni apela al valor imaginario de la Atlántida para el público masivo, es para erradicar ese valor imaginario, sustituyéndolo por la verdad científica. En esta operación queda cifrada su propuesta de refundar la americanística, capitalizando para la antropología moderna el viejo interés masivo por el mito. Y en este sentido, queda preso en una contradicción típica del elitismo modernista, porque desea interpelar a las masas, pero para difundir precisamente el rechazo de la cultura de masas.

Por todo ello, el tema de la Atlántida deviene una suerte de “Aleph” borgeano en el que, si convergen todos los públicos, es posible intervenir a la vez en todos los debates, exhumando una verdad científica latente en el fondo de los mitos, defendiendo la eficacia del método histórico-cultural (incluida la hipótesis específica de Imbelloni sobre el contacto entre la Polinesia y América del Sur),45 comprobando la centralidad de la antropología en el seno de las humanidades, y disputándole el público masivo a otros discursos sociales que rivalizan en su definición del americanismo.

A pesar de este combate agresivo por parte de Imbelloni, la tensión entre alta cultura y cultura de masas no se cierra, produciendo una interpelación ambigua -e incluso estrábica- de ambos públicos. Así, por ejemplo, el prólogo al Libro de las Atlántidas justifica la cita de fuentes griegas y latinas, en la lengua original y sin traducción, porque “Humanior está consagrada a una juventud más exigente”.46 Sin embargo, consciente de que esa erudición pone en peligro la anhelada expansión del lectorado, también estimula al no-iniciado a sortear esas dificultades, prometiéndole que descubrirá, “sin violencia mental alguna”,47 “todo un mundo de experiencias y leyes cuya complejidad insospechada lo llenará de asombro”.48 Al final de la lectura -confía Imbelloni-, “ninguno de nuestros lectores tendrá dificultad en reconocer los reflejos del período poseidónico”.49 Así, Humanior da cuenta de la confianza moderna en el poder del libro para trasformar a los lectores medios en seguidores apasionados de la arqueología científica.

Por eso vale la pena preguntarnos cuál es el alcance temático de la colección; qué relación establece entre las diversas subdisciplinas que componen el campo antropológico, y en qué medida la legitimación de la antropología implica una deslegitimación de otros saberes humanísticos.

La antropología, discurso rector

En principio, según la introducción general de la colección Humanior, esta se destaca, frente a otros proyectos editoriales con los que compite, por ser la única que promueve un americanismo arqueológico, centrado exclusivamente en la prehistoria: “la colección [...] detendrá su marcha al llegar al territorio de la historia propiamente dicha, porque ese umbral representa el terminus ad quem de su recorrido. A la inversa, el terminus ad quo es el más remoto posible”.50 Sin embargo, las secciones planeadas junto con la introducción general desmienten esa propuesta “arqueológica” porque, reproduciendo una contradicción intrínseca a la definición de la antropología en esta etapa, proyectan abordar también el folclore e incluso el mundo colonial americano. Si bien esa amplitud temática es típica de la disciplina en este período, también se fija explícitamente el objetivo ambicioso (y a priori, contrario a la especialización profesional) de “relatar al lector la suma de los conocimientos adquiridos sobre las cuestiones americanas por todas las ciencias llamadas ‘del Hombre’”.51

La inclusión de un abanico de objetos tan amplio no solo evidencia el modo en que la biblioteca cumple las veces de un programa de formación integral, sino que además legitima el papel de la antropología ante la consolidación de las otras humanidades. También da cuenta de la diversidad de intereses del propio Imbelloni, quien en su producción abarca todos estos campos, espejando la voluntad de apertura de la disciplina tanto al culturalismo como a las bases biológicas de la antropología física, relevante desde su formación juvenil.

A la vez, la biblioteca le dedica toda una sección a la Argentina, dándole al país una inscripción especial en el seno de ese americanismo, también como respuesta a las inquietudes nacionalistas del propio Imbelloni quien, a diferencia de otros antropólogos extranjeros en la Argentina (como el austríaco Oswald Menghin), se esfuerza por adecuar el método histórico-cultural al contexto nacional y americano.52 Es probable que esta preocupación nacionalista (ya visible en el plan de Humanior de 1936) colabore en la consagración de Imbelloni como uno de los antropólogos más próximos al gobierno durante el primer peronismo. De allí que la biblioteca pueda ser pensada como una legitimación de la antropología (convertida en una instancia clave para dar cuenta de la identidad nacional, por encima de otras disciplinas como la filosofía, la literatura y la historia), y también como una legitimación del propio Imbelloni que, como funcionario del Estado, deviene la voz más autorizada en ese campo.53 En este sentido, su consolidación profesional coincide con -y probablemente se ve potenciada por- el despliegue del proyecto Humanior.

Precedida por algunas publicaciones difusionistas previas del propio Imbelloni, la colección también colabora en el disciplinamiento de la antropología, porque busca instaurar el método histórico-cultural, para fijar el marco teórico de una ciencia que, hasta entonces, presenta teorías y objetos muy dispersos e incluso científicamente “inaceptables”. En este sentido, proyecto editorial y modelo teórico quedan anudados, consolidando el papel hegemónico del director de la colección como director de toda la disciplina de esta etapa, contra otros modelos considerados como ya perimidos, contra otras tesis difusionistas -que son descalificadas-, contra la autoridad de otras disciplinas, contra otros discursos sociales (como los vulgarizadores que simplifican la información científica), e incluso contra otras ideologías. Todas estas posiciones agonales quedan devaluadas como incapaces de dar cuenta de la “verdad” científica.54

A la vez, Imbelloni diversifica sus intervenciones intelectuales, preservando para Humanior la ilusión de su autonomía respecto de la política. Como de la última sección de la biblioteca (centrada en la Argentina) solo se edita el volumen sobre folclore, el despliegue de sus intervenciones nacionalistas más explícitas se produce por fuera de Humanior, en publicaciones financiadas por el gobierno, en las que Imbelloni se muestra más claramente como un experto al servicio del Estado. Así por ejemplo en “La formación racial argentina”, editado en el volumen oficial Argentina en marcha, de 1947, responde a una consulta explícita, de parte del gobierno, sobre la delicada cuestión del poblamiento del país.55 Allí defiende el proyecto inmigratorio en curso (y aconseja en especial la inmigración latina, más acorde al carácter nacional), pero también contribuye con una especie de traducción científica, en clave racialista, del ideal de “comunidad organizada”, al subrayar cómo la propia existencia del peronismo prueba la tendencia de las masas nacionales a homogeneizarse,56 al tiempo que naturaliza el liderazgo de Perón, en el marco de una teleología biológica que reformula el revisionismo histórico en clave racialista. Ese gesto puede pensarse, además, en sintonía con otros que dejan entrever cierta rivalidad en sordina, en el interior de la intelectualidad peronista, entre disciplinas tales como la antropología y la filosofía, que disputan su preeminencia para definir la identidad nacional.57

En este contexto, resulta especialmente importante leer Humanior a contrapelo, iluminando las posiciones ideológicas que anidan bajo la objetividad científica, preguntándonos por ejemplo en qué consiste el humanismo de Humanior. En principio, su propuesta puede interpretarse como una resistencia más o menos explícita al humanismo filosófico y antipositivista, heredado de la Reforma Universitaria (visible, por ejemplo, en los textos que produce el reformista Ernesto Quesada al forjar una legitimación indigenista del continente, en base a una lectura crítica de La decadencia de Occidente de Oswald Spengler).58 Como señala Garbulski, Imbelloni devalúa el humanismo en términos nietzscheanos y neo-darwinistas, desde los trabajos juveniles producidos en la Argentina, en el contexto de la Primera Guerra Mundial.59 A pesar de la distancia temporal que separa esos discursos de principios de siglo respecto de Humanior, es posible entrever allí la continuidad de un mismo esfuerzo por refundar el humanismo desde una perspectiva belicista,60 reforzando así la convergencia -predominante en la época, aunque no excluyente- entre posiciones de derecha y método histórico-cultural.61

Además, la modernidad de ese “humanismo moderno” consiste más bien en un cientificismo que, a pesar de las críticas al evolucionismo, vuelve a apelar a los principios evolucionistas, e incluso a la antropología física, para confirmar las jerarquías raciales y las concepciones de “lucha por la vida”, en pleno contexto del nazismo. Esa posición neo-humanista, que se presenta bajo la aspiración a reintegrar lo biológico y lo cultural, se combina con una fuerte descalificación cientificista de los idealismos, entre los que incluye el pensamiento utópico europeo, la idealización barroca de la naturaleza y el hombre americanos, la visión romántica de la alteridad, e incluso -indirectamente- las reivindicaciones indigenistas de carácter emancipatorio en el presente.62 Así, Humanior combate lo que Julio Ortega define como “discursos de la abundancia”. Desde el punto de vista de Imbelloni, esas “mitificaciones” (que son la base del americanismo, entendido como auto-afirmación identitaria) tergiversan la realidad, comportándose como ideologías en sentido negativo.63 Así, el director de Humanior apela al cientificismo, pero desde una perspectiva conservadora -o francamente reaccionaria- que apunta a descalificar las posiciones ideológicas agonales, como los indigenismos que anticipan un nuevo ciclo cultural indígena para superar “la decadencia de Occidente”. El arco ideológico con el que confronta Imbelloni es muy amplio, e incluye desde la reivindicación moderada (y meramente espiritual) del legado indígena por parte de Ricardo Rojas, hasta el “peligroso” elogio del comunismo incaico por parte de Mariátegui, como base de una posible transformación revolucionaria. Por eso no es casual que, por ejemplo en Epítome…, al analizar la ausencia de propiedad privada y la condición igualitaria entre los miembros de una tribu, Imbelloni aclare, tranquilizadoramente, que “conviene decir que no se trata de un ideal comunista, sino de indiferenciación inicial de la sociedad”.64 En este sentido, su discurso científico conjura de manera constante -aunque velada- ese fantasma político que recorre el continente, poniendo en evidencia, en última instancia, en qué medida el americanismo constituye un espacio particularmente sensible de disputa.

Así, Imbelloni perfila una suerte de “americanismo anti-americanista” que apunta a “situar la humanidad americana” (y sobre todo, al Indio, objetivado con mayúsculas, como una categoría transhistórica) “en el justo lugar que le corresponde”.65 La construcción de ese “justo lugar” incluye además la confirmación de las jerarquías dominantes para las culturas indígenas, elevando el “complejo cultural méxico-andino” a la altura de las grandes civilizaciones proto-históricas del Viejo Mundo, muy por encima de las de otros grupos “inferiores”.

La crítica cientificista que le formula Imbelloni a los indigenismos está presente incluso en textos previos a Humanior. Por ejemplo, en “Dos americanismos” cuestiona el americanismo “heroico” de figuras como Vicente Fidel López que, en Les races aryennes du Peru, se empecina en defender las correspondencias entre el quechua y el griego, solo para legitimar a los antepasados indígenas, “arianizándolos”. Y agrega que la misma “forunculosis arianocéntrica” tiene el brasileño Couto de Magalhães para el caso de los indios tupi. Con ese mismo argumento descalifica a otros autores que han planteado la afinidad entre el quechua y otras lenguas prestigiosas (como el hebreo, el sánscrito, el súmero/asirio, etc.). Imbelloni ubica a diversos autores, desde la Conquista hasta hoy, en el mismo marco de un americanismo estéril, que acumula pruebas insustanciales y carece de concordancia en sus conclusiones.66

Este combate contra las idealizaciones indigenistas se despliega tanto en Humanior como en sus publicaciones en la prensa periódica. Así, por ejemplo, en “Pinturas rupestres del noroeste de Córdoba” descalifica las elucubraciones indigenistas de la literatura de masas, diferenciando dos corrientes opuestas “entre los que hablan de los indios”: “la primera, de exclusiva admiración hacia esas culturas desaparecidas [...], prevaleció por un largo período del siglo pasado, y no ha desaparecido por completo, especialmente en los escritos destinados al gran público; sus reconstrucciones reposan sobre la base de ampliaciones e imaginaciones, de series dinásticas como las de Caldea y Egipto”,67 y por contraste, destaca el valor objetivo de su propia arqueología científica. Así, su cientificismo forma parte de un proceso esperable de consolidación disciplinar, pero también, al mismo tiempo, provoca una serie de efectos ideológicos velados, solo visibles en el contexto enunciativo de la época.

En otros casos, combina esa desmitificación con la descalificación de los indígenas como fuerza de trabajo en el presente, reduciéndolos a un elemento meramente residual. Así, por ejemplo, en “La formación racial argentina” sentencia que “lo más pintoresco de esta prédica [indigenista] es que por ‘indios’ entiende a los araucanos de la llanura, fragmentos dispersos y profundamente degenerados por amixia de un viejo núcleo central, de los que ya no es posible esperar nada, y los coyas del Noroeste, algo menos ralos pero igualmente envejecidos como raza y cultura”.68 Ese diagnóstico negativo sobre los indígenas como fuerza de trabajo puede completarse con la visión implícita en otras fuentes suyas de esta etapa, y se aproxima además -aunque sin converger plenamente- con las visiones de lo indígena presentes en otros discursos oficiales contemporáneos.69 Por ejemplo, en “Los Patagones. Características corporales y psicológicas de una población que agoniza” (Runa, Buenos Aires, Instituto de Antropología, vol. ii, 1949), Imbelloni comenta parte de los resultados de sus estudios somatológicos y lingüísticos sobre los indios tehuelches, realizados ese año sobre la base de una campaña antropológico/militar en Santa Cruz y Chubut. Allí confirma la condena a la extinción de este grupo, aunque también destaca su superioridad física, e intenta preservar su capital genético, confinando a los sobrevivientes en una reserva.70 Y en el ya mencionado prólogo a Toponimia patagónica…, insiste en reevaluar jerárquicamente los tipos indígenas argentinos, sobre la base de niveles desiguales de deterioro, declarando en definitiva la condena a la extinción de esas razas y de sus prácticas culturales, a corto o a mediano plazo.

En última instancia, esta posición teórica (que desarticula falsas arqueologías pre-científicas, atentando contra la idealización romántica del continente y de las culturas indígenas en el pasado y en el presente) resulta en parte compatible con la inclusión de los obreros que realiza el primer peronismo, invisibilizando a los indígenas nacionales, e incluso implementando políticas de represión material de estos sujetos, tal como puede verse en la desarticulación del “Malón de la Paz” en 1946, o en la masacre de familias pilagá en 1947, llevada a cabo con consentimiento de las autoridades provinciales y nacionales, precisamente el mismo año en que “La formación racial argentina” evalúa la insignificancia de los indígenas como fuerza productiva, aconsejando al Estado promover la inmigración latina.71 De todos modos, tal como advierten Vezub y De Oto, la etnología de Imbelloni está contenida en el peronismo pero no coincide con su convocatoria inclusiva del pueblo, aunque esta sea homogeneizante y, por ende, propicie un borramiento de las diferencias culturales.72

Breves consideraciones finales

Como vimos, Humanior aspira a ofrecer una formación antropológica no solo a los intelectuales en proceso de profesionalización como antropólogos, sino también a un público culto y/o universitario más amplio, para sensibilizarlo respecto del legado arqueológico americano, respecto del legado racial indígena del país y del continente y respecto del folclore vivo, entre otros temas.

Abonando la hipótesis de una interpelación ampliada, que busca la legitimidad del público medio para una disciplina y una corriente teórica en proceso de consolidación científica a nivel local, también las colaboraciones de Imbelloni en la prensa periódica fijan didácticamente la atención del lectorado masivo sobre los puntos de contacto que intenta consolidar el difusionismo, y, al igual que sus ensayos más extensos, ponen límites a la proliferación fantástica de correlaciones imposibles, dominantes en las publicaciones de difusión generalmente destinadas a las masas.

Tanto en la colección editorial como en sus intervenciones en la prensa periódica, el director de Humanior ataca las idealizaciones románticas del mundo indígena, y la perduración de mitos sobre el pasado geológico y arqueológico del continente. Si bien esta objetividad científica forma parte del proceso de profesionalización disciplinar, también provoca un efecto lateral en sordina, al generar una profunda descalificación de discursos vinculados al progresismo reformista, y en general centrados en una afirmación indigenista de la identidad continental.

Esa descalificación se articula con una fuerte desvalorización de los indígenas como fuerza productiva, aunque también se manifieste en favor de preservar las diferencias étnicas, en contraste con las políticas de inclusión compulsoria y homogeneizante de los indígenas, hegemónicas durante el primer peronismo.

En este proceso de legitimación de la antropología y del método histórico-cultural, Humanior descansa en las condiciones creadas por otros textos, dentro y fuera del campo antropológico en formación. En este sentido, esta biblioteca sería impensable sin precedentes tales como los ensayos de Rojas. En conjunto, tanto el autor de Eurindia como el director de Humanior se inspiran en la confianza moderna en el libro como difusor de saberes y de ideologías, para moldear al nuevo lectorado en favor de una cierta americanización del país. Pero el anclaje de Rojas en el ensayo de interpretación, su valoración de la hermenéutica como vía superior de conocimiento del mundo, su denuncia de la explotación de los indígenas, y/o la voluntad de reactivar el sustrato cultural indígena reprimido en el inconsciente colectivo, entre otros elementos, establecen un contrapunto flagrante con el cientificismo desmitificador de Imbelloni. Así, la misma demanda por crear una sensibilidad americanista en el lectorado argentino se formula desde matrices discursivas, ideologías y paradigmas epistemológicos antagónicos, disputando la conquista de esas nuevas capas medias, cultas y “en disponibilidad”. En definitiva, humanismo, americanismo y modernidad (los términos convocados en el título de Humanior) se insertan en un verdadero campo de batalla.

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1 Nacido en Italia en 1885, Imbelloni estudia Medicina en la Facultad de Perugia. En su juventud, permanece en la Argentina algunos años, como corresponsal de un diario italiano. En esta etapa produce algunos trabajos de corte netamente positivista y a favor de la guerra, inspirados en el neodarwinismo social, en los cuales la guerra se justifica como parte de la lucha por la vida. Imbelloni regresa a Italia para alistarse como voluntario en la Primera Guerra Mundial, y en pleno auge de las doctrinas racialistas (y en los albores del ascenso del fascismo) emprende estudios en Ciencias Naturales y en Antropología en la Universidad de Padua, doctorándose en 1920 con la tesis “Introduzioni a nuovi studi di cranitrigonometria”. En 1921 retorna a la Argentina, donde gana por concurso el puesto de profesor suplente de Antropología en la Facultad de Filosofía y Letras (uba), además de vincularse al Museo Etnográfico desde 1922 como encargado de investigaciones antropológicas. Entre 1921 y 1930 se desempeña como profesor de Historia Antigua en la Universidad de Paraná. Desde 1939 es profesor titular en la cátedra de Antropología, en la uba. En 1946, con el advenimiento del peronismo, ocupa el puesto de director del Museo Etnográfico, cuando Francisco de Aparicio es exonerado de ese cargo. Además, en 1947 el Gobierno Nacional lo nombra director del recientemente creado Instituto de Antropología, también dependiente de la Facultad de Filosofía y Letras. Los documentos de Imbelloni conservados en el Museo Etnográfico dejan entrever la sólida red de vínculos institucionales que confirman la centralidad nacional del director de la biblioteca Humanior. Con el golpe de 1955 y la consecuente intervención de las universidades, Imbelloni es apartado de sus cargos, como parte del proceso de desperonización, y cumple sus últimos años de docencia en la Universidad del Salvador. Sobre la profesionalización de la antropología en la Argentina, véase Leonardo Fígali, “Origen y desarrollo de la antropología en la Argentina”, en Anuario de estudios de antropología social, Buenos Aires, ides, 2004. Sobre el itinerario y la obra de Imbelloni en particular, véase Sergio Carrizo [2000], “José Imbelloni, entre la antropología y la historia”, tesina de grado, Facultad de Filosofía y Letras, unt (mimeo).

2 El método histórico-cultural de Robert Fritz Graebner, Leo Frobenius y Wilhelm Schmidt (entre otros autores) explica los cambios culturales como resultado de experiencias de contactos y de difusión. Para ello, se centra en demostrar la existencia de ciclos culturales que evidencian esos contactos como trasplantes, motivo por el cual el enfoque es fuertemente comparatista, además de crítico del evolucionismo.

3 En el trabajo apelamos a la noción de “discurso social” en Marc Angenot, El discurso social, Buenos Aires, Siglo XXI, 2010. Desde esta perspectiva teórica, los discursos sociales, en la sincronía, se revelan como atravesados por profundas disputas en las que se busca imponer significados “legítimos”, en el marco de lo que Angenot define como “lucha por la hegemonía discursiva”.

4 Para una breve historia de las instituciones vinculadas a la antropología, y una periodización del proceso de consolidación de esta disciplina en la Argentina, véase -entre otros autores- Leonardo Fígoli, “Origen”. Este autor destaca la consolidación de esa disciplina, a inicios del siglo XX, a partir de la creación de una cultura científica en torno al Museo Etnográfico, el Museo de Ciencias Naturales de Buenos Aires y el Museo de La Plata (los cuales, articulados con las universidades, crean una mirada antropológica especializada, en respuesta crítica al viejo didactismo). Poco después, la llegada de investigadores extranjeros como el propio Imbelloni (además de Oswald Menghin, Alfred Métraux, Branimiro Males o Marcelo Bórmida, entre otros) profundiza esa profesionalización incipiente. Cabe destacar que, tal como recuerda Axel Lázzari (“Antropología en el Estado: el Instituto Étnico Nacional”, en Federico Neiburg y Mariano Plotkin (comps.), Intelectuales y expertos, Buenos Aires, Paidós, 2004), en la Argentina de los años treinta y cuarenta los antropólogos no son más de 30 personas, dada la inexistencia de carreras de Antropología (por ejemplo, en la UNLP esta carrera se funda recién en 1957, y en la UBA en 1958). Según Irina Podgorny (“Antigüedades incontroladas”, en Federico Neiburg y Mariano Plotkin (comps.), Intelectuales, esta fragilidad de la antropología en el medio universitario convive con el apoyo dado por el Estado a través de subsidios. Podgorny insiste además en presentar este espacio disciplinar, aun en las primeras décadas del siglo XX, como un campo constantemente intervenido por intelectuales de otras áreas y con una formación académica desigual.

5 José Imbelloni, Epítome de culturología [1936], Buenos Aires, Nova, 1953, p. 7. Esta introducción general es editada primero como folleto: “Humanior. Biblioteca del Americanista moderno. Introducción general” (folleto), Buenos Aires, José Anesi, 1936.

6 Véase Ricardo Levene, Historia de la nación argentina, Buenos Aires, El Ateneo, 1936-1950.

7 La consideración del contenido y de algunos dispositivos formales de la edición de la Biblioteca Humanior se inspira en trabajos recientes sobre la historia del libro y la edición, como el volumen de Gustavo Sorá, Editar desde la izquierda en América Latina, Buenos Aires, Siglo XXI, 2017, aunque la meta de nuestro trabajo es más modesta y no se centra exclusivamente en esta perspectiva teórico-metodológica.

8 Véase José Imbelloni, “Humanior. Biblioteca del Americanista moderno. Introducción general” (folleto), Buenos Aires, José Anesi, 1936.

9 José Imbelloni y Alfredo Dembo, Deformaciones intencionales del cuerpo humano de carácter étnico, Buenos Aires, José Anesi, Biblioteca Humanior, 1938.

10 Ramón Pardal, Medicina aborigen americana, Buenos Aires, José Anesi, Biblioteca Humanior, 1937.

11 José Imbelloni, Pachacuti IX. El incario crítico, Buenos Aires, Humanior/Nova, Biblioteca Humanior, 1946.

12 Véanse José Imbelloni, Concepto y praxis del folklore como ciencia, Buenos Aires, Humanior, Biblioteca Humanior, 1943, y José Imbelloni, Bruno Jacovella, Susana Chertudi et al., Folklore argentino, Buenos Aires, Nova, Biblioteca Humanior, 1959 (los autores convocados para este volumen participan del Instituto Nacional de la Tradición, dirigido por Juan A. Carrizo entre 1943 y 1955, y luego forman parte del Instituto Nacional de Filología y Folklore, entre 1955 y 1959).

13 Cabe aclarar además que en la edición de la colección Humanior ocurren varios cambios editoriales, que dan cuenta de la inestabilidad relativa del proyecto. Si los primeros volúmenes se editan por José Anesi, un sello editorial orientado sobre todo al público escolar, impulsado por José Anesi (miembro de la Sociedad Argentina de Antropología, y editor de la Revista Geográfica Americana), a partir de Concepto y praxis... aparece por primera vez la rúbrica de “Editorial Humanior”, con la distribución de Joaquín Torres. Esa rúbrica se mantiene en Pachacuti IX, aunque ahora se detalla que la editorial es Nova. El último volumen, Folklore argentino, es publicado por Nova y ya sin el sello de la “Editorial Humanior”.

14 Resulta difícil iluminar los criterios a partir de los cuales Imbelloni convoca a otros colaboradores, tanto para el plan pergeñado a priori como para la ejecución final del mismo. En principio, parece haber invitado a figuras prestigiosas del americanismo europeo (por ejemplo, en el Libro de las Atlántidas advierte que el profesor Konrad Th. Preuss, director del Museo Etnográfico de Berlín, se había comprometido a escribir el volumen dedicado a religiones de América, aunque Preuss muere en 1938, antes de concretar ese proyecto; José Imbelloni, Libro de las Atlántidas, Buenos Aires, José Anesi, Biblioteca Humanior, 1939, pp. 25-26).

15 A la vez, si se observan las fechas de los volúmenes de Humanior, es claro que la biblioteca merma justamente cuando Imbelloni asume la dirección del Instituto de Antropología e inicia la edición de la revista especializada Runa. En este sentido, es posible pensar que la conquista -acaso imposible- que se propone Humanior, sobre el lectorado ampliado, es sustituida por el objetivo más mesurado de consolidar el círculo de los especialistas.

16 Además de reforzar la unidad didáctica de la colección, varias de estas referencias cruzadas subrayan el papel fundacional de Epítome con respecto a la introducción de la escuela histórico-cultural en la Argentina y en América Latina. Así, por ejemplo, el epílogo del Libro de las Atlántidas incita al lector a volver sobre el primer volumen de la colección, para dimensionar la renovación teórica que propone ese libro pues, gracias a él, “los lectores de Humanior ya conocen en sus rasgos esenciales el patrimonio de este ciclo [protohistórico]” (Imbelloni, Libro de las Atlántidas, p. 382).

17 Al respecto véase Ernesto Quesada, “Spengler en el movimiento intelectual contemporáneo” (folleto), Humanidades, La Plata, UNLP, 1926.

18 Al respecto véase especialmente Bernardo Canal Feijóo, Mitos perdidos, Buenos Aires, Compañía Impresora Argentina, 1938. Sobre este tema cf. Alejandra Mailhe, “Inconsciente y folclore en el ensayismo de Bernardo Canal Feijóo”, Latinoamérica, Nº 51, México, UNAM.

19 Si bien sus intervenciones llegan hasta 1935, se concentran muy especialmente en esta etapa juvenil, entre 1922 y 1926. Todas las notas editadas por Imbelloni en La Prensa, entre 1922 y 1926, aparecen reseñadas en Benigno Martínez Soler, “Bibliografía de José Imbelloni”, Boletín bibliográfico de antropología americana (1937-1948), vol. 8, N° 1/3, enero/diciembre de 1945.

20 Véanse por ejemplo referencias a la técnica empleada por el investigador escocés G. A. Gardner en Córdoba, en José Imbelloni, “Pinturas rupestres del noroeste de Córdoba”, La Prensa, Buenos Aires, 17/12/1922.

21 Por ejemplo, revela los diseños recién descubiertos y registrados por Gardner en Córdoba, algunos de los cuales son reproducidos por Imbelloni en “Pinuras rupestres…”, antes de que se den a conocer en otros medios. Imbelloni advierte que cuando se publique el estudio de Gardner, “los estudiosos tendrán en su poder, sin someterse a las fatigas de largos viajes a lomo de mula [...], una documentación de primer orden” (Imbelloni, “Pinturas rupestres…”, p. 7).

22 Es el caso por ejemplo de “La ciudad misteriosa del lago Ströbel” (La Prensa, Buenos Aires, 29/04/1923), nota en la que, acompañando la opinión de Salvador Debenedetti, descarta con virulencia la veracidad del descubrimiento “sensacional” de Wolff, apenas dos meses antes, de una supuesta ciudad arqueológica, próxima al lago patagónico de Ströbel.

23 José Imbelloni, “Un hallazgo curioso en las tierras magalhánicas”, La Prensa, Buenos Aires, 20/01/1924.

24 En varios artículos, para descartar teorías previas, una vez que expone las explicaciones científicas (geológicas, climáticas, históricas, lingüísticas, etc.), remata el texto apelando al sentido común del público, del que espera recibir el favor de la razón. Así, por ejemplo, cierra el artículo “Tiahuanaco” confiando en obtener por fin la legitimación del lectorado en esa compulsa: “El lector puede juzgar ahora si, por lo que respecta a la cronología, la ‘literatura tiahuacana’ tiene algún valor para sentar las bases de juicios o indagaciones realizadas con seriedad, o si, en cambio, necesita hacer tabula rasa, y abrir una época nueva de observación y de recolección de datos” (José Imbelloni, “Tiahuanaco. Crítica de la cronología hiperbólica”, La Prensa, Buenos Aires, 07/03/1926, p. 10).

25 Los Wagner creen haber descubierto una antigua civilización pre-incásica, sin contacto posible con los conquistadores, extendida incluso a un área mayor del territorio argentino, con un sentido estético y místico elevado y con una alfarería marcada por el alto simbolismo. Sobre la descalificación de las hipótesis de los Wagner, que practican una arqueología amateur, véase José Imbelloni, “Un viejo error de arqueología clásica fundamenta el libro de los señores E. y D. Wagner” (folleto), Buenos Aires, Museo Argentino de Ciencias Naturales, 1940. Sobre la obra de los Wagner véase Ana Teresa Martínez et al., Los hermanos Wagner: Arqueología, campo arqueológico y construcción de identidad en Santiago del Estero, 1920-1940, Bernal, UNQ, 2011.

26 José Imbelloni, “El panorama lingüístico de la Patagonia y el trabajo del General Juan Perón”, en Juan D. Perón, Toponimia patagónica de etimología araucana [1949], Buenos Aires, Dirección General de Cultura del Ministerio de Educación, 1952, p. viii (cursiva nuestra).

27 A las intervenciones “oficialistas” de Imbelloni (por ejemplo, los capítulos que escribe para Argentina en marcha, para el volumen del Primer ciclo anual de conferencias, o como prólogo a Toponimia patagónica de etimología araucana de Perón), se suman otras manifestaciones explícitas del lazo positivo entre antropología y justicialismo. Precisamente con este título, “Antropología y Justicialismo”, Branimiro Males (antropólogo croata radicado en la Argentina, y simpatizante del nazismo) defiende la importancia prioritaria de la antropología, especialmente para la Argentina y en el marco del ideario peronista: “la Antropología debe tener un lugar de preferencia entre las otras ciencias” porque “es la ciencia base para la solución de los problemas de nuestra vida diaria [...]; hablar de Antropología en relación a los conceptos sociales del Justicialismo […] es lógico e indispensable” (Branimiro Males, “Antropología y Justicialismo”, Humanitas, Nº 1, Tucumán, 1953, p. 245). Males defiende especialmente el papel de la antropología física, clave para que el Estado vele por el desarrollo saludable de su población.

28 Así, por ejemplo, en carta del 23/04/1954, la docente Angélica Llanos de Godoy, del Profesorado de Danzas Fol-klóricas de la Universidad Nacional del Litoral, le pide el envío del volumen dedicado especialmente a la investigación folclórica, en estos términos: “Escribirle a Ud. es una emoción muy intensa; conozco y he aprendido en sus obras. ¿Cómo no pedirle al Maestro me brinde su trabajo Concepto y praxis...? [...]. Recibir su trabajo será para mí una eterna deuda. Dios lo bendiga”. En otra carta (s/f), una escritora inglesa instalada en Lima le ruega material sobre el problema indígena en la Argentina, que necesita consultar por su trabajo literario, aunque no se refiere específicamente a títulos de Humanior. Cabe destacar que, si bien en el archivo del Museo Etnográfico se conservan las respuestas de Imbelloni a gran parte de la correspondencia oficial recibida, no constan respuestas a este tipo de cartas más personales. Véase José Imbelloni, material inédito en Museo Etnográfico, cajas sin nomenclatura.

29 Desde su perspectiva, la centralidad de los folcloristas profesionales coincide además con la centralidad del eje que encarnan Buenos Aires y La Plata, como espacios privilegiados en la profesionalización de la antropología. De hecho, en textos posteriores como la conferencia “Antropología. Investigadores e investigaciones”, confiesa sus dudas respecto de las posibilidades de descentralizar esta actividad: “Es plausible que las ciudades del interior quieran tener su propio centro de recolección y búsqueda, pero de ningún modo es útil que estas iniciativas se pongan en manos de personas que carecen de experiencia y versación, como sucede por lo común” (José Imbelloni, “Antropología. Investigadores e investigaciones”, en Primer ciclo anual de conferencias, Buenos Aires, Subsecretaría de Cultura, 1949a, p. 213).

30 Martha Blache en “Folklore y nacionalismo en Argentina” (en Sergio Visakovsky y Rosana Guber (comps.), Historia y estilos de trabajo de campo en Argentina, Buenos Aires, Antropofagia, 2002) señala que la encuesta folclórica, organizada en 1921 por el Consejo Nacional de Educación, apela a la colaboración de maestros de todo el país, para el registro de testimonios del folclore tradicional (de espaldas a los elementos considerados como exóticos, provenientes de la inmigración). Si bien el Consejo elabora un folleto con instrucciones precisas para el registro de los datos, varios testimonios son adulterados, a tal punto que Juan A. Carrizo, en su Historia del folklore argentino (1953), considera que la muestra es espuria. La encuesta es donada al Instituto de Literatura Argentina de la UBA, a pedido de Ricardo Rojas, durante su decanato. El Instituto publica un catálogo y una clasificación por provincias. Desde 1951, el material queda en manos del Instituto Nacional de la Tradición, que publica una selección de testimonios.

31 Véase Marc Agenot, El discurso. Una de las principales ventajas del abordaje sincrónico de Angenot es evitar los reduccionismos simplificadores, al recrear el juego complejo de las posiciones discursivas en lucha, analizando la convergencia de enunciaciones agonales, en pugna por la definición legítima de un mismo ideologema. Como ejemplo de análisis, véase Marc Angenot, “El fin de un sexo”, en Interdiscursividades, Córdoba, UNC, 2010.

32Imbelloni, Epítome, p. 9.

33 Entre 1921 y 1928, Leo Frobenius publica los doce volúmenes de Atlantis (Jena, Diederichs, 1921-1928). Enfatizando esa proximidad teórica con Frobenius, todo el cierre del Libro de las Atlántidas se centra en la arqueología de este autor, compartiendo su hipótesis de una elevada civilización en África, resultado de la difusión “de la joven cultura helénica” en fusión con una cultura más antigua, proveniente del Asia menor, en un ciclo que Frobenius define como cultura “malayo-negroide”.

34 Imbelloni y Vivante, Libro de las Atlántidas, p. 8.

35Ibid., p. 388.

36 Sin embargo, en ningún libro posterior reaparece el emblema de la Atlántida como identificación de la colección.

37 José Vasconcelos, La raza cósmica [1925], México, Espasa-Calpe, 1966, p. 13.

38Ricardo Rojas, Silabario de la decoración americana, Buenos Aires, La Facultad, 1930, p. 245.

39Ibid., p. 249.

40Ibid., p. 246.

41 José Imbelloni, “Dos americanismos” (folleto), Boletín del Instituto de Investigaciones Históricas, Buenos Aires, Peuser, 1920, p. 23.

42 José Imbelloni, La esfinge indiana, Buenos Aires, El Ateneo, 1926.

43 Imbelloni y Vivante, Libro de las Atlántidas, p. 362.

44 En 1924, además, Frobenius visita Madrid, difundiendo sus tesis en ese campo intelectual.

45 Pues la hipótesis de fondo del libro apunta a probar contactos culturales precolombinos entre África, Europa, Asia, Oceanía y América, por la vía del Pacífico.

46 Imbelloni y Vivante, Libro de las Atlántidas, p. 19.

47Ibid., p. 22.

48Ibid., p. 20.

49Ibid., p. 383.

50 Imbelloni, Epítome, p. 7.

51Ibid., p. 8.

52 A diferencia de Menghin (que en la Argentina permanece fiel a sus estudios centrados en la prehistoria, desde una perspectiva universalista), Imbelloni se muestra más sensible a las preocupaciones identitarias del nacionalismo, planteándose el desafío de adecuar ese modelo teórico central para pensar objetos de investigación argentinos y americanos.

53 Con el advenimiento del peronismo, además de ocupar el puesto de director del Museo Etnográfico desde 1947, el gobierno nacional lo nombra director del recientemente creado Instituto de Antropología, dependiente de la UBA. Y cuando en 1949 se crea el régimen de dedicación exclusiva, Imbelloni recibe uno de los dos únicos cargos de que dispone la Facultad de Filosofía y Letras (el otro cargo le es otorgado a Carlos Astrada). Estos hitos en su itinerario confirman su proximidad con respecto al gobierno, y resignifican su producción antropológica (incluido el proyecto editorial de Humanior) como parte de la legitimación de la antropología como una instancia privilegiada para forjar la identidad nacional.

54 En efecto, Epítome… busca abrir un proceso de adecuación del método histórico-cultural, puesto a disposición de los estudios americanistas, definiendo así la agenda que la disciplina antropológica debe abarcar a nivel continental. Por otro lado, la centralidad de Imbelloni es también el resultado de las autofiguraciones que diseña en sus textos. Por ejemplo en la conferencia “Antropología. Investigadores e investigaciones”, impone su propia genealogía de la antropología local, destacando solo a las figuras a las que se afilia, para situarse a sí mismo como punto de llegada de esa teleología profesionalizante, que va de los pionners a los “sistemáticos”, y de estos a los “iniciados”, para llegar finalmente a su propio “grupo de selectos discípulos” (Imbelloni, “Antropología”, p. 214).

55 La respuesta de Imbelloni se encuentra en sintonía con los planteos del Instituto Étnico Nacional, que funciona en la Argentina entre 1946 y 1955. Buscando intervenir en el mejoramiento físico y moral de la población, promueve una inmigración selectiva para no poner en riesgo la identidad étnica nacional. En esta dirección, Santiago Peralta, a cargo de este Instituto, apoya la inmigración europea de latinos católicos, y el confinamiento tutelado de los indígenas como fuerza productiva (véase Axel Lázzari, “Antropología”). Imbelloni converge en términos generales con el enfoque de Peralta, aunque -según advierte Lázzari- también cuestiona el perfil poco académico de este último.

56 José Imbelloni, “La formación racial argentina”, en AA.VV., Argentina en marcha, Buenos Aires, Comisión Nacional de Cooperación Intelectual, 1947, pp. 306-307.

57 Si bien esta línea de análisis excede los objetivos de este trabajo, para explorar las tensiones entre antropología y filosofía, entre los intelectuales próximos al gobierno en esta etapa, pueden considerarse comparativamente las intervenciones de Imbelloni y de Carlos Astrada en volúmenes oficiales tales como el de Argentina en marcha de 1947, o el Primer ciclo anual de conferencias de 1949. En ambos libros, Astrada colabora con trabajos que dialogan con las tesis de El mito gaucho, como resultado de su reelaboración del existencialismo heideggeriano para pensar el problema de la identidad nacional. En este sentido, los ataques de Imbelloni a las definiciones metafísicas de la identidad pueden leerse como parte de esta disputa, al igual que la voluntad arriba señalada de traducir en clave antropológica la noción de “comunidad organizada”, central en el ideario de Perón.

58 Véase por ejemplo Ernesto Quesada, La sociología relativista spengleriana, Buenos Aires, Coni, 1921, tanto sus clases sobre Spengler como el discurso pronunciado frente a la comunidad académica al retirarse de la Universidad.

59 Véase Edgardo Garbulski, “José Imbelloni: positivismo, organicismo y racismo” (folleto), Rosario, UNR, 1987.

60 Desde sus trabajos tempranos en la década de 1910, hasta sus intervenciones en Humanior, Imbelloni piensa la dinámica cultural como conflicto, desde un belicismo imperialista opuesto a las lecturas en clave materialista.

61 Este predominio no implica sin embargo una asociación directa entre método histórico-cultural y posiciones de derecha, dado que, como advierte Rolando Silla, a la misma escuela pertenecen figuras vinculadas al fascismo como Imbelloni y Marcelo Bórmida, y liberales como Fernando Márquez Miranda. Lo mismo sucede con la adhesión al peronismo por parte de los seguidores del mismo método histórico-cultural. Véase Rolando Silla, “Sobre un ‘cambio conservador’ en la obra de Bórmida”, en Rosana Guber (comp.), Antropologías argentinas, La Plata, Al Margen, 2014, y “Pureza de origen: la expedición argentina a Rapa Nui”, en Estudios de antropología social, N° 2, Buenos Aires, IDES, 2010.

62 Con respecto al escenario americano, señala que “si una literatura en parte romántica y en parte periodística lo ha sostenido en las esferas subalternas de la publicidad, hoy día, después de varias décadas de educación antropológica intensiva, todos ven que no es ya tolerable la idea de la existencia de islas encantadas y regiones misteriosas […]. La literatura americanista […], que tenía ya en 1607 la exuberancia de una selva tropical, se formó cuando solo la Guinea africana y pocas otras costas fuera de Europa eran familiares al blanco y jamás, ni en nuestros días, ha logrado desprenderse de la ingenua maravilla con que el siglo xv acogió la primera masa humana. Junto con tal maravilla iban unidos gran número de mitos cosmográficos, raciales y etnológicos que todavía no están del todo desarraigados…” (Imbelloni, Epítome, p. 9; cursiva nuestra).

63 Véase Julio Ortega, “El Inca Garcilaso y el discurso de la abundancia”, Revista chilena de literatura, N° 32, Santiago de Chile, Universidad de Chile, noviembre de 1988. Con un sentido claramente negativo, para Imbelloni las mitificaciones forman parte de un apasionamiento “religioso” que entorpece la objetividad científica.

64 Imbelloni, Epítome, p. 141.

65Ibid., p. 9.

66 Si bien Imbelloni cuestiona el romanticismo en sentido amplio, también ataca especialmente los inicios del movimiento romántico stricto sensu, responsabilizando a Volney (entre otros autores) por la idealización de los pasados remotos. Véase José Imbelloni, “Cinco misterios convencionales de Tiahuanaco”, La Prensa, Buenos Aires, 11/02/1926.

67 Imbelloni, “Pinturas rupestres”, p. 28 (cursiva nuestra).

68 Imbelloni, “La formación racial”, p. 288.

69 Si bien el tema excede los objetivos de este artículo, cabe destacar que, por ejemplo, el Instituto Nacional de la Tradición define lo indígena como un elemento menor, asimilado (aunque no sin conflictos) a lo criollo, en oposición simbólica a la inmigración y al liberalismo. Esta perspectiva presenta entonces una parcial disidencia con respecto al enfoque inmigracionista de Imbelloni. Véase Axel Lázzari, “Indio argentino”.

70 Julio Vezub y Alejandro de Oto, en “Patagonia, archivo etnológico y nación en el primer peronismo”, en Otros logos, Neuquén, Universidad Nacional del Comahue, 2011, analizan la relación entre método etnográfico y programa político peronista, a partir de esta expedición entre los “Patagones”, en 1949. Con objetivos afines al Instituto Etnológico Nacional, Imbelloni advierte el riesgo de extinción de los tehuelches; exaltando sus virtudes físicas por encima de otros indígenas, propone la creación de una reserva eugenésica, como reservorio genético de esa población originaria. Así, mientras la eugenesia de Imbelloni apuesta por la reserva, la del gobierno busca la integración de los indígenas como proletariado, sin diferenciación identitaria.

71 Sobre la invisibilización de la condición indígena durante el primer peronismo, véase Maristella Svampa, Debates latinoamericanos, Buenos Aires, Edhasa, 2016, pp. 78-82.

72Julio Vezub y Alejandro de Oto, en “Patagonia”, prueban esta divergencia de manera sutil, analizando la fotografía etnológica producida por Imbelloni en esta expedición. El control autoritario ejercido por las figuras de poder, perceptible en estas imágenes, contrasta con iconografías como las del 17 de octubre, cuyas fotografías registran (y refuerzan) el empoderamiento popular.

Recibido: 26 de Junio de 2017; Aprobado: 14 de Febrero de 2018

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