En 1962, el director del Departamento Latinoamericano del Congreso por la Libertad de la Cultura (CLC), Louis Mercier Vega, recibía un informe que calificaba al sociólogo Torcuato S. Di Tella como un hombre capaz, pero “servidor incondicional del castrismo”.1 El comentario no habría pasado de anécdota si años más tarde el ILARI no hubiera intentado aproximarse estrechamente al Instituto Di Tella (IDT) y emular sus políticas culturales, amparado en la legitimidad que le ofrecía compartir una misma fuente de financiamiento: las Fundaciones Ford y Rockefeller.
Dos años después, la dirección del CLC preguntaba a la sede argentina si existía alguna posibilidad de colaboración con “this great fundation”, refiriéndose al IDT. La respuesta fue que aunque “no siempre se obtuvieron trabajos de calidad”, en su dirección trabajaba un equipo muy amplio que colaboraba también con el CLC.2 Efectivamente, entre los nombres compartidos estaban nada menos que los del sociólogo ítalo-argentino Gino Germani, el sociólogo uruguayo Aldo Solari y el crítico de arte Damián Bayón. Los dos primeros participaron en encuentros organizados por el CLC y Solari organizó en Montevideo el “Seminario sobre élites y desarrollo en América Latina” junto al sociólogo estadounidense Seymur Lipset. En el caso de Bayón, discípulo del crítico Jorge Romero Brest, fue un colaborador frecuente de Cuadernos, órgano del CLC.
En 1966, continuando al DL-CLC se crea el Instituto Latinoamericano de Relaciones Internacionales (ILARI) y el interés por estos intelectuales se hace más evidente. Un conjunto de nombres que participaron en la Revista Latinoamericana de Sociología o llevaban sus investigaciones en el marco del IDT colaboraron con el ILARI o su revista de ciencias sociales, Aportes (1966-1972), como es el caso de Juan F. Marsal, Florestan Fernandes, José Luis de Imaz, José Nun o Marcos Kaplan, en tanto que Germani y Solari formarían parte del Consejo Asesor del ILARI junto a Orlando Fals Borda.
Estos cruces y redes se activan en años en que la figura del intelectual sufre complejas mutaciones. La emergencia del sociólogo profesional significó en el ámbito público una devaluación relativa del escritor, hasta entonces epónimo del intelectual. 3 En este contexto, la organización atlantista que a comienzos de la Guerra Fría había puesto a los pensadores liberales más prestigiosos en lucha contra los “totalitarismos de izquierda o de derecha”, particularmente comunismos y nacionalismos, acompañará la modernización. Esto significó desentenderse de las antiguas asociaciones “en defensa de la libertad de la cultura” -cuya creación fue promovida en los ’50- para impulsar un gran centro de investigación social. Atado a los avatares políticos del CLC, 4 el ILARI, pensado a imagen del IDT, tendrá vida breve (1966-1972) pero fructífera: se propone, en una extensa red de cientistas sociales, intelectuales y escritores, fortalecer un consenso de centroizquierda, liberal democrático, distante de los populismos, las izquierdas armadas y los gobiernos militares.
Si en los ’50 el CLC había agrupado a intelectuales universalistas, ahora se centrará en el intelectual específico, para decirlo en los términos foucaultianos, “un científico, un investigador que interviene en la polis no en nombre de grandes valores que lo trascienden, sino utilizando su saber”.5
Opacada por la revelación del financiamiento del CLC, la labor de modernización cultural del ILARI ha sido desestimada, como si el entramado articulado en esta red hubiera sido una suerte de reflejo condicionado del vil pago al contado del imperialismo. Ciertamente se dispuso de recursos, pero las cifras desembolsadas, antes que abonar la idea de “compra” de los intelectuales para su “conversión”, manifiestan una estrategia política de ofrecer medios y espacios de sociabilidad y producción a quienes ya tenían una historia previa de disputa con el comunismo y el nacionalismo. La “utilización” de estas figuras por parte de la CIA no debe ser desatendida, pero tampoco absolutizada, en la medida en que estos intelectuales, aun sospechando o conociendo el origen de los fondos, los aceptaron en tanto les facilitó llevar a cabo sus propios proyectos.6
Políticas editoriales
El CLC se instaló en Latinoamérica en 1953. Aunque convocó un amplio abanico de posiciones y a pesar del despliegue de recursos, para los ‘60 sus asociaciones se hallaban anquilosadas y funcionaban descoordinadas, respondiendo a los vaivenes de la política interna de cada país. Es entonces cuando Louis Mercier-Vega toma la dirección del DL-CLC y apelando a la legitimidad que las Ciencias Sociales van conquistando en el mundo de la cultura, buscará aggiornarlo.
En América Latina se dio un proceso de institucionalización y adopción de un patrón internacional en las ciencias sociales que incentivó la creación de institutos y formación profesional. 7 En la Argentina se lanzaron iniciativas como el Centro de Investigaciones Comparadas (CIC) del IDT,8 dirigido por Germani, la RLS y una profusa edición de trabajos.9
Con aspiraciones más ambiciosas, Mercier Vega se empeñó desde 1961 en integrar las asociaciones latinoamericanas al flujo de la modernización cultural. El mismo año de creación del CIC, el DL-CLC propició en Asunción la inauguración del Centro Paraguayo de Estudios Sociológicos, desde donde se lanzó la primera de varias publicaciones editadas bajo su paraguas, la Revista Paraguaya de Sociología.10
En la Argentina y en el Uruguay, Mercier Vega convocó a grupos de jóvenes investigadores dirigidos por profesionales que abordaron problemas sociales. En abril de 1965, apareció en Montevideo Temas. Revista de cultura, que contempló el ensayo “con incursiones hacia lo político y lo social”; y en 1966, en un contexto de retracción de la universidad pública que recordaba los años del Colegio Libre de Estudios Superiores, el flamante ILARI lanzaba las que serían sus iniciativas revisteriles más reconocidas y difundidas: Aportes. Revista trimestral de ciencias sociales (1966-1972) y la polémica Mundo Nuevo (1966-1971).11
Asimismo, primero el DL-CLC y luego el ILARI promoverán la “tercerización” de publicaciones, proponiendo títulos a diferentes editoriales. El acuerdo incluye la compra de cierto número de ejemplares para garantizar cubrir costos directos,12 en tanto que el resto de la tirada es comercializado en los circuitos habituales. Los ejemplares adquiridos serán distribuidos en las distintas sedes del CLC, responsables de su difusión.
La Argentina y el Uruguay fueron sin duda las oficinas más activas en los ‘60. En Buenos Aires, los jóvenes socialistas Horacio Rodríguez y Oscar Serrat, y el filósofo Héctor A. Murena, secretario de redacción de la legendaria revista Sur, toman en 1964 la administración de la sede porteña.13 Y luego de algunos años de inactividad, se reabría en la otra orilla del Plata el Centro Uruguayo de Promoción Cultural (CUPC), de la mano del exiliado anarquista español, dueño de editorial Alfa, Benito Milla.
El nuevo programa de ediciones supuso un trabajo intenso para revertir la imagen anacrónica que proyectaban las sedes latinoamericanas de centros de “propaganda antisoviética”.14 Comprometida con los programas desarrollistas, la propuesta buscó conquistar una competitividad que posicionara los trabajos del ILARI como una “producción de mejor nivel que la de otros organismos”.15 Consistió sobre todo en editar resultados de investigaciones realizadas por los grupos de trabajo, presentaciones de mesas de debate y seminarios, y en dar a conocer investigaciones de instituciones promotoras del desarrollismo.16 Se convocó a jóvenes universitarios a formar parte de grupos dirigidos por figuras como las de Gino Germani en la Argentina, Jorge Ahumada en Chile o Aldo Solari en el Uruguay. Primaba la idea de que los programas de investigación debían ser establecidos por “un sociólogo para que tengan valor y se desarrollen de forma equilibrada”.17
Ediciones porteñas
Para 1962 ya se habían constituido en la Argentina tres grupos de trabajo18 que arrojaron resultados a partir de 1964. También se hicieron presentaciones en el ciclo de debate “Martes informales”, que replicaba las reuniones iniciadas por la revista Preuves en París.
El ILARI fomentó además la circulación de visitas internacionales e interregionales19 y planificó un programa de seminarios denominado “Comunidad Abierta”, en un primer momento coordinado por el sociólogo estadounidense Daniel Bell.20El programa contó con el asesoramiento regional de B. Milla, se desarrolló alrededor de algunos ejes temáticos como “imperialismo”, “modernización”, “cooperación intelectual” o “comunismo y coexistencia pacífica”21 y tuvo su máxima expresión en el seminario organizado por Solari y Lipset en Montevideo en 1965, citado anteriormente.22
El proyecto editorial fue intenso, se pautaron publicaciones con diferentes editoriales; algunas continuaban de la década anterior, como Sur o Líbera, y otras eran nuevas como Paidós y Jorge Álvarez. Esta última, conocida como editorial de la nueva izquierda,23 había celebrado un acuerdo con las revistas británicas del CLC -Encounter y Soviet Survey- para traducir una serie de artículos en pequeños readers temáticos.24 Además, editó para la sede argentina el volumen 100 años de marxismo y clase obrera (1965), resultado de dos conferencias que Michel Collinet ofreció en Buenos Aires.
Si bien el ILARI intentó establecer vínculos con Eudeba, no tuvo respuesta. En cambio, consiguió acuerdos con Paidós, con la que editó entre otros Elites y desarrollo en América Latina (1967) -resultante del seminario de Montevideo-, Las Fuerzas Armadas hablan (1968), de Jorge Ochoa Eguilor y Virgilio R. Beltrán,25 y Migración y marginalidad en la Argentina, de Mario Margulis.26 Los dos primeros aparecieron en la colección que dirigían G. Germani y E. Buttelman, “Psicología Social y Sociología”.27
Editoriales menos renombradas como la Cooperadora de Derecho y Ciencias Sociales o Viracocha publicaron títulos que fueron durante años bibliografía obligatoria en las cátedras de la Facultad de Derecho (UBA), como Los partidos políticos, Estructura y vigencia en la Argentina (1963) o La naturaleza del peronismo (1967), de C. Fayt, con intervenciones de M. Kaplan, A. Ciria y A. Ferrer. Asimismo, se publicó en Troquel La edición de libros en Argentina (1964) una de las primeras investigaciones, a cargo de R. Bottaro, con presentación de Murena. Y un sello pequeño, Panneidille, editó Educación y sociedad en Argentina (1880/1900), de J. C. Tedesco (1970),28 y El político armado: dinámica del proceso político argentino (1960/1971), de C. Fayt (1971).
Sin duda la editorial con la que más se editó fue Líbera, propiedad del socialista Luis Pan. Resultado de diferentes encuentros realizados en el CALC o de investigaciones cuyos avances fueron dados a conocer primero en Aportes, publicó entre otros autores a H. Giberti, A. Solari, G. Germani, J. C. Agulla, G. Andujar, N. Rodríguez Bustamante, E. Butelman, G. Klimovsky o el pedagogo G. Weinberg, J. Babini, G. Romero Brest, S. Bagú y L. Mármora.29 También se continuó el vínculo con la editorial Sur con la que el ILARI pautó la Colección Tercer Mundo, iniciada en 1964 con el volumen África ambigua, de G. Balandier. Los títulos, en todos los casos traducciones, fueron seleccionados conjuntamente por Mercier Vega y Murena.30
La otra orilla del Plata
Aunque en el Uruguay el proceso de expansión fue más lento, a mediados de 1963 contaba con dos grupos de trabajo: uno dirigido por Solari sobre tercerismo y otro a cargo del anarquista Roberto Cotelo sobre medicina social. De estos esfuerzos resultó el libro El tercerismo en el Uruguay (Alfa, 1965), objeto de un prolongado debate.31
En 1964 B. Milla, distribuidor de las revistas del CLC desde los ’50, acepta dirigir la sede uruguaya, lo que significa una solución para las ediciones, que a partir de este momento se canalizarán por Alfa. El comienzo es intenso. La inauguración del CUPC en junio de 1965 acompaña la apertura del Seminario de Formación de Élites. En abril/mayo lanza Temas y a mediados de año recibe al escritor y activista francés David Rousset.32 Y aunque el Seminario está a cargo de Solari, el CUPC se dispone a recibir a los invitados y prepara, aprovechando la llegada de Lipset, la edición en español de Estudiantes universitarios y política en el Tercer Mundo (1965) en la colección “Mundo Actual” de Alfa. También proyecta un programa propio de sociología bajo la dirección del Dionisio Garmendia para investigar “la evolución del Uruguay moderno”.33
Además, Milla trabaja fluidamente con E. Rodríguez Monegal, que poco después dirigirá Mundo Nuevo (MN) y que ahora se suma a las actividades del CUPC.34 Para el espacio literario, Alfa editará poesía, narrativa y crítica. Entre otros, el libro de Rodríguez Monegal, Literatura Uruguaya del medio siglo y 36 años de poesía uruguaya, de A. Paternain.35
El año 1966 no dio tregua al ILARI, que en el momento de presentar sus revistas debe asumir responsabilidades por las acusaciones del New York Times. El CUPC sobre todo tendrá que pilotear el ojo de la tormenta de la Guerra Fría cultural latinoamericana por una animosidad previa entre el flamante director de MN, Rodríguez Monegal, y el crítico A. Rama, que replicó las denuncias en el semanario Marcha.36
Pese a todo, Aportes y MN desplegaron su programa. Además de las habituales mesas de debate y las exhibiciones de arte, Milla propuso al ILARI crear la colección “Documentos” con “materiales obtenidos a través de investigaciones técnicas […] preocupad[a]s en la problemática actual de América Latina y en sus posibilidades de transformación y desarrollo económico, político y social”.37 Documentos (1966) daba curso a las aspiraciones iniciales del ILARI de editar estudios de organismos como la CEPAL, FLACSO o DESAL. Asimismo, se editó el Premio Ensayo Alfa, Ideologías y cambios sociales,38 de J. Barreiro,39 y El desarrollo social del Uruguay en la posguerra, de A. Solari.
A fines de 1967, B. Milla migraba a Caracas con el proyecto de Monte Ávila y en su reemplazo toma la coordinación del CUPC el escritor, crítico y ensayista Fernando Aínsa. A partir de esta época no se registran ediciones en Montevideo. Pero Milla sigue vinculado al ILARI y edita en Caracas algunos títulos junto a una colección de dossiers de Aportes bajo la supervisión de Mercier Vega.40
Breves conclusiones
Aunque el ILARI nació bajo el estigma de su financiación, los intelectuales que lo lideraron buscaron no quedar atrapados en la lógica efímera e instrumental de la propaganda. Tratando de sortear etiquetas ideológicas instalaron un espacio de producción sustantivo -que pudo competir con espacios como el IDT- comprometido con el proceso de afirmación de la nueva sociología científica. Vinculados a editoriales renombradas que formaron parte del universo de las izquierdas editaron, además de una revista de investigación regional, obras hoy clásicas que fueron referencia en la formación de las nuevas generaciones. Lejos de apuntar a un elenco conservador, el ILARI convocó nombres dentro de un amplio abanico ideológico, que como hemos visto incluía a las vertientes anticastristas de la izquierda. Si el “centro” ideológico -Germani, Solari- estaba flanqueado por “derecha” por algunas figuras como De Imaz, es significativo el contrapeso de jóvenes izquierdistas como B. Balbé, J. Nun, M. Kaplan, M. Margulis, A. Borón o J. C. Tedesco.41