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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.23 no.1 Bernal ene. 2019

 

Artículos

Reflexiones sobre la obra de Tulio Halperin*

Reflections on Tulio Halperin’s work

José Carlos Chiaramonte** 

**Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, UBA / CONICET

Resumen

El artículo resume los valiosos logros historiográficos de Halperin y busca explicar dos aspectos de su obra: la inadvertencia del papel fundamental del problema de la soberanía y la preocupación por cómo superar la falta de conexión entre la historia social y la historia política padecida por la obra de su maestro Braudel. La sorprendente verificación de que en Revolución y guerra. Formación de una élite dirigente en la Argentina criolla, pese a lo que indica el subtítulo, no existen ni la Argentina ni los argentinos, exhibe las consecuencias de esa ausencia de definición del carácter del ejercicio de la soberanía posterior a los sucesos de 1810. El artículo pasa entonces a indagar en qué medida pudo haber influido en ello su apego a la historiografía de los Annales. El texto analiza las varias reflexiones de Halperin sobre el particular hasta su exitosa solución parcial, la conjunción de historia social e historia política en Revolución y guerra, así como las cuestiones políticas que quedaron fuera de esa solución.

Palabras clave: Halperin Donghi; Historiografía; Historia política; Fernand Braudel

Abstract

The article summarizes Halperin’s valuable historiographic achievements and seeks to explain two aspects of his work: the oversight of the fundamental role of sovereignty and his concern about how to overcome the lack of connection between social and political history undergone by the work of Braudel, his master. The surprising verification that in Revolución y guerra. Formación de una élite dirigente en la Argentina criolla, despite what is indicated in the subtitle, neither Argentina nor Argentines exist, shows the consequences of that absence of definition of the nature of the exercise of sovereignty subsequent to the events of 1810. The article then goes on to investigate the extent to which Halperin’s attatchment to the historiography of the Annales may have influenced his work. The text analyses Halperin’s reflections about what was missing in Braudel’s work as he finds a successful partial solution, the combination of social and political history in Revolución y guerra, as well as the political issues that were left out of that solution.

Key words: Halperin Donghi; Historiography; Political History; Fernand Braudel

En la historiografía argentina de la segunda posguerra ha sido profunda la influencia de los historiadores franceses vinculados a la revista Annales… (1) y a la École des Hautes Études en Sciences Sociales. En ella, sobresale la de su principal figura, Fernand Braudel, a partir de la publicación de su libro sobre la historia del Mediterráneo en tiempos de Felipe II.(2) Sin embargo, aún permanece abierto a mayor examen el irresuelto problema de que aquella corriente adolecía, el de la relación entre historia social e historia política, problema hecho explícito por los críticos de Braudel y hasta por él mismo. Una forma de llevar a cabo esa indagación es examinar, como haremos en este trabajo, cómo afrontó este problema el principal exponente argentino de la influencia de Braudel, Tulio Halperin.

Recuerdo que en 1961, en un seminario sobre historia económica europea, Ruggiero Romano, colaborador entonces de Fernand Braudel, criticó la expresión “escuela de los Annales” considerando que el conjunto de historiadores vinculados a la École des Hautes Études no conformaban lo que se entiende por una escuela, en el sentido de un grupo caracterizado por una comunidad de criterios.(3) El curso de Romano formaba parte de las actividades de la cátedra de historia social de José Luis Romero -Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires-, cátedra que por el complejo de actividades que realizaba se acercaba bastante a la modalidad de un instituto de investigaciones. Comenzaba entonces a brillar allí un joven historiador, Tulio Halperin Donghi, que compartía, con otras figuras luego también destacadas, una común apertura a las tendencias renovadoras de la historiografía europea de la segunda posguerra, especialmente la que provenía de los historiadores franceses vinculados a la École. Formasen o no una escuela, ellos eran comúnmente percibidos como exponentes de una distintiva manera de hacer historia. Esa influencia era tan fuerte que hizo declarar a un orgulloso Braudel “Nous sommes les maîtres à Buenos Aires”.(4)

En consonancia con ella, en el entorno de Romero prevalecía la concepción de una historia social, con frecuencia caracterizada por la preponderancia de la historia económica. Pero Halperin, con una personal concepción del oficio de historiador, si bien seguía el cauce abierto por la historia social, eludió la supremacía de la historia económica; con agudo manejo de las inferencias que se podían hacer desde lo económico, y con conciencia de sus límites, tendía a reconstruir lo que había ocurrido en el pasado sin encerrarlo en el marco de algún esquema de interpretación previo, tal como se aprecia en esos textos en los que el relato de los hechos políticos se inserta en lo que llamó alguna vez “un estilo de vida”, (5) con logros cuya agudeza y profundidad el lector disfruta continuamente. Asimismo, los parágrafos dedicados a algunas facetas de la política en un texto temprano como el del tercer tomo de su colección de historia argentina, pero sobre todo los contenidos en Revolución y guerra, reflejan lo que comentamos.(6)

Uno de los primeros trabajos de Halperin, “El Río de la Plata a comienzos del siglo XIX”,(7) es un ejemplo de lo que entrañaba esa influencia de los historiadores franceses. También lo son sus libros de historia latinoamericana -Historia contemporánea de América Latina, y Reforma y disolución de los imperios ibéricos-.(8) Difícil sería enumerar todos los escritos con que Halperin contribuyó desde entonces de manera sobresaliente a renovar la labor histórica en la Argentina de la segunda mitad del siglo xx. Sus obras más conocidas, como Historia contemporánea de América Latina (1969), Revolución y guerra. Formación de una élite dirigente en la Argentina criolla -1972- o Proyecto y construcción de una nación (Argentina 1846-1880) -1980- son cabal reflejo de esa labor. Pero también es importante tener presente que muchos de sus más originales y decisivos aportes a esa renovación fueron formulados previamente en trabajos de extensión media, como, entre otros, el ya citado “El Río de la Plata a comienzos del siglo XIX”, “La expansión ganadera de la provincia de Buenos Aires” (1963), “El surgimiento de los caudillos en el cuadro de la sociedad rioplatense post-revolucionaria” (1965), o “La revolución y la crisis de la estructura mercantil colonial en el Río de la Plata” (1966).(9) En estos trabajos Halperin organizaba de manera talentosa los datos provenientes de su compulsa de fuentes primarias con una inteligente relectura de la obra de antiguos historiadores, nacionales o provinciales, y abordaba una nueva forma de enfocar los fenómenos políticos mostrando su dimensión social.

La postura historiográfica de Halperin se forjó también condicionada por su fuerte polémica con las interpretaciones dogmáticas del pasado. Es de notar su crítica incisiva a visiones ingenuas que adscriben los personajes históricos a esas inexistentes clases sociales, la de los buenos y la de los malos. Como también su incesante demolición de interpretaciones fundadas en un esquema determinista tendiente a establecer relaciones directas entre grupos económicos y movimientos políticos. Esas virtudes se comprueban también en sus obras de cobertura latinoamericana, como Reforma y disolución de los imperios ibérico e Historia contemporánea de América Latina, en las que sobresalía la capacidad de reunir información historiográfica actualizada, compararla, y juzgar su validez. (10) Así, quien conociese los trabajos de historia argentina del autor podría comprobar que esa atención prestada a los avances del conjunto de la historiografía latinoamericanista condicionaba sus logros en la historia nacional.

Sin embargo, y sin desconocer esas fundamentales contribuciones suyas a la historia latinoamericana, también es necesario advertir que existe en ellas un déficit en la comprensión de las raíces de los conflictos políticos del siglo XIX, consecuencia del mismo problema que afectó a la obra de Braudel, pero también de algunos supuestos que condicionaban su trabajo, cuyo análisis es imprescindible para mejor evaluar sus diversas facetas.

Supuestos de su enfoque historiográfico

El principal problema que afectó su enfoque de la historia rioplatense deriva de un anacronismo que compartíamos, en nuestros comienzos, muchos de los historiadores de aquellos años de la segunda posguerra. Se trata del supuesto de la existencia de la Argentina hacia 1810, y de la correspondiente nacionalidad, anacronismo consistente en ubicar en los comienzos del siglo XIX lo que fue tardío resultado y no causa del proceso abierto por la independencia.(11)

En un programa de un curso a su cargo en la cátedra de historia social, del año 1960 o 1961, Halperin mencionaba a los pueblos del Interior rioplatense como integrantes del “interior argentino”.(12) También en un trascendente libro suyo de 1961, al referirse al cabildo abierto del 22 de mayo de 1810, invocaba de este modo al inexistente país: “La presencia de elementos ideológicos tradicionales es entonces innegable en la Argentina que comienza su aventura revolucionaria”. Y en el tercer tomo de la historia argentina que, bajo su dirección, apareció en 1972, identificaba el proceso económico de Buenos Aires con el del “país” adjudicándole una estructura económica que habría madurado hacia 1850:

El hecho mismo de que, en medio de las crisis políticas de las que le hace una culpa no haber evitado, el país pudo, sin embargo, proseguir ese desarrollo y hacia 1850 había terminado de darse una nueva estructura económica, capaz de funcionar de modo equilibrado [...].(13)

Este supuesto se refleja en el subtítulo de su principal obra, Revolución y guerra. Formación de una élite dirigente en la Argentina criolla, pese a que el escenario político de aquellos años no era el protagonizado por una élite en formación sino por diversas élites “provinciales” que disputaban la forma de organizar un nuevo estado. Esto puede explicar también su falta de indagación de la naturaleza de la fundamental contienda entre centralistas y federalistas -más tarde “unitarios y federales”-, salvo en lo referente a las secuelas facciosas del enfrentamiento. La trascendencia de ese anacronismo consiste en que impide formular las preguntas decisivas para comprender las claves de la historia del siglo XIX rioplatense, preguntas tales como, entre otras, las siguientes: ¿Si la Argentina no existía, qué era lo que existía? ¿Qué eran las ciudades reunidas en la Primera Junta en 1810? ¿En qué pueblo habría retrovertido la soberanía? ¿De qué naturaleza era el gobierno de la Primera Junta?

Por otra parte, si recorremos las páginas de Revolución y guerra podremos observar el efecto que la inexistencia de la Argentina genera en quien la está suponiendo como existente pero que no puede encontrarla en lo que estudia. Porque lo que en realidad leemos en este libro, pese a lo declarado en el subtítulo, no es un estudio de la Argentina sino de una ambigua entidad llamada “el Río de la Plata” que no es el nombre de un país, nación o Estado, pero que en el texto de Halperin cumple discursivamente tal función para permitirle organizar el estudio de los pueblos rioplatenses como si fuesen partes de un país. Incierta denominación que solemos utilizar, confieso, para designar el conjunto que poblaba el territorio remanente de la supresión del Virreinato.

Por eso, ese punto de partida, si bien afectará a su comprensión de la naturaleza de los conflictos políticos, no le impedirá realizar en Revolución y guerra uno de los más notables e innovadores relatos de muchas de las características de las sociedades rioplatenses en los primeros años de vida independiente. Quizás esto pueda ser equiparado, mutatis mutandis, a la respuesta afirmativa que daba Halperin a la pregunta de Ortega y Gasset -que comentamos más adelante- sobre si puede realizarse una obra histórica valiosa basada en una teoría inválida. Porque enmarcado en esa ambigua entidad denominada “el Río de la Plata”, Halperin realiza sin embargo un estudio de las características económicas, sociales y políticas de Buenos Aires y de los demás pueblos rioplatenses que ha motivado con justicia los elogios que el libro ha merecido.

Es cierto que “el Río de la Plata” de Halperin es un territorio que coincide con lo que sería la futura Argentina, pues no contiene ni el Alto Perú ni otros territorios que quedarían fuera de ella. Pero es expresivo que en el abordaje de la realidad, a lo largo de todo lo que describe en el libro, se le ha hecho imposible utilizar el adjetivo “argentino” -término que, además, en la época designaba solo a los porteños-. El contenido del libro no concuerda entonces con lo anunciado por el subtítulo, lo que lejos de ser un demérito es una prueba de la calidad del historiador que en su estudio se atiene a lo que encuentra en la realidad y no a un concepto de matriz ideológica.

Como evidencias de lo que estamos señalando podemos advertir que si reparamos en la cantidad de veces que aparecen en el texto las principales palabras o expresiones indicadoras de lo que trata, encontraremos que, exceptuando el Prólogo -en el que las tres veces en que aparece el término “argentina” es en referencias a asuntos ajenos al contenido del libro-,(14) de las cuarenta restantes, treinta y tres corresponden a títulos de artículos o libros no suyos que ha citado y siete son referencias a su uso por otros autores o a la Argentina ya existente hacia mediados de siglo, o son parte de expresiones generales similares a las recién transcriptas, tal como la utilizada en el título de las Conclusiones: “Los legados de la revolución y la guerra y el orden político de la Argentina independiente”.

Este subtítulo nos ratifica que Halperin sigue considerando que lo que hace en el libro es una historia de la Argentina aunque no haya podido calificar así lo que ha tratado en él. Es decir, en los distintos asuntos que lo ocupan no existe referencia alguna a la Argentina mientras que “el Río de la Plata” aparece sesenta y cinco veces, así como el adjetivo “rioplatense” setenta y dos, utilizado en referencia a la sociedad, a la economía, a la población o al mercado.

Pero lo más significativo es que el gentilicio “argentino” tiene una sola aparición y no con referencia al período comprendido por el libro sino en una mención de “los argentinos que desde mitad del siglo XIX se acostumbraron a creer que la geografía imponía derroteros a la historia, el núcleo ‘natural’ del territorio y la nacionalidad”.(15) En cambio, lo que ocupa el lugar de los “argentinos” son los “criollos”, verdaderos protagonistas de esa historia: el término “criollo” posee veinticinco ocurrencias, así como “élite criolla” diecisiete.

Pese a su aparición en el subtítulo del libro y en unas pocas expresiones generales, podemos decir que en Revolución y guerra la Argentina no existe, ni tampoco los argentinos. Aunque, ateniéndonos a lo que hemos explicado, expresaríamos mejor lo ocurrido observando que, así como el tema real del libro es ese indefinido “Río de la Plata”, congruentemente sus habitantes no son los argentinos sino los criollos, un término que es un diferenciador de los españoles americanos con respecto a los españoles europeos.

Como hemos escrito más arriba, el errado supuesto de la existencia de la Argentina, si bien afortunadamente no se refleja en el contenido del libro, impide formular las preguntas decisivas que hubieran permitido descubrir lo contenido en ese “Río de la Plata” que enmarca lo tratado en él. Por eso, es expresivo de los efectos de su apego al legado de los Annales que, enfocando los acontecimientos políticos en el marco de fenómenos tales como la militarización y la ruralización de la vida política, afines a lo que Halperin llamaba la geohistoria braudeliana, no haya reparado en las implicaciones del argumento legitimador de la constitución de gobiernos locales, el de la retroversión de la soberanía al pueblo -en realidad, retroversión de la soberanía a “los pueblos” dada la inexistencia de “un” pueblo, ni argentino, ni rioplatense, esos pueblos que en ejercicio de su soberanía enviaron diputados a la primera junta de gobierno en 1810-.

En el párrafo inicial de las Conclusiones de Revolución y Guerra, Halperin observaba que lo que existía en el “espacio” rioplatense no poseía carácter estatal:

En 1820, el espacio sobre el cual la guerra había asegurado el predominio político de los herederos del poder creado por la revolución porteña de 1810 no hacía figura de estado ni apenas de nación; los distintos poderes regionales que se repartían su dominio estaban casi todos ellos marcados de una confesada provisionalidad; el marco institucional en el cual la política se desenvolvía, inexistente en el nivel nacional, estaba desigualmente -pero en todos los casos incompletamente- esbozado en las distintas provincias.

Lo que sigue a ese párrafo es una información sobre la vida política de las “provincias”, cuya fuente es un informe diplomático de Ignacio Núñez a Woodbine Parish.(16) Pero en la descripción de las características políticas de cada “provincia”, a lo largo de todo el libro, está ausente la percepción del carácter soberano que poseían o pretendían poseer -primero las ciudades y luego las provincias-, carácter aparentemente subsumido en una expresión que gustaba utilizar para calificar los rasgos políticos de esas sociedades, la de “arcaísmos culturales”.

Por otra parte, si “el Río de la Plata” no era un Estado, la persistencia en suponerle carácter argentino parecería no dejar otra alternativa que atribuirle a Halperin un concepto “esencialista” de la nación argentina, esto es, el supuesto de una esencia argentina preexistente a 1810 que contendrían los diversos pueblos rioplatenses. Sin embargo, no era ese su criterio. Lo que puede haber sucedido es el efecto de inercia de un viejo nacionalismo historiográfico -nacionalismo en el simple sentido de la palabra, no en el del apodado “de derecha”- alentado por el futuro desemboque de esa historia en la creación de la República Argentina.

Como efecto de ese supuesto, cuenta también su inadvertencia de que el llamado federalismo por lo general no fue tal cosa sino una postura confederal y que, congruentemente, las denominadas “provincias” eran en realidad estados soberanos, condición ocultada por el anacronismo señalado, así como por el equívoco uso del término “federalismo” y por las variadas acepciones que en tiempo de las independencias poseía el vocablo “provincia”. (17)

Similares observaciones se pueden hacer respecto de su tratamiento de los conflictos políticos latinoamericanos del siglo XIX. Al proceder como si las actuales naciones existiesen ya al comienzo de las independencias, su análisis suponía las sociedades brasileñas, mexicanas y otras, sin tener en cuenta que, por ejemplo, tal como en el Río de la Plata, lo que existía no era una sociedad sino diversas sociedades con sus correspondientes estados, relativamente vinculadas por flujos mercantiles, por residuos de viejas estructuras burocráticas, o por los intentos de construir un nuevo Estado.

Las tempranas inquietudes metodológicas de Halperin

Dada la calidad de la obra de Halperin cabe preguntarse cuál puede ser la raíz de lo que acabamos de exponer. Para encontrar una respuesta a esta pregunta es necesario remontarse a los comienzos de su carrera de historiador, cuando tomó contacto con Fernand Braudel y pudo ampliar su estudio de la obra de los historiadores franceses reunidos en torno a los Annales. Luego del intercambio de correspondencia causado por la reseña de El Mediterráneo…, publicada por Halperin en 1952, que comentamos más abajo, la profunda admiración que le motivó el historiador francés lo llevó a intentar trabajar bajo su dirección. Dirigiéndose a él con humilde postura de alumno, le escribía lo siguiente:

Quisiera hacer un trabajo con usted, sobre ese tema de historia española o hispanoamericana en el siglo xvi. Aparte del interés del tema, se trataría sobre todo de un trabajo de aprendizaje. […] Se trata para mí de aprender a usar del material bruto, y sacarle el jugo, acerca de lo cual no tengo casi experiencia. Mi deseo es dedicarme luego a la historia rioplatense, un deseo del que se burla implacablemente José Luis Romero, y si el tema puede tener algo que ver con eso sería inclusive mejor. Pero siempre en el siglo xvi o, a lo sumo, a principios del siglo XVII. En fin en sus manos me pongo. Se trata de un trabajo para siete meses (no tengo tiempo, o más exactamente, no tengo dinero para más). No tema cargarme de trabajo. Espero no dárselo en exceso a Usted.(18)

En la relación con Braudel, si por una parte lo sedujo la nueva orientación de historia social, por otra le surgieron dudas sobre la forma de hacer historia política, porque como otros historiadores, según veremos, de la tercera parte de El Mediterráneo criticó la anomalía del enfoque de la historia política en su relación con la historia social.(19) Pero así como fue uno de los primeros en señalarla, no dejó por eso de ser afectado por ella en la medida en que continuaría influido por la tradición de los Annales, particularmente por la obra de Braudel, a quien, mucho más tarde, calificaría en sus memorias de “[…] alguien formidable en todos los sentidos del término”. Lo que definió allí como la “abrumadora influencia de Braudel” en su tesis doctoral también llegará hasta Revolución y guerra. De esto último da testimonio un párrafo de su respuesta a un cuestionario que le había enviado el historiador chileno Cristian Gazmuri en 1988, en la que a una pregunta sobre cuáles habían sido los historiadores que más lo influyeron, Halperin respondía lo siguiente:

Braudel fue sin duda la figura decisiva. Aún más que por su imaginación histórica en perpetuo chisporroteo […] porque era en verdad una personalidad avasalladora, una suerte de fenómeno de la naturaleza que podría haber encarnado al historiador como titán en una novela de Balzac. Naturalmente que bajo su hechizo la geohistoria era -y no sólo para mí- algo más que la mejor manera de hacer historia; era la imagen verdadera del mundo. De eso hay un eco ya bastante remoto en la primera parte de Revolución y guerra; mucho más en mi tesis sobre moriscos del reino de Valencia, cuya primera parte sí es tan braudeliana que releída hoy parece casi una parodia involuntaria.(20)

Asimismo, en otra entrevista posterior, de 1991 y publicada al año siguiente, Halperin seguía recordando el papel decisivo de Braudel en su formación:

Creo que lo decisivo para mí fue el año que estuve con Fernand Braudel, quien cambió mi orientación; él me convenció de ciertas cosas básicas… […] Diría que la actitud de Braudel era una especie de materialismo para nada dialéctico. Había una base material que se estaba quieta, no era dialéctica en absoluto, y a partir de ahí había niveles que cambiaban cada vez más rápido. Braudel me inculcó esa idea para siempre y me sacó de una orientación más dirigida hacia historia intelectual […]. A partir de ahí empecé a tratar de funcionar como historiador.21

En cuanto a la expresión “geohistoria”, utilizada en la entrevista de Gazmuri, es de advertir que Halperin estaba asumiendo el concepto braudeliano de lo geográfico como obra, a la vez, de la naturaleza y del hombre, tal como se lo había señalado Braudel en la carta de agradecimiento por su recensión de El Mediterráneo. En ella le explicaba que para los discípulos de Vidal de la Blache, lo geográfico no era lo telúrico, el dato natural, sino el complejo hombre-naturaleza, es decir, una naturaleza dada a los hombres pero modificada por ellos.(22)

La percepción de la debilidad del concepto de historia política en Braudel indujo a Halperin a poner en el centro de sus inquietudes el problema, mal resuelto en El Mediterráneo, de cómo integrar la historia política en la historia social, un problema que lo preocuparía durante muchos años y que consideraría solucionado cuando en el comienzo de Revolución y guerra declaraba que ese libro era “ante todo, un libro de historia política”.(23)

Al llegar a este punto, y en busca de otras razones que contribuyan a explicar las carencias de su enfoque de la historia política latinoamericana, es útil advertir una laguna que, por motivos diferentes, se observa también en la obra de François Xavier Guerra. Ese hueco que Halperin y Guerra tienen en común es el no haber explorado las posibilidades que brinda la comparación del proceso de independencia norteamericano con el latinoamericano. En el caso de Halperin no se me ocurre otra hipótesis que, siguiendo la perspectiva abierta por los historiadores de los Annales, la gestación de la independencia de las colonias angloamericanas y el posterior desarrollo de los Estados Unidos -en los que lo más sobresaliente era la elaboración de un sistema político representativo que funcionó eficazmente antes y después de la independencia- le resultaba algo muy ajeno a lo que encontraba en la historia latinoamericana. Algo, sin embargo, cuyo estudio, comparativamente, resulta indispensable para comprender los avatares de los intentos de replicar un régimen representativo en las excolonias hispánicas. Me refiero sobre todo a la fundamental diferencia entre las confederaciones y el Estado federal, frecuentemente confundidos bajo el término general de federalismo, cuya trascendencia para comprender los conflictos de la historia argentina y latinoamericana es crucial.(24)

En Halperin, dentro del conjunto de tendencias metodológicas que exploró,(25) prima el legado de los Annales, esto es, el de una historia social en la que, como en sus dos trabajos de conjunto de la historia latinoamericana -Historia contemporánea de América Latina y Reforma y disolución de los imperios ibéricos-,26 el relato político no es de la calidad del resto de esas obras. En este punto es de notar una significativa coincidencia entre este déficit de los textos de Halperin y el que varios historiadores -entre ellos el mismo Halperin, según observamos más arriba- habían señalado críticamente, muchos años antes, respecto de la tercera parte de El Mediterráneo. (27) Se trata de una cuestión particularmente significativa para comprender los problemas del tratamiento de la historia política en la tradición de los Annales y en la obra de Halperin, razón por la que merece detenerse en ella.

Las críticas al tratamiento de la historia política en El Mediterráneo

Recordemos brevemente algunas de esas críticas, como la de Le Goff y parcialmente la de Ruggiero Romano, que resume y comenta otras. Según ellas, esa tercera parte dedicada a la historia política consistiría en un análisis factual poco acorde con la calidad de las dos primeras partes de la obra.(28) Escribía Romano en 1955 luego de reseñar elogiosamente el libro de Braudel, respecto de esa tercera parte:

También aquí hay una indudable maestría; pero Braudel nos había habituado demasiado bien en las dos primeras partes de su obra, como para que aquí no se advierta una separación, una diferencia. ¿Acaso el autor, hablando de estas páginas suyas, no ha dicho haberse “fastidiado” un poco al escribirlas?

Pese a esa insinuación de descontento hacia la tercera parte del libro, los comentarios que hace a las críticas -condicionados por su vieja admiración por Braudel- tienden a atenuarlas aunque sin dejar de señalar sus aciertos. Así, más adelante, vuelve a introducir un dato que confirmaría la existencia de un problema de conexión entre la tercera parte de El Mediterráneo y las dos anteriores. Relata que Braudel, todavía prisionero de los alemanes, le había escrito a Lucien Febvre en abril de 1944:

Usted conoce mi plan tripartito: historia inmóvil (el cuadro geográfico); historia profunda, la de los movimientos de conjunto; historia événementielle. El peligro es que llegue demasiado lejos. ¿Es pensable reducir el libro a la segunda parte? [... ] Muy dentro de mí me opongo a esta mutilación.(29)

Al respecto, Romano comenta que le parece “que en la obra la dimensión política existe”. Pero se concentra solo en la respuesta que Braudel hace a su propia pregunta, sin advertir que esa pregunta traduce la inquietud sobre el problema. Y de inmediato, en contradicción con esa defensa, pasa a recordar la crítica de Le Goff, quien escribía que en El Mediterráneo la historia fue relegada a una tercera parte que lejos de ser el coronamiento de la obra resultó su depósito de trastos.(30)

De todas estas críticas la más dura es esta de Le Goff, expuesta en un artículo extenso dedicado a destacar los logros de una nueva historia política que habría desterrado definitivamente la historia de hechos y sucesos, esa vieja historia a la que habría pagado tributo la tercera parte del libro de Braudel. Por eso, critica a Braudel por la forma en que había tratado la historia política en los siguientes términos:

En el libro más importante producido por la “escuela” de los Annales, El Mediterráneo de Braudel, la historia es relegada a una tercera parte que, lejos de ser el coronamiento de la obra, es, diría yo, casi el desván. De espina dorsal de la historia, la historia política ha devenido un apéndice atrofiado, el trasero de la historia.(31)

Ya en el Prólogo de su libro, Braudel había mostrado su equívoco concepto de la historia política al etiquetarla como “historia tradicional” y juzgar sus fenómenos como de naturaleza superficial.(32) Por otra parte, su lenguaje expresaba la visión de tres historias diferentes, no de una historia expuesta en tres partes. Es decir que las convertía en fenómenos distintos, un enfoque que dará lugar a uno de los problemas que preocuparon a sus críticos, el del enlace de esas diferentes historias condicionadas por sus diferentes tiempos.

Este libro se divide en tres partes, cada una de las cuales es, de por sí, un intento de explicación. La primera trata de una historia casi inmóvil, la historia del hombre en sus relaciones con el medio que le rodea [...] Por encima de esta historia inmóvil se alza una historia de ritmo lento: la historia estructural de Gaston Roupnel, que nosotros llamamos de buena gana, si esta expresión no hubiese sido desviada de su verdadero sentido, una historia social, la historia de los grupos y las agrupaciones [...] Finalmente, la Tercera Parte, la de la historia tradicional o, si queremos, la de la historia cortada, no a la medida del hombre, sino a la medida del individuo, la historia de los acontecimientos, de François Simiand: la agitación de la superficie, las olas que alzan las mareas en su potente movimiento. Una historia de oscilaciones breves, rápidas y nerviosas.(33)

La referencia es significativa pues según Simiand los acontecimientos individuales no son propios de la investigación histórica. Para hacer de la historia una ciencia positiva, en el estudio de los hechos humanos -sostenía Simiand en un texto de 1903-, “deben descartarse los hechos únicos para concentrarse en los que se repiten, es decir, rechazar lo accidental y atenerse a lo regular, eliminando lo individual para estudiar lo social”.(34)

Esto, además, va ensamblado en esa especie de metafísica de los tiempos históricos -que Braudel ahondaría en su conocido ensayo sobre la larga duración- a partir de “la distinción, dentro del tiempo de la historia, de un tiempo geográfico, de un tiempo social y de un tiempo individual”. Aunque, intentando prever las críticas que tal esquema podría provocar, pocas líneas después despoja a esos diferentes tiempos de la realidad que les había concedido, para afirmar “que estos planos superpuestos no pretenden ser otra cosa que medios de exposición [...]”.(35) De modo que en una sola página, Braudel mostraba dos versiones de su concepto del “tiempo histórico”. Una, como realidad que define la historia humana. Otra, como recurso discursivo para el ordenamiento del material histórico. En realidad, se trataba de una tesis de la que, aún en sus comienzos, no estaba totalmente seguro. Así, en la carta de 1952 en la que comenta la recensión que había hecho Halperin de su libro, le dice que los tres tiempos que distinguía, como toda simplificación, a la vez aclaran y traicionan un pensamiento más oscuro.(36) “Simplificación”, “un pensamiento más obscuro”, expresiones que, con la que precede a la última, “aclaran y traicionan”, transmiten cierta incerteza sobre su enfoque, aunque sin abandonarlo aún como lo haría más tarde.

La crítica de Halperin a El Mediterráneo de Braudel

En un trabajo publicado años después, en 1962, Halperin abordó nuevamente la complejidad del esquema braudeliano de distintos tiempos históricos. Halperin percibía que Braudel había advertido que la diversidad tripartita propuesta por él inicialmente podía derivar en una visión fragmentada de la historia, observaba que “ella sería inaceptable en la medida en que rompiese la unidad previa del tiempo histórico”, y citaba a Braudel: “[…] de hecho, las duraciones que distinguimos son solidarias las unas de las otras: lo que de tal manera es creación de nuestro espíritu no es la duración, sino las fragmentaciones de esa duración”.(37)

El concepto de la historia política de Braudel tenía entonces para Halperin dos rasgos problemáticos. Por una parte, la aislaba conceptualmente del resto de la historia al encasillarla en uno de esos tres tiempos y, por otra, le restaba legitimidad al considerarla simple historia de hechos, para colmo descalificada desde el comienzo por juzgarla producto de una “historia tradicional” que quería proscribir. Si nos ajustáramos literalmente al objetivo de Braudel -desarrollo de la historia como una “historia social”-, no se entiende por qué, consideraba Halperin, la historia política era excluida de la “historia social”. Fue su concepción de lo político como el ámbito de lo individual lo que en Braudel condicionaba ese desajuste que percibieron algunos de sus críticos y que, paradójicamente, contagiaría también a uno de ellos, Halperin, que pese a haber percibido las deficiencias de la inserción de la historia política en el esquema tripartito braudeliano, la padecería en sus propios enfoques de la historia política latinoamericana.(38) Al señalar que “partes menos vivas que otras, residuos y testimonios de un estadio ya superado” abundan en la tercera parte de El Mediterráneo, agregaba Halperin que “podría preguntarse si toda la tercera parte, la destinada a los acontecimientos y los hombres no es, tal como se nos la presenta aquí, algo de eso”. Asimismo, en un párrafo que formula con fuerza la naturaleza del problema, escribía que...

No basta para explicar esta inclusión [de la historia factual] hablar de una historia de breve y agitado ritmo que se contrapone a la majestuosa lentitud de la historia de estructuras. ¿Por qué en todo caso la historia de estructuras se ocupa de aquello que solemos llamar historia económico-social, mientras la de “acontecimientos” se reduce a ser confesadamente supervivencia de la vieja historia política? [cursivas mías].

Y agrega más adelante respecto de un rasgo del libro de Braudel que considera grave: “[...] la imagen aquí implícita de la vida política es un poco irreal; estas decisiones del hombre aislado frente a todo su mundo son más dramáticas que históricas [...]”. En cambio, continúa sin interrupción, “cuando Braudel ha de ocuparse de concretas decisiones políticas nos dará un cuadro mucho más matizado. Sólo que todo eso quedará en cierta manera al margen de la estructura del libro” [cursivas mías]. Y luego de ocuparse de algunos ejemplos históricos, resume la gran inquietud que él padecerá, al menos hasta Revolución y guerra: “si es posible una historia política que no sea tan sólo historia de acontecimientos”, una pregunta, o duda, de particular significación para entender el tipo de historia política de su obra posterior.(39) Al criticar, como otros historiadores, la tercera parte de El Mediterráneo por juzgarla una historia política tradicional que sorprendentemente pagaba tributo a la tan criticada histoire evenementielle, Halperin se rebelaba contra la exclusión de los acontecimientos históricos, reclamando una adecuada inserción de ellos en la historia social.

Fluctuaciones en la postura metodológica de Halperin

Acabamos de ver que en 1952 Halperin percibe en El Mediterráneo de Braudel un desnivel entre la tercera parte de la obra -“Los acontecimientos, la política y los hombres”- y las dos anteriores -“El medio ambiente” y “Destinos colectivos y movimientos de conjuntos”-. Formula entonces esa pregunta clave que es válida al analizar su propia obra: “¿es posible una historia política que no sea tan sólo historia de acontecimientos?” Pero en la búsqueda de dar respuesta a esa pregunta, oscila inicialmente entre la simple reivindicación de los acontecimientos como objeto de la historia y la advertencia de que los hechos históricos no son “la historia tal cual es” sino construcciones de los historiadores.

Por ejemplo, en 1956 adhiere a una observación de Ortega y Gasset que prácticamente asimila la historia a la crónica. Según Ortega, escribe Halperin:

Los historiadores profesionales se han limitado casi siempre a teñir vagamente sus obras con las incitaciones que de los filósofos les llegaban, pero dejando aquélla muy poco modificada en su fondo y sustancia. Este fondo y sustancia de los libros históricos sigue siendo el cronicón.

“La observación es válida -comenta Halperin-, acaso más válida que el tono de cerrada censura con que es enunciada.” (40) Y en el mismo texto escribe que

[…] junto con las verdades de razón que esas disciplinas [las ciencias sociales] organizan existe una más oscura provincia del saber, la de las meras verdades de hecho, la de los hechos irreductibles a sistema, la de la pura contingencia: esa provincia pertenece a los historiadores.(41)

También, en su ya citado artículo de 1962 sobre la larga duración, al analizar las posibilidades de constitución de la historia como ciencia y recordando la observación de Marc Bloch de que el objeto fundamental de la historia son los hombres, Halperin aludía a los sucesos históricos como “un caótico sucederse de hechos”, “de acontecimientos”, pero que era lo que justificaba a la historia:

Esta afirmación es ahora más necesaria que nunca: sólo quien la crea justa, justificará la supervivencia de la historia al lado de las nuevas ciencias del hombre. Pero precisamente ¿de qué modo se dará esa supervivencia? En primer término gracias a la insistencia en la peculiaridad irreductible a esquema de todo fenómeno histórico; por encima del sólido esqueleto estructural que las ciencias del hombre reducen a tipos y modelos espumea un caótico sucederse de hechos, de acontecimientos, que es lo que cada hombre vive en su experiencia inmediata como historia. Insistiendo en este dato elemental e irreductible la historia gana el derecho a su existencia autónoma.42

Por otra parte, es de destacar que en esta reivindicación de los acontecimientos, al comentar la postura de Ortega, asomaba su descreimiento de todo presupuesto teórico que pretendiese condicionar la labor de los historiadores:

¿[…] puede construirse una obra histórica que nos parece aun válida sobre una teoría histórica que nos parece insostenible? -se pregunta Ortega-. El testimonio de toda la historia de la historiografía nos dice que sí se puede; hay en la labor histórica algo de indiferenciado e inarticulado, previo a cualquier teoría histórica en ella aplicada, y por lo tanto no comprometido por sus posibles derrumbes.(43)

Se trata de una convicción que permanecerá a lo largo de su obra y que ya asomaba en sus comienzos. Así, en una ingeniosa formulación característica de su estilo, había ironizado en 1952, en la reseña de El Mediterráneo, respecto de quienes no advertían “cuándo los esquemas son todavía imágenes que el historiador maneja para decir lo suyo y cuándo comienzan a ser cárcel del incauto que los ha construido”.(44) Con similar convicción escribía más tarde en su citado libro aparecido en 1961: “Los hechos históricos no serán ya explicados por una realidad esencial, sea ella natural o metafísica, sino -más modesta pero también más seguramente- por la historia misma”.(45)

Problemas de la historia política en la tradición de los Annales

Tenemos entonces a un joven historiador argentino que inmerso en el clima intelectual de la segunda posguerra y poseedor de una sólida cultura humanista, debida en buena medida a su entorno familiar, toma temprano contacto con la principal figura del grupo de historiadores franceses vinculados a los Annales. En el curso de esa experiencia intelectual absorbe lo mucho de lo que de esos historiadores aprecia, pero sin dejar de tomar distancia de la desvalorización del estudio de los acontecimientos.

Por tal motivo, varios de los textos que publicará en torno al comienzo de los años ’60 se ocupan de cómo poder definir el estatus científico de la historia, reivindicando la investigación de los acontecimientos y redefiniendo su relación con los aportes de la antropología, la economía política y otras disciplinas sociales, pero sin someterse al imperio de ninguna de ellas. En su presentación del volumen III de la Historia Argentina editada por Paidós escribía que “la historia es -en una de sus dimensiones- ciencia social: la colaboración entre historiadores y cultores de otras ciencias humanas constituye en esta obra el reflejo más visible, pero no el único, de este enfoque”.

Sin embargo, su propósito de superar la desvalorización braudeliana de la historia de los acontecimientos tropezaba con la dificultad de precisar la naturaleza de los “hechos” históricos, problema cuyo enfoque en Dilthey y otros teóricos de la historia no desconocía. Así, no se le escapaba que “los hechos irreductibles a sistema” no eran materia evidente en sí misma. En ese vaivén propio de su pensamiento, pocos párrafos antes había escrito que “tampoco lo que el historiador cree hechos desnudos son en rigor tales; al revés, son el fruto de una elaboración e interpretación de la experiencia comparable con la que se traduce en construcciones genéticas e hipótesis causales”.(46)

Con esta reflexión, Halperin reivindicaba el conjunto de los hechos históricos como el campo propio de la historia pero admitía que esos hechos no estaban dados sino que eran producto de una construcción intelectual. Y es a partir de esta postura que intentará en Revolución y guerra dar su peculiar solución al problema de cómo integrar los acontecimientos en la historia social.

Más allá de la severidad de aquellas críticas a la tercera parte de El Mediterráneo, ellas generan la inquietud por saber si es en el enfoque de la historia como historia social donde se encuentra lo que les habría complicado a Braudel y a Halperin el tratamiento de la historia política. Me parece que la búsqueda de una cientificidad para la historia a través de su enfoque como “historia social” o “historia económica y social” y la aptitud de ese enfoque para construir series de acontecimientos y, aun a veces, para cuantificarlos -escribíamos hace algunos años-, ha obstaculizado la percepción de una peculiaridad de la historia consistente en la reunión de dos rasgos que suelen considerarse incongruentes: el estudio de fenómenos cuantificables y el interés por acontecimientos particulares.(47) Frecuentemente el objeto del historiador -agregábamos en el trabajo recién citado- es lo no sometido a regularidades: por ejemplo, cuando se estudia el papel de individuos destacados o fenómenos como revoluciones o guerras, respecto de los cuales a la historia le importa su singularidad.

Posiblemente por no poder enfocar la historia política con lo que en su lenguaje se llamaba un enfoque estructural, en Braudel se observa una percepción de ella como algo devaluado frente a la historia económica y social, cosa que no se le escapó a la siempre aguda perspicacia de Halperin. Es de notar cómo este registra el estatus inferior de la historia política en el libro de Braudel cuando señala que al igual que los numismáticos o los historiadores de batallas se sienten obligados a justificar lo que hacen alegando que se trata de algo significativo para la historia, Braudel exhibe similar necesidad de justificación al advertir al lector que lo que está haciendo en la tercera parte de la obra es importante por su vinculación con la “historia”: “Así, ante nuestros ojos -comenta Halperin-, está pasando la historia político-diplomática a ser una curiosidad que debe ser justificada mediante sus vinculaciones con ‘la historia’ [...]”.(48)

Volvemos así al asunto cuyo tratamiento en Braudel había motivado las críticas de Halperin y de otros historiadores: ¿Cómo integrar congruentemente en el relato histórico fenómenos de distinta naturaleza como los económico-sociales y los políticos? En realidad, sería mejor preguntarse qué se entiende por esa integración. Porque un vicio frecuente en la historiografía fue el de forzar el relato histórico por intentar conectar, en relación de causalidad, fenómenos económicos, sociales y políticos. Cuando se difundió en el campo de la historia el efecto de las críticas a la noción de causalidad, pareció un buen sustituto la noción de “condicionamiento”. Sin embargo, no por ello desapareció la dificultad de integrar los sucesos particulares en la historia concebida como “historia total”.

El concepto del tiempo en Braudel y la historia “total”

Las críticas recibidas por El Mediterráneo, y aun la misma preocupación de su autor por la inserción de la histoire éveneméntielle en el conjunto de la obra, condujeron a Braudel a intentar salvar la falta de conexión entre los diversos trabajos historiográficos -algo que a su juicio se derivaría del enfoque de la histoire problème de Bloch y Febvre- mediante una reivindicación de la historia total en una forma original que Halperin comentó en un tardío ensayo sobre Braudel. Según Halperin, Braudel no renunciaba a la aspiración de insertar su trabajo en una visión global de la historia, solo que en su criterio, la “historia total” consistía no en el producto de la labor del historiador sino en la concepción de su punto de partida.

En el criterio de Bloch y Febvre no compartido por Braudel, recuerda Halperin, la nueva historia consistía en reemplazar la histoire événementielle por la histoire problème y la histoire globale, términos generalmente concebidos como sinónimos. En cambio, para Braudel, agrega, no lo eran. La histoire problème consistiría en abandonar la concepción de la historia compuesta de compartimentos, para reemplazarla por una perspectiva en la que la historia carecería de límites internos. Esta perspectiva remitía a una labor de construcción de una exposición global de la historia. Para Braudel, en cambio, la nueva historia debía consistir en la concepción inicial de totalidad en la que cada parte adquiriría luego sentido. Braudel habría descartado así algo que, como un paradigma, condicionaría con preconceptos el ordenamiento de la información histórica.(49)

Según relata Halperin, la esposa de Braudel le explicó cómo la búsqueda de ese entramado histórico global para la inserción en él de los resultados de la investigación preocupó obsesivamente a su esposo hasta que se sintió feliz de haberlo encontrado en la concepción de los tres grandes tiempos de la historia.(50) Era un hallazgo, consideraba Braudel, que le permitía descartar la postura según la cual el historiador debía abarcar todo el período en estudio, para en cambio tratar cada recorte que investigaba como parte de una previa noción de la naturaleza del conjunto del período, noción que debía orientar y dar sentido al trabajo sobre las parcelas que fuesen objeto del historiador. El “ver en grande”, reclamado por Braudel en el Prólogo a El Mediterráneo, requeriría ver todo desde la perspectiva del mundo, de manera que una vez que esa perspectiva es alcanzada el entero mundo es reflejado en el trabajo.(51)

Pero los resultados de ese voir grand han sido frecuentemente interpretados, critica Halperin, como constitutivos de un paradigna braudeliano que habría de dirigir el desarrollo de la historiografía. El ensayo sobre Braudel, en el que Halperin, al igual que Romano, sostiene la inexistencia de ese “paradigma“, comienza llamando la atención sobre el hecho de que en las obras de destacados historiadores latinoamericanos que estudiaron en la École des Hautes Études -Alvaro Jara, Heraclio Bonilla, Alberto Flores Galindo, Manuel Burga, Rodrigo Montoya, Enrique Florescano, entre otros- está ausente su influencia. Además, añade Halperin, ni Bloch ni Febvre, ni tampoco Braudel, definieron tal cosa ni buscaron crearla, aunque, agrega, eran conscientes de estar trabajando para la creación de una nueva y revolucionaria historia.(52)

Vemos entonces que Halperin se inquietaba, como Romano y Le Goff, por el hecho de que la historia política no hubiese sido integrada en el enfoque estructural con el que Braudel trataba otros campos de la historia. Esa inquietud traducía la preocupación por cómo “hacer” historia política, bajo el supuesto de que ese objetivo implicaba su integración en la historia social entendida en términos braudelianos. Pero ella implicaba también otro problema, el de la posibilidad de una “historia total”.

Este es uno de los puntos en que Braudel, pese a su elogio de la reseña de Halperin, discrepaba con parte de lo afirmado en ella:

Otro problema -escribía el historiador francés--: cuando digo que la historia no es elección quiero decir que en la vida todas las aceleraciones y todas las dilaciones se mezclan, las pulsaciones de la grande o de la pequeña historia, los hombres ciegos o lúcidos, el destino o el azar. Sería necesario recuperar todo. Esto es imposible, seguramente. Toda exposición es método y selección, y cada espíritu, sea por sus aptitudes y sus ineptitudes, está obligado a elegir.(53)

Aparentemente, al escribir que “la historia no es elección” Braudel estaría refiriéndose a la totalidad del pasado, distinguiéndolo de lo que llamaba “exposición”, es decir, de lo que era producto del historiador, que sí suponía una selección de lo contenido en esa totalidad. Esto significaba afirmar que las obras de los historiadores forzosamente implican una elección dentro del conjunto del pasado. De manera que su postura no era sustancialmente diferente de la que exponía Halperin al decirle que lo que no existía ni puede existir es la historia “completa y no selectiva”, que la historia es elección y que “también hay una elección implícita en su libro”.(54)

En el artículo citado más arriba, comenta Halperin que pese a haber creído encontrar en la concepción de los tres tiempos ese enfoque global de la historia, posteriormente, durante la segunda posguerra, cuando tuvo como interlocutores a figuras como Gurtvich y Lévi-Strauss, y aun a Sartre, Braudel dejaría atrás esa división tripartita del tiempo histórico.(55) Ya hacia 1950, en su lección inaugural en el Collège de France, declaraba que el tiempo social fluía a miles de diferentes ritmos, rápidos o lentos. Y casi una década posterior, agrega Halperin, fue más explícito al distanciarse del esquema tripartito del tiempo que introdujo en El Mediterráneo al afirmar que la historia existe en diferentes niveles y que había ido demasiado lejos al definir solo tres, lo que fue, decía, una manera de hablar simplificando mucho las cosas. “Hay diez, cientos de niveles a examinar, y diez, miles diferentes períodos.”(56)

Halperin se extiende sobre el cambio de concepto del tiempo en los trabajos de Braudel posteriores a El Mediterráneo con referencias a criterios filosóficos sobre el tiempo, especialmente a los de Kant. Y luego de analizar esos cambios de perspectivas hechos por Braudel en Civilisation Matérielle, Économie et Capitalisme, XV e -XVIII e ,(57) finaliza el artículo reiterando que si bien su autor nunca se propuso construir un paradigma, se esforzó por lograr el inalcanzable objetivo de una historia global -algo que, advierte Halperin, la prudencia aconseja seguir solo a distancia-.(58)

El criterio braudeliano de historia total es ambiguo y no puede menos que dejarnos inquietos por esa extraña interpretación del concepto de “total”. Pues el punto de partida que, según Halperin, sería una sólida reconstrucción de la estructura general en la que los fragmentos históricos encontrarán luego su lugar, de manera que así pueda ser expuesto su sentido, genera el más complejo problema de la construcción de ese esquema inicial.

Cuando el inteligente entrevistador al que ya mencionamos le dice a Halperin que “en Revolución y guerra desarrolla una novedosa tesis sobre la formación de la élite socioeconómica y terrateniente argentina de comienzos del siglo XIX, pero toca múltiples otros temas y sus interrelaciones”, añade esta pregunta: “¿Pretendió hacer un intento de la llamada ‘historia total’, o la imagen que presenta en ese libro surgió más o menos espontáneamente?”, Halperin, con esa toma de distancia que aconsejaba al respecto, responde que

Braudel dice en alguna parte que querer hacer historia total no significa querer cubrir todo lo que pasó en la historia, ambición que encuentra puérile, sympathique et folie; significa en cambio no alarmarse porque de las preguntas surgen otras preguntas, ni negarse a afrontarlas porque hacerlo requiere franquear límites que uno se ha fijado de antemano; sólo en ese sentido Revolución y guerra podría pasar por historia total.(59)

Otras observaciones sobre la obra de Halperin

Regresando a lo expuesto al comienzo sobre la apreciación por Halperin de la historia latinoamericana del siglo XIX, diría que el problema de su concepto de la historia política no reside en la incongruencia con la historia económica y social, incongruencia para la que encontró una forma de superarla en Revolución y guerra…, sino en la falta de atención concedida a conflictos políticos fundamentales desatados por las independencias. Pese a su penetrante captación de las modalidades de sucesos que estudió en diversas obras, es perceptible el desinterés por algunos de los principales condicionamientos de la historia política latinoamericana, principalmente lo que concierne a los conflictos en torno a la cuestión de la soberanía, esto es, a la trascendencia, como indicamos más arriba, de la contienda sobre la divisibilidad o indivisibilidad de la soberanía y a la diferente concepción del tipo de Estado a organizar, algo que tanto pesó en la historia europea y también en la anglo e hispano-americana. Como observamos, del conflicto entre unitarios y federales lo atrajo más su dimensión facciosa, mientras que el significado de hitos fundamentales para esa historia, como el pacto federal de 1831, tampoco le mereció mayor atención.

Por eso, si bien Halperin logró sobresalientes resultados al enfocar la vida política y sus conflictos que son dignos de los elogios que ha recibido, ellos no impiden percibir que desatendió algo fundamental, algo que podemos resumir como las normas de vida social y política regidas por la antigua constitución y expresadas en las pretensiones soberanas de ciudades y luego Estados rioplatenses. Esto es, una antigua constitución de raíz hispánica, con fuertes rasgos iusnaturalistas, que regía la vida social y política de ese tiempo.(60)

Se podría suponer que el brillo de los trabajos de historia económica y social de los historiadores de los Annales hizo que la distinta materia de los sucesos políticos que estudiaba le pareciera carente de aquel brillo. Pero podemos inferir también que así como la influencia de Braudel le abrió caminos valiosos, le cerró otros no menos importantes. Si se lee el discurso de Braudel al ingresar al Collège de France sorprende que dentro del conjunto de historiadores del que se siente deudor haya muy pocos nombres no franceses y ninguno anglosajón. La escasa atención prestada por Halperin al desarrollo de la independencia norteamericana puede haber sido efecto de esa influencia, especialmente en lo que respecta al valor, comparativamente, de temas como el tránsito de la confederación al Estado federal y, consiguientemente, a la cuestión de la soberanía como fuente de buena parte de los conflictos entre los estados norteamericanos y rioplatenses.

En síntesis, recordemos que una preocupación dominante en Halperin desde su adopción de lo que llamaba la “geohistoria” de Braudel fue la de cómo conciliar la historia política con ese enfoque. Consideró que lo había logrado en Revolución y guerra, al vincular exitosamente los sucesos políticos con los efectos de la militarización y de la ruralización del poder. Pero fue esa concepción de la historia social de los Annales la que al par de llevarlo a aquellos logros le habría obstaculizado el acceso a problemas fundamentales de la historia rioplatense del siglo XIX.

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* Agradezco las valiosas observaciones al borrador de este texto hechas por Alejandro Cataruzza, Gabriel Di Meglio, Roberto Di Stefano, Osvaldo Feinstein, Julián Giglio, Noemí Goldman, Herbert Klein, Eduardo Míguez, José Nun, Mariano Plotkin y Nora Souto, así como la información sobre algunas fuentes valiosas que me proporcionó Fernando Devoto.

1Annales, Economies, sociétés, civilisations. Según el sitio oficial de la revista, esta tuvo diferentes nombres desde su fundación en 1929 hasta el presente. 1929-1938: Annales d’histoire économique et sociale; 1939-1941: Annales d’histoire sociale; 1942-1944: Mélanges d’histoire sociale; 1945: Annales d’histoire sociale; 1946-1993: Annales. Économies, sociétés, civilisations (Annales esc); 1994-: Annales. Histoire, sciences sociales (Annales hss). He adoptado el de los años de mayor incidencia en lo que trato.

2Fernand Braudel, La Méditerranée et le monde méditerranéen à l’époque de Philippe II, París, 1949; 2ª éd. revue et augmentée, 1966 [trad. esp.: Fernand Braudel, El Mediterráneo y el mundo Mediterráneo en la época de Felipe II, México, FCE, 1953].

3Ese juicio lo reiteró también en un posterior texto sobre Braudel: “Confieso que odio oír hablar de la ‘escuela de los Annales’, ya que escuela nunca ha sido, ni siquiera buscándola con el microscopio. Pero lo cierto es que la revista ha sido una extraordinaria caja de resonancia”. Ruggiero Romano, Braudel y nosotros. Reflexiones sobre la cultura histórica de nuestro tiempo, México, FCE, 1997, p. 53.

4Sobre la política de Braudel para difundir su concepción de la historia, comenta uno de sus discípulos, Marc Ferro, que ella era prácticamente imperialista, considerando que “l’École des Annales et ses compagnons, ceux qui travaillaient avec lui, fabriquaient l’histoire qui était la seule histoire scientifique, expérimentale…” Así, agrega Ferro, Braudel enumeraba los lugares en los que ella se había impuesto: “Nous avons gagné l’université de Strasbourg‘, ‘Nous sommes les maîtres à Buenos Aires’, ‘Romano va faire le tour de l’Amérique Latine’, ‘Nous tenons bon en Europe centrale et surtout en Pologne, qui est notre base principale ainsi que l’Italie; en Russie, je vais aller voir comment cela se passe’”. Comenta Ferro que “…à certaine période, on l’a défini comme le ‘pape de l’histoire’ […] Imperium, Imperator je dirai, encore plus, car Braudel était une sorte d’impérialiste de la forme d’histoire qu’il disait correspondre aux nécessités de l’explication analytique”. Jean Sagnes, “Le témoignage de Marc Ferro sur Fernand Braudel”, entrevista incluida en P. Carmignani, Autour de Fernand Braudel, Perpignan, Presses Universitaires de Perpignan, 2002 <http://books.openedition.org/pupvd/3837>.

5Tulio Halperin Donghi, “El Río de la Plata al comenzar el siglo XIX”, Ensayos de historia social, 3, Buenos Aires, 1961, trabajo incluido luego en Tulio Halperin Donghi, Revolución y guerra, Formación de una élite dirigente en la Argentina criolla, Buenos Aires, Siglo XXI, 1972. p. 70.

6Tulio Halperin Donghi, De la revolución de independencia a la confederación rosista, Buenos Aires, Paidós, 1972.

7Tulio Halperin Donghi, “El Río de la Plata”.

8Tulio Halperin Donghi, Historia contemporánea de América Latina, Madrid, Alianza, 1969 y Reforma y disolución de los imperios ibéricos, 1750-1850, Madrid, Alianza, 1985. Sobre otros aspectos de la relación de Halperin con Braudel y la École des Hautes Études, véase Fernando Devoto, “Para una reflexión sobre Tulio Halperin Donghi y sus mundos”, Prismas, n° 19, Buenos Aires, 2015, y Carlos Altamirano, “La novela de la formación de un historiador”, Estudios Sociales, n° 42, 2012.

9Tulio Halperin Donghi, “La expansión Ganadera en la Campaña de Buenos Aires (1810-1852)”, Desarrollo Económico, vol. 3, nº 1/2, 1963; “El surgimiento de los caudillos en el cuadro de la sociedad rioplatense post-revolucionaria”, Estudios de historia social, 1, Buenos Aires, 1965¸”La revolución y la crisis de la estructura mercantil colonial en el Río de la Plata”, Estudios de historia social, 2, Buenos Aires, 1966. Incluido parcialmente en Revolución y guerra.

10José Carlos Chiaramonte, “Balance y crítica de la historia latinoamericana”, reseña de Tulio Halperin Donghi, Reforma y disolución, en Punto de Vista, Año X, nº 29, Buenos Aires, abril-julio de 1987.

11Por ejemplo, mi libro Ensayos sobre la ‘Ilustración’ argentina, Paraná, Facultad de Ciencias de la Educación, Universidad Nacional del Litoral, 1962.

12“HISTORIA SOCIAL: Ubicación social de los grupos políticos en el interior argentino (1810-1880). I) Surgimiento de los gobiernos de caudillos...”, Programa de la cátedra, p. 1. Documento del archivo Halperin recientemente habilitado en The Bancroft Library, University of California, Berkeley. A partir de ahora el archivo será mencionado como Tulio Halperín Donghi papers, BANC MSS 2015/156. El documento referido por esta nota: Tulio Halperín Donghi papers, BANC MSS 2015/156, Carton 2, [60/61], Otgoing Correspondence. El documento no tiene fecha, la que se infiere de su colocación en el archivo en la carpeta correspondiente a esos dos años.

13Tulio Halperin Donghi, Tradición política española e ideología revolucionaria de Mayo, Buenos Aires, Eudeba, 1961, p. 181, y De la revolución de independencia a la confederación rosista, Buenos Aires, Paidós, 1972, p. 308.

14“[…] su adhesión [de Mitre y López] a una cierta Argentina y el rumbo histórico que la preparó […]”. […] “En 1957 Arnaldo Orfila Reynal tuvo la ocurrencia de invitarme a escribir una historia de la Argentina de los primeros ochenta años del siglo XIX […]”. “[…] diez años -ocupados, por otra parte en otros trabajos a la vez que en una actividad universitaria tan absorbente y agitada como la que podía ofrecer la desorientada Argentina de esos años- […].” Halperin Donghi, Revolución y guerra, pp. 8 y 9.

15Ibid., p. 14. Hay una referencia similar más adelante referida a “los historiadores argentinos de la segunda mitad del si-glo xx, curiosos sobre todo del surgimiento del sentimiento nacional y la nacionalidad”, ibid., p. 391.

16Halperin Donghi, Revolución y guerra, pp. 395 y 396.

17Véase al respecto Rafael Altamira y Crevea, Diccionario castellano de palabras jurídicas y técnicas tomadas de la legislación indiana, México D. F., Instituto Panamericano de Historia y Geografía, 1951, pp. 256-259.

18Halperin a Braudel, 18 de diciembre de 1952, Correspondencia Braudel-Halperin Donghi. Tulio Halperin Donghi papers, BANC MSS 2015/156, carton 2, folder 1, set of photocopies.

19Braudel, El Mediterráneo, vol. II, 3ª Parte: “Los acontecimientos, la política y los hombres”.

20Tulio Halperin Donghi, Son memorias, Buenos Aires, Siglo XXI, 2008, pp. 241 y 283; Cristian Gazmuri, “Entrevista a Tulio Halperin, historiador e intelectual”, en historia, Instituto de Historia Pontificia Universidad Católica de Chile, vol. 31, 1998 (mis cursivas). Sobre la profunda huella que dejó Braudel en Halperin, véanse las páginas que le dedica en sus memorias: Halperin Donghi, Son memorias, pp. 237 y ss.

21“Tulio Halperin Donghi: De Voluntades y Realidades”, en José Carlos Chiaramonte y Oscar Terán, entrevista a Tulio Halperin Donghi, Ciencia Hoy, vol. 3, n° 18, Buenos Aires, mayo-junio 1992 (mis cursivas).

22“Pourtant, je discuterais volontiers avec vous quelques points: le ‘géographique’ pour les élèves de Vidal de la Blache ce n’est pas le tellurique, le terrestre, le donné naturel, mais bien le complexe homme-nature que désigne insidieusement le mot de milieu (entendez non pas le milieu naturel mais géographique); une nature donné a l’homme mais refaite par lui.” Braudel a Halperin, París, 10 de octubre de 1952. Tulio Halperín Donghi papers, BANC MSS 2015/156, Carton 1, Incoming Correspondence, 1949-1959.

23Este rasgo ha sido bien percibido por Gabriel Di Meglio en “Algunos rasgos de la herencia halperiniana”, Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Emilio Ravignani”, 3ª serie, Número Especial, 2018 p. 15. Asimismo, a un historiador tan afirmado en la prioridad de la historia económica como Ruggiero Romano, la lectura del libro le hizo exclamar, en una elogiosa carta a Halperin: “Se questo e un ‘libro de historia politica’, VIVA la storia politica!”. Romano a Halperin, París, 25 de octubre de 1972. Tulio Halperín Donghi papers, BANC MSS 2015/156, Carton 1, Carpeta Ruggiero Romano.

24He tratado ese tema en “Las independencias anglo e hispanoamericanas”, en la Primera Parte del libro Raíces históricas del federalismo latinoamericano, Buenos Aires, Sudamericana, 2016.

25Véase al respecto, Devoto, “Para una reflexión”, pp. 21 y ss.

26Halperin Donghi, Historia contemporánea y Reforma y disolución.

27Braudel, El Mediterráneo, vol. II, Tercera Parte: “Los acontecimientos, la política y los hombres”.

28Romano, “II La Méditerranée”, pp. 61 y ss.

29Romano, Braudel y nosotros, p. 88.

30Ibid.

31“Dans le plus grand livre qu’ait produit l’“école” des Annales, La mediterranée et le monde méditerranéen à l’epoque de Philippe II de Fernand Braudel (1959), l’histoire est reléguée dans une troisième partie qui, loin d’etre le couronnement de l’ouvre, en est, je dirais presque, le débarras. D’ “epine dorsale” de l’histoire, l’histoire politique en est devenue un appendice atrophié. C’est le croupion de l’histoire.” Jacques Le Goff, “L’histoire politique est-elle toujours l’epine dorsale de l’histoire?”, en J. Le Goff, L’imaginaire medieval, París, 1985, p. 337. Este artículo apareció antes en inglés, en 1971, en la revista Daedalus. En suma, el objeto de Le Goff es demostrar que la historia política nueva no se parece a la antigua porque reúne la historia de las estructuras, el análisis social, la semiología, la investigación del poder. Enfáticamente, declara así que “l’histoire politique traditionelle est un cadavre qu’il faut encore tuer”.

32Braudel, El Mediterráneo, p. XVIII.

33Ibid., pp. XVII y XVIII. Y continúa: “Ultrasensible por definición, el menor paso queda marcado en sus instrumentos de medida. Historia que, tal y como es, es la más apasionante, la más rica en humanidad, y también la más peligrosa. Desconfiemos de esta historia todavía en ascuas, tal como las gentes de la época la sintieron y la vivieron, al ritmo de su vida, breve como la nuestra. Esta historia tiene la dimensión tanto de sus cóleras como de sus sueños y de sus ilusiones”, p. XVIII.

34“Si donc l’étude des faits humains veut se constituer en science positive, elle est conduite à se détourner des faits uniques pour se prendre aux faits qui se répètent, c’est-à-dire à écarter l’accidentel pour s’attacher au régulier, à éliminer l’individuel pour étudier le social.” François Simiand, “Méthode historique et science sociale. Étude critique d’après les ouvrages récents de M. Lacombe et de M. Seignobos”, en Annales, Économies, Sociétés, Civilisations, xv, 1, 1960, p. 95. Se trata de un artículo publicado antes en la Revue de Synthèse historique, VI, 1903, cuya reedición en 1960 traduce la conformidad de Braudel con el criterio de Simiand.

35“Hemos llegado, así, a una descomposición de la historia por pisos. O, si se quiere, a la distinción, dentro del tiempo de la historia, de un tiempo geográfico, de un tiempo social y de un tiempo individual. O, si se prefiere esta otra fórmula, a la descomposición del hombre en un cortejo de personajes. Tal vez sea esto lo que menos se me perdonará […] aunque asevere, y demuestre más adelante, que estos planos superpuestos no pretenden ser otra cosa que medios de exposición y no me abstenga, ni mucho menos, de pasar de uno al otro, sobre la marcha [...]”, Braudel, El Mediterráneo, p. XIX.

36“Quant aux trois temps que j’ai distingués, comme toute simplification, ils éclairent et trahissent une pensée plus obscure. Au fond, il y a pour moi tout en éventail chronologique, du temps géographique au temps personnel, et le même événement peut jouer son rôle dans deux séquences différentes. Le problème a été pur moi, si vous le voulez, de régler mon livre sur des vitesses grandissantes. Si sa facture était bonne, il devrait s’accélérer plutôt que de marquer d’un point à un autre des coupures brutales qui n’existent jamais aussi nettes dans la réalité”, Braudel a Halperin, París, 10 de octubre de 1952.

37Fernand Braudel, “Historia y ciencias sociales: la larga duración”, Cuadernos Americanos, año XVII, vol. CI, n° 6, México, 1958, cit. en Tulio Halperin Donghi, “Historia y larga duración: examen de un problema”, Cuestiones de filosofía, Año I, nº 2, Buenos Aires, 1962, p. 93.

38Tulio Halperin Donghi, “Historia y geografía en un libro sobre el Mediterráneo”, Buenos Aires, La Nación, 29 de junio de 1952. Sobre ese artículo, véase también Devoto, “Para una reflexión”.

39Halperin Donghi, “Historia y geografía”.

40Tulio Halperin Donghi, “Crisis de la historiografía y crisis de la cultura”, Imago Mundi. Revista de historia de la Cultura, Año III, n° 11-12, Buenos Aires, marzo-junio de 1956, pp. 116 y 117.

41Halperin Donghi, “Crisis de la historiografía”, pp. 105 y 104.

42Halperin Donghi, “Historia y larga duración”, pp. 81 y 82.

43Halperin Donghi, “Crisis de la historiografía”.

44Halperin Donghi, “Historia y geografía”.

45Halperin Donghi, Tradición política española, p. 11.

46Halperin Donghi, “Crisis de la historiografía”, pp. 105 y 104.

47José Carlos Chiaramonte, “Reflexiones sobre la naturaleza y las perspectivas de la investigación histórica”, Ciencia Hoy, vol. 23, n° 135, octubre-noviembre de 2013, p. 78.

48Halperin Donghi, “Historia y geografía”.

49“What he has in mind is the reversal of the priorities in the historiographic agenda of histoire probleme: because the only reliable way of making sense of specific fragments of historical reality is to find their rightful place in a unified historical field, the historian’s first order of business should be to achieve a solid reconstruction of the general framework in which these fragments will find their place, since only by so doing will their meaning be revealed.” Tulio Halperin Donghi, “On Braudel”, Journal of Latin American Cultural Studies, vol 11, nº 2, 2002, p. 109. Una revisión del uso de ese concepto en relación con la obra de Braudel en Samuel Kinser, “Annaliste Paradigm? The Geohistorical Structuralism of Fernand Braudel”, The American Historical Review, vol. 86, nº 1, febrero de 1981.

50Ibid., “[…] her husband described how the fragments that for years he had tried to integrate into a meaningful structure did suddenly fall into place in an unexpected tripartite historical stage.” […] “Certainly -relata Halperin- the powerful image of a three-layered history that lends La Mediterranee its structure is more than an expository device; and again Mme Braudel clarifies the difference through a comparison, this time with the approach of the painter towards the landscape he intends to paint: ‘He observes everything, and registers a great profusion of material details. But what really attracts him is the still unclear, still not quite conscious, significance that he perceives behind that whole, behind all those details. To paint will be for him to translate into his work this interior perception, to decode in some way this confused mass in order to extract from it and stress the truly significant lines’”, p. 110.

51“Rather than with a ‘closed system of thought’, we are dealing here with a not immediately evident aspect in the object, an underlying structure that, once perceived, permits the historian to make sense of that object. But that structure is perceived; it is present in the object to which -once discovered- it will lend a meaning”, ibid., p. 110.

52Ibid., p. 112.

53“Autre problème: quand je dis que l’histoire n’est pas choix, c’est que dans la vie toutes les rapidités et toutes les lenteurs se mêlent, les pulsations de la grande ou dé la petite histoire, les hommes aveugles ou lucides, le destin ou le hasard. Il faudrait tout ressaisir. C’est impossible, bien sûr. Toute exposition est procédé et choix, et chaque esprit, de par ses aptitudes et ses inaptitudes, est contraint de choisir.” Braudel a Halperin, París, 10 de octubre de 1952. Tulio Halperín Donghi papers, BANC MSS 2015/156, Carton 1, Incoming Correspondence, 1949-1959.

54Halperin a Braudel, 18 de diciembre de 1952, Tulio Halperín Donghi papers, BANC MSS 2015/156, Carton 2, Outgoing Correspondence, 1949-1959. Copia manuscrita.

55Ibid., “This forced him to define more explicitly than he would have liked his credo as a historian, but also brought about an unacknowledged move beyond the themes and issues on which he had concentrated during the long gestation of La Mediterranee. One of the notions thus left behind was that of a three-level historical time, enshrined in the supposed Braudellian paradigm”, Halperin, “On Braudel”, p. 112.

56“There are ten, a hundred levels to be examined, ten, a hundred different time spans”, ibid., p. 112.

57Fernand Braudel, Civilisation matérielle, économie et capitalisme, XV e -XVIII e siècle, París, Armand Colin, 1979, 3 vols.

58Halperin, “On Braudel”, p. 117.

59Gazmuri, “Entrevista a Tulio Halperin Donghi”, p. 392.

60Véase al respecto Chiaramonte, Raíces históricas del federalismo latinoamericano.

Recibido: 01 de Marzo de 2019; Aprobado: 24 de Marzo de 2019

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